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Día 23 (12 de abril) – del km 20 a Kalakmul y regreso.

Salimos muy temprano. Mucho antes de que se levantaran los cuidadores del parque y pudieran detectar nuestros movimientos o adivinar nuestras intenciones. Es domingo y estamos eximidos de pagar la entrada de 61 pesos. Será un día largo e intenso. Primero, visitar el sitio arqueológico, después: a la aventura.

Son 40 kilómetros desde el acampe hasta las pirámides. Dentro del sitio hay señalización y dos recorridos sugeridos, la vía corta o la vía larga. O la que te guste y te inventes. No hay visitantes. Estamos prácticamente solos. Sin embargo encontramos a Samuel, un chico que dice trabajar de ingeniero civil; dice que están estudiando la topografía del lugar para hacer una autopista de cuatro carriles. Parece una mentira más ancha que una autopista de cuatro carriles pero por alguna razón Samuel insiste en que ese es el plan. Insólito. El camino es bellísimo como está y en todo el trayecto nos ha rebasado un solo auto. Cuatro carriles pueden hacer falta en un montón de lugares, quizás entre ciudades, centros urbanos, pero aquí defi nitivamente, no. Samuel era conversador. Contaba muchas cosas de su vida en la región. Nos habló de Belice, de cruzar la frontera tan fácilmente por la zona libre. Era entusiasta y se consideraba muy afortunado de haber conseguido ese trabajo ahí por casualidades de la vida. A mí, un proyecto de autopista de cuatro carriles entre Conhuas y Calakmul, me sonaba sospechoso. Pero yo soy tan desconfiada como inocente. El trabajo de Samuel consistía en subir a la pirámide más alta y tomar fotos del cielo completamente despejado. Las fotografías eran enviadas a un piloto que esperaba en el estribo de una avioneta estacionada en Campeche. En Calakmul, en pleno corazón de la selva, hay internet, eso también resulta extraño. Si las imágenes mostraban un cielo cien por ciento inmaculado, el piloto sobrevolaba la zona para tomar imágenes aéreas con una cámara sofisticada capaz de registrar el mínimo detalle dentro del enjambre uniforme de copas verdes. Desde el aire, esa cámara de precisión, es capaz de detectar senderos que ralean la jungla, lo que esconden las sombras, ¿la calzada maya?, huellas, promontorios, ¿pirámides? aguadas, ríos, ¿plantaciones clandestinas? los secretos de la selva, ¿prófugos? ¿migrantes? ¿narcos?

Calakmul es uno de los sitios arqueológicos más omnipresentes que hemos conocido. Las pirámides son enormes, no sólo por la altura que supera con creces el techo de la selva sino además por su volumen, por su solidez. También por la cantidad de estructuras que aún no han sido excavadas pero que se calculan alrededor de seis mil. ¿Sería esto lo que buscaba la cámara de la avioneta? En Calakmul, ciudad maya de los años 300 a 1000, que rivalizó con la gloriosa Tikal, las piedras hablan. Hay miles de estelas que relatan desde los glifos los sucesos, las conspiraciones, las enfermedades y las medicinas, las traiciones, los ajusticiamientos, los juegos de pelota, el quehacer de la familia y de los dioses. La ciudad no se termina en los dos recorridos señalados por los carteles y las flechas. Cada pirámide descubierta y limpia en su fachada, a sus espaldas oculta pasadizos, túneles, laberintos. Nos metimos por esa zona oscura de cada pirámide, entramos en cada hueco precintado y en cada puerta prohibida. Desde los tres templos mayores se adivina la presencia de más construcciones, hasta donde nos da la vista, hasta Tikal, a 100 kilómetros en línea recta donde se asoma la punta de un iceberg agudo y gris recortando el cielo azul. Elevaciones camufladas debajo de la tundra verde de las copas. Invaluable riqueza que descansa debajo de los bosques de ceiba y amate donde las máscaras de jade duermen vírgenes un sueño milenario. Calakmul es monumental. Nos quedamos extasiados, con la boca abierta al llegar a los peldaños más altos y no poder abarcar la inmensidad en una sola mirada. Hay escaleras por todos los costados, en distintos niveles y con escalones de diferente ancho y altura, dinteles, glifos. El entorno no es menor, potencia la magnificencia de las construcciones. La reserva de la biósfera de Calakmul es la más grande de México, es un albergue de orquídeas y jaguares, un recreo de monos y ocelotes que caminan junto a nosotros por la Calzada, de tucanes exóticos, de guacamayas azules y rojas, del mítico quetzal huidizo e imposible.

