De Dole a Gokyo

Le dimos de un tirón y llegamos a Gokyo. Qué belleza es esto. Las montañas, los manchones de nieve, y los tres lagos enlazados, cada uno, tras el otro, más sorprendentemente turquesa.

De Dole es subir. Y subir. Se trata de un faldeo bastante confortable para lo que de esto se trata, y sarna con gusto no pica, el placer llega, los lagos aparecen, y lo hacen sin aviso, como por arte de magia, al final de varias horas de peregrinaje. Faldeando se pasa por el pueblito de Lhabarma, y después por Luza, y luego a Machherma. En medio aparece un subi y baja de esos que paracen querer fastiadiarnos o agarrarnos para la joda, o tomarnos el pelo, pero no hay que darles el gusto, hay que disfrutarlos, hacerles entender que en vez de todo eso, cada uno de sus altibajos nos está regalando un panorama diferente del mundo, del derredor, y de nuestro interior también, porque a cada paso, arriba, o abajo, respiramos al mundo de diferente manera, y lo aprehendemos así, con todos sus matices, agitados a veces, y cómodamente, otras, y sin pensar en nada muchas, y pensando en todo otras muchas veces. Subiendo, bajando, respirando, sin aire, pensando o sin pensar, paramos en Phanga donde nos recibe la sonrisa amable y la generosidad desinteresada de rupias de Pemba. Nos invitó té con leche, agua para el mate, estaba tan feliz de recibirnos. Nos cocinó un chow mien inigualable y suculento como ninguno, y nos recomendó el albergue de su hija si llegábamos a Gokyo, y llegamos. A 4800 metros de altura. Fue un buen camino. El primero y pequeño lago, Lonpongo, apareció de pronto, no esperábamos nada, después llegó el segundo, Taujuna Cho o Taboche, un poco más grande, un poco más azul, y después el impresionante y turquesa Dudh Pokhari, todos ellos como tomados de la mano a través de hilos de agua que unen a uno con otro, como si temieran extraviarse entre tanta magia, confundirse entre las pircas de piedras que mezclan el camino y confunden a los espíritus errantes para llevarlos más allá de cualquier señal certera. Me encanta este lugar. Conjuga de verdad la magia pura de todos los senderos del Himalaya. Parece en el centro de las cadenas gigantes del mundo. Desde Gokyo puede llegarse a la cúspide del planeta, a ver hacia un lado y al otro el Makalu o el Everest. Lo haremos mañana. Mañana intetaremos conquistar al Gokyo, una humilde cumbre de 5360 metros desde la cual puede verse la geografía total del Himalaya.


Nieve, lagos, montañas cara de piedra que nos cercan ya sin la incertidumbre de las ramas del bosque, ya estamos juntos, frente a frente. Algunas prefieren olvidarnos, hundidas en la niebla. Otras se nos adelantan a cada paso nuestro. Defienden su territorio. Lo dominan todo. No queremos invadirlas, sólo conquistarlas, seducirlas, con el respeto que su magnificencia se merece. Adorarlas con nuestros pasos. Ser permitidos de ellas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *