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Viajar a pesar de los confinamientos

El derecho y la acción de viajar contra el abuso de las restricciones

En estos tiempos ando de viaje. Vivo en Bilbao con domicilio declarado allí y otro, en San Pedro, Argentina. Soy argentina e italiana con dos pasaportes que lo acreditan.
Durante el confinamiento no he dejado de viajar más lejos o más cerca. Moverme es mi vida y, aunque tengo dos domicilios legales declarados, mi elección es itinerante. Aunque no sea lo más común e inclusive difícil de entender para muchas personas. Es así. Así elijo vivir y tengo derecho a esta elección. Más allá de sentir que la libertad es un derecho inherente e inalienable del ser humano, este derecho es uno de los fundamentales de la declaración de derechos del hombre.
«Artículo 13:
1. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado.
2. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país.»
Fuente: https://www.un.org/es/about-us/universal-declaration-of-human-rights

Los gobiernos de la mayoría de los países y comunidades están cada vez más acostumbrados a implementar restricciones para intentar frenar los contagios del virus -y la gente está cada vez más amaestrada para obedecer. A pesar de controlar con las fuerzas de seguridad, obligar a la población mundial a andar de barbijo o mascarilla, a no juntarse, a irse a dormir más temprano, cerrar fronteras, exigir análisis y pruebas y llevar ya buena parte de la población vacunada con un centenar de vacunas diferentes, al parecer no lo han conseguido. Según de qué país uno escuche las noticias, pareciera como si en algunos lugares la epidemia fuera una catástrofe, mientras que en otros no está.
Como decía anteriormente, durante más de un año de «pandemia», he viajado desde Bilbao hasta Valencia en bicicleta. Luego la costa del Atlántico francés. Después la Route de deux mers. A continuación diversos trekkings por Euskadi, Iparralde y Hegoalde, Navarra, Burgos… luego un viaje de dos meses a Argentina a Patagonia y actualmente, México. En el medio, algunos otros treks y más salidas en bici. Tener dos pasaportes es una gran ventaja, aunque, de todas maneras, todos podemos hacerlo.


Tengo derecho a moverme y lo hago con el debido respeto a los demás porque entiendo que la gente está más asustada y resignada que vulnerable a una muerte por covid. Por respeto sigo las normas locales sólo hasta el momento en que me impiden cruzar el límite. A partir de ahí, si quiero cruzar el límite, me lavo las manos antes y después, pero lo cruzo. Y me hago y haré cargo.

¿Cómo moverse desde una comunidad con cierre perimetral?

Me referiré a Bilbao porque es donde hago base. Sin embargo se puede desde todas partes.
En el reino de España han dejado bien claro que:
«LOS VIAJEROS SE PUEDEN SALTAR LOS CIERRES PERIMETRALES PARA COGER UN AVIÓN»
Sanidad lo aclara: se permiten todos los viajes al extranjero
Los residentes en España pueden desplazarse libremente entre comunidades autónomas en tránsito hacia el país de destino.
El Ministerio de Sanidad pone fin a su silencio gracias a la insistencia de CEAV.
Fuente: https://www.preferente.com/noticias-de-agencias-de-viajes/sanidad-lo-aclara-se-permiten-todos-los-viajes-al-extranjero-308253.html
Estas noticias pueden ser contradictorias ya que, luego de la disposición del reino, cada comunidad autónoma hace sus propias normas y las cambia cada semana. Es todo un ejercicio de logística y prácticamente de espionaje estar enterado de las disposiciones de última hora y un control de las fuerzas de seguridad puede ser, aún así, sorprendente y novedoso. Hay que llegar preparado.
Entonces uno llega a una terminal o aeropuerto y se encuentra con un control. Para esto, todas las comunidades, creo que del mundo entero, disponen de unos permisos de circulación, formularios de responsabilidad personal donde uno debe escribir cuál es la causa de desplazamiento. Es fácil, se imprime, se completa y se firma. Yo lo he hecho en un par de oportunidades pero no me lo han pedido así que son hojas de papel que voy acumulando para reciclar con textos más edificantes, direcciones de viajeros, y anécdotas del camino. He visto informes de noticias donde las fuerzas se remiten a pedir el formulario, sin hostigar, y otros dónde piden además otro justificante de la causa de desplazamiento. Otro papel.
Ayuda quizás saber que, normalmente, uno no está solo en esa circunstancia del tránsito. Normalmente si están parando en la carretera, hay más coches, si uno va a tomar un bus, hay más personas esperando y viajando en el bus y así siempre. No estamos solos en la locura de viajar.
Entonces hacemos ese papel y si somos duchos y tenemos una mínima habilidad, hacemos, por las dudas, algún otro documento que avale la justificación.
Hay varios motivos en cada lugar del mundo para permitir el desplazamiento: trabajo, estudio, cuidar a una persona que necesita asistencia, ir al médico, alimentar animales, y fuerza mayor: concepto muy amplio.
Durante todos estos viajes que he hecho durante el último año, una sola vez me pidieron un justificante. En general se transita con tranquilidad, si bien dependiendo del nivel de ansiedad de cada uno la preocupación es mayor o menor y el alivio posterior, proporcional a ello.
Luego, en el mundo, hay muchos países que tienen sus fronteras abiertas y en los que somos bienvenidos en estos y en todos los tiempos. Otros están cerrados. Hay que ver eso antes de planificar la salida y ver qué piden. Por ejemplo, el año pasado Francia no pedía nada, ni siquiera mascarilla para andar al aire libre, Argentina comenzó a pedir PCR justo el día que yo viajaba y permisos de circulación por provincias, México aún no pide nada. En general todos piden llenar otros formularios. Los procedimientos son un trastorno y un embole pero al menos yo prefiero ponerme las pilas y hacer todos esos papeles y salir. Ya soy bastante mayor de edad y no estoy dispuesta a perder ni un solo día de mi vida sin hacer lo que más me gusta que es andar por ahí. Cerca o lejos, pero andar por ahí, explorando.
Mantengo la distancia social. Uso la mascarilla donde así me lo piden y me lavo las manos con o sin virus, me las lavo igual. No me cuido por mí ni para mi salud, así que por las dudas no se acerquen porque soy pasible de covid y de todas las pestes que pululan en el aire. Me cuido por respeto al otro cuando el otro así lo dispone y eso es claramente visible.

