Se escuchó diluviar toda la noche sobre el techo de chapa. Arrancamos con bruma y garúa. Estábamos en las alturas, a 1400 metros sobre el nivel del mar. Con el aire fresco. Cerca de las nubes. La ruta enseguida se fue a pique y bajamos durante los primeros 10 kilómetros más de 500 metros. Sin engolosinarse. Pedalear Honduras es jodido. Es arremeter contra las murallas naturales de América que se anudan todas juntas en esta cintura del continente. Es jodido y es precioso al mismo tiempo. Tiene el sabor del desafío y la conquista, y la mirada del mundo desde un palco privilegiado. Quien no cruza las montañas por sus propios medios, ya sea en Honduras o en la Patagonia o en los Himalayas, nunca entenderá de qué estoy hablando. No existen palabras suficientemente exactas para contar cómo es. La geografía de Honduras como la de otros espacios selectos del mundo, es imponente y tan caprichosa que no habíamos terminado de gritar de alegría en esa ráfaga de descenso cuando otra vez el terreno nos obligó a pedalear y forzar y sudar hacia arriba. Tan duro como gratificante. En el trayecto cruzamos a grupos de ciclistas entrenando, entre ellos conocimos a Daniel Zavala. Daniel pedaleó con nosotros hasta Tegucigalpa a quien cariñosamente todos ya llamamos Tegus. Hicimos juntos una parada y Daniel insistió en invitarnos una gaseosa fresca. Luego nos guio hasta el centro de la capital. Nos llevó por avenidas que eludían el periférico para evitar pasar cerca de barrios marginales peligrosos, según nos dijo.
La entrada a Tegucigalpa es un quilombo. Una bajada rauda con mucho tráfico y vehículos recontracelerados por todas partes y hacia todas las direcciones. Menos mal que teníamos guía, así y todo nos perdíamos de vista entre el caos y los viaductos, puentes, avenidas que pasan unas encima de otras y dan vueltas y rotondas. Difícil. Estresante. Confuso. Pasamos por Comayaguela un barrio suburbano populoso, una pequeña ciudad dentro de la gran ciudad, y por el estadio nacional, y al final llegamos al centro. Daniel nos dejó en la esquina de cerca de donde hay varios hoteles. Los hoteles Granada que yo conocía de antes resultaron ser caros para nuestro actual presupuesto así que seguimos buscando y encontramos el hotel Gutemberg, en el barrio Guanacaste. Muy bien. Lindo. Limpio. Con internet, agua potable, café gratis, televisión, cuarto pintado de lindos colores, para los tres, 400 lempiras.
Salimos a comer y este barrio es de mercados, es barato, ¡tres tamales por 10 lempiras! En una tienda de segunda mano compramos un pantalón para Martín, 100 lempiras, y una calza para mí, 50 lempiras; carne y chorizo con ensalada por 50 lempiras, 7 bananas por 10, una bolsa de mangos por 20.
En medio del caos urbano Tegucigalpa tiene lo suyo. La historia post-colonial estampada en los frentes y altares de las iglesias labradas por indios anónimos. El estilo es único, el barroco tradicional aquí es almohadillado o salomónico y recae en guirnaldas rococó. Además, la originalidad de la decoración en cerámica vidriada. Haciendo frente a la liturgia, Francisco Morazán en el centro del parque y de la historia, se abre el pecho y grita eternamente “aún estoy vivo”. A este mismo parque central llegábamos de a miles en 2009. Cuatro mil desde Comayagua, tres mil desde Olancho, cuarenta mil en total marchábamos en resistencia cantando con el puño izquierdo en alto ‘nos tienen miedo porque no tenemos miedo’. Habían impuesto el toque de queda, la represión violenta, los golpes de macana, el atropello de la caballería, las ráfagas de gases lacrimógenos y balas de goma. Cientos fueron detenidos, cientos fueron desaparecidos.
Datos técnicos: Zambrano-Tegucigalpa 38.8 km
3.21.01 hs
Total: 2967.45 km