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Artículo Biciclub: De México a la Argentina, madre e hijo en bicicleta

María Taurizano (49) y su hijo Martín (25) concretaron una muy inhabitual travesía por Latinoamérica. Ambos nacieron en San Pedro, Buenos Aires, pero son nómades por naturaleza. Cada uno por su lado ha vivido en distintos puntos del planeta, inmersos en diferentes culturas. A principios del año pasado decidieron reunirse para encarar el apasionante viaje en bici que María nos cuenta a continuación en primera persona.
Por María Taurizano

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“Lo hicimos. Nos vinimos desde México DF hasta Argentina (a nuestra ciudad, San Pedro) en bicicleta y llegamos siete meses y medio después. La idea fue de Martín (25), mi hijo. Él vivía en México desde 2003. Nos habíamos mudado después de pasar una temporada en Barcelona. Siempre fuimos nómades y en ese entonces los caminos de la vida tomaron ese rumbo. Desde 2003 y hasta la actualidad, mis dos hijos y yo nos seguimos moviendo. Farid, el mayor, regresó a la Argentina para hacer la universidad, yo me fui a Palestina, a Turquía, a Bulgaria. Martín salía esporádicamente de México y nos encontrábamos en algún otro lugar. A caminar el mundo, escalar montañas, navegar los mares. En bicicleta teníamos en nuestro haber dos excursiones breves, una por el Valle de los Reyes y el Valle las Reinas, en Egipto, y otra en los mil templos de Angkor, en Camboya. Pero lo que se dice viajar en bicicleta, iba a ser la primera vez.

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La propuesta de Martín se descolgó de alguna elucubración existencial en un momento de esos en que uno se pregunta qué hacer con la vida, cómo seguir adelante cuando el panorama es incierto. ¿Y si nos vamos a la mierda? Irse a la mierda es la liberación ante la incertidumbre de tener que hacer algo con esa vida; en definitiva todo el mundo hace algo de su vida, aún el que no hace nada. Así que mejor nos vamos, seguimos andando y esta vez (por falta de presupuesto y exceso de ganas de conocer palmo a palmo el mundo y nuestras potencialidades), en bicicleta.
Yo compré una bicicleta. Nada del otro mundo, una barata, rodado 27.5, con 21 velocidades y frenos v-brake. Martín tenía una un poco mejor, rodado 29 y con frenos a disco y 24 velocidades. De todo esto cuyo léxico ahora parezco manejar, en ese entonces no entendía nada. No tenía idea de cuándo ni cómo subir o bajar un cambio, ni tampoco de los platos, el piñón o las llantas. Y no me entrené, no. Andar en ciudad de México de casa al trabajo, tal como lo había previsto, me daba miedo. Siempre tenía la visión drástica de que algún vehículo desde atrás me iba a pasar por encima. Todo mi entrenamiento previo se redujo a tres domingos en los que algunas calles del DF están habilitadas para ciclistas. En total, 144 kilómetros de paseo sin interferencias de más vehículos que gente patinando, haciendo footing o jugando al monopatín.

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Salir a la ruta en ese estado fue duro. Las alforjas eran de cuarta, hechas de tela como de uso urbano y pequeñas sobre portaequipajes de rodado 26 adaptados con abrazaderas porque aún no se fabricaban o en México no se conseguían para rodados 27.5 ó 29. Teníamos poco dinero. Pero al cumplirse la fecha comenzamos con el propósito.
Atamos los bártulos como pudimos. A una cuadra de la casa se me salió la cadena y a menos de dos kilómetros se nos empezaron a caer las cosas. Pero pusimos la cadena, volvimos a anudar los bultos y arremetimos.
Pedalear en la ruta era mucho más difícil que la imagen idílica que yo me había hecho de circular plácidamente por una calle lisa y plana. América Latina nunca es plana, en ningún tramo. Algo que se me grabó a sangre y fuego para siempre. La bicicleta me estorbaba, el bulto se me bandeaba o se me caía y durante los primeros meses pedaleé con la paranoia de que me atropellara un camión. Martín me aseguraba que ellos me verían, pero me pasaban tan cerca que yo presentía que me esquivaban cuando me tenían a uno o dos metros, como si hasta ese momento no se hubieran percatado de la presencia del ciclista.

