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Día 4 (24 de marzo) – de Tepeaca a Ciudad Mendoza

La cocina de fierro en el largo pasillo estaría encendida desde mucho antes de que nosotros despegáramos los ojos. Los jarros hervían agua para té común o de jengibre, el café se asentaba, y las salsas disputaban sus aromas entre el patio y la calle. No nos apuramos en salir, presentíamos que por mucho tiempo, muchos meses, no nos volvería a acoger el calor o el amor de un hogar. Además la ropa empapada del día anterior tenía que secarse. Había salido el sol. Un sol momentáneo encargado de levantar las humedades para condensarse otra vez cuando refrescara la tarde. Cruzamos desde la casa de Alfredo y desayunamos con Maribel. Los poblanos tienen fama de mochos -conservadores y pacatos. Sin embargo, en lo personal, los caminos me han llevado a tierras poblanas más de una vez y siempre he sido maravillosamente bien tratada. Una vez, en otro viaje, iba con el mate y el termo bajo el brazo y un poblano me ofreció sin que se lo pidiera, calentarme más agua. Que te den o no el agua caliente para el mate, para mí es clave y, en ese caso, ni siquiera tuve que pedirla. La familia de Pipiz nos conmovió con tanta dedicación. La casa y el corazón abierto. Pensión completa y algo más. Afuera serpenteaba el itinerario, casi escapándose de nosotros hacia el sur.

Cruzamos todo el centro de Tepeaca, atravesamos las vías y luego, al llegar al bulevar, doblamos a la izquierda rumbo a Guadalupe Calderón. El aire huele a cilantro. Más adelante, manzanilla. Y otra vez refresca el aliento del cilantro. Paramos a inflar las ruedas y derechoderecho tomamos la autopista Puebla-Córdoba. Circulamos por el acotamiento, lo que en Argentina llamamos banquina. Mis primeras sensaciones fueron de terror. Martín exclamaba: -“¡este es el viaje más fascinante de mi vida!” A mí, a pocos días de partir, me parecía el más peligroso. Y eso que yo había estado en zonas de conflicto, había estado en campamentos de paz y como voluntaria y hasta de escudo humano en países sometidos por invasiones y bombardeos. Nunca me había sentido tan expuesta al peligro. Los camiones me zumbaban por la izquierda en cada abrir y cerrar de ojos, la bicicleta con toda su carga se tambaleaba, mi cuerpo flameaba como una banderita liviana suspendida en la nada y sólo con mucha tensión en los brazos podía mantener el equilibrio. Me apabullaba el ruido de los motores, el calor de los caños de escape me depilaba la pantorrilla. Los chicos se adelantaban y me dejaban sola. Iba sola
durante horas, vulnerable a cualquier cosa que pudiera pasar al borde de una ruta transitada. Cualquier cosa. En algún momento ellos me esperaban en una garita o en un puesto de venta o una estación de servicios. Ese día de estrés autopístico me esperaron al cruzar un peaje, los vendedores se acercaron con sus bolsitas. Descansamos comiendo platanito con salsa Valentina y masitas caseras. La autopista Puebla-Córdoba es recta, las subidas no son pronunciadas, hay pendiente, pero es leve, y alguna que otra bajadita.

Entramos a Veracruz y nos perdimos en la niebla. Invisibles. Sólo nuestras lucecitas titilando adentro de una nube densa. A partir de Esperanza todo el camino es en bajada. Bajada y bajada. Pero fue bajada con lluvia. Diluvió. Nos servimos de los esporádicos túneles y puentes para esperar a que amainara un chaparrón y le dábamos duro hasta el próximo pero en lugar de amainar -qué Esperanza ni esperanza-, recrudecía. Granizó. Era un espectáculo de la naturaleza pura y salvaje. La naturaleza a su libre albedrío. Los cúmulos de niebla jugando carreras con el viento, el granizo haciendo añicos ese juego y la lluvia como queriendo retar al espectáculo a chancletazos de agua.

“Wow, definitivamente éste se está convirtiendo en mi viaje favorito de los que he hecho. Nunca podría captar en una foto o video la sensación de lluvia con sol y el arcoiris en el agua que levantaban las ruedas de los autos. Los caballos relinchando parados en el granizo, bajando las cumbres hacia Veracruz en medio de una niebla de película, y, para terminar, la adrenalina de ir rápido y de noche bajo la lluvia. Sí, ya sé que estoy loco. Y qué.” (Martín Murzone)

La noche inundaba en reflejos la entrada a Ciudad Mendoza. Muy cerca del acceso a la ciudad hay un hotel que fue el muelle de anclaje. Todo estaba mojado otra vez. Si bien teníamos los cobertores impermeables de tela de paraguas, la lluvia se reiteraba caprichosamente de abajo hacia arriba. Optamos por comprar bolsas grandes de plástico para forrar el interior de las alforjas. El cuarto tenía un balcón techado, colgamos todo y mientras tanto nos dimos una regia ducha caliente y salimos a cenar a un puestito de la calle. Magnífico, 5 pesos las gorditas, 5 pesos las empanadas.

