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De Pisang a Mungji

Hoy es 15 de abril, y según lo que habíamos planificado, estamos más allá de donde deberíamos estar pasado mañana. No es por sacar ventaja de nada, es la naturaleza a nuestro alrededor y lo que nos ofrece el camino es una sorpresa constante que no tiene desperdicio, y aún cuando significa subir y subir, uno se olvida por completo del esfuerzo físico, los pies van solos como si ellos quisieran ver, y la mochila en la espalda es totalmente parte de uno.

Hoy fue realmente alucinante. Martín dijo que esto cada vez se pone mejor, y es verdad. Son monstruosas, las Himalayas son unas moles que se nos aparecen y se nos plantan ante nuestros ojos y aunque sean grande porque son nuestros ojos los
que las ven, como al cielo, es casi imposible verlas y verlas por completo. Uno se detiene a mirar, y ellas siguen sorprendiendo con más picos, con más cuerpo brotando desde el infinito, es como si crecieran. Uno las ve, y al rato parecen más inmensas. Y somos tan pero tan pequeños, tan poca cosa, tan nada, ante tanta majestuosidad. No hay palabras para poder describir la imponencia de estas montañas. Blancas. Cubiertas de gruesas capas de nieve y hielo, una parece bañarse hacia la otra en espuma, y así siguen, entretejiéndose unas a otras todo alrededor, y con esos picos que se lanzan al espacio de repente desde una nube que decide correrse como el telón para esa representación de magnificencia. Me conmueve estar entre ellas, me supera.
Hoy caminamos desde Pisang, Upper Pisang o Pisang de arriba, hasta Mungji. Fuimos por el camino difícil; difícil pero bellísimo. Hay dos formas de salir de Pisang: por la carretera en construcción o por la montaña. Por supuesto elegimos por la montaña. Fue una subida durísima, pero tuvo su premio, y su gloria. El premio, constante. Ver durante toda la subida el macizo de los Annapurnas, cada vez más en su amplitud, y al llegar a la cima a 3800 metros, dos horas después de haber salido: Ghyaru, un pueblito tibetano encaramado en la montaña con sus casitas de piedra y su gente simpática. Toda la gente por acá es simpática. Ellos sonríen. Son hermosos. Tranquilos. Amables. Buena gente. Nos sentamos ahí, frente a la gompa que está al pie de Ghyaru, a tomar unos mates con todo ese panorama increíble, una danza de blancas gigantes doblándose  caprichosamente, recortándose del cielo.
Seguimos nuestro camino bordeando la montaña, guiados por los chortens, que son monumentos de piedra con rodillos de oración que debemos pasar por la izquierda y hacer girar. Lo hacemos, y todo se conjura en una paz inexplicable. El aire frío de la altura, las montañas imponentes que sostienen y vigilan nuestros pasos, los rodillos de oración de los chortens. Es tan hermoso!
Seguimos hasta Ngawal, dos horas más desde Ghyaru. En Ngawal comimos el típico dhal baat y unos macaronis. Tratamos de hablar en nepalí, lo poco que sabemos y podemos, y ellos se ríen y se entusiasman en hablar con nosotros.
El plan inicial era dormir mañana en Ngawal, ya habíamos adelantado un día al llegar a Chame. Hoy pasamos de Ngawal, y sin querer, nos pasamos de Bragha, que era donde deberíamos haber llegado pasado mañana. Esto significa que llevamos dos días
por adelantado nuestro peregrinaje. No porque sea una carrera, simplemente porque nos gusta, porque nos sentimos bien, porque nuestros corazones se van acostumbrando a la exigencia de latir más rápido para bombear el oxígeno necesario para estar bien. Y estamos bien.
Nos pasamos de largo de Bragha y llegamos a Mungji donde decidimos quedarnos. Estamos en un albergue que cuesta 100 rupias, 1 dólar con 17 centavos. Después la comida es más o menos siempre 4 dólares, pero si es dhal baat, nos dan para repetir, así que más no podemos pedir.
En este lugar no sé si hay luz, internet menos que menos. Ya hemos tenido que sacar todo nuestro abrigo. Ayer nevó en el camino, y aunque caminando no sentimos nada de frío, al detenernos, hay que abrigarse.

de Malovitsa a Musala

Aquí hay que movilizarse en autobús, ya que Malovitsa se encuentra en las Rila del Noroeste, y Musala en el este. Si bien Musala es el pico más alto con 2925 metros de altura, no es el más escabroso para alcanzar su cima. Creo que los más escarpado y también lo más emocionante, es el ascenso a Malovitsa del día anterior, a 2730 metros de altura.

Saliendo de Malovitsa hay que llegar hasta Samokov. Hay un bus a las 5 de la tarde, pero si no se puede esperar, se puede hacer dedo. Fue lo que yo hice a eso de las 10 de la mañana. Un auto me alcanzó hasta el pueblo de Govedartsi, allí tomé una combi hasta Samokiv, y luego en Samokov hay que tomar otra combi hasta Borovets. En temporada salen todo el tiempo, así que no es problema.
Entre pitos y flautas llegué a Borovets a más de la 1 de la tarde. Como era tarde para hacer las 6 horas de camino hasta la cumbre, decidí tomar la góndola, pero para mi sorpresa, ese día justo no funcionaban, así que sin que me quedara otro remedio, a eso de las 2 pm empecé a caminar por debajo del cable de las aerosillas para no perderme. Luego tomé un camino de tierra. El sendero no es un sendero y está muy civilizado. Pasan jeeps todo el tiempo, las primeras tres horas de camino son de esta manera. Es incómodo y aconsejo a quien vaya, si las aerosillas funcionan que las tomen y luego sigan caminando, ya que, la mejor parte empieza en la estación final de las góndolas. Sin embargo, también aconsejaría que si hay que optar a qué sección ir de las Rila, se vaya al noroeste y se caminen los senderos de los Siete lagos, lo mejor de esta breve travesía, Skakavitsa, Ivan Vasov, y el paraíso de Malovitsa, lo valen! Recuerden que en Ivan Vasov no hay luz eléctrica y que no les pase como a mí que por no preverlo llegué sin baterías para sacar más fotos y perdí un montón de vistas de la nieve en las cumbres y los caminos, vistas que sin duda quedan en mi memoria y deseo a los demás puedan ver con sus propios ojos.
Por ahora, hasta aquí fueron las Rila para mí, queda mucho por andar. Hasta la vista, Rila!

