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De Pisang a Mungji

Hoy es 15 de abril, y según lo que habíamos planificado, estamos más allá de donde deberíamos estar pasado mañana. No es por sacar ventaja de nada, es la naturaleza a nuestro alrededor y lo que nos ofrece el camino es una sorpresa constante que no tiene desperdicio, y aún cuando significa subir y subir, uno se olvida por completo del esfuerzo físico, los pies van solos como si ellos quisieran ver, y la mochila en la espalda es totalmente parte de uno.

Hoy fue realmente alucinante. Martín dijo que esto cada vez se pone mejor, y es verdad. Son monstruosas, las Himalayas son unas moles que se nos aparecen y se nos plantan ante nuestros ojos y aunque sean grande porque son nuestros ojos los
que las ven, como al cielo, es casi imposible verlas y verlas por completo. Uno se detiene a mirar, y ellas siguen sorprendiendo con más picos, con más cuerpo brotando desde el infinito, es como si crecieran. Uno las ve, y al rato parecen más inmensas. Y somos tan pero tan pequeños, tan poca cosa, tan nada, ante tanta majestuosidad. No hay palabras para poder describir la imponencia de estas montañas. Blancas. Cubiertas de gruesas capas de nieve y hielo, una parece bañarse hacia la otra en espuma, y así siguen, entretejiéndose unas a otras todo alrededor, y con esos picos que se lanzan al espacio de repente desde una nube que decide correrse como el telón para esa representación de magnificencia. Me conmueve estar entre ellas, me supera.
Hoy caminamos desde Pisang, Upper Pisang o Pisang de arriba, hasta Mungji. Fuimos por el camino difícil; difícil pero bellísimo. Hay dos formas de salir de Pisang: por la carretera en construcción o por la montaña. Por supuesto elegimos por la montaña. Fue una subida durísima, pero tuvo su premio, y su gloria. El premio, constante. Ver durante toda la subida el macizo de los Annapurnas, cada vez más en su amplitud, y al llegar a la cima a 3800 metros, dos horas después de haber salido: Ghyaru, un pueblito tibetano encaramado en la montaña con sus casitas de piedra y su gente simpática. Toda la gente por acá es simpática. Ellos sonríen. Son hermosos. Tranquilos. Amables. Buena gente. Nos sentamos ahí, frente a la gompa que está al pie de Ghyaru, a tomar unos mates con todo ese panorama increíble, una danza de blancas gigantes doblándose  caprichosamente, recortándose del cielo.
Seguimos nuestro camino bordeando la montaña, guiados por los chortens, que son monumentos de piedra con rodillos de oración que debemos pasar por la izquierda y hacer girar. Lo hacemos, y todo se conjura en una paz inexplicable. El aire frío de la altura, las montañas imponentes que sostienen y vigilan nuestros pasos, los rodillos de oración de los chortens. Es tan hermoso!
Seguimos hasta Ngawal, dos horas más desde Ghyaru. En Ngawal comimos el típico dhal baat y unos macaronis. Tratamos de hablar en nepalí, lo poco que sabemos y podemos, y ellos se ríen y se entusiasman en hablar con nosotros.
El plan inicial era dormir mañana en Ngawal, ya habíamos adelantado un día al llegar a Chame. Hoy pasamos de Ngawal, y sin querer, nos pasamos de Bragha, que era donde deberíamos haber llegado pasado mañana. Esto significa que llevamos dos días
por adelantado nuestro peregrinaje. No porque sea una carrera, simplemente porque nos gusta, porque nos sentimos bien, porque nuestros corazones se van acostumbrando a la exigencia de latir más rápido para bombear el oxígeno necesario para estar bien. Y estamos bien.
Nos pasamos de largo de Bragha y llegamos a Mungji donde decidimos quedarnos. Estamos en un albergue que cuesta 100 rupias, 1 dólar con 17 centavos. Después la comida es más o menos siempre 4 dólares, pero si es dhal baat, nos dan para repetir, así que más no podemos pedir.
En este lugar no sé si hay luz, internet menos que menos. Ya hemos tenido que sacar todo nuestro abrigo. Ayer nevó en el camino, y aunque caminando no sentimos nada de frío, al detenernos, hay que abrigarse.

Kathmandu, odisea de un viaje de 24 horas en jeep entre Solleri y Kathamndu por rutas inconcebibles

