No hay una sola manera de salir de Tegucigalpa. La capital está rodeada por un periférico que puede tomarse desde varios accesos, saliendo por distintas avenidas. Es complicado. Nosotros salimos en la misma dirección que el día anterior para ir a Valle de Ángeles. Tomamos el periférico y casi le damos una vuelta completa porque falta alguna señalización. Seguíamos los carteles que indicaban hacia Choluteca, pero en algún momento faltó un cartel y nos pasamos de largo. Tuvimos que recular, de lo contrario hubiéramos regresado al punto de partida. Nos tomó una hora encontrar la ruta y fue un montón de subida incluso en el periférico. Si uno elige este camino debe tener en cuenta que la señalización en la parte donde se indica la bajada al Aeropuerto y la Fuerza Aérea, no es clara. Prestar atención ahí o preguntar. Y después, el cerro de Hula. Sigue la subida.
Pasamos por un barrio humilde y sencillo con una hilera de casitas sobre la calle que dejó de ser populosa y llena de autos. Unas señoras con muchos hijos se asomaron a conversar con nosotros. Una de ellas era de Sabanagrande, hacia donde íbamos ese mismo día -¡nos vemos por allá!- nos despedimos.
Durante los siguientes 10 kilómetros subimos 600 metros. En el cerro de Hula hay una instalación de molinos de viento. Energía eólica. Un proyecto diseñado durante el gobierno de Manuel Zelaya que en 2006 se enfrentó a una crisis energética crucial y que en 2007 y 2008 firmó convenios con empresas que emprendieron estos sistemas de energías alternativas y sustentables. Los molinos blancos salpican la cumbre. Hay montones y no dejan de girar. El viento a esa altura despejada arremolina el paisaje. Pedalear así es una batalla contra cada ráfaga. Las ganamos todas.
La ruta hacia Sabanagrande es más relajada, tiene leves cuestas y tiende a bajar. Es un camino pintoresco con sombra a ambos lados y camioncitos que reparten bolsas de harina ya que, en esta región, son típicas las rosquillas de hojaldre y las tustacas, unas galletas redondas con mermelada o chocolate. Sabanagrande nos dio la bienvenida con dos arcos de entrada a la ciudad y olor a pan casero. La ciudad es un pueblito de calles empedradas. Desde la ruta son unas cinco cuadras hasta el parque central con su iglesia pintada de amarillo, el frente es una réplica de la catedral de Tegus. Había una bruma espesa, una garúa finita.
-está brisando- nos dijo la mujer policía del parque. Enseguida se acercaron a preguntar de dónde veníamos, quiénes somos, adónde vamos, cuánto tiempo. Mientras charlábamos el brisar cobraba bríos y empezó a mojar más rudo. Cayó un chaparrón de aquellos.
-hotel no hay… ¿hay hotel?
-sí, están los cuartos de doña Pepita o el hotelito de don Joaquín. No dice ‘hotel’ pero pregunten ahí.
Es una familia que alquila cuartos, están justo en la entrada del pueblo, en el arco que dice ‘No digas que No a Sabanagrande’; 150 lempiras el cuarto, barato, sencillo pero limpio, con enchufe en el cuarto, ducha y letrina afuera, y el internet del vecino de la esquina. Del lado de enfrente de la ruta cenamos catrachas que son tostadas con frijoles y quesito arriba y licuado de mínimo, o sea de bananitas. Llovió y llovió y nos quedamos de sobremesa en el quiosco y bar del internet, probando los sabores de charamuscas y pilones, helados caseros en bolsita o en vaso de plástico con palito.
Datos técnicos: 55.8 km
4.28.32 hs
Total: 3078.25 km