 

 

 

 

 

de Iván Vasov a Malovitsa

 

Otra vez llegué cansada. Un poco. No puedo entender que esté cansada. Será que me faltan las vitaminas y me hice adicta? Me fastidió la bajada. Famosa bajada a Malovitsa. Desde la cima del pico que encierra el paraje, a 2700 metros de altura y chirolas, hay que bajar a 1960. Es un suplicio. Todo el día hubo mucha niebla, tanta que no se veía el camino, no se veían las marcas. Me perdí dos veces, pero volví atrás y me encontré. La primera vez que me perdí fue a pocos minutos de salir de Ivan Vazov. Me había dejado llevar por la intuición, y pensé que iba bien, pero decidí volver atrás porque encontré marcas que no correspondían con mi sendero, me llevaba al Monasterio, y no quería ir otra vez al Monasterio, pero sí quería venir otra vez a Malovitsa. Es tan hermoso este lugar. No pude sacar fotos todavía, de acá. Ayer, con tanta belleza de los lagos, se me gastó la batería y en Ivan Vazov no hay electricidad así que no la pude cargar. Saqué un par en el camino, con la resaca de la batería, pero muy pocas. Hubo mucha nieve en el trayecto, ayer nevó por acá. En el caminó llovió bastante. Cubrí la mochila y aunque se me mojó el buzo porque la campera de agua la perdí en Laos, ya me cambié y tengo buzo seco. Salí a las 8 de la mañana. A las 8 y media estaba perdida, y a las 9 y media llegué al lugar al que debería haber llegado supuestamente en una hora, el cruce de caminos por donde ya había pasado ayer. Me perdí por distraída, por cieguita sin anteojos, y por la niebla.

El camino sube mucho, otra vez, es muy agreste. Al principio hay camino de tierra, de barro por las lluvias, y después mucha piedra. Piedra a secas, grandes, y esta vez, mucha agua. Brotan arroyos y cascadas por doquier. Crucé varios tramos de nieve a las patinadas, no traje los bastones, no creí que hicieran falta, quién iba a decir que nevaría. Me hubieran venido bien en
el descenso. No me caí cincuenta veces como el año pasado. Esta vez me caí menos. Tres veces nada más. Y eso que estaba más patinoso. En total tardé 7 horas en llegar desde Ivan Vazov a Malovitsa, pero a eso hay que restarle descansos, me senté unas cuantas veces, y las dos perdidas. La segunda vez, no fue una perdida, fue una pifiada, pero esa pifiada, sin querer, me llevó a la cumbre del cero Malovitsa, 2729 metros. Espectacular! Había dos caminos con la marca roja y blanca que era la que yo seguía. Seguí una y se ve que era un camino viejo que luego de caminar quince minutos se cortó en un precipicio donde había un cartel medio borroneado pero en el que se leía claramente y con rojo STOP! Había un mástil y un monolito de piedras que alguna vez debe haber tenido una bandera. Ahí, sin saber todavía que había llegado a la cumbre, pegué la vuelta para agarrar por el otro
camino que sube por el borde de rocas, similar al que hicimos el año pasado, pero va por otro lado porque no pasé el cable.
Malovitsa está más lindo. Más flores. Más verde. Más vegetación. Vi a un par de caras que recuerdo del año pasado. Este lugar es soñado. Y además de soñado, le voilà, existe de verdad en este mundo.

de Skakavitsa a Ivan Vazov-los Siete lagos

Impresionante. No hay palabras para describir tanta exuberante belleza. Los lagos empezaron a asaltarme la vista sin darme respiro. Un después del otro.

Pero lo primero es lo primero. Y lo primero hoy fue llegar hasta la primera hizha llamada de Rilski ezero. Saliendo de  Skakavitsa, la señal es clara. Se sale por donde hemos llegado. Hay una bifurcación, a quince minutos de haber salido, que
ofrece tomar el sendero de la marca roja, directo hacia el lago Babreka (Riñón. Tiene esa forma), que sería el tercero, y que será el primero más llamativo que encontremos muy cerca del camino. Hay otros antes, pero son más pequeños y se ven desde arriba, aunque es posible bajar, no están tan cerca. Si uno toma el sendero marcado con señal roja, no verá los primeros lagos. Yo no agarré la bifurcación. Seguí por la señal verde, para ver todos los lagos. Este sendero, el de la marca verde, no parece ser muy transitado, iba completamente sola, hay árboles caídos en mitad del sendero, hay que rodear los troncos, y la vegetación avanza sobre el camino. Se llega la hizha tras una hora de andar. Hasta ahí también llegan aerosillas desde Pionerska, y esa es otra de las razones por las que no mucha gente usa el sendero. Prefieren no caminar.
Todo el día es en subida. Cada lago está un poco más arriba que el anterior. Los primeros lagos aparecen sobre nuestra izquierda. El primero es Dolnoto ezero, está a 2095 metros, tiene una profundidad de 11 metros y una superficie de 0.059 km2. Su nombre significa lago Bajo, y se debe justamente a que está en un área baja y colecta el agua de los otros  seis lagos. Sus
costas están llenas de hierbas y algas.

