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Quito-Ecuador – 27 de enero – Guayasamín a prueba de lágrimas































Cuando entré a la Capilla del Hombre y al primer paso me encontré con los rostros de América, automáticamente, sentí que algo se rompía debajo de la garganta. En un lugar del pecho que puedo precisar porque ahí está, pero con inexactitud podría explicar. Si me toco es por acá, pero es adentro, ahí algo se desencajó. Me quedé muda. y lloré.
Me detuve en cada obra, volví sobre ellas, intenté transportarme al alma de Oswaldo Guayasamín, tratar de llegar a entender la magnitud de su sentimiento de dolor, de su comprensión y su comunión con el dolor de los otros, que termina siendo el de uno mismo, para ser capaz de encontrar la verdad en los contrastes y las formas acuareladas.
Es una obra sublime. Un mensaje eterno. Una misión que concluye en cada uno de los que llegamos ante sus imágenes y quedamos encadenados a la ternura y con esa ternura seguimos caminando pero no somos los mismos, algo cambió ahí adentro y ahora hay algo más por hacer.
De pie ante esas obras que hablaban mientras yo me quedaba muda, pensé en Fernando García Curten, en Jorge López, en ellos, nacidos con almas parecidas a la de Oswaldo Guayasamín, dueños de un secreto que no pueden revelar en voz alta o con palabras concretas pero que nos traen a nuestras almas a través de su trazos, de sus pinceladas, de su locura, en su desesperación tienen algo que decir, pero que no es decir con una explicación, una secuencia de palabras ordenadas en su sano juicio sintáctico, porque también está en nosotros, los que vemos desde el otro lado, la tarea de descifrar ese enigma y entenderlo cabalmente. Dispersos en diferntes lugares físicos del planeta, hay algo que nos mantiene en un mismo lugar, el mensaje, la intención, la misión, cada uno tratando de de ser fiel a sí mismo y al universo, hebras tan delgadas, delgadísimas, invisbles y presentes.
Hoy es un día conmovedor.
Anoche llovió. Llovió desde la tarde, y yo, con esa ventana enorme mirando al Panecillo sacudirse el aguacero desde la loma. Tomando mates. Leyendo. Escribiendo.
Esta mañana temprano, después de los mates y de charlar con Jaime , dueño de la posada, hice un recorrido por sitios de interés histórico, por plazas, por la Alameda con su observatorio astronómico, el Parque del Ejido, por edificios que arquitectónicamente merecen una visita, no dejo de hablar con la gente, ni de comer, todo es tan rico y accesible y la GENTE!
Y como si fuera poco, sucede que no voy a pagar el hospedaje. Cuando llegué, antes de ayer, Jaime estaba apurado y no podía atenderme. Su esposa, médica, lo llamaba para decirle que fuera a recoger a Michael, el niño, en la escuela. Jaime me atendía a mí y a los viajeros que se iban. Yo le ofrecí que si querçia yo iba a la escuela a buscar a Jaime, y él, viendo mi buena disposición o que le inspiré confianza, me dejó ese rato a cargo del hostal miesntras iba a buscar a Michael. Ahora, cuando Jaime sale, yo me quedo a cargo de la Casa Colonial y de Michael que es divino. Esto hace que me dé alojamiento y comida gratos. Igual no es cara en la calle, pero estoy acá, como en mi casa. Y qué casa!
Hoy tomé el trolebús hasta Bellavista y de ahí a caminar, en subida, hasta la Capilla del Hombre. Como broche de oro, pararme debajo de las ramas del árbol acogedor de la vida del jardín de la casa del propio Guayasamín. Cerrar los ojos. El árbol habla, me habla, y yo, que sigo muda, lloro otra vez.
Tengo más fotos. No puedo subirlas, está lento. Tienen que verlo, tienen que verlo ustedes mismos; decirlo, contarles, las fotos, no es lo mismo, es ESTAR AHÍ. IMPRESIONANTE.
El cielo plomizo. Iré a mi casa en la posada Colonial, hay dos chicos argentinos, Pilar y Marco.
Guayasamín, Guayasamín, ay, ay, ay, ser capaz de pintar, qué poder, qué chiquitita soy en esta tardecita ecuatorial.

