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Gracias a la gente de Huella Andina, Parques Nacionales, Asociación Argentina de Guías de Montaña y al Ministerio de Turismo de la Nación, donde hoy me hicieron esta entrega. Mañana me acercarán una mochila técnica y un pantalón de trekking. Gracias a la gestión de Antonio Toncek del diario Rio Negro, a Marcelo Cora.
Muchas gracias!!!!!
Gracias por este emprendimiento de gran envergadura y con aspiraciones a más.
Gracias especiales a Diana Ellis y a su familia.
Gracias a mis amigos, a mi familia, especialmente a mis hijos por alentarme siempre a seguir dando un paso más y acompañarme cada uno a su manera.
El fresco, la niebla, la llovizna, fueron buenos compañeros en el camino.
Aquí termina este estupendo proyecto de 540 a 560 o más de 600 km de Huella Andina Patagónico. Un proyecto maravillosos, de gran envergadura, y al que habrá que apuntalar a fuerzas de nuestros pasos, haciendo camino al andar, para que la Huella resista al tiempo y sean muchos más los que puedan disfrutarla.
-Te estaba esperando me dijo el guardaparques de mirada sabia. Se cancelaron las sendas de altura por la emergencia meteorológica.
Yo me había levantado hecha un alud de buenas ondas. No llovía. Aparecían algunos nubarrones, pero como predijo el camarada Salvador, les imploraba con la mirada y los nubarrones se abrían, se dispersaban e iban dando paso al sol delgado del alba. Apenas cayeron unas gotas cuando tenía todo sobre la mesa del camping y me disponía a organizar lo que sí llevaba y lo que guardaba en una bolsa en el depósito del camping. La cámara estaba completamente descargada. Me percaté apenas me desperté, a las 6, así que la enchufé y antes de las 8 ya había tomado mates, ya tenía la mochila completamente lista con lo indispensable para dos o tres días y cualquier emergencia en, o en camino al lago Krugger, y la cámara cargada.
Dejé lo que no iba a necesitar en un depósito en el camping y arranqué, con ánimo, con energía, con mucha alegría, si hasta me parecía un día completamente despejado.
-Te estaba esperando me dijo el guardaparques de mirada sabia. Se cancelaron las sendas de altura por la emergencia meteorológica.
Se me vino abajo el ánima. Y se me asomaron las primeras lágrimas del día.
El hombre me pedía disculpas. Pero si no es culpa de nadie, le decía yo. Es que yo tengo que dar la cara, me decía él, sí, le decía yo, pero qué cara, la cara de Dios.
-El tiempo te acompañó bastante, me consolaba el hombre.
Sí, es verdad. Falta el broche de oro, le dije yo.
-Parece que tendrás que volver, me dijo él. La senda te estará esperando.
Es un paseo de relax. Como para salir a caminar con una amiga, hacer un poco de ejercicio sin mucho sacrificio y charlar un rato de cualquier cosa. El sendero está bien señalizado y es muy sencillo, sin desniveles. Pasa por casas de la Villa, chacras, y cruza el arroyo Cascada que está bastante bajo y se puede obviar vadearlo saltando entre las piedras sin meter la pata. A pesar de aceptar a la lluvia como una bendición para la tierra, me siento decepcionada por no poder hacer hoy el primer día hacia lago Krugger, un sueño que hace años vengo arrastrando. El guardaparques más mayor me dijo con cierta sabiduría en la mirada, al evidenciar mi tristeza, «el sendero te estará esperando». Dicen que para mañana va a seguir lloviendo, pero que lo más bravo es que habrá vientos de más de 70 km por hora. Ahora no llueve, está nublado. Lo nublado es cómodo para caminar porque no fastidia ni el calor ni los tábanos. Yo decido que si mañana amanece como hoy, hasta ese punto de llovizna, agarro viaje, si me registran…
El sendero de hoy, hasta la Portada Centro, son 11 km y se hace en 3 horas tranquilamente, aunque se anuncian 5. En 3 horas, sin peso en la espalda, se puede hacer cómodamente; y después volver. Para volver se puede hacer dedo por la ruta.
Hoy, nubes.