Enseguida vemos el Ribnoto ezero. Lago de los peses. Está a 2184 metros de altura, tiene una profundidad de 2 metros y medio y su superficie es casi la mitad del anterior con sólo 0.035 km2. Le dicen el lago sombrío porque las montañas alrededor lo oscurecen. La superficie y las costas también están cubiertas de hierbas. Cerca de él hay una segunda hizha llamada Cedemte ezera (Siete lagos).

Apenas unos pasos más y vemos a los Gemelos, Bliznaka. Se les llama así porque aunque son dos, están unidos un angosto canal. Estos están un poquito más arriba, a 2243 metros de altura, tienen una profundidad de 27 metros y medio y su superficie es de 2.10 km2. Entre los dos se destaca una elevación, un pico llamativo y hermoso que se llama Haiduta o Haramiata. Casi al mismo tiempo, pero sobre nuestra derecha, aparece el Riñón, Babreka. Es el más grande de los Siete Lagos y famoso centro de la danza Panevritnia, danza de la Paternidad Blanca. Está a 2282 metros, con una profundidad de 28 metros, y una superficie de 0.54 km2.

Imposible no detenerse varias veces ante tanta belleza que brota sin pausa de la faz del mundo. Hice un pequeño picnic en las costas de Babreka que son de rocas. Hasta aquí habían sido dos horas de camino desde Skakavitsa. Cerca de este lago está el pico Otovinski que es un lugar de relajación donde se reúne especialmente un grupo llamado la Hermanda Blanca. Desconozco.
Sólo puedo decir que ante el espectáculo me sentí enormemente agradecida y con una paz y una alegría que me conmovían a cada paso. Eso no fue nada. Seguí subiendo, y a 2440 metros, aparece el lago Okoto, el Ojo, la belleza es indescriptible, embriagante, me mareaban las orillas con la nieve volcándose sobre las aguas desde las montañas. Además, este lago, al ser el más profundo, 37.9 metros, e ve tan pero tan cristalino y azul. No es muy grande, 0.27 km2, pero su belleza apabulla y tuve que volver a parar un momento y sentarme a respirar junto a él.
Apenas pasar el Ojo, y subir un poco más, se divisa a lo lejos el Trebol, Trilistnika. Está cerca de los Gemelos, pero antes me lo
ocultaban las montañas. Lo vemos desde arriba. Se encuentra a 2216 metros, tiene una profundidad de 6.5 metros, y 0.026 km2. Y al final de lo que se llama el Circo de los 7 lagos, está el Salzata, la lágrima. Este lago está casi la mayoría del año congelado. Está a 2535 metros, es el más alto, no es muy grande, 0.18 km2, y tiene una profundidad de 4 metros y medio. También se le llama Gornoto. Sus aguas son cristalinas. Aquí ya estamos en la cima del cerro «Ezerni», desde la cumbre, la visión es a-lu-ci-nan-te.
Fue muy hermoso. Saqué miles de fotos, de las montañas alrededor. Las crestas intercaladas de las Rila. De los lagos. Creo haber visto muchos más de 7. Tanta belleza. El día fue espléndido. Me detuve muchas veces a mirar y admirar y sacar fotos. El camino normal llevaría desde Skakavitza, 4 horas hasta aquí, pero uno no podría hacer este camino sin detenerse, ni aunque
tuviera los ojos vendados, hay algo que seguro nos detendría. La paz. El aire. El silencio. El murmullo de la montaña.
Ya después de este maravilloso espectáculo, la plenitud parecía insuperable. Se sigue derecho un poco más, pasando por el borde de la Lágrima y en un cruce de caminos, si uno quiere continuar hacia Ivan Vasov, como yo lo hice, debe girar a la derecha. Es muy fácil. Muy recto. Y la hizha se ve apenas unos minutos después. Es una hora por este camino tranquilo donde
no queda más remedio que meditar acerca de lo vivido. Rememorar las imágenes que se nos han grabado en el alma. Pensé muchas veces en Martín. Cómo hubiera querido que el viera los Siete lagos. En Ivan Vasov estoy en un dormitorio común. Cuesta 13 levas. Tomé mates y comí una ensalada, 3 levas. Y me fui a bañar al río. Fresco, pero fuerte como un cosaco como diría Michel, pelé bombacha y corpiño, y me bañé con jabón y todo. Luego me tiré al sol. Se nubló, se largó a llover, y volvió a
salir el sol. Un gato negro se subió a la banca y se sentó en mi falda.

 

de Sofía a Skakavitsa

La estación de trenes de Sofia está pegada a la estación de autobuses. A una parte de la central de autobuses; no me había dado cuenta, ya que siempre salí del edificio de la izquierda, que había otro edificio a la derecha. Y en realidad debería haberlo sabido, porque ese edificio de la derecha es de donde sale los autobuses internacionales, así que el año pasado, con Martín y Stella, hemos tomado el bus a Hungría desde ahí. Me falta Martín, mi GPS. Tengo el mapa y la brújula, pero tal comme d’habitude, me perdí. Y no me preocupé, la verdad, me dejé llevar por el bosque, como Caperucita Roja, hasta que apareció el lobo a rescatarme. Pero vamos por partes. Primero lo primero. Y lo primero fue tomar el tren a Dupnitsa. Salía a las 11.40, con 5 minutos de atraso. En menos de dos horas, llegué. La estación de buses de Dupnitsa también está pegada a la estación de trenes. Así que enseguida tomé un minibús a Saparava Banya. Ahí empecé a preguntar dónde estaban los senderos. Pregunté varias veces mientras me alejaba por las calles de ese publito. No es complicado, de donde para el autobús, hay que caminar a

