Archivo de la categoría: América Latina en bicicleta

Día 51 (10 de mayo) – de León a El Tránsito

Un camino fácil. Tomamos la ruta que va a Managua, una ruta en buen estado y con pocas ondulaciones. En un empalme desviamos por el camino que va a Puerto Sandino. Es una ruta nueva, muy lisa y ahora sí con algunos desniveles, pero cómoda. Pasamos por una petrolera del ALBA, ondean juntas las banderas de Venezuela, y Cuba. Desde Puerto Sandino fuimos hasta El Velero, un sector amplio de playa diseñado por el FSLN para que los nicaragüenses puedan disfrutar del mar. Siguen las marejadas en toda la costa del Pacífico, desde Chile y hasta México, pero esta parte de Nicaragua no ha sido afectada. En la entrada al complejo de El Velero hay un guardia de seguridad, la entrada es libre y, aunque hay algunas casas cerca de la costa, el acceso es para todo el mundo. Hay una piscina natural que se llena con el agua del mar y cuando la marea baja, a eso de las 11 del mediodía, queda el piletón lleno entre las rocas y la gente va llegando a bañarse. Un buen lugar. Ahí se puede acampar. Hay un espacio entre árboles, lugar para fogón y suficiente leña. No vimos agua dulce o canilla. El lugar es agreste. No hay tiendas, las tiendas están en la entrada de la playa, a unos 500 metros.

Pasamos varias horas en esa playa. Charlamos con un nicaragüense que nos ofrecía dormir en su casa de fin de semana, ahí en El Velero. Nos contaba que el gobierno sandinista ha hecho una ley para que la costa no pueda privatizarse y ha mejorado esa zona y otras parecidas, con seguridad y abiertas a todo público.

La ruta de pavimento, por ahora, se termina ahí. Decidimos seguir hacia El Tránsito por un camino de terracería; está bueno, pero las bicicletas saltan mucho y se bandean y se caen los bultos. Son varios kilómetros de tierra con subidas y bajadas. El Tránsito es un pueblo pequeño sobre la playa. Hay balnearios para surfistas, muy exclusivos, donde aunque la costa no se pueda privatizar, grupos de extranjeros que ni siquiera hablan español tienen establecimientos cerrados y no reciben gente. Hay un Surf Camp donde al preguntar si tenían espacio para camping u hostal, nos dijeron que solamente por semana con curso de surf incluido y carísimo. En otro lugar similar, también extranjeros que no hablan ni entienden español, nos dijeron que el lugar estaba cerrado, que todavía no abrieron. Nos dejaron en la calle. A pocos metros, Martín había visto a un señor que nos miraba pasar para un lado y nos miraba pasar para el otro,

-preguntale a ese señor si nos alquila un espacio…

y ese señor, Domingo, nos alquiló debajo de unos árboles, con vista al mar, canillas, duchas, baño, enchufe, por 100 córdobas para los tres. El lugar de Domingo es el mejor lugar de El Tránsito. Sobre la playa. Con suelo blando de arena y a la sombra de dos mangos. Nos ofreció todo lo necesario, le puso una flor a la ducha y hasta una bujía más entre los árboles para que tuviéramos luz.

Salimos a comer las enchiladas en un puestito de la calle del centro, cuestan 25 córdobas -no eran tan ricas como las de Villanueva- un hot dog en en el restaurante también cuesta 25 córdobas; compramos unos pancitos de a 1 córdoba cada uno. Esos sí están bien, ricos y baratos.

Fue un día de mar.

Datos técnicos: León-El Tránsito 59.8 km

3.38.10 hs

Total: 3416.35 km

Día 50 (9 de mayo) – de Chinandega a León

La ruta es recta. Muy fácil. A 10 kilómetros de salir de Chinandega está la entrada a Chichigalpa, sinónimo de Flor de Caña. En Chichigalpa se fabrica este ron que según palabras de Martín, especialista en catación y coctelería, es uno de los mejores rones del mundo. Flor de Caña es valorado internacionalmente, lo respaldan 126 años de historia y tradición, la quinta generación familiar asegura que siguen usando ingredientes finos y largo añejamiento.

Son solamente 40 kilómetros entre Chinandega y la heroica ciudad de León. El calor aletarga pero Nicaragua justifica cada parada. Vale la pena. A las 10 de la mañana ya estábamos en el Hotel Casa Ivanna, el mismo en el que he parado anteriormente y en el mismo cuarto que ya siento mío. Cuesta 5 dólares y es muy confortable. Los cuartos están limpios, hay cocina equipada que se puede utilizar, café gratis, enchufes, internet lento, libros, sala de estar con sillones hamaca y hamacas en el jardín. Enfrente, en la esquina, está el Teatro donde la primera vez que estuve en Nicaragua escuché a la Orquesta Sinfónica de Cuba,

-pase, señora, es gratis.

