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Bulgaria, una promesa

Todo empezó un año antes, cuando Bulgaria se interpuso en nuestro camino.
Íbamos desde Turquía hacia Rumania, por tierra. Stellete, Martín y yo.
Bulgaria estaba ahí, en medio, y decidimos darle una oportunidad. El recorrido fue tan breve como sorpresivo y encantador. En la pestaña Bulgaria podrán enterarse de más detalles acerca del descubrimiento. Nos impactó y yo me prometí regresar al año siguiente, sobre todo para recorrer las Rila.
Volví a Bulgaria. Interesada en las montañas Rila pero también interesada en su gente y su cultura que habían despertado mi curiosidad. «Casualmente» cuando recorríamos los Himalayas algunos meses antes, nos habíamos cruzado bajo la bruma de una tupida tempestad de aguanieve con una chica búlgara. Contra viento y tormenta nos dio su teléfono que yo guardaba húmedo y desteñido entre mis cosas. Teodora Hadzhivosheva.
Llegué a Sofía y me alojé en un hostal. Luego llamé a Teodora, Teo, y en dos días estaba viviendo en su casa. Un departamento antiguo, lleno de bibliotecas y libros, dos gatas y un piano y cuyas ventanas y balcones daban a un parque enorme. Era perfecto.


Teodora me comenzó a conectar con gente. Yo quería recorrer las Rila pero para conocer más acerca de la cultura, el idioma, la historia y lo cotidiana, nada mejor que hacer un voluntariado.

Yavor, una aldea con cuatro habitantes y montañas violetas

El primero que encontré fue a través de un amigo de Teodora que lidera una organización ecologista y un tanto mística Learning for change . En general los búlgaros son bastante místicos. Este chico, Ognian, me contacto con Nadezhda Maximova que fue mi primer lugar de voluntariado en Bulgaria.
El voluntariado fue en una aldea llamada Yavor, a 7 kilómetros de la pintoresca ciudad de Triavna. En Yavor vivían cuatro personas contándome a mí. Uno solo de ellos tenía vehículo. Los otros tres nos movilizábamos de a pie hasta el cruce con una carretera principal y desde allí, caminando o a dedo hasta Triavna. Para regresar había un autobús que pasaba por Gabrovo y daba una vuelta por otra ruta pero que llegaba hasta la misma intersección.
Mi trabajo en este lugar fue en parte reemplazar a Nadezhda, Nadia, debido a que durante el verano ella se ocupaba de actividades de limpieza de las playas con la organización ecologista.
Yo tenía que limpiar los huertos, quitar las malas hierbas, cosechar el trigo, desgranarlo, cosechar manzanilla y tilo, secarlo y preparar sobres de té para la venta y algunas tareas más como lijar un cerco para repintarlo después. Vale decir tareas de campo, producción y de mantenimiento. Otra de las tareas era cargar estiércol en una carretilla y llevarla a un corral donde se compostaba, y otra cosechar frutos rojos cuando estaban a punto, para hacer dulce.
A cambio tenía una casita preciosa donde vivir, en un lugar hermoso, y comida.


En este lugar aprendí mucho acerca de cómo se trabaja la tierra en esa zona fresca y entre montañas. Aprendí a reconocer malas hierbas y rescatar otras que parecen insignificantes pero sirven para muchas cosas. Tuve contacto con los pocos vecinos que sólo hablaban búlgaro, así que no me quedó más remedio que hablar como ellos o callar para siempre. También incorporé las tradiciones de la región y me sumé a los rituales estacionales.
Estuve un par de meses allí donde tanto el lugar como la vida me resultaron muy inspiradores.

