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Día 36 (25 de abril) – de Río Dulce a Entre Ríos

La ruta es más plana que la del día anterior. Hay algunos desniveles y hay descensos que valen la pena. De salida de Río Dulce se cruza el puente que sale en subida y se sigue en dirección a Puerto Barrios. Es una ruta muy circulada y de calidad media. No es una autopista ni de lejos, el pavimento está bien aunque en algunas partes, rugoso, y sin demarcación. Hay gasolineras durante el trayecto y hay puestos variados para comer menús también variados.

El paisaje de este tramo sigue siendo bello. Colinas de vestido verde holgado que más adelante entallan los contornos de seda o terciopelo más brillante. El tráfico de camiones y contenedores hacia Puerto Barrios, entorpece la apreciación del espectáculo natural y llenan el aire de smog asqueroso. Cuando no pasan, se huele el dulzor de los cientos de puestecitos vendiendo ananás. En algunos tramos el aire se impregna de tilo, hay muchos tilos sembrados y campos de cacao y más dulzor. Pero cuando aparecen los camiones, son una fila compacta de toneladas de anhídrido carbónico. Pasan raudamente en su rumbo al puerto. Un nene que le hace los mandados a su mamá en bicicleta, fue conmigo hasta la entrada de Cayuga, a 45 kilómetros de Río Dulce. Tiene una bicicleta infantil, bajita. El nene no tiene miedo, yo voy bien adentro de la banquina y él casi al borde de la ruta donde pasan las ruedas de los camiones; su bicicleta no es estable, zigzaguea. Me da miedo verlo. Fuimos charlando y nos recomendamos mucho tener cuidado y buen viaje. 5 kilómetros después, en La Esperanza, paramos a comer y conversamos con dos camioneros.

Uno de los camioneros nos regaló una sandía. Qué manjar. El calor es sofocante. Esperamos en ese restaurante hasta que bajó un poco el sol pero el calor no aflojó.

Avanzamos hasta Entre Ríos para cruzar la frontera a Honduras el día siguiente. Entre Ríos es un pueblo a la vera de la ruta. Los ríos no se ven, tiene tres cuadras y hay un solo Hotel y Auto Hotel donde paramos. El aire acondicionado está encendido pero no funciona. En el cuarto hay una pequeña tv, dos camas y aunque es lindo, no es cómodo porque es cerrado, sin ventanas, y caluroso. Los encargados son muy amables, pero el hotel no da.

Fuimos a cenar a lo de ‘Los planes de Don Chente’, un señor muy ventajero que nos cobró 2 quetzales por cada tortilla extra y abusó todo lo que pudo de nosotros. Es el único lugar desde que salimos de México que suman a la cuenta cada tortilla que uno se come. No lo recomendamos.

En realidad no valía la pena hacer esta parada. La frontera y Honduras están ahí nomás. Hasta ese momento no lo sabíamos, pero del lado hondureño hay mejores lugares para pasar la noche. Recomendamos a otros viajeros, si tienen tiempo y energía, seguir unos kilómetros más.

Estuve tantas veces en Guatemala que perdí la cuenta. Antes de este viaje solía no pronunciar su nombre. Me resultaba inadmisible llamar a este país hermoso Guate-mala. Siempre la llamé Guate-bonita. Esta vez nos vamos con un sabor que sin ser amargo, es un poco agrio, sabor a que algo se está pasando. Sobre todo en el Petén, los que trabajan en relación al turismo se están pasando de vivos. No son todos y no es la gente común, absolutamente, no. La gente común, por el contrario, es un deshecho de amabilidad, generosos a más no poder. Hace dieciocho años cuando visitamos por primera vez esta zona, me fui con la misma sensación, pero tras sucesivos viajes a otras regiones de Guatemala, temí estar errada en esta apreciación que lamentablemente debo confirmar. Nunca me ha sucedido lo mismo en la región Quiché ni en la Alta Verapaz y como no creo que un grupo de guatemaltecos que lucran con el turismo sean la muestra fiel y real de un pueblo, seguiré llamando a Guatemala, Guatebonita. Alertamos a los viajeros que sigan nuestros pasos o transiten la región del Petén, para que den la espalda a aquellos que visiblemente son del tipo ‘take advantage’. Ellos no representan al pueblo guatemalteco.

Datos técnicos:

Río Dulce-Entre Ríos 73.6 km
5.15.54 hs
Total: 2558.15 km

Día 35 (24 de abril) – de Prados del Sol (San Luis) a Río Dulce

Un atractivo paisaje acompaña el camino. Las colinas vestidas holgadamente de capas verdes. Entre los árboles las enredaderas le tejen chales a las colinas y así se ve, como una capa flotante sobre las formas.

Hoy, 86.3 kilómetros de sinuosidad continuada. Colinas. Nada más que colinas. Ni una recta. Curvas pronunciadas y la carretera que sube en una pendiente corta pero bien empinada y baja largo y tendido en un desnivel. Placenteras bajadas. El sol no castigó, pegó un poco a la hora pico, pero no fue tan duro y pudimos darle con apenas una nueva versión de empanada guatemalteca en el estómago. Esta versión de empanada es como una pupusa salvadoreña, una tortilla gordita con requesón -ricota- o chicharrón, repollo, salsita de tomate y mayonesa, 4 quetzales, y para tomar, fresco de tamarindo a 3 quetzales. Esto lo comimos en el camino, al mediodía, en una aldea cuyo nombre, Bonavista, no figura en el mapa. Pasamos muchas aldeítas sobre esta ruta y algunas gasolineras, aisladas pero las hay. En Guatemala no hemos transitado por autopistas, las carreteras son sencillas y con poca demarcación. En algunos tramos están rotas o arregladas de manera rudimentaria y despareja. Hemos viajado tranquilos, sin mucho tráfico hasta aquí, pero debido a que nos vamos acercando a Puerto Barrios, hoy nos han pasado algunos camiones de carga y trailers con contenedores. Es molesto, el smog, el humo y el calor de los caños de escape, pero es la ruta y es así.

Aún no empiezan las lluvias, pero la humedad está en el aire y las hojas de la selva lo exudan. La transpiración de las hojas, el olor prematuro de la lluvia y, en las áreas reforestadas de pinos, el aroma de resina y copal. Los caminos que faldean colinas tienen el valor agregado de la frescura y el paisaje, a pesar de tener que escalar las subiditas, se respira mejor y la bajada gratifica. Además hay sombra. Es una región privilegiada del planeta, explotada por la tristemente célebre United Fruit Company que saqueó sin piedad lo que daba la tierra, dejando tras de sí una red de vías oxidadas por las que deambulan descalzos los hijos de esclavos indios y africanos.