La odisea continúa.
A las 4 el jeep debía estar en la puerta de la pocilga. Por supuesto no está. Pasan algunos
jeeps, esperamos más de una hora, ninguno es el nuestro. La dueña de la pocilga
decide salir con nosotros y nos lleva a una oficina, doscientos metros de su
casa, adonde nos suben a un jeep. Parece cómodo. El jeep anda dos cuadras, pega
la vuelta, y nos bajan, dicen que ese no es nuestro jeep. Nos suben a otro. A
eso de las 6, dos horas después de lo previsto, arrancamos. El camino es de
tierra y `piedra, desparejo. Vamos a los saltos, despacio, a 10 km por hora,
frenando, pasando pozos. El jeep toca bocina al pasar por las aldeas, sube
gente hasta la manija, hasta completar cada hueco. A los diez minutos de haber
salido, el jeep se detiene en una cola de varios autos. Hay un jeep
recontraencajado en el barro más adelante y no se puede pasar. No saben
sacarlo.  Aceleran, aran, y cada vez se
entierra más. Martín busca en silencio unas maderas y les explica el truco de
subir las ruedas a las tablas. Sale, pero se encaja otro. Yo empiezo a poner
piedras que hay de sobra al costado de la ruta, en los huellones para que los
jeeps que siguen, entre ellos el nuestro, puedan pasar; Martín y otro tipo
acarrean piedra, canto rodado, en una bolsa y las desparraman en el barro para
afirmar el terreno. Creimos, bueno, ya nos encajamos una vez, o ya se encajó
uno, y eso fue todo, pero no. Esta situación se repite una vez tras otra a lo
largo del día y hasta el hartazgo. La ruta, the nornal road, no existe. No es
una ruta, es cualquier cosa, un caminito, y a veces ni eso, ya que en muchos
tramos el jeep avanza a los golpes por entre las piedras del lecho de un río, o
por adentro del río. Un desastre. Después del primer jeep encajado, un camión
que venía de frente se encajó en otro charco. Hubo que sacar el camión para
poder pasar. Cada vez que uno viene de frente, todos se tienen que acomodar
contra la ladera o al borde del precipicio para que pasen dos vehículos donde
entra uno. Otro camión encajado. Sacan al camión, pasan varios  jeeps y se encaja el nuestro. Hay que parar a
comer. No sé cómo, pero agarro dos bols, me sirven fideos y salsa y Martín y yo
comemos gratis. Stella sigue a dieta. En nuestro jeep va un hombre descompuesto
vomitando por la ventanilla. Desde que salimos. Luego de esta parada a comer,
el viejo come aunque viene vomitando –qué ganas- y cuando estamos a punto de
arrancar se le ocurre ir a cagar así que todos los jeeps salen, menos el
nuestro. Un bulldozer está trabajando, haciendo qué, no sé, y tenemos que
esperar, y tras eso, un  camión cargado
con tierra pinchó una rueda justo delante nuestro, así que no podemos seguir.
Tenemos que esperar que vengan, el gato que no lo pueden poner, que no levanta,
y que traigan la rueda. Five minutes, dicen, y estamos ahí más de media hora
parados detrás del camión pinchado. Un rato más y hay otra parada a comer. Mal
que mal y a los tumbos parece que se avanza. Ya hace como siete horas que
salimos y nos habían dicho que la ruta mejoraría. No mejora nunca. Como si
fuera poco, nuevamente vemos una cola detenida de autos. Hay un piquete. Son
más o menos las 3 de la tarde y dicen que estarán hasta las 7. Es demasiado.
Parece realmente una joda. Me bajo a hablar con los del piquete y me cuentan
que la policía les pegó, por nada. El jeep agarra otra ruta. No tenemos que
cruzar el piquete. No sé para qué paró entonces… 30 minutos. Hubo que detenerse
en más barriales, en más pozos, y para dejar pasar a los que vienen de frente y
después, tercera parada a comer. Otra vez. Otro jeep encajado. Otra vez. Cuarta
parada a comer. Ya es de noche. En un momento, madrugada, nuestro conductor
quiere hacerse el vivo y pasar a otro por un atajo, en vez de rodear un árbol,
quiere pasar antes del árbol y se queda encajado en un zanjón de arena. Sí, es
una joda para Videomatch.
Más de 24 horas
después de habernos levantado a tomar el jeep, a las 4 y media de la mañana,
llegamos a Kathamnadu. Hartos. Con el culo francamente roto, la paciencia
curada de espanto y pegoteados de sudor y polvo. Pero llegamos. Y a tiempo. Ya
es 13 de mayo. Nos queda este día para bañarnos y recomponernos un poco. Mañana
14 empiezan unas vacaciones distintas por el sudeste asiático. Esas vacaciones no quedarán impresas en este blog.
Hasta aquí, la historia de dos trekkings por las Himalayas de Nepal: el circuito de los Annapurnas por el
paso de Thorung La, y Sagharmata por el Valle de Gokyo y el paso de Cho La.
Ojalá hayan disfrutado los relatos y les sean útiles a aquellos que quieran
intentar travesías similares.

Phaplu

 

No hubo vuelo charter. Por supuesto. Estuvimos en el bar a las 7 de la mañana y el petiso brillaba por su ausencia. Lo llamaron. Esa compañía, nos dijeron… había tenido un problema y no volaba ese día; además había mal tiempo. Nos devolvieron los 660 dólares sin problemas, tras esperar un pòco más de media hora “five
minutes” a que el petiso que había hecho el garabato ininteligible con birome
negra, apareciera. Apareció. No había vuelo. No había charter. Basta! Queríamos
sí o sí salir de Lukla. Nos fuimos al aeropuerto. Uno de los chicos de ese bar
nos acompañó. Pensamos en el vuelo a Phaplu en helicóptero, al menos ahí ya
podíamos tomar el jeep a Kathmandu.