Quito-Ecuador – 26 de enero




































Nadie deberìa morirse sin conocer Quito y, si alguien en sus cabales y con posibilidades de viajar a Quito no lo hace, entonces deberìa considerarse un pecado. Tanta magnificencia. Estoy soprendida. Me paro en las esquinas, me apoyo en un poste o en una fachada a ver la vereda de enfrente, la cuadra en diagonal, giro sobre mi eje, la otra cuadra, no puedo dejar de fotografiar 360 grados. Anonadad.
Estoy en la mitad del mundo. Hoy traspuse el paralelo 0 e ingresè al hemisferio meridional, ya podrè dejarme guiar por la cuz del sur.
Esta ciudad es bellìsima, al igual que en Caracas florecen los centros culturales, no se puede creer!!! En el Centro Cultural Metropolitano, GRATIS, una exposiciòn de Goya!!! GOYA!! Por otras salas una exposiciòn de fotos de los diferentes estados de Brasil que no recorrerè en este viaje, junto a ls fotos, la historia de los quilombos reductos de libertad. En el mismo centro cultural, al igual que los infocentros venezolanos, bibliotecas, internet gratis, salas de conferencias. La abundancia y gratuidad con que se puede acceder a la informaciòn, ahì està todo!
El entorno, el paquetito -como yo lo llamo- es precioso, pero ademàs està el contenido y està le GENTE. Esta GENTE, debe ser escrita con mayùscula. He entrado en diàlogo con un puñado de quiteños esta mañana, en la calle, hablamos y hay de que hablar. Gente buena y ademàs interesante, gente que sonrìe, gente conversadora.
Creo que mi relaciòn con Quito fue amor a primera vista.
Entrè a la ciudad, la ruta entre Otavalo y Quito tampoco tiene desperdicio. Buena ruta, peaje 1 dòlar, gasolina no he vuelto a cargar, todavìa no baja la agujita, rinde. Lleguè a la metrópoli, ya habìa estudiado el recorrido de entrada y todo bien a no ser por el trànsito embarullado del casco viejo, autos que se entrometen por todos los wines, policías de trànsito tratando de encarrilar la cosa y dos lìneas de trolebus que van de punta a punta sin contaminar el ambiente.
Al final la caguè porque me metì en un estacionamiento para buscar el hostal de a pie y al salir me mandè por unos tùneles y bueno fui a dar quièn sabe adònde, pero me reencontrè tras preguntar a un par de estas personas que se enganchaban a charlar conmigo y entonces paralizàbamos màs el tráfico que venìa atràs, por suerte no son jodidos, tienen paciencia. Pobres… ellos ahì y yo dàndole a la lengua ma sí pichi la mia nana era siciliana…
Estoy en la Posada Colonial, la autita adentro, ocupó el lugar de dos viajeros que venìan de Chile en una trooper que no arrancaba y echaba humo a rolete. En la Posada hay dos argentinos màs, mate que va, y el vidriero de enfrente, Gustavo, me va a tratar de conseguir yerba porque queda poca. En la Posada Colonial hay cocina para calentar el agua, mi habitaciòn es privada, enorme, con una ventana inmensa cubierta con una esterilla, adelante hay una sala comedor que da a otro ventanal bordeado de plantas, cuesta 6 dòlares. Recièn me comí un almuerzo completo por 1.50 dòlar, incluye sopa de arroz con carne, papa y choclo; pechuga de pollo con frijoles y ensalada y plàtano frito y un jugo natural de piña. Espectacular.
Anduve por el centro, quiero dedicar mañana a Guayasamin, sì Guayasamìn y la Capilla del Hombre!! No puedo creer estar viviendo todo esto este dìa con tremenda alegrìa. Faltò que saliera Rafael al balcòn, estuve en el Palacio de Gobierno, charlando con màs gente. Estuve en las iglesias que fueron construidas desde el año 1500 en adelante, destruidas por sucesivos terremotos y reconstruidas una y otra vez. La Compañìa de Jesùs, un espamo por el abuso, SIETE TONELADAS DE ORO fueron usadas en su decoraciòn. Estuve en los teatros, y en las plazas, y en las calles, y me gusta. Me gusta mucho Quito.