Viajar en estos tiempos acarrea algunas cuestiones fastidiosas, pero no es una misión imposible y al fin y al cabo se puede hacer. Además, en mi experiencia, es más lo que se habla y se pide en las normas que lo que después se hace o se exige. Al mismo tiempo, reitero, en cada estación del camino, no estaremos solos en una situación de desamparo ante un factible control.
Aquellos que anden cortos de ideas o se encuentren literalmente entre la espada y la pared, confinados, no duden en charlar conmigo. Seguramente se nos ocurrirá algo para que ninguna frontera se interponga a nuestras alas.

En Bicicleta de los Pirineos a los Apeninos-Día 22: Spotorno-Pontedecimo

Seguimos desde Spotorno rodeando la ruta costera para llegar a Génova. El encanto del mar se diluye entre un tráfico muy concurrido y los puertos comerciales e industriales. Las ciudades, del mismo modo, no son pintorescas. Son barrios habitacionales de las periferias de los lugares turísticos y de una ciudad tan grande como Génova.

Pasamos Savona y recorrimos su casco histórico. Luego retomamos la carretera transitada y, llegando a Génova, nos desviamos hacia el interior.

Tuvimos la idea de meternos a hacer otra ruta debido a que la Eurovelo brilla por su ausencia hacia Torino. Encontramos una Vía del Camino de Santiago que se llama Via Postumia. Sin embargo al ser poco conocida y poco transitada, hay pocas señales de ella.

Al llegar a Pontedecimo, un simpático poblad0 de la Liguria por donde pasa la Via Postuma, el albergue de peregrinos estaba convertido en pensión de trabajadores.

Gracias a la gentil ayuda de algunos lugareños, Isabelletta, Ciro y algunos parroquianos más, nos dirigimos hacia una casa en el campo.

Llegamos así a  lo de una familia muy simpática y amable: Claudio, Sonia, Michelle y Giulia. Viven subiendo de Pontedecimo, en un paraje rural llamado Ceriso. Bastante cuesta arriba. Así que tras un día complicado y largo de pedaleada nos tocó subir una gran cuesta.

Valió la pena como siempre lo vale el subir. Las vistas desde donde acampamos fueron preciosas y compartir un par de jornadas con la familia italiana, también.

Practicamos nuestro rudimentario italiano y anduvimos de cosecha de verduras. Zuchinnis al por mayor comimos. Estuvo muy bien parar allí. Nos quedaba a mano para transitar la Alta Vía Liguria, un camino montañero de senderismo, trekking, bicicleta, duro pero nada que nuestras piernas ya entrenadas pudieran arremeter. Así que arremetimos.

Día 50 (9 de mayo) – de Chinandega a León

La ruta es recta. Muy fácil. A 10 kilómetros de salir de Chinandega está la entrada a Chichigalpa, sinónimo de Flor de Caña. En Chichigalpa se fabrica este ron que según palabras de Martín, especialista en catación y coctelería, es uno de los mejores rones del mundo. Flor de Caña es valorado internacionalmente, lo respaldan 126 años de historia y tradición, la quinta generación familiar asegura que siguen usando ingredientes finos y largo añejamiento.

