A la cumbre! Qué hermosura. El Gokyo, sin llegar a ser un seismil, poco más de un cincomil, domina. Está en el medio, imperturbable, porque ninguna otra montaña lo cierne y desde su cima, se ve todo. Está a los pies del Everest, y visibiliza sin binoculares el Makalu.
Encaramos en la mañana, sin las mochilas que se quedaban en el albergue de Gokyo, el de la hija de Pemba de Phanga. Encaramos mal. Pensamos que en dirección al collado de Renjo La había un camino más accesible y no tan empinado pero terminamos subiendo de manera más bestial que por el sendero vertical normal. Se nos hizo realmente como el dicho «cuesta arriba», pero llegamos, a las zancadas, agarrándonos del aire, en cuatro patas, por angostos senderos de yaks o cabras, cada vez era más vertical y con menos escalones donde poner los pies, pero llegamos, y no por eso pensamos que hemos llegado a lo más alto. La vista desde la cima del Gokyo, a 5660 metros, es vasta. Se ven los tres lagos hilados de la mano, parte del glaciar de Ngozumba que debemos cruzar más tarde, otros lagos congelados en dirección a Renjo La, el Everest, y el séquito de montañas veladas de blanco que lo rondan.
Bajamos. Comimos algo, descansamos. Volvimos a calzarnos las mochilas y salimos para cruzar el glaciar de Ngozumba. Un glaciar, al parecer en Nepal, no es lo que imaginamos los que vivimos en Argentina. Este glaciar parece haber sufrido una extirpación de su propia entraña. Es un hueco de la tierra. Como si la erosión le hubiera arrancado las tripas y algunos órganos y hubieran quedados las cavidades caladas, paredes de hielo en las que se han grabado las huellas de antiguas paredes hermanas que han sido desgajadas con una fuerza infernal o apocalíptica de su origen. Son huecos. Enormes bocas de roca y hielo a las que les falta su otra parte, y esa otra parte, hoy o es morrena del glaciar, deshecho, pequeñas piedras trituradas por esa fuerza infernal apocalíptica, o son agua que conforma pequeños lagos algunos de ellos apenas congelados por el frío en su reminiscencia de haber sido sólidos y haber tenido forma alguna vez.
Caminar por ahí, por las morrenas, cruzar el glaciar de Ngozumba, no es cómodo. Todo lo contrario; es fastidioso, es molesto. Las morrenas son como pilas de canto rodado, frágiles y blandas donde nuestras botas se hunden en cualquier dirección. Hay que cruzarlo. El camino no es claro pero uno conoce la dirección y pasadas esas morrenas, la desolación que nos circunda ofrece un sendero, dentro del mismo panorama desolador. Algo nuevo. Algo diferente. Tras caminar un poco más por ese sendero ya sobre más en firme, se llega a Thannang que algunos llaman Dragnag.
Todo es más caro a esta altura, un dhal baat llega a costar 650.