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Día 47 (6 de mayo) – de San Lorenzo a Choluteca

Un día de viaje muy corto. Esta es nuestra última parada en Honduras antes de cruzar la frontera a Nicaragua. Choluteca, la Sultana del Sur, parece ser el último centro urbano donde podemos descansar. Desde aquí hasta Guasaule, frontera, hay 46 kilómetros. Ahora el camino es más plano o con sinuosidades muy leves, o será que uno ya se adiestró en la buena costumbre de meter primera y hacer fuerza pa’arriba. Ya cruzamos toda la imponente muralla de montañas hondureñas. La carretera de San Lorenzo a Choluteca es sencilla en cuanto al relieve, pero jodida en cuanto a tráfico. Hay camiones que te sacan literalmente de la carretera porque o no te ven o no hay espacio o no les importa un pito pasarte por encima. Varias veces me bandeé yo, y no el bulto, hacia lo que sería la banquina pero que es una acera angosta de piedritas o nada, pasto, o terreno desparejo y no pensado para circular ni en bicicleta ni caminando. Antes de llegar a Choluteca conocimos a Hilda. Hilda no va a la escuela. Tiene 10 años pero no va a la escuela porque su papá no tuvo billete. Su hermana tuvo más suerte porque le tocó un papá con billete. La hermana de Hilda sí va a la escuela, pero no le enseña nada a Hilda porque Hilda vive con su abuela Francisca. Viven ahí, en una aldea en medio del camino que va desde San Lorenzo a Choluteca. Hilda se hamaca en la hamaca y ve pasar y ve pasar. Pero nosotros no pasamos. Le enseñamos a escribir su nombre, Hilda con H que no suena, con H como Honduras Hilda huérfana humilde hermosa h de hambre, hipócrita Hernández, h de hijo, hijo de puta.

Martín le hizo un dibujo de recuerdo en un cartón. Nos dibujó a nosotros en ese lugar, debajo de su palapita de palma, ella en su hamaca y nosotros en una banca, y las bicicletas. A mí me dibujó con alas en lugar de brazos, o con brazos muy grandes.

Choluteca significa ‘valle ancho’ en lengua chorotega, primeros habitantes de la región. Después los españoles emperifollaron el nombre y la llamaron ‘Villa de Xerez de la frontera de la Choluteca y mis reales tamarindos’ porque las pepitas de oro que se encontraban en Choluteca eran tan grandes como vainas de tamarindo. Choluteca, Honduras toda, era una gema de metal dorado a la que vaciaron sus entrañas, hasta las tripas le sacaron. Sólo queda esa coraza de montañas azules y tejados rojos. La mitad de los hondureños sobrevive sin satisfacer sus necesidades básicas. En los caseríos no hay agua potable. No hay electricidad ni cloacas. En los suburbios la mayoría de los chicos no van a la escuela porque como Hilda no tienen billete. Tampoco tienen zapatos. Es bello el mundo pero cómo duele la humanidad. La ostentación de las iglesias, la insignificancia del mendigo. La plaza comercial, la techumbre de palma de Francisca. El periférico, el barro. Los chicos con uniforme, los chicos descalzos. La desigualdad del dinero. La devaluación de la vida y del amor.

En Choluteca nos alojamos en el Hotel Pacífico. Es un lindo hotel con dueños muy agradables. El cuarto tiene dos camas grandes, es amplio, tiene aire acondicionado, enchufes, baño, hay garrafón de agua, hay internet, y nos cuesta 550 lempiras. Nos quedamos prácticamente todo el resto del día en el hotel. La temperatura ambiente es de 40 grados. Me senté en la galería a tomar mates pero estar afuera es insoportable. Salimos a cenar cuando anocheció, churrasquitos con tortillas, estilo tacos, 53 lempiras. Muy ricos. Hay lugares de comida chatarra en la plaza comercial donde hay varias cadenas multinacionales que ofrecen combos, por ejemplo el sándwich de pollo con papas y refresco por 37 lempiras.

Datos técnicos: San Lorenzo-Choluteca 35.2 km

2.13.28 hs

Total: 3173.95 km

Día 46 (5 de mayo) – de Sabanagrande a San Lorenzo

Todo lo que sube tiene que bajar. Hoy bajó la carretera. Volvimos al nivel del mar, pero el mar subió y no pudimos llegar hasta la costa. Hay marejada en el Pacífico.

La ruta es tranquila hasta pasar Pespire, una joya colonial de Honduras con sus tejados rojos y su iglesia blanca de tres cúpulas. Al llegar al cruce de Jícaro Galván, 13 kilómetros después de Pespire, el tráfico se acentúa, aparecen los trailers, los camiones y el smog. Vienen de la frontera de El Amatillo en El Salvador. Además nos encaminamos a puerto. Antes el puerto era Amapala, en la Isla del Tigre; fue por siglos el único puerto de América Central, pero a fines del siglo pasado fue mudado a la costa y Amapala quedó anclada en la isla sólo como destino de viajeros que gustan de viajar en el tiempo. Las marejadas nos impidieron avanzar hacia el mar y ver de cerca el espectacular atardecer del Golfo de Fonseca. Las olas alcanzaban cinco metros de altura, hubo gente desaparecida y fallecida, viviendas y comercios destruidos, evacuados, y se impuso el alerta amarilla.