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Al cabo de unos meses (¡sí! unos meses) empecé a disfrutar. Viajar en bicicleta se convirtió en algo maravilloso, un reto físico en el que mi ser se conjugaba y se entendía con la naturaleza para saber escucharla, aprender a detenerme, a no ser obsecuente ni caprichosa sino a obedecer al viento o a la lluvia cuando se imponen muchos más necesarios que nuestra insignificancia en una vía del ancho mundo.
Viajar en bicicleta se convirtió en la movilidad ideal, ya que nos permitía llegar a todas partes sin perdernos nada. Una frecuencia promedio de 100 kilómetros diarios nos obliga a parar en cada pueblo. La sed nos obliga además a parar en cada puesto o caserío.
Conocimos la realidad de América Latina y la belleza que no sólo está en los horizontes marinos o en los atardeceres, en los caribes turquesas o las selvas, en las montañas y las cascadas cristalinas. Más allá de todo esto, más acá, está la belleza de la gente. En lugares a los que nunca nadie va porque no son destino turístico, porque no tienen ni el Caribe turquesa ni la selva verde, ni la montaña, ni el atardecer, ni la cascada cristalina, pero donde uno se sienta a descansar y descubre los combates de Camilo en una charla, la desesperanza de Hilda en una hamaca, a Joel y Marcos jugando a la pelota, a Maricela acunando una muñeca de trapo a la que le falta una patita y ella besa con ternura inusitada. Nos miran, descalzos, con sus bicicletas de herrería suburbana, con las sonrisas que resplandecen como el sol de la siesta, gente del color de la tierra que es al fin y al cabo quien nos acoge y nos alberga en esta travesía. Esa es la belleza del mundo que los paquetes turísticos ignoran, donde está la gente a la que ahora pertenecemos y nos pertenece.

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La bicicleta nos dio mucho más que transportarnos desde México hasta Argentina. Cada día aprendimos y nos hicimos parte de una realidad oculta y desconocida y escribimos una página acerca de lo andado. Aprendimos acerca de la ruta, de si hay o no agua, camping, hostel, pueblo, caserío. De si la carretera sube o baja, si está en buen estado o es precaria, si es de tierra, arena, asfalto o canto rodado. Cada día, además, aprendimos una historia real de gente que nadie conoce, pero que está ahí, nunca se acaba y sale como de los hormigueros de la tierra, con sus costumbres, lenguajes, quehaceres, alegrías y penas, carencias y abundancias y allí, siempre, su generosidad y camaradería. Todas esas páginas conforman nuestro libro América Latina en bicicleta, que pronto editaremos y presentaremos junto con una película que pretende resumir tanta riqueza.

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Las personas que quieran reservar ese material, pueden escribirnos por mail. No tenemos sponsors, todo lo hemos hecho a pulmón, vendiendo en México aquello que no necesitaríamos y trabajando durante el viaje, así que se aceptan colaboraciones. Instamos además a viajar en bicicleta. Si tenés este sueño, animate. Si necesitás un empujoncito, escribinos. Charlar con nosotros es gratis; siempre respondemos los mensajes. Alentarte, contarte acerca de nuestros caminos es como volver a andarlos y eso nos encanta.”

Fuente: http://biciclub.com/de-mexico-a-la-argentina-madre-e-hijo-en-bicicleta/

La casa con ruedas, un sueño, una realidad

Nota publicada en La Opinion Semanario

María Silvina Taurizano es sampedrina y vivió siete años en México, hace un tiempo se planteó la posibilidad de cruzar por tierra América Latina hasta llegar a Argentina y fue en auto que recorrió casi 17.000 Km., el viernes pasado, luego de casi 115 días al volante y de visitar varios países, las ruedas de su vehículo pisaron suelo sampedrino.

 

Una mujer valiente, varios destinos, todos los caminos, una impecable composición de paisajes entre soles y tempestades e interminables sensaciones y vivencias se entremezclaron en esta aventura tan única que María fue desafiando desde hace tres meses y medio. Como ella misma la denominó “en femenino”, su burbuja, su autita colorada, la condujo sin apuros y con calma a un destino que no sólo imaginó, sino que alcanzó gloriosamente habiendo sorteado dificultades imaginables, otras no tanto, pero con un saldo favorable y definitivamente un sueño hecho realidad.
Es complicada la tarea de relatar una aventura tan propia y tan personal como la de María Silvina, pero fue ella misma quien fue narrando sus vivencias, describiendo cada carretera adornada por su propio paisaje, cada naturaleza viva, todas o la mayoría de las sensaciones, sus amistades, sus charlas con compañeros de ruta, sus encuentros y desencuentros, los problemas que fueron surgiendo, las ilusiones, sus ganas de compartir, mostrando a través de imágenes cada lugar, para que los lectores tengamos el panorama más simple y podamos imaginar parte de esta hazaña tan propia, tan suya, aunque todo haya sido intensamente relatado, para que quienes hayan seguido su rumbo, puedan al menos, abordar parte de esta marcha descendiendo hacia el sur.

