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Día 44 (3 de mayo) – de Tegucigalpa a Santa Lucía y Valle de los Ángeles y regreso a Tegus

Otro viaje en el tiempo. Daniel Zavala, a quien econtramos ayer en la ruta y nos guio hasta el centro de Tegus, nos invitó a visitar dos joyitas hondureñas: Santa Lucía y Valle de Ángeles. Nos encontramos con él a las 8.30 de la mañana en una plazoleta muy cerca de Guanacaste. Las dos villas están en las montañas que cercan a la capital. Fueron ciudades mineras. Ya se acabó el oro y la plata y hasta la última astilla de cobre y el último hilo de zinc. Los mineros se sentaron a toser la silicosis en las puertas de sus casas, tan pobres como hace un siglo. Ahora no hay más oro ni más plata ni una astilla de cobre ni un hilo de zinc. Fue un niño. Estaba jugando mientras su padre sembraba la milpa. “¡He encontrado una mina!” gritó el niño y le dio una piedra a su padre. Una piedra dorada. Después llegaron y se llevaron todo menos al niño y a su padre que ya no tenía ni milpa ni piedras doradas.

En Santa Lucía y Valle de Ángeles las mujeres cocinan para los visitantes que llegamos hasta esas alturas del espacio y el tiempo. Fue una mañana hermosa. Era domingo y muchos ciclistas expertos o aficionados hacen esa ruta. El paisaje y los caseríos que vamos pasando son pintorescos. Hay viveros, llenos de macetas colgantes con enredaderas verdes y hortensias de todos colores, todas florecidas. Nunca había visto tanta diversidad de hortensias. Daniel nos llevó a los mejores lugares, los más tradicionales para cada cosa. Por los callejones empinados, por la plaza empedrada de adoquines, por pasajes angostos y los frentes blancos y la iglesia blanca. Las manos que elaboran las mejores pupusas de Honduras. Las pupusas son tortillas de maíz rellenas con quesillo o chicharrón o con salsas y ayote. Cocinan en fogones de leña y hacen el pan de casa con pura yema y acompañan con café de palo. El café de palo tiene un sabor exquisito diferente a todos los cafés del mundo, conjuga el sabor tostado, el amargo exacto, con el aroma esencial del café. Adictivo. Primero visitamos Santa Lucía. Pedaleando suave, nos aconsejaba Daniel. Desde Tegucigalpa es una subida absoluta hasta los 1600 metros donde la ciudad se cuelga de la cumbre. El aire es maravilloso. Las vistas, todo alrededor, son impresionantes. Las montañas se asoman unas detrás de las otras y, salpicando las laderas, una casita por allá y otra por más allá. Caminamos por el modesto pero alegre malecón de la presa. Algunas personas pasean en bote y otras sueñan apoyadas en el barandal; las tortugas se asolean y familias numerosas de patos salen a nadar con toda su prole. Desde Santa Lucía a Valle de Ángeles el desnivel de la ruta es más variado y desparejo. Sube pero también baja. El olor de los pinos perfuma el aire. En Valle de Ángeles abundan las artesanías en madera y las hamacas. También es típica la venta de helados suculentos y sabrosísimos, helados de cuerpo sólido y gustos nuevos, con frutas enteras o cubiertos de chocolate. Santa Lucía y Valle de Ángeles son dos reliquias de su propia historia.

De regreso a Tegucigalpa la bajada fue estrepitosa y, aquello que tardó en subirse casi dos horas, se baja en media hora o cuarenta minutos. La ruta está en buenas condiciones. Tiene unas cuantas curvas y los consabidos desniveles del relato. Llegamos de regreso al hotel y nos sentamos a comer en el restaurante chino de al lado. Menú familiar por 180 lempiras. Daniel nos regaló cámaras de refacción y cuernitos para el manubrio pero más allá de cualquier cosa material, nos dio su tiempo y su sabiduría. Daniel Zavala es una de esas personas fenomenales, muestra fiel de que no todo está perdido, de que la gente es siempre maravillosa. Enriqueció el curso del viaje llevándonos a rincones impensados, es parte de esta historia y de nuestra vida para siempre.
“Amanecimos en Zambrano bajo el constante sonido de la lluvia, compramos unos panes al borde de la carretera donde nos encontramos con Daniel Zavala, buen amigo ciclista de Tegucigalpa que nos llevó a conocer los hermosos pueblos de Santa Lucía y Valle de ángeles donde disfrutamos el día probando las cemitas, el café de palo, las pupusas, los chocobananos, las típicas paletas de helado y los paisajes de estos lugares. Después de haber aprovechado este día andando, cerramos el capítulo con dos fuentes suculentas de arroz con jamón y, como broche de oro, el triunfo 2-0 de mi Boca a las gallinas de river plate.” (Martín Murzone)