Sabanagrande resultó ser un lugar muy agradable para descansar y esperar a que escampe, pero si algún viajero decidiera seguir un poco más, puede hacerlo. A dos horas de Sabanagrande hay un hotelito, luego, unos kilómetros más está Pespire donde también hay alojamiento. El camino es fácil, todo de bajada.

Los hoteles de San Lorenzo son o feos y sucios aunque baratos, de 350 lempiras para tres, o lindos y con todos los servicios por más de 750 u 800 lempiras. No hay término medio. Elegimos el Hotel Rivera en el centro, cuesta 800 lempiras, tiene pileta climatizada por el sol, aire acondicionado, y nos viene muy bien ya que, no sólo sube la marejada sino también la temperatura. Estamos a 40 grados.

Datos técnicos: 63.5 km

3.58.04 hs

Total: 3141.75 km

Día 45 (4 de mayo) – de Tegucigalpa a Sabanagrande

No hay una sola manera de salir de Tegucigalpa. La capital está rodeada por un periférico que puede tomarse desde varios accesos, saliendo por distintas avenidas. Es complicado. Nosotros salimos en la misma dirección que el día anterior para ir a Valle de Ángeles. Tomamos el periférico y casi le damos una vuelta completa porque falta alguna señalización. Seguíamos los carteles que indicaban hacia Choluteca, pero en algún momento faltó un cartel y nos pasamos de largo. Tuvimos que recular, de lo contrario hubiéramos regresado al punto de partida. Nos tomó una hora encontrar la ruta y fue un montón de subida incluso en el periférico. Si uno elige este camino debe tener en cuenta que la señalización en la parte donde se indica la bajada al Aeropuerto y la Fuerza Aérea, no es clara. Prestar atención ahí o preguntar. Y después, el cerro de Hula. Sigue la subida.

Pasamos por un barrio humilde y sencillo con una hilera de casitas sobre la calle que dejó de ser populosa y llena de autos. Unas señoras con muchos hijos se asomaron a conversar con nosotros. Una de ellas era de Sabanagrande, hacia donde íbamos ese mismo día -¡nos vemos por allá!- nos despedimos.

Durante los siguientes 10 kilómetros subimos 600 metros. En el cerro de Hula hay una instalación de molinos de viento. Energía eólica. Un proyecto diseñado durante el gobierno de Manuel Zelaya que en 2006 se enfrentó a una crisis energética crucial y que en 2007 y 2008 firmó convenios con empresas que emprendieron estos sistemas de energías alternativas y sustentables. Los molinos blancos salpican la cumbre. Hay montones y no dejan de girar. El viento a esa altura despejada arremolina el paisaje. Pedalear así es una batalla contra cada ráfaga. Las ganamos todas.

La ruta hacia Sabanagrande es más relajada, tiene leves cuestas y tiende a bajar. Es un camino pintoresco con sombra a ambos lados y camioncitos que reparten bolsas de harina ya que, en esta región, son típicas las rosquillas de hojaldre y las tustacas, unas galletas redondas con mermelada o chocolate. Sabanagrande nos dio la bienvenida con dos arcos de entrada a la ciudad y olor a pan casero. La ciudad es un pueblito de calles empedradas. Desde la ruta son unas cinco cuadras hasta el parque central con su iglesia pintada de amarillo, el frente es una réplica de la catedral de Tegus. Había una bruma espesa, una garúa finita.

-está brisando- nos dijo la mujer policía del parque. Enseguida se acercaron a preguntar de dónde veníamos, quiénes somos, adónde vamos, cuánto tiempo. Mientras charlábamos el brisar cobraba bríos y empezó a mojar más rudo. Cayó un chaparrón de aquellos.

-hotel no hay… ¿hay hotel?

-sí, están los cuartos de doña Pepita o el hotelito de don Joaquín. No dice ‘hotel’ pero pregunten ahí.

Es una familia que alquila cuartos, están justo en la entrada del pueblo, en el arco que dice ‘No digas que No a Sabanagrande’; 150 lempiras el cuarto, barato, sencillo pero limpio, con enchufe en el cuarto, ducha y letrina afuera, y el internet del vecino de la esquina. Del lado de enfrente de la ruta cenamos catrachas que son tostadas con frijoles y quesito arriba y licuado de mínimo, o sea de bananitas. Llovió y llovió y nos quedamos de sobremesa en el quiosco y bar del internet, probando los sabores de charamuscas y pilones, helados caseros en bolsita o en vaso de plástico con palito.

Datos técnicos: 55.8 km

4.28.32 hs

Total: 3078.25 km

Día 44 (3 de mayo) – de Tegucigalpa a Santa Lucía y Valle de los Ángeles y regreso a Tegus

Otro viaje en el tiempo. Daniel Zavala, a quien econtramos ayer en la ruta y nos guio hasta el centro de Tegus, nos invitó a visitar dos joyitas hondureñas: Santa Lucía y Valle de Ángeles. Nos encontramos con él a las 8.30 de la mañana en una plazoleta muy cerca de Guanacaste. Las dos villas están en las montañas que cercan a la capital. Fueron ciudades mineras. Ya se acabó el oro y la plata y hasta la última astilla de cobre y el último hilo de zinc. Los mineros se sentaron a toser la silicosis en las puertas de sus casas, tan pobres como hace un siglo. Ahora no hay más oro ni más plata ni una astilla de cobre ni un hilo de zinc. Fue un niño. Estaba jugando mientras su padre sembraba la milpa. “¡He encontrado una mina!” gritó el niño y le dio una piedra a su padre. Una piedra dorada. Después llegaron y se llevaron todo menos al niño y a su padre que ya no tenía ni milpa ni piedras doradas.

