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Guanajuato diez años después, nada ha cambiado

Habíamos vivido en Guanajuato desde el 2003. En mi caso, fue en el año 2011 cuando dejé definitivamente ese lugar donde la vida había sido linda e intensa.  Diez años después se pone la piel de gallina al descubrir que todo está en su lugar o casi. Diez años no es poca cosa, sin embargo para los vecinos de Guanajuato es como si el tiempo no pasara. Será por el agua que nos tomamos me dijo el panadero de enfrente de la casa de Puertecito. El mismo panadero de hace diez años, con la misma cara, sin una arruga más ni una menos. Tal y como lo dejé hace tiempo, acodado en el barandal que resguarda a los peatones de la concurrida calle de Embajadoras.

Así todo. Los mismos negocios. Encontrarme con mis amigos y ex-colegas y verlos igual-igual.

Algunas construcciones han cambiado, algunas tienen más color y otras se están cayendo. No es extraño que en Guanajuato, de vez en cuando, se derrumbe una casa. Es Patrimonio de la Humanidad y aunque buena parte se mantiene, otra parte, intocable, no aguanta el peso de los siglos y se cae.

No pasa lo mismo con las personas. Pienso que los seres vivos de Guanajuato deben ser cómplices de las momias y, como ellas, por el efecto del clima y la humedad precisa del aire, se momifican y aunque pasen los años, no cambian.

La ciudad, vista desde donde se mire está colorida como siempre. Una paleta altisonante, llena de contrastes. Además hay buen ambiente. Música, baile y comida deliciosa.

En Guanajuato hay que dejarse llevar por los callejones y las plazas. Perderse, verlo todo desde arriba lo que resulta una postal, y puerta por puerta. Todo está lleno de encanto.

Hay varios museos para visitar, además hay que pasar por el Callejón del Beso, enterarse de la leyenda, ir a la Alhóndiga, al Mercado Hidalgo y dar muchas vueltas por el Jardín Unión, el Teatro Juarez y el Templo de San Diego. Iglesias hay más y teatros también.

Caminando se puede llegar hasta la Presa de la Olla y, detrás ver la de San Renovato. Son muchos barrios y muchísimos callejones. Hay que subir, los ojos agradecerán. La vista se nos llenará de un panorama único. Hay que verlo de día, iluminado por ese sol de Guanajuato que no interrumpen las nubes. Y de noche, cuando las luces de la ciudad empiezan poco a poco a confundirse con las luces de la tarde. Es un espectáculo embriagador.

Volver a Guanajuato significó muchísimo para mí. Me sentí feliz de volver a andar por allí y de volver a conversar y a abrazar a mis amigos, a los humanos y a los árboles también. Siguen allí. De pie y echando ramas.

Para llegar a Guanajuato, desde el DF, se pueden tomar los buses de Primera Plus o ETN, ambos son un lujo.