Día 21 (10 de abril) – de Escárcega a Conhuas

Dormir en el María Isabel fue una bendición. Presentíamos que la etapa que venía del viaje, adentrarnos en la reserva de la biósfera de Calakmul para cruzar desde ahí a Guatemala, sería complicada. Habíamos evaluado una lista de inconvenientes probables, senderos sin uso cerrados por la mata selvática, huellas poco claras, alimentos para varios días, orientación y desorientación, terreno escabroso con desniveles, tierra, piedra o árboles caídos, presencia de animales, oscuridad total por la noche, circulación de migrantes ilegales, ¿narcotráfico? Sólo la experiencia de estar ahí dentro pudo darnos una idea más precisa. En carne propia. La lista de inconvenientes probables era un poco más larga. No lo sabíamos aún.

Antes de dejar Escárcega pasamos por un Super Che a aprovisionarnos de víveres para los días que vendrían selva adentro. Tomamos la autopista con viento en contra. Al principio no resultó complicado. La ruta tiene laderas, sube y baja, pero son pendientes largas y hacen más llevadera la monotonía del paisaje. Sólo se ve hacia adelante la serpentina gris del pavimento. Durante todo el trayecto, a lo largo de 100 kilómetros, no hay ni una sola gasolinera y casi ningún puesto para pedir o comprar agua. A 36 kilómetros de Escárcega y tras casi tres horas de palear contra el viento, nos metimos en un poblado llamado El Lechugal. Fuimos a una tienda a

a la buena de dios, que sea lo que dios quiera. Sin embargo no dejo de pedalear. No llego a ninguna parte, no veo a nadie, sólo ese revoleo de serpentina de cemento. Voy llorando. Quiero hacer esto. Viajar desde México hasta Argentina en bicicleta. Quiero estar en cada lugar y absorverlo todo por todos los sentidos. Y no sólo eso, también quiero superar el reto de hacerlo en bicicleta. Pedaleando. Pedaleo. Kilómetro a kilómetro. Pueblo pedaleo pueblo. Es un reto contra todas esas calumnias del viento. ¡Viento de mierda! le grito. A 20 kilómetros del Lechugal aparece la laguna de Silvituc y mis compañeros que me esperaban en Centenario, pedaleo pueblo que brota en sus orillas. Tomamos agua y cargamos más en un bar llamado La Pasadita.

-Todo plano, -nos mienten.

El camino se pone más bravo. Cruzamos dos serranías de doscientos cincuenta a cuatrocientos metros. Una bagatela para semejantes gacelas. Sin embargo el viento se ha burlado de mí con ganas y me ha dejado hecha una piltrafa. Sólo me salva el deseo y la convicción de estar más allá de su realidad. Es como hacer magia con el pensamiento, tus deseos se harán realidad. Atravesamos por lomadas esta leve pero demandante serranía. El paisaje mejora, hay más vegetación, árboles de caoba y chicozapote, ya no hace tanto calor y al viento, que se ahoga a mis espaldas, le hago pitocatalán.

Hemos demorado más de lo previsto. La tardecita es la peor hora para los ojos. Llega esa hora tenue del día en que las luces y las sombras son lo mismo. La hora ciega. Queremos llegar hasta un campamento llamado Yaax’che, adentro de la reserva, pero la noche en ciernes nos obliga a quedarnos en Conhuas, 7 kilómetros antes. Conhuas, cinco cuadras de un lado de la ruta y un restaurante del lado de enfrente. La señora del restaurante tiene unas cabañas, cuestan 300 pesos. Nos manda con su hijo. La cabaña es amplia, tiene dos camas matrimoniales con mosquitero y baño. Afuera es una boca de lobo. Apenas se distinguen las siluetas negras de las ramas. El chico enciende unas luces. La energía es solar y la luz es débil. Los murciélagos alterados esquivan la danza fantasmagórica de los árboles. Recién al día siguiente podremos apreciar el encanto del lugar. Un preludio sencillo de la magnifi cencia que nos aguarda en la reserva.

Datos técnicos:


Escárcega-Conhuas 98 km
8.38.04 hs
Total: 1448.61 km.

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