Paro en el camping Los Maitenes, cuesta 45 pesos, es muy completo, hasta tiene wifi. Los espacios cuentan con su fogón, mesa, y palo de luz y están los suficientemente aislados uno de otro como para tener tranquilidad e intimidad. Hay un restaurante y todo, desde los desayunos completos, empanadas, pizzas, sánguches, está buenísimo!
Playa el Francés. Este es un lugar al que añoraba llegar. La etapa de hoy llega según la topoguía hasta Punta Mattos, a 3 km de aquí. Pero yo me quedo aquí. Y aquí es uno de esos lugares donde me quedaría para siempre. Siempre fui y soy feliz en este lugar. Si bien al llegar, después de más de veinte años, me sentí apabullada por la cantidad de tráilers, motorhome y de gente. Di muchas vuelas. Sentía que en tantos años de ausencia había perdido por abandono un lugar que me era propio. No lograba encontrar el sitio para plantar mi casa azul. Empecé a dar vueltas y me reencontré primero con las grosellas rubias, frondosas, y profusas de frutos pulposos y maduros, y muy cerca, más arriba los guindos, cargados de racimos de a dos guindas. Sí. Por acá anda el francés, a quién le quepa duda que tema y se vaya. Los acampantes escuchan sus pasos en la noche, arrastra los pies el muy sotreta y cansado explorador del Vododawe, Thierry, mon ami. Me encanta estar acá. Volver a este lugar, siempre volver. Este lugar es mío y no hay discusión para tal legitimidad en mi corazón. Pero vayamos a la travesía:
Se empieza subiendo la loma que va hacia la laguna Escondida. No hay vueltas, sube, sube, y sigue subiendo. El bosque y la sombra son amables, la tierra es blanda, y hay unos árboles con los que da gusto detenerse a hablar por su frondosa sabiduría. Troncos enormes. Los brazos no me alcanzan para abrazarlos pero igual los abrazo. La laguna Escondida, verdaderamente escondida después de una serie de cañaverales amarillos y donde ya nadie espera encontrar algo, allá está, sublime y maravillosa, reflejando todo ese contraste de verdes muy claros y amarillos, casi como luces, entre los verdes profundos de los árboles. El reflejo es alucinante, es una pintura. Verde, verde, amarillo, dorado, más verde, más dorado, luces. La laguna es larga, se pierde cuando inicia entre las montañas, y se pierde en el más allá, entre más montañas.
Me senté a contemplar ese espejo de la tierra y llegaron cuatro personas extranjeras, de Estados Unidos, dos de ellos viven en Pucón, Chile, y los otros dos en Seattle. Lo que pasó a continuación es una anécdota increíble. Pero de verdad increíble. Literalmente increíble. No creo que pueda pasarme algo así, que me haya pasado, o que le pase a nadie, pero pasó. Se sentaron a charlar, como hablo inglés, lo hicimos en inglés. Nos preguntamos de dónde somos y qué hacemos por acá. Yo les cuento que normalmente viajo, que soy nómade, que vivo por aquí y por allá, que camino, y que voy a Palestina y trabajo en el Valle del Jordán, los beduinos, la zona C, y hablo y hablo. Ya saben que cuando hablo acerca de Palestina, tengo mucho que contar y es difícil que haga un punto y aparte. Últimamente aprovecho la oportunidad, que no son muchas, porque no me cruzo con mucha gente en la travesía, ni tampoco soy muy dada a sociabilizar cuando prefiero retirarme a la meditación, el pensamiento, y la contemplación, pero si se da, como hoy, hablo de Palestina. Cuento lo que sé, lo que los medios no dicen, lo que otros por ahí no saben porque nadie se los dijo, porque no lo escucharon pero sin embargo es una herida del mundo.
