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Día 50 (9 de mayo) – de Chinandega a León

La ruta es recta. Muy fácil. A 10 kilómetros de salir de Chinandega está la entrada a Chichigalpa, sinónimo de Flor de Caña. En Chichigalpa se fabrica este ron que según palabras de Martín, especialista en catación y coctelería, es uno de los mejores rones del mundo. Flor de Caña es valorado internacionalmente, lo respaldan 126 años de historia y tradición, la quinta generación familiar asegura que siguen usando ingredientes finos y largo añejamiento.

Son solamente 40 kilómetros entre Chinandega y la heroica ciudad de León. El calor aletarga pero Nicaragua justifica cada parada. Vale la pena. A las 10 de la mañana ya estábamos en el Hotel Casa Ivanna, el mismo en el que he parado anteriormente y en el mismo cuarto que ya siento mío. Cuesta 5 dólares y es muy confortable. Los cuartos están limpios, hay cocina equipada que se puede utilizar, café gratis, enchufes, internet lento, libros, sala de estar con sillones hamaca y hamacas en el jardín. Enfrente, en la esquina, está el Teatro donde la primera vez que estuve en Nicaragua escuché a la Orquesta Sinfónica de Cuba,

-pase, señora, es gratis.

Fuimos a comer un plato completo a la vuelta del hotel por 50 córdobas, y luego a caminar por el mercado y las calles pintadas de banderas rojinegras. Pasamos por la casa donde nació Rigoberto López Pérez, el poeta que disparó contra Somoza García asesino de Sandino. Por la casa natal de Rubén Darío y la catedral donde descansan sus restos custodiados por un león. Fuimos al Museo de la Revolución, a la casa de los héroes y mártires. Veneramos cada placa por cada guerrillero muerto, por cada luchador del pueblo nicaragüense. Ahora somos nosotros los curiosos y ellos los que cuentan su historia:

-veinticinco mil contras nos mandó Reagan, pero nosotros éramos todo un pueblo y por eso ganamos, y acá estamos, a pesar de haber vivido todo lo que vivimos, acá estamos- medita en voz alta Rodolfo López López.

Datos técnicos: Chinandega-León 40 km

3.18.03 hs

Total: 3356.55 km

Día 48 (7 de mayo) – de Choluteca (Honduras) a Villanueva (Nicaragua)

La ruta entre Choluteca y la frontera y luego hasta Villanueva, es muy sencilla, si no fuera porque cuando levanta el sol el calor es agobiante se podría hacer rápido y sin chistar. No hay desniveles pesados y hay sombra y sombra de mangos cargados de frutos maduros. Tantos que se caen al suelo regado de mangos. No hay mejor desayuno. Todavía no salimos de Honduras y paramos a darnos un atracón. Honduras tan pobre y tan rica. Cargamos unas bolsitas de mangos para exportar en nuestras alforjas rumbo a Nicaragua.

Las fronteras terrestres de América Central y en especial las que rodean a Honduras siempre son un engorro. La anécdota no nos sorprende con ningún cambio favorable. Todo sigue igual. Los empleados de migraciones de Honduras no están en las ventanillas. -Honduras no está. Honduras llega tarde,- bromean los de Nicaragua. Las mafias de intermediarios estafadores ofrecen hacer el trámite que juzgan imposible sin su ayuda y piden desde ocho a ochenta dólares. Los empleados se sientan con parsimonia y desgano a atender. Atienden a uno, le toman las huellas digitales, planillas, datos, fotocopias. Falta algo. Hay que pagar. El empleado se para y se va y vuelve media hora después. Algún avezado viajero de la región muestra ostensiblemente la billetera anticipando una buena coima si le permiten colarse. La aduana humilla revisando los bolsos de manera indiscreta. Sin consideración al otro. A la mamá cargada de chicos. A los viejos. Las fronteras de América Central suelen ser más violentas para los centroamericanos. Autoflagelación. Porque eres tan indio como yo entonces no vales nada. Jodete.

Al final podemos pasar a la ventanilla de la patria de Sandino;

-ustedes son de Argentina, de la tierra del Che.

Lo normal es que nos identifiquen con Maradona o con Messi, pero al llegar a Nicaragua, nos hablan del Che y de Gorriarán Merlo y del Capitán Santiago,

-los valientes que acabaron con Somoza en Paraguay.

Nicaragua es conmovedora a cada paso. La historia está viva en su gente. Ellos, con los que hablás en cualquier calle, son los protagonistas del pasado rebelde y libertario. Ellos los que estuvieron siguen estando. Es maravilloso escucharlos.