Son solamente 40 kilómetros entre Chinandega y la heroica ciudad de León. El calor aletarga pero Nicaragua justifica cada parada. Vale la pena. A las 10 de la mañana ya estábamos en el Hotel Casa Ivanna, el mismo en el que he parado anteriormente y en el mismo cuarto que ya siento mío. Cuesta 5 dólares y es muy confortable. Los cuartos están limpios, hay cocina equipada que se puede utilizar, café gratis, enchufes, internet lento, libros, sala de estar con sillones hamaca y hamacas en el jardín. Enfrente, en la esquina, está el Teatro donde la primera vez que estuve en Nicaragua escuché a la Orquesta Sinfónica de Cuba,

-pase, señora, es gratis.

Fuimos a comer un plato completo a la vuelta del hotel por 50 córdobas, y luego a caminar por el mercado y las calles pintadas de banderas rojinegras. Pasamos por la casa donde nació Rigoberto López Pérez, el poeta que disparó contra Somoza García asesino de Sandino. Por la casa natal de Rubén Darío y la catedral donde descansan sus restos custodiados por un león. Fuimos al Museo de la Revolución, a la casa de los héroes y mártires. Veneramos cada placa por cada guerrillero muerto, por cada luchador del pueblo nicaragüense. Ahora somos nosotros los curiosos y ellos los que cuentan su historia:

-veinticinco mil contras nos mandó Reagan, pero nosotros éramos todo un pueblo y por eso ganamos, y acá estamos, a pesar de haber vivido todo lo que vivimos, acá estamos- medita en voz alta Rodolfo López López.

Datos técnicos: Chinandega-León 40 km

3.18.03 hs

Total: 3356.55 km

Día 47 (6 de mayo) – de San Lorenzo a Choluteca

Un día de viaje muy corto. Esta es nuestra última parada en Honduras antes de cruzar la frontera a Nicaragua. Choluteca, la Sultana del Sur, parece ser el último centro urbano donde podemos descansar. Desde aquí hasta Guasaule, frontera, hay 46 kilómetros. Ahora el camino es más plano o con sinuosidades muy leves, o será que uno ya se adiestró en la buena costumbre de meter primera y hacer fuerza pa’arriba. Ya cruzamos toda la imponente muralla de montañas hondureñas. La carretera de San Lorenzo a Choluteca es sencilla en cuanto al relieve, pero jodida en cuanto a tráfico. Hay camiones que te sacan literalmente de la carretera porque o no te ven o no hay espacio o no les importa un pito pasarte por encima. Varias veces me bandeé yo, y no el bulto, hacia lo que sería la banquina pero que es una acera angosta de piedritas o nada, pasto, o terreno desparejo y no pensado para circular ni en bicicleta ni caminando. Antes de llegar a Choluteca conocimos a Hilda. Hilda no va a la escuela. Tiene 10 años pero no va a la escuela porque su papá no tuvo billete. Su hermana tuvo más suerte porque le tocó un papá con billete. La hermana de Hilda sí va a la escuela, pero no le enseña nada a Hilda porque Hilda vive con su abuela Francisca. Viven ahí, en una aldea en medio del camino que va desde San Lorenzo a Choluteca. Hilda se hamaca en la hamaca y ve pasar y ve pasar. Pero nosotros no pasamos. Le enseñamos a escribir su nombre, Hilda con H que no suena, con H como Honduras Hilda huérfana humilde hermosa h de hambre, hipócrita Hernández, h de hijo, hijo de puta.

Martín le hizo un dibujo de recuerdo en un cartón. Nos dibujó a nosotros en ese lugar, debajo de su palapita de palma, ella en su hamaca y nosotros en una banca, y las bicicletas. A mí me dibujó con alas en lugar de brazos, o con brazos muy grandes.

Choluteca significa ‘valle ancho’ en lengua chorotega, primeros habitantes de la región. Después los españoles emperifollaron el nombre y la llamaron ‘Villa de Xerez de la frontera de la Choluteca y mis reales tamarindos’ porque las pepitas de oro que se encontraban en Choluteca eran tan grandes como vainas de tamarindo. Choluteca, Honduras toda, era una gema de metal dorado a la que vaciaron sus entrañas, hasta las tripas le sacaron. Sólo queda esa coraza de montañas azules y tejados rojos. La mitad de los hondureños sobrevive sin satisfacer sus necesidades básicas. En los caseríos no hay agua potable. No hay electricidad ni cloacas. En los suburbios la mayoría de los chicos no van a la escuela porque como Hilda no tienen billete. Tampoco tienen zapatos. Es bello el mundo pero cómo duele la humanidad. La ostentación de las iglesias, la insignificancia del mendigo. La plaza comercial, la techumbre de palma de Francisca. El periférico, el barro. Los chicos con uniforme, los chicos descalzos. La desigualdad del dinero. La devaluación de la vida y del amor.