En un momento, una de las personas, Stephen, dijo que él cada tanto hace algo que es un ritual y que siente que en ese momento debe hacer ese ritual conmigo. Mientras habla saca una billetera y escarba en un bolsillo pequeño de la misma. Yo pienso que sacará una foto, un amuleto, una piedra, un símbolo. No. Saca un billete de 100 dólares doblado en tres y me lo da. El otro hombre, Bob, saca fotos y registra el momento. Le digo que no, que yo no puedo tomar el dinero. Pero él me dice que tengo que agarrarlo porque él sintió que es el momento de ese ritual y que ese dinero es para Palestina, que él puede hacer eso y que de hecho lo viene haciendo desde hace tiempo, y me cuentan una historia parecida, quizás el ritual anterior, con un taxista. Estoy tan sorprendida que no se bien qué le dije, sé que se lo agradecí en árabe y en nombre del pueblo palestino. Después me fui el resto del camino un poco preocupada pensando cómo voy a hacer para que el dinero llegue adonde tiene que llegar. Sorprendida además porque es verdaderamente increíble que en un lugar al que pocos llegan, tan escondido como la laguna Escondida, alguien te dé 100 dólares. Pero sigamos con la Huella:
Después de la laguna, al fin baja. Yo iba medio flotando y hablando con los árboles, y pensando cómo hacer llegar el dinero a Palestina. La bajada es abrupta. Más abrupta que la subida. Ojo con las patinadas. No me patiné. Llega al ripio. Se cruza y uno metros después de cruzar, por el ripio, el arroyo Braesse, un sendero entra en la ladera de enfrente, sobre el lago y bordea el Futalaufquen por unos recodos encantadores, dando algunas vueltas un poco mareantes, supongo que debidas a la presencia de pobladores en la zona. Después cruza bosques y pampas. En las pampas, algunos palos con señales se han tumbado, pero es fácil encontrar la senda, y el bosque, como siempre, es amable, y mullido. En breve uno empieza a ver las nuevas parcelas habilitadas en el Francés y tras cruzar el arroyo por un puente de troncos, ya estamos en el paraíso, o muy cerca de él, o al menos en lo que es para mí, un hogar.
Fueron 11.5 km. La guía decía que tardaría 7 horas. Tardé 4 horas y media, menos de 5 horas con seguridad, y eso, a pesar de haber estado por lo menos media hora, hablando con Stephen, Bob, y sus esposas, Sheila, y Judith quien además, es judía. Las marcas de la Huella Andina están bien. No es muy complicado, salvo por los desniveles, subidas y bajadas abruptas, pero se puede, y más después de 21 etapas de entrenamiento previo.
Y luego de encontrar mi rincón entre un guindo y un grosellar, a pocos pasos del arroyo y algunos más del lago, bajé a lavar la ropa y a bañarme y me prestaron un kayak para salir a navegar por el Futa.
Un día después completé el tramo de Playa el Francés a Punta Mattos, para cumplirle a la Huella. Va por las orillas del Futa, pasa por recodos muy bonitos del lago, y por bosque con suelo mullido de hojas. Hay partes con arrayanes y otras partes sube muy cerca del ripio, con piedras de cantera, que supongo caen del mismo ripio. No son las partes más agradables ir tan cerca del camino, pero en general es bonito ir tan cerca del lago y las vistas que se perfilan hacia a lo largo del mismo. Se llega a Punta Mattos, un peñón rocoso, una saliencia, desde Playa el Francés suma una hora más y unos 3 km. Está bien señalizado y es muy fácil.
(faltan fotos, muchas, pero la conexión no da)
15 km que dícese deben hacerse en 8 horas. Yo lo hice en mucho menos, saqué fotos, descansé, paré, me equivoqué e hice dos veces el Mirador del Río Verde y en menos de 5 horas ya estaba en Arrayanes. O digamos 5 horas, para no fanfarronear. Iba con todo, mochila y equipamiento y aunque varios sectores van por ripio, doy fe de que lo caminé todo.
Arranca con una bellística total bordeando el lago Rivadavia, después el río y su confluencia con el Colehuel. Después remonta este río hasta la ruta de ripio, se cruza el puente y se vuelve a meter un poquito en el río. Entra y sale del ripio. En muchas partes va por sendas paralelas al ripio, muy cercanas. Después entra en la ladera contraria y otra vez llega al ripio y es medio mareante porque es como el chasqui Inca, como aquel que cuando uno sale de Machu Picchu en el minibús aparece como un duende saludando. Si yo hubiera podido ser más rápida, hubiera pasado por el chasqui inca o el duende del bosque ya que cruzaba la ladera y volvía aparecer en el ripio. Luego, ya subiendo a los miradores del lago Verde, va por adentro del bosque mullido y amable y sube y sube hasta una zona arenosa. Hay muchas marcas, pero… no sé si iba distraída o con dolor de cabeza -mucho chocolate, pataleta al hígado-, pero no sé cómo llegué al mirador y seguí caminando, y cuando quise acordar había dado toda una vuelta y había llegado al mirador otra vez. Había una senda que bajaba, me mandé por ahí y llegué al ripio otra vez y de ahí ya no sabía si el camino que tenía que hacer para el Verde, era para la izquierda o para la derecha. Salí para la izquierda y después de unos km empecé a dudar, le pregunté a unos gauchos que venían de a caballo, y era para el otro lado, así que retomando la marcha. Antes de llegar al Verde la senda se mete y sale del ripio aunque va cerca hasta que empieza a bordear el lago Verde hasta el río Arrayanes por donde cruza la pasarela que nos permite dar una vuelta para ver el Menéndez y el glorioso glaciar Torrecillas.