-Ya parecía que se armaban los campamentos otra vez pero alrevés. Antes la Contra se ponía allá, del otro lado del Guasaule para atacarnos, y en 2009 se ponían los catrachos de este lado para defender a Zelaya. Ya andaban revoloteando los F5 aunque Honduras decía que no. Acá se conocen muy bien esos aviones gringos, son los que traen ellos en la Fuerza Aérea.

Llegando a Nicaragua hay que pagar 10 dólares y 45 córdobas. Dan recibo. El pasaporte, si es mexicano, debe presentar fotocopia.

La moneda de Nicaragua se llama Córdoba. Un dólar equivale a 27 córdobas.

Hace calor y hemos demorado en las ventanillas de migraciones. Pero ya estamos en Nicaragua Nicaragüita. Otra vez mi Nicaragua querida. Paramos a comer en Somotillo, a pocos kilómetros de la frontera. Los platos de comida completa y bien llenitos cuestan 50 córdobas. El vaso de fresco de calala, bien fresco y con hielo, cuesta 10 córdobas. Comemos bien, seguimos, y llegamos hasta la entrada de Villanueva. Ahí paramos otro ratito y participamos del humor de los nicas que hacen chistes, ríen, y también se interesan por nuestra travesía, preguntan y nos cuentan un poco de sus vidas.

Desde la entrada, por un desvío de 5 kilómetros llegamos a Villanueva. En el centro encontramos el Hostel Mendoza. Los dueños, Albin y Rubiña con su hijita Briana, son muy agradables. El cuarto tiene dos camas, es amplio, es sencillo, pero está limpio. Está a dos cuadras del parque central pasando la policía. El baño y la ducha -a balde o cubeta- están afuera del cuarto. Hay entrada independiente. Tenemos enchufes, dos ventiladores. Cuesta 150 córdobas.

Datos técnicos: Choluteca (Honduras)-Villanueva (Nicaragua) 70.2 km

4.28.43 hs

Total: 3247.15 km

Día 47 (6 de mayo) – de San Lorenzo a Choluteca

Un día de viaje muy corto. Esta es nuestra última parada en Honduras antes de cruzar la frontera a Nicaragua. Choluteca, la Sultana del Sur, parece ser el último centro urbano donde podemos descansar. Desde aquí hasta Guasaule, frontera, hay 46 kilómetros. Ahora el camino es más plano o con sinuosidades muy leves, o será que uno ya se adiestró en la buena costumbre de meter primera y hacer fuerza pa’arriba. Ya cruzamos toda la imponente muralla de montañas hondureñas. La carretera de San Lorenzo a Choluteca es sencilla en cuanto al relieve, pero jodida en cuanto a tráfico. Hay camiones que te sacan literalmente de la carretera porque o no te ven o no hay espacio o no les importa un pito pasarte por encima. Varias veces me bandeé yo, y no el bulto, hacia lo que sería la banquina pero que es una acera angosta de piedritas o nada, pasto, o terreno desparejo y no pensado para circular ni en bicicleta ni caminando. Antes de llegar a Choluteca conocimos a Hilda. Hilda no va a la escuela. Tiene 10 años pero no va a la escuela porque su papá no tuvo billete. Su hermana tuvo más suerte porque le tocó un papá con billete. La hermana de Hilda sí va a la escuela, pero no le enseña nada a Hilda porque Hilda vive con su abuela Francisca. Viven ahí, en una aldea en medio del camino que va desde San Lorenzo a Choluteca. Hilda se hamaca en la hamaca y ve pasar y ve pasar. Pero nosotros no pasamos. Le enseñamos a escribir su nombre, Hilda con H que no suena, con H como Honduras Hilda huérfana humilde hermosa h de hambre, hipócrita Hernández, h de hijo, hijo de puta.

Martín le hizo un dibujo de recuerdo en un cartón. Nos dibujó a nosotros en ese lugar, debajo de su palapita de palma, ella en su hamaca y nosotros en una banca, y las bicicletas. A mí me dibujó con alas en lugar de brazos, o con brazos muy grandes.

