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Día 25 y 26 (14 y 15 de abril) – de Xpujil a Bacalar

La ruta es tranquila. Hay poco tráfico o el tráfico circula a horas en las que no pega el sol y por eso no lo topamos. Nosotros circulamos desde la mañana y durante todo el día. Por más que madruguemos, el sol nos pega igual. Hoy fue una pedaleada larga y silenciosa. 27 kilómetros después de Xpujil, ingresamos al estado de Quintana Roo. No hay caseríos, ni pueblos, ni servicios. Aprovechamos las sombras de las esporádicas garitas. En una de ellas encontramos a un vendedor de sandía que estaba varado porque ya había ponchado dos veces y esperaba la llanta en reparación. Vendía las sandías a 20 o 25 pesos. Andar muchas horas en bicicleta me hizo adicta a la sandía, una fruta a la que antes no había prestado atención, nunca me había llamado, pero por su contenido de agua, por su dulzor, o porque es roja y nada más, durante este viaje tomaba mates y comía sandías. No hay efectos colaterales indeseables, al contrario, es una combinación energética y refrescante además de rica y completa. Las gasolineras están más o menos a 100 kilómetros una de otra, hoy pedaleamos poco más de 120 kilómetros. Tardamos mucho en llegar a la primera gas para reabastecer agua. Lo único que hay son esas garitas y los nombres de pueblos o ranchos que se secaron la última temporada o se los llevó el viento o están donde los mayas. No se ve más que pajonal marchito. No ha empezado a llover en el sur de México. Le ganamos a la lluvia. La dejamos atrás, allá por Veracruz. No hay sombra pero por fortuna las nubes acompasaron el sube y baja de la carretera. Al mediodía se levantó la brisa, como siempre alrevés de nuestro destino.

Hay un punto en esta ruta en que se abren bifurcaciones. La ruta principal sigue recto hacia Campeche y hay que hacer un rodeo para agarrar la carretera a Bacalar. Es la ruta que sale hacia Tulum, 20 kilómetros por esta, está Bacalar, la ciudad más antigua de Quintana Roo. Pero antes de ver la ciudad, lo primero que se nos presenta como un fondo de pintura demasiado brillante, es la laguna. No lo podía creer. Mi primera impresión fue que era una pared, un tapial pintado de turquesa. ¿Sería la laguna? me preguntaba. Ya casi estábamos ahí cuando 2 kilómetros antes nos encontramos con la entrada del Cenote Azul.

Los cenotes son pozos muy profundos. Pozos kársticos. Dolinas cuyas bocas se han derrumbado y están llenas de agua que corre por debajo de la tierra en ríos subterráneos. Debajo de México circula una red extensa de brazos transparentes. Hay cenotes pequeños como un simple pozo y otros enormes y antiguos cuyos bordes han desaparecido. Es el caso del cenote azul. Es un paraíso. Se ve más azul que su nombre, azul profundo, 90 metros. El agua es límpida y templada. Es un lujo de la naturaleza, un regalo, ya que la entrada, 10 pesos, es casi simbólica. Nos quedamos un buen rato nadando las costas recortadas del cenote, adivinando cuevas sugerentes al más allá por debajo de la tierra. Dominios de Gollum o de Mordor. Maravillados de este premio a la pedaleada de 120 kilómetros, rodeamos la Costera Bacalar donde hay casas pintorescas, residenciales, hotelitos y posadas encantadoras, y decidimos acampar en el Camping Municipal. El mejor espacio en la costa de la laguna para quedarse.

Dios se equivocó. El paraíso está en Bacalar. Supongo que es porque cuando inventaron a Dios no habían descubierto América. Le dicen la laguna de los siete colores y se formó cuando varios cenotes se rebalsaron y se mezclaron los tonos de sus intensos abismos. Nos pasamos horas, dos días contemplando el tejido movedizo del agua. O yo contaba mal o me fallaban los números o extasiada en la contemplación contaba sin querer dos veces el mismo color. Yo veía más azules, más verdes, más violáceos o rosados. Los siete colores de la laguna de Bacalar se multiplicaban según la hora y los rayos del sol, según las nubes, según el viento. Veía azules, distintos azules, añil, topacio, celeste, jade, índigo, turquesa, esmeralda, lilas, rosados. Me sobraban colores y volvía a contar.

El camping está en un predio grande y prolijo con mesitas y horno de piedra. Cuesta 25 pesos. Está cerca de la plaza central que tiene wi-fi y donde fuimos a dar una vuelta y a comer algo. Entre la plaza y el malecón costero está el Fuerte de San Felipe que se construyó para la defensa contra corsarios ingleses. Debajo del fuerte hay túneles que aún no han sido abiertos.

En el camping encontramos viajeros y todos eran argentinos. Dos viajaban en combi, dos viajaban en Trafic, otros caminaban por ahí de paso y Nico viajaba en moto. Esto se repetirá durante el resto del viaje. No somos los únicos dados a la aventura de recorrer el mundo palmo a palmo, hay cientos, miles de viajeros a dedo, en auto, en bici, a pie, con carrito, a caballo, pero podríamos apostar que la mitad del total de los viajeros del mundo, son argentinos. Quizás esto nos venga en la sangre, en nuestra ascendencia migrante, en la convivencia cosmopolita con el lenguaje de los abuelos y las recetas de las abuelas. Andar está en nuestro ADN, lo traemos incorporado. Siempre hay un pretexto y un camino posible para movernos al otro lado del globo. Sin más razón que recorrer o en la búsqueda desesperada de la memoria perdida.

La belleza de Bacalar nos estacionó un día más en el paraíso recobrado. Día de descanso y elixir para los ojos y el cuerpo. Al día siguiente visitamos el Cenote de la Bruja. La leyenda cuenta que en el fondo de sus 183 metros de profundidad yace el cráneo de una bruja que con sus maleficios aterraba a toda la región. El cenote está rodeado de barrancos repletos de helechos que se miran en la superficie negra del agua. El voluminoso caudal cristalino refleja la oscuridad abisal.