Fuimos a comer un plato completo a la vuelta del hotel por 50 córdobas, y luego a caminar por el mercado y las calles pintadas de banderas rojinegras. Pasamos por la casa donde nació Rigoberto López Pérez, el poeta que disparó contra Somoza García asesino de Sandino. Por la casa natal de Rubén Darío y la catedral donde descansan sus restos custodiados por un león. Fuimos al Museo de la Revolución, a la casa de los héroes y mártires. Veneramos cada placa por cada guerrillero muerto, por cada luchador del pueblo nicaragüense. Ahora somos nosotros los curiosos y ellos los que cuentan su historia:

-veinticinco mil contras nos mandó Reagan, pero nosotros éramos todo un pueblo y por eso ganamos, y acá estamos, a pesar de haber vivido todo lo que vivimos, acá estamos- medita en voz alta Rodolfo López López.

Datos técnicos: Chinandega-León 40 km

3.18.03 hs

Total: 3356.55 km

Día 49 (8 de mayo) – de Villanueva a Chinandega

Transitamos la región más calurosa de Nicaragua. Calor y sol. Chinandega es una de las ciudades más calientes de Nicaragua, se la llama ciudad cálida, ciudad mártir, y ciudad de las naranjas, y es todo eso. La ruta es sencilla, casi plana pero sin sombra. Muchos animales pastan en los bordes y se cruzan la carretera. Hay vacas, cebúes, caballos. Encontramos un caballo maniatado. Paramos a liberarlo pero cuando Martín se acerca el caballo desconfía y se encabrita. Nuestra ruta va derechito hacia el volcán San Cristóbal. Nos acercamos directamente a él. Es el volcán más alto y activo de Nicaragua, siempre humeante. La cúspide de su cráter está cercenada por el viento en diagonal. Lo rodeamos y queda a nuestra izquierda el resto del camino. No está solo, son en realidad cinco volcanes juntos.

Llegamos a Chinandega y buscamos un hotel. Hace muchísimo calor y la gente ansía como un ruego que llueva. Cae un chaparrón. Justo llegamos al Hotel San Juan. Cuesta 200 córdobas por persona. Está bien ubicado, cerca del centro y accesible para tomar la carretera. Hay internet, el cuarto tiene ventilador, hay enchufes, y está limpio. Mientras nos alojamos el chaparrón pasa y nos da chance de salir a merodear por el bullicio urbano. Hay coloridos mercados callejeros, llenos de frutas y verduras. Un cronista y fraile español, hace cuatro siglos escribió, “el pueblo de Chinandega compuesto por muchos indios, abundante maíz y de todas las frutas de la tierra, parece un pedazo de paraíso.”

Comemos algo en una cantina, barato, 32 córdobas el plato de comida con vaso de gaseosa. En la noche, para la cena, vamos al parque lleno de bares y restaurantes abiertos hasta bien tarde. Los combos cuestan de 40 a 60 córdobas y hay riquísimos licuados de remolacha, zanahoria, cacao, avena, zapote. Cuestan 25 córdobas el vaso chico y 40 la jarra grande. Nicaragua está más barato que los otros países de Centroamérica y es en el único país donde en cualquier pueblo o ciudad grande, la gente se queda afuera de sus casas hasta la madrugada con las puertas abiertas y sin miedo ni advertencias. Chinandega es la tierra de Tino López Guerra, el rey del corrido nicaragüense autor de ‘León puede ser abatido, pero nunca vencido, viva León, Jodido’. ¡Allá vamos, León!

Datos técnicos: Villanueva-Chinandega 69.4 km

4.43.34 hs

Total: 3316.55 km

Día 48 (7 de mayo) – de Choluteca (Honduras) a Villanueva (Nicaragua)

La ruta entre Choluteca y la frontera y luego hasta Villanueva, es muy sencilla, si no fuera porque cuando levanta el sol el calor es agobiante se podría hacer rápido y sin chistar. No hay desniveles pesados y hay sombra y sombra de mangos cargados de frutos maduros. Tantos que se caen al suelo regado de mangos. No hay mejor desayuno. Todavía no salimos de Honduras y paramos a darnos un atracón. Honduras tan pobre y tan rica. Cargamos unas bolsitas de mangos para exportar en nuestras alforjas rumbo a Nicaragua.