Choluteca significa ‘valle ancho’ en lengua chorotega, primeros habitantes de la región. Después los españoles emperifollaron el nombre y la llamaron ‘Villa de Xerez de la frontera de la Choluteca y mis reales tamarindos’ porque las pepitas de oro que se encontraban en Choluteca eran tan grandes como vainas de tamarindo. Choluteca, Honduras toda, era una gema de metal dorado a la que vaciaron sus entrañas, hasta las tripas le sacaron. Sólo queda esa coraza de montañas azules y tejados rojos. La mitad de los hondureños sobrevive sin satisfacer sus necesidades básicas. En los caseríos no hay agua potable. No hay electricidad ni cloacas. En los suburbios la mayoría de los chicos no van a la escuela porque como Hilda no tienen billete. Tampoco tienen zapatos. Es bello el mundo pero cómo duele la humanidad. La ostentación de las iglesias, la insignificancia del mendigo. La plaza comercial, la techumbre de palma de Francisca. El periférico, el barro. Los chicos con uniforme, los chicos descalzos. La desigualdad del dinero. La devaluación de la vida y del amor.

En Choluteca nos alojamos en el Hotel Pacífico. Es un lindo hotel con dueños muy agradables. El cuarto tiene dos camas grandes, es amplio, tiene aire acondicionado, enchufes, baño, hay garrafón de agua, hay internet, y nos cuesta 550 lempiras. Nos quedamos prácticamente todo el resto del día en el hotel. La temperatura ambiente es de 40 grados. Me senté en la galería a tomar mates pero estar afuera es insoportable. Salimos a cenar cuando anocheció, churrasquitos con tortillas, estilo tacos, 53 lempiras. Muy ricos. Hay lugares de comida chatarra en la plaza comercial donde hay varias cadenas multinacionales que ofrecen combos, por ejemplo el sándwich de pollo con papas y refresco por 37 lempiras.

Datos técnicos: San Lorenzo-Choluteca 35.2 km

2.13.28 hs

Total: 3173.95 km

Día 46 (5 de mayo) – de Sabanagrande a San Lorenzo

Todo lo que sube tiene que bajar. Hoy bajó la carretera. Volvimos al nivel del mar, pero el mar subió y no pudimos llegar hasta la costa. Hay marejada en el Pacífico.

La ruta es tranquila hasta pasar Pespire, una joya colonial de Honduras con sus tejados rojos y su iglesia blanca de tres cúpulas. Al llegar al cruce de Jícaro Galván, 13 kilómetros después de Pespire, el tráfico se acentúa, aparecen los trailers, los camiones y el smog. Vienen de la frontera de El Amatillo en El Salvador. Además nos encaminamos a puerto. Antes el puerto era Amapala, en la Isla del Tigre; fue por siglos el único puerto de América Central, pero a fines del siglo pasado fue mudado a la costa y Amapala quedó anclada en la isla sólo como destino de viajeros que gustan de viajar en el tiempo. Las marejadas nos impidieron avanzar hacia el mar y ver de cerca el espectacular atardecer del Golfo de Fonseca. Las olas alcanzaban cinco metros de altura, hubo gente desaparecida y fallecida, viviendas y comercios destruidos, evacuados, y se impuso el alerta amarilla.

Sabanagrande resultó ser un lugar muy agradable para descansar y esperar a que escampe, pero si algún viajero decidiera seguir un poco más, puede hacerlo. A dos horas de Sabanagrande hay un hotelito, luego, unos kilómetros más está Pespire donde también hay alojamiento. El camino es fácil, todo de bajada.

Los hoteles de San Lorenzo son o feos y sucios aunque baratos, de 350 lempiras para tres, o lindos y con todos los servicios por más de 750 u 800 lempiras. No hay término medio. Elegimos el Hotel Rivera en el centro, cuesta 800 lempiras, tiene pileta climatizada por el sol, aire acondicionado, y nos viene muy bien ya que, no sólo sube la marejada sino también la temperatura. Estamos a 40 grados.

Datos técnicos: 63.5 km

3.58.04 hs

Total: 3141.75 km

Día 45 (4 de mayo) – de Tegucigalpa a Sabanagrande

No hay una sola manera de salir de Tegucigalpa. La capital está rodeada por un periférico que puede tomarse desde varios accesos, saliendo por distintas avenidas. Es complicado. Nosotros salimos en la misma dirección que el día anterior para ir a Valle de Ángeles. Tomamos el periférico y casi le damos una vuelta completa porque falta alguna señalización. Seguíamos los carteles que indicaban hacia Choluteca, pero en algún momento faltó un cartel y nos pasamos de largo. Tuvimos que recular, de lo contrario hubiéramos regresado al punto de partida. Nos tomó una hora encontrar la ruta y fue un montón de subida incluso en el periférico. Si uno elige este camino debe tener en cuenta que la señalización en la parte donde se indica la bajada al Aeropuerto y la Fuerza Aérea, no es clara. Prestar atención ahí o preguntar. Y después, el cerro de Hula. Sigue la subida.