Todos los caminos conducen al sur
El 31 de octubre fue la largada triunfal desde Guanajuato, donde vivió y trabajó durante siete años, tal como ella misma relata en su blog: lacasaconruedas.blogspot.com, que utilizó como diario de viaje, y en el que mantenía a sus seres queridos informados durante todo el itinerario, nadie se iba a dormir sin antes tener noticias frescas durante el período de viaje.
A bordo de su Pontiac Matiz modelo 2007 rojo, ya con casi 14.000 Km. antes de la partida, emprendió su camino, “aunque sea no más que una carcaza de lata con ruedas es mi casa, mi casa con ruedas, que lleva las cosas que elegí de entre todas las cosas porque a pesar de ser cosas tienen un valor agregado”, relató en algún trayecto.
Sin demasiadas preocupaciones de horarios, porque no había ni aviones, ni colectivos por perder… simplemente múltiples rutas por recorrer y mapas que alineaban su brújula hacia el sur, el destino final sería San Pedro, Argentina, ese era su objetivo.
Su recorrido abarcó once países: México, Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Chile y Argentina, cada uno añadió a su retina y a sus recuerdos de todo un poco y un poco de todo lo que sus ojos retuvieron para quedarse siempre en ella y en esta enriquecedora experiencia que eligió. Nadie mejor que ella puede narrar a lo largo de sus 115 días de viaje por América: ripio, lluvias, flores, humedad, calor, bosques, junglas, selvas, fríos, vientos, playas, arena, mar, bruma, olor a tierra fresca, matices de todos los verdes posibles y verdes brillantes, montañas, volcanes, arrieros, vacas, rebaños, azules y grises cielos, caracoles, mareas, palmeras, mariposas azules, cerros, pantanos, desiertos coloridas o blancas ciudades, casonas antiguas, museos, costa y entre todo, mates, muchos mates acompañando fielmente su camino, el que ella eligió. “Cada pueblo, cada ciudad, abre las puertas de su galería en conmemoración de los que dieron su vida en esta lucha”, relató mientras estaba en Nicaragua.

El viaje con ella misma
“Mi casa se desarma y se vuelve a armar seguido”, relató mientras estaba en Perú, para esto, mucho de lo soñado se iba concretando y otro tanto quedaba en sus anhelos y deseos por definir. Algunos destinos fueron predilectos, otros no tanto…y así el desplazamiento con su coche se iba inventando palmo a palmo.
El viaje fue pensado un tiempo atrás, su principal objetivo y sus ganas eran cruzar América por tierra, “si hubiese sido en casa rodante mejor” pero como los números no daban, logró comprar un auto en cuotas, aunque antes realizó un viaje para sentirse segura para desafiar el volante, en esta oportunidad sola, sin sus hijos, sólo ella, sus recuerdos y sus mates se conjugaban dentro de su propia burbuja, esa que sería su casa, sin dudas, su casa con ruedas.
Contaba con 2.270 euros y unos 380 dólares. Esta suma de dinero sería suficiente para hospedaje, nafta, comida y otras necesidades que fueran surgiendo, no mucho más que eso, pero los imprevistos también estuvieron a la orden del día.
Cruzar Panamá no fue fácil y allí se instaló la angustia, la bronca, la impotencia, las lágrimas y mucho dinero perdido para pasar su auto en barco junto a sus pertenencias con valor tan significativo para ella que viajaron en container. Parte de sus recuerdos y objetos tan valorados se atesoraban en el vehículo, mientras ella cruzó en avioneta hasta llegar a Colombia, pero el mal trago pasó, tuvo que perder muchos más días de los imaginados y trabajar para recuperar algo de los U$S 1.300 que le costó el trámite y los papeles del cruce del canal de Panamá.

