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Día 35 (24 de abril) – de Prados del Sol (San Luis) a Río Dulce

Un atractivo paisaje acompaña el camino. Las colinas vestidas holgadamente de capas verdes. Entre los árboles las enredaderas le tejen chales a las colinas y así se ve, como una capa flotante sobre las formas.

Hoy, 86.3 kilómetros de sinuosidad continuada. Colinas. Nada más que colinas. Ni una recta. Curvas pronunciadas y la carretera que sube en una pendiente corta pero bien empinada y baja largo y tendido en un desnivel. Placenteras bajadas. El sol no castigó, pegó un poco a la hora pico, pero no fue tan duro y pudimos darle con apenas una nueva versión de empanada guatemalteca en el estómago. Esta versión de empanada es como una pupusa salvadoreña, una tortilla gordita con requesón -ricota- o chicharrón, repollo, salsita de tomate y mayonesa, 4 quetzales, y para tomar, fresco de tamarindo a 3 quetzales. Esto lo comimos en el camino, al mediodía, en una aldea cuyo nombre, Bonavista, no figura en el mapa. Pasamos muchas aldeítas sobre esta ruta y algunas gasolineras, aisladas pero las hay. En Guatemala no hemos transitado por autopistas, las carreteras son sencillas y con poca demarcación. En algunos tramos están rotas o arregladas de manera rudimentaria y despareja. Hemos viajado tranquilos, sin mucho tráfico hasta aquí, pero debido a que nos vamos acercando a Puerto Barrios, hoy nos han pasado algunos camiones de carga y trailers con contenedores. Es molesto, el smog, el humo y el calor de los caños de escape, pero es la ruta y es así.

Aún no empiezan las lluvias, pero la humedad está en el aire y las hojas de la selva lo exudan. La transpiración de las hojas, el olor prematuro de la lluvia y, en las áreas reforestadas de pinos, el aroma de resina y copal. Los caminos que faldean colinas tienen el valor agregado de la frescura y el paisaje, a pesar de tener que escalar las subiditas, se respira mejor y la bajada gratifica. Además hay sombra. Es una región privilegiada del planeta, explotada por la tristemente célebre United Fruit Company que saqueó sin piedad lo que daba la tierra, dejando tras de sí una red de vías oxidadas por las que deambulan descalzos los hijos de esclavos indios y africanos.

“Cada indio debía llevar una libreta donde constaban sus días de trabajo; si no se consideraban sufi cientes, pagaba la deuda en la cárcel o arqueando la espalda sobre la tierra, gratuitamente, durante medio año”. “Por esta época, Ubico otorgó a los señores del café y a las empresas bananeras el permiso para matar.”(Eduardo Galeano)

La exuberancia natural de Río Dulce y los antiguos esplendores reservados a los dueños de todo, sirvieron de escenario a la película “Las nuevas aventuras de Tarzán” filmada en 1935.

Acampamos en Bruno’s y Marina hotel. El lugar para acampar no está muy bueno, hay mucha piedra, pero está junto a este río que abre una grieta en las montañas y es como un ancho cañón. Hay muchos veleros amarrados. El camping cuesta 40 quetzales, hay baños y duchas, internet que funciona bien, y algunos enchufes donde conectar, y ¡piscina! eso vale todo, súper, después del viaje, un chapuzón.

A poco de llegar una señora extranjera nos regaló helado porque en el barco no tienen refrigerador. Luego salimos a cenar y cenamos churrasquito con arroz, frijoles, tortilla, 20 quetzales. Las gaseosas cuestan 5 quetzales. Cerca de la ciudad está el castillo de San Felipe, fortaleza contra los ataques de piratas y bucaneros, fue también una prisión, almacén y aduana.