Pasamos por un barrio humilde y sencillo con una hilera de casitas sobre la calle que dejó de ser populosa y llena de autos. Unas señoras con muchos hijos se asomaron a conversar con nosotros. Una de ellas era de Sabanagrande, hacia donde íbamos ese mismo día -¡nos vemos por allá!- nos despedimos.

Durante los siguientes 10 kilómetros subimos 600 metros. En el cerro de Hula hay una instalación de molinos de viento. Energía eólica. Un proyecto diseñado durante el gobierno de Manuel Zelaya que en 2006 se enfrentó a una crisis energética crucial y que en 2007 y 2008 firmó convenios con empresas que emprendieron estos sistemas de energías alternativas y sustentables. Los molinos blancos salpican la cumbre. Hay montones y no dejan de girar. El viento a esa altura despejada arremolina el paisaje. Pedalear así es una batalla contra cada ráfaga. Las ganamos todas.

La ruta hacia Sabanagrande es más relajada, tiene leves cuestas y tiende a bajar. Es un camino pintoresco con sombra a ambos lados y camioncitos que reparten bolsas de harina ya que, en esta región, son típicas las rosquillas de hojaldre y las tustacas, unas galletas redondas con mermelada o chocolate. Sabanagrande nos dio la bienvenida con dos arcos de entrada a la ciudad y olor a pan casero. La ciudad es un pueblito de calles empedradas. Desde la ruta son unas cinco cuadras hasta el parque central con su iglesia pintada de amarillo, el frente es una réplica de la catedral de Tegus. Había una bruma espesa, una garúa finita.

-está brisando- nos dijo la mujer policía del parque. Enseguida se acercaron a preguntar de dónde veníamos, quiénes somos, adónde vamos, cuánto tiempo. Mientras charlábamos el brisar cobraba bríos y empezó a mojar más rudo. Cayó un chaparrón de aquellos.

-hotel no hay… ¿hay hotel?

-sí, están los cuartos de doña Pepita o el hotelito de don Joaquín. No dice ‘hotel’ pero pregunten ahí.

Es una familia que alquila cuartos, están justo en la entrada del pueblo, en el arco que dice ‘No digas que No a Sabanagrande’; 150 lempiras el cuarto, barato, sencillo pero limpio, con enchufe en el cuarto, ducha y letrina afuera, y el internet del vecino de la esquina. Del lado de enfrente de la ruta cenamos catrachas que son tostadas con frijoles y quesito arriba y licuado de mínimo, o sea de bananitas. Llovió y llovió y nos quedamos de sobremesa en el quiosco y bar del internet, probando los sabores de charamuscas y pilones, helados caseros en bolsita o en vaso de plástico con palito.

Datos técnicos: 55.8 km

4.28.32 hs

Total: 3078.25 km

Día 44 (3 de mayo) – de Tegucigalpa a Santa Lucía y Valle de los Ángeles y regreso a Tegus

Otro viaje en el tiempo. Daniel Zavala, a quien econtramos ayer en la ruta y nos guio hasta el centro de Tegus, nos invitó a visitar dos joyitas hondureñas: Santa Lucía y Valle de Ángeles. Nos encontramos con él a las 8.30 de la mañana en una plazoleta muy cerca de Guanacaste. Las dos villas están en las montañas que cercan a la capital. Fueron ciudades mineras. Ya se acabó el oro y la plata y hasta la última astilla de cobre y el último hilo de zinc. Los mineros se sentaron a toser la silicosis en las puertas de sus casas, tan pobres como hace un siglo. Ahora no hay más oro ni más plata ni una astilla de cobre ni un hilo de zinc. Fue un niño. Estaba jugando mientras su padre sembraba la milpa. “¡He encontrado una mina!” gritó el niño y le dio una piedra a su padre. Una piedra dorada. Después llegaron y se llevaron todo menos al niño y a su padre que ya no tenía ni milpa ni piedras doradas.

