Y yo pensé que iba a ser más fácil. La señalítica indica (ica-ica) que son 3 horas de camino y solamente 15 km, para mí fueron más o menos 30 km y 6 horas. Un garrón. Y yo que me jactaba de no perderme. De entrada nomás. La Huella dícese arrancar cerca de la casa del guardaparque, allá fui. Había algunas marcas. Algunas. Muy poco después de pasar la casa del guardaparque hay un cartel que dice que la ruta 40 está a 7 km de ahí. Algo me decía que tenía que subir por esa ruta, creo que hubiera llegado mucho más rápido. Era un camino de tierra para autos, pero la Huella Andina, supuestamente, no iba por ahí; supuestamente agarra por un camping agreste de nombre algo “araucana”? Todavía me lo pregunto. Yo me mandé por ahí y juro que vi un par de marcas, pero tras mucho caminar y tras mucho agarrar bifurciones de sendas donde no sabía muy bien cuál o cuál, pero en definitiva siempre encontraba marcas, me encontré a la vera del río Manso, que es hermoso, y al que debía seguir, pero me parecía que yo lo iba remontando, en contra de la corriente -qué raro-, cuando la lógica indicaba que debía bajarlo según sus aguas hasta la confluencia con el río Villegas. Héte aquí, que al cabo de una hora, ya con un mareo marca chifle, me encuentro con una familia acampando en un páramo, y se me dio por preguntarles. Yo creí que ellos estaban locos, además de equivocados, me decían que iba justo al revés, que al cabo de 300 mestros me encontraría otra vez con la casa del guardaparque. No sé dónde mierda di mal la vuelta o agarré la chota bifurcación errónea, pero los tipos tenían razón. Pegué la vuelta y deshice caliente y a las zancadas, buena parte del sendero. No sé cómo, no tiene lógica –será cosa de duendes?- pero en un momento determinado, me di cuenta que estaba en otro lado, que el camino había cambiado y que había un cartel de “cuidado, animales sueltos”, cartel que antes no había visto. Llegué a una tranquera cerrada con cadena y candado, camping no sé qué, Manzano, las llaves estaban puestas así que abrí el candado, salió un hombre y me aconsejó cargar agua y que la Huella era por allá, del otro lado del alambrado. Seguí la senda. Era clara; clara hasta que llegó a otro alambrado completamente y herméticamente cerrado por todos lados y donde no había ninguna señal de si había que cruzarlo, saltarlo, bordearlo, pasarlo por abajo. Yo me saqué la mochila, la revoleé por arriba del alambre y después me colé yo entre los mismo y seguí por el único camino visible. Este sendero dura una eternidad, de vez en cuando había una marca dudosa. Sube, y sube bastante. Subida no anunciada ni prevista. De golpe aparece una pradera, verde y salpicada de rosas mosquetas con un palo en el medio con las marcas de la Huella Andina pintadas y una cabeza de toro encima. La pradera, las rosas mosquetas, y el palo con el cráneo ese ahí en el medio. Ni señales de por dónde se metía la senda para seguir. Deambulé con por todos los wines con la mochila puesta. Caliente. Había unas ovejas pastando y un caballo manso que me seguía. Por ahí, en un rinconcito, sobre la izquierda, vi que salía una picada, así que fui a buscar la mochila y me mandé por ahí. Esta senda luego va a parar a un bosque manso, y luego termina en otra pradera donde no hay no ovejas no caballos, hay una casita de madera abandonada que quedaba a mis espaldas y sobre mi izquierda. De frente y también sobre la izquierda, sale un camino vehicular completamente abandonado. Lo tomé. Otro error. Pero no hay ni una señal que indique por dónde. Seguramente, o casi, ya hoy no estoy segura de nada, el vehicular en desuso que hay que tomar, sale sobre la derecha y hacia la derecha, como quien dice en dirección adonde nos separamos del río. Yo debo haber ido exactamente alrevés. Todavía me lo pregunto. Caminé como una hora. Escuchaba que la ruta iba cerca, paralela. Pensé que quizás iba en dirección contraria, pero no quería separarme de la ruta, porque a la ruta tenía que llegar para luego, desde la gendarmería de Villegas, tomar el ripio al camping Kaleuche. Cuando este camino antiguo vehicular terminó, no me quedaron dudas de que iba recontra errada. Había una tranquera infranqueable, como de tres metros, con doble cadena y doble candado. No iba a volver atrás. Nada más triste que un peregrino regresando, marcha atrás. No. Alcé la mochila por encima de mi cabeza y como pude me trepé a la tranquera. Pasé la mochila con sumo placer y encanto para que nada se rompa y la dejé caer un poco, suavemente. Luego me trepé a la tranquera y pasé para el otro lado. Ahí estaba al fin, la ruta. Caminé por la ruta 40. Horrible caminar por la vera de la ruta y perdida, peor. Le hice señas a un par de auto de bajar la velocidad, aunque sea para preguntarles para qué lado quedaba Villegas. Al final paró un colectivo de Via Bariloche. Era para el otro lado, y a 3 km. Crucé la ruta y encaré. Hice dedo, pero era difícil que alguien pare. Una pareja piola, lo hizo, y me alcanzó por lo menos 1 km que todavía me faltaba hasta el nexo con el ripio, enseguida de la gendarmería. Y ahí otra vez a patear, 6 km hasta el camping Kaleuche, pero ya estaba, había un cartel que indicaba que a 6 km, el Kaleuche -la nave de los locos- estaría. En un momento, un camión con fardos de pastos, se detuvo en una esquina donde esperaban unos chicos. Justo yo iba ahí, así que le dije al tipo, yo voy al Kaleuche y no sé de dónde saqué fuerzas, pero en menos que canta un gallo, alcé a upa a todos los pibes para subirlos al camión, revoleé la mochila y me subí yo también.
Ya en el Kaleuche he conocido a Quique, un personaje. Dueño junto a su familia de este lugar que es hermoso. Muy buen gusto en todos los detalles de la decoración y ambientación, y muy buen gusto en las empanadas de carne de cordero y las tarteletas vegetarianas. Hacen licores y dulces caseros, y otras cosas artesanales, todo muy lindo, y muy rico. Tengo luz, enchufe, hay caballos y gatos, y el río Manso, discurre mansamente a pocos pasos de mi pequeña casa azul.
Fue una caminata a tras mano, contra la corriente, pero con un final que merece la pena.