la derecha. Las callejuelas suben. Hay que ir en subida. Hacia el sur y hacia arriba. Cuando vi un cartel que decía -menos mal que puedo leer cirílico- Panichishte 10 km, me quedé tranquila porque supe que iba bien, aunque el camino, rutita de pavimento, no es muy confortable. El paisaje me distrajo de la pesadez del asfalto. Las cadenas intercaladas de las Rila. Me sentí feliz al verme rodeada otra vez por ese paisaje y me puse a conversar con los árboles del camino. Finalmente y afortunadamente, apareció el sendero. Seguí las marcas, pero alguna la pasé de largo y no desvié a la derecha cuando debía desviar para ir a Skakavitsa. Seguía en subida, y empezaron a aparecer carteles que señalaban Rilski ezera, y nada de Skakavitsa. Pregunté a algunos que bajaban, y no sabían, así que me dejé llevar, total, hoy hacía noche en
Skakavitsa para mañana seguir a los lagos, y al parecer me había pasado de largo y ya estaba en el camino de los lagos. Unos muchachos muy amables que bajaban me dijeron que más adelante había dos hizhas, la primera a una hora, así
que de última podía dormir ahí.
Ya llevaba casi tres horas de andar, y la mochila, pesa. Mucha comida. Así que me la voy a re morfar cuanto antes para alivianar, urgente, antes de escalar el Musala. De paso llego más fuertecita, y más entrenada con estos días previos. Creo que
perdí el estado que traía de los Himalayas, pero no podría ser tan así, caminaba también los 7 km que separan Yabor de Triavna. En fin, me recupero muy pronto. Llegué cansada. No es normal. Pero vamos a lo segundo, lo segundo es lo segundo. Cuando me di cuenta que me había equivocado de camino, decidí tomármelo con mate. Paré junto a un arroyito que antes debí
cruzar, y me preparé el mate. El agua que llevaba en el termo desde las 8 de la mañana, cuando había salido para participar de una clase de español con Mixaela, estaba fría. El mate, un asco. Pero en fin, me lo seguí tomando con calma. Me senté tranquila en una piedra. En eso veo a uno de los amables muchachos que vuelve agitado, en subida. Volvió, unos quince minutos de camino, pero volvió, para avisarme que el camino a Skakavitsa salía más abajo y había unas marcas en las piedras. Por las dudas que yo quisiera volver, pegó la vuelta, subió rápido para alcanzarme y avisarme. Yo ya había decidido según la corriente del arroyo, seguir a los lagos, pero cómo le iba a hacer al pobre amable muchacho. Encima que se volvió a avisarme. Así que decidí volver a cruzar el arroyo y volver yo también hacia Skakavitsa. Menos mal, porque el sendero era más hermoso. Puro
bosque de pinos, ideal para perderse y no reencontrarse jamás. Cada recodo  entre los pinos es igual al otro. Dónde estoy? En el bosque, donde las sombras de la tarde que cae, engañan a los ojos, que además no ven muy bien. Prestar atención. Brújula y mapa. Volví a cruzar unos varios arroyitos y allá arriba, la vi. La hizha. Relajada llegué hasta aquí. Una hizha enorme, y muy linda, que como todas estas fueron construidas e inauguradas por el comunismo que auspiciaba los deportes al aire libre. Esta hizha fue la primera. Hay unos cuadros antiguos. Lo que no había, hoy 20 de julio, era lugar. Sin cama. Pero me ofrecieron un sofá y es tremendamente cómodo. Gratis. Empecé a darle al diente a las galletitas, me tomé unos mates calientes, y la típica sopa de después del camino, sin meat balls por esta vez.
Tardé de cuatro a cinco horas entre perdida y todo. Ya estoy rodeada. En las cumbres más altas
hay nieve. El bosque verdea todas las colinas. Es hermoso.

 

 

 

 

 

 

 

 

unos primeros pasos hacia el corazón de Rila

En el año 2012, septiembre, mi amiga Stella, mi hijo Martín, y yo, zarpamos desde Kusadasi, en la costa del Egeo, con proa hacia el noroeste. La meta era hacer tierra en los Cárpatos y cruzarles el corazón a pie. Surcar Transilvania como una flecha de Cupido. Hicimos escala en algunas islas griegas y cuando estuvimos ya en tierra firme -Grecia todavía- se nos interpuso como un bastión de concavidades, Bulgaria. Decidimos atravesarla raudamente, unos primeros pasos, subrepticios, sobre las rocas. Pero el paisaje nos frenaba, era enigmático y nos atraía como un imán. Cómo descifrar las elevaciones sólidas de arena blanda de Melnik, la jungla enrevesada y virgen salpicando las calles detenidas de Sandanski, el eco sordo de los monasterios, los frentes a rayas y contrastes, las pinturas profusas en las paredes y el ojo de los Illuminati vigilando imperceptible entre un laberinto de colores; y la gente, el pueblo búlgaro, parco pero simpático, estoico pero generoso, tentaba nuestra curiosidad con sus misterios, revelando una nostalgia antigua, pesares difusos que intentábamos desentrañar. Martín sacó la única conclusión posible, «son raros».