En Santa Lucía y Valle de Ángeles las mujeres cocinan para los visitantes que llegamos hasta esas alturas del espacio y el tiempo. Fue una mañana hermosa. Era domingo y muchos ciclistas expertos o aficionados hacen esa ruta. El paisaje y los caseríos que vamos pasando son pintorescos. Hay viveros, llenos de macetas colgantes con enredaderas verdes y hortensias de todos colores, todas florecidas. Nunca había visto tanta diversidad de hortensias. Daniel nos llevó a los mejores lugares, los más tradicionales para cada cosa. Por los callejones empinados, por la plaza empedrada de adoquines, por pasajes angostos y los frentes blancos y la iglesia blanca. Las manos que elaboran las mejores pupusas de Honduras. Las pupusas son tortillas de maíz rellenas con quesillo o chicharrón o con salsas y ayote. Cocinan en fogones de leña y hacen el pan de casa con pura yema y acompañan con café de palo. El café de palo tiene un sabor exquisito diferente a todos los cafés del mundo, conjuga el sabor tostado, el amargo exacto, con el aroma esencial del café. Adictivo. Primero visitamos Santa Lucía. Pedaleando suave, nos aconsejaba Daniel. Desde Tegucigalpa es una subida absoluta hasta los 1600 metros donde la ciudad se cuelga de la cumbre. El aire es maravilloso. Las vistas, todo alrededor, son impresionantes. Las montañas se asoman unas detrás de las otras y, salpicando las laderas, una casita por allá y otra por más allá. Caminamos por el modesto pero alegre malecón de la presa. Algunas personas pasean en bote y otras sueñan apoyadas en el barandal; las tortugas se asolean y familias numerosas de patos salen a nadar con toda su prole. Desde Santa Lucía a Valle de Ángeles el desnivel de la ruta es más variado y desparejo. Sube pero también baja. El olor de los pinos perfuma el aire. En Valle de Ángeles abundan las artesanías en madera y las hamacas. También es típica la venta de helados suculentos y sabrosísimos, helados de cuerpo sólido y gustos nuevos, con frutas enteras o cubiertos de chocolate. Santa Lucía y Valle de Ángeles son dos reliquias de su propia historia.

De regreso a Tegucigalpa la bajada fue estrepitosa y, aquello que tardó en subirse casi dos horas, se baja en media hora o cuarenta minutos. La ruta está en buenas condiciones. Tiene unas cuantas curvas y los consabidos desniveles del relato. Llegamos de regreso al hotel y nos sentamos a comer en el restaurante chino de al lado. Menú familiar por 180 lempiras. Daniel nos regaló cámaras de refacción y cuernitos para el manubrio pero más allá de cualquier cosa material, nos dio su tiempo y su sabiduría. Daniel Zavala es una de esas personas fenomenales, muestra fiel de que no todo está perdido, de que la gente es siempre maravillosa. Enriqueció el curso del viaje llevándonos a rincones impensados, es parte de esta historia y de nuestra vida para siempre.
“Amanecimos en Zambrano bajo el constante sonido de la lluvia, compramos unos panes al borde de la carretera donde nos encontramos con Daniel Zavala, buen amigo ciclista de Tegucigalpa que nos llevó a conocer los hermosos pueblos de Santa Lucía y Valle de ángeles donde disfrutamos el día probando las cemitas, el café de palo, las pupusas, los chocobananos, las típicas paletas de helado y los paisajes de estos lugares. Después de haber aprovechado este día andando, cerramos el capítulo con dos fuentes suculentas de arroz con jamón y, como broche de oro, el triunfo 2-0 de mi Boca a las gallinas de river plate.” (Martín Murzone)

Datos técnicos: Tegucigalpa-Santa Lucía-Valle de Ángeles 27.5km (ida y vuelta: 55km)

4.08.08 hs

Total: 3022.45 km

Día 43 (2 de mayo) – de Zambrano a Tegucigalpa

Se escuchó diluviar toda la noche sobre el techo de chapa. Arrancamos con bruma y garúa. Estábamos en las alturas, a 1400 metros sobre el nivel del mar. Con el aire fresco. Cerca de las nubes. La ruta enseguida se fue a pique y bajamos durante los primeros 10 kilómetros más de 500 metros. Sin engolosinarse. Pedalear Honduras es jodido. Es arremeter contra las murallas naturales de América que se anudan todas juntas en esta cintura del continente. Es jodido y es precioso al mismo tiempo. Tiene el sabor del desafío y la conquista, y la mirada del mundo desde un palco privilegiado. Quien no cruza las montañas por sus propios medios, ya sea en Honduras o en la Patagonia o en los Himalayas, nunca entenderá de qué estoy hablando. No existen palabras suficientemente exactas para contar cómo es. La geografía de Honduras como la de otros espacios selectos del mundo, es imponente y tan caprichosa que no habíamos terminado de gritar de alegría en esa ráfaga de descenso cuando otra vez el terreno nos obligó a pedalear y forzar y sudar hacia arriba. Tan duro como gratificante. En el trayecto cruzamos a grupos de ciclistas entrenando, entre ellos conocimos a Daniel Zavala. Daniel pedaleó con nosotros hasta Tegucigalpa a quien cariñosamente todos ya llamamos Tegus. Hicimos juntos una parada y Daniel insistió en invitarnos una gaseosa fresca. Luego nos guio hasta el centro de la capital. Nos llevó por avenidas que eludían el periférico para evitar pasar cerca de barrios marginales peligrosos, según nos dijo.