“Cada indio debía llevar una libreta donde constaban sus días de trabajo; si no se consideraban sufi cientes, pagaba la deuda en la cárcel o arqueando la espalda sobre la tierra, gratuitamente, durante medio año”. “Por esta época, Ubico otorgó a los señores del café y a las empresas bananeras el permiso para matar.”(Eduardo Galeano)

La exuberancia natural de Río Dulce y los antiguos esplendores reservados a los dueños de todo, sirvieron de escenario a la película “Las nuevas aventuras de Tarzán” filmada en 1935.

Acampamos en Bruno’s y Marina hotel. El lugar para acampar no está muy bueno, hay mucha piedra, pero está junto a este río que abre una grieta en las montañas y es como un ancho cañón. Hay muchos veleros amarrados. El camping cuesta 40 quetzales, hay baños y duchas, internet que funciona bien, y algunos enchufes donde conectar, y ¡piscina! eso vale todo, súper, después del viaje, un chapuzón.

A poco de llegar una señora extranjera nos regaló helado porque en el barco no tienen refrigerador. Luego salimos a cenar y cenamos churrasquito con arroz, frijoles, tortilla, 20 quetzales. Las gaseosas cuestan 5 quetzales. Cerca de la ciudad está el castillo de San Felipe, fortaleza contra los ataques de piratas y bucaneros, fue también una prisión, almacén y aduana.

Datos técnicos:

Prados de Sol (San Luis)-Río Dulce 86.3 km
5.43.09 hs
Total: 2484.55 km

Día 34 (23 de abril) – de El Chal a Prados del Sol (San Luis)

El paisaje es espectacular. Las laderas de los Montes Mayas están pintadas por la estación seca con ayuda de la mano del hombre. El sol quema la hierba y la mano del hombre quema la caña o la selva para plantar otra cosa que dé más dinero que lianas o bejuco. El aire huele a melaza. Aún no ha llovido, hace mucho que no llueve, pero hay una humedad que flota junto con el olor de la melaza y resabios de humo. El poder del dinero cambia el curso de la naturaleza. Lo verde claudica donde la hoguera devasta pero se aferra y pervive donde la selva es impenetrable. El collage de esa gama alternando en las sinuosidades, es espectacular.

Comimos en Poptún, en lo de Martita cuyo restaurante se llama ‘Lo de Brendita’; las mollejas, 15 quetzales, caldo de pollo, 20 quetzales, todo con papa, arroz, zanahoria. Al principio Martita tenía una actitud distante. Cierta desconfianza, quién sabe por qué con estos viajeros raros aventureros. Después se sentó al lado nuestro a charlar. Calentamos agua y compartimos el mate, y al final no quería que nos fuéramos y hasta nos ofreció dormir en su casa. En Poptún está la academia militar de los kaibiles que hacen su entrenamiento duro en el Infierno de La Pólvora, antes de La Máquina. Nos quedamos charlando con Martita hasta que bajó un poco el sol.

-Eso pasó como en los ochentas. A los de las Dos Erres los mataron a todos y los iban tirando a pozos. A los chiquitos los mataron primero. A las mujeres sabe dios todo lo que les hacían, hasta perdían sus criaturas. Fueron los kaibiles. Y los que investigaron todo eran argentinos, los forenses, en un solo pozo encontraron ciento sesenta y siete cuerpos, pobrecitos. El gobierno de Guatemala no quiere que se sepa. A los forenses lo contrató una comisión, FAMDEGUA.

La ruta lleva un andar tranquilo, con curvas, subiditas y muchas bajadas. La última subida es fatal. Es solamente un kilómetro antes de llegar al Balneario Prados del Sol, pasando la población de San Luis. Prados del Sol hace honor al nombre y el sol hace gala de su monarquía en la tierra destemplada. A esta última subida fatal no la pueden ni los autos. Es empinadísima, los motores se pasan de vuelta, los caños de escape se intoxican con smog, el auto se para y, si no se le atraviesan unas piedras a las ruedas, se va a pique. En eso estaban unos muchachos mientras yo le daba meta y meta al pedal. Quería aguantarla. Los tipos de un camioncito estancado me miraban. Esperaban que yo pasara para lanzarme un piropo.

-está bien jodida la subida- les dije sin dejar de pedalear. Quedaron mudos y yo les di la espalda muerta de risa.

Hicimos buen tiempo, vamos a buen ritmo. Salimos de El Chal tras comprar unos pancitos y le dimos duro y parejo. La fresca acompañó la mañana y algunas nubes hicieron lo propio hasta el mediodía. El trayecto de la tarde no fue más que desde Poptún a San Luis, 22 kilómetros, rematando con esa subida interminable pero posible; luego, 3 kilómetros más desde San Luis, este balneario con albercas que es como un oasis en medio del resplandor de la tarde. Acampamos aquí por 30 quetzales la carpa. Hay piletas, palapas, electricidad, baños, y un restaurante que no está nada mal. Comimos lo que llaman una tortilla de harina por 20 quetzales. Es una tortilla grande rellena de carne, frijoles, crema, repollo. Muy rica. Luego plátanos con azúcar y crema, 15 quetzales, y un pancito de mil hojas a 3.5 quetzales. Está bien para lo que venimos viendo.

Pero viajar es otra realidad. No es solamente el paisaje y el camino. Es la gente que vive y da vida, la que le da historia a cada lugar. Puedo entender por qué en los caseríos que brotan en la amplitud de América Latina, en estos pueblos paridos por la soledad, las personas son primeros distantes, después se desconciertan, y al final no quieren que uno se vaya. A duras penas y con mucho esfuerzo logran ser apenas pobres y no morir de hambre, tener maíz para tortillas y frijol, pero además ven pasar a la muerte por la puerta de su casa, oyen cómo los tiros apagan las risas y los gritos de una aldea completa, viven forjados por el dolor, forjados a culatazos y prepotencia, desplazados, desprotegidos. No hay justicia, dijo Martita.

En Prados del Sol se alojaban dieciocho migrantes. Salieron de Honduras y caminan de noche por la selva para llegar a Estados Unidos. Mayra y Johana es la tercera vez que lo intentan. Tienen poco más de veinte años y ya fueron cazadas dos veces por la migra, antes un ‘coyote’ abandonó al grupo en el desierto de Arizona, y otra vez los apresaron en una casa de McAllen. Estuvieron presas y deportadas y lo vuelven a intentar, vuelven a pagar a otro ‘coyote’. Siete mil quinientos dólares, nos dicen. Mayra tiene a su esposo en Estados Unidos y dejó a su hijito en Honduras. Se arriesgan a las peores mafias, a los seres más viles y desgraciados, traficantes de seres humanos.