Las fronteras terrestres de América Central y en especial las que rodean a Honduras siempre son un engorro. La anécdota no nos sorprende con ningún cambio favorable. Todo sigue igual. Los empleados de migraciones de Honduras no están en las ventanillas. -Honduras no está. Honduras llega tarde,- bromean los de Nicaragua. Las mafias de intermediarios estafadores ofrecen hacer el trámite que juzgan imposible sin su ayuda y piden desde ocho a ochenta dólares. Los empleados se sientan con parsimonia y desgano a atender. Atienden a uno, le toman las huellas digitales, planillas, datos, fotocopias. Falta algo. Hay que pagar. El empleado se para y se va y vuelve media hora después. Algún avezado viajero de la región muestra ostensiblemente la billetera anticipando una buena coima si le permiten colarse. La aduana humilla revisando los bolsos de manera indiscreta. Sin consideración al otro. A la mamá cargada de chicos. A los viejos. Las fronteras de América Central suelen ser más violentas para los centroamericanos. Autoflagelación. Porque eres tan indio como yo entonces no vales nada. Jodete.

Al final podemos pasar a la ventanilla de la patria de Sandino;

-ustedes son de Argentina, de la tierra del Che.

Lo normal es que nos identifiquen con Maradona o con Messi, pero al llegar a Nicaragua, nos hablan del Che y de Gorriarán Merlo y del Capitán Santiago,

-los valientes que acabaron con Somoza en Paraguay.

Nicaragua es conmovedora a cada paso. La historia está viva en su gente. Ellos, con los que hablás en cualquier calle, son los protagonistas del pasado rebelde y libertario. Ellos los que estuvieron siguen estando. Es maravilloso escucharlos.

-Ya parecía que se armaban los campamentos otra vez pero alrevés. Antes la Contra se ponía allá, del otro lado del Guasaule para atacarnos, y en 2009 se ponían los catrachos de este lado para defender a Zelaya. Ya andaban revoloteando los F5 aunque Honduras decía que no. Acá se conocen muy bien esos aviones gringos, son los que traen ellos en la Fuerza Aérea.

Llegando a Nicaragua hay que pagar 10 dólares y 45 córdobas. Dan recibo. El pasaporte, si es mexicano, debe presentar fotocopia.

La moneda de Nicaragua se llama Córdoba. Un dólar equivale a 27 córdobas.

Hace calor y hemos demorado en las ventanillas de migraciones. Pero ya estamos en Nicaragua Nicaragüita. Otra vez mi Nicaragua querida. Paramos a comer en Somotillo, a pocos kilómetros de la frontera. Los platos de comida completa y bien llenitos cuestan 50 córdobas. El vaso de fresco de calala, bien fresco y con hielo, cuesta 10 córdobas. Comemos bien, seguimos, y llegamos hasta la entrada de Villanueva. Ahí paramos otro ratito y participamos del humor de los nicas que hacen chistes, ríen, y también se interesan por nuestra travesía, preguntan y nos cuentan un poco de sus vidas.

Desde la entrada, por un desvío de 5 kilómetros llegamos a Villanueva. En el centro encontramos el Hostel Mendoza. Los dueños, Albin y Rubiña con su hijita Briana, son muy agradables. El cuarto tiene dos camas, es amplio, es sencillo, pero está limpio. Está a dos cuadras del parque central pasando la policía. El baño y la ducha -a balde o cubeta- están afuera del cuarto. Hay entrada independiente. Tenemos enchufes, dos ventiladores. Cuesta 150 córdobas.