El tiempo que no es, el que no se siente
“Me he sentido parte de este sitio y de esta gente. Me voy llena de todo, de aire puro y de promesas. Sigo el rumbo. Hacia otros valles”, escribió en su blog desde Panamá, luego llegaron fuertes emociones, más vivencias y unas cuantas anécdotas relatadas en su diario que cada día improvisaba con relatos desde Internet. En el camino no usó ni GPS, ni notebook, ni celular, optó por los medios de comunicación tradicionales y para publicar sus noticias buscaba Cyber cafés.
Las descripciones de la rutina eran completas y detalladas, desde las rutas, el clima, la idiosincrasia de los habitantes, las culturas, los colores y aromas de las ciudades, los hoteles donde pernoctaba, los momentos compartidos con compañeros de emociones, las comidas y cuánto le costaba cada día en dinero.
“Con una emoción que ustedes no pueden ni imaginarse llegué a nuestra Argentina, apasionada, cara dura, intrépida, controvertida, peleadora y tan querida! Cuando vi la bandera, ahí, ondeando en el mástil como haciendo un zarandeo de zamba, distraídamente, el cartel de BIENVENIDOS A ARGENTINA, apreté el timón y me puse a llorar. Y después a reirme y después en el camino, a carcajadas”, apuntó María en sus escritos.
“Desde que crucé la frontera, desde un poco antes para ser sincera, desde que aquel desierto mustio se empezó a poner a naranja en Atacama, no hay paleta de pintor ni muestrario de pinturería que alcance para matizar los colores de nuestra Argentina y además el llano ahora el horizonte infinito”
Una historia tan disfrutable como emocionante trazada en 115 días llenos de magia y camino por recorrer, un recuerdo que será infinito. Nuevos rumbos la llevarán hacia nuevos destinos, pero sin prisa y con calma, todos los caminos de esta aventura la condujeron hasta un lugar en el mundo: San Pedro.
“Es tan hermoso ser testigo en el camino. Yo no podía imaginarme mi vida sin el viaje. Haber hecho este recorrido, no lo cambio por haber hecho en estos meses ninguna otra cosa. Mi casa es acá, aunque pase de visita, aunque no permanezca. Argentina es mi casa”, reafirmó entre sus interminables palabras expresadas luego de haber alcanzado uno de sus tantos desafíos.

ENCUENTRO EN PANAMÁ-Con la vida en un carro

Cual caracoles que llevan su casa a cuestas estas dos mujeres argentinas que de casualidad se reunieron en Panamá en su recorrido por América, viajan para aprender y enseñar
DARMA L. ZAMBRANA
dzambrana@laestrella.com.pa

Sus casas las llevan a ellas, un poco como el caracol pero a la inversa. Sus carros, en los que recorren kilómetro tras kilómetro en la superficie inmensa de esta América, son sus casas. Allí tienen de todo. Sus recuerdos más preciados, las fotos de sus hijos, sus enseres de cocina, su ropa, un mapa, quizás una carpa, un GPS que no funciona y una de ellas hasta un rottweiller de miedo.

Con el pelo castaño muy corto, el flequillo casi blanco en la frente y cuentas de colores en uno que otro mechón de cabello, Zulema sorprende a quien la conoce por su nueva ocupación: jubilada viajera. Pero no porque viaje o porque esté jubilada, sino porque a sus 61 años viaja sola por los extensos caminos del continente sin más compañía que Pelé, su robusto rottweiler de 7 años, que la protege celosamente día y noche.

Zulema que afirma que es del mundo, nació en una casa de viajeros, pues sus padres le dieron la vuelta al mundo varias veces, se jubiló el 1 de julio de 2008 y el 15 de ese mismo mes dejó la casa donde vivía en El Calafate, muy cerca del glaciar Perito Moreno en la Patagonia argentina y empezó su periplo por el continente. A bordo de una Toyota Four Runner 2001 de color rojo que tiene la bandera argentina en todas partes, con el asiento del copiloto ocupado por Pelé, se incorporó a un grupo de vehículos doble tracción que desde Iguazú hace todos los años un recorrido por la Amazonia.

Manejó por 20 días entre Brasilia, Belem, las Guyanas, Manaos y otras poblaciones sin un peso en el bolsillo esperando que le llegara la primera remesa de su jubilación. Así llegó a Venezuela, estuvo en Colombia y Panamá antes de llegar a Costa Rica donde permaneció 40 días para regresar aquí y continuar su recorrido hasta Alaska que es su destino. No tiene apuro, quiere disfrutar de todos los lugares por los que pasa, quedarse y partir cuando le plazca.

“Tengo fecha libre hasta junio de 2010”, cuenta, “porque estoy anotada en una caravana que parte desde el norte hasta Chile para celebrar el bicentenario de ese país”, agrega y después Zulema seguirá viajando hasta “que el cuerpo me deje”. Para ella viajar y conocer gente es una experiencia única, una forma de crecer y madurar. Y empezó muy joven, a sus 17 años formó parte, junto a su madre y dos hermanas, del equipo argentino de hockey femenino y estuvo en Alemania y España representando a su país.