Nos tuvieron como maleta de loco por el aeropuerto, entramos a la sala de embarque, salimos, volvimos a entrar. Estuvimos a punto de subir a un vuelo chárter en el que nos cobraban 150 dólares. Volvimos a pagar. Ya estábamos casi por despachar las mochilas y dos colombianos, un tipo y una mina, se quejaron porque nosotros estábamos pagando mucho menos que ellos. Hicieron bardo. A ellos les convenía de todas maneras que subiéramos, porque se les abarataba el chárter a ellos, pero
gritaban, es que no es justo, colombiana puta con voz de pito, sabes cuánto me
cobraron en el hospital? Mil dólares me cobraron! Hemos pagado 400 dólares por
este chárter! Y otro colombiano que se hacía eco. No nos subieron. Pero el mal
tiempo quiso que ellos no salieran, y nosotros sí. Como maleta de locos nos
arrastraron a las corridas rodeando el aeropuerto por una calle de tierra y
polvo hasta la parte de atrás del aeropuerto de donde salen los helicópteros.
Nos pedían 250 dólares hasta Phaplu, arreglamos por 200, el precio que sabíamos
era 150, pero ya, a esa altura, se nos venía el sí fácil con tal de salir de
Lukla. Los asientos del helicóptero estaban medios descuajeringados, y ,
además, con los asientos, no entrábamos nosotros y las mochilas, así que
sacaron los asientos y nos sentamos en el piso, arriba de las mochilas. El vuelo
en helicóptero, breve, fue genial. Nunca habíamos volado en helicóptero. Es
estable, y la vista es espectacular. Fue como una excursión a través de los
Himalayas, cumbres, valles y pueblos encaramados en las laderas. Hermoso.
Breve. Unos quince minutos quizás. El helicóptero bajó en un descampado donde
había algunas máquinas, un pastizal pelado, y polvo, siempre polvo. Eso era
Phaplu. Empezamos a caminar. Un pueblito de mierda. Miserable, pobre, sucio.
Casas desvencijadas. Todo cubierto de polvo. Nos dijeron que los jeeps salían
de Solleri, un pueblo más adelante, así que seguimos caminando. Hacía calor, un
asco el sudor con el polvo. Caminamos una media hora hasta Solleri y ahí vimos
el primer jeep. Costaba 2500 rupias hasta Kathmandu pero no salían hasta el
próximo amanecer. Era el mediodía. Caminamos más. Vimos más jeeps, hablamos con
más gente. Sacaban el teléfono, llamaban a alguien. Si queríamos salir ya de
Phaplu nos costaba entre 20000 y 22000 rupias el jeep para nosotros, pero no
querían salir de tarde porque la ruta era peligrosa para que nos agarrara la
noche. No nos queríamos quedar en esos pueblos tan precarios y feos, una noche
más y buena parte del día que faltaba, qué haríamos todo el día ahí, en Solleri
o Phaplu. No nos quedó otra. Terminamos en una pocilga donde el olor a mugre  superaba nuestra maleable adaptación. Primero
estuvimos en un restaurante oscuro donde no había nada para comer, después
cruzamos a otro, ahí comimos chow mien y pensamos quedarnos a dormir, pero al
momento de comprar los tickets para el jeep nos quisieron cagar cobrándonos
3000 a cada uno, así que cazamos las mochilas y nos fuimos a la mierda.
Terminamos en esta pocilga. Le compramos los tickets a la dueña, 2500 cada uno.
Salimos a dar unas vueltas caminando con Martín, Stella seguía convaleciente.
Compramos agua y unos panes para comer. Vimos dos sedes del Partido Comunista,
entré al maoísta donde había unos camaradas hablando, al pedo, porque se ve que
hacen poco. La otra sede estaba cerrada.
Desde que volvimos a Lukla nos pasaron tantas cosas, tantos contratiempos, que Martín llegó a pensar que éramos víctimas de una joda para Videomach.
Primero llegamos al hotel donde teníamos la reserva y la reserva del vuelo y nos dicen que no hay vuelos, que hay espera por mal tiempo, que no tenemos ningún vuelo reservado, ni tampoco hotel reservado. Nos vamos a otro hotel. No conseguimos avión ni nada, buscamos un día. AL siguiente nos mudamos al hotel del primer día porque nos damos cuenta que la dueña tiene influencias en la mafia aeroportuaria de
Lukla. Nos dice que otra vez os vuelos cancelados así que nos volvemos a ir de
su hotel Paradise al Delek donde la dueña ha sido muy amable. Conseguimos los
tickets para el chárter por 220 dólares, 660 entre los tres. Salimos a las 6 y
media de la mañana, el tipo que nos vendió el chárter no está donde dijo que
nos esperaría. El chárter no existe ese día. Nos devuelven la plata. Nos dicen
que hay otro chárter. Nos cobran 150 dólares a cada uno pero aparecern los dos
colombianos imperialistas de mierda, se quejan, y no podemos abordar. Empieza
otra vez el mal tiempo. No salen más vuelos. Conseguimos un helicópetro a
Phaplu, nos cobran 50 dólares más de lo que nos habían dicho que costaba.
Llegamos a Phaplu, no hay jeeps, es un pueblo de mierda, nos dicen que salen de
Solleri, siguiente pueblo. Caminamos a Solleri, hay jeeps pero no salen hasta
mañana. Nos dicen que cuestan 2500, nos quedamos en un lugar donde al momento
de comprar los tickets nos dicen que salen 3000. Nos vamos al carajo y caemos
en la pocilga donde el ticket sale 2500. Le preguntamos a la dueña de la
pocilga si hacen comidas, nos dice que sí, más tarde, se ve que tienen una
fiesta en la casa. No entiende mucho inglés. Le decimos que si decidimos comer
le vamos a avisar; entiende mal y cuando ya estamos durmiendo nos van a golpear
la puerta, dos veces hasta que le abrimos porque dice que ya tenemos la comida.
No comemos. Ya estamos durmiendo. Poco después llega gente al cuarto de al
lado. Hablan, hacen barullo, y como las paredes son de cartón parece que los
tenemos adentro de nuestro cuarto. Las toses de los de al lado parece que están
en nuestra misma cama, y los ronquidos también. Se desata una tormenta.
Relámpagos, truenos y mucha lluvia. No sabemos si tratándose de la carretera
que se trata, el jeep podrá salir y llevarnos a Kathmandu.

