Uspatán, por la ruta del Quiché y hacia la Alta Verapaz, 4 de noviembre de 2009
Una ruta a-lu-ci-nan-te! A-LU-CI-NAN-TE, la palabra que me ha identificado en las travesías anteriores con el legendario equipo de tres. Todavía no la había pronunciado en soledad, hoy se me salió de la boca en voz alta.
Esta ruta, A-LU-CI-NAN-TE no es la más transitada por el turismo que normalmente va por la zona de Chichicastenando, Lago Atitlán, Panajachel, Antigua… y que es hermoso, pero teniendo en cuenta que hace menos de tres meses estuve en esa ruta y que implica pasar por la capital guatemalteca me mandé más arriba y como ya es costumbre, GuateBonita no deja de sorprenderme ofreciendo siempre un paisaje variado, rico y precioso.
El panorama cambió. Hace frío. No hay plátanos ni palmeras sino coníferas y bosques por lo que los duendes andaban de fiesta queriendo saltar de las ventanas de la burbuja. En un momento paramos a tomar unos mates y a apreciar el murmullo de un río que nos saludaba desde abajo. Ahí fue donde me picaron unas hormigas coloradas. Volví a montar en la nave y me recomendaba tener cuidado, recordar que en América Central suele haber bichos raros. Imposible no salir picado, en este caso no es nada, unas rascadas entre el embrague y el freno. Por suerte mi única alergia comprobada es a la plancha de planchar e intuyo que al casamiento, pero esta segunda alternativa queda fuera de concurso por elección.
Esta mañana me di una vuelta por Comitán. Como ayer se me quedó sin baterías la cámara en el ciber no las pude subir. Lo intentaré ahora. Aquí no puedo titularlas, no sé si puede hacer, de todas formas, Comitán es la ciudad muy colorida y empedrada, el ambiente es diferente al de esta zona guatemalteca, quizás puedan reconocer.
Al cruzar a La Mesilla ya se nota una diferencia escenográfica, más banderines, más jolgorio, sin embargo la gente no cambia, los idiomas tampoco. Tantas lenguas. La radio durante todo el trayecto de la frontera transmite de forma bilngüe, sí, es realmente alucinante y lindo.
Después de la vuelta por Comitán, y los consabidos mates, preparé la salida y largué hacia la frontera de Ciudad Cuahutémoc-La Mesilla. Todo muy bien. Como tenía el permiso de aduana para el vehículo vigente, pasé como chifle y aunque llevo muchos bártulos y mucho circo, lentejuela y colgarejos, no me abrieron ni el baúl. Entré como pedo a GuateBonita y al llegar a Huehuetenango se presentaron las dos rutas, dos flechitas.
Si me voy por abajo, Lago Atitlán, Guate Capital, hay tráfico, tengo que cruzar la urbe, la ruta es buena y concurrida y ya la conozco.
Si me voy por el Quiché, la ruta es de montaña, no la conozco, sé que está pavimentada hasta Uspatán, no la conozco.
Tomo esta segunda opción, corro el riesgo y me voy por arriba. Hasta aquí llegué hoy. San Miguel de Uspatán. Atravesando los pueblos de Aguacatán, Sacapulas, Cunen…
Pensé que no había ciber, San Miguel de Uspatán es un pueblo pequeño. La gente es amable. En la plaza del centro hay unas mesitas que venden llamadas telefónicas, ahí están las muchachas ofreciendo los teléfonos para llamar. También las nenas que le venden a una señora los rellenitos de plátanos, nos hicimos amigas, se llaman Noelia y Brenda y me prsentaron a su primito que lustra zapatos y a toda costa me quería lustrar las alpargatas. Me contaron las chicas que van a la escuela, son inteligentes, sacaron fotos con mi cámara, les encantó y a mí me encantaron ellas.
Estoy en la Pensión de Galindo que recomienda Lonely Planet, me costó 20 quetzales! Calculen lo barato, un dólar son casi 8 quetzales. El cuarto es sencillo pero está limpio, huele bien, el baño está afuera y en el patio está el garrafón comunitario de agua potable. Detrás de mi cuarto, a pocos pasos por un pasillo, está la burbuja en estacionamiento cerrado.
Ya comí algo, un plato de papas fritas y dos buñuelos de plátanos, eso me costó en total 7 quetzales.
No sé cuántos kilómetros hice hoy, debo haber hecho alrededor de 300, lento, tranquila, deteniéndome en la panorama, con el vidrio abierto respirando el olor resinos de los pinos que me encanta.