Otavalo-Ecuador – 25 de enero

































Otavalo. La Plaza de los Ponchos. Los mercados. Los hombres de pelo largo, no porque sean hippies sino porque asì lo llevan desde hace mucho màs que quinientos años. Azabaches melenas lacias, ojos de mirada profunda, inquisidora o intuitiva, esas miradas que saben màs allà de lo que simplemente se ve. Me gusta esta gente. Las mujeres vestidas de falda larga, faldas dobles, claras por debajo, oscuras por arriba. Un hombro cubiero de un paño tejido, o un poncho. Elegantes. Los hombres, los sombreros de franela, muchos usan una trenza larga y delgada. Todos calazan una especie de sandalia semi abierta o semi cerrada que parece ser comodìsima y todos son amables y lindos.
Las montañas rodean la ciudad y la bruma baja con la tarde.
Otavalo està a pocos kilòmetros de Ibarra donde dormì anoche. Allà hablè bastante con Hugo, el chico del hotel. Tomamos mates. Comimos bandeja paisa, arroz, frijoles, plàtano frito, ensalada, huevo frito, carne de chivo, aguacate, todo junto. Abundante. Hoy comì tamales en la calle. Riquìsimos. Baratos tambièn. Un tamal cuesta 35 centavos de dòlar. Facturas, 20 centavos de dòlar. Ecuador es barato. Las artesanìas del mercado son preciosas todas y accesibles. Hay mucho tejido de alpaca, tan suave… La gente aparece tranquila, muy afable, simpática, agradable y hay turismo, pero no parecen alterados por eso, ni cargosos, ni careros, hasta ahora la vida en Ecuador es maravillosa. Veremos què pasa en la capital. Necesito ir a Quito, aunque no me guste detenerme en las grandes urbes, esta vez, Quito, me detengo. Tengo que visitar a Rafael.
En Otavalo paro en un hostal que cuesta 5 dòlares. Tengo cocina arriba, al lado de la terraza, para calentar el agua, està bueno. Hay otros viajeros. Nos vamos cruzando. El otro dìa, en Popayàn encontrè a dos chicos de Australia con los que habìa estado en la hosterìa Wunderbar de Puerto Lindo. Compañeros del camino. Porque nos seguimos moviendo nos seguimos encontrando, y es una experiencia rica, divertida, muy agradable. Feliz.
Fotos veràn de esta tarde, de Otavalo, y de Ibarra, por donde pasèe esta mañana antes de salir.