-a veces caminamos de noche y a veces nos llevan en tren. La otra vez fuimos por Tenosique pero ahora dicen que está caliente ahí y que el jefe de los Zetas tiene una casa atrás de la migra y se cambian balines con ellos

-balines son los migrantes que no tienen dinero -la otra vez fuimos por Candelaria. A los garroteros del tren los tienen comprados y el tren para donde le dicen

-en Veracruz nos pusieron en una troka de esas de mudanza, éramos ochenta y tres compañeros. Tuvimos que pagar dos mil quinientos dólares cada uno. Cuando llegamos a Reynosa a las mujeres nos empezaron a vacilar para abusar de nosotras y un compañero nos quiso defender pero no pudo porque también lo violaron a él y después lo mataron

-nos cambiaron de camioneta a una pick up blanca y nos amontonaron en la paila

-íbamos pasando retenes de la migra y la policía federal, ellos nos veían cómo íbamos pero recogían un dinero y nos dejaban seguir

-a veces te obligan a cargar unas bolsas de droga para cruzar o te hacen llamar a los parientes de Estados Unidos para pedir más dinero y si no te matan

-en julio para las elecciones en México nos dieron credenciales y nos sacaron a votar por un partido que no me acuerdo pero que ganó

-algunos ‘coyotes’ no son ‘coyotes’ y secuestran con los Zetas

-yo sé de unas muchachas del Salvador que las mataron y las pusieron de ofrenda a la Santa Muerte…

Datos técnicos:

El Chal-Prados del Sol (San Luis) 79 km
5.36.07 hs
Total: 2398.25 km 79 km<

Día 33 (22 de abril) – de El Remate a El Chal

El restaurante que hay al lado del camping Paraíso de Juan, es un restaurante caro y mal servido. Los platos son frugales, de dieta. Una cucharada y media de arroz, una cucharada de frijoles, un rebanadita de queso, y un chorrito de crema con un huevo revuelto, 20 quetzales, es lo más más barato que se puede conseguir. Guatemala está cara y abusa de nuestro bolsillo foráneo.

Para ir desde El Remate hacia El Chal, hay que tomar primero la ruta que va hacia Santa Elena, después el desvío que va a ciudad de Guatemala. Se siguen las indicaciones que señalan hacia Poptún. Es una ruta tranquila y hay pueblitos y caseríos donde descansar a la sombra o buscar agua. Pasamos por La Ponderosa, Santa Ana y por un caserío llamado Sardinas donde paramos a comer pollo frito con papas. No hay mucho tráfico y la superficie de la ruta sin demarcación, es un poco mejor que el empedrado beliceño. Por aquí, muy de vez en cuando, aparece un cartel.

Son 60 kilómetros hasta el Chal y no es llano, demás está dicho ya, Latinoamérica no es llana, pero se sube y se baja con gusto e piaccere. No es pesado hasta tanto no salga el sol, cuando el sol pega, todo esfuerzo vale doble y se chiva la gota gorda.

El Chal es un pueblo a ambos lados de la carretera. Tiendas, un par de pastelerías, refacciones para autos, casas de electrodomésticos, mercados. Paramos en el hotel Delivery. Cuesta 50 quetzales por cama, usamos una sola cama, así que 50 quetzales. Hay ventilador y corredor tipo balcón, buen aire, baño completo afuera del cuarto. Hay enchufes, y nos prestaron por un rato nada más, una red de internet. Tienen restaurante pero es caro, un plato preparado cuesta entre 35 y 60 quetzales. Comimos tacos, lo más barato que conseguimos, a 3 por 10 quetzales. Antes de quedarnos en Delivery preguntamos en otro hotel. Los cuartos eran más chicos, olían a humedad y costaba tres veces más.

Cerca de El Chal, en el valle del río San Juan, hay un sitio arqueológico donde se han descubierto casi trescientas estructuras. Muchas yacen debajo de la jungla y otras han sido saqueadas y sus piedras utilizadas, al igual que en Belice, para construcciones modernas. Esta ciudad maya tuvo su propio glifo emblema, fue una ciudad primaria. Se han descubierto plazas, acrópolis, y muchísimas piezas de cerámica idónea.

Datos técnicos:

El Remate-El Chal 63 km
4.04.04 hs
Total: 2319.25 km

Día 32 (21 de abril) – de Tikal a El Remate

Toda la noche retumbaron los cimientos de Tikal. Desde la espesura, brotaban los alaridos feroces de los monos insomnes. Tikal, la ciudad de las voces. Dormimos con los mayas, en su propia casa. No viajamos solamente de un lugar a otro, también viajamos en el tiempo. Despertar en este lugar y poder llegar en pocos minutos a la Gran Plaza de Tikal, nos traslada a lo primigenio. En medio de la Gran Plaza, delante de la imponente verticalidad del Gran Jaguar, el Templo I, el más importante en la celebración de rituales, abrazando con la mirada su devenir del inframundo a lo celestial. En la altura del dintel las luces del amanecer revelan las reminiscencias de un jaguar tallado en la piedra. Ya no se permite subir a este Templo I ni al Templo II o de las Máscaras que fl anquea el campo de juego de pelota. No porque alberguen el misterio de una lápida dilapidaria de la historia de la humanidad, sino por el desgaste de la piedra en su pendiente temeraria. Sin embargo el sólo hecho de encontrarnos minúsculos en en el centro de la Gran Plaza es sobrecogedor.

En otros templos se han construido escaleras aledañas de madera para poder ver desde arriba la inmensidad de la selva y presentir la extensión de Tikal en las cúpulas que espían al cielo. Por estas escaleras accesorias subimos al Templo de las Serpiente bicéfala o Templo IV. Es el más alto de Tikal y uno de los más altos de Mesoamérica. Es el mejor momento. El privilegio es completo y la vista es espeluznante. La alfombra verde de las copas de los árboles agujereada por las cúspides de otras pirámides altísimas. Tikal es tan infinito que los arqueológos dejaron de explorarla porque era interminable, cada vez que destapaban una pirámide llegaban a otra y se veían en la obligación de seguir la exploración. Calculan que hay cuatro mil construcciones. Lo que fascina de Tikal es la altura de los templos ceremoniales, los capiteles que se pierden en la niebla y afrontan las distancias hacia el más allá, hacia arriba hacia lo divino y hacia Calakmul ciudad rival. Tikal es capaz de vigilar por encima sus dominios y fronteras, pero Calakmul es un coloso. Monumental e inamovible. El Templo V de Tikal nos remite a su recuerdo. Sólido, de base voluminosa y escaleras anchas.

Tikal ha sido escenario natural de películas holliwoodenses, Star Wars y James Bond, y ha sido incluida en el video juego Age of Empires.

