Día 3 (23 de marzo) – de Cholula a Tepeaca

No podíamos dejar Cholula sin visitar la pirámide. Fue construida en sus inicios para honrar a Tláloc, el dios de la lluvia, y creció con el tiempo y las civilizaciones que pasaron por allí atraídas por su posición estratégica, nudo de peregrinaje e intercambio entre los pueblos de todas las orillas. La pirámide de Cholula fue
considerada por mucho tiempo la más voluminosa de Mesoamérica. Alberga en su interior siete pirámides más, pasadizos, murales y túneles. Los conquistadores arrasaron a los cholutecas con una de sus matanzas más despiadadas y construyeron sobre la pirámide la iglesia que aún domina la ciudad desde toda perspectiva.

Después de una vuelta por los patios ceremoniales, retomamos nuestra ruta de Cholula hacia Tepeaca. La ruta está muy bien. Hay unas bajaditas muy lisas y placenteras. Y hay algunas subidas que se pueden, se pueden.

Atravesamos el centro de Puebla. Un tráfico terrible. Abundan los buses de pasajeros que parece que no lo vieran a uno allá abajo, pequeño y frágil; desde la cabina del bus, si es que se ve, la bicicleta debe parecer un artilugio de alambre retorcido. El tráfico no nos detuvo. Nos colamos por donde pudimos; para el artilugio de alambre retorcido o a retorcerse, resulta más sencillo colarse en un hueco. Luego nos metimos al carril del Metrobús que aún no circula y fue como ir por una ciclopista exclusiva y ancha. De lujo. Al final tomamos la ruta a Valquesillo y terminando esta ruta, la ruta a Tecalli. Entonces, nos azotó la lluvia.

Nos agarró la tormenta. El primer día habíamos descubierto el factor viento. Enfrentar al viento en la ruta, en bicicleta, es lo peor. En principio equiparé al viento a la dificultad de una subida pero a medida que el viaje fue avanzando en recorrido y tiempo, a medida que las piernas se fueron fortaleciendo, llegué a la conclusión de que el viento es la peor inclemencia para andar en bicicleta. Hoy estrenamos el viento más la lluvia. Tuvimos que parar a buscar refugio en cualquier techito del camino. Esperar a que escampe. La lluvia amainó y decidimos seguir, pero a pocos kilómetros tronó y rayos y centellas y tuvimos que volver a parar en San José Morelos, camino de Tecalli.

Esperamos dos horas sentados en una cantina donde nos calentaron agua para el mate. Asomando la nariz de vez en cuando para otear el cielo que venía plomizo y con más tormenta. Teníamos que llegar a Tepeaca donde Pipiz, la novia de Alex, y su familia, nos esperaban con cena y ganas de compartir nuestra aventura. Hicimos un esfuerzo, ya había oscurecido. Encendimos nuestras titilantes luces rojas y avanzamos un poco más. Faltaban 8 kilómetros para entrar a Tepeaca. Estábamos hechos sopa. Entre el barullo del agua que caía de arriba hacia abajo pero nos mojaba de abajo hacia arriba, veíamos poco y nada. Nos movíamos inmersos en una nube de bruma y humedad. En eso los bocinazos y la risa de Alfredo que había salido al rescate y nos escoltó hasta su casa. Dormimos allí. Tuvimos todo a disposición, habitaciones, baño con ducha caliente, no podíamos mencionar nada porque lo mencionado caía del cielo de las manos de Alfredo. Enfrente viven la mamá y la abuelita de Pipiz. La abuela y la enorme cocina de fierro son piezas de una misma cosa. Funcionan juntas. El hervor de las hornallas parece salir de las manos de la abuela y llegar en bandejas con aroma a ajonjolí y chile tostado. Entre la puerta de calle y el comedor hay un pasillo largo. En ese pasillo largo se extiende la cocina toda encendida, las alacenas de donde la abuela manotea de memoria las sartenes, la despensa de donde a ciegas toma los ingredientes que agrega al dedillo y sin pensar. El pasillo es el nexo entre los mundos, afuera la inclemencia de la libertad, adentro el calor del hogar. Tentador, pero el viaje nos llama a pesar de la lluvia persistente.

Décnicos:
Cholula-Tepeaca 55.46 km
4.52.44 hs
Total: 194.29 km.

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