Lukla-Varados y en espera…

 

En espera.
Varados en Lukla. Dando vueltas. No conseguimos nada para salir hoy. Salieron
como 15 avionetas, una atrás de la otra, desde las 6 y hasta las 9 más o menos…
hasta que se nubló. Parece ser que temprano está nublado en Kathmandu, entonces
no pueden salir hacia Lukla, y después se nubla en Lukla y entonces no pueden
salir hacia Kathmandu. No es que creamos en una confabulación del clima con la
mafia de Lukla, pero empezamos a pensar que todo esto está organizado,
aletargado, así, para que suceda de esta manera. Todos ganan de lo que todos
nos vemos obligados a poner. Mucha gente empieza a salir caminando hacia
Phaplu. Alguien en el albergue nos comenta que también existe la posibilidad de
salir en helicóptero a Phaplu por 150 dólates, más de lo que cuesta el avión
hasta Kathmandu. Nos cambiamos de hotel con la esperanza de que la vieja del
Paradise, la madrastra de la de Pangboche que entra y sale del aeropuerto como
Pancho por su casa, nos consiga algo; como otros vuelos de hoy han sido
cancelados, nos adelanta que tampoco tendremos para mañana. Stella y Martín
salen a averiguar y encuentran un vuelo chárter por 220 dólares. Lo aceptamos,
vamos, pagamos, nos dan un papelito escrito a mano en inglés, con birome negra,
y una firma inintelegible. 660 dólares desaparecen de un saque en una puertita
detrás de la barra de un bar. No nos queda otra, o confiamos en eso, o es nada.
A las 7 de la mañana tenemos que estar en ese bar para que ese petiso nos
acompañe al aeropuerto a tomar un chárter cuyo nombre de compañía ni siquiera
podemos recordar ni nunca habíamos escuchado antes.  Ya es 10 de mayo. Y ya tenemos cortas
posibilidades de caminar dos o tres días hasta Phaplu porque nos han dicho que
el jeep de Phaplu a Kathmandu, tarda unas 17 horas, un día más.

De Namche Bazaar a Lukla

Un largo camino
de Namche Bazaar a Lukla, todos los caminos que van o vienen de Namche…  Salimos a pocos minutos de pasadas las 8 de la
mañana, después de hablar un rato con el chileno José Ignacio. Un chileno de
Pucón a quien gustan las montañas y conoce de la Patagonia, ambos lados de la
frontera. Quedamos para la Huella Andina. Vamos quedando con varios. Yo voy
promocionando. Reparto algunas lapiceras que me quedaban. Ya se anotaron varios
para hacerla la próxima temporada: el ucraniano, Sergei, Pepe de Murcia, y
ahora José Ignacio de Chile. El sendero de hoy, de Namche a Lukla, es el
regreso de lo que hicimos en dos días durante la subida, el día 1 (uno) –de
Lukla a Monjo- y el día 2 (dos) –de Monjo a Namche Bazaar. Hoy, soñando que
total era todo bajando, decidimos hacerlo de un tirón. Nada más lejos de la realidad,
no es “en bajada”, es un sube y baja constante e interminable. Fue el día más
largo. No llegábamos nunca. Sin embargo nos viene bien llegar antes de lo
previsto, porque nos acabamos de enterar que hay mal tiempo desde hace varios
días y los aviones no están saliendo, lo que significa que hay muchos pasajeros
varados, en lista de espera, para  salir
de Lukla. Al menos eso es lo que nos dicen. Los albergues están llenos de
pasajeros que desde hace al menos un par de días esperan salir. Hoy, según nos
dijeron, fletaron sólo seis avionetas. En cada una entra 16 pasajeros, la
azafata, y los dos pilotos, y hay cientos de turistas en Lukla que necesitan
regresar a Kathmandu. Nosotros creíamos ilusamente tener reservado vuelo a
través de la dueña del albergue de Pnagboche cuyos padres tienen un albergue en
Lukla donde también suponíamos tendríamos reservada habitación. Al llegar, no
tenemos ni cuarto, ni vuelo.