En la ruta de ida a Calakmul pedaleamos mirando a los costados buscando la entrada al camino para meternos hacia la central chiclera. No lo encontramos pero saliendo de las pirámides, casi sin querer, un señor nos dio la información correcta. El camino saldría a nuestra derecha en el kilómetro 48. Era una picada de tierra, apenas visible, como un rayo de luz al borde de la ruta principal. Entramos con las bicicletas, el suelo era firme. Enseguida aparecimos en un claro con bastante sedimento y escombros desparramados, la dirección es confusa pero hay un montículo, seguramente hecho a propósito para ocultar el camino. Del otro lado del montículo, está. Es de tierra y piedra. Difícil de remontar en bicicleta. Avanza hacia el sur, sudeste. Es un camino de huella de camión o carro, con yuyos en el medio y ramas y hojas caídas. El camino está abandonado, el avance es lento, hay que empujar la bici, hay pozos, piedras flojas, y el calzado no tiene agarre, resbala y tira para atrás. Ya ha pasado el mediodía y aunque hay sombra, el clima, caliente y húmedo, agobia. Llegamos a una especie de campamento, un lugar donde se nota que ha habido un fogón y hay un claro. No hay agua. La yerba llamada chinchincha está seca como paja. Avanzamos dos horas sin encontrar ni una gota de agua. La sed nos desalienta y nos tira más atrás que las dificultades del terreno. En ningún momento pensamos en las serpientes o en otro tipo de peligros. Al fin, una pequeña aguada. Un charco. El agua es turbia, de color marrón. La pasamos por un filtro de café y le agregamos Microdyn. Tiene gusto a caca pero es lo que hay así que llenamos las botellas y seguimos adelante levantando las bicicletas en una parte donde el ramerío enmarañado atraviesa el sendero. Nos sentamos a descansar y ante la incertidumbre de si habrá o no habrá agua más adelante, el sabor asqueroso del agua de ese charco, agua caliente y marrón, evaluamos que no podemos avanzar en esas condiciones hasta la frontera que sin embargo resignamos con tristeza porque no estará muy lejos. Pero no tenemos garantía de que al cruzar encontremos Naachtún y que en Naachtún haya rastro de vida y, primordial, agua. Sobre todo es el agua. Hemos avanzado 29 kilómetros hacia la central chiclera de Villahermosa y agotados aunque no muy convencidos de la decisión, pegamos la vuelta hacia Calakmul. Volvemos al pavimento amable y pedaleamos con calma pero sin agua hasta el campamento donde habíamos dormido.

Antes de llegar nos encontramos con una pareja con una nenita. Nos paran y nos dicen que ya les han comentado de nosotros, los “aventureros” que intentan cruzar la frontera ilegalmente desde la reserva. El muchacho dice que hay un operativo dispuesto para ir a buscarnos. Llegamos al campamento con cara de yonofui. Vemos que efectivamente hay dos cuatriciclos en marcha y movimiento de uniformados hablando por handi. Nos hacemos los boludos. Es de noche pero no se puede decir que se hayan cumplido las 48 horas establecidas por la escupida del capataz. Nos ponemos a armar las carpas. Les arruinamos el chow. Uno de los cuidadores se acerca. El papel que trae en la mano versa más o menos así: “se emite orden de arresto para tres aventureros de nacionalidad mexicana sic que se movilizan en vehículo bicicleta dos masculinos un femenino habiéndose dejado el campamento de esta seccional en el día de la fecha en dirección sur y no habiendo salido por el acceso de ruta tal como establecen los códigos y leyes vigentes bajo sospecha intentan cruzar ilegalmente a Guatemala a través de la mesura sur… etc”. Nos da un sermón, tacha con una cruz y una firma sobre la orden y garabatea: “sin efecto”. Órden de arresto queda sin efecto.