En Choluteca nos alojamos en el Hotel Pacífico. Es un lindo hotel con dueños muy agradables. El cuarto tiene dos camas grandes, es amplio, tiene aire acondicionado, enchufes, baño, hay garrafón de agua, hay internet, y nos cuesta 550 lempiras. Nos quedamos prácticamente todo el resto del día en el hotel. La temperatura ambiente es de 40 grados. Me senté en la galería a tomar mates pero estar afuera es insoportable. Salimos a cenar cuando anocheció, churrasquitos con tortillas, estilo tacos, 53 lempiras. Muy ricos. Hay lugares de comida chatarra en la plaza comercial donde hay varias cadenas multinacionales que ofrecen combos, por ejemplo el sándwich de pollo con papas y refresco por 37 lempiras.

Datos técnicos: San Lorenzo-Choluteca 35.2 km

2.13.28 hs

Total: 3173.95 km

Día 46 (5 de mayo) – de Sabanagrande a San Lorenzo

Todo lo que sube tiene que bajar. Hoy bajó la carretera. Volvimos al nivel del mar, pero el mar subió y no pudimos llegar hasta la costa. Hay marejada en el Pacífico.

La ruta es tranquila hasta pasar Pespire, una joya colonial de Honduras con sus tejados rojos y su iglesia blanca de tres cúpulas. Al llegar al cruce de Jícaro Galván, 13 kilómetros después de Pespire, el tráfico se acentúa, aparecen los trailers, los camiones y el smog. Vienen de la frontera de El Amatillo en El Salvador. Además nos encaminamos a puerto. Antes el puerto era Amapala, en la Isla del Tigre; fue por siglos el único puerto de América Central, pero a fines del siglo pasado fue mudado a la costa y Amapala quedó anclada en la isla sólo como destino de viajeros que gustan de viajar en el tiempo. Las marejadas nos impidieron avanzar hacia el mar y ver de cerca el espectacular atardecer del Golfo de Fonseca. Las olas alcanzaban cinco metros de altura, hubo gente desaparecida y fallecida, viviendas y comercios destruidos, evacuados, y se impuso el alerta amarilla.

Sabanagrande resultó ser un lugar muy agradable para descansar y esperar a que escampe, pero si algún viajero decidiera seguir un poco más, puede hacerlo. A dos horas de Sabanagrande hay un hotelito, luego, unos kilómetros más está Pespire donde también hay alojamiento. El camino es fácil, todo de bajada.

Los hoteles de San Lorenzo son o feos y sucios aunque baratos, de 350 lempiras para tres, o lindos y con todos los servicios por más de 750 u 800 lempiras. No hay término medio. Elegimos el Hotel Rivera en el centro, cuesta 800 lempiras, tiene pileta climatizada por el sol, aire acondicionado, y nos viene muy bien ya que, no sólo sube la marejada sino también la temperatura. Estamos a 40 grados.

Datos técnicos: 63.5 km

3.58.04 hs

Total: 3141.75 km

Día 43 (2 de mayo) – de Zambrano a Tegucigalpa

Se escuchó diluviar toda la noche sobre el techo de chapa. Arrancamos con bruma y garúa. Estábamos en las alturas, a 1400 metros sobre el nivel del mar. Con el aire fresco. Cerca de las nubes. La ruta enseguida se fue a pique y bajamos durante los primeros 10 kilómetros más de 500 metros. Sin engolosinarse. Pedalear Honduras es jodido. Es arremeter contra las murallas naturales de América que se anudan todas juntas en esta cintura del continente. Es jodido y es precioso al mismo tiempo. Tiene el sabor del desafío y la conquista, y la mirada del mundo desde un palco privilegiado. Quien no cruza las montañas por sus propios medios, ya sea en Honduras o en la Patagonia o en los Himalayas, nunca entenderá de qué estoy hablando. No existen palabras suficientemente exactas para contar cómo es. La geografía de Honduras como la de otros espacios selectos del mundo, es imponente y tan caprichosa que no habíamos terminado de gritar de alegría en esa ráfaga de descenso cuando otra vez el terreno nos obligó a pedalear y forzar y sudar hacia arriba. Tan duro como gratificante. En el trayecto cruzamos a grupos de ciclistas entrenando, entre ellos conocimos a Daniel Zavala. Daniel pedaleó con nosotros hasta Tegucigalpa a quien cariñosamente todos ya llamamos Tegus. Hicimos juntos una parada y Daniel insistió en invitarnos una gaseosa fresca. Luego nos guio hasta el centro de la capital. Nos llevó por avenidas que eludían el periférico para evitar pasar cerca de barrios marginales peligrosos, según nos dijo.

La entrada a Tegucigalpa es un quilombo. Una bajada rauda con mucho tráfico y vehículos recontracelerados por todas partes y hacia todas las direcciones. Menos mal que teníamos guía, así y todo nos perdíamos de vista entre el caos y los viaductos, puentes, avenidas que pasan unas encima de otras y dan vueltas y rotondas. Difícil. Estresante. Confuso. Pasamos por Comayaguela un barrio suburbano populoso, una pequeña ciudad dentro de la gran ciudad, y por el estadio nacional, y al final llegamos al centro. Daniel nos dejó en la esquina de cerca de donde hay varios hoteles. Los hoteles Granada que yo conocía de antes resultaron ser caros para nuestro actual presupuesto así que seguimos buscando y encontramos el hotel Gutemberg, en el barrio Guanacaste. Muy bien. Lindo. Limpio. Con internet, agua potable, café gratis, televisión, cuarto pintado de lindos colores, para los tres, 400 lempiras.