La entrada a Tegucigalpa es un quilombo. Una bajada rauda con mucho tráfico y vehículos recontracelerados por todas partes y hacia todas las direcciones. Menos mal que teníamos guía, así y todo nos perdíamos de vista entre el caos y los viaductos, puentes, avenidas que pasan unas encima de otras y dan vueltas y rotondas. Difícil. Estresante. Confuso. Pasamos por Comayaguela un barrio suburbano populoso, una pequeña ciudad dentro de la gran ciudad, y por el estadio nacional, y al final llegamos al centro. Daniel nos dejó en la esquina de cerca de donde hay varios hoteles. Los hoteles Granada que yo conocía de antes resultaron ser caros para nuestro actual presupuesto así que seguimos buscando y encontramos el hotel Gutemberg, en el barrio Guanacaste. Muy bien. Lindo. Limpio. Con internet, agua potable, café gratis, televisión, cuarto pintado de lindos colores, para los tres, 400 lempiras.

Salimos a comer y este barrio es de mercados, es barato, ¡tres tamales por 10 lempiras! En una tienda de segunda mano compramos un pantalón para Martín, 100 lempiras, y una calza para mí, 50 lempiras; carne y chorizo con ensalada por 50 lempiras, 7 bananas por 10, una bolsa de mangos por 20.

En medio del caos urbano Tegucigalpa tiene lo suyo. La historia post-colonial estampada en los frentes y altares de las iglesias labradas por indios anónimos. El estilo es único, el barroco tradicional aquí es almohadillado o salomónico y recae en guirnaldas rococó. Además, la originalidad de la decoración en cerámica vidriada. Haciendo frente a la liturgia, Francisco Morazán en el centro del parque y de la historia, se abre el pecho y grita eternamente “aún estoy vivo”. A este mismo parque central llegábamos de a miles en 2009. Cuatro mil desde Comayagua, tres mil desde Olancho, cuarenta mil en total marchábamos en resistencia cantando con el puño izquierdo en alto ‘nos tienen miedo porque no tenemos miedo’. Habían impuesto el toque de queda, la represión violenta, los golpes de macana, el atropello de la caballería, las ráfagas de gases lacrimógenos y balas de goma. Cientos fueron detenidos, cientos fueron desaparecidos.

Datos técnicos: Zambrano-Tegucigalpa 38.8 km

3.21.01 hs

Total: 2967.45 km

Día 41 (30 de Abril) – de los Naranjos (Peña Blanca-Lago de Yojoa) a Siguatepeque

Llovió toda la noche y siguió lloviendo en la mañana. El Lago de Yojoa, rodeado de bosques nubosos, es la zona más húmeda de Honduras, eso favorece la diversidad de reptiles y anfibios y la exclusividad de la flora. Esperamos a que amaine. Habíamos puesto sobre las carpas unos plásticos que llevamos para estos casos. Las carpas no son muy buenas y si cae mucha agua es necesario tener un sobretecho extra. No se nos mojó nada. Al mediodía sólo se escuchaban intermitentes las gotas que habían quedado atrapadas en las hojas de los árboles. Aprontamos los bártulos y arrancamos. Decidimos retomar el rumbo volviendo hacia Peña Blanca y desde allí, los 14 kilómetros que bordean la laguna hasta La Guama. El espectáculo fue inmejorable. En la orilla de enfrente la cadena de montañas era un collar de zafiros azules que atemperaba los grises del cielo y se miraba en el espejo de agua. Una belleza única pintada en un momento único. No nos pesó la hora porque el clima estaba agradable para pedalear. A lo largo de la costa hay vendedores de pescado crudo. Los cuelgan de caballetes hechos de ramas y troncos. Parecen móviles de arte efímero. Más adelante hay restaurantes donde ofrecen platos de filetes y mariscos, uno al lado del otro y con vistas magníficas a la laguna. Cuando se termina el lago, la ruta empieza a subir.

Son 22 kilómetros de subida constante en los que hay que superar un desnivel de 650 metros. Aunque no es una subida empinada tampoco da tregua hasta el final. La venta ambulante cambia por completo, aquí se venden piedras y cal. Piedra caliza para construcción en bloques, en trozos, en cascotes rosados o esculpida, y médanos de cal. La superficie del pavimento está condimentada de polvos rosados y, entre la dureza y la sequedad de la roca, hay puestos de venta de miel. Se pasa por la entrada a las cuevas de Taulabe un entretejido de grutas subterráneas de dimensiones inexploradas.