Datos técnicos: Choluteca (Honduras)-Villanueva (Nicaragua) 70.2 km

4.28.43 hs

Total: 3247.15 km

Día 47 (6 de mayo) – de San Lorenzo a Choluteca

Un día de viaje muy corto. Esta es nuestra última parada en Honduras antes de cruzar la frontera a Nicaragua. Choluteca, la Sultana del Sur, parece ser el último centro urbano donde podemos descansar. Desde aquí hasta Guasaule, frontera, hay 46 kilómetros. Ahora el camino es más plano o con sinuosidades muy leves, o será que uno ya se adiestró en la buena costumbre de meter primera y hacer fuerza pa’arriba. Ya cruzamos toda la imponente muralla de montañas hondureñas. La carretera de San Lorenzo a Choluteca es sencilla en cuanto al relieve, pero jodida en cuanto a tráfico. Hay camiones que te sacan literalmente de la carretera porque o no te ven o no hay espacio o no les importa un pito pasarte por encima. Varias veces me bandeé yo, y no el bulto, hacia lo que sería la banquina pero que es una acera angosta de piedritas o nada, pasto, o terreno desparejo y no pensado para circular ni en bicicleta ni caminando. Antes de llegar a Choluteca conocimos a Hilda. Hilda no va a la escuela. Tiene 10 años pero no va a la escuela porque su papá no tuvo billete. Su hermana tuvo más suerte porque le tocó un papá con billete. La hermana de Hilda sí va a la escuela, pero no le enseña nada a Hilda porque Hilda vive con su abuela Francisca. Viven ahí, en una aldea en medio del camino que va desde San Lorenzo a Choluteca. Hilda se hamaca en la hamaca y ve pasar y ve pasar. Pero nosotros no pasamos. Le enseñamos a escribir su nombre, Hilda con H que no suena, con H como Honduras Hilda huérfana humilde hermosa h de hambre, hipócrita Hernández, h de hijo, hijo de puta.

Martín le hizo un dibujo de recuerdo en un cartón. Nos dibujó a nosotros en ese lugar, debajo de su palapita de palma, ella en su hamaca y nosotros en una banca, y las bicicletas. A mí me dibujó con alas en lugar de brazos, o con brazos muy grandes.

Choluteca significa ‘valle ancho’ en lengua chorotega, primeros habitantes de la región. Después los españoles emperifollaron el nombre y la llamaron ‘Villa de Xerez de la frontera de la Choluteca y mis reales tamarindos’ porque las pepitas de oro que se encontraban en Choluteca eran tan grandes como vainas de tamarindo. Choluteca, Honduras toda, era una gema de metal dorado a la que vaciaron sus entrañas, hasta las tripas le sacaron. Sólo queda esa coraza de montañas azules y tejados rojos. La mitad de los hondureños sobrevive sin satisfacer sus necesidades básicas. En los caseríos no hay agua potable. No hay electricidad ni cloacas. En los suburbios la mayoría de los chicos no van a la escuela porque como Hilda no tienen billete. Tampoco tienen zapatos. Es bello el mundo pero cómo duele la humanidad. La ostentación de las iglesias, la insignificancia del mendigo. La plaza comercial, la techumbre de palma de Francisca. El periférico, el barro. Los chicos con uniforme, los chicos descalzos. La desigualdad del dinero. La devaluación de la vida y del amor.

En Choluteca nos alojamos en el Hotel Pacífico. Es un lindo hotel con dueños muy agradables. El cuarto tiene dos camas grandes, es amplio, tiene aire acondicionado, enchufes, baño, hay garrafón de agua, hay internet, y nos cuesta 550 lempiras. Nos quedamos prácticamente todo el resto del día en el hotel. La temperatura ambiente es de 40 grados. Me senté en la galería a tomar mates pero estar afuera es insoportable. Salimos a cenar cuando anocheció, churrasquitos con tortillas, estilo tacos, 53 lempiras. Muy ricos. Hay lugares de comida chatarra en la plaza comercial donde hay varias cadenas multinacionales que ofrecen combos, por ejemplo el sándwich de pollo con papas y refresco por 37 lempiras.

Datos técnicos: San Lorenzo-Choluteca 35.2 km

2.13.28 hs

Total: 3173.95 km

Día 46 (5 de mayo) – de Sabanagrande a San Lorenzo

Todo lo que sube tiene que bajar. Hoy bajó la carretera. Volvimos al nivel del mar, pero el mar subió y no pudimos llegar hasta la costa. Hay marejada en el Pacífico.

La ruta es tranquila hasta pasar Pespire, una joya colonial de Honduras con sus tejados rojos y su iglesia blanca de tres cúpulas. Al llegar al cruce de Jícaro Galván, 13 kilómetros después de Pespire, el tráfico se acentúa, aparecen los trailers, los camiones y el smog. Vienen de la frontera de El Amatillo en El Salvador. Además nos encaminamos a puerto. Antes el puerto era Amapala, en la Isla del Tigre; fue por siglos el único puerto de América Central, pero a fines del siglo pasado fue mudado a la costa y Amapala quedó anclada en la isla sólo como destino de viajeros que gustan de viajar en el tiempo. Las marejadas nos impidieron avanzar hacia el mar y ver de cerca el espectacular atardecer del Golfo de Fonseca. Las olas alcanzaban cinco metros de altura, hubo gente desaparecida y fallecida, viviendas y comercios destruidos, evacuados, y se impuso el alerta amarilla.