Datos técnicos:


Xpujil-Bacalar 121.7 km
8.49.45 hs
Total: 1816.51 km.

Día 22 (11 de abril) – de Conhuas al km 20 de la Reserva Calakmul

Las curvas y subidas del camino, lo que logramos avanzar viento en contra y con la noche encima, nos depositó dentro del brote selvático de la reserva de la biósfera de Calakmul. Todo alrededor es verde y poblado de enramada y pájaros. Una variedad sorpendente de árboles altos, de ceibas, de amates, de corteza oscura y troncos precisos o de ramas grises quebradizas y, en el medio, enredaderas y helechos y más abajo hierbas y más arriba flores. Las casas de las cinco cuadras de Conhuas, no están una pegada junta a la otra. Me da la impresión de ser un pueblo silencioso en que las personas han caído de otra parte. Vamos a desayunar al restaurante de la dueña de las cabañas. Es una pequeña fonda, nos sentamos en una mesa que hay afuera. Las tortillas son gruesas y sabrosas, nos cuenta que aprendió a tortear con su mamá cuando vivían en los campamentos chicleros.

-Una torteaba, otra expulgaba el frijol, otra ponía el café y así se sacaba el trabajo. Mi mamá empezaba a moler a las tres y a las cuatro ya sonaba la campana y tantán, todo mundo a la chamba; aunque en el chicle era más libre que en las fincas que era muy esclavo, en el monte había carne para comer, había muchos pájaros, puerco, cojolito, pavo de monte, se podían cazar. Pero igual, el pobre trabaje donde trabaje, es pobre igual.

Como hemos leído que cerca de Calakmul existen campamentos chicleros a través de los que podemos cruzar a Guatemala, preguntamos:

-¿Y por dónde era ese campamento?

-¡Había hartos! casi todo Campeche era de chicle. A los trabajadores los traían enganchados y después les tocaba en un campamento o en otro. Acá había campamento por allá por la pirámide, como quince leguas de acá. Mi mamá era viuda, se volvió a casar y nos llevó a todos los hijos, menos a un bebito que lo creció mi abuela. Mi padrastro andaba en el chicle. Abrieron esos caminos con hacha para pasar con las mulas y con la galera.

-¿Y los caminos están todavía? es que nosotros queremos cruzar por ahí -le contamos.

-Han de estar pero hay mucha mata, se puede perder uno, hay que llevar guía y machete. Hay culebras por allá, la nayauca si te pica es mortal. Y también hay la mosca chiclera que te mete gusano y te come. A mi mamá la mosca le gastó la oreja. Mírela.

Cerca de la puerta hay una señora muy mayor sentada en una silla de ruedas. La cocinera la va a buscar y nos señala la oreja a la que le falta un pedazo como si hubiera sido lepra.

-La mosca chiclera, -nos dice. Le preguntamos cuántos años tiene y la madre, que no es sorda a pesar de la oreja, nos contesta:

ue no es sorda a pesar de la oreja, nos contesta: -Quién sabe en que año nací, no me acuerdo. Los caminos han de estar, pero mejor pregunten allá en la reserva a las gentes de allá, aunque saber si la aguada carga agua, porque acá todavía no llueve. A mí cuando me llevó mi esposo para estar en el hato, en la cocina, tardamos tres días andando y cuando llegamos Manuel me dijo que ande a buscar agua, pero yo le digo que dónde, que no veo, que solamente había yerba y él me dijo que debajo de la yerba estaba el agua y estaba bien fresca, debajo de la chinchincha estaba la aguada, limpiecita y fría como el hielo. La viejita nos contó que la vida en el chicle era tantito mejor que en la finca.

-Aunque siempre teníamos deuda con el contratista porque el chicle se trabaja en la época de lluvias nomás y como el ahorro no alcanzaba para el resto del año, teníamos que comer chaya sancochada o deberle al almacén de raya y después había que pagar y así nunca nos quedaba nada, pero igual era mejor que en la finca porque no te escupían.

-En la finca los escupían -nos explica la hija- cuando les daban permiso para salir y tenían que volver en lo que se secara la escupida, sino les daban chicotazos.

-Una vez vi cómo le dieron veinticinco chicotazos a mi papá en el lomo. Y después lo salaban y le echaban naranja agria. No me dejaron ayudarlo aunque corrí y yo gritaba que ya está muerto mi papá ya me lo mataron. Estábamos en la finca de los Lara, eran crueles los malvados, yo los maldigo. Eran tan malvados que uno se murió y le salió cola.

El camino entre Conhuas y Calakmul es magnífico. A medida que avanzamos la vegetación es más variada y exuberante. Existen todos los verdes posibles. Además hay un brillo especial sobre las hojas. Como si en el interior de la selva colgaran muchos soles. Para entrar a este camino hay que pasar por un control donde se pagan 28 pesos mexicanos. En la entrada preguntamos si desde Calakmul podíamos cruzar a visitar la pirámide de Naachtún, del lado guatemalteco. Nos dijeron que no. Que no hay caminos y que está terminantemente prohibido el cruce por ese lugar. Que toda persona que ingresa a la reserva debe salir por ese mismo puesto de control antes de que pasen 48 horas, de lo contrario se emitirá orden de arresto. Pensé en la escupida, al menos no sería tan pronto. Dijimos que habíamos leído que había caminos y que al menos intentaríamos llegar a la central chiclera de Villahermosa, que ya habíamos visto en el mapa y está a 8 kilómetros de la frontera. Que quizás con guía… que ni con guía, sentenció el hombre que cobraba:

-Acá el que entra, sale, y al que no sale lo vamos a buscar para sacarlo. Además, -agregó el pendenciero- si llegan a la frontera los detiene el ejército de Guatemala.

