Playa el Francés. Este es un lugar al que añoraba llegar. La etapa de hoy llega según la topoguía hasta Punta Mattos, a 3 km de aquí. Pero yo me quedo aquí. Y aquí es uno de esos lugares donde me quedaría para siempre. Siempre fui y soy feliz en este lugar. Si bien al llegar, después de más de veinte años, me sentí apabullada por la cantidad de tráilers, motorhome y de gente. Di muchas vuelas. Sentía que en tantos años de ausencia había perdido por abandono un lugar que me era propio. No lograba encontrar el sitio para plantar mi casa azul. Empecé a dar vueltas y me reencontré primero con las grosellas rubias, frondosas, y profusas de frutos pulposos y maduros, y muy cerca, más arriba los guindos, cargados de racimos de a dos guindas. Sí. Por acá anda el francés, a quién le quepa duda que tema y se vaya. Los acampantes escuchan sus pasos en la noche, arrastra los pies el muy sotreta y cansado explorador del Vododawe, Thierry, mon ami. Me encanta estar acá. Volver a este lugar, siempre volver. Este lugar es mío y no hay discusión para tal legitimidad en mi corazón. Pero vayamos a la travesía:
Se empieza subiendo la loma que va hacia la laguna Escondida. No hay vueltas, sube, sube, y sigue subiendo. El bosque y la sombra son amables, la tierra es blanda, y hay unos árboles con los que da gusto detenerse a hablar por su frondosa sabiduría. Troncos enormes. Los brazos no me alcanzan para abrazarlos pero igual los abrazo. La laguna Escondida, verdaderamente escondida después de una serie de cañaverales amarillos y donde ya nadie espera encontrar algo, allá está, sublime y maravillosa, reflejando todo ese contraste de verdes muy claros y amarillos, casi como luces, entre los verdes profundos de los árboles. El reflejo es alucinante, es una pintura. Verde, verde, amarillo, dorado, más verde, más dorado, luces. La laguna es larga, se pierde cuando inicia entre las montañas, y se pierde en el más allá, entre más montañas.
Me senté a contemplar ese espejo de la tierra y llegaron cuatro personas extranjeras, de Estados Unidos, dos de ellos viven en Pucón, Chile, y los otros dos en Seattle. Lo que pasó a continuación es una anécdota increíble. Pero de verdad increíble. Literalmente increíble. No creo que pueda pasarme algo así, que me haya pasado, o que le pase a nadie, pero pasó. Se sentaron a charlar, como hablo inglés, lo hicimos en inglés. Nos preguntamos de dónde somos y qué hacemos por acá. Yo les cuento que normalmente viajo, que soy nómade, que vivo por aquí y por allá, que camino, y que voy a Palestina y trabajo en el Valle del Jordán, los beduinos, la zona C, y hablo y hablo. Ya saben que cuando hablo acerca de Palestina, tengo mucho que contar y es difícil que haga un punto y aparte. Últimamente aprovecho la oportunidad, que no son muchas, porque no me cruzo con mucha gente en la travesía, ni tampoco soy muy dada a sociabilizar cuando prefiero retirarme a la meditación, el pensamiento, y la contemplación, pero si se da, como hoy, hablo de Palestina. Cuento lo que sé, lo que los medios no dicen, lo que otros por ahí no saben porque nadie se los dijo, porque no lo escucharon pero sin embargo es una herida del mundo.
En un momento, una de las personas, Stephen, dijo que él cada tanto hace algo que es un ritual y que siente que en ese momento debe hacer ese ritual conmigo. Mientras habla saca una billetera y escarba en un bolsillo pequeño de la misma. Yo pienso que sacará una foto, un amuleto, una piedra, un símbolo. No. Saca un billete de 100 dólares doblado en tres y me lo da. El otro hombre, Bob, saca fotos y registra el momento. Le digo que no, que yo no puedo tomar el dinero. Pero él me dice que tengo que agarrarlo porque él sintió que es el momento de ese ritual y que ese dinero es para Palestina, que él puede hacer eso y que de hecho lo viene haciendo desde hace tiempo, y me cuentan una historia parecida, quizás el ritual anterior, con un taxista. Estoy tan sorprendida que no se bien qué le dije, sé que se lo agradecí en árabe y en nombre del pueblo palestino. Después me fui el resto del camino un poco preocupada pensando cómo voy a hacer para que el dinero llegue adonde tiene que llegar. Sorprendida además porque es verdaderamente increíble que en un lugar al que pocos llegan, tan escondido como la laguna Escondida, alguien te dé 100 dólares. Pero sigamos con la Huella:
Después de la laguna, al fin baja. Yo iba medio flotando y hablando con los árboles, y pensando cómo hacer llegar el dinero a Palestina. La bajada es abrupta. Más abrupta que la subida. Ojo con las patinadas. No me patiné. Llega al ripio. Se cruza y uno metros después de cruzar, por el ripio, el arroyo Braesse, un sendero entra en la ladera de enfrente, sobre el lago y bordea el Futalaufquen por unos recodos encantadores, dando algunas vueltas un poco mareantes, supongo que debidas a la presencia de pobladores en la zona. Después cruza bosques y pampas. En las pampas, algunos palos con señales se han tumbado, pero es fácil encontrar la senda, y el bosque, como siempre, es amable, y mullido. En breve uno empieza a ver las nuevas parcelas habilitadas en el Francés y tras cruzar el arroyo por un puente de troncos, ya estamos en el paraíso, o muy cerca de él, o al menos en lo que es para mí, un hogar.
Fueron 11.5 km. La guía decía que tardaría 7 horas. Tardé 4 horas y media, menos de 5 horas con seguridad, y eso, a pesar de haber estado por lo menos media hora, hablando con Stephen, Bob, y sus esposas, Sheila, y Judith quien además, es judía. Las marcas de la Huella Andina están bien. No es muy complicado, salvo por los desniveles, subidas y bajadas abruptas, pero se puede, y más después de 21 etapas de entrenamiento previo.
Y luego de encontrar mi rincón entre un guindo y un grosellar, a pocos pasos del arroyo y algunos más del lago, bajé a lavar la ropa y a bañarme y me prestaron un kayak para salir a navegar por el Futa.
Un día después completé el tramo de Playa el Francés a Punta Mattos, para cumplirle a la Huella. Va por las orillas del Futa, pasa por recodos muy bonitos del lago, y por bosque con suelo mullido de hojas. Hay partes con arrayanes y otras partes sube muy cerca del ripio, con piedras de cantera, que supongo caen del mismo ripio. No son las partes más agradables ir tan cerca del camino, pero en general es bonito ir tan cerca del lago y las vistas que se perfilan hacia a lo largo del mismo. Se llega a Punta Mattos, un peñón rocoso, una saliencia, desde Playa el Francés suma una hora más y unos 3 km. Está bien señalizado y es muy fácil.
(faltan fotos, muchas, pero la conexión no da)