En Santa Lucía y Valle de Ángeles las mujeres cocinan para los visitantes que llegamos hasta esas alturas del espacio y el tiempo. Fue una mañana hermosa. Era domingo y muchos ciclistas expertos o aficionados hacen esa ruta. El paisaje y los caseríos que vamos pasando son pintorescos. Hay viveros, llenos de macetas colgantes con enredaderas verdes y hortensias de todos colores, todas florecidas. Nunca había visto tanta diversidad de hortensias. Daniel nos llevó a los mejores lugares, los más tradicionales para cada cosa. Por los callejones empinados, por la plaza empedrada de adoquines, por pasajes angostos y los frentes blancos y la iglesia blanca. Las manos que elaboran las mejores pupusas de Honduras. Las pupusas son tortillas de maíz rellenas con quesillo o chicharrón o con salsas y ayote. Cocinan en fogones de leña y hacen el pan de casa con pura yema y acompañan con café de palo. El café de palo tiene un sabor exquisito diferente a todos los cafés del mundo, conjuga el sabor tostado, el amargo exacto, con el aroma esencial del café. Adictivo. Primero visitamos Santa Lucía. Pedaleando suave, nos aconsejaba Daniel. Desde Tegucigalpa es una subida absoluta hasta los 1600 metros donde la ciudad se cuelga de la cumbre. El aire es maravilloso. Las vistas, todo alrededor, son impresionantes. Las montañas se asoman unas detrás de las otras y, salpicando las laderas, una casita por allá y otra por más allá. Caminamos por el modesto pero alegre malecón de la presa. Algunas personas pasean en bote y otras sueñan apoyadas en el barandal; las tortugas se asolean y familias numerosas de patos salen a nadar con toda su prole. Desde Santa Lucía a Valle de Ángeles el desnivel de la ruta es más variado y desparejo. Sube pero también baja. El olor de los pinos perfuma el aire. En Valle de Ángeles abundan las artesanías en madera y las hamacas. También es típica la venta de helados suculentos y sabrosísimos, helados de cuerpo sólido y gustos nuevos, con frutas enteras o cubiertos de chocolate. Santa Lucía y Valle de Ángeles son dos reliquias de su propia historia.

De regreso a Tegucigalpa la bajada fue estrepitosa y, aquello que tardó en subirse casi dos horas, se baja en media hora o cuarenta minutos. La ruta está en buenas condiciones. Tiene unas cuantas curvas y los consabidos desniveles del relato. Llegamos de regreso al hotel y nos sentamos a comer en el restaurante chino de al lado. Menú familiar por 180 lempiras. Daniel nos regaló cámaras de refacción y cuernitos para el manubrio pero más allá de cualquier cosa material, nos dio su tiempo y su sabiduría. Daniel Zavala es una de esas personas fenomenales, muestra fiel de que no todo está perdido, de que la gente es siempre maravillosa. Enriqueció el curso del viaje llevándonos a rincones impensados, es parte de esta historia y de nuestra vida para siempre.
“Amanecimos en Zambrano bajo el constante sonido de la lluvia, compramos unos panes al borde de la carretera donde nos encontramos con Daniel Zavala, buen amigo ciclista de Tegucigalpa que nos llevó a conocer los hermosos pueblos de Santa Lucía y Valle de ángeles donde disfrutamos el día probando las cemitas, el café de palo, las pupusas, los chocobananos, las típicas paletas de helado y los paisajes de estos lugares. Después de haber aprovechado este día andando, cerramos el capítulo con dos fuentes suculentas de arroz con jamón y, como broche de oro, el triunfo 2-0 de mi Boca a las gallinas de river plate.” (Martín Murzone)

Datos técnicos: Tegucigalpa-Santa Lucía-Valle de Ángeles 27.5km (ida y vuelta: 55km)

4.08.08 hs

Total: 3022.45 km

Día 43 (2 de mayo) – de Zambrano a Tegucigalpa

Se escuchó diluviar toda la noche sobre el techo de chapa. Arrancamos con bruma y garúa. Estábamos en las alturas, a 1400 metros sobre el nivel del mar. Con el aire fresco. Cerca de las nubes. La ruta enseguida se fue a pique y bajamos durante los primeros 10 kilómetros más de 500 metros. Sin engolosinarse. Pedalear Honduras es jodido. Es arremeter contra las murallas naturales de América que se anudan todas juntas en esta cintura del continente. Es jodido y es precioso al mismo tiempo. Tiene el sabor del desafío y la conquista, y la mirada del mundo desde un palco privilegiado. Quien no cruza las montañas por sus propios medios, ya sea en Honduras o en la Patagonia o en los Himalayas, nunca entenderá de qué estoy hablando. No existen palabras suficientemente exactas para contar cómo es. La geografía de Honduras como la de otros espacios selectos del mundo, es imponente y tan caprichosa que no habíamos terminado de gritar de alegría en esa ráfaga de descenso cuando otra vez el terreno nos obligó a pedalear y forzar y sudar hacia arriba. Tan duro como gratificante. En el trayecto cruzamos a grupos de ciclistas entrenando, entre ellos conocimos a Daniel Zavala. Daniel pedaleó con nosotros hasta Tegucigalpa a quien cariñosamente todos ya llamamos Tegus. Hicimos juntos una parada y Daniel insistió en invitarnos una gaseosa fresca. Luego nos guio hasta el centro de la capital. Nos llevó por avenidas que eludían el periférico para evitar pasar cerca de barrios marginales peligrosos, según nos dijo.