Ibarra-ECUADOR!! – 24 de enero





















RReQueteBien TODO. Estoy en Ecuador. Como estaba ilegal en Colombia me hice la boluda y no paré. No me detuve. Miraba la nada y seguí y seguí hasta que vi un cartel que decía BIENVENIDOS A ECUADOR. JOYA!!!
Del lado de Ecuador, yo en el autito, día tranquilo domingo y la poli me dijo pase… pase… pero yo le dije que necesitaba un permiso de aduana para entrar el coche, entonces me indicó dónde era la oficina. Primero fui a la de migraciones, me sellaron entrada a Ecuador, me preguntó el oficial si ya había sellado salida de Colombia, sí, le dije con una sonrisita; entre tantos sellos raros en el pasaporte no se tomó la molestia de buscarlo, ni le incumbre, total ya estábamos en Ecuador y de Colombia ya salí hace raaato, antes de ir Venezuela. Ahora estoy, oficialmente, en Ecuador y sigo estando en Venezuela y todos esos días que estuve en Pamplona, San Gil, Valle de Leyva, Manizales, Popayán, no sé cómo, pero no estaba en Colombia -según consta en actas- aunque dichas ciudades queden en Colombia. Es todo muy cuántico, la física de las infinitas posibilidades.
Aconsejo, a cruzar fronteras y transitar rutas que se dirigen hacia las fronteras los domingos. Yo no pensaba llegar hasta Ecuador hoy, me habían dicho que ponía más de 5 horas hasta Pasto, que es aún Colombia, más dos horas más hasta la frontera, más después llegar a una ciudad de Ecuador, dos horas más a Ibarra. Hoy, pienso que por ser domingo, me llevó mucho menos. Solamente hubo un lugar en la ruta con cola de camiones, el resto ma garuó finito.
En la aduana de Ecuador estaba esperando a los jefes que se habían ido a comer, mientras me degusté unos mates. Como después de los mates seguían comiendo tranquilamente, fui a buscarlos. Me disculpé. Fueron geniales. Hasta nos hicimos amigos. Duval y Carlos, dos tipos muy gauchitos, nada de escalafón, sencillos. Charlamos, me pasé un rato tomando mates con ellos, hablando de otro argentino que se dejó ahí olvidado el pasaporte, así que anoté los datos por si lo encuentro en el camino y el celular de Duval para que en todo caso se lo envíe por paqutería. Gente que me cayó re piola la verdad.
Estoy feliz. Un suspiro salir de Colombia, no porque sea feo, tiene mucho para ver, disfrutar, apreciar y aprender, pero uno se siente amenazado con tanta presencia militar camuflada o semi camuflada en todas partes, o será que una tiene cola de paja, vio? Y estrella roja. Encima andaba sin papeles.
Esta mañana saliendo de Popayán me pararon una sola vez, me pidieron los papeles, le di la mescolanza que cargo desde antes, desde Cartagena, y el tipo estaba re dormido, me dijo en joda, argentinaaa boludaaa, así que desde ahí, en todos los retenes yo no percibí ninguna seña de «deténgase», iba como una boludaaa mirando la nadaaa.
Otro dato a tener en cuenta es que la gasolina -acá hay extra y súper- y la súper cuesta 2.10 dólar el galón, o sea que es mucho más barata que en Colombia que costaba 9000 pesos, 4.5 dólar el galón, digamos que la mitad, no? De este lado pagué un peaje, 1 dólar. Ahora voy a ver el tema morfi, que en todo el día estuve a mate, galletitas venezolanas y mangostinos.
Las fotos que acompañan el presente relato son de ayer, de Popayán y algunas de la ruta de hoy. Aún no hago una salida fotográfica por Ibarra, pero acá estoy, libre como el viento, de brazos abiertos a los Andes, de corazón abierto al pueblo de Ecuador. Ya contaré más.

Popayàn-Colombia – 23 de enero
















Ciudad blanca blanquìsima, erigida en las postrimerìas del siglo XVI. Casa altas y faroles. El paisaje cambia de olores. Se respira azùcar en su estado primigenio. Huele a dulce el camino. Los camiones pasan con cuatro, cinco y hasta seis acoplados cargados de caña. Los ùltimos acoplados se bambolean, ay mamita querida, si se nos cae uno encima…
Arranquè en la mañana desde Manizales, perfectamente, temprano. En las rutas de Colombia hay carteles, buena señalización, no me perdì, pasè por Cali y me entusiasmè en varias rectas, pensè que a ese ritmo llegarìa a Pasto, a dos horas de la frontera con Ecuador, pero lo bueno dura poco. Las montañas volvieron a parir laderas entre sus piernas de riscos y otra vez las curvas. Me detuve en Papoyàn, segùn era el plan.
La ruta fueron màs o menos 700 km. Gasolina, tanque lleno, 70mil pesos, què dolor… y peajes, DIEZ!!! De entre 6500 y 9500 pesos. Una guasada. La ruta està bien, pero voy a tener que empezar a hacer tiradas extras, jijiji.
La cana me parò dos veces. Con el primero casi entro en conflicto. Querìa plata. Me pidiò los papeles y los que le mostrè le parecieron bien… pero me pidiò otro, un seguro SOAC o algo asì. Al final lo convencì, ya me recorrì toda Colombia y nunca me pidieron eso asì que no me joda Don OFICIAL. Zafè. Con el segundo fue màs fàcil, charlamos del viaje. Odio que me paren. Pero buè. Acà estoy. Respirando azùcar y tierra hùmeda porque empieza a llover, en un hostal, dormitorio comunitario, con agua para el mate, y ganas de comer algo sòlido que no sean galletitas. Todavìa tengo galletas venezolanas y mangostinos nutritivos, un manjar.
Mañana, si la estrella y el viento nos acompañan, seguimos cantando a viva a voz en el camino, hacia el sur, quizàs con escala en Pasto, cada vez màs cerca de Ecuador, donde ansìo abrir la sonrisa pura y sincera, atarme el pelo en dos trenzas y estrechar camaradas.