La vida es una oportunidad que merecemos todos

Mi segundo voluntariado en Bulgaria fue en una Casa de Oportunidades. Muy diferente a una casa de «oportunistas». Encontré el anuncio en internet y fui a una entrevista.
Fue en una ONG llamada Foundation for Social Change and Inclusion en inglés. Esta organización ha ido creciendo muchísimo con el correr de los años. Lo que hacen es ofrecer un lugar para vivir a los jóvenes huérfanos que, cumplidos los 18 años, quedan fuera de los orfanatos, en la calle y sin medios para salir adelante.
Llegar a una Casa de Oportunidades es opcional. Los jóvenes corren la voz entre ellos y llegan a ver si hay lugar. Al principio, cuando yo llegué a la Fundación tenían sólo dos casas. Actualmente hay muchas más.
Desde la Fundación se busca motivar a los jóvenes, ayudarlos a buscar una salida laboral. Ellos mismos han creado una fábrica de jabones «Hope sope», los jabones de la esperanza y tienen al menos un café restaurante en Sofia.
Mi tarea en este lugar era desde la nada, porque había pocos recursos y pocos materiales, inspirar a los jóvenes a hacer cosas. Guiarlos a administrar el dinero que se nos daba por semana. Una suma mínima, como un salario mínimo. Con es dinero había que sobrevivir y yo lo hacía junto a ellos como una especia de ejemplo organizado.
La Casa estaba en Skravena, un pueblo rural cerca de Botevgrad. Allí crecían ciruelos en las calles por lo que una de las tareas que invité a hacer fue la de cocinar dulce de ciruelas. También les enseñé a hacer pizzas y pan ya que en le Casa había un horno eléctrico. Hicimos cerámica gracias a que la tierra del lugar era plástica y arcillosa. Hicimos huerta. Y así lo que se iba ocurriendo y en lo que yo podía, algunos se entusiasmaron aprendiendo griego o inglés, otros quisieron hacer macramé y en esos días, además, arrancamos con la fábrica de jabones. Aprendiendo todos, yo también.


Yo aprendí búlgaro, aprendí de la región y su gente, aprendí a cocinar algunas tortas que me enseñó una señora que iba una vez por semana a la Casa de Oportunidades.
Me daban una casa pequeña donde vivía sola. Tenía todo lo necesario. Y me daban la misma cantidad de dinero que a los jóvenes para administrarnos juntos.
Además también yo era una guía en cuanto a manejar horarios normales, tener voluntad de levantarse en las mañanas a hacer cosas y adoptar hábitos saludables de higiene.
Fue una experiencia genial y enriquecedora para todos.

Hacer voluntariado en Bulgaria es una opción ideal para conocer más de este país y su gente. Una sociedad sana e inocente dentro de un paisaje encantador y lleno de sorpresas.
Para llegar la puerta de entrada es Sofia, pero también se puede llegar a través de las fronteras terrestres. En Sofia la estación de trenes y de autobuses están una junto a la otra y es bastante fácil manejarse. Además, el pueblo búlgaro es acogedor y estarán a gusto de indicar y ayudar al viajero.

Enyovden (Eньовден)

10201466483084369 (2)Yavor, Bulgaria, año 2013
La lápida la encontré en el primero de los manantiales, abajo del roble. A este manantial, donde está la lápida, no precisamos revisarlo antes del ritual. El camino está bien marcado, es un camino viejo, erosionado para siempre por antiguos pasos.
Este camino pasa por las diez casas de la villa; excepto la nuestra, todas las demás están abandonadas. Nosotros elegimos quedarnos, nuestra última morada, no en la que nos vamos a morir, sino en la que viviremos para siempre. Ya no hay nadie más que nosotros dos. Todos se fueron. Quedan los gatos en los tejados, encerrando en las pupilas la caravana invisible que se hunde entre los pastos. El segundo manantial es más inaccesible, está más lejos, bosque adentro; en el bosque oscurece más temprano, y el brote de agua no se sospecha hasta que, al bajar una ladera, una lágrima gotea casi en silencio sobre el ramerío.
Solamente una brecha confusa llega hasta el segundo manantial. Dos días antes del ritual, recorrimos la brecha y la limpiamos. Trabajamos con la guadaña desde que cayó la siesta y hasta el anochecer, abrimos paso en la maleza e hicimos a un lado los árboles caídos. Por ahí, yo tendría que pasar con el cántaro lleno y las manos ocupadas en sostenerlo. El tercer manantial es el que está más cerca, hay que llegar hasta donde termina el camino viejo pasando por delante de las diez casas y cruzar en diagonal un campo de eneldos.
La lápida la descubrí una tarde que fui a juntar bellotas para sembrar un surco de plantines de roble. Acariciaba la hierba buscando entre los tallos las bellotas cuando me pareció que eso no era una piedra normal. Busqué los contornos y limpié las hojas que la cubrían. Estaba tallada, había una inscripción cuyas letras eran más griegas que cirílicas, más geométricas y menos redondeadas. En el medio, la cara de un hombre a la que el tiempo había amputado la nariz. La mitad de la boca estaba tapada por tres dedos rebanados también por el paso del tiempo; esos dedos sostenían algo indiscernible. Quise mover la piedra pero estaba calzada en el suelo. Parecía muy enterrada, parte del terreno y de las raíces del roble. Me impulsaba la curiosidad pero sentí que no tenía derecho a sacarla de ahí. A menos de un paso, se abría la boca del primer manantial.