Nos duchamos, tomamos agua de un tanque en estado similar a la de la aguada y cocinamos tallarines con tuco con gusto a caca. Iremos por Belice, pero me voy a dormir pensando cuánto más lindo sería poder caminar la historia maya a través de sus Calzadas.

Datos técnicos:

Km 20-Calakmul-Villahermosa-Calakmul 144.4 km6.31.08 hsTotal: 1615.81 km.

Día 22 (11 de abril) – de Conhuas al km 20 de la Reserva Calakmul

Las curvas y subidas del camino, lo que logramos avanzar viento en contra y con la noche encima, nos depositó dentro del brote selvático de la reserva de la biósfera de Calakmul. Todo alrededor es verde y poblado de enramada y pájaros. Una variedad sorpendente de árboles altos, de ceibas, de amates, de corteza oscura y troncos precisos o de ramas grises quebradizas y, en el medio, enredaderas y helechos y más abajo hierbas y más arriba flores. Las casas de las cinco cuadras de Conhuas, no están una pegada junta a la otra. Me da la impresión de ser un pueblo silencioso en que las personas han caído de otra parte. Vamos a desayunar al restaurante de la dueña de las cabañas. Es una pequeña fonda, nos sentamos en una mesa que hay afuera. Las tortillas son gruesas y sabrosas, nos cuenta que aprendió a tortear con su mamá cuando vivían en los campamentos chicleros.

-Una torteaba, otra expulgaba el frijol, otra ponía el café y así se sacaba el trabajo. Mi mamá empezaba a moler a las tres y a las cuatro ya sonaba la campana y tantán, todo mundo a la chamba; aunque en el chicle era más libre que en las fincas que era muy esclavo, en el monte había carne para comer, había muchos pájaros, puerco, cojolito, pavo de monte, se podían cazar. Pero igual, el pobre trabaje donde trabaje, es pobre igual.

Como hemos leído que cerca de Calakmul existen campamentos chicleros a través de los que podemos cruzar a Guatemala, preguntamos:

-¿Y por dónde era ese campamento?

-¡Había hartos! casi todo Campeche era de chicle. A los trabajadores los traían enganchados y después les tocaba en un campamento o en otro. Acá había campamento por allá por la pirámide, como quince leguas de acá. Mi mamá era viuda, se volvió a casar y nos llevó a todos los hijos, menos a un bebito que lo creció mi abuela. Mi padrastro andaba en el chicle. Abrieron esos caminos con hacha para pasar con las mulas y con la galera.

-¿Y los caminos están todavía? es que nosotros queremos cruzar por ahí -le contamos.

-Han de estar pero hay mucha mata, se puede perder uno, hay que llevar guía y machete. Hay culebras por allá, la nayauca si te pica es mortal. Y también hay la mosca chiclera que te mete gusano y te come. A mi mamá la mosca le gastó la oreja. Mírela.

Cerca de la puerta hay una señora muy mayor sentada en una silla de ruedas. La cocinera la va a buscar y nos señala la oreja a la que le falta un pedazo como si hubiera sido lepra.

-La mosca chiclera, -nos dice. Le preguntamos cuántos años tiene y la madre, que no es sorda a pesar de la oreja, nos contesta:

ue no es sorda a pesar de la oreja, nos contesta: -Quién sabe en que año nací, no me acuerdo. Los caminos han de estar, pero mejor pregunten allá en la reserva a las gentes de allá, aunque saber si la aguada carga agua, porque acá todavía no llueve. A mí cuando me llevó mi esposo para estar en el hato, en la cocina, tardamos tres días andando y cuando llegamos Manuel me dijo que ande a buscar agua, pero yo le digo que dónde, que no veo, que solamente había yerba y él me dijo que debajo de la yerba estaba el agua y estaba bien fresca, debajo de la chinchincha estaba la aguada, limpiecita y fría como el hielo. La viejita nos contó que la vida en el chicle era tantito mejor que en la finca.