Ya fui a un ciber pero estaban por cerrar, hay dos solamente así que vine a este, y ya está por cerrar… tuve que hacer cola porque todas las compus estaban ocupadas y acá estoy contándoles.
Mañana agarro el ripio. Oren por la burbuja. Dicen las buenas lenguas de acá que pasa lo más bien. Tengo 30 km más que son de pavimento y después vienen como 60 de ripio. Voy a ir despacio, evitando pozos y piedras. Hoy pensaba, después de todo también nos íbamos en el 4L al campo y mis padres viajaron en el Peugeot 403 hasta Paraguay hace más de 40 años.
No puedo subir más fotos para compartirlas con ustedes, esto está lento y van a cerrar, queda mucho pendiente por compartir, la idea es llegar mañana a Cobán, ya les contaré.
Los abrazo, gracias por estar del otro lado siguiendo los pasos de esta travesía, me gusta tener con quién compartirla, me gusta contarles, estoy muy contenta por todo.
Los surcos se dibujan en los campos en las laderas de las colinas, crucé varias colinas, subir, subir, subir y luego bajar, entre medio los poblados y la gente que al igual que en la región de abajo sigue siendo colorida.
Cobán, 5 de noviembre
Llegamos a Cobán. La burbuja se la re bancó. Un aplauso para la autita, mi autita colorada y femenina, una guerrera.
Anoche llovió toda la noche. Casi no pude dormir escuchando el repiqueteo constante de las gotas en el techo de chapa de la cochera, preguntándome qué va a pasar en el camino, qué va a pasar si se sigue empapando. La gente de la pensión de Galindo ya me había dicho que si seguía lloviendo por el Choro hay derrumbes y se cierra el paso y yo con ese autito que 4 por4 ni minga.
Cuando vi que era de día y el murmullo seguía azotando el techo en forma intermitente me levanté, me tomé unos mates y mientras miraba y miraba el mapa. El mapa no me decía nada. Podía regresar a Huehuetenango, deshacer el camino de ayer, el paisaje patagónico hacia atrás y volver a la zona baja de Chichicastenango, Panajachel, Lago Atitlán. La ruta larga. Miraba ese pedacito, una línea de menos de 4 o 5 cm que separaban Uspatán de Cobán. La ruta vista así, parecía nada. Una línea breve. Una línea hueca, significa sin pavimentar.
El mapa seguía sin pronunciar palabra. Sólo se escuchaba el sorbo largo, pensativo del mate y la música acompasada de la lluvia.
Vista desde afuera no parecía arreciar tanto. El sonido era engañoso. El cielo parecía clarear según mi deseo.
Encaré pa’l pueblo. Ahí están los que saben me dije. Los que manejan microbuses de Uspatán a Cobán tienen que cantarme la justa de cómo están las cosas. Buena onda total, solidaridad del camino. -Pasar, pasa.- me dijeron. -Ahí están las máquinas y la gente trabajando todo el rato. Agregan piedra al lodo para que se pueda pasar y pasar, pasa.
Se pusieron de acuerdo. Ellos están en comunicación entre las combis que salen cada hora u hora y media, cuando llenan, de Uspatán a Cobán.
-Usted no se preocupe. Nosotros nos comunicamos entre nosotros, y si el carrito se le queda, bajamos a toda la gente para que la empujen. Así que cargué y arranqué.
Iba lento. El ripio, al que acá le dicen terracería parecía fuerte, duro, firme y puntiagudo. Charcos y pozos. Yo estiraba el cogote, estudiando el terreno, eligiendo el surco que se presentaba mejor para tratarnos bien, la burbuja y yo. Así anduve por más de dos horas, sin dejar de prestar atención y sin dejar de cantar bajito mientras no dejaba de garuar.
Cuando ya calculaba que debía faltar poco -las combis me habían dicho que eran tres horas, aunque a mi paso yo había calculado que serían al menos cuatro- me topo con un cartel y el camino cerrado por piedras.
«Zona de derrumbes. No hay paso.»
Me quería matar. No había escapatoria. El camino estaba bloqueado.
En eso aparece un tipo en una camioneta blanca.
-Venga, si quiere me sigue, hay una vía de emergencia.
Y lo seguí.
Era un charquerío, un sendero. Gente, hombres y niños arrojaban canto rodado y rastrillaban sin descanso para afirmar una brecha por la pudiéramos pasar y pasamos!