Justo esa noche, antes del Enyovden, se completaría la luna llena y eso era un milagro maravilloso. Son las lunas más grandes vistas jamás. Salí con tiempo suficiente para recorrer los tres caminos antes de la noche. Yo sola, porque solamente tienen que ir las mujeres y en absoluto silencio para no corromper el poder sagrado del agua. Cuando volví, él desgranaba el trigo junto a la tabla redonda en medio del campo y medía las luces del atardecer con su mirada. Sin hablar, sin ninguna palabra, le sonreí y dejé el primer cántaro en el alfeizar de la galería.
Salí hacia el segundo manantial y comprendí su gesto pacífico pero de advertencia. Él, me esperó junto a la tranquera con una corona de flores de galio que él mismo había trenzado. En total silencio dejé el segundo cántaro junto al primero y fui hacia el tercer manantial, el más cercano. Cuando tuvimos los tres cántaros llenos, los llevamos hacia la tabla redonda en medio del campo y volcamos un poco de cada uno en un cuenco de barro. La noche era completa y la luna más grande iluminaba la superficie del agua. Nos vimos reflejados. Nos reímos tomados de la mano, y nos sentamos junto a la tabla redonda a comer el trigo con miel.
Ya no nos íbamos a dormir. Nunca. Dormir ya no era necesario. Siempre habíamos estado juntos, sin embargo, nos contábamos historias como si hiciera años que no nos veíamos y nos amábamos con locura como dos prisioneros liberados de la condena perpetua. Y agradecíamos y celebrábamos la alegría de poder agradecer. Bailábamos por el campo hasta caer mareados. Esa noche nos quedaríamos así, tirados en el pasto hasta que nos bañara el rocío. Entre los giros de un vals creí ver un rostro en el agua del cuenco. Nos acercamos y miramos al cielo para comprobar que no eran los rasgos de la luna. Sentí que antes, alguna vez, había tocado esos pliegues simétricos que veía en el agua. Rocé la superficie con los dedos y vi el rostro, eran los rasgos tallados en la lápida. Orfeo, dijo él. Él, que me revela los nombres. Él sabe. Volví a mirar y vi los tres dedos entre la mitad de la boca y las cuerdas de una lira. El reflejo se revolvió como un almíbar espeso que trepaba por los bordes del cuenco de barro, salpicaba y se cristalizaba en el aire como el azúcar quemada y crujía como una rama en el viento. Orfeo, volvió a decir él, sube desde el inframundo para pelear con la muerte. Pero la muerte lo quiebra porque él miró atrás.
Orfeo era el padre de los tracios y el Enyovden se celebra desde que la Stara Planina, o montaña antigua, era parte de Tracia. Orfeo que encantaba con su lira a las ninfas y a los demonios y peleaba con la muerte para rescatar a Eurídice. Él y yo habíamos llegado a Yavor sin recordar nada de esto. Antes nunca habíamos hablado de Eurídice o de Orfeo, no habíamos pensado en los tracios o en las tradiciones. Algo nos dejó ahí, en Yavor, en la villa del camino viejo, donde no hay ni un fantasma a quien aúllen los perros ni perros para aullar, donde los gatos se hunden con los tejados entre los pastos porque siguen oteando la caravana invisible. Nuestro andar errático, nuestra vida órfica. Salvar a Orfeo y a Eurídice. Salvar al amor de la muerte.