No apuntábamos ningún motivo para caminar por las Rila, sin embargo, empezamos a caminar. Sin ninguna idea preconcebida, sin itinerario agendado, sin mapa, sin brújula. Sabíamos una sola palabra en búlgaro, «gracias», y la decíamos mal; apenas éramos capaces de descifrar una señal en cirílico, pero nos largamos.
Arrancamos por la ruta del Monasterio y seducidos porque fueran Siete y fueran lagos, intentamos encontrar el sendero a lo que el nombre prometía una obra maestra de la naturaleza. Agarramos mal. Desde el camping Zodiac, donde habíamos dormido, debíamos caminar hacia la izquierda, como regresando al pueblo o al Monasterio de Rila, y salimos a la derecha. Después de una hora de andar por la ruta de autos y tras consultar con algunas personas con las que no logramos entendernos pero a las que igual les dijimos algo que sonaba a «gracias», llegamos a un parador en un lugar llamado Kirilova Polyana. Ahí había una cartelera en un cirílico que ya nuestra intuición ayudaba a adivinar, y un mapa con varias rutas de trekking, también había un italiano que entendía búlgaro, y nosotros que entendemos italiano. Nos habíamos alejado de la ruta a los 7 lagos, así que decidimos hacer un rodeo diferente hacia el Ribni Ezera, el Fish lake. Descifrando la cartelera nos dimos cuenta que ezera significa lago, ribni sería pescado.


Caminamos 6 horas que nos pesaron más de lo normal. No es que se necesite estar entrenado, no lo estábamos, es un sendero que cualquiera puede hacer. Sin embargo el habernos equivocado de entrada, la ilusión del paraíso prometido de Siete lagos, hecha pedazos, y el equipamiento precario y mal balanceado que cargábamos, nos hicieron sentir esas seis horas como si fueran veinte. No habíamos salido temprano, caminamos con todo el sol de toda la tarde. El paisaje siempre nos acompañó con sus bellezas, las crestas de las cadenas de las Rila intercalándose una y otra vez más allá. Llegamos al refugio al atardecer, casi oscurecía, y decidimos armar la carpa. El frío fue recrudenciendo y el viento nos volaba. Estábamos a 2230 metros. En el comedor del refugio debatimos cómo continuar al día siguiente sopa de por medio y las tradicionales meat balls. Se nos acercó a compartir la mesa Kalin Petrov, con quien a partir de ese día entablamos amistad. Búlgaro y amante de las montañas, nos señaló en el mapa que si seguíamos a Malyovitsa, luego podríamos alcanzar los Siete lagos. Analizó el sendero en el mapa y señalándonos el recorrido nos dijo que no sería complicado, que había una subida, una parte plana, y luego una bajada. La parte plana todavía la estamos buscando. La subida no terminó hasta el descenso, y éste fue tan pronunciado que todos nos caímos al menos una vez. Yo muchas más, me atrevería a decir que unas cincuenta caídas. Las subidas fueron interminables. Era ver una cumbre y alcanzarla sólo para ver que detrás se escondía otra cumbre que no habíamos percibido y que también había que trepar. A partir de entonces me surgió el término «trepping» en lugar de trekking. El terreno fue muy escarpado, y toda la segunda mitad del día, por pura roca, con algunos lagos que se divisaban a lo lejos, pero poca agua circulando a mano. En un tramo existe un cable para sostenerse de él mientras se cruza un precipicio mortal. Tardamos casi 12 horas. La adrenalina nos mantuvo alertas, y tras ver el refugio de Malyovitsa, perdimos el control y el apuro, y bajamos rodando pero con calma.


Malyovitsa resultó ser el paraíso inesperado. Las montañas alrededor, el sonido del río fresco entre las piedras, el bosque de pinos, moras y frambuesas volcando sus frutos directamente en las palmas de nuestras manos. A 2729 metros y con una cabaña que fue un refugio con todas las letras, nos cobijó después de ese arduo día. Dos sopas para cada uno, y claro, las meat balls. Y hubo postre sorpresa, nunca más bienvenida, deseos hecho realidad: torta de chocolate.
Al día siguiente decidimos seguir adelante, apuntar a los Cárpatos que era nuestro destino previsto. Dejamos colgados en algún lugar del futuro a los Siete lagos, los Rilski lakes, o Sedemte ezera, ahora ya puedo saber cómo se llaman, y cómo se leen. A la salida de Malyovitsa nos despedíamos de las Rila. Pero había un kiosco, y había un mapa en un revistero: РНЛА. Fui directamente hacia él. Lo compré, como una promesa de volver. Y acá estoy, en algún lugar de Bulgaria delineando otros primeros pasos. Sedemte ezera me están esperando.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Kathmandu, odisea de un viaje de 24 horas en jeep entre Solleri y Kathamndu por rutas inconcebibles