Sabanagrande resultó ser un lugar muy agradable para descansar y esperar a que escampe, pero si algún viajero decidiera seguir un poco más, puede hacerlo. A dos horas de Sabanagrande hay un hotelito, luego, unos kilómetros más está Pespire donde también hay alojamiento. El camino es fácil, todo de bajada.

Los hoteles de San Lorenzo son o feos y sucios aunque baratos, de 350 lempiras para tres, o lindos y con todos los servicios por más de 750 u 800 lempiras. No hay término medio. Elegimos el Hotel Rivera en el centro, cuesta 800 lempiras, tiene pileta climatizada por el sol, aire acondicionado, y nos viene muy bien ya que, no sólo sube la marejada sino también la temperatura. Estamos a 40 grados.

Datos técnicos: 63.5 km

3.58.04 hs

Total: 3141.75 km

Día 45 (4 de mayo) – de Tegucigalpa a Sabanagrande

No hay una sola manera de salir de Tegucigalpa. La capital está rodeada por un periférico que puede tomarse desde varios accesos, saliendo por distintas avenidas. Es complicado. Nosotros salimos en la misma dirección que el día anterior para ir a Valle de Ángeles. Tomamos el periférico y casi le damos una vuelta completa porque falta alguna señalización. Seguíamos los carteles que indicaban hacia Choluteca, pero en algún momento faltó un cartel y nos pasamos de largo. Tuvimos que recular, de lo contrario hubiéramos regresado al punto de partida. Nos tomó una hora encontrar la ruta y fue un montón de subida incluso en el periférico. Si uno elige este camino debe tener en cuenta que la señalización en la parte donde se indica la bajada al Aeropuerto y la Fuerza Aérea, no es clara. Prestar atención ahí o preguntar. Y después, el cerro de Hula. Sigue la subida.

Pasamos por un barrio humilde y sencillo con una hilera de casitas sobre la calle que dejó de ser populosa y llena de autos. Unas señoras con muchos hijos se asomaron a conversar con nosotros. Una de ellas era de Sabanagrande, hacia donde íbamos ese mismo día -¡nos vemos por allá!- nos despedimos.

Durante los siguientes 10 kilómetros subimos 600 metros. En el cerro de Hula hay una instalación de molinos de viento. Energía eólica. Un proyecto diseñado durante el gobierno de Manuel Zelaya que en 2006 se enfrentó a una crisis energética crucial y que en 2007 y 2008 firmó convenios con empresas que emprendieron estos sistemas de energías alternativas y sustentables. Los molinos blancos salpican la cumbre. Hay montones y no dejan de girar. El viento a esa altura despejada arremolina el paisaje. Pedalear así es una batalla contra cada ráfaga. Las ganamos todas.

La ruta hacia Sabanagrande es más relajada, tiene leves cuestas y tiende a bajar. Es un camino pintoresco con sombra a ambos lados y camioncitos que reparten bolsas de harina ya que, en esta región, son típicas las rosquillas de hojaldre y las tustacas, unas galletas redondas con mermelada o chocolate. Sabanagrande nos dio la bienvenida con dos arcos de entrada a la ciudad y olor a pan casero. La ciudad es un pueblito de calles empedradas. Desde la ruta son unas cinco cuadras hasta el parque central con su iglesia pintada de amarillo, el frente es una réplica de la catedral de Tegus. Había una bruma espesa, una garúa finita.

-está brisando- nos dijo la mujer policía del parque. Enseguida se acercaron a preguntar de dónde veníamos, quiénes somos, adónde vamos, cuánto tiempo. Mientras charlábamos el brisar cobraba bríos y empezó a mojar más rudo. Cayó un chaparrón de aquellos.

-hotel no hay… ¿hay hotel?

-sí, están los cuartos de doña Pepita o el hotelito de don Joaquín. No dice ‘hotel’ pero pregunten ahí.

Es una familia que alquila cuartos, están justo en la entrada del pueblo, en el arco que dice ‘No digas que No a Sabanagrande’; 150 lempiras el cuarto, barato, sencillo pero limpio, con enchufe en el cuarto, ducha y letrina afuera, y el internet del vecino de la esquina. Del lado de enfrente de la ruta cenamos catrachas que son tostadas con frijoles y quesito arriba y licuado de mínimo, o sea de bananitas. Llovió y llovió y nos quedamos de sobremesa en el quiosco y bar del internet, probando los sabores de charamuscas y pilones, helados caseros en bolsita o en vaso de plástico con palito.