La lápida tallada estaba en el primer manantial, era fácil llegar sin perderse. Fuimos sin preguntarnos por qué, porque ni esa pregunta ni esa respuesta nos hizo falta. Fuimos. Buscamos cerca de las raíces a un paso del manantial. Cuando encontramos los contornos, la piedra se despegó del suelo y se elevó sobre nuestras manos. La luna era tremenda pero la luz sobre el rostro de Orfeo fue más fuerte que la luna. El roble se arqueó enceguecido, y una voz, un hilo agudo de agua reveló en el fondo del manantial un cuerpo desmembrado. Era como bruma deshecha, como leche cuajada, fragmentos blancos y transparentes de espuma arrancada de la espuma. El hilo de voz se enroscó sobre sí mismo y el cuerpo se armó en su forma de cuerpo, se enderezó, y guiado por la voz se abrazó a la lápida y se fundió en ella. En ese instante pareció morir el encanto. La piedra volvió a aferrarse en la tierra como si nunca en muchos siglos hubiera salido de ahí, el roble se irguió y tapó la luna, y volvió a ser la noche en el camino viejo. Sólo el hilo agudo de voz seguía implorando por un cuerpo. Me agarré de su espalda y caminé sosteniéndome de él. No mires hacia atrás hasta que el sol nos cubra, le recordé el oráculo por el que Orfeo, desesperado de amor, había perdido una vez a Eurídice. No mires hacia atrás. El canto iba en nosotros o brotaba de todas partes. El agua del cuenco de barro sobre la tabla redonda en medio del campo, también estaba cantando. No mires hacia atrás. Me subí a horcajadas sobre su espalda y protegí sus ojos cerrados con caricias hasta que toda la luz de la mañana se hizo en mi cuerpo. Entonces, me fundí en él.
Era el día más largo del año. El sol salía más temprano y debía prepararse para un largo periplo invernal. Antes del viaje, el sol se baña en todas las aguas posibles, en todos los manantiales y cántaros y cuencos. Explaya cada corpúsculo de la luz de sus rayos en cada gota de agua y baila. Uno en el otro, vimos bailar al sol, lo vimos dar tres vueltas en el aire y sacudirse el agua del baño. Cuando el sol baila, y da tres vueltas, y se sacude para secarse, la tierra se empapa de rocío. Es un rocío poderoso sobre el que nos tiramos a rodar por la colina para impregnarnos de la fuerza del sol. Toda el agua tiene la fuerza del sol esa mañana, y todo el campo recibe esa fuerza capaz de curar todos los males. La tradición indica que hay que hacer un ramo con setenta y siete hierbas y media. Setenta y siete para los males conocidos, los males del cuerpo, y media, para los males sin nombre, los males del alma.
Eneldo, galio, alisus, ajenjo, manzanilla, menta, parnasus, lavanda, apio, salvia, lúpulo, amapola, pasiflora, valeriana, achicoria, cardo, boldo, gayuba, genciana, verbena, ajedrea, tomillo, albahaca, escaramujo, diente de león, violeta, alfalfa, nomeolvides, orégano, hierba luisa, arenaria, enebro, cola de caballo, zarzaparrilla, brezo, bardana, harpago, peperina, drosera, fresa, calaguala, copalchy, perejil, hamamelis, malva, regaliz, jaramago, culantrillo, bolsa de pastor, cebollín, azucena, lupino, melisa, equinácea, ulmaria, mejorana, salicaria, jengibre, espliego, agrimonia, ajo, poleo, alholva, trébol, llantén, toronjil, hibisco, tila, cardamomo, alcaravea, verónica, anís verde, rusco, hinojo, cilantro, marrubio, yerbabuena, y.
Setenta y siete hierbas y la media hierba secreta y mágica. No necesitamos buscar en rincones ocultos ni descifrar ningún enigma. Supimos de antemano que la media hierba es la que crece abajo del roble y tiene la forma de la lira, el olor del azúcar quemada, la delgadez de un hilo de agua, el color de las uvas y la flor de sus besos. Con todo eso armamos el ramo y lo sumergimos en el cuenco que seguía cantando. Nos lavamos la cara y nos dimos de beber uno al otro con las manos. Nos desnudamos para bañarnos con el agua sanadora en medio del campo y nos paramos de frente al sol para mirarnos la sombra detrás de los hombros. Dicen los que cuentan la tradición que si la sombra se ve entera, no habrá males irreversibles para el cuerpo. Nos echamos encima todo el cuenco de agua, nos dimos vuelta, y nos reímos eternamente. Detrás de nosotros no había ninguna sombra.