Enlodados pero llegamos.
Acá estoy en Cobán. En la pensión de la Monja Blanca. Cuesta 75 quetzales, tengo una habitación bonita, amplia, da a un corredor con una hamaca y un jardín. Tiene Tv por cable, jarra de agua potable y Estela me dijo de cuál ducha sale más calentita el agua. Está lindo. Yo sigo contenta, agradecida de estar acá, agradecida de haber pasado esa línea breve del camino, la línea corta pero hueca, a pesar de la llovizna y el alud y los barros y de nuestra pequeñez insignificante en el planeta y de nuestra fuerza ínfima ante la naturaleza poderosa.
Cambió el paisaje otra vez. Otra vez se reverdece como esmeralda, se acaban los pinos y las coníferas resinosas y todo acá es de banana.
Ya comí pastel de banana, enpanada de banana y un pastelito de banana.
En el centro hay una señora que dice que vende empanadas argentinas. Tengo que ir a probarlas. Ya la saludé, me dijo que el dueño es un jugador de fútbol argentino que vive por acá.
El nombre de la pensión, la Monja Blanca, no se refiere a una monja en sí, es el nombre de una orquídea del lugar. Hay un viver, ahora voy a ver si me doy una vueltita.
La dueña de la pensión, Estela, estuvo en Argentina, la llevó su hijo. Se emocionó cuando le dije que era de allá y le brillaban los ojos cuando me hablaba del glaciar y las cataratas y del tango.
La burbuja a descansar, yo al ciber a contarles. Sigue lloviendo.
Como iba atrasada con las fotos van algunas de la llegada a GuateBonita. Hay de La Mesilla, la ciudad de la frontera, después hay de cuando crucé Huehuetenango, después de la ruta de ayer de Huehue a Uspatán y después de la ruta de hoy y la llegada a Cobán.
Aquí algunas imágenes de Cobán. La variedad floral es bellísima. Bastante exótica. La ciudad es resumida y sencilla. No es gran cosa pero está en medio de lugares que prometen ser más interesantes que la ciudad en sí. De todas maneras es lo típico, la gente de GuateBonita en las calles vendiendo sus elotes de todos colores desde el amarillo a el rojo como coral, elotes azules y violetas, largos y asaditos a la leña y mucha fruta. Y ahí nomás, pegadito, el puesto de Empanadas Argentinas. Dice la señora que las vende que el dueño es jugador de fútblo, que juega y vive por acá y que él las hace. La masa, buenísima! El relleno es de pollo, está bueno, pero claro,l no es esa carnecita con juguito que chorriiiaaa.
Lo que sigue chorrriiiiando es el cielo. Todavía llovizna. Me garúa finito.
Escuché en las noticias que es un temporal, las tormentas tropicales y ya pasará y todo lo que se moja se tiene que secar aunque después se moje de nuevo. No importa.
Ya me tomé unos mates y vine al ciber. Vine a dejar un mensaje breve.
Biotopo del Quetzal y Río Dulce, 7 de noviembre de 2009
Salí de Cobán por GuateBonita y con la idea de acampar en el Biotopo del Quetzal, zona de reserva ecológica que se conoce como región del bosque nuboso. Es una zona preciosa, verde, serrana, húmeda y con vegetación abundante y exótica, cascadas y mantiales por doquier.
Llegué rápido, en menos de dos horas desde Cobán ya estaba en la reserva. Dejé el coche en el estacionamiento y empecé a caminar por los senderos. Lloviznaba, pero esta vez mi deseo no era engañoso, el cielo se estaba poniendo clarito.
Pensé en quedarme ahí. Estaba bueno. Junto a cada espacio de acampe una mesita con sus bancas de madera, una parrilla y una palapa. Sin embargo, qué sé yo, no me quedé. Pensé en llegar un poco más adelante a otro lugar recomendado también en Lonely Planet, cerca de Salamá, un centro turístico con alberca y palapas y allá fui.
Llegué al centro turístico llamado Las Orquídeas y no me gutó, era una especie de parque de diversiones con toboganes de agua y albercas y un restaurante, nada de playa, parque, o espacio acogedor para acampar.
En ninguno de estos dos lugares había nadie, salvo los boy scouts en el primero y unos chicos jugando en las albercas en el segundo.