-¡qué buena onda!-se rió Martín- nos llevan de una a Guatemala.

Había que ser más cautelosos en la búsqueda de información.

Disfrutamos ese camino lleno de subidas y bajadas impregnadas de oxígeno y con casi nada de tráfico. A 7 kilómetros de la entrada pasamos de largo por el camping organizado Yaax’che; hicimos 15 kilómetros más y llegamos al área del museo donde está el campamento que usan los investigadores y arqueólogos. Nos quedamos ahí. Es gratis. Hay un par de baños con ducha y un área de acampe con fogón. Hay muy poca agua, turbia y de mal sabor. Los cuidadores del parque nos dicen que aún no ha llovido. Nos dicen que para tomar los senderos a los campamentos chicleros hacia Naachtún o Petén en Guatemala, sólo con un permiso de Xpujil, pero que esos permisos son para estudiosos e investigadores y que no se los dan a “aventureros”. Nos llama ‘aventureros’ y eso nos halaga. Somo tres aventureros. Tres aventureros decididos a intentarlo todo hasta el final.

“Muy probablemente no dé señales de vida en más de una semana. Si no me reporto en menos de un mes, a lo mejor me comió un jaguar, una anaconda, o me fui en un viaje extradimensional con unos amigos mayas. No me extrañen.” (Martín Murzone)

Datos técnicos:


Conhuas-Km20 Reserva Calakmul 22.8 km
1.15.02 hs
Total: 1471.41 km.

Día 21 (10 de abril) – de Escárcega a Conhuas

Dormir en el María Isabel fue una bendición. Presentíamos que la etapa que venía del viaje, adentrarnos en la reserva de la biósfera de Calakmul para cruzar desde ahí a Guatemala, sería complicada. Habíamos evaluado una lista de inconvenientes probables, senderos sin uso cerrados por la mata selvática, huellas poco claras, alimentos para varios días, orientación y desorientación, terreno escabroso con desniveles, tierra, piedra o árboles caídos, presencia de animales, oscuridad total por la noche, circulación de migrantes ilegales, ¿narcotráfico? Sólo la experiencia de estar ahí dentro pudo darnos una idea más precisa. En carne propia. La lista de inconvenientes probables era un poco más larga. No lo sabíamos aún.

Antes de dejar Escárcega pasamos por un Super Che a aprovisionarnos de víveres para los días que vendrían selva adentro. Tomamos la autopista con viento en contra. Al principio no resultó complicado. La ruta tiene laderas, sube y baja, pero son pendientes largas y hacen más llevadera la monotonía del paisaje. Sólo se ve hacia adelante la serpentina gris del pavimento. Durante todo el trayecto, a lo largo de 100 kilómetros, no hay ni una sola gasolinera y casi ningún puesto para pedir o comprar agua. A 36 kilómetros de Escárcega y tras casi tres horas de palear contra el viento, nos metimos en un poblado llamado El Lechugal. Fuimos a una tienda a

a la buena de dios, que sea lo que dios quiera. Sin embargo no dejo de pedalear. No llego a ninguna parte, no veo a nadie, sólo ese revoleo de serpentina de cemento. Voy llorando. Quiero hacer esto. Viajar desde México hasta Argentina en bicicleta. Quiero estar en cada lugar y absorverlo todo por todos los sentidos. Y no sólo eso, también quiero superar el reto de hacerlo en bicicleta. Pedaleando. Pedaleo. Kilómetro a kilómetro. Pueblo pedaleo pueblo. Es un reto contra todas esas calumnias del viento. ¡Viento de mierda! le grito. A 20 kilómetros del Lechugal aparece la laguna de Silvituc y mis compañeros que me esperaban en Centenario, pedaleo pueblo que brota en sus orillas. Tomamos agua y cargamos más en un bar llamado La Pasadita.

-Todo plano, -nos mienten.

El camino se pone más bravo. Cruzamos dos serranías de doscientos cincuenta a cuatrocientos metros. Una bagatela para semejantes gacelas. Sin embargo el viento se ha burlado de mí con ganas y me ha dejado hecha una piltrafa. Sólo me salva el deseo y la convicción de estar más allá de su realidad. Es como hacer magia con el pensamiento, tus deseos se harán realidad. Atravesamos por lomadas esta leve pero demandante serranía. El paisaje mejora, hay más vegetación, árboles de caoba y chicozapote, ya no hace tanto calor y al viento, que se ahoga a mis espaldas, le hago pitocatalán.

Hemos demorado más de lo previsto. La tardecita es la peor hora para los ojos. Llega esa hora tenue del día en que las luces y las sombras son lo mismo. La hora ciega. Queremos llegar hasta un campamento llamado Yaax’che, adentro de la reserva, pero la noche en ciernes nos obliga a quedarnos en Conhuas, 7 kilómetros antes. Conhuas, cinco cuadras de un lado de la ruta y un restaurante del lado de enfrente. La señora del restaurante tiene unas cabañas, cuestan 300 pesos. Nos manda con su hijo. La cabaña es amplia, tiene dos camas matrimoniales con mosquitero y baño. Afuera es una boca de lobo. Apenas se distinguen las siluetas negras de las ramas. El chico enciende unas luces. La energía es solar y la luz es débil. Los murciélagos alterados esquivan la danza fantasmagórica de los árboles. Recién al día siguiente podremos apreciar el encanto del lugar. Un preludio sencillo de la magnifi cencia que nos aguarda en la reserva.

Datos técnicos:


Escárcega-Conhuas 98 km
8.38.04 hs
Total: 1448.61 km.