de Sofía a Skakavitsa

La estación de trenes de Sofia está pegada a la estación de autobuses. A una parte de la central de autobuses; no me había dado cuenta, ya que siempre salí del edificio de la izquierda, que había otro edificio a la derecha. Y en realidad debería haberlo sabido, porque ese edificio de la derecha es de donde sale los autobuses internacionales, así que el año pasado, con Martín y Stella, hemos tomado el bus a Hungría desde ahí. Me falta Martín, mi GPS. Tengo el mapa y la brújula, pero tal comme d’habitude, me perdí. Y no me preocupé, la verdad, me dejé llevar por el bosque, como Caperucita Roja, hasta que apareció el lobo a rescatarme. Pero vamos por partes. Primero lo primero. Y lo primero fue tomar el tren a Dupnitsa. Salía a las 11.40, con 5 minutos de atraso. En menos de dos horas, llegué. La estación de buses de Dupnitsa también está pegada a la estación de trenes. Así que enseguida tomé un minibús a Saparava Banya. Ahí empecé a preguntar dónde estaban los senderos. Pregunté varias veces mientras me alejaba por las calles de ese publito. No es complicado, de donde para el autobús, hay que caminar a

la derecha. Las callejuelas suben. Hay que ir en subida. Hacia el sur y hacia arriba. Cuando vi un cartel que decía -menos mal que puedo leer cirílico- Panichishte 10 km, me quedé tranquila porque supe que iba bien, aunque el camino, rutita de pavimento, no es muy confortable. El paisaje me distrajo de la pesadez del asfalto. Las cadenas intercaladas de las Rila. Me sentí feliz al verme rodeada otra vez por ese paisaje y me puse a conversar con los árboles del camino. Finalmente y afortunadamente, apareció el sendero. Seguí las marcas, pero alguna la pasé de largo y no desvié a la derecha cuando debía desviar para ir a Skakavitsa. Seguía en subida, y empezaron a aparecer carteles que señalaban Rilski ezera, y nada de Skakavitsa. Pregunté a algunos que bajaban, y no sabían, así que me dejé llevar, total, hoy hacía noche en
Skakavitsa para mañana seguir a los lagos, y al parecer me había pasado de largo y ya estaba en el camino de los lagos. Unos muchachos muy amables que bajaban me dijeron que más adelante había dos hizhas, la primera a una hora, así
que de última podía dormir ahí.
Ya llevaba casi tres horas de andar, y la mochila, pesa. Mucha comida. Así que me la voy a re morfar cuanto antes para alivianar, urgente, antes de escalar el Musala. De paso llego más fuertecita, y más entrenada con estos días previos. Creo que
perdí el estado que traía de los Himalayas, pero no podría ser tan así, caminaba también los 7 km que separan Yabor de Triavna. En fin, me recupero muy pronto. Llegué cansada. No es normal. Pero vamos a lo segundo, lo segundo es lo segundo. Cuando me di cuenta que me había equivocado de camino, decidí tomármelo con mate. Paré junto a un arroyito que antes debí
cruzar, y me preparé el mate. El agua que llevaba en el termo desde las 8 de la mañana, cuando había salido para participar de una clase de español con Mixaela, estaba fría. El mate, un asco. Pero en fin, me lo seguí tomando con calma. Me senté tranquila en una piedra. En eso veo a uno de los amables muchachos que vuelve agitado, en subida. Volvió, unos quince minutos de camino, pero volvió, para avisarme que el camino a Skakavitsa salía más abajo y había unas marcas en las piedras. Por las dudas que yo quisiera volver, pegó la vuelta, subió rápido para alcanzarme y avisarme. Yo ya había decidido según la corriente del arroyo, seguir a los lagos, pero cómo le iba a hacer al pobre amable muchacho. Encima que se volvió a avisarme. Así que decidí volver a cruzar el arroyo y volver yo también hacia Skakavitsa. Menos mal, porque el sendero era más hermoso. Puro
bosque de pinos, ideal para perderse y no reencontrarse jamás. Cada recodo  entre los pinos es igual al otro. Dónde estoy? En el bosque, donde las sombras de la tarde que cae, engañan a los ojos, que además no ven muy bien. Prestar atención. Brújula y mapa. Volví a cruzar unos varios arroyitos y allá arriba, la vi. La hizha. Relajada llegué hasta aquí. Una hizha enorme, y muy linda, que como todas estas fueron construidas e inauguradas por el comunismo que auspiciaba los deportes al aire libre. Esta hizha fue la primera. Hay unos cuadros antiguos. Lo que no había, hoy 20 de julio, era lugar. Sin cama. Pero me ofrecieron un sofá y es tremendamente cómodo. Gratis. Empecé a darle al diente a las galletitas, me tomé unos mates calientes, y la típica sopa de después del camino, sin meat balls por esta vez.
Tardé de cuatro a cinco horas entre perdida y todo. Ya estoy rodeada. En las cumbres más altas
hay nieve. El bosque verdea todas las colinas. Es hermoso.

 

 

 

 

 

 

 

 

de Skakavitsa a Ivan Vazov-los Siete lagos

Impresionante. No hay palabras para describir tanta exuberante belleza. Los lagos empezaron a asaltarme la vista sin darme respiro. Un después del otro.