Bahía Solís es otro lugar soñado como creo que los hay en varios recovecos del lago Rivadavia. No es la primera vez que estoy acá. Estuve muchas veces antes y todas las veces, antes y ahora, encuentro rincones encantadores en este lago gigante, encantadores y nuevos.
Hoy mismo caminando la huella descubrí playas que antes nunca había visto. Pero vamos a la Huella.
La mitad de la Huella transcurre por la colina que está sobre la izquierda del camino de ripio que recorre todo el parque. Desde la Portada Norte, donde se paga el acceso y luego se pasa la seccional de guardaparques, se entra a la senda apenas cruzar el puente del arroyo Hacha. La senda sube. Es una subida de esas a las que ya, después de 20 etapas de Huella Andina, estamos más que acostumbrados. Nada del otro mundo, sólo un trepping normal. Primero se llega a una cascada de varios saltos. Hay un par de balcones para detenerse a ver. Eso sobre nuestra izquierda, sobre la derecha, a medida que subimos, tenemos vistas panorámicas del enorme Rivadavia. Interminable y hermoso. Seguimos subiendo por la colina y caminamos por un bosque fresco, mullido, y amable. Hasta un alambrado. La marca de la Huella señala que hay que pasar el alambre. Después la marca se pierde.
Antes de entrar a la senda, me explicaron en guardaparques, que desde este alambrado, hay que bajar hasta el ripio, cruzarlo a la altura del camping 3 Bahías, y entrar por ahí para hacer la segunda parte del recorrido bordeando el lago. Sabiendo esto, sabía que tenía que iniciar el descenso. No vi más marcas. Escuché un pájaro carpintero y me entretuve buscándolo entre las ramas, lo encontré, era una pareja, y los vi muy de cerca. Pensé que el camino podía, posiblemente, bajar bordeando el alambre, pero en ese caso, no tendría sentido haberlo cruzado, se podría haber bordeado por fuera. Sin encontrar marcas, me encontré en el corral de un simpático y joven alazán al que no hizo ninguna mella que yo cruzara en diagonal su casa mirando hacia los costados en busca de marcas. Salí del corral y entré a un cañaveral raleado a machetazos. Confuso caminar por ahí, pero yo sabía que tenía que bajar. Volví al corral, me gustan los alazanes, y empecé el descenso más cerca de donde había cruzado el alambrado. Llegué al ripio a través de un puesto medio en desuso donde había una camioneta, algunos aperos, y un carro viejo con ruedas de madera, posiblemente para bueyes. Al mirar atrás vi las marcas de Huella Andina. Estaba cerca.
Crucé el ripio y ahí nomás vi el cartel de Camping 3 Bahías. Entré a una pequeña senda que me conectó con un camino de tierra. No había marcas por ahí, pero era el acceso al camping y yo sabía que en esta segunda parte debía ir cerca del lago. Entré y crucé todo el camping y ya saliendo, en los árboles, empecé a ver chapitas pintadas con la insignia celeste y blanca de la Huella. Sólo se pierden en un mosquetal. Di varias vueltas en ese mosquetal. Se escucha a la derecha, pero detrás de un bosque tupido, los autos que pasan por el ripio. No es posible llegar a menos que uno lleve machete para adentrarse en el bosque. Busqué por la derecha, hacia el lago, y volví a encontrar las marcas. Se camina por un bosque hermoso, bordeando el lago y pasando por playas alucinantes donde dan muchas ganas de quedarse, en cada una de ellas, hay muchos arrayanes entre la arboleda, es un paseo muy bello, tanto que a uno no le pesa para nada la caminata y cuando menos quiere acordar ya está en el camping organizado Rivadavia a la altura de Bahía Solís. Yo me quedé en el de al lado, en el agreste. Tuve tiempo de tomar sol, de lavar la ropa, de hacer el fogón de ducharme.