Vagamos todo el día en otro tiempo. Compartiendo las calzadas con los pizotes y el descanso con las guacamayas azules. Adivinando prominencias que aún duermen debajo de la jungla. Perdiéndonos en los senderos y encontrándonos en el Mundo Perdido de los mayas, la pirámide más antigua de Tikal dedicada a la observación astronómica. Sentados en las acrópolis, rodeando el palacio de las ventanas o de los murciélagos, las pirámides gemelas, los temazcales. Desentrañar los enigmas de Tikal y de la civilización maya. ¿Dónde están los millones de personas que habitaron estas tierras y vivieron de manera gloriosa entre estos edificios cuyos esplendores han sido desgastados por los siglos y la selva? Volvimos al campamento con más interrogantes que certitud. Siempre ocurre así cuando uno se inmiscuye con los mayas. Nos fuimos sin apuro. Sin desaprovechar ni el pájaro carpintero en un tronco ni la danza de los monos araña. Reverenciamos a la ceiba sagrada y seguimos una de las direcciones cardinales de sus raíces. Sur. De bajada en reversa hacia El Remate, saludamos a la señora de la tienda del Caoba. La bajada fue gloriosa.

En El Remate dormimos en el camping de Juan. Juan es tan humilde como amable y sabio. El camping es sencillo, se llama Paraíso. El pasto del suelo es un colchón confortable. Los baños son precarios pero suficientes, además, ahí arriba donde están los baños, hay una palapa con hamacas, una vista inigualable del lago Petén, y una cueva fresca cavada por él mismo en la roca. Juan y su familia valen todo lo que le falte a las instalaciones. Juan está entusiasmado con el emprendimiento y es un buen guía y conocedor de la zona, además tiene una cultura general amplia, colecciona monedas y billetes extranjeros y le gusta charlar de historias del mundo. Hablamos de Argentina de la dictadura de Guatemala de la dictadura…

-acá cuando el obispo Gerardi sacó el libro “Guatemala Nunca Más”, a los dos días lo asesinaron a golpes en la cabeza. Por todas las partes de Guatemala habían andado y hablaron con la gente, juntaron muchos testimonios, en el libro dice que mataron a doscientos mil, y otros cincuenta mil desaparecidos. Un millón se fueron exiliados, refugiados; quedaron doscientos mil huérfanos y cuarenta mil viudas. Todos eran civiles, sin armas, y la mayoría indígenas. Y no hubo justicia. El ejército los mató; y los paramilitares que andaban con ellos.

Hablar con Juan me trae a la memoria un párrafo de “Las Venas abiertas de América Latina” que de tan aberrante parece ficción:

“La aldea Cajón del Río quedó sin hombres, y a los de la aldea Tituque les revolvieron las tripas a cuchillo y a los de Piedra Parada los desollaron vivos y quemaron vivos a los de Agua Blanca de Ipala, previamente baleados en las piernas; en el centro de la plaza de San Jorge clavaron en una pica la cabeza de un campesino rebelde. En Cerro Gordo, llenaron de alfi leres las pupilas de Jaime Velásquez, el cuerpo de Ricardo Miranda fue encontrado con treinta y ocho perforaciones y la cabeza de Haroldo Silva, sin el cuerpo de Haroldo Silva, al borde de la carretera a San Salvador; en Los Mixcos cortaron la lengua de Ernesto Chinchilla; en la fuente del Ojo de Agua, los hermanos Oliva Aldana fueron cosidos a tiros con las manos atadas a la espalda y los ojos vendados; el cráneo de José Guzmán se convirtió en un rompecabezas de piezas minúsculas arrojadas al camino; de los pozos de San Lucas Sacatepequez emergían muertos en vez de agua; los hombres amanecían sin manos ni pies en la finca Miraflores. A las amenazas sucedían las ejecuciones o la muerte acometía, sin aviso, por la nuca; en las ciudades se señalaban con cruces negras las puertas de los sentenciados. Se los ametrallaba al salir, se arrojaban los cadáveres a los barrancos.” (Eduardo Galeano)

Datos técnicos:

Tikal-Remate 37.4 km
2.14.23 hs
Total: 2256.25 km

Día 31 (20 de abril) – de La Máquina a Tikal

La ruta entre La Máquina y El Remate es de tráfico y desniveles calmos. Nada que se zafe de lo normal o que merezca destacarse. Lo bravo vendrá después. Antes de llegar al Remate y a las orillas del Lago Petén Itzá, hicimos una parada estratégica y placentera en una palapa sobre la laguna Macanché a 27 kilómetros de La Máquina y casi 10 del Remate. Sobre la laguna Macanché está este parador bonito, con una vista espectacular de la laguna, bebidas frescas y hamaca paraguaya para echarse una siestita. Luego seguimos hacia El Remate donde aprovisionamos algunos víveres para la estadía en Tikal y nos sentamos a comer en un restaurante sobre el lago Petén Itzá. Con una vista agradable, buena atención y buen precio, dejamos pasarse el mediodía sin apuro. Habíamos pedaleado esos 36 kilómetros en menos de dos horas y especulábamos que nos faltaría apenas un poco más de la mitad hasta Tikal a 39 kilómetros de allí.

Cuando decidimos seguir nos encontramos con un problema. A la bicicleta de Martín se le había quebrado uno de los fierros que sostienen el portaequipajes. La tarde estaba todavía recalcitrante de calor y bajo ese calorón salimos a buscar un soldador por las calles polvosas de El Remate.

-Al final de esta calle de la esquina -nos dijeron- pregunten por Chus.

El final de la calle era un espejismo en una curva que no quería terminar. El Remate parece chico pero cuando la calle sube y el sol castiga, es una metrópoli interminable. Fuimos preguntando a los vecinos que se animaban a asomar la cabeza al calor. Todo el pueblo abotargado en las hamacas, a la sombra y el frescor de las corrientes de postigos cerrados. Golpeamos en lo de Chus pero no había nadie. Era una casilla humilde. Afuera, en el piso de tierra de la galería, estaban los cables tirados, la soldadora, las herramientas. Pero Chus no estaba. No sabíamos qué hacer. Buscar otro soldador por esas calles sofocantes de polvo. Esperar ahí. Hacer un remiendo con cinta Scotch. Pegamos la vuelta resignados cuando en una camioneta desvencijada y abierta por todos lados, apareció Chus. Alguien le avisó que lo buscábamos y se vino.

-Es que estaba pescando con mi hijo -señaló al nene en la camioneta- y se le clavó un anzuelo.

El nene bajó la cabeza y entonces lo vimos. Un anzuelo como para pescar un tiburón hundido hasta el tope en el muslo de su pierna derecha.

-¡Pero llévelo al hospital, Chus!

-Sí, pero si esto es rápido, no se tarda nada. Después lo llevo.

Que no, que primero lleve al chico. Que sí, que primero sueldo la bicicleta. El nene sonreía. Como si nada. Chus enchufó la máquina, agarró la barra de hierro, midió, soldó, limó, y cobró unas monedas. Mientras tanto le pusimos Merthiolate, Pervinox y todos los desinfectantes posibles al nene que seguía tranquilo sentado en la camioneta. Nada de lo que pudiéramos hacer sería nunca suficiente para equiparar la voluntad de Chus a quien a partir de ese momento bautizamos “san Chus”.

-A Tikal en bicicleta no voy ni loco, -se despidió san Chus- es pura loma.