Manizales-Colombia – 22 de enero



































Tengo un amigo saltimbanqui, es argentino, tiene una escuela de circo y acrobacia en La Plata.
Esta mañana, paseo por Manizales, ciudad de medio millòn de habitantes, habitantes simpáticos, gente activa, piola. Ciudad castigada por terremotos, reconstruida una y otra vez. Luce bien. Mucho trabajo artìstico en las calles.
Descanso y tomo mates como si estuviera en casa en el Mountain House. Planeo seguir mañana, de proa al sur.
Ah! Novedad. La gasolina extra aumentò, 8999 el galòn y encima es viernes que no se pueden tirar las cartas… y buè, habrà que salir a bailar a la calle con Matìas.

Manizales-Colombia – 21 de enero

Larga la carretera. Más que larga con complicaciones y demoras. Agotadora. Agotadora porque tiene más curvas que Isabel Sarli -y que Raùl Gaido juàjuàjuà y que Maria Rotundo- y ademàs, agotadora porque tiene tantos peajes que en un dìa de viaje se agotò mi fondo planificado para tres o cuatro dìas. Una barbaridad lo que cobran, encima la nafta. No se consigue la «extra» (super) en todas las estaciones de servicio. La extra està costando 8700 pesos y pico el galòn.
De peajes juntè los papelitos, no tengo ganas de hacer la cuenta, pero a grandes rasgos desde Valle de Leyva hasta Manizales hay ONCE PEAJES!! Cada uno cuesta entre 6000 y 7000 pesos y son como 500 o 600 km en total los que hice hoy y que me tomaron DIEZ HORAS!! (Extraño a Venezuela, Venezuela bendita y gratis)
Entré de forma equivocada a Bogotá, perdida durante un rato y pèrdida de tiempo. Lo que aconteció fue que pregunté a un don señor por dónde tomar la ruta a Manizales y me dijo que en el Puente del Común tome a la derecha y después siga recto y después por ahí había una curvita y tenía que pasar por abajo de otro puente… entonces yo iba muy atenta, buscando el Puente del Común, que fue más o menos como decir, en la casa del conejo de Riva y peor porque lo del conejo hasta debe tener letrero, pero bueno, era un santo y seña muy particular el del puente del común, no como para ponerlo con mayúscula, así que yo lo re pasé de largo y cuando quise acordar tenía un cartel adelante que me decía BIENVENIDOS A BOGOTÁ DC. Noooooo!!!!!!! Pero salí. Fue re cómico porque me metì en un peaje que no me tocaba y cuando averigûé y como ya estaba ahì en la caseta, me bajè del auto y le pedì a todos los autos de la cola que por favor dieran marcha atràs y se corrrieran porque yo le habìa errado fiero y ni en DOPE iba a pagar un peaje demais. Asì que armè un kilombo bàrbaro en la ruta, los que venìan llegando que tocaban bocina y yo dirigiendo el trànsito, juàjuàjuà!!!!!!
La ruta entre Bogotà y el cruce que bifurca Manizales o Medellìn, hasta ahì es insoportable, una cola de camiones y colectivos y gente y un caloooorrrrr… despuès se calma un poco, pero le daba y le daba, a 40 y hasta 60 km por hora, màs no se puede, y Manizales no llegaba nunca, y yo me preguntaba la concha de la lora, dònde queda Manizales y una voz conocida que me respondìa, tranquila Marìa, ya estàs por llegar.
Lleguè casi de noche y empecè a buscar el Mountain House. Estacionè y cuando lleguè a la direcciòn que da la Lonely Planet, cerrado. Unos pibes me explicaron que se mudò y còmo llegar y acà estoy. Es en la Calle Larga, a tres cuadras de la Zona Rosa. Un barrio residencial, el Mountain House una masa, re lindo. Tenemos internet, desayuno incluido, cuesta 10 dòlares, y duermo en un dormitorio comunitario con dos muchachos que aùn no tengo el gusto de conocer pero acà estoy rodeada de unas chicas argentinas de Catamarca y Tucumàn, muy divertidas. Mate que da la vuelta.
Afortunada, porque ayer, en el Colonial de Valle de Leyva, estuve haciendo de las mìas, changa, le tirè las cartas a la gente, por lo que guste cooperar, a las gringas les cobrè un fijo en dòlar y bueno vamos zafando viteh.
No tengo fotos para acompañar el relato de hoy. La càmara no la llevaba a mano. El camino es alucinante. La montaña cubierta de un verdìn casi todo el tramo, las montañas paren entre sus laderas abiertas màs montañas, el atardecer fue indescriptible, los picos irregulares, naciendo sombreados en la bruma,la bruma que se diluye en la luz, hermoso. Esta es la ruta del cafè y los lugareños son tan simpàticos que hasta parecen venezolanos. Es otra onda, creo que me caen mejor los colombianos de este lado y aunque dicen que Manizales tiene pocas bellezas que ofrecer porque sucesivos terremotos la han destruido, yo hace un rato salì a comerme un maicito y me parece que es una ciudad interesante, asì que mañana, con màs luz, darè mi veredicto particular y acompañarè de algunas imàgenes.