Lukla es un
descontrol, o al revés, un sector controlado por una mafia que vive y se
enriquece de esto: reprogramar vuelos, vender enlaces en helicóptero para
aquellos que no pueden esperar, y mientras esperan, a los que esperan,
hospedaje y comida necesarios e ineludibles. Todo Lukla circula por el
aeropuerto y tranza con unos y con otros.
Nosotros tenemos
varios días de changüí y estamos deliberando qué hacer. Compramos el mapa que
abarca la zona de Phaplu y Jiri y barajamos la posibilidad de salir caminando,
dos o tres días hasta Phaplu, algunos días más hasta Jiri. Nuestro vuelo a
Tailandia es el día 14 de mayo en la mañana. Hoy es 9 de mayo, aparentemente
tenemos suficiente tiempo.  Si caminamos
a Phaplu, podemos tomar un jeep desde ahí hasta Kathmandu.
En la noche
salimos con Martín a hablar con gente del lugar. La mayoría de los turistas
quedan varados un promedio de 3 a 4 días. Nos dicen que la ruta a Phaplu
podemos hacerla en dos días y que la carretera para el jeep, si bien es un
camino con deslaves, para ellos está bien y es “normal road”. Sabemos lo que
significa: una cagada.
Preparamos todo como
para salir caminando pero esta vez no hay equipo. Están cansados. Creo que soy
la única dispuesta a seguir de a pie, aunque no era lo que pensábamos, a mí me
parece por el momento la opción más viable y segura. Un helicóptero a Kathmandu
nos cobra 500 dólares por persona, una guasada, la mafia del aeropuerto de
Lukla. Encima que es el nº 1 más peligroso del mundo hay que lidiar con estas
tranzas. El mal tiempo no amaina. Está nubladísimo y caen algunos chaparrones.
Durante el
trayecto largo de hoy, Stella caminó descompuesta todo el día. Pesado para
todos y peor para ella. Si caminamos a Phaplu barajamos la posibilidad de
contratar un porteador, ahora sí. Nuestro trepping terminó y necesitamos
correr, aligerar el peso en la espalda, ayudará.
Martín y yo
hicimos el trayecto de hoy en 8 horas, Stella llegó una hora después, débil por
la descompostura que la tiene a mal a traer desde la noche. Estamos en un
albergue con una dueña muy simpática, muy amable. Nos cuesta 200 rupias. En el
camino compramos unos bollos rellenos a 30 rupias, en Lukla cuestan 50,
rellenos de papa y otras verduras, con picante!
Nos han sugerido
que mañana vayamos directo al aeropuerto a las 6 de la mañana a ver si
conseguimos pasajes para salir. Mañana es un día decisivo.

De Pangboche a Namche Bazaar

De regreso en Namche Bazaar. Aquí repetimos una parte del camino. Se termina el circuito. Llegamos a Namche inmersos en una nube infinita. Perdidos en la niebla. El sendero se evidenciaba recién  al cabo de dar cada paso. Parecía imposible, pero a cada centímetro de camino, lográbamos adivinar el centímetro siguiente. Poco a poco, paso a paso, centímetro a centímetro de sendero que faldea la montaña, llegamos a Namche Bazaar. Desde Pangboche tardamos 6 horas. Paramos a comer unos momos en Phungi Thenga donde finaliza un largo descenso y donde nos encontramos con puente colgante encorvado que parecía cargar un peso invisible. O quizás sediento de las aguas del Imja Kholi que corren intrépidas debajo de él. Luego del descenso sobreviene el ascenso pronunciado. Subir y subir hasta Kyanjuma. El camino entre Pangboche y Namche Bazaar, a pesar de significar para nosotros el regreso o bajada de las cumbres, no cede en desniveles. La idea de bajar, es solamente una idea, un aliciente para algunos, una mirada a grandes rasgos sobre los números que señalan las alturas en el mapa. Este camino, de manera objetiva, es bajar y subir, bajar y subir, y bajar. Todo el tiempo se pierde pero también se gana desnivel, y se vuelve a perder, aunque cuesta ganarlo a esta altura de la travesía; más por el cansancio acumulado y el ansia de llegar, menos porque uno ha ganado a estado y las `piernas, el corazón, y los pulmones, ya están acostumbrados al esfuerzo y ni se mosquean.  Así es que en Phungi Thenga bajamos a cruzar el río y estamos a 3200 metros, pero subimos a Kyanjuma a más de 3500 y volveremos a bajar a Namche a eso de los 3400. El paisaje fue hermoso. Casi todo por bosque de coníferas donde valía mucho la pena respirar profundamente el aroma a resina de los pinos. Refrescante. Riquísimo. Pinos y rododendros. Laligurans. Colinas salpicadas de blancos, o con manchones rojos o fucsias. Cuánta belleza toda junta. Visitamos en el trayecto el monasterio de Tengboche. Construido en 1916 en este entorno tan precioso. Destruido por un terremoto y restaurado. Fue un día pleno. El tiempo resplandeció hasta cuando el camino quiso hacerse el mismo que ya habíamos recorrido, pero no fue así, no fue el mismo, la naturaleza nos premió con su versatilidad y nos regaló la niebla del atardecer. No vimos al Everest, para no decirle adiós. Quedó en alguna curva de la ladera, antes de llegar a Namche, jugando a las escondidas detrás de la niebla fiel que no cedió ni una roca del grandote a nuestros ojos. Nuestros ojos fijos en el horizonte cercano del siguiente paso.