Día 20 (9 de abril) – de El Aguacatal a Escárcega

La autopista es cada vez más recta. La monotonía del paisaje, la carencia de civilización, convierten en un espejismo la llegada a ninguna parte. Hay que aprovechar el menor indicio de rastro humano para pedir agua. Lo mismo con la sombra disponible, cada garita es propicia y se agradece al cielo cada nube. No hay mucho tráfico, avanzamos sin pánico con la brisa caliente en contra. A veces, una ráfaga arrastra olor a gardenias o a jazmines invisibles. Alrededor sólo es verde, una maraña de arbustos y árboles que forman una muralla impenetrable. Hay palo tinte, y el olor de sus flores es picante, parecido al anís. Palo tinte huérfano de explotación pero a salvo del exterminio desde que la química y el petróleo hicieron buenos negocios.

En el recorrido de 115 kilómetros hay una sola gasolinera. Siguen los carteles pintados a mano que anuncian ranchos que sólo existen en mapas desactualizados aunque van punteando el camino con sus nombres: Rancho La Pasadita, Rancho Marisabel, Rancho El Capulín, Rancho San Jorge, San Miguel, y todos los demás santos. El primer poblado real del recorrido es Mamantel, a 60 kilómetros del Aguacatal. Ahí hay algunas tiendas y un un señor que vende cocos a la sombra de una garita. Si seguimos 9 kilómetros más, antes de llegar al paraje 18 de marzo, encontraremos un buen lugar para comer. Llegando a Escárcega hay una segunda gasolinera.

Escárcega es una ciudad mediana. Hay movimiento y rompe los esquemas de las ciudades netamente cuadradas. Tiene una plaza redonda y calles diagonales. Nos alojamos en el Hotel María Isabel, está cerca de La Glorieta y en la vereda tiene una escultura de un maya. Es un hotel precioso. Este hotel fue uno de los más lindos y de mejor relación calidad-precio. Tenemos un cuarto fantástico, con ducha de agua fría y caliente, hay internet y funciona bien. Los colchones son cómodos, hay tv, y mobiliario sufi ciente para cualquier necesidad. El hotel cuenta con una cafetería. Es limpio. Tiene un patio interno con un antiguo pozo de aljibe. Su dueño, Juan Carlos, es un tipo fenomenal. Estaba admirado y feliz de recibirnos ya que nos había pasado en la ruta esa misma mañana cuando apenas salíamos del Aguacatal. Los viajeros en bicicleta somos muy visibles. Llamamos la atención en la ruta o la autopista. Por la carga o la bandera de Palestina que siempre viaja conmigo. La gente curiosa se pregunta de dónde vendrán adónde irán. Muchísimas veces nos pasó que la gente nos pasaba, nos sacaba fotos, o nos volvían a encontrar y nos contaban que ya nos habían visto en tal o cual lugar. Así fue con Juan Carlos y, de casualidad, le caímos en el hotel. Nos hizo precio aunque su amabilidad fue impagable. Queríamos ir a comprar pan y en lugar de explicarnos el camino a la panadería, nos llevó en su auto y nos esperó.

“1350 kilómetros. Águilas, serpientes, monos aulladores, osos hormigueros, zarigüeyas, armadillos, puercoespines, jilgueros, patos, pavos reales, pelícanos, buitres, garzas, zorillos, iguanas, cocodrilos, perros, vacas, ovejas, cabras, gallinas, gatos, caballos ¡y todos mexas! Todo aquel con algún impedimento, si tiene el valor de atreverse, es capaz de lograr algo que los demás no pueden.” (Martín Murzone)

Datos técnicos:


El Aguacatal-Escárcega 115 km
7.23.08
Total: 1350.61 km.

Día 19 (8 de abril) – de Palenque al Aguacatal

Un paso inusitadadamente fugaz por Chiapas. Volvemos a Tabasco y de Tabasco a Campeche. Tomamos la autopista Villahermosa-Chetumal. Vamos hacia Guatemala y aunque podríamos haber cruzado desde Tenosique, queremos transgredir la frontera legal y pasar a través de la selva, por la Gran Calzada de los Mayas. Hace rato que estudiamos los mapas y la ubicación de las ruinas a un lado y a otro del límite que se empecina en desmembrar la historia neciamente. La autopista es poco transitada pero en buen estado. No hay nada. Desde el cruce de Catazajá hasta El Aguacatal, a 116 kilómetros, hay una sola gasolinera. La gasolinera está pasando el entronque con la ruta que viene de la frontera; hay un solo lugar donde se puede parar a cargar agua y comprar comida, Boca de San Gerónimo. La ruta es plana y no hay sombra. El paisaje es de vegetación rala pero siempre verde. Algunos ranchos aislados le dan nombre a parajes que no existen, San Marco, La Pimienta, La Guadalupe, Matesombra. Uno de ellos, El Trébol, puede leerse en el mapa, figura como si fuera un poblado, pero al pasar por allí, 24 kilómetros antes del Aguacatal, no hay nada, ni el rancho queda. Sólo una tranquera desvencijada y un yuyal. Los carteles que nombran a los ranchos, a los pueblos sin pueblo, están pintados en una madera o un pedazo de cartón, con un marcador, así nomás. Un hito en el camino.

El Aguacatal es un pueblo de cinco cuadras a cada lado de la ruta y dos cuadras hacia adentro. Las calles son de tierra y las casas son sencillas. No hay alojamiento. Preguntando encontramos a la señora de la caseta telefónica que alquila un departamento. Son dos cuartos, aire acondicionado, ventilador, baño y cocineta con mobiliario. Cuesta 300 pesos. Salimos a comprar fruta, hay dos verdulerías, dos almacenes, una panadería y un ciber, “EL” ciber. El Aguacatal es uno de esos poblados que nos sorprende por estar habitado a pesar de la soledad. Están en el medio de la nada. En un páramo que por su extensa llanura sólo es capaz de cobijarlos en remolinos de polvo. Nos preguntamos de dónde sale la gente de estos poblados paridos por la soledad, qué hace la gente de un lugar así cada día de una vida circunscripta a esas cinco cuadras y al horizonte lejano y desconocido. América Latina se desnuda en cada llegada, millones de pueblos como este, cada uno único, germinando espontáneamente cerca de una ruta o un río o la nada, desplazados, buscavidas, herederos de los dueños de la tierra. Desheredados. Sobrevivientes.