Datos técnicos: Tegucigalpa-Santa Lucía-Valle de Ángeles 27.5km (ida y vuelta: 55km)

4.08.08 hs

Total: 3022.45 km

Día 43 (2 de mayo) – de Zambrano a Tegucigalpa

Se escuchó diluviar toda la noche sobre el techo de chapa. Arrancamos con bruma y garúa. Estábamos en las alturas, a 1400 metros sobre el nivel del mar. Con el aire fresco. Cerca de las nubes. La ruta enseguida se fue a pique y bajamos durante los primeros 10 kilómetros más de 500 metros. Sin engolosinarse. Pedalear Honduras es jodido. Es arremeter contra las murallas naturales de América que se anudan todas juntas en esta cintura del continente. Es jodido y es precioso al mismo tiempo. Tiene el sabor del desafío y la conquista, y la mirada del mundo desde un palco privilegiado. Quien no cruza las montañas por sus propios medios, ya sea en Honduras o en la Patagonia o en los Himalayas, nunca entenderá de qué estoy hablando. No existen palabras suficientemente exactas para contar cómo es. La geografía de Honduras como la de otros espacios selectos del mundo, es imponente y tan caprichosa que no habíamos terminado de gritar de alegría en esa ráfaga de descenso cuando otra vez el terreno nos obligó a pedalear y forzar y sudar hacia arriba. Tan duro como gratificante. En el trayecto cruzamos a grupos de ciclistas entrenando, entre ellos conocimos a Daniel Zavala. Daniel pedaleó con nosotros hasta Tegucigalpa a quien cariñosamente todos ya llamamos Tegus. Hicimos juntos una parada y Daniel insistió en invitarnos una gaseosa fresca. Luego nos guio hasta el centro de la capital. Nos llevó por avenidas que eludían el periférico para evitar pasar cerca de barrios marginales peligrosos, según nos dijo.

La entrada a Tegucigalpa es un quilombo. Una bajada rauda con mucho tráfico y vehículos recontracelerados por todas partes y hacia todas las direcciones. Menos mal que teníamos guía, así y todo nos perdíamos de vista entre el caos y los viaductos, puentes, avenidas que pasan unas encima de otras y dan vueltas y rotondas. Difícil. Estresante. Confuso. Pasamos por Comayaguela un barrio suburbano populoso, una pequeña ciudad dentro de la gran ciudad, y por el estadio nacional, y al final llegamos al centro. Daniel nos dejó en la esquina de cerca de donde hay varios hoteles. Los hoteles Granada que yo conocía de antes resultaron ser caros para nuestro actual presupuesto así que seguimos buscando y encontramos el hotel Gutemberg, en el barrio Guanacaste. Muy bien. Lindo. Limpio. Con internet, agua potable, café gratis, televisión, cuarto pintado de lindos colores, para los tres, 400 lempiras.

Salimos a comer y este barrio es de mercados, es barato, ¡tres tamales por 10 lempiras! En una tienda de segunda mano compramos un pantalón para Martín, 100 lempiras, y una calza para mí, 50 lempiras; carne y chorizo con ensalada por 50 lempiras, 7 bananas por 10, una bolsa de mangos por 20.

En medio del caos urbano Tegucigalpa tiene lo suyo. La historia post-colonial estampada en los frentes y altares de las iglesias labradas por indios anónimos. El estilo es único, el barroco tradicional aquí es almohadillado o salomónico y recae en guirnaldas rococó. Además, la originalidad de la decoración en cerámica vidriada. Haciendo frente a la liturgia, Francisco Morazán en el centro del parque y de la historia, se abre el pecho y grita eternamente “aún estoy vivo”. A este mismo parque central llegábamos de a miles en 2009. Cuatro mil desde Comayagua, tres mil desde Olancho, cuarenta mil en total marchábamos en resistencia cantando con el puño izquierdo en alto ‘nos tienen miedo porque no tenemos miedo’. Habían impuesto el toque de queda, la represión violenta, los golpes de macana, el atropello de la caballería, las ráfagas de gases lacrimógenos y balas de goma. Cientos fueron detenidos, cientos fueron desaparecidos.

Datos técnicos: Zambrano-Tegucigalpa 38.8 km

3.21.01 hs

Total: 2967.45 km