Ningún camino es recto, menos mal, y menos que mal cuando se trata de llegar a Namche Bazaar. Ni lo sueñen los flojos o los haraganes. A Namche se llega, pero siempre hay que sortear obstáculos porque está ahí, rodeado de cerros y montañas de todos los tamaños.

Paramos en un albergue muy lindo, Lhasa guesthouse. Cuesta 150 rupias, menos de 2 dólares, para los tres. Nos dieron dos cuartos limpios y acogedores. Y al fin nos duchamos, una buena ducha, 300 rupias cada uno, un poco más de 3 dólares. Estamos como nuevos.

De Dzhongla a Pangboche

El camino más fácil. O será que con nuestra ganada experiencia esto resulta una papa.  Salimos de Dhzongla no muy temprano, ya subía
el sol. Fue una mañana espléndida. Nos sacamos fotos con Pepe a modo de darle
un sentido -aunque no lo necesite porque es protagonista por sí solo- al
majestuoso Ama Dablan, por otra de sus caras, y, además, para sellar con Pepe de
Murcia un abrazo para la posteridad, ya que, a partir de hoy, él sigue su
rumbo, escalará el Island Peak, y nosotros comenzamos el descenso, que no
siempre significa bajar y solamente bajar. Vimos perderse a Pepe por encima de
la colina mientras nuestro camino avanzaba recto y por un valle rodeado de
monstruosas montañas, pero descampado en sí. Anoche habíamos dormido a 4800
metros, y hoy en Pangboche estamos a 3900. Casi casi la misma altura de Namche
Bazaar donde preveemos llegar mañana. Paramos en un albergue pintoresco, uno de
los más lindos que nos han tocado hasta el momento, aunque todos están bastante
bien, sin embargo en alguno que otro nos han tocado un par de ratas traviesas
comiéndose nuestras almendras, o las escuchamos correr por entre las maderas, o
bueno, excusados muy muy sucios, y paredes de madera muy delgadas donde uno se
despierta asustado porque escucha roncar a alguien demasiado pegado a su oreja.
Pangboche es además uno de los pueblos de los Himalayas más pintorescos por los
que hemos pasado. Tiene un encanto propio y especial. Las casitas con sus
huertos delimitados por paredes desparejas de piedra, visto desde arriba se ven
esos muros bajos que podemos saltar sin permiso, serpentear entre los terrenos recién
sembrados o arados a fuerza de bueyes. Los vimos porque Pangbche tiene un
monasterio antiguo, del siglo XVI, al que subimos. Erramos el camino un par de
veces y justamente tuvimos que saltar la cerca de una vecina que no nos sacó
carpiendo sino que nos explicó cómo llegar al monasterio. Víctima de
terremotos, varias veces reconstruido en partes, y actualmente en restauración.
Muy bello. Para llegar a Pangboche, retomando el camino de hoy, pasamos por el
collado de Pheriche, un área muy ventosa y fría, como suelen ser los collados,
el momento ese donde se arrodillan las montñas para sacarse el sombrero o darse
las manos, unas a otras, esos puentes entre ellas y nosotros, los collados.
Hacía frío a esa altura, viento.  Por
aquí fue el trayecto más desparejo del camino, ya que hay que subir, bajar,
comimos en Pheriche, y después subir
hasta el collado, para más tarde volver a bajar y volver a subir. Pero
bastante tranquilo todo. Mucho camino recto, plano, sin altibajos. Todavía no
aparece mucha vegetación, todavía estamos altos, empiezan a aparecer algunos
arbusto, bajos, pero árboles sólo al ir ya llegando a Pangboche.

Desde Dzhonla
hasta Pangboche tardamos 6 horas, una de las cuales fue de almuerzo.
El albergue,
aunque es más lindo cuesta igual 100 rupias, menos de 1 dólar. Los platos de
comida van de 300 a 500. La ducha se paga así que por ahora seguimos sin
ducharnos, mañana se cumple una semana. Una semana sin bañarnos.