“Pasamos por las hermosas cascadas de agua blanca, entramos a Chiapas y visitamos las ruinas de Palenque y acampamos entre luciérnagas y sonidos de la naturaleza que amenizaban la noche. Hoy entramos a Campeche y dormiremos en el pueblo del Aguacatal para llegar a Calak Mul desde donde cruzaremos a Guatemala ¡por la selva!” (Martín Murzone)

Datos técnicos:


Palenque-El Aguacatal 119 km
8.05.35 hs
Total: 1235.61 km.

Día 18 (7 de abril) – Visitamos ruinas de Palenque

El camping “Elementos Naturales” al igual que otros, está dentro del Parque Arqueológico. La entrada al Parque se paga, pero si uno llega después de las cuatro de la tarde, ya no cobran. El área es paradisíaca. La jungla verde frondosa, sombría, con el chillido permanente de las chicharras y los sonidos misteriosos invisibles entre las matas. Siempre parece que hay pasos en la selva o en el bosque. Una rama que se quiebra, las hojas que se caen y resucitan en el aire, el murmullo de las plantas carnívoras, los pasos de un faisán salvaje, el zumbido del abejorro. La música de la naturaleza. Además de este entorno natural paradisíacio, Palenque es el escenario de un conjunto de templos. Allí se encontró la lápida de Pakal que revolucionó la versión absolutista de la historia del mundo. A lo largo de los siglos los colonizadores se han visto sumergidos en un intríngulis tratando de descifrar los enigmas de civilizaciones prehispánicas. Todavía se preguntan cómo los mayas podían prever la llegada de fenómenos tales como terremotos antes de que sucedieran, con qué instrumentos, cómo lograron cronometrar el tiempo en un calendario ajustadísimo y calcular exactamente que el 13 de noviembre de 2012 iba a haber un eclipse que se iba a ver completo a medianoche en la Isla Robinson, y aún más, la incógnita más oscura: dónde están los mayas, donde fueron a parar sus cuerpos o sus huesos. En Mesoamérica se han encontrado -y se siguen encontrando- cientos de ciudades y centros ceremoniales, cientos de edificios monumentales que albergarían a millones de personas, pero no hay ni un rastro físico de todas esas personas. Se fueron sin dejar más huella que su creación. ¿Dónde están?

Desde el camping fuimos en bicicleta hasta las ruinas. Son 9 kilómetros y es todo subida. La entrada al sitio cuesta 64 pesos. Las volvimos a visitar. Fuimos afortunados hace años en poder ascender al Templo de las Inscripciones y ver la lápida de Pakal. Ya no lo permiten. Algunos nos dijeron que es porque un extranjero turista se cayó y se lastimó y otros que porque por remodelación ¡desde hace más de 15 años! y otros que porque el sudor de los visitantes estaba destiñendo los glifos. Nosotros sabemos que el verdadero porque es que prefieren no ahondar más en la búsqueda de la verdad. Una verdad que asusta. Que cambiaría la concepción de todas las teorías aceptadas de la génesis del universo y la vida en nuestro planeta. La lápida de Pakal revela verdades que el poderoso mundo occidental no aceparía jamás. El sarcófago y la lápida, ambos monolíticos, la lápida de cinco toneladas de peso y al sarcófago de veinte toneladas, fueron encontrados entre estalagtitas y estalagmitas. Pero las estalagtitas y estalagmitas requieren de procesos lentos y minuciosos para formarse, y ese tiempo no se condice con la edad estimada de Pakal según su período de reinado, ochenta años, y esta edad tampoco se condice con el estado de su osamenta que pertenece a un hombre de cuarenta años, robusto, muy robusto, y esto, a su vez, no se condice con la contextura media de los mayas de la época de no más de un metro cincuenta de estatura. Más y más detalles contribuyen a la teoría de que Pakal no era de este mundo. Su cráneo no estaba deformado como se usaba en los funcionarios de alcurnia o prestigio pero paradójicamente se le dio status de dios al construir una pirámide sobre su cripta y los mayas no endiosaban a la gente común. ¿Era Pakal, Kukulkán? ¿El mismo que Quetzalcoatl? ¿Venido del cielo? ¿Regresando al cielo en una nave espacial? Si bien los arqueológos explican que la lápida grafica a Pakal bajando al inframundo o sufriendo una transformación de hombre a dios maíz, la versión de que viaja en una nave espacial fue cobrando resonancia de cara a evidentes referencias: un casco en la cabeza conectado con mangueras a una bola de oxígeno cerca de la boca, los pies en los pedales, las manos en los controles, cinturón de seguridad, ropa distinta a la clásica de los mayas.

Visitamos el Palacio, la tumba de la reina roja, cruzamos el acueducto, vamos al Templo del Sol. Desde toda perspectiva tramamos cómo subir de incógnito al Templo de las Inscripciones. La lápida de Pakal es inevitable. Martín es capaz de cualquier cosa. Siempre entra adonde está prohibido y esta vez no fue la excepción.

 

Día 17 (6 de abril) – de Agua Blanca a Palenque

Agua Blanca es más apacible en la mañana y sin el mundanal barullo de la gente. En el silencio, el canto de los pájaros y el agua que corre. La caída de lágrimas de la atribulada princesa maya. Salimos en bajada por el mismo camino. El ejido Las Palomas apenas desempolvaba las ventanas del sueño. En la ruta principal tomamos hacia la derecha, dirección Escárcega. La carretera es recta pero con algunas lomadas, sube y baja y alterna entre los estados de Tabasco y Chiapas. Son 58 kilómetros hasta Catazajá donde se toma el desvío hacia Palenque. En esta intersección hay algunos lugares con servicios, algo para comer y agua.