La entrada a Tegucigalpa es un quilombo. Una bajada rauda con mucho tráfico y vehículos recontracelerados por todas partes y hacia todas las direcciones. Menos mal que teníamos guía, así y todo nos perdíamos de vista entre el caos y los viaductos, puentes, avenidas que pasan unas encima de otras y dan vueltas y rotondas. Difícil. Estresante. Confuso. Pasamos por Comayaguela un barrio suburbano populoso, una pequeña ciudad dentro de la gran ciudad, y por el estadio nacional, y al final llegamos al centro. Daniel nos dejó en la esquina de cerca de donde hay varios hoteles. Los hoteles Granada que yo conocía de antes resultaron ser caros para nuestro actual presupuesto así que seguimos buscando y encontramos el hotel Gutemberg, en el barrio Guanacaste. Muy bien. Lindo. Limpio. Con internet, agua potable, café gratis, televisión, cuarto pintado de lindos colores, para los tres, 400 lempiras.

Salimos a comer y este barrio es de mercados, es barato, ¡tres tamales por 10 lempiras! En una tienda de segunda mano compramos un pantalón para Martín, 100 lempiras, y una calza para mí, 50 lempiras; carne y chorizo con ensalada por 50 lempiras, 7 bananas por 10, una bolsa de mangos por 20.

En medio del caos urbano Tegucigalpa tiene lo suyo. La historia post-colonial estampada en los frentes y altares de las iglesias labradas por indios anónimos. El estilo es único, el barroco tradicional aquí es almohadillado o salomónico y recae en guirnaldas rococó. Además, la originalidad de la decoración en cerámica vidriada. Haciendo frente a la liturgia, Francisco Morazán en el centro del parque y de la historia, se abre el pecho y grita eternamente “aún estoy vivo”. A este mismo parque central llegábamos de a miles en 2009. Cuatro mil desde Comayagua, tres mil desde Olancho, cuarenta mil en total marchábamos en resistencia cantando con el puño izquierdo en alto ‘nos tienen miedo porque no tenemos miedo’. Habían impuesto el toque de queda, la represión violenta, los golpes de macana, el atropello de la caballería, las ráfagas de gases lacrimógenos y balas de goma. Cientos fueron detenidos, cientos fueron desaparecidos.

Datos técnicos: Zambrano-Tegucigalpa 38.8 km

3.21.01 hs

Total: 2967.45 km

Día 42 (1 de Mayo) – de Siguatepeque a Zambrano

La ruta desde Siguatepeque se puede tomar yendo al centro, a la plaza, y de ahí tomar el bulevar y ese bulevar sale a la carretera. Fuimos hasta la plaza de las banderas donde se congregan los puestos ambulantes de comida a tomar un frugal y nutritivo desayuno. Café con leche y también avena y pancito dulce. Desde la plaza encaramos el bulevar con la fresca. Siguatepeque está a 1100 metros y, a esta altura, el aire es complaciente y brumoso. El trayecto empieza subiendo un poco más y, después, una bajada que nos arrastra como un alud a 500 metros sobre el nivel del mar. La pendiente se tranquiliza pero uno no debe engañarse. Sabemos que, más adelante, nos aguarda la famosa Cuesta del Rodeo. Temible. Una subida pronunciada y en caracol en algunos tramos, de más de mil metros.

A 35 kilómetros de Siguatepeque, pasamos por Comayagua, la primera capital de Honduras. Es la región más plana del territorio hondureño. De aquí en más y todo alrededor hasta los dos mares, se entrelazan las cordilleras. Comayagua se destaca por los tejados rojos y la arquitectura colonial barroca, huella indeleble de un pasado de abolengo. Sus iglesias son el destino de la pascua de resurrección, las calzadas reciben a los peregrinos pintadas de aserrín con escenas del vía crucis. Seguimos a Flores. 25 kilómetros más con la idea de quedarnos a descansar allí y estudiar desde abajo cómo pintaba el desnivel de la temible cuesta. Sin embargo la buena energía por un lado y lo diminuto del pueblito de Flores por otro, nos envalentonaron a seguir. Flores es un pueblo simpático. Tiene los ingredientes del sabor pueblerino. Después de almorzar en una esquina enfrente de la tradicional plaza, nos sentamos a hacer la digestión a la sombra del quiosco central. A las dos de la tarde empezaron a llegar las señoras. Esperaron en la puerta de la iglesia hasta que llegó la que tenía la llave. Una vez abierta la iglesia la maquinaria se puso en marcha. Como si todo estuviera minuciosamente estudiado y dispuesto, una quitaba el polvo con un plumero, otra barría, otra pasaba el trapo de piso. Mientras tanto, sus señores se reunían en el quiosco donde descansábamos y se acercaban a conversar con nosotros. Es un pueblo chico, la gente se conoce, y por lo que nos contaban, las últimas novedades ya ocurrieron hace años.

