Día 31 (20 de abril) – de La Máquina a Tikal

La ruta entre La Máquina y El Remate es de tráfico y desniveles calmos. Nada que se zafe de lo normal o que merezca destacarse. Lo bravo vendrá después. Antes de llegar al Remate y a las orillas del Lago Petén Itzá, hicimos una parada estratégica y placentera en una palapa sobre la laguna Macanché a 27 kilómetros de La Máquina y casi 10 del Remate. Sobre la laguna Macanché está este parador bonito, con una vista espectacular de la laguna, bebidas frescas y hamaca paraguaya para echarse una siestita. Luego seguimos hacia El Remate donde aprovisionamos algunos víveres para la estadía en Tikal y nos sentamos a comer en un restaurante sobre el lago Petén Itzá. Con una vista agradable, buena atención y buen precio, dejamos pasarse el mediodía sin apuro. Habíamos pedaleado esos 36 kilómetros en menos de dos horas y especulábamos que nos faltaría apenas un poco más de la mitad hasta Tikal a 39 kilómetros de allí.

Cuando decidimos seguir nos encontramos con un problema. A la bicicleta de Martín se le había quebrado uno de los fierros que sostienen el portaequipajes. La tarde estaba todavía recalcitrante de calor y bajo ese calorón salimos a buscar un soldador por las calles polvosas de El Remate.

-Al final de esta calle de la esquina -nos dijeron- pregunten por Chus.

El final de la calle era un espejismo en una curva que no quería terminar. El Remate parece chico pero cuando la calle sube y el sol castiga, es una metrópoli interminable. Fuimos preguntando a los vecinos que se animaban a asomar la cabeza al calor. Todo el pueblo abotargado en las hamacas, a la sombra y el frescor de las corrientes de postigos cerrados. Golpeamos en lo de Chus pero no había nadie. Era una casilla humilde. Afuera, en el piso de tierra de la galería, estaban los cables tirados, la soldadora, las herramientas. Pero Chus no estaba. No sabíamos qué hacer. Buscar otro soldador por esas calles sofocantes de polvo. Esperar ahí. Hacer un remiendo con cinta Scotch. Pegamos la vuelta resignados cuando en una camioneta desvencijada y abierta por todos lados, apareció Chus. Alguien le avisó que lo buscábamos y se vino.

-Es que estaba pescando con mi hijo -señaló al nene en la camioneta- y se le clavó un anzuelo.

El nene bajó la cabeza y entonces lo vimos. Un anzuelo como para pescar un tiburón hundido hasta el tope en el muslo de su pierna derecha.

-¡Pero llévelo al hospital, Chus!

-Sí, pero si esto es rápido, no se tarda nada. Después lo llevo.

Que no, que primero lleve al chico. Que sí, que primero sueldo la bicicleta. El nene sonreía. Como si nada. Chus enchufó la máquina, agarró la barra de hierro, midió, soldó, limó, y cobró unas monedas. Mientras tanto le pusimos Merthiolate, Pervinox y todos los desinfectantes posibles al nene que seguía tranquilo sentado en la camioneta. Nada de lo que pudiéramos hacer sería nunca suficiente para equiparar la voluntad de Chus a quien a partir de ese momento bautizamos “san Chus”.

-A Tikal en bicicleta no voy ni loco, -se despidió san Chus- es pura loma.

No lo habíamos previsto. La subida al Caoba fue la más desgastante. Tardamos un par de horas en subir y subir. Y como a pesar de haber sombra sobre un lado del camino la temperatura es agobiante, parábamos a descansar cada dos por tres. Hay algunas aldeas, Capulines, el Caoba donde hicimos un descanso y compramos más vituallas en el almacén de la esquina, y la aldea El Porvenir. Hasta Tikal, desde El Remate, fueron 34 kilómetros y demoramos más de tres horas. Y cuando llegamos al portal del sitio arqueológico, casi pegamos la vuelta. El costo de la entrada es un despropósito, 150 quetzales, 23 dólares. Es carísimo. Nunca en ningún lugar del mundo donde hemos viajado y visitado sitios, ruinas, templos, castillos, nunca pagamos tanto. Entramos disgustados, de mal humor. Si no pegamos la vuelta fue porque Martín albergaba el sueño de volver a este lugar único, de construcciones impresionantes, donde había estado dieciocho años atrás cuando era un nene de seis años.

Adentro del parque todo es caro. El camping cuesta 50 quetzales. No lo vale. En el camping no hay nada. Sólo unas pequeñas palapas como quioscos y un espacio verde. No hay fogones, ni mesas, ni bancas y los baños no tienen luz. De noche no se ven más que las estrellas, eso es mágico. Esa magia se presiente desde la entrada misma del parque, a pesar de la paliza de quetzales, cuando uno avanza en medio de la jungla y empieza a respirar copal y no oye más que monos aulladores y chicharras, y no ve más que orquídeas y amates, mariposas azules y esa ceiba legendaria, milenaria y enorme escalando las alturas, uno respira y se da cuenta que en realidad Tikal no tiene precio.

Datos técnicos:

La Máquina-Tikal 75 km
5.34.34 hs
Total: 2218.85 km

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