La odisea continúa.
A las 4 el jeep debía estar en la puerta de la pocilga. Por supuesto no está. Pasan algunos
jeeps, esperamos más de una hora, ninguno es el nuestro. La dueña de la pocilga
decide salir con nosotros y nos lleva a una oficina, doscientos metros de su
casa, adonde nos suben a un jeep. Parece cómodo. El jeep anda dos cuadras, pega
la vuelta, y nos bajan, dicen que ese no es nuestro jeep. Nos suben a otro. A
eso de las 6, dos horas después de lo previsto, arrancamos. El camino es de
tierra y `piedra, desparejo. Vamos a los saltos, despacio, a 10 km por hora,
frenando, pasando pozos. El jeep toca bocina al pasar por las aldeas, sube
gente hasta la manija, hasta completar cada hueco. A los diez minutos de haber
salido, el jeep se detiene en una cola de varios autos. Hay un jeep
recontraencajado en el barro más adelante y no se puede pasar. No saben
sacarlo.  Aceleran, aran, y cada vez se
entierra más. Martín busca en silencio unas maderas y les explica el truco de
subir las ruedas a las tablas. Sale, pero se encaja otro. Yo empiezo a poner
piedras que hay de sobra al costado de la ruta, en los huellones para que los
jeeps que siguen, entre ellos el nuestro, puedan pasar; Martín y otro tipo
acarrean piedra, canto rodado, en una bolsa y las desparraman en el barro para
afirmar el terreno. Creimos, bueno, ya nos encajamos una vez, o ya se encajó
uno, y eso fue todo, pero no. Esta situación se repite una vez tras otra a lo
largo del día y hasta el hartazgo. La ruta, the nornal road, no existe. No es
una ruta, es cualquier cosa, un caminito, y a veces ni eso, ya que en muchos
tramos el jeep avanza a los golpes por entre las piedras del lecho de un río, o
por adentro del río. Un desastre. Después del primer jeep encajado, un camión
que venía de frente se encajó en otro charco. Hubo que sacar el camión para
poder pasar. Cada vez que uno viene de frente, todos se tienen que acomodar
contra la ladera o al borde del precipicio para que pasen dos vehículos donde
entra uno. Otro camión encajado. Sacan al camión, pasan varios  jeeps y se encaja el nuestro. Hay que parar a
comer. No sé cómo, pero agarro dos bols, me sirven fideos y salsa y Martín y yo
comemos gratis. Stella sigue a dieta. En nuestro jeep va un hombre descompuesto
vomitando por la ventanilla. Desde que salimos. Luego de esta parada a comer,
el viejo come aunque viene vomitando –qué ganas- y cuando estamos a punto de
arrancar se le ocurre ir a cagar así que todos los jeeps salen, menos el
nuestro. Un bulldozer está trabajando, haciendo qué, no sé, y tenemos que
esperar, y tras eso, un  camión cargado
con tierra pinchó una rueda justo delante nuestro, así que no podemos seguir.
Tenemos que esperar que vengan, el gato que no lo pueden poner, que no levanta,
y que traigan la rueda. Five minutes, dicen, y estamos ahí más de media hora
parados detrás del camión pinchado. Un rato más y hay otra parada a comer. Mal
que mal y a los tumbos parece que se avanza. Ya hace como siete horas que
salimos y nos habían dicho que la ruta mejoraría. No mejora nunca. Como si
fuera poco, nuevamente vemos una cola detenida de autos. Hay un piquete. Son
más o menos las 3 de la tarde y dicen que estarán hasta las 7. Es demasiado.
Parece realmente una joda. Me bajo a hablar con los del piquete y me cuentan
que la policía les pegó, por nada. El jeep agarra otra ruta. No tenemos que
cruzar el piquete. No sé para qué paró entonces… 30 minutos. Hubo que detenerse
en más barriales, en más pozos, y para dejar pasar a los que vienen de frente y
después, tercera parada a comer. Otra vez. Otro jeep encajado. Otra vez. Cuarta
parada a comer. Ya es de noche. En un momento, madrugada, nuestro conductor
quiere hacerse el vivo y pasar a otro por un atajo, en vez de rodear un árbol,
quiere pasar antes del árbol y se queda encajado en un zanjón de arena. Sí, es
una joda para Videomatch.
Más de 24 horas
después de habernos levantado a tomar el jeep, a las 4 y media de la mañana,
llegamos a Kathamnadu. Hartos. Con el culo francamente roto, la paciencia
curada de espanto y pegoteados de sudor y polvo. Pero llegamos. Y a tiempo. Ya
es 13 de mayo. Nos queda este día para bañarnos y recomponernos un poco. Mañana
14 empiezan unas vacaciones distintas por el sudeste asiático. Esas vacaciones no quedarán impresas en este blog.
Hasta aquí, la historia de dos trekkings por las Himalayas de Nepal: el circuito de los Annapurnas por el
paso de Thorung La, y Sagharmata por el Valle de Gokyo y el paso de Cho La.
Ojalá hayan disfrutado los relatos y les sean útiles a aquellos que quieran
intentar travesías similares.

Phaplu

 

No hubo vuelo charter. Por supuesto. Estuvimos en el bar a las 7 de la mañana y el petiso brillaba por su ausencia. Lo llamaron. Esa compañía, nos dijeron… había tenido un problema y no volaba ese día; además había mal tiempo. Nos devolvieron los 660 dólares sin problemas, tras esperar un pòco más de media hora “five
minutes” a que el petiso que había hecho el garabato ininteligible con birome
negra, apareciera. Apareció. No había vuelo. No había charter. Basta! Queríamos
sí o sí salir de Lukla. Nos fuimos al aeropuerto. Uno de los chicos de ese bar
nos acompañó. Pensamos en el vuelo a Phaplu en helicóptero, al menos ahí ya
podíamos tomar el jeep a Kathmandu.