Datos técnicos: 55.8 km

4.28.32 hs

Total: 3078.25 km

Día 44 (3 de mayo) – de Tegucigalpa a Santa Lucía y Valle de los Ángeles y regreso a Tegus

Otro viaje en el tiempo. Daniel Zavala, a quien econtramos ayer en la ruta y nos guio hasta el centro de Tegus, nos invitó a visitar dos joyitas hondureñas: Santa Lucía y Valle de Ángeles. Nos encontramos con él a las 8.30 de la mañana en una plazoleta muy cerca de Guanacaste. Las dos villas están en las montañas que cercan a la capital. Fueron ciudades mineras. Ya se acabó el oro y la plata y hasta la última astilla de cobre y el último hilo de zinc. Los mineros se sentaron a toser la silicosis en las puertas de sus casas, tan pobres como hace un siglo. Ahora no hay más oro ni más plata ni una astilla de cobre ni un hilo de zinc. Fue un niño. Estaba jugando mientras su padre sembraba la milpa. “¡He encontrado una mina!” gritó el niño y le dio una piedra a su padre. Una piedra dorada. Después llegaron y se llevaron todo menos al niño y a su padre que ya no tenía ni milpa ni piedras doradas.

En Santa Lucía y Valle de Ángeles las mujeres cocinan para los visitantes que llegamos hasta esas alturas del espacio y el tiempo. Fue una mañana hermosa. Era domingo y muchos ciclistas expertos o aficionados hacen esa ruta. El paisaje y los caseríos que vamos pasando son pintorescos. Hay viveros, llenos de macetas colgantes con enredaderas verdes y hortensias de todos colores, todas florecidas. Nunca había visto tanta diversidad de hortensias. Daniel nos llevó a los mejores lugares, los más tradicionales para cada cosa. Por los callejones empinados, por la plaza empedrada de adoquines, por pasajes angostos y los frentes blancos y la iglesia blanca. Las manos que elaboran las mejores pupusas de Honduras. Las pupusas son tortillas de maíz rellenas con quesillo o chicharrón o con salsas y ayote. Cocinan en fogones de leña y hacen el pan de casa con pura yema y acompañan con café de palo. El café de palo tiene un sabor exquisito diferente a todos los cafés del mundo, conjuga el sabor tostado, el amargo exacto, con el aroma esencial del café. Adictivo. Primero visitamos Santa Lucía. Pedaleando suave, nos aconsejaba Daniel. Desde Tegucigalpa es una subida absoluta hasta los 1600 metros donde la ciudad se cuelga de la cumbre. El aire es maravilloso. Las vistas, todo alrededor, son impresionantes. Las montañas se asoman unas detrás de las otras y, salpicando las laderas, una casita por allá y otra por más allá. Caminamos por el modesto pero alegre malecón de la presa. Algunas personas pasean en bote y otras sueñan apoyadas en el barandal; las tortugas se asolean y familias numerosas de patos salen a nadar con toda su prole. Desde Santa Lucía a Valle de Ángeles el desnivel de la ruta es más variado y desparejo. Sube pero también baja. El olor de los pinos perfuma el aire. En Valle de Ángeles abundan las artesanías en madera y las hamacas. También es típica la venta de helados suculentos y sabrosísimos, helados de cuerpo sólido y gustos nuevos, con frutas enteras o cubiertos de chocolate. Santa Lucía y Valle de Ángeles son dos reliquias de su propia historia.

De regreso a Tegucigalpa la bajada fue estrepitosa y, aquello que tardó en subirse casi dos horas, se baja en media hora o cuarenta minutos. La ruta está en buenas condiciones. Tiene unas cuantas curvas y los consabidos desniveles del relato. Llegamos de regreso al hotel y nos sentamos a comer en el restaurante chino de al lado. Menú familiar por 180 lempiras. Daniel nos regaló cámaras de refacción y cuernitos para el manubrio pero más allá de cualquier cosa material, nos dio su tiempo y su sabiduría. Daniel Zavala es una de esas personas fenomenales, muestra fiel de que no todo está perdido, de que la gente es siempre maravillosa. Enriqueció el curso del viaje llevándonos a rincones impensados, es parte de esta historia y de nuestra vida para siempre.
“Amanecimos en Zambrano bajo el constante sonido de la lluvia, compramos unos panes al borde de la carretera donde nos encontramos con Daniel Zavala, buen amigo ciclista de Tegucigalpa que nos llevó a conocer los hermosos pueblos de Santa Lucía y Valle de ángeles donde disfrutamos el día probando las cemitas, el café de palo, las pupusas, los chocobananos, las típicas paletas de helado y los paisajes de estos lugares. Después de haber aprovechado este día andando, cerramos el capítulo con dos fuentes suculentas de arroz con jamón y, como broche de oro, el triunfo 2-0 de mi Boca a las gallinas de river plate.” (Martín Murzone)