De Thannang o Dragnag a Dzhongla cruzando el collado de Cho La

 

Se hizo el día más esperado. El cruce del collado de Cho La. La caminata que enfurece mis ansiedades. Me levanté descompuesta. Sería por lo mismo? Sería porque tuve mucha sed durante la noche y me levanté a tomar agua y la tomé como venía, de un baldecito. Siempre confiando en mi fortaleza, en el aguante de mis tripas. Algo no me fue bien, y quizás era la ansiedad. A pesar de haber vomitado, de no haber comido nada más, de no tener nada en el estómago, de no haber tomado vitaminas, me sentía con fuerzas para cargar la mochila y encarar la subida, el paso de Cho La. Yo, mi propio peso, mi mochila, sin porteadores ni guías. A poco de haber salido me di cuenta que mi debilidad me superaba. Estábamos ya  a casi 5000 metros de altura y no lograba avanzar diez pasos sin detenerme a respirar. Tenía que parar, muchas veces. No hacía ni una hora de haber salido, todavía se veían atrás los techos de Thannang o Dragnag y no avanzaba a mi ritmo normal. El oxígeno no me pasaba. No podía respirar. Sentía que las piernas se me aflojaban, que no me sostenían; cada paso me costaba, y me enfurecía el peso de cada pie, el peso que debería haber sido el normal, el de todos los días, el que me pertenece y este era un peso ajeno. Decidí rendirme; albergué la esperanza de que Martín que se había alentado con Pepe, el amigo de Murcia, se detuviera a esperarnos, y pasarle algo de peso de mi mochila a la suya, pero él iba muy rápido porque iba con el porteador que había contratado Stella. Martín llegó a Cho La en tres horas, y Pepe, el amigo de Murcia, en tres horas y media. Yo llegué en cinco horas! Y enseguida, detrás, Stella. Pero llegamos, sí, y no por eso hemos decidido que ya hemos llegado a lo más alto, al menos yo. Fue la subida más dura de esta temporada de trepping y de las que tengo memoria. Vertical. La pared vertical. Y había que ascender, a pesar de la negación de las piernas, lo más rápido posible porque se corre el riesgo de la erosión constante y de que caigan piedras. Caen pìedras, Hace unos años murió un porteador, iba escuchando música con auriculares y no escuchó el zumbido de la piedra. Suenan como un zumbido, como un pájaro que viene volando al ras del suelo, como una hélice desprendida de algún artefacto que baja rodando cerca del suelo, y zumba. Hay que avisparse rápido, y protegerse la cabeza, sin dejar de subir, de trepar. Hay que trepar, por enormes rocas, agarrándose con uñas y dientes para que ni el viento ni el peso de la mochila nos bandee para donde se le cante, para poder controlar el paso, el ascenso, la inclemencia, la reacción inesperada de una roca que está más arriba, la vibración de la tierra, o el vuelo desinteresado de un pájaro que altera el equilibrio que nos sostiene, sin quererlo, y nos desbarata la intención que vemos en el siguiente paso. Una roca floja. Alguien que se detuvo porque ya no puede seguir cargando un paso más. Y hay que seguir. Fue duro, y no cumplía con la ilusión de la nieve que habíamos vivido en Thorung La. No al principio. Hasta el mismo collado no caminamos sobre el colchón de nieve. Fue una subida pedregosa, pero me gustan las piedras, y les tengo confianza. Disfrutamos del collado. Comimos almendras, pasas, anacardos. Nos resguardamos en un rincón entre las rocas de las ráfagas que sacuden todos los collados, ese espacio de reunión de las montañas, ese momento de adoración, donde las cumbres parecen agacharse y dejar espacio al cielo y lo que venga de él, el sol, la niebla, el viento. Frente a nosotros, la inmensidad de las laderas blancas inmaculadas, sin ni una huella que manchara su lisa pulcritud. Una belleza. Un pequeño lago congelado y sobre él, amagando pero sin caer, caricias de estalac

titas de hielo.

 

La bajada fue tan ardua como la subida. Una bajada empinada. Primero la nieve. Y el hielo. Había que cruzar con botas de siete leguas porque había áreas de mucho hielo, y debajo del hielo se veía el agua. Teníamos que pisar con sumo placer y encanto para no romper la capa de hielo, no sabemos hasta dónde o hasta qué se esconde debajo. Había huecos pequeños, agujeros de cerraduras entre el suelo y un subsuelo misterioso por el que canturreaba agua helada. Cruzamos toda esa parte enorme y frágil durante casi una hora de caminata. Hubo sectores con más nieve, y entonces era más divertido. Y después piedra. Grandes rocas que debimos sortear una por una, traspasando una a otra, o a veces casi flotando sobre unas y otras. Un descenso voraz.
Tardamos casi ocho horas en llegar a Dzhongla. Y pude hacerlo, a pesar de todo.

