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Día 25 y 26 (14 y 15 de abril) – de Xpujil a Bacalar

La ruta es tranquila. Hay poco tráfico o el tráfico circula a horas en las que no pega el sol y por eso no lo topamos. Nosotros circulamos desde la mañana y durante todo el día. Por más que madruguemos, el sol nos pega igual. Hoy fue una pedaleada larga y silenciosa. 27 kilómetros después de Xpujil, ingresamos al estado de Quintana Roo. No hay caseríos, ni pueblos, ni servicios. Aprovechamos las sombras de las esporádicas garitas. En una de ellas encontramos a un vendedor de sandía que estaba varado porque ya había ponchado dos veces y esperaba la llanta en reparación. Vendía las sandías a 20 o 25 pesos. Andar muchas horas en bicicleta me hizo adicta a la sandía, una fruta a la que antes no había prestado atención, nunca me había llamado, pero por su contenido de agua, por su dulzor, o porque es roja y nada más, durante este viaje tomaba mates y comía sandías. No hay efectos colaterales indeseables, al contrario, es una combinación energética y refrescante además de rica y completa. Las gasolineras están más o menos a 100 kilómetros una de otra, hoy pedaleamos poco más de 120 kilómetros. Tardamos mucho en llegar a la primera gas para reabastecer agua. Lo único que hay son esas garitas y los nombres de pueblos o ranchos que se secaron la última temporada o se los llevó el viento o están donde los mayas. No se ve más que pajonal marchito. No ha empezado a llover en el sur de México. Le ganamos a la lluvia. La dejamos atrás, allá por Veracruz. No hay sombra pero por fortuna las nubes acompasaron el sube y baja de la carretera. Al mediodía se levantó la brisa, como siempre alrevés de nuestro destino.

Hay un punto en esta ruta en que se abren bifurcaciones. La ruta principal sigue recto hacia Campeche y hay que hacer un rodeo para agarrar la carretera a Bacalar. Es la ruta que sale hacia Tulum, 20 kilómetros por esta, está Bacalar, la ciudad más antigua de Quintana Roo. Pero antes de ver la ciudad, lo primero que se nos presenta como un fondo de pintura demasiado brillante, es la laguna. No lo podía creer. Mi primera impresión fue que era una pared, un tapial pintado de turquesa. ¿Sería la laguna? me preguntaba. Ya casi estábamos ahí cuando 2 kilómetros antes nos encontramos con la entrada del Cenote Azul.

Los cenotes son pozos muy profundos. Pozos kársticos. Dolinas cuyas bocas se han derrumbado y están llenas de agua que corre por debajo de la tierra en ríos subterráneos. Debajo de México circula una red extensa de brazos transparentes. Hay cenotes pequeños como un simple pozo y otros enormes y antiguos cuyos bordes han desaparecido. Es el caso del cenote azul. Es un paraíso. Se ve más azul que su nombre, azul profundo, 90 metros. El agua es límpida y templada. Es un lujo de la naturaleza, un regalo, ya que la entrada, 10 pesos, es casi simbólica. Nos quedamos un buen rato nadando las costas recortadas del cenote, adivinando cuevas sugerentes al más allá por debajo de la tierra. Dominios de Gollum o de Mordor. Maravillados de este premio a la pedaleada de 120 kilómetros, rodeamos la Costera Bacalar donde hay casas pintorescas, residenciales, hotelitos y posadas encantadoras, y decidimos acampar en el Camping Municipal. El mejor espacio en la costa de la laguna para quedarse.

Dios se equivocó. El paraíso está en Bacalar. Supongo que es porque cuando inventaron a Dios no habían descubierto América. Le dicen la laguna de los siete colores y se formó cuando varios cenotes se rebalsaron y se mezclaron los tonos de sus intensos abismos. Nos pasamos horas, dos días contemplando el tejido movedizo del agua. O yo contaba mal o me fallaban los números o extasiada en la contemplación contaba sin querer dos veces el mismo color. Yo veía más azules, más verdes, más violáceos o rosados. Los siete colores de la laguna de Bacalar se multiplicaban según la hora y los rayos del sol, según las nubes, según el viento. Veía azules, distintos azules, añil, topacio, celeste, jade, índigo, turquesa, esmeralda, lilas, rosados. Me sobraban colores y volvía a contar.

El camping está en un predio grande y prolijo con mesitas y horno de piedra. Cuesta 25 pesos. Está cerca de la plaza central que tiene wi-fi y donde fuimos a dar una vuelta y a comer algo. Entre la plaza y el malecón costero está el Fuerte de San Felipe que se construyó para la defensa contra corsarios ingleses. Debajo del fuerte hay túneles que aún no han sido abiertos.

En el camping encontramos viajeros y todos eran argentinos. Dos viajaban en combi, dos viajaban en Trafic, otros caminaban por ahí de paso y Nico viajaba en moto. Esto se repetirá durante el resto del viaje. No somos los únicos dados a la aventura de recorrer el mundo palmo a palmo, hay cientos, miles de viajeros a dedo, en auto, en bici, a pie, con carrito, a caballo, pero podríamos apostar que la mitad del total de los viajeros del mundo, son argentinos. Quizás esto nos venga en la sangre, en nuestra ascendencia migrante, en la convivencia cosmopolita con el lenguaje de los abuelos y las recetas de las abuelas. Andar está en nuestro ADN, lo traemos incorporado. Siempre hay un pretexto y un camino posible para movernos al otro lado del globo. Sin más razón que recorrer o en la búsqueda desesperada de la memoria perdida.

La belleza de Bacalar nos estacionó un día más en el paraíso recobrado. Día de descanso y elixir para los ojos y el cuerpo. Al día siguiente visitamos el Cenote de la Bruja. La leyenda cuenta que en el fondo de sus 183 metros de profundidad yace el cráneo de una bruja que con sus maleficios aterraba a toda la región. El cenote está rodeado de barrancos repletos de helechos que se miran en la superficie negra del agua. El voluminoso caudal cristalino refleja la oscuridad abisal.

Datos técnicos:


Xpujil-Bacalar 121.7 km
8.49.45 hs
Total: 1816.51 km.