-Aunque siempre teníamos deuda con el contratista porque el chicle se trabaja en la época de lluvias nomás y como el ahorro no alcanzaba para el resto del año, teníamos que comer chaya sancochada o deberle al almacén de raya y después había que pagar y así nunca nos quedaba nada, pero igual era mejor que en la finca porque no te escupían.

-En la finca los escupían -nos explica la hija- cuando les daban permiso para salir y tenían que volver en lo que se secara la escupida, sino les daban chicotazos.

-Una vez vi cómo le dieron veinticinco chicotazos a mi papá en el lomo. Y después lo salaban y le echaban naranja agria. No me dejaron ayudarlo aunque corrí y yo gritaba que ya está muerto mi papá ya me lo mataron. Estábamos en la finca de los Lara, eran crueles los malvados, yo los maldigo. Eran tan malvados que uno se murió y le salió cola.

El camino entre Conhuas y Calakmul es magnífico. A medida que avanzamos la vegetación es más variada y exuberante. Existen todos los verdes posibles. Además hay un brillo especial sobre las hojas. Como si en el interior de la selva colgaran muchos soles. Para entrar a este camino hay que pasar por un control donde se pagan 28 pesos mexicanos. En la entrada preguntamos si desde Calakmul podíamos cruzar a visitar la pirámide de Naachtún, del lado guatemalteco. Nos dijeron que no. Que no hay caminos y que está terminantemente prohibido el cruce por ese lugar. Que toda persona que ingresa a la reserva debe salir por ese mismo puesto de control antes de que pasen 48 horas, de lo contrario se emitirá orden de arresto. Pensé en la escupida, al menos no sería tan pronto. Dijimos que habíamos leído que había caminos y que al menos intentaríamos llegar a la central chiclera de Villahermosa, que ya habíamos visto en el mapa y está a 8 kilómetros de la frontera. Que quizás con guía… que ni con guía, sentenció el hombre que cobraba:

-Acá el que entra, sale, y al que no sale lo vamos a buscar para sacarlo. Además, -agregó el pendenciero- si llegan a la frontera los detiene el ejército de Guatemala.

-¡qué buena onda!-se rió Martín- nos llevan de una a Guatemala.

Había que ser más cautelosos en la búsqueda de información.

Disfrutamos ese camino lleno de subidas y bajadas impregnadas de oxígeno y con casi nada de tráfico. A 7 kilómetros de la entrada pasamos de largo por el camping organizado Yaax’che; hicimos 15 kilómetros más y llegamos al área del museo donde está el campamento que usan los investigadores y arqueólogos. Nos quedamos ahí. Es gratis. Hay un par de baños con ducha y un área de acampe con fogón. Hay muy poca agua, turbia y de mal sabor. Los cuidadores del parque nos dicen que aún no ha llovido. Nos dicen que para tomar los senderos a los campamentos chicleros hacia Naachtún o Petén en Guatemala, sólo con un permiso de Xpujil, pero que esos permisos son para estudiosos e investigadores y que no se los dan a “aventureros”. Nos llama ‘aventureros’ y eso nos halaga. Somo tres aventureros. Tres aventureros decididos a intentarlo todo hasta el final.

“Muy probablemente no dé señales de vida en más de una semana. Si no me reporto en menos de un mes, a lo mejor me comió un jaguar, una anaconda, o me fui en un viaje extradimensional con unos amigos mayas. No me extrañen.” (Martín Murzone)

Datos técnicos:


Conhuas-Km20 Reserva Calakmul 22.8 km
1.15.02 hs
Total: 1471.41 km.