Datos técnicos: Tegucigalpa-Santa Lucía-Valle de Ángeles 27.5km (ida y vuelta: 55km)

4.08.08 hs

Total: 3022.45 km

Día 43 (2 de mayo) – de Zambrano a Tegucigalpa

Se escuchó diluviar toda la noche sobre el techo de chapa. Arrancamos con bruma y garúa. Estábamos en las alturas, a 1400 metros sobre el nivel del mar. Con el aire fresco. Cerca de las nubes. La ruta enseguida se fue a pique y bajamos durante los primeros 10 kilómetros más de 500 metros. Sin engolosinarse. Pedalear Honduras es jodido. Es arremeter contra las murallas naturales de América que se anudan todas juntas en esta cintura del continente. Es jodido y es precioso al mismo tiempo. Tiene el sabor del desafío y la conquista, y la mirada del mundo desde un palco privilegiado. Quien no cruza las montañas por sus propios medios, ya sea en Honduras o en la Patagonia o en los Himalayas, nunca entenderá de qué estoy hablando. No existen palabras suficientemente exactas para contar cómo es. La geografía de Honduras como la de otros espacios selectos del mundo, es imponente y tan caprichosa que no habíamos terminado de gritar de alegría en esa ráfaga de descenso cuando otra vez el terreno nos obligó a pedalear y forzar y sudar hacia arriba. Tan duro como gratificante. En el trayecto cruzamos a grupos de ciclistas entrenando, entre ellos conocimos a Daniel Zavala. Daniel pedaleó con nosotros hasta Tegucigalpa a quien cariñosamente todos ya llamamos Tegus. Hicimos juntos una parada y Daniel insistió en invitarnos una gaseosa fresca. Luego nos guio hasta el centro de la capital. Nos llevó por avenidas que eludían el periférico para evitar pasar cerca de barrios marginales peligrosos, según nos dijo.

La entrada a Tegucigalpa es un quilombo. Una bajada rauda con mucho tráfico y vehículos recontracelerados por todas partes y hacia todas las direcciones. Menos mal que teníamos guía, así y todo nos perdíamos de vista entre el caos y los viaductos, puentes, avenidas que pasan unas encima de otras y dan vueltas y rotondas. Difícil. Estresante. Confuso. Pasamos por Comayaguela un barrio suburbano populoso, una pequeña ciudad dentro de la gran ciudad, y por el estadio nacional, y al final llegamos al centro. Daniel nos dejó en la esquina de cerca de donde hay varios hoteles. Los hoteles Granada que yo conocía de antes resultaron ser caros para nuestro actual presupuesto así que seguimos buscando y encontramos el hotel Gutemberg, en el barrio Guanacaste. Muy bien. Lindo. Limpio. Con internet, agua potable, café gratis, televisión, cuarto pintado de lindos colores, para los tres, 400 lempiras.

Salimos a comer y este barrio es de mercados, es barato, ¡tres tamales por 10 lempiras! En una tienda de segunda mano compramos un pantalón para Martín, 100 lempiras, y una calza para mí, 50 lempiras; carne y chorizo con ensalada por 50 lempiras, 7 bananas por 10, una bolsa de mangos por 20.

En medio del caos urbano Tegucigalpa tiene lo suyo. La historia post-colonial estampada en los frentes y altares de las iglesias labradas por indios anónimos. El estilo es único, el barroco tradicional aquí es almohadillado o salomónico y recae en guirnaldas rococó. Además, la originalidad de la decoración en cerámica vidriada. Haciendo frente a la liturgia, Francisco Morazán en el centro del parque y de la historia, se abre el pecho y grita eternamente “aún estoy vivo”. A este mismo parque central llegábamos de a miles en 2009. Cuatro mil desde Comayagua, tres mil desde Olancho, cuarenta mil en total marchábamos en resistencia cantando con el puño izquierdo en alto ‘nos tienen miedo porque no tenemos miedo’. Habían impuesto el toque de queda, la represión violenta, los golpes de macana, el atropello de la caballería, las ráfagas de gases lacrimógenos y balas de goma. Cientos fueron detenidos, cientos fueron desaparecidos.