Datos técnicos:

Prados de Sol (San Luis)-Río Dulce 86.3 km
5.43.09 hs
Total: 2484.55 km

Día 31 (20 de abril) – de La Máquina a Tikal

La ruta entre La Máquina y El Remate es de tráfico y desniveles calmos. Nada que se zafe de lo normal o que merezca destacarse. Lo bravo vendrá después. Antes de llegar al Remate y a las orillas del Lago Petén Itzá, hicimos una parada estratégica y placentera en una palapa sobre la laguna Macanché a 27 kilómetros de La Máquina y casi 10 del Remate. Sobre la laguna Macanché está este parador bonito, con una vista espectacular de la laguna, bebidas frescas y hamaca paraguaya para echarse una siestita. Luego seguimos hacia El Remate donde aprovisionamos algunos víveres para la estadía en Tikal y nos sentamos a comer en un restaurante sobre el lago Petén Itzá. Con una vista agradable, buena atención y buen precio, dejamos pasarse el mediodía sin apuro. Habíamos pedaleado esos 36 kilómetros en menos de dos horas y especulábamos que nos faltaría apenas un poco más de la mitad hasta Tikal a 39 kilómetros de allí.

Cuando decidimos seguir nos encontramos con un problema. A la bicicleta de Martín se le había quebrado uno de los fierros que sostienen el portaequipajes. La tarde estaba todavía recalcitrante de calor y bajo ese calorón salimos a buscar un soldador por las calles polvosas de El Remate.

-Al final de esta calle de la esquina -nos dijeron- pregunten por Chus.

El final de la calle era un espejismo en una curva que no quería terminar. El Remate parece chico pero cuando la calle sube y el sol castiga, es una metrópoli interminable. Fuimos preguntando a los vecinos que se animaban a asomar la cabeza al calor. Todo el pueblo abotargado en las hamacas, a la sombra y el frescor de las corrientes de postigos cerrados. Golpeamos en lo de Chus pero no había nadie. Era una casilla humilde. Afuera, en el piso de tierra de la galería, estaban los cables tirados, la soldadora, las herramientas. Pero Chus no estaba. No sabíamos qué hacer. Buscar otro soldador por esas calles sofocantes de polvo. Esperar ahí. Hacer un remiendo con cinta Scotch. Pegamos la vuelta resignados cuando en una camioneta desvencijada y abierta por todos lados, apareció Chus. Alguien le avisó que lo buscábamos y se vino.

-Es que estaba pescando con mi hijo -señaló al nene en la camioneta- y se le clavó un anzuelo.

El nene bajó la cabeza y entonces lo vimos. Un anzuelo como para pescar un tiburón hundido hasta el tope en el muslo de su pierna derecha.

-¡Pero llévelo al hospital, Chus!

-Sí, pero si esto es rápido, no se tarda nada. Después lo llevo.

Que no, que primero lleve al chico. Que sí, que primero sueldo la bicicleta. El nene sonreía. Como si nada. Chus enchufó la máquina, agarró la barra de hierro, midió, soldó, limó, y cobró unas monedas. Mientras tanto le pusimos Merthiolate, Pervinox y todos los desinfectantes posibles al nene que seguía tranquilo sentado en la camioneta. Nada de lo que pudiéramos hacer sería nunca suficiente para equiparar la voluntad de Chus a quien a partir de ese momento bautizamos “san Chus”.

-A Tikal en bicicleta no voy ni loco, -se despidió san Chus- es pura loma.

No lo habíamos previsto. La subida al Caoba fue la más desgastante. Tardamos un par de horas en subir y subir. Y como a pesar de haber sombra sobre un lado del camino la temperatura es agobiante, parábamos a descansar cada dos por tres. Hay algunas aldeas, Capulines, el Caoba donde hicimos un descanso y compramos más vituallas en el almacén de la esquina, y la aldea El Porvenir. Hasta Tikal, desde El Remate, fueron 34 kilómetros y demoramos más de tres horas. Y cuando llegamos al portal del sitio arqueológico, casi pegamos la vuelta. El costo de la entrada es un despropósito, 150 quetzales, 23 dólares. Es carísimo. Nunca en ningún lugar del mundo donde hemos viajado y visitado sitios, ruinas, templos, castillos, nunca pagamos tanto. Entramos disgustados, de mal humor. Si no pegamos la vuelta fue porque Martín albergaba el sueño de volver a este lugar único, de construcciones impresionantes, donde había estado dieciocho años atrás cuando era un nene de seis años.