-ese tamarindo que está ahí en la esquina, existe desde antes que existiera el pueblo, y aquel mural que está enfrente lo pintó un venezolano que andaba viajando como ustedes, hace quince años. Pintó al pueblo, la plaza, la iglesia, y el árbol de tamarindo

-aunque tiren el árbol o se caiga la iglesia, van a quedar pintados en el mural…

Gente linda y de yapa, mangos que se caen de los árboles.

No sabíamos si seguir o no seguir. Los señores nos decían que sí, que llegábamos, otros decían que no, que nos agarraba la noche. Encaramos. Desde Flores a Zambrano. 30 kilómetros y más de mil metros en subida. La Cuesta del Rodeo. Es una larga pedaleada sin tregua. Si uno levanta la cabeza y ve el tráfico allá arriba piensa que nunca va a poder llegar hasta allá, pero cuando quiere acordar uno ya está allá mirando alrevés, encaramado en la ladera, viendo hacia abajo el caracoleo del tráfico. Llegando al techo del mundo. La vista es inmensa y preciosa. El borde del camino, el vacío, el más allá con las montañas azules y marrones y lilas. El olor a hierba limón que intoxica el aire de frescura.

Nos llevó varias horas. Todavía faltaban 15 kilómetros y el atardecer ya nos cazaba por la espalda. Anaranjadísimo se nos venía encima. En eso Martín pinchó una rueda. Yo ya no veía. El atardecer para mí es la peor hora. Las sombras se adueñan del paisaje de la ruta se adueñan de todo las sombras. No puedo discernir. Seguí pedaleando tratando de ganarle la carrera a la noche que nos ganó irremediablemente. Y nos ganó con lluvia torrencial. El cielo se desplomó sin previo aviso. Justo en la entrada de Zambrano. Habíamos llegado. Ahí nomás había un hotel con restaurante. Todo lo que necesitábamos. El hotel nos costó 400 lempiras. El plato de frijol, huevo, queso, aguacate, crema, banana, 60 lempiras y los platos con carne, 85.

Datos técnicos: Siguatepeque-Zambrano 81.7 km

6.10.54 hs

Total: 2928.65 km

Día 41 (30 de Abril) – de los Naranjos (Peña Blanca-Lago de Yojoa) a Siguatepeque

Llovió toda la noche y siguió lloviendo en la mañana. El Lago de Yojoa, rodeado de bosques nubosos, es la zona más húmeda de Honduras, eso favorece la diversidad de reptiles y anfibios y la exclusividad de la flora. Esperamos a que amaine. Habíamos puesto sobre las carpas unos plásticos que llevamos para estos casos. Las carpas no son muy buenas y si cae mucha agua es necesario tener un sobretecho extra. No se nos mojó nada. Al mediodía sólo se escuchaban intermitentes las gotas que habían quedado atrapadas en las hojas de los árboles. Aprontamos los bártulos y arrancamos. Decidimos retomar el rumbo volviendo hacia Peña Blanca y desde allí, los 14 kilómetros que bordean la laguna hasta La Guama. El espectáculo fue inmejorable. En la orilla de enfrente la cadena de montañas era un collar de zafiros azules que atemperaba los grises del cielo y se miraba en el espejo de agua. Una belleza única pintada en un momento único. No nos pesó la hora porque el clima estaba agradable para pedalear. A lo largo de la costa hay vendedores de pescado crudo. Los cuelgan de caballetes hechos de ramas y troncos. Parecen móviles de arte efímero. Más adelante hay restaurantes donde ofrecen platos de filetes y mariscos, uno al lado del otro y con vistas magníficas a la laguna. Cuando se termina el lago, la ruta empieza a subir.

Son 22 kilómetros de subida constante en los que hay que superar un desnivel de 650 metros. Aunque no es una subida empinada tampoco da tregua hasta el final. La venta ambulante cambia por completo, aquí se venden piedras y cal. Piedra caliza para construcción en bloques, en trozos, en cascotes rosados o esculpida, y médanos de cal. La superficie del pavimento está condimentada de polvos rosados y, entre la dureza y la sequedad de la roca, hay puestos de venta de miel. Se pasa por la entrada a las cuevas de Taulabe un entretejido de grutas subterráneas de dimensiones inexploradas.

Llegamos a Siguatepeque con llovizna. La subida se ha convertido en una serie de vaivenes como para relajarse y regular el pulso cardíaco. Unas cuadras antes del centro está el Hotel Plaza la Fuente. Nos costó 350 lempiras. Tiene internet, el cuarto es limpio, luminoso, agradable, con ventilador, tv, baño, enchufes. Hay estacionamiento y Josué, el chico que trabaja, es atento y servicial. Comimos al lado del mismo del hotel y fue fabuloso. Porciones enormes y muy ricas. Un platazo de pollo con papas cuesta 85 lempiras, un taco gigante de pollo con tajada que es plátano guineo cocido, 50 lempiras y las tortillas de quesillo, 15 lempiras cada una. Hacía muchos días que no comíamos tan bien.