Qué hacer? Me pregunté y le pregunté al mapa. Sorbí un mate. El ruidito parece que responde. Adelante. A seguir la ruta. A Río Dulce. Pegué la vuelta de Salamá. Deshice unos kilómetros, no eran muchos, iba mirando si había algún lugar más copado por ahí. Llegué al entronque y encaré la ruta que decía Puerto Barrios.
El paisaje cambió, se fue achaparrando junto con la vegetación que durante un tramo se volvió agreste y espinosa para reverdecer de nuevo una hora y media después de camino.
En totalfueron unos 380km.No puse gasolina. El tanque seguíalleno.La gasolina de GuateBonita es GuateBuena, rinde más que la mexicana.
La carretera conduce derechito al Puerto Barrios donde el Lago Izabal y el río Dulce se encuentran con el Océano Atlántico, en Guatemala, y lindando con Belice, la cola de camiones era interminable. La ruta no es doble así que debía ir despacio y con mucho cuidado al intentar rebasar la hilera de containers.
Llegué a Río Dulce cuando ya había oscurecido, con la ventanilla abierta -trato de no usar el aire acondicionado para no forzar el motorcito de la colorada- calor y sin lluvia. Crucé el puente de lado a lado del río Dulce y empecé a prestar atención a los carteles para llegar al camping Hacienda Tijax que recomendaba Lonely Planet. Según decía estaba a 1 km alejándose de la carretera. Y allá me adentré, en la espesura selvática alimentada sin reticencias por del cauce generoso del río. No se veía ni lo que se hablaba en una especie de sendero campestre rodeado de jungla… y de río.
Al final llegué al parking de la hacienda, pero de la hacienda y del camping ni mu. No se veía nada. En la entrada, un hombrecito me había dicho que ahí debía dejar el carro y subir caminando unos tres minutos por unos puentes.
Encontré el puente, colgante y tembloroso, pero no me animé a seguir, así que pegué la vuelta y decidí buscar un hospedaje más al centro.
Llegué a la entrada de la hacienda, donde estaba el hombrecito otra vez, quien se ofreció a guiarme en bicicleta. Fuimos hasta otra casa, llamada La Finca y desde ahí, alguien, «el patrón» -dijo el hombrecito de la bicicleta- llamó por radio al guardia del camping para que me fuera a esperar a la entrada de los puentes, pasarelas, colgantes y temblorosos.
El lugar resultó ser precioso. No hay camping ya, son cabañitas conectadas por mulles y senderos, en medio de la jungla y sobre las aguas libres de las orillas del río Dulce.
Cuando llegué, la muchacha de la oficina-recepción me dijo que eran 160 quetzales, lo que excede sobremanera mi reducido presupuesto que debo cuidar a rajatabla si es que no quiero ponerme a tirar las cartas en la plaza del pueblo a voluntad y por lo que guste coolaborar. Todavía lo voy haciendo con elahorrito, así que le dije a la muchacha que no, que era muy caro y que buscaría algo en el centro del pueblo. Enseguida me bajó a 60! Eso ya era otra cosa, claro que debo compartir la habitación con una pareja de murciélagos -verán uno en una foto de la pared del cuarto- y el baño con un francés o candiese guapo pero babososo. El baño está lindo, está limpio y amplio y la cama está rodeada de un mosquitero pesado, grueso y consitente con lo que los murciélagos verán burladas sus intenciones de violar mi intimidad y convertirme en vampiresa.
El resto del lugar es un paraíso. El pueblo o centro tiene aires amazónicos, iquiteños, pero con un aire un poco más fresco. Es desorganizado, ruidoso y colorido. Me acabo de comer una ensalada de frutas con sal y algo parecido a polvo de cacahuates. Extraño pero rico. Y ahora de camino a la hacienda compraré algo más de alimento ya que por este lado es más barato.
Vuelvo a la paz de la hacienda. A tomar unos mates con el río. Amo el agua inquieta. Ayer, mientras venía en la ruta trataba de calibrar mi alegría, para no pecar de un exceso, y desée compartirla con alguien más, tener a alguien al lado para poder mostrarle o ver juntos. Quiero ver y quiero dar a ver, quiero aprender de la gente, reflexionar sobre sus modos de vida, sobre sus quehaceres, sus sabores, y sus necesidades. Y quisiera que otros con los mismos intereses pudieran estar conmigo o hacerlo por su lado, pero no dejar de hacerlo.
Quizás mañana me encuentre en una nueva frontera, por el Corinto y rumbo a Honduras. Otra vez Honduras, a ver cómo va la cosa por allá.