Pero lo primero es lo primero. Y lo primero hoy fue llegar hasta la primera hizha llamada de Rilski ezero. Saliendo de  Skakavitsa, la señal es clara. Se sale por donde hemos llegado. Hay una bifurcación, a quince minutos de haber salido, que
ofrece tomar el sendero de la marca roja, directo hacia el lago Babreka (Riñón. Tiene esa forma), que sería el tercero, y que será el primero más llamativo que encontremos muy cerca del camino. Hay otros antes, pero son más pequeños y se ven desde arriba, aunque es posible bajar, no están tan cerca. Si uno toma el sendero marcado con señal roja, no verá los primeros lagos. Yo no agarré la bifurcación. Seguí por la señal verde, para ver todos los lagos. Este sendero, el de la marca verde, no parece ser muy transitado, iba completamente sola, hay árboles caídos en mitad del sendero, hay que rodear los troncos, y la vegetación avanza sobre el camino. Se llega la hizha tras una hora de andar. Hasta ahí también llegan aerosillas desde Pionerska, y esa es otra de las razones por las que no mucha gente usa el sendero. Prefieren no caminar.
Todo el día es en subida. Cada lago está un poco más arriba que el anterior. Los primeros lagos aparecen sobre nuestra izquierda. El primero es Dolnoto ezero, está a 2095 metros, tiene una profundidad de 11 metros y una superficie de 0.059 km2. Su nombre significa lago Bajo, y se debe justamente a que está en un área baja y colecta el agua de los otros  seis lagos. Sus
costas están llenas de hierbas y algas.

Enseguida vemos el Ribnoto ezero. Lago de los peses. Está a 2184 metros de altura, tiene una profundidad de 2 metros y medio y su superficie es casi la mitad del anterior con sólo 0.035 km2. Le dicen el lago sombrío porque las montañas alrededor lo oscurecen. La superficie y las costas también están cubiertas de hierbas. Cerca de él hay una segunda hizha llamada Cedemte ezera (Siete lagos).

Apenas unos pasos más y vemos a los Gemelos, Bliznaka. Se les llama así porque aunque son dos, están unidos un angosto canal. Estos están un poquito más arriba, a 2243 metros de altura, tienen una profundidad de 27 metros y medio y su superficie es de 2.10 km2. Entre los dos se destaca una elevación, un pico llamativo y hermoso que se llama Haiduta o Haramiata. Casi al mismo tiempo, pero sobre nuestra derecha, aparece el Riñón, Babreka. Es el más grande de los Siete Lagos y famoso centro de la danza Panevritnia, danza de la Paternidad Blanca. Está a 2282 metros, con una profundidad de 28 metros, y una superficie de 0.54 km2.

Imposible no detenerse varias veces ante tanta belleza que brota sin pausa de la faz del mundo. Hice un pequeño picnic en las costas de Babreka que son de rocas. Hasta aquí habían sido dos horas de camino desde Skakavitsa. Cerca de este lago está el pico Otovinski que es un lugar de relajación donde se reúne especialmente un grupo llamado la Hermanda Blanca. Desconozco.
Sólo puedo decir que ante el espectáculo me sentí enormemente agradecida y con una paz y una alegría que me conmovían a cada paso. Eso no fue nada. Seguí subiendo, y a 2440 metros, aparece el lago Okoto, el Ojo, la belleza es indescriptible, embriagante, me mareaban las orillas con la nieve volcándose sobre las aguas desde las montañas. Además, este lago, al ser el más profundo, 37.9 metros, e ve tan pero tan cristalino y azul. No es muy grande, 0.27 km2, pero su belleza apabulla y tuve que volver a parar un momento y sentarme a respirar junto a él.
Apenas pasar el Ojo, y subir un poco más, se divisa a lo lejos el Trebol, Trilistnika. Está cerca de los Gemelos, pero antes me lo
ocultaban las montañas. Lo vemos desde arriba. Se encuentra a 2216 metros, tiene una profundidad de 6.5 metros, y 0.026 km2. Y al final de lo que se llama el Circo de los 7 lagos, está el Salzata, la lágrima. Este lago está casi la mayoría del año congelado. Está a 2535 metros, es el más alto, no es muy grande, 0.18 km2, y tiene una profundidad de 4 metros y medio. También se le llama Gornoto. Sus aguas son cristalinas. Aquí ya estamos en la cima del cerro «Ezerni», desde la cumbre, la visión es a-lu-ci-nan-te.
Fue muy hermoso. Saqué miles de fotos, de las montañas alrededor. Las crestas intercaladas de las Rila. De los lagos. Creo haber visto muchos más de 7. Tanta belleza. El día fue espléndido. Me detuve muchas veces a mirar y admirar y sacar fotos. El camino normal llevaría desde Skakavitza, 4 horas hasta aquí, pero uno no podría hacer este camino sin detenerse, ni aunque
tuviera los ojos vendados, hay algo que seguro nos detendría. La paz. El aire. El silencio. El murmullo de la montaña.
Ya después de este maravilloso espectáculo, la plenitud parecía insuperable. Se sigue derecho un poco más, pasando por el borde de la Lágrima y en un cruce de caminos, si uno quiere continuar hacia Ivan Vasov, como yo lo hice, debe girar a la derecha. Es muy fácil. Muy recto. Y la hizha se ve apenas unos minutos después. Es una hora por este camino tranquilo donde
no queda más remedio que meditar acerca de lo vivido. Rememorar las imágenes que se nos han grabado en el alma. Pensé muchas veces en Martín. Cómo hubiera querido que el viera los Siete lagos. En Ivan Vasov estoy en un dormitorio común. Cuesta 13 levas. Tomé mates y comí una ensalada, 3 levas. Y me fui a bañar al río. Fresco, pero fuerte como un cosaco como diría Michel, pelé bombacha y corpiño, y me bañé con jabón y todo. Luego me tiré al sol. Se nubló, se largó a llover, y volvió a
salir el sol. Un gato negro se subió a la banca y se sentó en mi falda.