No lo habíamos previsto. La subida al Caoba fue la más desgastante. Tardamos un par de horas en subir y subir. Y como a pesar de haber sombra sobre un lado del camino la temperatura es agobiante, parábamos a descansar cada dos por tres. Hay algunas aldeas, Capulines, el Caoba donde hicimos un descanso y compramos más vituallas en el almacén de la esquina, y la aldea El Porvenir. Hasta Tikal, desde El Remate, fueron 34 kilómetros y demoramos más de tres horas. Y cuando llegamos al portal del sitio arqueológico, casi pegamos la vuelta. El costo de la entrada es un despropósito, 150 quetzales, 23 dólares. Es carísimo. Nunca en ningún lugar del mundo donde hemos viajado y visitado sitios, ruinas, templos, castillos, nunca pagamos tanto. Entramos disgustados, de mal humor. Si no pegamos la vuelta fue porque Martín albergaba el sueño de volver a este lugar único, de construcciones impresionantes, donde había estado dieciocho años atrás cuando era un nene de seis años.

Adentro del parque todo es caro. El camping cuesta 50 quetzales. No lo vale. En el camping no hay nada. Sólo unas pequeñas palapas como quioscos y un espacio verde. No hay fogones, ni mesas, ni bancas y los baños no tienen luz. De noche no se ven más que las estrellas, eso es mágico. Esa magia se presiente desde la entrada misma del parque, a pesar de la paliza de quetzales, cuando uno avanza en medio de la jungla y empieza a respirar copal y no oye más que monos aulladores y chicharras, y no ve más que orquídeas y amates, mariposas azules y esa ceiba legendaria, milenaria y enorme escalando las alturas, uno respira y se da cuenta que en realidad Tikal no tiene precio.

Datos técnicos:

La Máquina-Tikal 75 km
5.34.34 hs
Total: 2218.85 km

Día 30 (19 de abril) – de Camalote (Belice) a La Máquina (Guatemala)

La mejor parte que nos tocó de la ruta de Belice. Tiene algunas curvas, subidas, bajadas, más vegetación, y puñados de casitas coloridas. Las estaciones de policía de Belice son notorias porque están pintadas de amarillo furioso, y los autobuses son notorios porque son larguísimos, bus y medio. La gente también es colorida y sigue siendo simpática. A 20 kilómetros de Camalote pasamos por Georgeville. Una aldea típica con el encanto de las verandas de madera pintadas de naranja, celeste, y amarillo. Jardines con flores y cafeterías. Después dejamos atrás San Ignacio y Santa Elena y encaramos varias curvas por estribaciones serranas de hasta setecientos metros de altura. Ya casi estábamos en la frontera cuando a mano derecha se nos fue acercando el río Mopán. Decidimos tomar un recreo refrescante. Hacía dos horas que pedaleábamos acalorados. Apoyamos las bicis en un árbol, buscamos las mallas en las alforjas y ahí nomás nos cambiamos. Con el culo al aire. El río fluye verde transparente entre piedras y cascaditas. Una parada estratégica. San José Succotz, un lugar apacible y un regalo de la naturaleza. De la orilla de enfrente sale el camino que lleva a las ruinas de Xunantunich o Benque Viejo. El nombre Xunan Tunich significa ‘mujer de piedra’. Dicen que por ahí vaga el fantasma de una mujer que se para frente al Castillo, la pirámide principal de Benque Viejo. En Xunantunich se han desenterrado veinticinco pirámides y seis plazas. El cruce del río es gratis y está a pocos metros de donde nos bañamos. Una balsa tirada por cables lleva y trae a los visitantes.

p>Terminado el recreo nos aprontamos para seguir viaje y cruzar la frontera a Guatemala. Faltaban apenas 5 kilómetros y el trámite fue sencillo y rápido. Para salir de Belice cobran 37.5 dólares beliceños, a todo el mundo, aunque hayas estado solamente tres días. Para entrar en Guatemala pura simpatía y amabilidad, ni nos fumigaron ni nos cobraron nada, ni siquiera esos famosos 20 quetzales que solían ser denunciados por los viajeros y que se embolsaban los agentes migratorios. Hay que tener en cuenta que ahora ponen un sello de ‘entrada a la región’ que abarca Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua. Ese sello tiene una vigencia de 90 días. Pasamos Melchor de Mencos, la ciudad fronteriza de Guatemala que antes se llamaba Fallabón. Este paraje fue sede del descontrol de tráfico ilegal de caoba hasta mil novecientos sesenta y pico. Desde aquí, los norteamericanos tiraban fardos de madera río abajo para los aserraderos ingleses de Belice. A 8 kilómetros de la frontera hay un lugar de acampe. Está en la entrada de los restos arqueológicos Txiquin Txacán. Hay una palapa grande con bancos y lugar para fogón pero no hay agua ni ningún servicio cerca. Paramos un momento en esa sombra y seguimos.

Pasamos por La Pólvora, donde está El Infierno, campo de entrenamiento de los kaibiles -fuerza de élite de Guatemala- cuyas condiciones ambientales extremas han hecho desistir a muchos aspirantes. Más adelante hay un caserío pobre. Paramos en lo que parecía ser una tiendita, una ventanilla con rejas y una despensa sombría. La señora que nos atendió tenía su marido convaleciente en una habitación igual de pobre y sombría.

-A mi marido le sacaron todo. Lo operaron del estómago. Se está muriendo. La señora se secó las lágrimas con el cuello del vestido para recibir a dos monjas que llegaban de visita. Una de ellas nos dijo que no se podía andar en bicicleta con esas temperaturas, que la ruta venía de tierra y que el calor nos iba a enfermar. La señora buscaba. Una respuesta. Una salvación. Un milagro.

Desde la galería de piso de tierra donde merodeaban las gallinas, se adivinaba en la penumbra del cuarto una cama y el bulto extendido de un cuerpo inmóvil.

-No queda más que rezar –dijo una monja.

-Ojalá diosito me lo quiera salvar.

Cuando nos despedimos abracé a la señora y le di un beso. Deseé poder confortarla de su dolor y de su pobreza. Deseé ser diosito por un rato para curarle al hombre. La gente de esos caseríos en Guatemala está condenada al abandono. Desprotegidos y huérfanos. Olvidados en un lugar cuyo nombre es una paradoja o una burla. La señora está sola en su dolor, el señor está solo con su muerte, solos en Puerta del Cielo.

El ripio se puso duro como la vida misma de la gente. Durísimo e implacable. Cantera de pirámide, recordé. Piedra caliza milenaria. Polvareda y pegote. Nada de agua, ni siquiera en la escuela. Las cañerías están secas y los tanques están vacíos. Justo antes de la entrada de Yaxhá hay un restaurante sencillo debajo de una palapa. La comida es barata y buena. Un menú completo por 15 quetzales.

