Viajar a Marruecos es imprescindible en la agenda de cualquier viajero. Yo lo venía postergando y esta vez, con la visita de Martín salió la propuesta. Viajar a Marruecos? Por qué no?
Visitar un país tan rico en cultura, arquitectura y bellezas naturales merece mucho más que cuatro días. Este viaje fue sólo probar el sabor marroquí para dejar encendida la chispa de un regreso más prolongado.
Para viajar a Marruecos disponíamos de tan sólo cuatro días por lo que corrimos y nos relajamos. Corrimos para llegar a lo que no nos queríamos perder: el desierto. Lejos en la distancia en un país tan grande, pero al alcance de los conductores y los camellos berebers. A pesar de correr, al llegar al desierto no hay más remedio que relajarse. Entregarse al placer sin igual de trasnochar mirando el cielo y escuchando al ritmo de los tambores, de las alegres tonadas del Sahara y de su silencio absoluto después.
Volar a Marruecos
Volar a Marrakech es una opción ideal para cumplir el sueño de viajar a Marruecos.
NO es recomendable volar por Ryanair, menos en un viaje por un periodo tan corto. Los vuelos de Ryanair pueden conseguirse baratos pero al final, salir muy caros, además de su típica informalidad y sus abusivas costumbres de cargar siempre más gastos de los contratados, se suma su personal de baja cualificación, inexperiencia y, sobre todo groseros y mal educados. Por pocos euros más, se puede volar a Marrakaech o alguna otra ciudad y pasar unos días perfectos viajando con aerolíneas más serias.
Para buscar, a través de páginas como Skyscanner o agencias ya conocidas, sólo hay que filtrar Ryanair antes de hacer la búsqueda e igual obtendremos ofertas económicas de TAP, Vueling, Qatar Airways, Air France o Iberia, entre otras.
Una vez en el aeropuerto de Marrakech y para ir al centro de la ciudad, se puede tomar el autobús local que sale desde el mismo aeropuerto, pasando por delante de los taxis aparcados, luego estará el autobús. Este autobús va hasta la plaza Jamaa el Fna y el chofer nos anunciará la llegada. Luego resta ubicar el Riad en el que nos alojaremos y perdernos en un laberinto de calles terracotas y naranjas para llegar hasta él.
Marrakech, alojamiento y recorridos
En Marrakech hay que quedarse en un Riad. Los Riad son típicos y hermosos. Casas tradicionales, enormes. Algunos Riad son la descendencia de palacios con una decoración exótica y delicada al detalle.
La arquitectura básica de un Riad es la de varios pisos, tres o cuatro… construidos alrededor de un patio pintoresco. Abundan los recovecos con encantadores pasajes ojivales, las mayólicas y las pinturas de arabescos.
Entre sus rincones se descubren cómodos divanes, sillones, alfombras, almohadones, que invitan a relajarse mientras uno se bebe el consabido té de bienvenida que nunca falta.
La ubicación del Riad debe ser en la Medina. De esta manera viajar a Marruecos nos sumergirá de manera tan intensa como instantánea en la auténtica cultura marroquí. Desde que bajemos del autobús y crucemos la Plaza ya estaremos caminando por un lugar encantado todo el tiempo.
Una habitación en un Riad puede conseguirse desde los 10 euros para dos personas y hasta unos 50. Nosotros dormimos en dos diferentes, uno de 30 euros para dos personas y otro de 20 y los dos fueron excepcionales, con desayuno y personal super agradable.
Perdidos en Marrakech
Marrakech es una de las ciudades más antiguas del Imperio Islámico. Fue fundada en 1062 por los almorávides y fue la capital de este imperio. Desde su base de Marrakech, los almorávides ampliaron su dominio sobre todo Marruecos. Marrakech se convirtió en una gran capital amurallada con exuberantes jardines y magníficos palacios y mezquitas. A nuestro paso por la ciudad nos dejaremos sorprender por la Mezquita Kutubia y la mezquita Kasbah, la monumental Bab Agnau, los jardines de la Minara y mucho más.
El tradicional soqo o suq, el mercado ubicado en la plaza Djemaa el Fna, es el más grande del país y constituye una de las plazas más concurridas de África y del mundo. En la plaza se citan acróbatas, cuenta-cuentos, vendedores, bailarines y músicos. Por la noche se llena de puestos de comida, convirtiéndose en un gran restaurante al aire libre. Es esencial hacer varias visitas a esta plaza al viajar a Marruecos, a diferentes horas del día, porque constituye un escenario vivo que cambia constantemente.
