Experiencia mayo-junio 2011.-
Alucinante. Totalmente. Aperlai es alucinante. Acampo en Purple house, llamada así por el tinte morado que usaban las civilizaciones antiguas, el que dio nombre a los fenicios, por Phoenix, y que se extrae de un molusco del mar Mediterráneo.
El camino no fue complicado. Salí con la fresca de Uçagiz. Se empieza bordeando el mar, al ras del agua, un buen rato. Luego se sube una colina, no demasiado, y se atraviesan varios campos, ahí es donde siempre me pierdo, no hay marcas, o hay pocas, pero yo me mando.
Primero se llega a un pequeño puerto, es más bien, un muelle, simplemente. Luego se cruza un itsmo y del otro lado del itsmo está Aperlai.
No anda nadie. Bueno, en el camino crucé a una pareja que iba para el otro lado, y después que llegué a Purple house, otra pareja de ingleses, cuyo velero está atracado en el muelle del otro lado del itsmo. Richard y Ara, charlé un rato con ellos. Dos viajeros a vela. Divinos. 74 y 69 años y se hacen a la mar en un velero que no es notable por sus dimensiones pero que al parecer se atreve a los siete mares porque va y viene de las costas de Europa a las de África y Asia.
En Purple house encontré también a Arturo -sorete duro- que es un escritor que vive a dos casas -hay cinco casas en Aperlai- y que está haciendo un libro nuevo acerca de la historia de los licios y las ruinas y planea traer expediciones de estudiantes de arqueología para que hagan la ruta y estudien los lugares inexplorados y la cantidad de vestigios a medio desenterrar y a medio descubrir, que hay. Los dueños del camping son Riza y Faiza y tienen un bebé que se llama Ada. El camping es gratis y la cena cuesta 20 liras.
Hay varios lugares con almohadones estilo beduino para sentarse, en tarimas de madera, como pequeños muelle debajo de los árboles, un quincho y fogón para hacer fueguito. Me encanta.
Además caminé por la costa y vi la famosa, por las fotos, tumba en el agua. Ahí, instalada en la costa del mar, después de que parte de estas ciudades sucumbieran a los terremotos entre el año 100 y el 600. Caminé por la orilla, me tiré en una reposera al sol. Tranquila. Una paz pasmosa. Y después subí a ver otras ruinas. Los muros bizantinos se conservan intactos, el antiguo puerto está completamente debajo del agua. Las tumbas, al ser de piedra, sobreviven a los cataclismos, pero las viviendas, que según los estudiosos, seguían el mimo patrón arquitectónico que las tumbas, eran de madera y han perecido. Dicen que eran del tipo de las casitas que vimos en Bezirgan y Gökçeören, y que actualmente se usan para almacenar el trigo.
La ciudad Aperlai pertenecía a la Liga Lycia desde el siglo V antes de Cristo, pero las fortificaciones bizantinas fueron construidas bastante después, en los siglo IV y VI de nuestra era. Lo que ha quedado y cómo ha quedado, es impresionante, y más, con el marco del mar azul turquesa verde, todo a lo largo. Novedoso. Diferente.
La luz en el pequeño pueblito es por energía solar, el agua es de lluvia, internet solamente tiene Arturo y algunas horas, con un dispositivo USB. Ahí nos fuimos a conectar un ratito. Toqué la flauta y Riza, el dueño del camping, dice que es el sueño de su vida, así que se la presté para que practique el sol-la-si.
En el camping y hay una gatita que se parece a Mistigri y con la que ya nos hicimos muy amigas.
Actualización enero-febrero 2018.-
En mi experiencia anterior había hecho la etapa en reversa, desde Üçağız, lo que, en esta oportunidad 2018, corresponderá al día de mañana, pero mañana seguimos. Vamos al hoy.
Este día, desde Fakdere o Ufakdere caminamos hasta Aperlai. La ruta es larga. Llegamos a Aperlai casi con el caer de la tarde. Es invierno, los días son más cortos. Amanece más tarde y oscurece más temprano. Hay caminos nuevos, de tierra y de asfalto, y muchas más viviendas, por lo que el sendero algunas veces es confuso.
Al salir de Fakdere lo hacemos por un camino ancho de tierra, luego nos adentramos en un sendero que baja a la vera del mar o vuelve a subir y ladear la montaña por su parte más elevada. Hay un lugar donde hay construcciones destruidas, spots turísticos ilegales que han sido demolidas. Las vistas de la costa o la costa misma a la que nos acercamos muchas veces, es preciosa. Pasamos algunas pequeñas playas muy lindas, dignas de un descanso y un chapuzón.
No hay mucha agua durante el recorrido así que hay que aprovechar la mínima oportunidad de abastecerse y llenar nuestras ánforas. Cerca de Apollonia, los senderos se confunden con huellas de cabras. Mirar bien. Por allí, estábamos confundidos, buscando la marca y los gritos y pitazos y encontramos a un poblador que nos convidó naranjas y agua de su tanque, luego salimos al camino ancho que conduce a Boagcik. A partir de aquí nos volvemos a perder. Pasamos por el Apollonia Lodge donde sólo hay un par de niños y no ingresamos al poblado en sí. Desviamos como indican las marcas a nuestra derecha y llegamos a un camino de asfalto donde las marcas desaparecen. Intuimos por lógica y alguien así nos lo indica, que si venimos desde hace rato tirando a nuestra izquierda, debemos seguir en esta misma dirección. Error!!! debíamos regresar sobre nuestros pasos, girar hacia la derecha, volver atrás. Poner reversa. O sea, al llegar al asfalto donde NO hay marcas, girar a la derecha! Pronto, desde aquí, reencontraremos marcas que nos indican dónde entrar para descender hacia Aperlai. El sendero ha sido remarcado y no está muy bien. Obliga a dar vueltas inútiles, quizás para pasar por el Lodge, pero absolutamente innecesarias si uno planea, como nosotros, seguir de largo hacia Aperlai.
Por suerte y a pesar de las vueltas al pedo, logramos llegar antes del anochecer a Aperlai y allí todavía está Riza. Ada, el pequeño hijo ya está alto, grande, absolutamente lindo volver a encontrarlos. No vimos a Faiza ni a Arturo que no se encontraba en Aperlai. El invierno tampoco le pega a la zona de manera muy pintoresca. Se vuelve húmedo, lúgubre; la playa está con la marea baja, y las emblemáticas tumbas sumergidas, emergen a flote, despintadas por la marca perenne del mar. Las reposeras invernando en un amontonadero de bártulos. Tampoco están las plataformas, los almohadones, pero el calor humano es bueno, la comida saludable, natural, deliciosa. El encanto no desaparece del todo, sólo hay que saber mirarlo, con la ternura que un lugar así, aislado de la civilización merece. Aquí sí, que sólo es de a pie o a duras penas en bote. No hay internet, la energía sigue siendo sólo solar, el agua se calienta con leña.
Visitamos la necrópolis y acampamos. A veces hay chanchos salvajes, hay que palmear las manos si uno los escucha que andan escarbando por ahí. También hay puercoespines.
El camping cn cena y desayuno nos costó 50 liras.