A la cumbre del Gokyo, y de Gokyo a Thannang o Dragnag

A la cumbre! Qué hermosura. El Gokyo, sin llegar a ser un seismil, poco más de un cincomil, domina. Está en el medio, imperturbable, porque ninguna otra montaña lo cierne y desde su cima, se ve todo. Está a los pies del Everest, y visibiliza sin binoculares el Makalu.
Encaramos en la mañana, sin las mochilas que se quedaban en el albergue de Gokyo, el de la hija de Pemba de Phanga. Encaramos mal. Pensamos que en dirección al collado de Renjo La había un camino más accesible y no tan empinado pero terminamos subiendo de manera más bestial que por el sendero vertical normal. Se nos hizo realmente como el dicho «cuesta arriba», pero llegamos, a las zancadas, agarrándonos del aire, en cuatro patas, por angostos senderos de yaks o cabras, cada vez era más vertical y con menos escalones donde poner los pies, pero llegamos, y no por eso pensamos que hemos llegado a lo más alto. La vista desde la cima del Gokyo, a 5660 metros, es vasta. Se ven los tres lagos hilados de la mano, parte del glaciar de Ngozumba que debemos cruzar más tarde, otros lagos congelados en dirección a Renjo La, el Everest, y el séquito de montañas veladas de blanco que lo rondan.
Bajamos. Comimos algo, descansamos. Volvimos a calzarnos las mochilas y salimos para cruzar el glaciar de Ngozumba. Un glaciar, al parecer en Nepal, no es lo que imaginamos los que vivimos en Argentina. Este glaciar parece haber sufrido una extirpación de su propia entraña. Es un hueco de la tierra. Como si la erosión le hubiera arrancado las tripas y algunos órganos y hubieran quedados las cavidades caladas, paredes de hielo en las que se han grabado las huellas de antiguas paredes hermanas que han sido desgajadas con una fuerza infernal o apocalíptica de su origen. Son huecos. Enormes bocas de roca y hielo a las que les falta su otra parte, y esa otra parte, hoy o es morrena del glaciar, deshecho, pequeñas piedras trituradas por esa fuerza infernal apocalíptica, o son agua que conforma pequeños lagos algunos de ellos apenas congelados por el frío en su reminiscencia de haber sido sólidos y haber tenido forma alguna vez.
Caminar por ahí, por las morrenas, cruzar el glaciar de Ngozumba, no es cómodo. Todo lo contrario; es fastidioso, es molesto. Las morrenas son como pilas de canto rodado, frágiles y blandas donde nuestras botas se hunden en cualquier dirección. Hay que cruzarlo. El camino no es claro pero uno conoce la dirección y pasadas esas morrenas, la desolación que nos circunda ofrece un sendero, dentro del mismo panorama desolador. Algo nuevo. Algo diferente. Tras caminar un poco más por ese sendero ya sobre más en firme, se llega a Thannang que algunos llaman Dragnag. 
Todo es más caro a esta altura, un dhal baat llega a costar 650. 

De Dole a Gokyo

Le dimos de un tirón y llegamos a Gokyo. Qué belleza es esto. Las montañas, los manchones de nieve, y los tres lagos enlazados, cada uno, tras el otro, más sorprendentemente turquesa.

De Dole es subir. Y subir. Se trata de un faldeo bastante confortable para lo que de esto se trata, y sarna con gusto no pica, el placer llega, los lagos aparecen, y lo hacen sin aviso, como por arte de magia, al final de varias horas de peregrinaje. Faldeando se pasa por el pueblito de Lhabarma, y después por Luza, y luego a Machherma. En medio aparece un subi y baja de esos que paracen querer fastiadiarnos o agarrarnos para la joda, o tomarnos el pelo, pero no hay que darles el gusto, hay que disfrutarlos, hacerles entender que en vez de todo eso, cada uno de sus altibajos nos está regalando un panorama diferente del mundo, del derredor, y de nuestro interior también, porque a cada paso, arriba, o abajo, respiramos al mundo de diferente manera, y lo aprehendemos así, con todos sus matices, agitados a veces, y cómodamente, otras, y sin pensar en nada muchas, y pensando en todo otras muchas veces. Subiendo, bajando, respirando, sin aire, pensando o sin pensar, paramos en Phanga donde nos recibe la sonrisa amable y la generosidad desinteresada de rupias de Pemba. Nos invitó té con leche, agua para el mate, estaba tan feliz de recibirnos. Nos cocinó un chow mien inigualable y suculento como ninguno, y nos recomendó el albergue de su hija si llegábamos a Gokyo, y llegamos. A 4800 metros de altura. Fue un buen camino. El primero y pequeño lago, Lonpongo, apareció de pronto, no esperábamos nada, después llegó el segundo, Taujuna Cho o Taboche, un poco más grande, un poco más azul, y después el impresionante y turquesa Dudh Pokhari, todos ellos como tomados de la mano a través de hilos de agua que unen a uno con otro, como si temieran extraviarse entre tanta magia, confundirse entre las pircas de piedras que mezclan el camino y confunden a los espíritus errantes para llevarlos más allá de cualquier señal certera. Me encanta este lugar. Conjuga de verdad la magia pura de todos los senderos del Himalaya. Parece en el centro de las cadenas gigantes del mundo. Desde Gokyo puede llegarse a la cúspide del planeta, a ver hacia un lado y al otro el Makalu o el Everest. Lo haremos mañana. Mañana intetaremos conquistar al Gokyo, una humilde cumbre de 5360 metros desde la cual puede verse la geografía total del Himalaya.


Nieve, lagos, montañas cara de piedra que nos cercan ya sin la incertidumbre de las ramas del bosque, ya estamos juntos, frente a frente. Algunas prefieren olvidarnos, hundidas en la niebla. Otras se nos adelantan a cada paso nuestro. Defienden su territorio. Lo dominan todo. No queremos invadirlas, sólo conquistarlas, seducirlas, con el respeto que su magnificencia se merece. Adorarlas con nuestros pasos. Ser permitidos de ellas.