Datos técnicos: Zambrano-Tegucigalpa 38.8 km

3.21.01 hs

Total: 2967.45 km

Día 42 (1 de Mayo) – de Siguatepeque a Zambrano

La ruta desde Siguatepeque se puede tomar yendo al centro, a la plaza, y de ahí tomar el bulevar y ese bulevar sale a la carretera. Fuimos hasta la plaza de las banderas donde se congregan los puestos ambulantes de comida a tomar un frugal y nutritivo desayuno. Café con leche y también avena y pancito dulce. Desde la plaza encaramos el bulevar con la fresca. Siguatepeque está a 1100 metros y, a esta altura, el aire es complaciente y brumoso. El trayecto empieza subiendo un poco más y, después, una bajada que nos arrastra como un alud a 500 metros sobre el nivel del mar. La pendiente se tranquiliza pero uno no debe engañarse. Sabemos que, más adelante, nos aguarda la famosa Cuesta del Rodeo. Temible. Una subida pronunciada y en caracol en algunos tramos, de más de mil metros.

A 35 kilómetros de Siguatepeque, pasamos por Comayagua, la primera capital de Honduras. Es la región más plana del territorio hondureño. De aquí en más y todo alrededor hasta los dos mares, se entrelazan las cordilleras. Comayagua se destaca por los tejados rojos y la arquitectura colonial barroca, huella indeleble de un pasado de abolengo. Sus iglesias son el destino de la pascua de resurrección, las calzadas reciben a los peregrinos pintadas de aserrín con escenas del vía crucis. Seguimos a Flores. 25 kilómetros más con la idea de quedarnos a descansar allí y estudiar desde abajo cómo pintaba el desnivel de la temible cuesta. Sin embargo la buena energía por un lado y lo diminuto del pueblito de Flores por otro, nos envalentonaron a seguir. Flores es un pueblo simpático. Tiene los ingredientes del sabor pueblerino. Después de almorzar en una esquina enfrente de la tradicional plaza, nos sentamos a hacer la digestión a la sombra del quiosco central. A las dos de la tarde empezaron a llegar las señoras. Esperaron en la puerta de la iglesia hasta que llegó la que tenía la llave. Una vez abierta la iglesia la maquinaria se puso en marcha. Como si todo estuviera minuciosamente estudiado y dispuesto, una quitaba el polvo con un plumero, otra barría, otra pasaba el trapo de piso. Mientras tanto, sus señores se reunían en el quiosco donde descansábamos y se acercaban a conversar con nosotros. Es un pueblo chico, la gente se conoce, y por lo que nos contaban, las últimas novedades ya ocurrieron hace años.

-ese tamarindo que está ahí en la esquina, existe desde antes que existiera el pueblo, y aquel mural que está enfrente lo pintó un venezolano que andaba viajando como ustedes, hace quince años. Pintó al pueblo, la plaza, la iglesia, y el árbol de tamarindo

-aunque tiren el árbol o se caiga la iglesia, van a quedar pintados en el mural…

Gente linda y de yapa, mangos que se caen de los árboles.

No sabíamos si seguir o no seguir. Los señores nos decían que sí, que llegábamos, otros decían que no, que nos agarraba la noche. Encaramos. Desde Flores a Zambrano. 30 kilómetros y más de mil metros en subida. La Cuesta del Rodeo. Es una larga pedaleada sin tregua. Si uno levanta la cabeza y ve el tráfico allá arriba piensa que nunca va a poder llegar hasta allá, pero cuando quiere acordar uno ya está allá mirando alrevés, encaramado en la ladera, viendo hacia abajo el caracoleo del tráfico. Llegando al techo del mundo. La vista es inmensa y preciosa. El borde del camino, el vacío, el más allá con las montañas azules y marrones y lilas. El olor a hierba limón que intoxica el aire de frescura.

Nos llevó varias horas. Todavía faltaban 15 kilómetros y el atardecer ya nos cazaba por la espalda. Anaranjadísimo se nos venía encima. En eso Martín pinchó una rueda. Yo ya no veía. El atardecer para mí es la peor hora. Las sombras se adueñan del paisaje de la ruta se adueñan de todo las sombras. No puedo discernir. Seguí pedaleando tratando de ganarle la carrera a la noche que nos ganó irremediablemente. Y nos ganó con lluvia torrencial. El cielo se desplomó sin previo aviso. Justo en la entrada de Zambrano. Habíamos llegado. Ahí nomás había un hotel con restaurante. Todo lo que necesitábamos. El hotel nos costó 400 lempiras. El plato de frijol, huevo, queso, aguacate, crema, banana, 60 lempiras y los platos con carne, 85.

Datos técnicos: Siguatepeque-Zambrano 81.7 km

6.10.54 hs

Total: 2928.65 km