Datos técnicos: Los Naranjos-Siguatepeque 69.7 km

5.28.32 hs

Total: 2846.95 km

DíA 39 y 40 (28 y 29 de Abril) – de San Pedro Sula a Los Naranjos (Peña Blanca-Lago de Yojoa)

Antes de partir estuvimos en la puerta del Caribbean hotel, que resultó ser muy bueno, conversando con Juan Carlos Valeriano. Hablamos del viaje y de política. Honduras ha despertado. Recuerdo cuando estuve con la resistencia en el año 2009 y me fui con la premonición amarga de que no se llegaría a ninguna parte porque la gente estaba atontada por el show mediático y la telenovela. Un buen grupo de estudiantes resistía a conciencia pero el común de la gente, los más humildes y depositarios de las políticas sociales, repetían las consignas golpistas de la oposición:
‘a ese vago ya lo sacamos’, demonizando al ALBA y a los gobiernos progresistas de la región. Zelaya se enfrentó a los más poderosos, al narcotráfico, a las corporaciones multinacionales, a la industria farmacéutica, a los militares, y a los Estados Unidos ya que convertiría la base militar yanqui de Palmerola, a pocos kilómetros de la capital, en un aeropuerto civil. Como consecuencia de todos estos atrevimientos de soberanía, Zelaya fue secuestrado de su casa antes del amanecer, se fraguó su firma en una renuncia falsa, y se hizo un golpe de estado disfrazándolo como una sucesión legal institucional, y se reprimió ferozmente, torturando y asesinando a todo aquel que opusiera resistencia. En ese entonces muchos internacionalistas comunistas nos sumamos a hacer un trabajo de hormigas. Hablar con cada uno de los habitantes de cada familia de todos los poblados a lo largo y a lo ancho de Honduras. Yo andaba ‘de turista’ y preguntaba una dirección a un policía o en un negocio. La charla se encauzaba por el tema de la seguridad:

-casi suspendo el viaje porque me dijeron que estaba peligroso…

-eso ya está controlado, es que nos querían convertir en Cuba, si hasta venían médicos y maestros cubanos. A mi casa iban a enseñarle a leer y escribir a mi mamá y la querían operar de los ojos a mi abuela que está ciega

-¿gratis?

-sí, pero eso está mal porque nos querían hacer comunistas.

-pero entonces ahora tu mamá no va a seguir con las clases… ¿o el maestro cubano va a seguir? ¿y tu abuela entonces ya no va a volver a ver? qué lástima…

– y sí… al final era bueno Mel…

Había faltado lo mismo que faltó en casi todos los países del ALBA, la formación ideológica.

Cuando tuve la grata oportunidad de conversar con Juan Carlos Valeriano en la puerta del Caribbean hotel, me di cuenta de que están despiertos. Saben que a Xiomara Castro le robaron la elección, saben lo que le hacen los gobiernos neoliberales al país y al pueblo, las leyes de flexibilización laboral, el libre mercado, la injerencia del imperialismo y sus corporaciones económicas, el narcotráfico. Juan Carlos Valeriano nos invitó a desayunar pero como le dijimos que no, nos dio 100 lempiras que aceptamos condición sine qua non, fuera para la compra de este libro. Juan Carlos Valeriano es de un barrio marginal de San Pedro Sula. No tiene dirección postal y no lo encontramos en facebook. Aún no sabemos cómo haremos para enviarle su libro. Sólo podemos dejar escrito aquí que él es parte de nuestra vida y de nuestra historia y que lo seguiremos buscando por todos los medios para darle su ejemplar, aún si esto significa que tengamos que volver pedaleando a la vereda del Caribbean hotel donde nos despedimos aquella mañana calurosísima de abril.

Salimos tarde. Con 44 grados de temperatura ambiente y un poco más de sensación térmica.

-Exagerado- repetía la señora de una pulpería donde compramos unas cuantas bolsas de agua a 2 lempiras cada una.

El calor era agobiante. A dos horas de pedalear sin parar, empecé a tener una sensación contradictoria y nueva. Estaba tiritando. Se me erizaba la piel, pero en vez de ser de frío, era de calor. El agua de la botella estaba más caliente que una ducha. Por suerte hay sombra al borde de la ruta.

En Tegucigalpa había un temporal. La gente nos contaba que la ciudad capital estaba inundada, que la tormenta había sido tan fuerte que había derribado unos carteles luminosos y se había provocado un incendio. El calor había originado otros incendios en las montañas que gracias a esta lluvia se estaba combatiendo. Por nuestro rumbo el sol nos seguía rajando el casco y, por el momento, el cielo azul profundo no pintaba llover ni una nubecita.

En un puesto de frutas variadas compramos piñas y estuvimos con Denis que viajaba con su familia. Faltaba poco para nuestro desvío, Denis nos explicó y nos convidó un coco a cada uno. El coco es reconfortante. Tiene las sales necesarias para equilibrar el desgaste del sudor del cuerpo, es un hidratante perfecto, nos calma la sed, es sabroso, y nos da energía para seguir.

En este viaje aprendimos cómo cosechar cocos silvestres y abrirlos sin machete ni cuchillo. Los mejores son los medianos. Para abrirlos es un golpe seco de perfil en la corteza misma del cocotero. Si no funciona, intente nuevamente.

Tomamos el desvío a Peña Blanca y llegamos exhaustos. Paramos a comer un plato de comida por 50 lempiras y ya con el sol más bajo y relajado encaramos los kilómetros restantes hacia Los Naranjos, al “D&D brewery” donde yo estuve en 2009 y donde hacen cervezas artesanales riquísimas, de frutas, rashberry, blueberry, apricot, y otras más. ¡Deliciosas! Las venden a 47 lempiras.

