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Qué ver en Irlanda en tres días, Dublín y un poco más

Qué ver en Irlanda en tres días, Dublín y un poco más allá

Aprovechando la vida, los países más accesibles y con menos protocolo, y los pasajes baratos. Una conjunción que es como un crucigrama en el que esta vez se leyó la palabra «Irlanda».
No teníamos muchos días disponibles y tampoco nos convencían los precios del alojamiento que en Dublín no es muy económico pero al final, resultó bárbaro.

Transporte fluido y amable

Irlanda es una isla y en pocos días puede recorrerse mucho, mucho más de lo que nosotros recorrimos. El transporte es fluido y de muy buena calidad. Desde los hostels y hoteles organizan salidas diarias a otras ciudades para no dejar pendiente nada de lo que hay que ver en Irlanda. Inclusive se puede acceder a la Calzada de los Gigantes que se encuentra en Irlanda del Norte y pertenece al Reino Unido, sin más requisitos de los que se necesitan para entrar a Irlanda, se puede ir a Belfast y visitar la Calzada.

En nuestro caso, Martín y yo, dedicamos dos días completos a recorrer la ciudad a pie y, al tercer día, nos fuimos a visitar pueblos costeros.

La primera impresión cuenta muchísimo en un viaje y la nuestra en Irlanda fue que los irlandeses son por demás de amables, respetuosos y generosos. Desde que salimos del aeropuerto y preguntamos dónde estaba el bus local para ir al centro, nos respondieron con suma amabilidad y como si eso fuera poco, no nos cobraron el pasaje. Al llegar al centro el chofer nos indicó sencillamente «go ahead».

Los autobuses urbanos y suburbanos pueden pagarse con dinero, monedas, pero es mucho más sencillo y económico si se compra una tarjeta Leap Card. Esta tarjeta cuesta 5 euros pero después supone un ahorro del 20% en cada viaje y además sirve para el bus, el tren DART, y para viajar a todas partes, ya sea Galway, Limerick, Cork…
Nosotros conseguimos una de zopetón. No la habíamos comprado, pero cuando fuimos a visitar los pueblos costeros y andábamos buscando cambio, monedas para el bus, alguien le regaló su Leap Card a Martín.

Alojamiento, céntrico y con facilidades

Para dormir habíamos reservado el hostel Abigail’s y lo recomendamos. Si bien estábamos en una habitación de ocho literas, casi no vimos a nadie más. Y aunque se dice que quienes visitan Dublín lo hacen para emborracharse a rabiar, no hubo ruidos de entrada y salida de la habitación.

El Abigail’s hostel está bien ubicado, frente al río Liffey y uno de los puentes más emblemáticos y centrales: el Ha’Penny. Estar en el centro, si vamos por pocos días es lo más recomendable. Si bien hay otros barrios muy lindos en las afueras, como el Drumcondra que está entre el aeropuerto y el centro de la ciudad.

Abigail está a pocos pasos de lo fundamental que hay que ver en Irlanda, a unos metros del Trinity College que no podemos dejar de visitar y junto al Temple Bar que debemos transitar de día y de noche para verlo en todo su esplendor, con sus calles empedradas y con toda la parafernalia e iluminación nocturna. Luego la Guinness podemos beberla allí o comprarla en el súper y tomarla en la sala común del Abigail donde también podemos cocinar.

Los supermercados en Irlanda cuestan lo mismo que en otras ciudades de Europa y si podemos cocinar en el alojamiento ayudará y mucho a equilibrar el costo de la estadía. En esa sala común nos pudimos quedar el último día hasta la medianoche para ir luego al aeropuerto a esperar el vuelo que salía a primera hora de la mañana. Los sillones de los bares cerrados del aeropuerto de Dublín son muy cómodos y no hay problemas para echarse a dormir un poco allí antes del vuelo.

Otro de los aeropuertos que hemos experimentando para dormir y que resultó bien es el aeropuerto de Bilbao.

Recorrido intenso

Nuestro recorrido de la ciudad fue un recorrido sin tregua y lleno de satisfacciones y sorpresas. La arquitectura gótica y medieval que nos transporta en construcciones como la Catedral de Cristo o Saint Patrick o los castillos que visitamos en Dalkey, se conjugan con la arquitectura georgiana, casas señoriales de puertas pintadas de colores fuertes, la mayoría rojas, pero también naranjas, azules, o amarillas.