Maestra de Educación Física hasta su jubilación, Zulema no le teme a nada, salvo a perder el coche porque eso significa “perder la vida”. Confiesa que la inseguridad le preocupa un poco, “no me da miedo”, dice, “la gente me ayuda mucho y ya tengo mi vida hecha, no me importa si me pasa algo y me muero en el camino, solo me preocupa mi perro”. Divertida comenta que su hijo, que la apoya en todo lo que hace, le ha pedido que “no te vayas a morir muy lejos, de repente tengo que ir a buscarte”.

Esta mujer de pequeña estatura, bronceada por los soles de muchas jornadas al aire libre se topó en Panamá sin pensarlo con otra, 18 años más joven, también argentina que hace el viaje en sentido inverso pero al igual que ella con su casa a cuestas. María, que ha viajado mucho con sus dos hijos y que desde octubre pasado, hace una travesía por primera vez en su vida sola, sin ellos conoció a Zulema cuando ambas tomaron contacto con Tea otra compatriota residente en Panamá que las ayudó en los trámites de traslado de los vehículos.

Después de vivir 6 años y medio en Guanajuato, el tiempo más largo en alguna parte, María cuenta sonriendo y entrecerrando sus pequeños ojos verdes que “seleccioné de mi casa lo que tenía algún significado para mí y lo metí en mi auto. Primero los adornos, los barquitos de diferentes países, las muñecas de coco, las balsitas de Bolivia, los sombreritos de Turquía, las castañuelas de mi abuela que era gitana, la bandera de Argentina y me marché”. Su automóvil un Matis Pontiac 2007 color rojo fuego se ha convertido en su casa mientras llegue a San Clemente del Tuyú, al sur de la Provincia de Buenos Aires, donde piensa recalar después de recorrer Centro y Sur América.

Menuda, musculosa, también bronceada y con el cabello negro recogido en dos trenzas, María ha hecho de todo para sobrevivir y puede intentarlo todo si es necesario. Tiene en el Matis una valija de disfraces y una máquina de escribir Olivetti, donde ya ha escrito cuatro novelas de ficción con elementos de todas las personas que va conociendo en el camino. Ha trabajado como actriz, cantante, periodista, patinadora en hielo, acróbata y es maestra de profesión.

Desde que nacieron sus hijos ha hecho infinidad de viajes con ellos. Cuando llegaban a un nuevo lugar si les gustaba se quedaban y si era por una larga estancia María les buscaba escuela y ella trabajo para partir de nuevo cuando tuviesen ganas. Así estuvieron en diferentes países de Europa y América. Hoy ambos hijos, de 19 y 21 años, ya han empezado a hacer su propio viaje, es decir su vida y por eso ahora ella emprendió este recorrido sola con el propósito de encontrar un lugar donde vivir y trabajar “y dedicar el resto de mi vida a mejorar las condiciones de vida de otras personas y aportar a los procesos sociales en Latinoamérica”, dice María.

Ahora mismo le interesa trabajar en Venezuela, Bolivia o Nicaragua. Tiene en perspectiva un proyecto comunitario como voluntaria en Palestina por un par de meses y después un tiempo en América Latina. “Siempre es por un tiempo y nunca sé cuánto”, dice María que a lo único que le teme es a la idea de “instalarse” en alguna parte, “mi vida es andando” agrega pensativa, mientras sorbe un poco de mate “el auto es mi vida, es lo que me lleva y me trae, todo lo que me interesa está en él, ahí está mi pasado”, agrega.

“Cuando empecé a viajar, tenía pronóstico de melancolía” recuerda María, pero aclara a continuación que felizmente aún no la ha experimentado. Nunca se ha sentido sola y por eso no siente la necesidad de viajar con nadie y, por el momento, tampoco le hace falta una pareja. “Me basto a mí misma”, asegura, “solamente estaría con alguien como el Comandante Marcos, con quien comparta los mismos principios de lucha, de otro modo no”, dice haciendo referencia al guerrillero zapatista.

Y en eso coincide con Zulema que mientras sigue cebando mate, opina que no quiere que nadie le cambie el rumbo y por eso prefiere viajar sola.

“Los argentinos somos todos inquietos” dice María reflexionando sobre el viaje de ella y de Zulema, dos mujeres fuertes, decididas y valientes, que por encima de todo han comprobado y demostrado que se tienen a sí mismas.

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