El autobús nos dejó en un lateral de esta enorme y concurrida plaza y así nomás, comenzó la magia.
No pudimos cruzar la plaza en línea recta ya que, a los numerosos puestos que convertían nuestro recorrido en un laberinto, se sumaban artistas, o exponentes que llamaban nuestra atención. Vendedores ambulantes de todo tipo, mujeres que hacen tatuajes de henna, ofertas de quincalla o de dentaduras y pociones afrodisíacas.
Sin embargo, el momento culminante de Jamaa el Fna es el anochecer, cuando se convierte en un enorme escenario al aire libre donde malabaristas, músicos, faquires, encantadores de serpientes y juglares hacen gala de sus destrezas.
Tras lograr llegar al otro lado de la Plaza, los sombríos paredones de la «Ciudad Roja» nos guiaban por las enrevesadas callejuelas de la Medina donde el barullo se apaga de repente.
¿Qué es una Medina?
La palabra «medina» proviene del árabe, مدينة madina que significa «ciudad». La Medina es la ciudad vieja, protegida por un cordón de bastiones hechos de tierra roja que encierran palacios, mercados y mezquitas, cúpulas y minaretes. La Medina de Marrakech es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde el año 1985.
Llegamos a nuestro Riad que resultó por sí solo una estancia en un museo de arte, un palacio delicado y típico. Nos quedamos un rato contemplando cada detalle mientras nos bebíamos la tetera entera y planificábamos una salida al desierto de Zagora por dos días y una noche. Luego salimos a caminar por la ciudad.
Hay mucho para ver en Marrakech y por eso, una parte la recorrimos este día de nuestra llegada y dejamos otra parte para visitar posteriormente al regreso del desierto.
¿Qué ver en Marrakech?
Si bien nos encontramos inmediatamente con el barrio de los suks (mercados o zocos), lo miramos por arriba decididos a recorrerlos minuciosamente el último día en el que, además regatearíamos hasta el último dirham.
Pasamos por la Mezquita y Madrasa Ben Youssef y divisamos la antigua cúpula Ba’adiyn, la única estructura que quedó en la ciudad de tiempos de los almorávides.
Estuvimos dándole vueltas a la típica postal de Marrakech, la Mezquita Kutubia, rodeada por magníficos rosales, famosa sobre todo por su minarete de base cuadrada, que hizo construir Yacoub el Mansour a fines del siglo XII y que resultó el modelo de referencia para la Giralda de Sevilla, y para la Torre Hasan en Rabat. La torre es el edificio más alto de Marrakech y con sus 77 metros de altura domina la Medina, pudiéndose ver a distancia cuando se llega a la ciudad. Hoy la silueta destaca desnuda de ladrillos, culminada con globos de bronce, pero antiguamente toda la superficie del minarete estaba cubierta de decoraciones de cerámica y estuco, los únicos fragmentos que se han conservado son los frisos de azulejos debajo del almenaje.
Nos encontramos con otros Palacios renombrados como el Palacio Dar el Bacha o Dar el Glaoui, que fuera residencia del cruel Thami el Glaoui. El aspecto actual del palacio seguramente no está a la altura de su fama, alimentada por una serie infinita de anécdotas, sin embargo su patios interiores son bonitos, decorados ricamente en yeso, madera tallada y azulejos policrómicos.
Otro de los Palacios es Badi, cuyas paredes y los techos supieron estar recubiertos de oro proveniente de Tombuctú, mítica ciudad de más allá del desierto conquistada por el sultán. Había paredes de mármol y piedras importadas de la India y grandes patios embellecidos con estanques y fuentes caudalosas. Además, el ambiente olía a flores y esencias exóticas. No obstante, sólo cien años más tarde de su construcción quedó en ruinas, cuando un nuevo señor de Marruecos trasladó sus tesoros a la nueva capital, Meknés. Hoy día, la ruina de Badi es imponente. El patio principal es un inmenso espacio vacío delimitado por bastiones ciclópeos perforados, sobre los cuales han hecho sus nidos las cigüeñas. El gran estanque central está seco, pero diseminados por el entorno hay restos de mosaicos y columnas esculpidas.