Villa de Leyva-Colombia – 20 de enero






























Llego cantando con Soledad Bravo, a viva voz y lágrimas en los ojos, la era está pariendo un corazón, no puede más, se muere de dolor, y hay que acudir corriendo pues se cae el porvenir. Hay que acudir. Lo grito.
Valle de Leyva es lo más pintoresco que he visto en Colombia, es un pueblo de mentira con gente de enserio. Un pueblo donde me gustaría sentarme en una mecedora a tejer en lana cruda, detrás de un ventanal con malvones, sin que se me ocurran esas inquietudes constantes, de como sigo cantando con la canción, dejar la casa y el sillón, pero, la madre vive hasta que muera el sol y hay que quemar el cielo si es preciso, por cualquier hombre del mundo. Por eso me niego a quedarme en este pueblo blanco, bajo un cielo que a fuerza de no ver nunca el mar se olvidó de llorar y en cuyas callejas de polvo y piedra por no pasar ni pasó la guerra, sólo el olvido y YO, como ustedes escucharán, larlalalá! sigo cantando y andando mientras canto y así será, hasta la victoria.
Pero volviendo, Villa de Leiva, para hacerle una visita, vale la pena. Para llegar acá hay tres peajes de 6mil pesos cada uno, desde San Gil; la ruta es montañosa pero no tan escarpada como desde Cúcuta a Pamplona y de Pamplona a San Gil, la ruta está bien, es angosta y de montaña pero en bastante buen estado, exige una velocidad máxima de 80km por hora y desde San Gil toma unas tres horas. Por suerte todavía acuño víveres venezolanos, acabo de saborear media lechosa gigante y dulce. Llegué con la idea de acampar, pero visto y considerando que no encontré el camping que aconsejan en la guía de Lonely Planet y que autita empezó a rezongar por las calles empedradas, empedradas al cien por cien, nada de adoquines, piedra sobre piedra irregular, al final me quedé en la posada Colonial que también recomiendan en la guía como barata y buena y me parece buenísima.