Nos tuvieron como maleta de loco por el aeropuerto, entramos a la sala de embarque, salimos, volvimos a entrar. Estuvimos a punto de subir a un vuelo chárter en el que nos cobraban 150 dólares. Volvimos a pagar. Ya estábamos casi por despachar las mochilas y dos colombianos, un tipo y una mina, se quejaron porque nosotros estábamos pagando mucho menos que ellos. Hicieron bardo. A ellos les convenía de todas maneras que subiéramos, porque se les abarataba el chárter a ellos, pero
gritaban, es que no es justo, colombiana puta con voz de pito, sabes cuánto me
cobraron en el hospital? Mil dólares me cobraron! Hemos pagado 400 dólares por
este chárter! Y otro colombiano que se hacía eco. No nos subieron. Pero el mal
tiempo quiso que ellos no salieran, y nosotros sí. Como maleta de locos nos
arrastraron a las corridas rodeando el aeropuerto por una calle de tierra y
polvo hasta la parte de atrás del aeropuerto de donde salen los helicópteros.
Nos pedían 250 dólares hasta Phaplu, arreglamos por 200, el precio que sabíamos
era 150, pero ya, a esa altura, se nos venía el sí fácil con tal de salir de
Lukla. Los asientos del helicóptero estaban medios descuajeringados, y ,
además, con los asientos, no entrábamos nosotros y las mochilas, así que
sacaron los asientos y nos sentamos en el piso, arriba de las mochilas. El vuelo
en helicóptero, breve, fue genial. Nunca habíamos volado en helicóptero. Es
estable, y la vista es espectacular. Fue como una excursión a través de los
Himalayas, cumbres, valles y pueblos encaramados en las laderas. Hermoso.
Breve. Unos quince minutos quizás. El helicóptero bajó en un descampado donde
había algunas máquinas, un pastizal pelado, y polvo, siempre polvo. Eso era
Phaplu. Empezamos a caminar. Un pueblito de mierda. Miserable, pobre, sucio.
Casas desvencijadas. Todo cubierto de polvo. Nos dijeron que los jeeps salían
de Solleri, un pueblo más adelante, así que seguimos caminando. Hacía calor, un
asco el sudor con el polvo. Caminamos una media hora hasta Solleri y ahí vimos
el primer jeep. Costaba 2500 rupias hasta Kathmandu pero no salían hasta el
próximo amanecer. Era el mediodía. Caminamos más. Vimos más jeeps, hablamos con
más gente. Sacaban el teléfono, llamaban a alguien. Si queríamos salir ya de
Phaplu nos costaba entre 20000 y 22000 rupias el jeep para nosotros, pero no
querían salir de tarde porque la ruta era peligrosa para que nos agarrara la
noche. No nos queríamos quedar en esos pueblos tan precarios y feos, una noche
más y buena parte del día que faltaba, qué haríamos todo el día ahí, en Solleri
o Phaplu. No nos quedó otra. Terminamos en una pocilga donde el olor a mugre  superaba nuestra maleable adaptación. Primero
estuvimos en un restaurante oscuro donde no había nada para comer, después
cruzamos a otro, ahí comimos chow mien y pensamos quedarnos a dormir, pero al
momento de comprar los tickets para el jeep nos quisieron cagar cobrándonos
3000 a cada uno, así que cazamos las mochilas y nos fuimos a la mierda.
Terminamos en esta pocilga. Le compramos los tickets a la dueña, 2500 cada uno.
Salimos a dar unas vueltas caminando con Martín, Stella seguía convaleciente.
Compramos agua y unos panes para comer. Vimos dos sedes del Partido Comunista,
entré al maoísta donde había unos camaradas hablando, al pedo, porque se ve que
hacen poco. La otra sede estaba cerrada.
Desde que volvimos a Lukla nos pasaron tantas cosas, tantos contratiempos, que Martín llegó a pensar que éramos víctimas de una joda para Videomach.
Primero llegamos al hotel donde teníamos la reserva y la reserva del vuelo y nos dicen que no hay vuelos, que hay espera por mal tiempo, que no tenemos ningún vuelo reservado, ni tampoco hotel reservado. Nos vamos a otro hotel. No conseguimos avión ni nada, buscamos un día. AL siguiente nos mudamos al hotel del primer día porque nos damos cuenta que la dueña tiene influencias en la mafia aeroportuaria de
Lukla. Nos dice que otra vez os vuelos cancelados así que nos volvemos a ir de
su hotel Paradise al Delek donde la dueña ha sido muy amable. Conseguimos los
tickets para el chárter por 220 dólares, 660 entre los tres. Salimos a las 6 y
media de la mañana, el tipo que nos vendió el chárter no está donde dijo que
nos esperaría. El chárter no existe ese día. Nos devuelven la plata. Nos dicen
que hay otro chárter. Nos cobran 150 dólares a cada uno pero aparecern los dos
colombianos imperialistas de mierda, se quejan, y no podemos abordar. Empieza
otra vez el mal tiempo. No salen más vuelos. Conseguimos un helicópetro a
Phaplu, nos cobran 50 dólares más de lo que nos habían dicho que costaba.
Llegamos a Phaplu, no hay jeeps, es un pueblo de mierda, nos dicen que salen de
Solleri, siguiente pueblo. Caminamos a Solleri, hay jeeps pero no salen hasta
mañana. Nos dicen que cuestan 2500, nos quedamos en un lugar donde al momento
de comprar los tickets nos dicen que salen 3000. Nos vamos al carajo y caemos
en la pocilga donde el ticket sale 2500. Le preguntamos a la dueña de la
pocilga si hacen comidas, nos dice que sí, más tarde, se ve que tienen una
fiesta en la casa. No entiende mucho inglés. Le decimos que si decidimos comer
le vamos a avisar; entiende mal y cuando ya estamos durmiendo nos van a golpear
la puerta, dos veces hasta que le abrimos porque dice que ya tenemos la comida.
No comemos. Ya estamos durmiendo. Poco después llega gente al cuarto de al
lado. Hablan, hacen barullo, y como las paredes son de cartón parece que los
tenemos adentro de nuestro cuarto. Las toses de los de al lado parece que están
en nuestra misma cama, y los ronquidos también. Se desata una tormenta.
Relámpagos, truenos y mucha lluvia. No sabemos si tratándose de la carretera
que se trata, el jeep podrá salir y llevarnos a Kathmandu.

Lukla-Varados y en espera…

 