Por último, junto al muro meridional de la mezquita Kasbah, junto al Palacio Real, en la zona de la Medina, se encuentran las Tumbas saadíes, las tumbas sagradas de los sultanes. Durante siglos han representado un secreto bien guardado, que los occidentales desconocían totalmente. En los años veinte algunos oficiales franceses se dieron cuenta de que había algunos tejados verdes que sobresalían de los barrios más pobres. Indagaron entre la gente del lugar, obteniendo siempre evasivas, pero uno de ellos perseveró en su investigación hasta descubrir una callejuela escondida que llevaba a una minúscula puerta en arco. Una vez pasado su umbral, entró en un jardín y vio las tumbas que hasta entonces se habían mantenido escondidas a los infieles. Hoy las tumbas saadíes son uno de los lugares más visitado de la ciudad, pero para acceder a ellas se tiene que hacer todavía el mismo recorrido tortuoso. Muchas tumbas están decoradas con mosaicos variopintos. A poca distancia de las tumbas está Bab Agnau, la puerta que marca el acceso a la Kasbah, área fortificada en el interior de la Medina, en la cual se encuentra el Palacio Real. Es una de las puertas más bonitas de la ciudad.
¡Nos vamos al desierto!
Tras una noche en el Riad nos pasaron a buscar por allí muy temprano para salir hacia el desierto de Zagora. Vamos al de Zagora que quizás es el menos impresionante, sin embargo no vamos a perder la oportunidad de viajar a Marruecos sin ir al desierto. Esta vez no disponemos de tiempo para ir más allá. No obstante, este paseo en camello por la indiscernible finitud del Sahara, encendió en mí el impulso de caravana bereber. No dejo de pensar que quiero regresar un día para embarcarme a lomo de camello en una extensa travesía a través del desierto.
La jornada en vehículo fue larga pero placentera. Nuestro chofer era muy amable. Fuimos parando en puntos emblemáticos del camino a contemplar el paisaje soberbio y beber té. Paramos a comer y a descansar donde las vistas lo ameritaban. Es un recorrido de casi 400 kilómetros desde Marrakech hasta Zagora, pasando por Ouarzazate donde nosotros no entramos.
Lo primero fue atravesar el Alto Atlas. Una ruta impresionante y con curvas desafiantes que sube hasta los 2260 metros de altura donde se cruza esta cadena por el Paso Tizi N’Tichka.
Desde el camino divisamos la Kasbah de Telouet que fue un lugar de residencia de la tribu de los Glaouis. Luego, tras varias horas de viaje, visitamos la famosa Kasbah de Ait ben Haddou donde se han filmando innumerables películas.
Luego en un lateral de la ruta nos esperaban nuestros camellos. A partir de allí, a camellear.
Al principio montar en camello no resulta cómodo pero al cabo de un rato, uno le agarra el ritmo y es un paseo acompasado. Esta parte del viaje es ideal hacer con las primeras luces del atardecer que cae. Las imágenes del desierto y del horizonte en el ocaso son increíbles.
Llegamos a nuestro campamento. Un oasis hermoso en medio de extensiones de arena. Carpas, alfombras, almohadones. Un viaje a otro mundo maravilloso.
Allí nos dieron de cenar y alrededor de una hoguera los tres Mohamed que nos acompañaban conversaron con nosotros, cantaron al son de los tambores, y reflejamos nuestros pensamientos en el chisporrotear de las llamas. Debajo de las estrellas. Las luces del desierto son únicas. Ya habíamos vivido una experiencia comparable en el Desierto Blanco de Egipto. Mirar las estrellas en el desierto es adictivo, una vez y uno querrá repetir. Difícil es describir estas imágenes en palabras. La conjunción de la oscuridad y las luces del fuego y de las estrellas.
Dormir en el desierto no es fácil. ¡Hay tanto para ver en medio de la noche!
Al día siguiente, tras desayunar en el campamento de Zagora, atravesamos el Valle de Dra’a con plantaciones de palmeras y con sucesivas paradas de descanso regresamos a Marrakech.
Regreso a Marrakech y regateo
Hay que regatear, a ellos les gusta y así es la costumbre.
De regreso a Maarrakesh, nos alojamos en otro Riad. Tan sólo estar en estos palacetes azulejados constituye de por sí un condimento esencial cuando planeamos viajar Marruecos. Ambos Riads fueron muy cómodos y bonitos.
Dimos una vuelta más por la ciudad y recorrimos los soqos hasta agotar el último dirham. Regateamos como Allah manda, cerramos trato, estrechamos las manos con el vendedor, y todos contentos nos trajimos alguna prenda tradicional demás.