Salimos a comer y este barrio es de mercados, es barato, ¡tres tamales por 10 lempiras! En una tienda de segunda mano compramos un pantalón para Martín, 100 lempiras, y una calza para mí, 50 lempiras; carne y chorizo con ensalada por 50 lempiras, 7 bananas por 10, una bolsa de mangos por 20.

En medio del caos urbano Tegucigalpa tiene lo suyo. La historia post-colonial estampada en los frentes y altares de las iglesias labradas por indios anónimos. El estilo es único, el barroco tradicional aquí es almohadillado o salomónico y recae en guirnaldas rococó. Además, la originalidad de la decoración en cerámica vidriada. Haciendo frente a la liturgia, Francisco Morazán en el centro del parque y de la historia, se abre el pecho y grita eternamente “aún estoy vivo”. A este mismo parque central llegábamos de a miles en 2009. Cuatro mil desde Comayagua, tres mil desde Olancho, cuarenta mil en total marchábamos en resistencia cantando con el puño izquierdo en alto ‘nos tienen miedo porque no tenemos miedo’. Habían impuesto el toque de queda, la represión violenta, los golpes de macana, el atropello de la caballería, las ráfagas de gases lacrimógenos y balas de goma. Cientos fueron detenidos, cientos fueron desaparecidos.

Datos técnicos: Zambrano-Tegucigalpa 38.8 km

3.21.01 hs

Total: 2967.45 km

Día 19 (8 de abril) – de Palenque al Aguacatal

Un paso inusitadadamente fugaz por Chiapas. Volvemos a Tabasco y de Tabasco a Campeche. Tomamos la autopista Villahermosa-Chetumal. Vamos hacia Guatemala y aunque podríamos haber cruzado desde Tenosique, queremos transgredir la frontera legal y pasar a través de la selva, por la Gran Calzada de los Mayas. Hace rato que estudiamos los mapas y la ubicación de las ruinas a un lado y a otro del límite que se empecina en desmembrar la historia neciamente. La autopista es poco transitada pero en buen estado. No hay nada. Desde el cruce de Catazajá hasta El Aguacatal, a 116 kilómetros, hay una sola gasolinera. La gasolinera está pasando el entronque con la ruta que viene de la frontera; hay un solo lugar donde se puede parar a cargar agua y comprar comida, Boca de San Gerónimo. La ruta es plana y no hay sombra. El paisaje es de vegetación rala pero siempre verde. Algunos ranchos aislados le dan nombre a parajes que no existen, San Marco, La Pimienta, La Guadalupe, Matesombra. Uno de ellos, El Trébol, puede leerse en el mapa, figura como si fuera un poblado, pero al pasar por allí, 24 kilómetros antes del Aguacatal, no hay nada, ni el rancho queda. Sólo una tranquera desvencijada y un yuyal. Los carteles que nombran a los ranchos, a los pueblos sin pueblo, están pintados en una madera o un pedazo de cartón, con un marcador, así nomás. Un hito en el camino.

El Aguacatal es un pueblo de cinco cuadras a cada lado de la ruta y dos cuadras hacia adentro. Las calles son de tierra y las casas son sencillas. No hay alojamiento. Preguntando encontramos a la señora de la caseta telefónica que alquila un departamento. Son dos cuartos, aire acondicionado, ventilador, baño y cocineta con mobiliario. Cuesta 300 pesos. Salimos a comprar fruta, hay dos verdulerías, dos almacenes, una panadería y un ciber, “EL” ciber. El Aguacatal es uno de esos poblados que nos sorprende por estar habitado a pesar de la soledad. Están en el medio de la nada. En un páramo que por su extensa llanura sólo es capaz de cobijarlos en remolinos de polvo. Nos preguntamos de dónde sale la gente de estos poblados paridos por la soledad, qué hace la gente de un lugar así cada día de una vida circunscripta a esas cinco cuadras y al horizonte lejano y desconocido. América Latina se desnuda en cada llegada, millones de pueblos como este, cada uno único, germinando espontáneamente cerca de una ruta o un río o la nada, desplazados, buscavidas, herederos de los dueños de la tierra. Desheredados. Sobrevivientes.

“Pasamos por las hermosas cascadas de agua blanca, entramos a Chiapas y visitamos las ruinas de Palenque y acampamos entre luciérnagas y sonidos de la naturaleza que amenizaban la noche. Hoy entramos a Campeche y dormiremos en el pueblo del Aguacatal para llegar a Calak Mul desde donde cruzaremos a Guatemala ¡por la selva!” (Martín Murzone)

Datos técnicos:


Palenque-El Aguacatal 119 km
8.05.35 hs
Total: 1235.61 km.