Datos técnicos:De Tepeaca a Ciudad Mendoza 8.98 km6.51.48 hsTotal: 293.27 km.

Día 3 (23 de marzo) – de Cholula a Tepeaca

No podíamos dejar Cholula sin visitar la pirámide. Fue construida en sus inicios para honrar a Tláloc, el dios de la lluvia, y creció con el tiempo y las civilizaciones que pasaron por allí atraídas por su posición estratégica, nudo de peregrinaje e intercambio entre los pueblos de todas las orillas. La pirámide de Cholula fue
considerada por mucho tiempo la más voluminosa de Mesoamérica. Alberga en su interior siete pirámides más, pasadizos, murales y túneles. Los conquistadores arrasaron a los cholutecas con una de sus matanzas más despiadadas y construyeron sobre la pirámide la iglesia que aún domina la ciudad desde toda perspectiva.

Después de una vuelta por los patios ceremoniales, retomamos nuestra ruta de Cholula hacia Tepeaca. La ruta está muy bien. Hay unas bajaditas muy lisas y placenteras. Y hay algunas subidas que se pueden, se pueden.

Atravesamos el centro de Puebla. Un tráfico terrible. Abundan los buses de pasajeros que parece que no lo vieran a uno allá abajo, pequeño y frágil; desde la cabina del bus, si es que se ve, la bicicleta debe parecer un artilugio de alambre retorcido. El tráfico no nos detuvo. Nos colamos por donde pudimos; para el artilugio de alambre retorcido o a retorcerse, resulta más sencillo colarse en un hueco. Luego nos metimos al carril del Metrobús que aún no circula y fue como ir por una ciclopista exclusiva y ancha. De lujo. Al final tomamos la ruta a Valquesillo y terminando esta ruta, la ruta a Tecalli. Entonces, nos azotó la lluvia.

Nos agarró la tormenta. El primer día habíamos descubierto el factor viento. Enfrentar al viento en la ruta, en bicicleta, es lo peor. En principio equiparé al viento a la dificultad de una subida pero a medida que el viaje fue avanzando en recorrido y tiempo, a medida que las piernas se fueron fortaleciendo, llegué a la conclusión de que el viento es la peor inclemencia para andar en bicicleta. Hoy estrenamos el viento más la lluvia. Tuvimos que parar a buscar refugio en cualquier techito del camino. Esperar a que escampe. La lluvia amainó y decidimos seguir, pero a pocos kilómetros tronó y rayos y centellas y tuvimos que volver a parar en San José Morelos, camino de Tecalli.

Esperamos dos horas sentados en una cantina donde nos calentaron agua para el mate. Asomando la nariz de vez en cuando para otear el cielo que venía plomizo y con más tormenta. Teníamos que llegar a Tepeaca donde Pipiz, la novia de Alex, y su familia, nos esperaban con cena y ganas de compartir nuestra aventura. Hicimos un esfuerzo, ya había oscurecido. Encendimos nuestras titilantes luces rojas y avanzamos un poco más. Faltaban 8 kilómetros para entrar a Tepeaca. Estábamos hechos sopa. Entre el barullo del agua que caía de arriba hacia abajo pero nos mojaba de abajo hacia arriba, veíamos poco y nada. Nos movíamos inmersos en una nube de bruma y humedad. En eso los bocinazos y la risa de Alfredo que había salido al rescate y nos escoltó hasta su casa. Dormimos allí. Tuvimos todo a disposición, habitaciones, baño con ducha caliente, no podíamos mencionar nada porque lo mencionado caía del cielo de las manos de Alfredo. Enfrente viven la mamá y la abuelita de Pipiz. La abuela y la enorme cocina de fierro son piezas de una misma cosa. Funcionan juntas. El hervor de las hornallas parece salir de las manos de la abuela y llegar en bandejas con aroma a ajonjolí y chile tostado. Entre la puerta de calle y el comedor hay un pasillo largo. En ese pasillo largo se extiende la cocina toda encendida, las alacenas de donde la abuela manotea de memoria las sartenes, la despensa de donde a ciegas toma los ingredientes que agrega al dedillo y sin pensar. El pasillo es el nexo entre los mundos, afuera la inclemencia de la libertad, adentro el calor del hogar. Tentador, pero el viaje nos llama a pesar de la lluvia persistente.

Décnicos:
Cholula-Tepeaca 55.46 km
4.52.44 hs
Total: 194.29 km.