Para llegar a este lugar hay que encaminarse hacia Yojoa, doblar a la derecha en el desvío de La Guama, tomar hacia Peña Blanca, 14 kilómetros bordeando la laguna. En Peña Blanca hay que buscar la calle que sale hacia Las Vegas, Santa Bárbara, y por esa calle son 4 kilómetros hasta el cartel que indica dónde hay que girar 300 metros hasta D&D.

Acampamos aquí, el lugar es fenomenal. Lleno de vegetación tropical, caminitos de piedra, alberca con agua helada, cabañas, dormitorios. Ha cambiado. Cuando estuve en 2009 sólo estaba Bob, dueño y quien hacía todo. Ahora hay varios empleados, Bob no está, y el dueño se llama Bobby. La máquina de cerveza es la misma de antes y las cervezas no pueden ni podían ser mejores. También ha cambiado el barrio. Antes no había nada en esta calle, sólo este lugar. Ahora hay casas, gente, y algunas pulperías y restaurantes.

“San Pedro Sula -ayer con 44 grados centígrados- se conoce por ser una ciudad muuuy peligrosa, y a pesar de que no nos pasó nada, dar una vuelta nocturna por el centro basta para ver que los negocios optan por cerrar temprano, que hay una vasta cantidad de indigentes dormidos en el parque central y en las puertas de los negocios, gente prostituyendose y ofreciéndote crack entre otras cosas. De día parece que la noche no existió y se transforma en una ciudad movida y repleta de gente humilde y amable. Tanto las rutas que entran como las que salen de esta comercial ciudad están repletas de tráfico y trailers que traen y llevan cantidad y variedad de productos. Y ahora, a los alrededores del lago de Yojoa nos deleitamos con una deliciosa artesanal ¡draft beer raspberry rigiosa ale!” (Martín Murzone)

Descansamos en Los Naranjos un día más. El jardín es exuberante. Hay flores exóticas que existen solamente en este rincón del mundo, como unas matas carnosas con flores llamadas argaritas o mahonias, las petravenias de color rojo carmín, orquídeas y un árbol de frescos mangostines. La laguna de Yojoa es también un paraíso de aves únicas y plantas acuáticas.

Aprovechamos la pileta y el internet y salimos a caminar hacia el río y a buscar restaurantes más económicos que en la fi nca para ajustarnos un poco a nuestro magro presupuesto. En el restaurante Martín hizo amigos del equipo local de fútbol infantil; se sentaron con él y pasaron un rato estudiando la cancha. Más tarde nos tomamos unas cuantas cervezas de D&D; Martín estuvo trabajando con Rafa que es quien las elabora y de paso aprendiendo algunos secretos. Rafa nos invitó a cenar pescado a su casa. Ahí estuvo también Walter, guía de D&D quien nos aconsejó no ir en bicicleta por las montañas de Santa Bárbara ya que los barrancos son muy empinados, piedra floja y precipicio. El pescado estaba muy rico. En la noche y como en casi toda la Honduras, empezó a llover.

Datos técnicos: San Pedro Sula-Los Naranjos (Peña Blanca-Lago de Yojoa) 80.3 km

7.45.45 hs

Total: 2777.25 km

Día 38 (26 de abril) – Puerto Cortés a San Pedro Sula

A toda esta carretera que sale de Puerto Cortés hasta San Pedro Sula le llaman el Bulevar. Tiene un camellón en el medio con pasto y algunas plantas. Es la ruta principal, una autopista sencilla, una calle ancha con poca demarcación. Sobre el lado derecho nos acompaña un barranco con áboles que apaciguan un poco el intenso calor y el smog de los camiones. Cada vez que vamos llegando a un pueblo el bullicio del tráfico aumenta paulatinamente hasta volverse apabullante y fastidioso. Se atraviesan varios pueblos por el medio y entonces se aglomeran vehículos, motos, combis de pasajeros que van gritando destino y estacionándose en las garitas o en las esquinas. Hay gente que camina, que se cruza, y gente que espera y nos habla…

-vamos a San Pedro Sula

-es muy peligroso

-ayer encontraron tres muertos sin cabeza y dos nenes envueltos en una sábana blanca todos macheteados

-la mara y los del barrio 18 te cobran el impuesto de guerra y si no pagás te matan

Las advertencias se han repetido y se repiten durante todo el viaje. San Pedro Sula resultó ser el único lugar de los quince mil kilómetros pedaleados del que podríamos decir que sí, que es peligroso.

A pesar de que este será el día más caluroso de todo el viaje, sensación térmica 46 grados, llegamos enteros a San Pedro Sula. En el centro visitamos como diez hoteles distintos hasta decidir quedarnos en el Caribbean Hotel, el que mejor relación calidad precio nos ofreció. Cuesta 470 lempiras la habitación doble con dos camas grandes, aire acondicionado, tv, baño, garrafones de agua, es cómodo y bastante lindo. No tiene wi-fi pero nos pasaron la clave de otro negocio que funciona en la planta baja. Los empleados son muy buena onda. Comimos en un comedor, comida corrida. El plato 35 lempiras, es un platito frugal, por lo que quizás es necesario manducar doble. En la esquina del hotel hay un puesto de frutas, compramos una piña por 25 lempiras, en otro negocio nos habían pedido 50. Bananas, 10 lempiras el kilo.