Día 14 (3 de Abril) – de Coatzacoalcos a Heroica Cárdenas

Salimos de Coatza con garúa. Coatza, ahora le decimos así, nos hemos familiarizado, somos casi parientes de esta ciudad de cuatrocientos mil habitantes. Salir fue más fácil que entrar, más directo. Era temprano y no había tanto tráfi co urbano como cuando llegamos. La llovizna era cortante y ardía. Lluvia ácida. Provocada por la superpoblación que ha generado la industria petroquímica y otras derivadas. Coatzacoalcos es una de las ciudades de México que más deshechos tira a cielo abierto. En el año 2014 se planteó el tema y se empezaron a evaluar medidas. La lluvia ácida sigue cayendo. La sentimos en la cara.

Cruzamos de Veracruz al estado de Tabasco. La frontera la marca el río Tonalá. Tabasco es húmedo y verde profundo. El campo está inundado. Si en los Tuxtlas había tabaco, si en Veracruz había café, si había caña, ahora encontramos arroz y cacao. El aire denso se impregna de olor a cascarilla tostada y este aroma se realza con chipotle y pasilla. El campo huele a chocolate con chile. Es una región plana de lagunas albúferas alimentadas de mar y separadas de éste por delgadas barras de tierra donde abundan las ostras y los pájaros. Cárdenas produce ostiones y es un paraíso para los observadores de aves.

Fue el primer día que pedaleamos más de 100 kilómetros. En ese entonces sentíamos que era un montón, con el correr del tiempo se volvió una cantidad aceptable y normal. Esa primera vez, mi conciencia acusaba que era una barbaridad. No teníamos pretenciones de llegar a Cárdenas, habíamos consultado el mapa y nos quedaba bien parar en Benito Juarez, 20 kilómetros antes, pero como íbamos por la autopista nos pasamos de largo del entronque que no está señalizado y, cuando quisimos acordar, Benito Juarez se había quedado atrás. El clima acompañó. Estuvo nublado todo el día. Hace calor, pero nublado, es soportable. La ruta sigue recta y aunque se vuelve monótona, se puede llevar buen ritmo.

Durante todo el trayecto de autopista no hay servicios. No hay comidas, hay sólo un par de gasolineras aisladas entre sí. No hay pueblos, algunas casitas a las perdidas. Hicimos todo el recorrido sin comer nada desde unas galletitas del desayuno. Llegamos a Cárdenas. No es una linda ciudad. Es más bien fea y bastante cara. La plaza central no hace gala de la exuberancia verde de Tabasco, es una plaza estoica, de pastos cortados al ras con poca gracia que denotan más aún la altura de las dos torres delgadas de la iglesia. Enfrente, color ladrillo, hay una chimenea de usina con un collage de mosaicos y un reloj incrustado.

Estamos en un hotel, Casa de Huéspedes Zaragoza, junto al Hotel Edén. Es barato, 200 pesos el cuarto para los tres. El baño no tiene puerta y la canilla del lavabo no funciona. No hay enchufes, tenemos que cargar los artefactos en la recepción, el internet es del hotel de al lado y no tiene buena señal. Luego, en la noche, hay mucho ruido.

Conseguimos pollo asado a buen precio, una oferta fantástica que una vecina que nos vio y nos reconoció viajeros mochileros trotamundos, se acercó a sugerirnos. Dos pollos por 110 pesos, una ganga.

Datos técnicos:


Coatzacoalcos-Cárdenas 121.11 km
7.17.54 hs
Total: 894.98 km.

Día 12 y 13 (1 y 2 de abril) – de Acayucan a Coatzacoalcos

Antes de salir de Acayucan pasamos a engrasar las cadenas y a darle un ajuste a las velocidades. La topografía irregular de América Latina obliga a un aprovechamiento exigente de los cambios. Las palancas suben y bajan y la rapidez en este juego hace que vayan agarrando ciertos vicios. A veces se niegan a subir si no apretás el pulgar al límite o no entran si no hacés dos rebajes juntos. Cada uno se va entendiendo en este lenguaje de ir y venir de palancas con su propia bicicleta, es un aprendizaje que permite que lo que no funciona como un relojito, sirva igual. De todas maneras, un ajuste de vez en cuando, pone por un tiempo -a veces es un rato nada más- las cosas en su lugar.

Hoy elegimos la ruta libre. Apabullados por la mugre de la autopista veracruzana, la cantidad de basura en las banquinas y las continuas pinchaduras, pensamos que por la libre sería mejor. Nos encontramos con que la carretera libre estaba en refacciones en un tramo largo. Seis kilómetros de contrapiso acanalado que tuvimos que cruzar a los saltitos. Fastidioso e incómodo. La banquina es un margen estrecho y el tráfi co es igual de insoportable aunque un poco más lento. Hay muchos camiones, muchos trailers. Estamos sobre Semana Santa, es fi n de semana largo y quizás por eso hay más tráfico, además la reparación obliga a varios desvíos y a circular con más calma. Entre el polvo de la obra se ven dos banderitas naranjas de precaución, son dos chicas que trabajan para la empresa vial y me paran curiosas para hacerme preguntas y ofrecerme agua fresca. Me entretengo y me quedo atrás. Ya no diviso a mis compañeros de viaje.