San Gil-Colombia – 19 de enero



















































En la ciudad de los giles.
Esta ciudad se llama San Gil, creo que no es el gauchito, porque éste, en lugar de bombachas, andaba de sotana -va foto-; la ciudad está enclavada en el medio de la cordillera. Es una ciudad colonial, con un vasto movimiento puebleril en las calles, de simpáticos giles. Como si fuera poco, me alojo en un dormitorio comunitario en Macondo. Ya compartí unos mates con Úrsula pero aún no he visto ni santo ni seña del coronel Aureliano. El primero de los Buendía sigue atado al árbol y yo abro puertas a hurtadillas por ver a Melquíades.
Esta mañana tomé la carretera de Pamplona a Bucaramanga, la ciudad de Maritza, compañera del camarada Fernando Morón. La ruta que une Pamplona con Bucaramanga y luego Pamplona hasta San Gil, es típico camino serrano. Curvas y más curvas. No hay opciones. Acá ni Mahoma vino a la montaña ni la montaña se fue a Mahoma. La montaña está ahí, firme e inconmovible, dura como su misma piedra. A veces la ruta se vuelve tan angosta, que en algunas curvas, cuando un camión me enfrentaba, yo me agachaba y me hacía chiquitita -más chiquitita- adentro de la burbuja, para que el camión amenazante no me aplaste. Como no hay opción, por esta ruta, pasa todo el tráfico necesario hacia Bogotá de norte a sur y viceversa. Es concurrida y lenta. No se puede ir prácticamente a más de 60 km por hora, por un lado por la secuencia de curvas, por otro, porque uno queda chupado atrás de un camión de carga y no es posible rebasar.
En Bucaramanga, ciudad grande, me extravié entre los bocinazos y las avenidas y volví a encontrarme en la autopista que en breve se resumió otra vez a una angosta senda pavimentada pero irregular.
Y se acabó lo que se daba. Se acabó la gasolina venezolana y hubo que sacrificar una puntada ovárica y cargar 40mil pesos! 20 dólares! Ay! También reaparecieron en escena los peajes, hoy fueron dos de 6000 y uno de 4000; Y…
la policía!
Me pararon, los soldados, para requisar el vehículo. Abrimos el baúl, miraron y toquetearon los bártulos y nos entretuvimos con la charla, el viaje… la travesía… uno de ellos quisiera hacer un viaje de este tipo, así que me preguntaba cosas, acerca de los caminos, las dificultades, el embarque y siga su ruta. Feliz viaje! me dijo con una sonrisa y por suerte, no me pidió papeles.
El paisaje, durante todo el trayecto, es impresionante. La cordillera muda de abrigo según la altura y la humedad. Hay tramos desérticos, de ocres, lilas y caobas, de los que de repente brotan los múltiples verdes. Se viste y se desviste, igual que la gente que bordea el camino con sus ponchos de lana o sus escotes.
Vuelvo al corredor de Macondo, hay una ventana abierta al cielo, impecable para unos mates en la hamaca anaranjada.
(Las fotos que acompañan son de la tardecita de ayer en Pamplona, de la ruta de hoy y algunas de esta ciudad, San Gil.)