 

de Malovitsa a Musala

Aquí hay que movilizarse en autobús, ya que Malovitsa se encuentra en las Rila del Noroeste, y Musala en el este. Si bien Musala es el pico más alto con 2925 metros de altura, no es el más escabroso para alcanzar su cima. Creo que los más escarpado y también lo más emocionante, es el ascenso a Malovitsa del día anterior, a 2730 metros de altura.

Saliendo de Malovitsa hay que llegar hasta Samokov. Hay un bus a las 5 de la tarde, pero si no se puede esperar, se puede hacer dedo. Fue lo que yo hice a eso de las 10 de la mañana. Un auto me alcanzó hasta el pueblo de Govedartsi, allí tomé una combi hasta Samokiv, y luego en Samokov hay que tomar otra combi hasta Borovets. En temporada salen todo el tiempo, así que no es problema.
Entre pitos y flautas llegué a Borovets a más de la 1 de la tarde. Como era tarde para hacer las 6 horas de camino hasta la cumbre, decidí tomar la góndola, pero para mi sorpresa, ese día justo no funcionaban, así que sin que me quedara otro remedio, a eso de las 2 pm empecé a caminar por debajo del cable de las aerosillas para no perderme. Luego tomé un camino de tierra. El sendero no es un sendero y está muy civilizado. Pasan jeeps todo el tiempo, las primeras tres horas de camino son de esta manera. Es incómodo y aconsejo a quien vaya, si las aerosillas funcionan que las tomen y luego sigan caminando, ya que, la mejor parte empieza en la estación final de las góndolas. Sin embargo, también aconsejaría que si hay que optar a qué sección ir de las Rila, se vaya al noroeste y se caminen los senderos de los Siete lagos, lo mejor de esta breve travesía, Skakavitsa, Ivan Vasov, y el paraíso de Malovitsa, lo valen! Recuerden que en Ivan Vasov no hay luz eléctrica y que no les pase como a mí que por no preverlo llegué sin baterías para sacar más fotos y perdí un montón de vistas de la nieve en las cumbres y los caminos, vistas que sin duda quedan en mi memoria y deseo a los demás puedan ver con sus propios ojos.
Por ahora, hasta aquí fueron las Rila para mí, queda mucho por andar. Hasta la vista, Rila!

 

 

 

 

 

unos primeros pasos hacia el corazón de Rila

En el año 2012, septiembre, mi amiga Stella, mi hijo Martín, y yo, zarpamos desde Kusadasi, en la costa del Egeo, con proa hacia el noroeste. La meta era hacer tierra en los Cárpatos y cruzarles el corazón a pie. Surcar Transilvania como una flecha de Cupido. Hicimos escala en algunas islas griegas y cuando estuvimos ya en tierra firme -Grecia todavía- se nos interpuso como un bastión de concavidades, Bulgaria. Decidimos atravesarla raudamente, unos primeros pasos, subrepticios, sobre las rocas. Pero el paisaje nos frenaba, era enigmático y nos atraía como un imán. Cómo descifrar las elevaciones sólidas de arena blanda de Melnik, la jungla enrevesada y virgen salpicando las calles detenidas de Sandanski, el eco sordo de los monasterios, los frentes a rayas y contrastes, las pinturas profusas en las paredes y el ojo de los Illuminati vigilando imperceptible entre un laberinto de colores; y la gente, el pueblo búlgaro, parco pero simpático, estoico pero generoso, tentaba nuestra curiosidad con sus misterios, revelando una nostalgia antigua, pesares difusos que intentábamos desentrañar. Martín sacó la única conclusión posible, «son raros».

