Escalas rumbo a los Cárpatos: Bucarest

Cruzar los Cárpatos a pie, «pe jos» como dicen en rumano. Caminar las laderas escarpadas de la Transilvania profunda. Deambular de cresta en cresta como en la idea de la alternancia sin fin de las fuerzas contrarias por las regiones valacas, donde se cree que el vampiro cierra el círculo eterno entre la vida y la muerte. Desentrañar paso a paso los bosques umbríos de secretos, la cruz que se interpone en el sendero, trasunto simbólico del árbol sagrado, la cruz enhiesta triple nexo entre dioses, hombres, y árboles.

La motivación nos abundaba, la curiosidad era enorme desde todo punto de vista, no sólo orográfico o de altura, sino también: misterio.

Este viaje arrancó desde Kuşadası, Turquía, donde yo terminaba de trabajar una temporada veraniega más en el Liman Hotel. Allí llegaron mi amiga Stellete, y mi hijo Martín, dos fieles compañeros de aventura, y desde Kuşadası arrancamos atraídos como por un imán poderoso rumbo a esta aventura. Como siempre, poco a poco, explorando cada rincón del camino hacia ese lugar. Primero unos días de por Estambul y por Kuşadası y sus alrededores, las ruinas de Efesos, las playas, el Milli Park, los pueblos viejos cercanos como Sirince o las ciudades antiguas como Izmir, Esmirna.

Partimos algunos días después desde el puerto de Kuşadası hacia la isla griega de Samos, en ferry, ferry que en verano hace dos viajes diarios, trayecto de 45 minutos que no es muy barato quizás por su carcater internacional ya que combina Turquía-Grecia y viceversa. Un par de días en Samos para recorrer de igual manera, palmo a palmo, Vathi y Pitagorio, y un nuevo ferry hacia Lesvos para de igual manera, en un par de día echar un vistazo a los pueblos viejos y su encanto tradicional y un poco de sol en las costas de Mithilene. De allí a la Grecia continental, de allí a Bulgaria que se nos interponía en el medio como un obstáculo y resultó ser una sorpresa tan agradable que le dedicamos más días y posteriores viajes y estancias. Este párrafo merece otros posts. Fueron varios días de viaje, ferries entre Kuşadası-Samos-Lesvos-Tesalónica, auto alquilado para recorrer Lesvos, autobús, tren y dedo entre Grecia, Bulgaria, y llegamos a Bucarest, capital de Rumania. Romania. Romanía.

Bucarest

En rumano București, la raíz Bucur, de origen dacio, significa «alegría». Bucarest viste las orillas del río Dâmbovița con su arquitectura ecléctica que mezcla los estilos neoclásico, de entreguerras (Bauhaus y Art Deco), comunista y moderno. En el periodo de entreguerras su sofisticación le valió el apodo de «Pequeña París» (Micul Paris), sin embargo su edificación lujosa y monumental nos impacta; nada tiene de pequeña.

El Palacio del Parlamento, construido en la década de Ceaușescu, es el edificio administrativo más grande de Europa y el segundo más grande del mundo. El Arcul de Triumf, el Ateneo, la catedral de San Marcos, el palacio la Centella y la Universidad, una de las más concurridas de Europa del Este. La opulencia, el mármol y los jardines con pilares y pérgolas y fuentes por doquier, nos enceguecen. En el mismo centro de la ciudad hay un lago artificial, el Cismigiu, rodeado por los jardines Cișmigiu, y allí, como salidos de las páginas de un libro o de las pinturas de un museo, poetas y escritores persiguen la inspiración.

Dimos vuelta la ciudad al derecho y al revés, visitando museos, teatros y más jardines, entrando en la piel de la cultura a través del arte y sus vestigios, de su historia, de su música, de la tradicional mămăligă, polenta original, sin dejar de mencionar entre plato y postre, que en esta ciudad tuvo una de sus residencias el príncipe de Valaquia, Vlad Tepes.

Para emprender el recorrido desde la capital rumana viajamos en tren. Aquí el enlace de ferrocarriles rumanos

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