También, como ayer, se presagiaba que este sería un camino de subida empinada, sí es trepping, pero no es tan duro, hay subidas, hay bajadas, hay escaleras de piedras arriba y abajo, y hay sectores más bien planos. Agradable bosque. Rododendros, pinos, aroma de resinas, y puentes! demasiados otra vez! La última mitad del camino, ya sí, significa de hecho «subir» a Namche Bazaar. Cuando cruzo los puentes colgantes, en la mitad, con los ríos corriendo debajo, muy debajo, siento que quedo a merced del viento, que el viento va a voltearme, veo y acaricio los barandales de alambre retorcidos y alguna bandera de oración se enreda en mi mano, hay tantas! Llego al final con más esfuerzo que ante cualquier subida de roca, y con el estómago revuelto, luego pasa, y luego aparece otro puente que cruzar. Cruzar puentes graves, de eso se trata el reto que quizás debo vencer en esta vida. No sólo caminar arriba o abajo sobre firme, sino intentar flotar a esa altura del aire, sobre ríos que cuelan su furia debajo de nuestros pies, sostenida por qué, por la nada misma, en medio del aire, tal cual, a la deriv, y aunque en la cuerda floja, seguir adelante, un poco por decisión y un poco a lo que depare el azar y el destino, no hay más seguridad que esa sobre un puente colgante que se balancea a más de cien metros de altura y a lo largo de 300 metros de longitud, o más.
Pasamos dos check post donde nos registraron y en menos de tres horas, desde Monjo, estábamos en Namche Bazaar; un pueblo realmente enclavado en las laderas de las montañas, pintado ahí, a 3440 metros de altura, donde sugieren aclimatar, pero Martín y yo ya venimos aclimatados y Stella se la re banca, no tiene ningún síntoma así que seguiremos adelante, y arriba, arriba y adelante. Las mañanas son claras y las cumbres empiezan a imponerse a medida que caminamos. Nos rodean, cada vez más de cerca, cada vez más de frente.
Namche Bazaar está estampado en colores, un estampado amplio, impresionista, manchones rosas, celestes y amarillos impregnan las colinas oscuras o salpican la niebla que se instala justo a esta altura, a la altura de Namche Bazaar. Desde aquí, rodeando una de las suaves colinas donde se erigen las casitas de colores, es posible ver asomarse al Everest, como si fuera tímido el muy grandote, se asoma apenas detrás de otras montañas que están más cerca. No nos vamos a quedar un día para aclimatar en Namche, pero estaría bueno subir un poco en dirección a Khumjung y luego hacia la izquierda de la ladera para verle la pelada al grandote, y allá vamos, pero es tarde, la niebla ya se instaló como Pancho por su casa, no vemos nada, más y tarde llovizna. Salimos a ver los puestos del mercado, las artesanías, y los libros. Me compro un pequeño libro para aprender nepalí, está en francés, francés, francés nepalí, lo convierto en mi libro de bolsillo y lo saco todo el tiempo para intercalar alguna palabra con la gente, ellos sonríen, digo que hablo poco, ali ali nepali bolchhu, ellos dicen que dairei, mucho.
El alojamiento en Namche nos cuesta 200 rupias para los tres, el plato medio de comida, 300 rupias.