-Aguas en la ruta a Palenque, -nos advierte un camionero en la estación de servicios- no tiene acostamiento.

La sola idea de pedalear sin acostamiento, banquina, o como se llame, ya me pone los pelos de punta.

-Hay un proyecto de autopista desde Villahermosa hasta San Cristóbal, por Palenque -sigue contando el muchacho- vinieron a empezar los trabajos y todo, pero no sabían que en esas tierras viven un montón de gentes, hay pueblos enteros. Son tan pendejos que dibujaron el mapa por arriba de las casas. Los quisieron correr y a algunos los corrieron, los compraron con trago o con los planes de ‘Oportunidades’, a otros los mataron o los desaparecieron.

La brisa en contra me devuelve como un búmeran, a cada pedaleada, las palabras de ese muchacho, ‘a algunos los corrieron, a otros los mataron o los desaparecieron’. La brisa leve ameniza el calor y los pensamientos, quizás nos aletarga pero no nos detiene. Los 30 kilómetros hasta la ciudad de Palenque los hacemos por esta ruta, en buen estado pero demasiado angosta y definitivamente sin acostamiento. No está pensada para bicicletas o peatones, entran solamente dos filas de autos, una de ida, otra de vuelta. Tenemos que pedalear hiperpegados a la orilla. El tráfico es abundante aunque tranquilo, sin embargo uno que otro me depila la pantorrilla con la cálida bocanada del caño de escape. En esta etapa, además, hay curvas.

Chiapas, territorio zapatista.

Llegamos a la ciudad de Palenque y seguimos hacia la zona arqueológica. Ya conocemos el lugar. Con Martín habíamos estado ahí en el año 1997 cuando a través de los vestigios ya descubiertos y de los recovecos imposibles, auscultábamos la huella de los zapatistas. Desenterrar de la jungla los murales de piedra y el murmullo de sus voces concensuando en una junta. De los itinerarios comunes a los caminos inciertos. En combi, a caballo, a pie, en bicicleta. De día. De noche. En madrugada. Fui, volví, volví, me quedé para siempre. Aún en movimiento, zapatista en todas partes, hasta el fi n del mundo, hasta la victoria siempre, hasta morir si es preciso.

Cerca de Palenque está el Caracol Zapatista ‘Roberto Barrios’. Ahí mismo se encuentra una cascada en estado salvaje. Es fácil de llegar. La ruta está pavimentada y en buen estado. Se sigue hacia el sur y se toma el desvío por la ruta que va hacia Yaxchilán y Bonampak. Son menos de 20 kilómetros desde la ciudad de Palenque. “Está usted en territorio zapatista en rebeldía”, rezan los carteles. Puede pasar. La gente de la comunidad es muy amable y estarán contentos de recibir a los visitantes. Muchos de estos lugares de Chiapas, maravillas naturales, son lugares sagrados. En Chiapas viven millones de indígenas de diferentes etnias, en miles de comunidades, hablan más de cincuenta lenguas distintas. Sin embargo, al igual que con el proyecto de la autopista, son barridos por emprendimientos modernos como si ni ellos ni su cultura existieran o tuvieran algún valor. Ni siquiera el valor de su vida, ni siquiera el valor de la sabiduría ancestral de la cultura maya, tan perfecta que ninguna civilización ni tecnología moderna la ha podido igualar.

Sobre el camino hacia el sitio arqueológico de Palenque hay hoteles y campings. Nosotros nos quedamos en “Elementos Naturales”, bueno bonito y barato; cuesta 35 pesos. También hay cabañas, vegetación selvática, frondosa, y un arroyito.

Datos técnicos:


Agua Blanca-Palenque 87.51 km
6.03.56 hs
Total: 1116.61 km.

Día 16 (5 de abril) – de Mascupana a Agua Blanca

Las cucarachas estuvieron de huelga o salieron a tomar la fresca al balcón. Dormimos a pata revoleada, yo, protegida por los mosquiteros de mi carpita minúscula y casta. Ni un protozoo entra por ahí.

Dejamos Macuspana por el mismo camino de acceso de 4 km y retomamos la carretera principal hacia el sur. A los bordes de la ruta florecen los algarrobos y, en degradé, lapachos de amarillo más débil. Son 30 kilómetros más hasta el desvío a Agua Blanca. En la entrada del desvío hay restaurantes, venta de comidas al paso y pollos asados. Nos dimos cuenta de que era el domingo de pascua y que debido al fin de semana largo, el lugar estaría lleno. No nos equivocamos. Un fin de semana largo o feriado, no es el día más recomendable para visitar este lugar paradisíaco, pero estábamos ahí y nos mandamos igual. Hay que subir pero sin agitarse mucho, son 7 kilómetros de laderas, sube pero también baja y vuelve a subir. No es muy complicado y es corto. Se pasan algunos caseríos ejidales, el más conocido, ya casi llegando a la cascada es La Paloma. Ahí también venden comida hecha, al paso, y víveres. El parque era un mundo de gente. Los quioscos, asadores, áreas verdes; estaba llenísimo. Gente bebiendo por todos lados, un restaurante cerrado con menú a la carta y gorditas y empanadas de yuca que comimos a 5 y 10 pesos. La entrada cuesta 25 pesos y se puede acampar.