Incluye vaso de piña fresca. Un dólar es igual a 7 quetzales. Yaxhá está a 9 kilómetros por camino de tierra de ese restaurante. Sólo la pirámide principal ha sido explorada, el resto, quinientas estructuras más, están cubiertas de matas y árboles, escondidas en la jungla, abrazadas por raíces y habitadas por murciélagos y monos. La ciudad maya de Yaxhá está junto a la laguna del mismo nombre donde vive la especie de cocodrilos más pequeños del mundo.

Un poco más adelante de la entrada a Yaxhá llegamos a la comunidad La Máquina. No faltaba mucho para la caída de la tarde así que nos pusimos en campaña de buscar un lugar para dormir. Hotelito o camping no hay, pero alguien nos recomendó ir hasta “El Portal”, un restaurante pintoresco y caro que se destaca entre las casas y puestos comerciales extremadamente sencillos. El Portal es de Manola Lima quien desde hace doce años es la alcaldesa de La Máquina. Manola es del partido CREO, Compromiso, Renovación, y Orden. Además es guía turística. Tuvimos una nutrida charla que iba de lo político a lo arqueológico y de lo social a la antropología sin desmerecer a la naturaleza y el ecosistema. 2015 es un año electoral en Guatemala así que la efervescencia política está sobre el tapete. CREO es un partido originado por disidentes de otro partido (GANA), a los que se sumaron medianos empresarios sin formación ideológica. Basan su discurso en la explotación de los recursos locales desde la inversión privada y el libre mercado. La propuesta política pre-electoral intenta seducir con la promesa del ‘desarrollo’ de Guatemala. Personalmente interpreto ese ‘desarrollo’, en ese contexto, como la incorporación de las riquezas de Guatemala en el mercado global para facilitar el saqueo, arrastrando con la tierra y sus recursos a la gente que la habita y que consecuentemente quedarán suspendidos en la nada y a la deriva.

El partido CREO tuvo arraigo en las clases media y alta, fue votado por el 16 por ciento en 2011 y después que nosotros pasamos por lo de Manola, en 2015, obtuvo sólo el 3 por ciento de los votos.

Lo que nos gustó de Manola fue su activismo militante, su energía. La Máquina es un caserío de tres cuadras. Toda la noche hubo una banda de borrachos en los bares sobre la ruta, emborrachándose más y escuchando música ruidosa. En el caserío no hay nada, sin embargo Manola Lima apuesta al futuro y piensa en cambiar esa realidad para mejorarla. No coincido con sus lineamientos, desde dónde y hacia dónde, pero admiro su perseverancia, su curiosidad por la historia maya y su generosidad para compartir con nosotros lo que sabe y su casa. Acampamos sobre el pasto mullido de su patio. Nos habilitó baños, enchufe, agua, e internet. El lugar es acogedor, hay un porch con silloncitos y una mesita.

Datos técnicos:

Camalote (Belice)-La Máquina (Guatemala) 78.3 km
4.42.43 hs
Total: 2143.85 km

La casa con ruedas (México-Argentina en auto) Guatemala

Uspatán, por la ruta del Quiché y hacia la Alta Verapaz, 4 de noviembre de 2009

Una ruta a-lu-ci-nan-te! A-LU-CI-NAN-TE, la palabra que me ha identificado en las travesías anteriores con el legendario equipo de tres. Todavía no la había pronunciado en soledad, hoy se me salió de la boca en voz alta.

Esta ruta, A-LU-CI-NAN-TE no es la más transitada por el turismo que normalmente va por la zona de Chichicastenando, Lago Atitlán, Panajachel, Antigua… y que es hermoso, pero teniendo en cuenta que hace menos de tres meses estuve en esa ruta y que implica pasar por la capital guatemalteca me mandé más arriba y como ya es costumbre, GuateBonita no deja de sorprenderme ofreciendo siempre un paisaje variado, rico y precioso.

El panorama cambió. Hace frío. No hay plátanos ni palmeras sino coníferas y bosques por lo que los duendes andaban de fiesta queriendo saltar de las ventanas de la burbuja. En un momento paramos a tomar unos mates y a apreciar el murmullo de un río que nos saludaba desde abajo. Ahí fue donde me picaron unas hormigas coloradas. Volví a montar en la nave y me recomendaba tener cuidado, recordar que en América Central suele haber bichos raros. Imposible no salir picado, en este caso no es nada, unas rascadas entre el embrague y el freno. Por suerte mi única alergia comprobada es a la plancha de planchar e intuyo que al casamiento, pero esta segunda alternativa queda fuera de concurso por elección.

Esta mañana me di una vuelta por Comitán. Como ayer se me quedó sin baterías la cámara en el ciber no las pude subir. Lo intentaré ahora. Aquí no puedo titularlas, no sé si puede hacer, de todas formas, Comitán es la ciudad muy colorida y empedrada, el ambiente es diferente al de esta zona guatemalteca, quizás puedan reconocer.
Al cruzar a La Mesilla ya se nota una diferencia escenográfica, más banderines, más jolgorio, sin embargo la gente no cambia, los idiomas tampoco. Tantas lenguas. La radio durante todo el trayecto de la frontera transmite de forma bilngüe, sí, es realmente alucinante y lindo.
Después de la vuelta por Comitán, y los consabidos mates, preparé la salida y largué hacia la frontera de Ciudad Cuahutémoc-La Mesilla. Todo muy bien. Como tenía el permiso de aduana para el vehículo vigente, pasé como chifle y aunque llevo muchos bártulos y mucho circo, lentejuela y colgarejos, no me abrieron ni el baúl. Entré como pedo a GuateBonita y al llegar a Huehuetenango se presentaron las dos rutas, dos flechitas.
Si me voy por abajo, Lago Atitlán, Guate Capital, hay tráfico, tengo que cruzar la urbe, la ruta es buena y concurrida y ya la conozco.
Si me voy por el Quiché, la ruta es de montaña, no la conozco, sé que está pavimentada hasta Uspatán, no la conozco.
Tomo esta segunda opción, corro el riesgo y me voy por arriba. Hasta aquí llegué hoy. San Miguel de Uspatán. Atravesando los pueblos de Aguacatán, Sacapulas, Cunen…
Pensé que no había ciber, San Miguel de Uspatán es un pueblo pequeño. La gente es amable. En la plaza del centro hay unas mesitas que venden llamadas telefónicas, ahí están las muchachas ofreciendo los teléfonos para llamar. También las nenas que le venden a una señora los rellenitos de plátanos, nos hicimos amigas, se llaman Noelia y Brenda y me prsentaron a su primito que lustra zapatos y a toda costa me quería lustrar las alpargatas. Me contaron las chicas que van a la escuela, son inteligentes, sacaron fotos con mi cámara, les encantó y a mí me encantaron ellas.
Estoy en la Pensión de Galindo que recomienda Lonely Planet, me costó 20 quetzales! Calculen lo barato, un dólar son casi 8 quetzales. El cuarto es sencillo pero está limpio, huele bien, el baño está afuera y en el patio está el garrafón comunitario de agua potable. Detrás de mi cuarto, a pocos pasos por un pasillo, está la burbuja en estacionamiento cerrado.
Ya comí algo, un plato de papas fritas y dos buñuelos de plátanos, eso me costó en total 7 quetzales.
No sé cuántos kilómetros hice hoy, debo haber hecho alrededor de 300, lento, tranquila, deteniéndome en la panorama, con el vidrio abierto respirando el olor resinos de los pinos que me encanta.
Ya fui a un ciber pero estaban por cerrar, hay dos solamente así que vine a este, y ya está por cerrar… tuve que hacer cola porque todas las compus estaban ocupadas y acá estoy contándoles.
Mañana agarro el ripio. Oren por la burbuja. Dicen las buenas lenguas de acá que pasa lo más bien. Tengo 30 km más que son de pavimento y después vienen como 60 de ripio. Voy a ir despacio, evitando pozos y piedras. Hoy pensaba, después de todo también nos íbamos en el 4L al campo y mis padres viajaron en el Peugeot 403 hasta Paraguay hace más de 40 años.
No puedo subir más fotos para compartirlas con ustedes, esto está lento y van a cerrar, queda mucho pendiente por compartir, la idea es llegar mañana a Cobán, ya les contaré.
Los abrazo, gracias por estar del otro lado siguiendo los pasos de esta travesía, me gusta tener con quién compartirla, me gusta contarles, estoy muy contenta por todo.
Los surcos se dibujan en los campos en las laderas de las colinas, crucé varias colinas, subir, subir, subir y luego bajar, entre medio los poblados y la gente que al igual que en la región de abajo sigue siendo colorida.