Está nublado, el cielo plomizo ayuda a pedalear sin que el sol te raje el casco pero igual pesa. El smog de los caños de escape parece una caricatura del cielo, gris y caliente. Un hálito dulce de caña que alivia la polvareda. Si hay subidas son tenues, el recorrido no es nada complicado a pesar del calor y el estado de la ruta. Al llegar a Minatitlán hay un desvío que tomo. No es muy visible y tengo el presentimiento de que mis compañeros han errado el rumbo y se han metido en la ciudad. Avanzo con rapidez, circulan muchos vehículos, hay bocacalles congestionadas, transporte público, semáforos, paradas de autobús. Paro en una garita a preguntar a un hombre que me dice que hace rato que está ahí pero que en bicicleta con carga no ha pasado nadie. Decido esperar a que los confundidos se den cuenta y peguen la vuelta. El hombre me pregunta si es la primera vez en Minatitlán y como le digo que sí, me cuenta que ahí tuvieron la refinería de petróleo más grande del mundo.

-Los petroleros se robaron todos los campos, muchos se vinieron para acá, para la ciudad, y otros se fueron más lejos o a la guerra con Zapata y Villa. Nos chingaron. Nosotros teníamos las chacritas y trabajábamos el café, después sacaron todo y quedó el río pelado que ahora cada tanto se inunda porque no tiene contención, está todo contaminado, toda la ciudad se inunda. Me lleva la chingada. Me llamo Héctor, -me dio la mano- ese es mi pecero.

Héctor me saludó desde el pasillo del pecero. Los chicos no llegaban así que decidí seguir un poco más adelante. Al final de esa calle de acceso a la ruta había un puesto de Defensa Civil. Los agentes se apresuraron solícitos y entusiastas a atenderme. Me hicieron preguntas. Tomaron datos. Me dieron agua y se sacaron fotos conmigo. En eso llegaron los chicos.

De Minatitlán a Coatzacoalcos se hacen rápido las rectas. Coatzacoalcos es una ciudad muy grande. El nombre proviene de Quetzalcoatl, la serpiente emplumada que se embarcó por el río en una balsa hacia el interior de México. A la ciudad se entra por autopistas y puentes que cruzan el río Coatzacoalcos y más autopistas y más puentes. Vamos preguntando dónde está el centro pero parece que nunca llegamos. La entrada a la ciudad implica varios kilómetros extras. Vamos a ver el mar. Otra vez. Teníamos que encontrarnos con Paco, un compañero de estudios de Martín y Alex, pero era temprano así que para matar el tiempo y el hambre nos metimos a almorzar en el mercado. Fue una de las mejores comidas de todo el viaje. Un menú corrido de 50 pesos, super abundante y delicioso. La cocinera era por demás de amable. Ya casi todos los puestos de comida del mercado estaban cerrados, ella cocinó especialmente para nosotros, y un frecuente comensal nos dio indicaciones de cómo seguir hacia la playa. La digestión y la siesta se dejaron llevar por el horizonte inalcanzable, ese que te apacigua y te convoca al mismo tiempo.

A través de Paco contactamos a otro compañero, Joan, quien nos abrió las puertas de su casa y su estudio de yoga y nos invitó a quedarnos ahí. El lugar era un lujo. Un salón impecable y luminoso con baño, aire acondicionado, internet, y a dos cuadras de la playa. Allí Martín hizo el primer tatuaje viajero, un Hunab Ku maya en sombras. Joan no estaría al día siguiente, iba con su mamá a una cura de silencio, un retiro donde por muchas horas o días, no hablan, meditan. Nos dejó la llave y como las condiciones nos sabían propicias, aprovechamos a hacer el primer alto en esta travesía. Nos quedamos en Coatzacoalcos y pasamos el día en el mar. El sabor de la orilla. Desde tan cerca contemplar la lejanía. Contemplar como contemplarse porque estar allá, andando, no es tan lejos. Saber que hay tiempo para ese andar allá y tiempo para quedarse acá.

El malecón de Coatzacoalcos bordea la extensa línea de la costa y merece una caminata con la caída del atardecer. En los días de carnaval, el malecón es escenario de la comparsa más grande del mundo.

Datos técnicos:


Acayucan-Coatzacoalcos 66.5 km
3.59.03 hs
Total: 773.87 km.