El lugar es muy bello. Es un río de cascadas entre las piedras. Un río de origen impreciso ya que brota de una fuente subterránea. Las grutas de este lugar despertaron el interés de espeleólogos de todo el mundo. Dicen que se puede llegar hasta Palenque, a más de 20 kilómetros, a través de túneles y grutas sin salir a la superficie. En estas grutas funcionaron centros ceremoniales entre los años 600 y 700. Se han encontrado vasijas de borde recortado, enormes incensarios. La gruta principal está iluminada por dentro y permite ser recorrida por senderos señalizados. Salas amplísimas, a una de ellas la llaman la Sala de los Conciertos porque tiene una acústica inigualable, sigue el Túnel del Viento por donde se fi ltra el aire de manera misteriosa. Otras habitaciones tienen fi guras colosales, chorros de agua petrifi cados, estalagmitas y estalagtitas de calcita blanca y aragonita provocan la sensación de estar en un lugar encantado. Son como los dominios de Gollum, el personaje de Tolkien, o como las Minas de Moria. Fantasía en el mundo real. Te traslada.

La leyenda cuenta que este río se formó por las lágrimas de la princesa maya Iztac Ha, lágrimas de una herida de amor tan profunda que erosionó la piedra, tantas lágrimas y tan esquivas que lograron escapar por el cauce de este río de Agua Blanca. Iztac Ha sigue buscando a su amor por el lecho pedregoso, a la sombra de la frondosa vegetación tropical y debajo de la tierra. El frenesí de sus lágrimas provoca las corrientes y los remansos que gratifi can nuestros cuerpos y estimulan nuestros músculos mucho mejor que un jacuzzi cinco estrellas.

Cuando la gente se empezó a ir y el lugar se despejó, armamos las carpas y el fogón. Había quedado comida abandonada por todos lados, una bandeja de tortillas sin abrir, plátanos, queso, salsas, yucas, limón, cubiertos descartables, así que de lo que los demás dejaron para el basurero, nos armamos un menú suculento y de lujo. Brindamos con mate por el mate mismo, por las lágrimas de Iztac Ha, por la belleza del mundo y el dolor compartido de la humanidad y porque en este día, decimosexto del viaje, sobrepasamos los primeros mil kilómetros pedaleados. Después haremos muchos más miles sin prestar atención, pero estos primeros fueron un logro del que ni nosotros nos creíamos cabalmente capaces.

Datos técnicos


Macuspana-Agua Blanca 30.87 km
1.53.50 hs
Total: 1029.1 km.

Día 14 (3 de Abril) – de Coatzacoalcos a Heroica Cárdenas

Salimos de Coatza con garúa. Coatza, ahora le decimos así, nos hemos familiarizado, somos casi parientes de esta ciudad de cuatrocientos mil habitantes. Salir fue más fácil que entrar, más directo. Era temprano y no había tanto tráfi co urbano como cuando llegamos. La llovizna era cortante y ardía. Lluvia ácida. Provocada por la superpoblación que ha generado la industria petroquímica y otras derivadas. Coatzacoalcos es una de las ciudades de México que más deshechos tira a cielo abierto. En el año 2014 se planteó el tema y se empezaron a evaluar medidas. La lluvia ácida sigue cayendo. La sentimos en la cara.

Cruzamos de Veracruz al estado de Tabasco. La frontera la marca el río Tonalá. Tabasco es húmedo y verde profundo. El campo está inundado. Si en los Tuxtlas había tabaco, si en Veracruz había café, si había caña, ahora encontramos arroz y cacao. El aire denso se impregna de olor a cascarilla tostada y este aroma se realza con chipotle y pasilla. El campo huele a chocolate con chile. Es una región plana de lagunas albúferas alimentadas de mar y separadas de éste por delgadas barras de tierra donde abundan las ostras y los pájaros. Cárdenas produce ostiones y es un paraíso para los observadores de aves.

Fue el primer día que pedaleamos más de 100 kilómetros. En ese entonces sentíamos que era un montón, con el correr del tiempo se volvió una cantidad aceptable y normal. Esa primera vez, mi conciencia acusaba que era una barbaridad. No teníamos pretenciones de llegar a Cárdenas, habíamos consultado el mapa y nos quedaba bien parar en Benito Juarez, 20 kilómetros antes, pero como íbamos por la autopista nos pasamos de largo del entronque que no está señalizado y, cuando quisimos acordar, Benito Juarez se había quedado atrás. El clima acompañó. Estuvo nublado todo el día. Hace calor, pero nublado, es soportable. La ruta sigue recta y aunque se vuelve monótona, se puede llevar buen ritmo.

Durante todo el trayecto de autopista no hay servicios. No hay comidas, hay sólo un par de gasolineras aisladas entre sí. No hay pueblos, algunas casitas a las perdidas. Hicimos todo el recorrido sin comer nada desde unas galletitas del desayuno. Llegamos a Cárdenas. No es una linda ciudad. Es más bien fea y bastante cara. La plaza central no hace gala de la exuberancia verde de Tabasco, es una plaza estoica, de pastos cortados al ras con poca gracia que denotan más aún la altura de las dos torres delgadas de la iglesia. Enfrente, color ladrillo, hay una chimenea de usina con un collage de mosaicos y un reloj incrustado.

Estamos en un hotel, Casa de Huéspedes Zaragoza, junto al Hotel Edén. Es barato, 200 pesos el cuarto para los tres. El baño no tiene puerta y la canilla del lavabo no funciona. No hay enchufes, tenemos que cargar los artefactos en la recepción, el internet es del hotel de al lado y no tiene buena señal. Luego, en la noche, hay mucho ruido.

Conseguimos pollo asado a buen precio, una oferta fantástica que una vecina que nos vio y nos reconoció viajeros mochileros trotamundos, se acercó a sugerirnos. Dos pollos por 110 pesos, una ganga.

Datos técnicos:


Coatzacoalcos-Cárdenas 121.11 km
7.17.54 hs
Total: 894.98 km.

