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Día 22 (11 de abril) – de Conhuas al km 20 de la Reserva Calakmul

Las curvas y subidas del camino, lo que logramos avanzar viento en contra y con la noche encima, nos depositó dentro del brote selvático de la reserva de la biósfera de Calakmul. Todo alrededor es verde y poblado de enramada y pájaros. Una variedad sorpendente de árboles altos, de ceibas, de amates, de corteza oscura y troncos precisos o de ramas grises quebradizas y, en el medio, enredaderas y helechos y más abajo hierbas y más arriba flores. Las casas de las cinco cuadras de Conhuas, no están una pegada junta a la otra. Me da la impresión de ser un pueblo silencioso en que las personas han caído de otra parte. Vamos a desayunar al restaurante de la dueña de las cabañas. Es una pequeña fonda, nos sentamos en una mesa que hay afuera. Las tortillas son gruesas y sabrosas, nos cuenta que aprendió a tortear con su mamá cuando vivían en los campamentos chicleros.

-Una torteaba, otra expulgaba el frijol, otra ponía el café y así se sacaba el trabajo. Mi mamá empezaba a moler a las tres y a las cuatro ya sonaba la campana y tantán, todo mundo a la chamba; aunque en el chicle era más libre que en las fincas que era muy esclavo, en el monte había carne para comer, había muchos pájaros, puerco, cojolito, pavo de monte, se podían cazar. Pero igual, el pobre trabaje donde trabaje, es pobre igual.

Como hemos leído que cerca de Calakmul existen campamentos chicleros a través de los que podemos cruzar a Guatemala, preguntamos:

-¿Y por dónde era ese campamento?

-¡Había hartos! casi todo Campeche era de chicle. A los trabajadores los traían enganchados y después les tocaba en un campamento o en otro. Acá había campamento por allá por la pirámide, como quince leguas de acá. Mi mamá era viuda, se volvió a casar y nos llevó a todos los hijos, menos a un bebito que lo creció mi abuela. Mi padrastro andaba en el chicle. Abrieron esos caminos con hacha para pasar con las mulas y con la galera.

-¿Y los caminos están todavía? es que nosotros queremos cruzar por ahí -le contamos.

-Han de estar pero hay mucha mata, se puede perder uno, hay que llevar guía y machete. Hay culebras por allá, la nayauca si te pica es mortal. Y también hay la mosca chiclera que te mete gusano y te come. A mi mamá la mosca le gastó la oreja. Mírela.

Cerca de la puerta hay una señora muy mayor sentada en una silla de ruedas. La cocinera la va a buscar y nos señala la oreja a la que le falta un pedazo como si hubiera sido lepra.

-La mosca chiclera, -nos dice. Le preguntamos cuántos años tiene y la madre, que no es sorda a pesar de la oreja, nos contesta:

ue no es sorda a pesar de la oreja, nos contesta: -Quién sabe en que año nací, no me acuerdo. Los caminos han de estar, pero mejor pregunten allá en la reserva a las gentes de allá, aunque saber si la aguada carga agua, porque acá todavía no llueve. A mí cuando me llevó mi esposo para estar en el hato, en la cocina, tardamos tres días andando y cuando llegamos Manuel me dijo que ande a buscar agua, pero yo le digo que dónde, que no veo, que solamente había yerba y él me dijo que debajo de la yerba estaba el agua y estaba bien fresca, debajo de la chinchincha estaba la aguada, limpiecita y fría como el hielo. La viejita nos contó que la vida en el chicle era tantito mejor que en la finca.

-Aunque siempre teníamos deuda con el contratista porque el chicle se trabaja en la época de lluvias nomás y como el ahorro no alcanzaba para el resto del año, teníamos que comer chaya sancochada o deberle al almacén de raya y después había que pagar y así nunca nos quedaba nada, pero igual era mejor que en la finca porque no te escupían.

-En la finca los escupían -nos explica la hija- cuando les daban permiso para salir y tenían que volver en lo que se secara la escupida, sino les daban chicotazos.

-Una vez vi cómo le dieron veinticinco chicotazos a mi papá en el lomo. Y después lo salaban y le echaban naranja agria. No me dejaron ayudarlo aunque corrí y yo gritaba que ya está muerto mi papá ya me lo mataron. Estábamos en la finca de los Lara, eran crueles los malvados, yo los maldigo. Eran tan malvados que uno se murió y le salió cola.

El camino entre Conhuas y Calakmul es magnífico. A medida que avanzamos la vegetación es más variada y exuberante. Existen todos los verdes posibles. Además hay un brillo especial sobre las hojas. Como si en el interior de la selva colgaran muchos soles. Para entrar a este camino hay que pasar por un control donde se pagan 28 pesos mexicanos. En la entrada preguntamos si desde Calakmul podíamos cruzar a visitar la pirámide de Naachtún, del lado guatemalteco. Nos dijeron que no. Que no hay caminos y que está terminantemente prohibido el cruce por ese lugar. Que toda persona que ingresa a la reserva debe salir por ese mismo puesto de control antes de que pasen 48 horas, de lo contrario se emitirá orden de arresto. Pensé en la escupida, al menos no sería tan pronto. Dijimos que habíamos leído que había caminos y que al menos intentaríamos llegar a la central chiclera de Villahermosa, que ya habíamos visto en el mapa y está a 8 kilómetros de la frontera. Que quizás con guía… que ni con guía, sentenció el hombre que cobraba:

-Acá el que entra, sale, y al que no sale lo vamos a buscar para sacarlo. Además, -agregó el pendenciero- si llegan a la frontera los detiene el ejército de Guatemala.

-¡qué buena onda!-se rió Martín- nos llevan de una a Guatemala.

Había que ser más cautelosos en la búsqueda de información.

Disfrutamos ese camino lleno de subidas y bajadas impregnadas de oxígeno y con casi nada de tráfico. A 7 kilómetros de la entrada pasamos de largo por el camping organizado Yaax’che; hicimos 15 kilómetros más y llegamos al área del museo donde está el campamento que usan los investigadores y arqueólogos. Nos quedamos ahí. Es gratis. Hay un par de baños con ducha y un área de acampe con fogón. Hay muy poca agua, turbia y de mal sabor. Los cuidadores del parque nos dicen que aún no ha llovido. Nos dicen que para tomar los senderos a los campamentos chicleros hacia Naachtún o Petén en Guatemala, sólo con un permiso de Xpujil, pero que esos permisos son para estudiosos e investigadores y que no se los dan a “aventureros”. Nos llama ‘aventureros’ y eso nos halaga. Somo tres aventureros. Tres aventureros decididos a intentarlo todo hasta el final.

“Muy probablemente no dé señales de vida en más de una semana. Si no me reporto en menos de un mes, a lo mejor me comió un jaguar, una anaconda, o me fui en un viaje extradimensional con unos amigos mayas. No me extrañen.” (Martín Murzone)

Datos técnicos:


Conhuas-Km20 Reserva Calakmul 22.8 km
1.15.02 hs
Total: 1471.41 km.