Día 6 (26 de Marzo) – km 24, Cuitlahuac a Mandinga

La temporada de lluvias es consecuente con el ciclo del agua, primero se evapora, después se condensa, y más tarde, llueve. Por eso yo insistía en salir temprano. Aunque cómo uno podría salir temprano cuando eso signifi ca alejarse y quizás alejarse para siempre de alguien que sin conocerlo le ha dado la mano, un plato de comida, un techo, un abrazo, la sonrisa, un rincón íntimo del hogar.

El sol salió con toda su potencia y la inefable misión de evaporar toda el agua caída durante la noche.

-Nos vamos a ir, Lupita, porque ya no está lloviendo, y el camino es tan largo, Alexa, como quinientas veces a Córdoba, Rosario. La mitad de mil, Charis.

Un hachazo de sol corta en dos la sonrisa de Clara que nos dice adiós con la manito de Ivette. Miro atrás como una promesa. Adivino que la hilera escalonada de manos se sigue sacudiendo a mis espaldas.

El calor abrasador se presume mediodía, es la mañana apenas, pero el sol se ha encaramado en la altura azul sin matices. Un sol que raja la tierra, que te raja el casco. No hay sombra. Cada árbol es una bendición que dura un suspiro. Pasamos
una infinidad de pueblitos. No los vemos. Se esconden detrás de bambalinas de polvo, de caminos vecinales que se bifurcan a un lado y al otro de la carretera principal. La Lagunilla, 442 habitantes, Tamarindo -el olfato lo anticipa- 818 habitantes. Los carteles de madera, rústicos, anuncian pintado el nombre del pueblo y la cantidad de habitantes. Mata Espino, 273 habitantes, Los Capulines, 70 habitantes, La Capilla, 1364 habitantes. La tendencia de la pendiente es en bajada aunque nos sorprenden seguidillas de columpios. La razón lógica es que ya hemos caído de
la cordillera volcánica que atraviesa transversalmente el corazón de México pero nos hemos encontrado con las últimas estribaciones de la Sierra Madre Oriental que escuda el este del Golfo. América Latina no es llana. Vamos descubriendo su intrínseca juventud geológica. Desvanece la imagen en cámara lenta del pedalear placentero lisa y llanamente. El esfuerzo es duro al principio. Sin entrenamiento y con carga. Vale la pena, ya lo verán. El disfrute será muy grande. A menos de una semana de haber salido, no sé lo que pueda pasar.

El calor caribeño se ha metido en el continente y nos embota y nos aletarga. Avanzamos con la frecuencia del mediodía hacia la siesta. Es agobiante. Tomamos agua y metemos la cabeza debajo de cualquier chorro en cada oportunidad posible. La mira puesta en la ilusión del horizonte marino nos anima. Llegar al mar y sentarnos en la playa a comer pescado. No fue posible. Si bien llegamos a Boca del Río, muy cerca de Veracruz, no hubo lugar donde pudiéramos hospedarnos. Las
villas de lujo y los barrios cerrados han ocupado la costa. No hay espacio público. No hay hoteles, sólo dos residenciales carísimos. Nos conformamos con respirar la sal y dejamos que el viento nos vuele el deseo de sentarnos en la playa a comer pescado. Venía el Norte. Ya estábamos sobreaviso. El mapa nos sugirió ir a
Mandinga. Tremenda subida para terminar el itinerario diario. Subida y bajada al pueblo de Mandinga junto a la laguna del mismo nombre. En Mandinga hay unos cuartos de alquiler que son francamente horribles. Nos mostraron una habitación lúgubre, con colchones viejos en camas sin tender y asqueroso olor a humedad. Nos dijeron que era lo único que había pero no nos quedamos. Cualquier cosa era mejor que esa pocilga. Preguntamos a unas personas que iban caminando y ellos nos señalaron a la señora de la tienda. La señora de la tienda llamó a otra señora
de la misma tienda que tenía a cargo un departamento. Justo se había desocupado, nos dijo. Estaba vacío, con algunos escombros, polvo, recién pintado porque habían estado acondicionándolo para nuevos inquilinos.

-¿Cuánto nos cobraría para pasar la noche?

-¿Una noche?

-Solamente una noche.

-¡Y pos nada!

Esta señora, Mara, resultó ser otro ángel del camino. Cuando nada parece salir es porque vendrá algo y será mejor. Palabra santa. No pudimos sentarnos frente al mar. No hubo alojamiento en Boca del Río. Era un asco el único lugar disponible en Mandinga, y cosa de Mandinga que se guardaba un ángel en la manga. El departamento de Mara era amplio, no tenía muebles, pero tenía agua, una ducha potente, electricidad, una pileta en la cocina. Barrimos el polvo. Entramos con las bicicletas. Emparchamos lo que había que emparchar. Nos bañamos de todo ese calor pegoteado y salimos a cenar tapaditas, sopes y martajas. Riquísimo, abundante y barato, de a 10 pesos.

Datos técnicos:


Km 24 Autopista Córdoba. Veracruz-Mandinga 85.96 km
6.05.43 hs
Total: 456.23 km.