Ya había oscurecido cuando pensamos en dar una vuelta y comprar algún otro alimento para cenar. Eran poco menos de las 8 de la noche. San Pedro Sula se había transformado. No era la misma ciudad de la siesta. La calle era fantasmal. Todos los negocios estaban cerrados con persianas metálicas y cadenas con candados. Mujeres, travestis, y niños, chicas y chicos, se ofrecían en cada cuadra de manera grotesca. Algunas personas deambulaban como zombis poseídos por la droga. Otros estaban tirados en mitad de la vereda con los ojos desorbitados. Se aglutinaban oscuras bandas en las esquinas y ofertaban sin disimulo todo tipo de mercancía narcótica.

-Métanse adentro, por dios- nos ordenó la recepcionista del hotel cerrando antes que abriendo la puerta -ya no hay pulpería abierta y es muy peligroso. Todo el mundo anda armado en esta ciudad.

San Pedro Sula es la ciudad más peligrosa del mundo según las estadísticas. Suma la mayor cantidad de asesinatos por cantidad de habitantes. Las pandillas mandan en los barrios y en el centro de la ciudad donde además hay una cárcel superpoblada desde cuyo interior se digitan acciones criminales afuera. Debajo de los bordos de contención del río crecen villas más populosas que cualquier municipio hondureño. Las mafias controlan todo el flujo de dinero del que exigen un porcentaje a cambio de la vida.

Datos técnicos: Puerto Cortés-San Pedro Sula 56.6 km

3.30.33 hs

Total: 2696.95 km

Día 37 (25 de abril) – de Entre Ríos (Guatemala) a Puerto Cortés (Honduras)

Tal como conjeturábamos ayer, es mejor no dormir en Entre Ríos que no ofrece nada y cruzar a Honduras. La frontera está a una hora de pedaleo de Entre Ríos, 22 kilómetros, y a poco de cruzar aparecen algunos hospedajes, el segundo y el tercero sobre mano derecha tienen piscina. Hay balnearios del lado hondureño y ríos de agua clara. Atrás dejamos los ríos del Petén e Izabal, la mayoría de ellos de aguas escasas -excepto el gran Río Dulce- y turbias.

La ruta desde Entre Ríos no tiene mayores dificultades, es casi toda plana aunque con curvas y algunas pendientes que a esta altura del viaje resultan ‘pan comido’. Sin embargo no podemos alardear ni cantar victoria, apenas trasponemos dos pasos en territorio hondureño nos damos cuenta que miremos hacia donde miremos no hay más que montañas. Brotan hacia todos las direcciones. No parecen ser parte de una sola cadena ni seguir un solo sentido. Ni siquiera parecen estar hechas de la misma piedra ni modeladas por los mismos accidentes geológicos. Tampoco están cubiertas del mismo color ni bañadas por las mismas sombras. Hay montañas verdes y montañas azules, hay montañas marrones y montañas lilas. Desde aquí, desde la puerta del cuarto país del viaje, presentimos que estamos asistiendo a un aquelarre de cumbres y cordilleras. Y como centro de este aquelarre, la mesa central de este encuentro, un largo valle que cruza transversalmente el mapa de Honduras.

‘Qué honduras’, exclamó Cristóbal Colón. Se refería al encabritado oleaje que los sacudió en el Cabo Gracias a Dios en la desembocadura del río Coco, frontera entre Nicaragua y Honduras; la expresión sirvió para bautizar adecuadamente a este territorio lleno de desniveles desafiantes. Es un reto. Miramos a alrededor y están en todos lados. Nos preguntamos por dónde nos facilitarán la gentileza de abrirnos paso. De momento encaramos por la costa.

El paisaje es bellísimo. Desde estribor, asomándose en la niebla, nos escuda el Merendón y sus ofrendas de bosque nuboso, a babor los acantilados de la sierra de Omoa. Ni bien tuvimos el mar al alcance de los ojos pasando Cuyamel, paramos a descansar en una palapa encaramada en el acantilado. Sublime. 15 kilómetros después estábamos en Omoa y decidimos seguir 15 más hasta Puerto Cortés.

Estuve antes en Honduras, una vez fue en 2009 para acompañar la resistencia al golpe de estado contra el presidente Manuel Zelaya. Nunca había tomado por esta ruta. Ahora que ya lo hemos hecho, recomendamos quedarse en Omoa o las playas cercanas antes que entrar a puerto Cortés. Los campings y las playas en las cercanías de Omoa se notan más agrestes y coloridos que la gran ciudad del puerto. Este es uno de los más grandes puertos de América Central y uno de los más preparados para recibir gran caudal de barcos y comercio marítimo. Hay playas también y una laguna, la laguna de Alvarado. Tuvimos la suerte de encontrar un hotel cómodo y agradable frente a la laguna. Los hoteles son caros. En uno económico nos pedían 850 lempiras. El lempira es la moneda de Honduras. Lleva este nombre en homenaje a un cacique lenca que lideró la resistencia contra la conquista española. 1 dólar es igual a 20 lempiras. Conseguimos el hotel Laguna’s por 600 lempiras. No es barato pero es accesible y tiene aire acondicionado, internet, enchufes, baño, y dos camas, una grande y una pequeña con buenos colchones. Salimos a comer y la comida también nos pareció cara así que fuimos al super y compramos salchichas, repollo, tomate, aguacate, banana, zanahoria, pan, todo por 140 lempiras, lo mismo que costaba un pollo asado sin nada, el puro pollo.

Datos técnicos: Entre Ríos (Guatemala)-Puerto Cortés (Honduras) 82.2 km

5.28.08 hs

Total: 2640.35 km