Llegamos a Siguatepeque con llovizna. La subida se ha convertido en una serie de vaivenes como para relajarse y regular el pulso cardíaco. Unas cuadras antes del centro está el Hotel Plaza la Fuente. Nos costó 350 lempiras. Tiene internet, el cuarto es limpio, luminoso, agradable, con ventilador, tv, baño, enchufes. Hay estacionamiento y Josué, el chico que trabaja, es atento y servicial. Comimos al lado del mismo del hotel y fue fabuloso. Porciones enormes y muy ricas. Un platazo de pollo con papas cuesta 85 lempiras, un taco gigante de pollo con tajada que es plátano guineo cocido, 50 lempiras y las tortillas de quesillo, 15 lempiras cada una. Hacía muchos días que no comíamos tan bien.

Datos técnicos: Los Naranjos-Siguatepeque 69.7 km

5.28.32 hs

Total: 2846.95 km

Día 38 (26 de abril) – Puerto Cortés a San Pedro Sula

A toda esta carretera que sale de Puerto Cortés hasta San Pedro Sula le llaman el Bulevar. Tiene un camellón en el medio con pasto y algunas plantas. Es la ruta principal, una autopista sencilla, una calle ancha con poca demarcación. Sobre el lado derecho nos acompaña un barranco con áboles que apaciguan un poco el intenso calor y el smog de los camiones. Cada vez que vamos llegando a un pueblo el bullicio del tráfico aumenta paulatinamente hasta volverse apabullante y fastidioso. Se atraviesan varios pueblos por el medio y entonces se aglomeran vehículos, motos, combis de pasajeros que van gritando destino y estacionándose en las garitas o en las esquinas. Hay gente que camina, que se cruza, y gente que espera y nos habla…

-vamos a San Pedro Sula

-es muy peligroso

-ayer encontraron tres muertos sin cabeza y dos nenes envueltos en una sábana blanca todos macheteados

-la mara y los del barrio 18 te cobran el impuesto de guerra y si no pagás te matan

Las advertencias se han repetido y se repiten durante todo el viaje. San Pedro Sula resultó ser el único lugar de los quince mil kilómetros pedaleados del que podríamos decir que sí, que es peligroso.

A pesar de que este será el día más caluroso de todo el viaje, sensación térmica 46 grados, llegamos enteros a San Pedro Sula. En el centro visitamos como diez hoteles distintos hasta decidir quedarnos en el Caribbean Hotel, el que mejor relación calidad precio nos ofreció. Cuesta 470 lempiras la habitación doble con dos camas grandes, aire acondicionado, tv, baño, garrafones de agua, es cómodo y bastante lindo. No tiene wi-fi pero nos pasaron la clave de otro negocio que funciona en la planta baja. Los empleados son muy buena onda. Comimos en un comedor, comida corrida. El plato 35 lempiras, es un platito frugal, por lo que quizás es necesario manducar doble. En la esquina del hotel hay un puesto de frutas, compramos una piña por 25 lempiras, en otro negocio nos habían pedido 50. Bananas, 10 lempiras el kilo.

Ya había oscurecido cuando pensamos en dar una vuelta y comprar algún otro alimento para cenar. Eran poco menos de las 8 de la noche. San Pedro Sula se había transformado. No era la misma ciudad de la siesta. La calle era fantasmal. Todos los negocios estaban cerrados con persianas metálicas y cadenas con candados. Mujeres, travestis, y niños, chicas y chicos, se ofrecían en cada cuadra de manera grotesca. Algunas personas deambulaban como zombis poseídos por la droga. Otros estaban tirados en mitad de la vereda con los ojos desorbitados. Se aglutinaban oscuras bandas en las esquinas y ofertaban sin disimulo todo tipo de mercancía narcótica.

-Métanse adentro, por dios- nos ordenó la recepcionista del hotel cerrando antes que abriendo la puerta -ya no hay pulpería abierta y es muy peligroso. Todo el mundo anda armado en esta ciudad.

San Pedro Sula es la ciudad más peligrosa del mundo según las estadísticas. Suma la mayor cantidad de asesinatos por cantidad de habitantes. Las pandillas mandan en los barrios y en el centro de la ciudad donde además hay una cárcel superpoblada desde cuyo interior se digitan acciones criminales afuera. Debajo de los bordos de contención del río crecen villas más populosas que cualquier municipio hondureño. Las mafias controlan todo el flujo de dinero del que exigen un porcentaje a cambio de la vida.