Adentro del parque todo es caro. El camping cuesta 50 quetzales. No lo vale. En el camping no hay nada. Sólo unas pequeñas palapas como quioscos y un espacio verde. No hay fogones, ni mesas, ni bancas y los baños no tienen luz. De noche no se ven más que las estrellas, eso es mágico. Esa magia se presiente desde la entrada misma del parque, a pesar de la paliza de quetzales, cuando uno avanza en medio de la jungla y empieza a respirar copal y no oye más que monos aulladores y chicharras, y no ve más que orquídeas y amates, mariposas azules y esa ceiba legendaria, milenaria y enorme escalando las alturas, uno respira y se da cuenta que en realidad Tikal no tiene precio.

Datos técnicos:

La Máquina-Tikal 75 km
5.34.34 hs
Total: 2218.85 km

Día 30 (19 de abril) – de Camalote (Belice) a La Máquina (Guatemala)

La mejor parte que nos tocó de la ruta de Belice. Tiene algunas curvas, subidas, bajadas, más vegetación, y puñados de casitas coloridas. Las estaciones de policía de Belice son notorias porque están pintadas de amarillo furioso, y los autobuses son notorios porque son larguísimos, bus y medio. La gente también es colorida y sigue siendo simpática. A 20 kilómetros de Camalote pasamos por Georgeville. Una aldea típica con el encanto de las verandas de madera pintadas de naranja, celeste, y amarillo. Jardines con flores y cafeterías. Después dejamos atrás San Ignacio y Santa Elena y encaramos varias curvas por estribaciones serranas de hasta setecientos metros de altura. Ya casi estábamos en la frontera cuando a mano derecha se nos fue acercando el río Mopán. Decidimos tomar un recreo refrescante. Hacía dos horas que pedaleábamos acalorados. Apoyamos las bicis en un árbol, buscamos las mallas en las alforjas y ahí nomás nos cambiamos. Con el culo al aire. El río fluye verde transparente entre piedras y cascaditas. Una parada estratégica. San José Succotz, un lugar apacible y un regalo de la naturaleza. De la orilla de enfrente sale el camino que lleva a las ruinas de Xunantunich o Benque Viejo. El nombre Xunan Tunich significa ‘mujer de piedra’. Dicen que por ahí vaga el fantasma de una mujer que se para frente al Castillo, la pirámide principal de Benque Viejo. En Xunantunich se han desenterrado veinticinco pirámides y seis plazas. El cruce del río es gratis y está a pocos metros de donde nos bañamos. Una balsa tirada por cables lleva y trae a los visitantes.

p>Terminado el recreo nos aprontamos para seguir viaje y cruzar la frontera a Guatemala. Faltaban apenas 5 kilómetros y el trámite fue sencillo y rápido. Para salir de Belice cobran 37.5 dólares beliceños, a todo el mundo, aunque hayas estado solamente tres días. Para entrar en Guatemala pura simpatía y amabilidad, ni nos fumigaron ni nos cobraron nada, ni siquiera esos famosos 20 quetzales que solían ser denunciados por los viajeros y que se embolsaban los agentes migratorios. Hay que tener en cuenta que ahora ponen un sello de ‘entrada a la región’ que abarca Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua. Ese sello tiene una vigencia de 90 días. Pasamos Melchor de Mencos, la ciudad fronteriza de Guatemala que antes se llamaba Fallabón. Este paraje fue sede del descontrol de tráfico ilegal de caoba hasta mil novecientos sesenta y pico. Desde aquí, los norteamericanos tiraban fardos de madera río abajo para los aserraderos ingleses de Belice. A 8 kilómetros de la frontera hay un lugar de acampe. Está en la entrada de los restos arqueológicos Txiquin Txacán. Hay una palapa grande con bancos y lugar para fogón pero no hay agua ni ningún servicio cerca. Paramos un momento en esa sombra y seguimos.

Pasamos por La Pólvora, donde está El Infierno, campo de entrenamiento de los kaibiles -fuerza de élite de Guatemala- cuyas condiciones ambientales extremas han hecho desistir a muchos aspirantes. Más adelante hay un caserío pobre. Paramos en lo que parecía ser una tiendita, una ventanilla con rejas y una despensa sombría. La señora que nos atendió tenía su marido convaleciente en una habitación igual de pobre y sombría.

-A mi marido le sacaron todo. Lo operaron del estómago. Se está muriendo. La señora se secó las lágrimas con el cuello del vestido para recibir a dos monjas que llegaban de visita. Una de ellas nos dijo que no se podía andar en bicicleta con esas temperaturas, que la ruta venía de tierra y que el calor nos iba a enfermar. La señora buscaba. Una respuesta. Una salvación. Un milagro.