Día 12 y 13 (1 y 2 de abril) – de Acayucan a Coatzacoalcos

Antes de salir de Acayucan pasamos a engrasar las cadenas y a darle un ajuste a las velocidades. La topografía irregular de América Latina obliga a un aprovechamiento exigente de los cambios. Las palancas suben y bajan y la rapidez en este juego hace que vayan agarrando ciertos vicios. A veces se niegan a subir si no apretás el pulgar al límite o no entran si no hacés dos rebajes juntos. Cada uno se va entendiendo en este lenguaje de ir y venir de palancas con su propia bicicleta, es un aprendizaje que permite que lo que no funciona como un relojito, sirva igual. De todas maneras, un ajuste de vez en cuando, pone por un tiempo -a veces es un rato nada más- las cosas en su lugar.

Hoy elegimos la ruta libre. Apabullados por la mugre de la autopista veracruzana, la cantidad de basura en las banquinas y las continuas pinchaduras, pensamos que por la libre sería mejor. Nos encontramos con que la carretera libre estaba en refacciones en un tramo largo. Seis kilómetros de contrapiso acanalado que tuvimos que cruzar a los saltitos. Fastidioso e incómodo. La banquina es un margen estrecho y el tráfi co es igual de insoportable aunque un poco más lento. Hay muchos camiones, muchos trailers. Estamos sobre Semana Santa, es fi n de semana largo y quizás por eso hay más tráfico, además la reparación obliga a varios desvíos y a circular con más calma. Entre el polvo de la obra se ven dos banderitas naranjas de precaución, son dos chicas que trabajan para la empresa vial y me paran curiosas para hacerme preguntas y ofrecerme agua fresca. Me entretengo y me quedo atrás. Ya no diviso a mis compañeros de viaje.

Está nublado, el cielo plomizo ayuda a pedalear sin que el sol te raje el casco pero igual pesa. El smog de los caños de escape parece una caricatura del cielo, gris y caliente. Un hálito dulce de caña que alivia la polvareda. Si hay subidas son tenues, el recorrido no es nada complicado a pesar del calor y el estado de la ruta. Al llegar a Minatitlán hay un desvío que tomo. No es muy visible y tengo el presentimiento de que mis compañeros han errado el rumbo y se han metido en la ciudad. Avanzo con rapidez, circulan muchos vehículos, hay bocacalles congestionadas, transporte público, semáforos, paradas de autobús. Paro en una garita a preguntar a un hombre que me dice que hace rato que está ahí pero que en bicicleta con carga no ha pasado nadie. Decido esperar a que los confundidos se den cuenta y peguen la vuelta. El hombre me pregunta si es la primera vez en Minatitlán y como le digo que sí, me cuenta que ahí tuvieron la refinería de petróleo más grande del mundo.

-Los petroleros se robaron todos los campos, muchos se vinieron para acá, para la ciudad, y otros se fueron más lejos o a la guerra con Zapata y Villa. Nos chingaron. Nosotros teníamos las chacritas y trabajábamos el café, después sacaron todo y quedó el río pelado que ahora cada tanto se inunda porque no tiene contención, está todo contaminado, toda la ciudad se inunda. Me lleva la chingada. Me llamo Héctor, -me dio la mano- ese es mi pecero.

Héctor me saludó desde el pasillo del pecero. Los chicos no llegaban así que decidí seguir un poco más adelante. Al final de esa calle de acceso a la ruta había un puesto de Defensa Civil. Los agentes se apresuraron solícitos y entusiastas a atenderme. Me hicieron preguntas. Tomaron datos. Me dieron agua y se sacaron fotos conmigo. En eso llegaron los chicos.

De Minatitlán a Coatzacoalcos se hacen rápido las rectas. Coatzacoalcos es una ciudad muy grande. El nombre proviene de Quetzalcoatl, la serpiente emplumada que se embarcó por el río en una balsa hacia el interior de México. A la ciudad se entra por autopistas y puentes que cruzan el río Coatzacoalcos y más autopistas y más puentes. Vamos preguntando dónde está el centro pero parece que nunca llegamos. La entrada a la ciudad implica varios kilómetros extras. Vamos a ver el mar. Otra vez. Teníamos que encontrarnos con Paco, un compañero de estudios de Martín y Alex, pero era temprano así que para matar el tiempo y el hambre nos metimos a almorzar en el mercado. Fue una de las mejores comidas de todo el viaje. Un menú corrido de 50 pesos, super abundante y delicioso. La cocinera era por demás de amable. Ya casi todos los puestos de comida del mercado estaban cerrados, ella cocinó especialmente para nosotros, y un frecuente comensal nos dio indicaciones de cómo seguir hacia la playa. La digestión y la siesta se dejaron llevar por el horizonte inalcanzable, ese que te apacigua y te convoca al mismo tiempo.

A través de Paco contactamos a otro compañero, Joan, quien nos abrió las puertas de su casa y su estudio de yoga y nos invitó a quedarnos ahí. El lugar era un lujo. Un salón impecable y luminoso con baño, aire acondicionado, internet, y a dos cuadras de la playa. Allí Martín hizo el primer tatuaje viajero, un Hunab Ku maya en sombras. Joan no estaría al día siguiente, iba con su mamá a una cura de silencio, un retiro donde por muchas horas o días, no hablan, meditan. Nos dejó la llave y como las condiciones nos sabían propicias, aprovechamos a hacer el primer alto en esta travesía. Nos quedamos en Coatzacoalcos y pasamos el día en el mar. El sabor de la orilla. Desde tan cerca contemplar la lejanía. Contemplar como contemplarse porque estar allá, andando, no es tan lejos. Saber que hay tiempo para ese andar allá y tiempo para quedarse acá.

El malecón de Coatzacoalcos bordea la extensa línea de la costa y merece una caminata con la caída del atardecer. En los días de carnaval, el malecón es escenario de la comparsa más grande del mundo.

Datos técnicos:


Acayucan-Coatzacoalcos 66.5 km
3.59.03 hs
Total: 773.87 km.