Datos técnicos: Puerto Cortés-San Pedro Sula 56.6 km

3.30.33 hs

Total: 2696.95 km

Día 36 (25 de abril) – de Río Dulce a Entre Ríos

La ruta es más plana que la del día anterior. Hay algunos desniveles y hay descensos que valen la pena. De salida de Río Dulce se cruza el puente que sale en subida y se sigue en dirección a Puerto Barrios. Es una ruta muy circulada y de calidad media. No es una autopista ni de lejos, el pavimento está bien aunque en algunas partes, rugoso, y sin demarcación. Hay gasolineras durante el trayecto y hay puestos variados para comer menús también variados.

El paisaje de este tramo sigue siendo bello. Colinas de vestido verde holgado que más adelante entallan los contornos de seda o terciopelo más brillante. El tráfico de camiones y contenedores hacia Puerto Barrios, entorpece la apreciación del espectáculo natural y llenan el aire de smog asqueroso. Cuando no pasan, se huele el dulzor de los cientos de puestecitos vendiendo ananás. En algunos tramos el aire se impregna de tilo, hay muchos tilos sembrados y campos de cacao y más dulzor. Pero cuando aparecen los camiones, son una fila compacta de toneladas de anhídrido carbónico. Pasan raudamente en su rumbo al puerto. Un nene que le hace los mandados a su mamá en bicicleta, fue conmigo hasta la entrada de Cayuga, a 45 kilómetros de Río Dulce. Tiene una bicicleta infantil, bajita. El nene no tiene miedo, yo voy bien adentro de la banquina y él casi al borde de la ruta donde pasan las ruedas de los camiones; su bicicleta no es estable, zigzaguea. Me da miedo verlo. Fuimos charlando y nos recomendamos mucho tener cuidado y buen viaje. 5 kilómetros después, en La Esperanza, paramos a comer y conversamos con dos camioneros.

Uno de los camioneros nos regaló una sandía. Qué manjar. El calor es sofocante. Esperamos en ese restaurante hasta que bajó un poco el sol pero el calor no aflojó.

Avanzamos hasta Entre Ríos para cruzar la frontera a Honduras el día siguiente. Entre Ríos es un pueblo a la vera de la ruta. Los ríos no se ven, tiene tres cuadras y hay un solo Hotel y Auto Hotel donde paramos. El aire acondicionado está encendido pero no funciona. En el cuarto hay una pequeña tv, dos camas y aunque es lindo, no es cómodo porque es cerrado, sin ventanas, y caluroso. Los encargados son muy amables, pero el hotel no da.

Fuimos a cenar a lo de ‘Los planes de Don Chente’, un señor muy ventajero que nos cobró 2 quetzales por cada tortilla extra y abusó todo lo que pudo de nosotros. Es el único lugar desde que salimos de México que suman a la cuenta cada tortilla que uno se come. No lo recomendamos.

En realidad no valía la pena hacer esta parada. La frontera y Honduras están ahí nomás. Hasta ese momento no lo sabíamos, pero del lado hondureño hay mejores lugares para pasar la noche. Recomendamos a otros viajeros, si tienen tiempo y energía, seguir unos kilómetros más.

Estuve tantas veces en Guatemala que perdí la cuenta. Antes de este viaje solía no pronunciar su nombre. Me resultaba inadmisible llamar a este país hermoso Guate-mala. Siempre la llamé Guate-bonita. Esta vez nos vamos con un sabor que sin ser amargo, es un poco agrio, sabor a que algo se está pasando. Sobre todo en el Petén, los que trabajan en relación al turismo se están pasando de vivos. No son todos y no es la gente común, absolutamente, no. La gente común, por el contrario, es un deshecho de amabilidad, generosos a más no poder. Hace dieciocho años cuando visitamos por primera vez esta zona, me fui con la misma sensación, pero tras sucesivos viajes a otras regiones de Guatemala, temí estar errada en esta apreciación que lamentablemente debo confirmar. Nunca me ha sucedido lo mismo en la región Quiché ni en la Alta Verapaz y como no creo que un grupo de guatemaltecos que lucran con el turismo sean la muestra fiel y real de un pueblo, seguiré llamando a Guatemala, Guatebonita. Alertamos a los viajeros que sigan nuestros pasos o transiten la región del Petén, para que den la espalda a aquellos que visiblemente son del tipo ‘take advantage’. Ellos no representan al pueblo guatemalteco.

Datos técnicos:

Río Dulce-Entre Ríos 73.6 km
5.15.54 hs
Total: 2558.15 km