En espera.
Varados en Lukla. Dando vueltas. No conseguimos nada para salir hoy. Salieron
como 15 avionetas, una atrás de la otra, desde las 6 y hasta las 9 más o menos…
hasta que se nubló. Parece ser que temprano está nublado en Kathmandu, entonces
no pueden salir hacia Lukla, y después se nubla en Lukla y entonces no pueden
salir hacia Kathmandu. No es que creamos en una confabulación del clima con la
mafia de Lukla, pero empezamos a pensar que todo esto está organizado,
aletargado, así, para que suceda de esta manera. Todos ganan de lo que todos
nos vemos obligados a poner. Mucha gente empieza a salir caminando hacia
Phaplu. Alguien en el albergue nos comenta que también existe la posibilidad de
salir en helicóptero a Phaplu por 150 dólates, más de lo que cuesta el avión
hasta Kathmandu. Nos cambiamos de hotel con la esperanza de que la vieja del
Paradise, la madrastra de la de Pangboche que entra y sale del aeropuerto como
Pancho por su casa, nos consiga algo; como otros vuelos de hoy han sido
cancelados, nos adelanta que tampoco tendremos para mañana. Stella y Martín
salen a averiguar y encuentran un vuelo chárter por 220 dólares. Lo aceptamos,
vamos, pagamos, nos dan un papelito escrito a mano en inglés, con birome negra,
y una firma inintelegible. 660 dólares desaparecen de un saque en una puertita
detrás de la barra de un bar. No nos queda otra, o confiamos en eso, o es nada.
A las 7 de la mañana tenemos que estar en ese bar para que ese petiso nos
acompañe al aeropuerto a tomar un chárter cuyo nombre de compañía ni siquiera
podemos recordar ni nunca habíamos escuchado antes.  Ya es 10 de mayo. Y ya tenemos cortas
posibilidades de caminar dos o tres días hasta Phaplu porque nos han dicho que
el jeep de Phaplu a Kathmandu, tarda unas 17 horas, un día más.

De Namche Bazaar a Lukla

Un largo camino
de Namche Bazaar a Lukla, todos los caminos que van o vienen de Namche…  Salimos a pocos minutos de pasadas las 8 de la
mañana, después de hablar un rato con el chileno José Ignacio. Un chileno de
Pucón a quien gustan las montañas y conoce de la Patagonia, ambos lados de la
frontera. Quedamos para la Huella Andina. Vamos quedando con varios. Yo voy
promocionando. Reparto algunas lapiceras que me quedaban. Ya se anotaron varios
para hacerla la próxima temporada: el ucraniano, Sergei, Pepe de Murcia, y
ahora José Ignacio de Chile. El sendero de hoy, de Namche a Lukla, es el
regreso de lo que hicimos en dos días durante la subida, el día 1 (uno) –de
Lukla a Monjo- y el día 2 (dos) –de Monjo a Namche Bazaar. Hoy, soñando que
total era todo bajando, decidimos hacerlo de un tirón. Nada más lejos de la realidad,
no es “en bajada”, es un sube y baja constante e interminable. Fue el día más
largo. No llegábamos nunca. Sin embargo nos viene bien llegar antes de lo
previsto, porque nos acabamos de enterar que hay mal tiempo desde hace varios
días y los aviones no están saliendo, lo que significa que hay muchos pasajeros
varados, en lista de espera, para  salir
de Lukla. Al menos eso es lo que nos dicen. Los albergues están llenos de
pasajeros que desde hace al menos un par de días esperan salir. Hoy, según nos
dijeron, fletaron sólo seis avionetas. En cada una entra 16 pasajeros, la
azafata, y los dos pilotos, y hay cientos de turistas en Lukla que necesitan
regresar a Kathmandu. Nosotros creíamos ilusamente tener reservado vuelo a
través de la dueña del albergue de Pnagboche cuyos padres tienen un albergue en
Lukla donde también suponíamos tendríamos reservada habitación. Al llegar, no
tenemos ni cuarto, ni vuelo.

Lukla es un
descontrol, o al revés, un sector controlado por una mafia que vive y se
enriquece de esto: reprogramar vuelos, vender enlaces en helicóptero para
aquellos que no pueden esperar, y mientras esperan, a los que esperan,
hospedaje y comida necesarios e ineludibles. Todo Lukla circula por el
aeropuerto y tranza con unos y con otros.
Nosotros tenemos
varios días de changüí y estamos deliberando qué hacer. Compramos el mapa que
abarca la zona de Phaplu y Jiri y barajamos la posibilidad de salir caminando,
dos o tres días hasta Phaplu, algunos días más hasta Jiri. Nuestro vuelo a
Tailandia es el día 14 de mayo en la mañana. Hoy es 9 de mayo, aparentemente
tenemos suficiente tiempo.  Si caminamos
a Phaplu, podemos tomar un jeep desde ahí hasta Kathmandu.
En la noche
salimos con Martín a hablar con gente del lugar. La mayoría de los turistas
quedan varados un promedio de 3 a 4 días. Nos dicen que la ruta a Phaplu
podemos hacerla en dos días y que la carretera para el jeep, si bien es un
camino con deslaves, para ellos está bien y es “normal road”. Sabemos lo que
significa: una cagada.
Preparamos todo como
para salir caminando pero esta vez no hay equipo. Están cansados. Creo que soy
la única dispuesta a seguir de a pie, aunque no era lo que pensábamos, a mí me
parece por el momento la opción más viable y segura. Un helicóptero a Kathmandu
nos cobra 500 dólares por persona, una guasada, la mafia del aeropuerto de
Lukla. Encima que es el nº 1 más peligroso del mundo hay que lidiar con estas
tranzas. El mal tiempo no amaina. Está nubladísimo y caen algunos chaparrones.
Durante el
trayecto largo de hoy, Stella caminó descompuesta todo el día. Pesado para
todos y peor para ella. Si caminamos a Phaplu barajamos la posibilidad de
contratar un porteador, ahora sí. Nuestro trepping terminó y necesitamos
correr, aligerar el peso en la espalda, ayudará.
Martín y yo
hicimos el trayecto de hoy en 8 horas, Stella llegó una hora después, débil por
la descompostura que la tiene a mal a traer desde la noche. Estamos en un
albergue con una dueña muy simpática, muy amable. Nos cuesta 200 rupias. En el
camino compramos unos bollos rellenos a 30 rupias, en Lukla cuestan 50,
rellenos de papa y otras verduras, con picante!
Nos han sugerido
que mañana vayamos directo al aeropuerto a las 6 de la mañana a ver si
conseguimos pasajes para salir. Mañana es un día decisivo.