Cobán, 5 de noviembre

Llegamos a Cobán. La burbuja se la re bancó. Un aplauso para la autita, mi autita colorada y femenina, una guerrera.
Anoche llovió toda la noche. Casi no pude dormir escuchando el repiqueteo constante de las gotas en el techo de chapa de la cochera, preguntándome qué va a pasar en el camino, qué va a pasar si se sigue empapando. La gente de la pensión de Galindo ya me había dicho que si seguía lloviendo por el Choro hay derrumbes y se cierra el paso y yo con ese autito que 4 por4 ni minga.
Cuando vi que era de día y el murmullo seguía azotando el techo en forma intermitente me levanté, me tomé unos mates y mientras miraba y miraba el mapa. El mapa no me decía nada. Podía regresar a Huehuetenango, deshacer el camino de ayer, el paisaje patagónico hacia atrás y volver a la zona baja de Chichicastenango, Panajachel, Lago Atitlán. La ruta larga. Miraba ese pedacito, una línea de menos de 4 o 5 cm que separaban Uspatán de Cobán. La ruta vista así, parecía nada. Una línea breve. Una línea hueca, significa sin pavimentar.
El mapa seguía sin pronunciar palabra. Sólo se escuchaba el sorbo largo, pensativo del mate y la música acompasada de la lluvia.
Vista desde afuera no parecía arreciar tanto. El sonido era engañoso. El cielo parecía clarear según mi deseo.
Encaré pa’l pueblo. Ahí están los que saben me dije. Los que manejan microbuses de Uspatán a Cobán tienen que cantarme la justa de cómo están las cosas. Buena onda total, solidaridad del camino. -Pasar, pasa.- me dijeron. -Ahí están las máquinas y la gente trabajando todo el rato. Agregan piedra al lodo para que se pueda pasar y pasar, pasa.
Se pusieron de acuerdo. Ellos están en comunicación entre las combis que salen cada hora u hora y media, cuando llenan, de Uspatán a Cobán.
-Usted no se preocupe. Nosotros nos comunicamos entre nosotros, y si el carrito se le queda, bajamos a toda la gente para que la empujen. Así que cargué y arranqué.
Iba lento. El ripio, al que acá le dicen terracería parecía fuerte, duro, firme y puntiagudo. Charcos y pozos. Yo estiraba el cogote, estudiando el terreno, eligiendo el surco que se presentaba mejor para tratarnos bien, la burbuja y yo. Así anduve por más de dos horas, sin dejar de prestar atención y sin dejar de cantar bajito mientras no dejaba de garuar.
Cuando ya calculaba que debía faltar poco -las combis me habían dicho que eran tres horas, aunque a mi paso yo había calculado que serían al menos cuatro- me topo con un cartel y el camino cerrado por piedras.
«Zona de derrumbes. No hay paso.»
Me quería matar. No había escapatoria. El camino estaba bloqueado.
En eso aparece un tipo en una camioneta blanca.
-Venga, si quiere me sigue, hay una vía de emergencia.
Y lo seguí.
Era un charquerío, un sendero. Gente, hombres y niños arrojaban canto rodado y rastrillaban sin descanso para afirmar una brecha por la pudiéramos pasar y pasamos!
Enlodados pero llegamos.
Acá estoy en Cobán. En la pensión de la Monja Blanca. Cuesta 75 quetzales, tengo una habitación bonita, amplia, da a un corredor con una hamaca y un jardín. Tiene Tv por cable, jarra de agua potable y Estela me dijo de cuál ducha sale más calentita el agua. Está lindo. Yo sigo contenta, agradecida de estar acá, agradecida de haber pasado esa línea breve del camino, la línea corta pero hueca, a pesar de la llovizna y el alud y los barros y de nuestra pequeñez insignificante en el planeta y de nuestra fuerza ínfima ante la naturaleza poderosa.
Cambió el paisaje otra vez. Otra vez se reverdece como esmeralda, se acaban los pinos y las coníferas resinosas y todo acá es de banana.
Ya comí pastel de banana, enpanada de banana y un pastelito de banana.
En el centro hay una señora que dice que vende empanadas argentinas. Tengo que ir a probarlas. Ya la saludé, me dijo que el dueño es un jugador de fútbol argentino que vive por acá.
El nombre de la pensión, la Monja Blanca, no se refiere a una monja en sí, es el nombre de una orquídea del lugar. Hay un viver, ahora voy a ver si me doy una vueltita.
La dueña de la pensión, Estela, estuvo en Argentina, la llevó su hijo. Se emocionó cuando le dije que era de allá y le brillaban los ojos cuando me hablaba del glaciar y las cataratas y del tango.
La burbuja a descansar, yo al ciber a contarles. Sigue lloviendo.
Como iba atrasada con las fotos van algunas de la llegada a GuateBonita. Hay de La Mesilla, la ciudad de la frontera, después hay de cuando crucé Huehuetenango, después de la ruta de ayer de Huehue a Uspatán y después de la ruta de hoy y la llegada a Cobán.
Aquí algunas imágenes de Cobán. La variedad floral es bellísima. Bastante exótica. La ciudad es resumida y sencilla. No es gran cosa pero está en medio de lugares que prometen ser más interesantes que la ciudad en sí. De todas maneras es lo típico, la gente de GuateBonita en las calles vendiendo sus elotes de todos colores desde el amarillo a el rojo como coral, elotes azules y violetas, largos y asaditos a la leña y mucha fruta. Y ahí nomás, pegadito, el puesto de Empanadas Argentinas. Dice la señora que las vende que el dueño es jugador de fútblo, que juega y vive por acá y que él las hace. La masa, buenísima! El relleno es de pollo, está bueno, pero claro,l no es esa carnecita con juguito que chorriiiaaa.
Lo que sigue chorrriiiiando es el cielo. Todavía llovizna. Me garúa finito.
Escuché en las noticias que es un temporal, las tormentas tropicales y ya pasará y todo lo que se moja se tiene que secar aunque después se moje de nuevo. No importa.
Ya me tomé unos mates y vine al ciber. Vine a dejar un mensaje breve.