No apuntábamos ningún motivo para caminar por las Rila, sin embargo, empezamos a caminar. Sin ninguna idea preconcebida, sin itinerario agendado, sin mapa, sin brújula. Sabíamos una sola palabra en búlgaro, «gracias», y la decíamos mal; apenas éramos capaces de descifrar una señal en cirílico, pero nos largamos.
Arrancamos por la ruta del Monasterio y seducidos porque fueran Siete y fueran lagos, intentamos encontrar el sendero a lo que el nombre prometía una obra maestra de la naturaleza. Agarramos mal. Desde el camping Zodiac, donde habíamos dormido, debíamos caminar hacia la izquierda, como regresando al pueblo o al Monasterio de Rila, y salimos a la derecha. Después de una hora de andar por la ruta de autos y tras consultar con algunas personas con las que no logramos entendernos pero a las que igual les dijimos algo que sonaba a «gracias», llegamos a un parador en un lugar llamado Kirilova Polyana. Ahí había una cartelera en un cirílico que ya nuestra intuición ayudaba a adivinar, y un mapa con varias rutas de trekking, también había un italiano que entendía búlgaro, y nosotros que entendemos italiano. Nos habíamos alejado de la ruta a los 7 lagos, así que decidimos hacer un rodeo diferente hacia el Ribni Ezera, el Fish lake. Descifrando la cartelera nos dimos cuenta que ezera significa lago, ribni sería pescado.


Caminamos 6 horas que nos pesaron más de lo normal. No es que se necesite estar entrenado, no lo estábamos, es un sendero que cualquiera puede hacer. Sin embargo el habernos equivocado de entrada, la ilusión del paraíso prometido de Siete lagos, hecha pedazos, y el equipamiento precario y mal balanceado que cargábamos, nos hicieron sentir esas seis horas como si fueran veinte. No habíamos salido temprano, caminamos con todo el sol de toda la tarde. El paisaje siempre nos acompañó con sus bellezas, las crestas de las cadenas de las Rila intercalándose una y otra vez más allá. Llegamos al refugio al atardecer, casi oscurecía, y decidimos armar la carpa. El frío fue recrudenciendo y el viento nos volaba. Estábamos a 2230 metros. En el comedor del refugio debatimos cómo continuar al día siguiente sopa de por medio y las tradicionales meat balls. Se nos acercó a compartir la mesa Kalin Petrov, con quien a partir de ese día entablamos amistad. Búlgaro y amante de las montañas, nos señaló en el mapa que si seguíamos a Malyovitsa, luego podríamos alcanzar los Siete lagos. Analizó el sendero en el mapa y señalándonos el recorrido nos dijo que no sería complicado, que había una subida, una parte plana, y luego una bajada. La parte plana todavía la estamos buscando. La subida no terminó hasta el descenso, y éste fue tan pronunciado que todos nos caímos al menos una vez. Yo muchas más, me atrevería a decir que unas cincuenta caídas. Las subidas fueron interminables. Era ver una cumbre y alcanzarla sólo para ver que detrás se escondía otra cumbre que no habíamos percibido y que también había que trepar. A partir de entonces me surgió el término «trepping» en lugar de trekking. El terreno fue muy escarpado, y toda la segunda mitad del día, por pura roca, con algunos lagos que se divisaban a lo lejos, pero poca agua circulando a mano. En un tramo existe un cable para sostenerse de él mientras se cruza un precipicio mortal. Tardamos casi 12 horas. La adrenalina nos mantuvo alertas, y tras ver el refugio de Malyovitsa, perdimos el control y el apuro, y bajamos rodando pero con calma.


Malyovitsa resultó ser el paraíso inesperado. Las montañas alrededor, el sonido del río fresco entre las piedras, el bosque de pinos, moras y frambuesas volcando sus frutos directamente en las palmas de nuestras manos. A 2729 metros y con una cabaña que fue un refugio con todas las letras, nos cobijó después de ese arduo día. Dos sopas para cada uno, y claro, las meat balls. Y hubo postre sorpresa, nunca más bienvenida, deseos hecho realidad: torta de chocolate.
Al día siguiente decidimos seguir adelante, apuntar a los Cárpatos que era nuestro destino previsto. Dejamos colgados en algún lugar del futuro a los Siete lagos, los Rilski lakes, o Sedemte ezera, ahora ya puedo saber cómo se llaman, y cómo se leen. A la salida de Malyovitsa nos despedíamos de las Rila. Pero había un kiosco, y había un mapa en un revistero: РНЛА. Fui directamente hacia él. Lo compré, como una promesa de volver. Y acá estoy, en algún lugar de Bulgaria delineando otros primeros pasos. Sedemte ezera me están esperando.