Conseguimos un par de mapas y marcamos todo aquello que ver en Irlanda y que no nos queríamos perder. Salimos a caminar e inmediatamente nos enamoramos del paseo por los malecones junto al río y los diferentes y peculiares puentes que lo cruzan. Encima con el milagro del sol. Sol en Irlanda. Increíble!

Una de las primeras cosas que visitamos fue el Trinity College. Es la universidad más antigua de Irlanda y su edificación y campus son de película. Las bibliotecas son maravillosas repletas de libros antiquísimos. Allí está el famoso libro de Kells cuyo mayor interés no son los textos sagrados sino las ilustraciones luminosas. Siempre hay cola para verlo debido a su popularidad. Este libro contiene una versión de los evangelios escrita en pergamino y data del siglo IX. Además tiene anotaciones en los márgenes, hechas por monjes amanuenses que se quejaban del frío y los calambres en las manos mientras escribían.

Todas las edificaciones del Trinity College son relevantes y pasear un buen rato por sus patios y meternos entre arcadas, pasillos y recovecos, nos deleitará sin ninguna duda.

Caminamos por el centro donde un obelisco de dimensiones colosales y forma aerodinámica se mezcla con el cielo que al menos, por esta vez, no es plomizo. Nos llamó poderosamente la atención un centro urbano poblado de gaviotas. Claro! si aunque no lo parece, estamos rodeados de mar.

Dejándonos llevar por las largas cuadras, fuimos hacia el Parque Merrion Square pasando por la casa donde nació y vivió Oscar Wilde.

No pude dejar de recordar durante todo el día al Príncipe Feliz y sus ruegos a la Golondrina, Golondrinita viajera, ansiosa por partir a Egipto:

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, allá abajo, al otro lado de la ciudad, veo a un joven en una buhardilla. Está inclinado sobre una mesa cubierta de papeles y en un vaso a su lado hay un ramo de violetas marchitas.

En el Parque, sobre una piedra, está la estatua colorida de Oscar. La expresión de Wilde, según se mire, será seria o risueña. Con una especie de sorna mira hacia la casa que lo vio nacer, como si se mofara de la clausura victoriana que tanto pesar costó a su personalidad.

Cerca de la piedra donde yace relajado Oscar Wilde, hay dos estatuas con inscripciones de frases célebres del escritor.

Irlanda es también cuna de James Joyce y Samuel Beckett entre otros más y durante nuestra caminata nos toparemos con lugares emblemáticos de todos estos personajes.

Otros parques por los que caminamos bajo el inhabitual sol dublinés fueron el Parque Phoenix que tiene más de setecientas hectáreas y es el más grande de Europa. En principio fue inaugurado en 1662 como una reserva de siervos que aún están allí, en libertad. Este parque está a un par de kilómetros del centro y es demasiado enorme como para dar una vuelta a pie. Conviene alquilar una bici en la entrada y, de todas maneras, pasearse horas infinitas por su interior.

Luego, el Parque Saint Stephens Green, construido en 1664, es uno de los parques públicos más antiguos de Irlanda. Está en el centro y nos encantó así que fuimos una vez más antes de partir.

Está ubicado al final de Grafton Street y rodeado de casas de estilo georgiano. Sus jardines fueron rediseñados en el siglo XIX con estilo victoriano que se conserva actualmente. Tiene nueve hectáreas y un estanque donde pululan cisnes y gaviotas. En este parque hay un sector especialmente pensado para ciegos con plantas aromáticas etiquetadas en braille.

También recorrimos a lo largo el Gran Canal, uno de los dos canales que conectan Dublín con el oeste de Irlanda. Se extiende a lo largo de 132 km para conectar con el río Shannon. El paso más pintoresco se encuentra en Ballsbridge, al sur de Dublín, donde el canal envuelve la ciudad de una manera hermosa, con árboles en ciernes y cañas que brotan de las orillas mientras los cisnes se acercan a comer de nuestra manos. Terminando el paseo nos sentamos a meditar junto al poeta Patrick Kavanagh, conocido por su trabajo sobre el irlandés cotidiano.

Entre los edificios sublimes de Dublin, cabe mencionar la Catedral de Saint Patrick, erigida junto a un pozo en el que San Patricio bautizó a los conversos alrededor del año 450.