Biotopo del Quetzal y Río Dulce, 7 de noviembre de 2009

Salí de Cobán por GuateBonita y con la idea de acampar en el Biotopo del Quetzal, zona de reserva ecológica que se conoce como región del bosque nuboso. Es una zona preciosa, verde, serrana, húmeda y con vegetación abundante y exótica, cascadas y mantiales por doquier.
Llegué rápido, en menos de dos horas desde Cobán ya estaba en la reserva. Dejé el coche en el estacionamiento y empecé a caminar por los senderos. Lloviznaba, pero esta vez mi deseo no era engañoso, el cielo se estaba poniendo clarito.
Pensé en quedarme ahí. Estaba bueno. Junto a cada espacio de acampe una mesita con sus bancas de madera, una parrilla y una palapa. Sin embargo, qué sé yo, no me quedé. Pensé en llegar un poco más adelante a otro lugar recomendado también en Lonely Planet, cerca de Salamá, un centro turístico con alberca y palapas y allá fui.
Llegué al centro turístico llamado Las Orquídeas y no me gutó, era una especie de parque de diversiones con toboganes de agua y albercas y un restaurante, nada de playa, parque, o espacio acogedor para acampar.
En ninguno de estos dos lugares había nadie, salvo los boy scouts en el primero y unos chicos jugando en las albercas en el segundo.
Qué hacer? Me pregunté y le pregunté al mapa. Sorbí un mate. El ruidito parece que responde. Adelante. A seguir la ruta. A Río Dulce. Pegué la vuelta de Salamá. Deshice unos kilómetros, no eran muchos, iba mirando si había algún lugar más copado por ahí. Llegué al entronque y encaré la ruta que decía Puerto Barrios.
El paisaje cambió, se fue achaparrando junto con la vegetación que durante un tramo se volvió agreste y espinosa para reverdecer de nuevo una hora y media después de camino.
En totalfueron unos 380km.No puse gasolina. El tanque seguíalleno.La gasolina de GuateBonita es GuateBuena, rinde más que la mexicana.
La carretera conduce derechito al Puerto Barrios donde el Lago Izabal y el río Dulce se encuentran con el Océano Atlántico, en Guatemala, y lindando con Belice, la cola de camiones era interminable. La ruta no es doble así que debía ir despacio y con mucho cuidado al intentar rebasar la hilera de containers.
Llegué a Río Dulce cuando ya había oscurecido, con la ventanilla abierta -trato de no usar el aire acondicionado para no forzar el motorcito de la colorada- calor y sin lluvia. Crucé el puente de lado a lado del río Dulce y empecé a prestar atención a los carteles para llegar al camping Hacienda Tijax que recomendaba Lonely Planet. Según decía estaba a 1 km alejándose de la carretera. Y allá me adentré, en la espesura selvática alimentada sin reticencias por del cauce generoso del río. No se veía ni lo que se hablaba en una especie de sendero campestre rodeado de jungla… y de río.
Al final llegué al parking de la hacienda, pero de la hacienda y del camping ni mu. No se veía nada. En la entrada, un hombrecito me había dicho que ahí debía dejar el carro y subir caminando unos tres minutos por unos puentes.
Encontré el puente, colgante y tembloroso, pero no me animé a seguir, así que pegué la vuelta y decidí buscar un hospedaje más al centro.
Llegué a la entrada de la hacienda, donde estaba el hombrecito otra vez, quien se ofreció a guiarme en bicicleta. Fuimos hasta otra casa, llamada La Finca y desde ahí, alguien, «el patrón» -dijo el hombrecito de la bicicleta- llamó por radio al guardia del camping para que me fuera a esperar a la entrada de los puentes, pasarelas, colgantes y temblorosos.
El lugar resultó ser precioso. No hay camping ya, son cabañitas conectadas por mulles y senderos, en medio de la jungla y sobre las aguas libres de las orillas del río Dulce.
Cuando llegué, la muchacha de la oficina-recepción me dijo que eran 160 quetzales, lo que excede sobremanera mi reducido presupuesto que debo cuidar a rajatabla si es que no quiero ponerme a tirar las cartas en la plaza del pueblo a voluntad y por lo que guste coolaborar. Todavía lo voy haciendo con elahorrito, así que le dije a la muchacha que no, que era muy caro y que buscaría algo en el centro del pueblo. Enseguida me bajó a 60! Eso ya era otra cosa, claro que debo compartir la habitación con una pareja de murciélagos -verán uno en una foto de la pared del cuarto- y el baño con un francés o candiese guapo pero babososo. El baño está lindo, está limpio y amplio y la cama está rodeada de un mosquitero pesado, grueso y consitente con lo que los murciélagos verán burladas sus intenciones de violar mi intimidad y convertirme en vampiresa.
El resto del lugar es un paraíso. El pueblo o centro tiene aires amazónicos, iquiteños, pero con un aire un poco más fresco. Es desorganizado, ruidoso y colorido. Me acabo de comer una ensalada de frutas con sal y algo parecido a polvo de cacahuates. Extraño pero rico. Y ahora de camino a la hacienda compraré algo más de alimento ya que por este lado es más barato.
Vuelvo a la paz de la hacienda. A tomar unos mates con el río. Amo el agua inquieta. Ayer, mientras venía en la ruta trataba de calibrar mi alegría, para no pecar de un exceso, y desée compartirla con alguien más, tener a alguien al lado para poder mostrarle o ver juntos. Quiero ver y quiero dar a ver, quiero aprender de la gente, reflexionar sobre sus modos de vida, sobre sus quehaceres, sus sabores, y sus necesidades. Y quisiera que otros con los mismos intereses pudieran estar conmigo o hacerlo por su lado, pero no dejar de hacerlo.
Quizás mañana me encuentre en una nueva frontera, por el Corinto y rumbo a Honduras. Otra vez Honduras, a ver cómo va la cosa por allá.