Pamplona-Colombia – 18 de enero – Nous allons illegaux





























Cuando hace un par de años, mis hijos y yo llegamos a Tunez, tras haber cruzado el Mediterráneo desde Sicilia, intentamos jugar a ser fugitivos en el norte de África. Entramos escabullidos por las dársenas de un puerto nocturno y nos perdimos en la oscuridad detrás de nuestras mochilas enormes, con la voz agitada cantábamos, nous allons illegaux, nous allons illegaux… Esa vez, fuimos sorprendidos por un policía disfrazado de civil, fue amable, en general, todala gente en Tunes, fue muy amable, aún cuando nosotros fuéramos fugitivos.
Ahora estoy en Colombia. Ilegal. Ilegal en Colombia.
Vine por una ruta que me fueron explicando en las alcabalas del camino. Salí de Mérida esta mañana, Denyris, la dueña del hotel, venezolana y periodista, no me dejaba ir. Tomamos mates, quería seguir charlando. Me regaló una bufanda tejida al crochet, en la montaña hace fresco, sobre todo cuando desciende la bruma de las tardecitas.
Al final nos despedimos, con besos y abrazos, ella invitándome a su casa y yo prometiendo regresar.
Oficialmente, sigo en Venezuela. Nunca salí según no lo atestigua mi pasaporte.
Salí y tomé la ruta que de pronto dejó de parecerse a los nombres estudiados en el mapa. Yo hago una lista en una hojita, los nombres de pueblos que debo ir cruzando o desvíos a tener en cuenta, un boceto o borrador de lo que será el camino. O el papel mentía, o era de un viaje anterior, o yo estaba soñando -a veces pasa que en los sueños se nos adelantan, se nos confundem las cosas, la ansiedad nos traiciona dentro del insconsciente y es como estar viviendo un viaje más, con otros percances, otros amores, otros paisajes, es maravilloso-. En fin, que los nombres del machete no se correspondían con los carteles de la ruta. Pensé que había agarrado para el lado de los tomates, no es raro, siempre me equivoco varias veces y a lo mejor como antes fui a un supermercado grande a gastar bolívares en víveres, me había perdido. Pero no. Preguntaba a los guardias en las alcabalas y me decían que estaba bien, que llegara hasta Coloncito y ahí doblara en el toro, a la derecha. Yo no había anotado ningún Coloncito, pero la ruta estaba buena, una autopista, así que pregunté algunas veces más y le seguí dando. De pronto, OH! Puente roto. Desvío. Cruzar por el río!! La autita!! Río!! Nooooo. A caeja noooo. No había vuelta, la cola de autos, auto al agua! Cruzamos. Seguimos y al rato, puente caído, río con correntada, un pibe adentro guiando a los autos, agua a las rodillas del pibe. No va a pasar, le digo yo por la ventanilla. Autita es muy bajita. Una liliputiense. Sí pasa, dijo pibe y autita al agua! Se portó y a partir de hoy, no me caben dudas que además de terrestre es anfibia.
Llegué. De Orope, salida de Venezuela a Puerto Santander, Colombia. Nada de migraciones, nada de ventanillas, nada de oficinas, un puente de fierro, un cartel de Chávez saludando Feliz Viaje y una bandera de Colombia. Su ruta. A los 45 km estaba en Cúcuta y al rato en Pamplona. Ilegal.
Espero que esto no me traiga problemas al salir para Ecuador. Tengo menos garantías que posibilidades, pero tengo un pasaporte confuso, con tantos sellos y tengo tantos papeles… que no voy a hacer malos pronósticos, sino, todo lo contrario.
Pamplona es una ciudad colonial, muy vieja, de una edad colonial que se adivina muy temprana en su construcción, el hotel donde encontré lugar, con estacionamiento al lado, económico y gente cordial -agua para mate-, también trae consigo unos cuantos siglos. Me gusta.
Salgo a perderme en los callejones que serpentean las laderas andinas, altas laderas.
Me acostumbro con cierta dificultad al sabor de haber dejado Venezuela -aunque oficialmente sigo allá y si me quieren deportar, no me niego-. Una parte importante de mí permanece allá. Lo que he visto en ese país supera lo que desde antes traía como una ilusión. Las decisiones se toman todo el tiempo, sin titubeos. No se le da mucha vuelta a nada. Algunos acusan «autoritarismo», pero antes seguro hubo una advertencia, una ley, una decisión orgánica comunal; y si alguien o alguienes no cumplen, especulan, mienten… y se actúa en consecuencia, de inmediato, pregunto ¿autoritarismo? Las cosas se hacen, es visible, hasta la gente que medio sin saber por qué, dice que no le gusta el gobierno de Chávez, en la discusión, no puede dejar de reconocer lo que es demasiado evidente como para ser ocultado, callado, malentendido, fui testigo de hechos todo el tiempo. Culpa de las maquinaciones mediáticas, de los comentarios, de que cuesta creer en el ser humano y sus buenas intenciones, de que hay gente que todavía cree y vale la pena, yo llegué a Venezuela con reservas, por guardar una actitud crítica y no ser encegecidamente obsecuente con mis principios e ideología, me propuse observar, escuchar, a ver si era cierto o no era cierto esto o aquello. Doy fe de que la realidad superó mis esperanzas y fraguó cualquier reserva. Si antes era chavista, ahora soy más chavista que antes, y debo agregar, aunque suene abusivo o exagerado, que lo que veo en ese hombre cuando habla con la gente, lo que escucho, es un gran amor, inconcebible en este mundo de cosas, capitalista y ultrajante, es un amor muy grande.
Pero ahora estoy en Colombia, ilegal. Debo resignar algunas consignas, soltarme el pelo para que la estrella roja no me delate, y seguir avanzando hacia un horizonte nada lejano.