El lugar en el que se encuentra la catedral albergó un pequeño templo de madera desde el siglo V. Luego, en 1191, los normandos construyeron una iglesia de piedra en el mismo lugar que fue reconstruida en el siglo XIII para conformar el edificio actual. La catedral sufrió incendios, profanaciones y abandonos y gracias a una donación de Sir Benjamin Guinness fue restaurada.

Otra Catedral es la conocida como la Iglesia de Cristo. Esta comenzó siendo un pequeño templo de madera creado por el rey vikingo Sitric en el año 1038. Posteriormente, en 1172 comenzó la construcción de la actual iglesia de piedra, un proceso que se alargó hasta el siglo XIII. En 1562 la bóveda de la catedral se vino abajo y logró ser reconstruida durante el siglo XVII. Esta catedral fue restaurada en su totalidad entre 1871 y 1878 y, aunque se trató de conservar al máximo su aspecto medieval, la iglesia sufrió muchos cambios tanto en su exterior, como en su interior, finalizado con un estilo neogótico.

Visitamos también el Castillo de Dublin que fue lugar de asentamiento de los vikingos, fortaleza militar, residencia real, sede del Tribunal de Justicia Irlandés, y sede de la Administración Inglesa en Irlanda, el Castillo de Dublín.

Entramos al Museo Nacional y al de Arqueología cuyas entradas son gratuitas y sus interiores grandilocuentes y de sumo interés.

Un visita ineludible de lo que debes ver en Irlanda, es la fabrica de cerveza Guinness. Sin lugar a dudas la más famosa del mundo y muy sabrosa. La historia de esta fábrica, alquilada por el primer Guinness con un contrato por nueve mil años! produce dos millones y medio de pintas por día!

De camino a Guinnes pasamos por la destilería de whisky Jamesom, Old Jameson Distillery, otras de las cosas que puedes ver en Irlanda y que hoy alberga un museo en el que se desvela a los visitantes el proceso artesano de elaboración del whisky irlandés.

Nos emborrachamos con los aromas y seguimos andando. Las cuadras de Temple Bar hay que cruzarlas de día y sin falta de noche. Para ver y escuchar el jolgorio y la alegría entre luminarias. Las calles de Temple Bar Están allí, en el centro neurálgico y de a pie de la capital irlandesa, así que no podremos evitar que se crucen esas calles en nuestro camino y a toda hora constituyen un espectáculo colorido.

Aunque… sin desmerecer, me sentí muy atraída por el auténtico barrio de Liberty y su gente. Hay que ir y detenerse allí a tomar un chocolate con tartas locales.

Todo este recorrido lo hicimos durante dos días. Al tercer día de nuestro viaje y para completar la postal de lo imprescindible que ver en Irlanda, nos fuimos en el transporte público, a Dun Laoghaire y luego a Dalkey.

Tomamos un autobús de transporte público sobre el Puente O’Connell y aunque el objetivo era Dalkey, nos bajamos a dar una vuelta en Dun Laoghaire, ubicado a 13 kilómetros al sur de Dublin. Es un pueblo a la orilla del mar, con un puerto pintoresco, veleros que atracan en los muelles y una calle comercial viva.

Luego de darle una vuelta a Dun Laoghaire volvimos a tomar el bus para seguir rumbo a Dalkey.

Sobre la calle principal de Dalkey existe una cuenta con una iglesia del siglo X y dos castillos normandos. En la ciudad hay cinco castillos más. Pasamos por los siete castillos de Dalkey, algunos de ellos habitados hoy día por ricos y famosos. Luego, siguiendo una ruta de senderismo muy bonita, bordeamos la costa hasta Bray.

Pasamos por enormes espacios boscosos, agrestes y tranquilos a la vera del mar. Enfrente está la Isla de Dalkey con su correspondiente torre medieval.

Para regresar a Dublin tomamos el tren Dart.

Durante este viaje, escapada de un fin de semana largo, vimos mucho más de lo aquí relatado. Por ejemplo… no pasar de largo por los brillantes pechos de Molly Malone.

Con esta breve reseña te animamos a vivir tu aventura y disfrutar de lo que hay que ver en Irlanda. Vale la pena y aunque hay más por descubrir, lo dejo en suspenso para que tu espíritu explorador también se sorprenda.