Desde la galería de piso de tierra donde merodeaban las gallinas, se adivinaba en la penumbra del cuarto una cama y el bulto extendido de un cuerpo inmóvil.

-No queda más que rezar –dijo una monja.

-Ojalá diosito me lo quiera salvar.

Cuando nos despedimos abracé a la señora y le di un beso. Deseé poder confortarla de su dolor y de su pobreza. Deseé ser diosito por un rato para curarle al hombre. La gente de esos caseríos en Guatemala está condenada al abandono. Desprotegidos y huérfanos. Olvidados en un lugar cuyo nombre es una paradoja o una burla. La señora está sola en su dolor, el señor está solo con su muerte, solos en Puerta del Cielo.

El ripio se puso duro como la vida misma de la gente. Durísimo e implacable. Cantera de pirámide, recordé. Piedra caliza milenaria. Polvareda y pegote. Nada de agua, ni siquiera en la escuela. Las cañerías están secas y los tanques están vacíos. Justo antes de la entrada de Yaxhá hay un restaurante sencillo debajo de una palapa. La comida es barata y buena. Un menú completo por 15 quetzales.

Incluye vaso de piña fresca. Un dólar es igual a 7 quetzales. Yaxhá está a 9 kilómetros por camino de tierra de ese restaurante. Sólo la pirámide principal ha sido explorada, el resto, quinientas estructuras más, están cubiertas de matas y árboles, escondidas en la jungla, abrazadas por raíces y habitadas por murciélagos y monos. La ciudad maya de Yaxhá está junto a la laguna del mismo nombre donde vive la especie de cocodrilos más pequeños del mundo.

Un poco más adelante de la entrada a Yaxhá llegamos a la comunidad La Máquina. No faltaba mucho para la caída de la tarde así que nos pusimos en campaña de buscar un lugar para dormir. Hotelito o camping no hay, pero alguien nos recomendó ir hasta “El Portal”, un restaurante pintoresco y caro que se destaca entre las casas y puestos comerciales extremadamente sencillos. El Portal es de Manola Lima quien desde hace doce años es la alcaldesa de La Máquina. Manola es del partido CREO, Compromiso, Renovación, y Orden. Además es guía turística. Tuvimos una nutrida charla que iba de lo político a lo arqueológico y de lo social a la antropología sin desmerecer a la naturaleza y el ecosistema. 2015 es un año electoral en Guatemala así que la efervescencia política está sobre el tapete. CREO es un partido originado por disidentes de otro partido (GANA), a los que se sumaron medianos empresarios sin formación ideológica. Basan su discurso en la explotación de los recursos locales desde la inversión privada y el libre mercado. La propuesta política pre-electoral intenta seducir con la promesa del ‘desarrollo’ de Guatemala. Personalmente interpreto ese ‘desarrollo’, en ese contexto, como la incorporación de las riquezas de Guatemala en el mercado global para facilitar el saqueo, arrastrando con la tierra y sus recursos a la gente que la habita y que consecuentemente quedarán suspendidos en la nada y a la deriva.

El partido CREO tuvo arraigo en las clases media y alta, fue votado por el 16 por ciento en 2011 y después que nosotros pasamos por lo de Manola, en 2015, obtuvo sólo el 3 por ciento de los votos.

Lo que nos gustó de Manola fue su activismo militante, su energía. La Máquina es un caserío de tres cuadras. Toda la noche hubo una banda de borrachos en los bares sobre la ruta, emborrachándose más y escuchando música ruidosa. En el caserío no hay nada, sin embargo Manola Lima apuesta al futuro y piensa en cambiar esa realidad para mejorarla. No coincido con sus lineamientos, desde dónde y hacia dónde, pero admiro su perseverancia, su curiosidad por la historia maya y su generosidad para compartir con nosotros lo que sabe y su casa. Acampamos sobre el pasto mullido de su patio. Nos habilitó baños, enchufe, agua, e internet. El lugar es acogedor, hay un porch con silloncitos y una mesita.

Datos técnicos:

Camalote (Belice)-La Máquina (Guatemala) 78.3 km
4.42.43 hs
Total: 2143.85 km