Este camping cuesta 30 pesos. Hay fogones sencillos. El lugar es impagable y tranquilo. Los predios del camping se extienden a lo largo y prácticamente, cada carpa, tiene su playa particular.
Para iniciar estas etapas después de dejar Lago Puelo, hay que tomar un micro al Parque que sale a las 3.30 de la tarde, cerca de la oficina de informes turísticos de Lago Puelo. Se llega al Parque más o menos a las 6 de la tarde. El micro cuesta hasta el Rivadavia 40 pesos, y más si uno va más lejos. En la entrada al Parque se paga el acceso al mismo, para argentinos es 20 pesos, hay descuentos para universitarios y residentes en la provincia.
La etapa son 11 km y se pronostican 7 horas. Creo que es una exageración. Yo no camino nada rápido, paso normal. Me perdí dos veces y paré diez minutos. Tardé tres horas y media desde el inicio de la senda hasta el camping agreste de Bahía Solís. Y este lugar es digno de ser disfrutado. Plena belleza, plena paz.
Etapa super bien señalizada y con vistas espeluznantes. Imaginensé pararse en otra dimensión, o mínimamente en la estratósfera y mirar al mundo desde arriba, y ver lo que sería un mapa natural del mundo. Así se ve esta parte del mundo desde arriba de los morros que uno va atravesando en el camino desde Lago Puelo hasta Desemboque.
La idea es ir a Desemboque y solicitar previamente un remis para volver por el ripio al pueblito de Lago Puelo desde donde hay que tomarse otro bondi para continuar la Huella en el Parque Nacional Los Alerces. Aquellos que viajen en grupo, o cuenten con dinero, pueden hacerlo así, ya que el remis cuesta 100 pesos. Yo, a pesar de que es un embole hacer el camino en reversa, opté por salir muy temprano e intentar llegar a Desemboque y regresar por el mismo camino, y caminando. Casi. Casi. Quizás no me tuve la suficiente confianza para arriesgar hasta el final, sobre todo al comenzar el descenso abrupto hacia el río Epuyén por temibles acantilados. Cuando me canso, suelo trastabillar, soy muy torpe, y aunque iba con la mochila chica y poco peso, se presentaba un segundo inconveniente y es que en este sendero no hay agua. Yo llevaba una botella completa de litro y medio de la que quedaba un cuarto.
Hay un par de lagunitas, pero una de ellas, en esta época está completamente seca, y la otra, la primera yendo hacia Desemboque, no me dio confianza de agua bebible, aunque se supone potable, salvo en caso extremo, se veía muy llena de materia orgánica.
Se arranca cerca de la oficina de informes del Parque Nacional Lago Puelo, yo salí por la costa del lago, hacia la Playita y luego empieza la senda que pasa por un arroyo con poca agua y que es el único en todo el camino, así que si uno no lleva, debe cargar agua en ese arroyuelo, un hilo de agua. Se llama el Arroyo de Maninga. Después se pasan unas parvas de madera de lo que alguna vez habrá sido el Puesto de Maninga y después entre bosques muy sombríos y áreas más descampadas se va subiendo y subiendo a un morro de rocas donde la vista es de las más espeluznantes. Todo el Lago Puelo con sus contorsiones y recovecos y los cerros de fondo y al costado, el Tres Picos y el Currumahuida por el que sigue nuestra Huella.
En este morro hice un breve picnic. Llegué muy rápido hasta ahí, habían dicho que eran 4 horas pero yo apenas hacías 2 horas que había salido, se ve que iba rápido, trancos. Quería llegar. Al poco de dejar el picnic y este mirador de rocas, aparecen las lagunitas que se forman por al agua de lluvia. Ahora están casi secas. La primera tiene un poco de agua, agua quieta y con mucho pastizal y hojitas. Me acerqué, y me quedé con la que aún me quedaba de resto en la botella, en todo caso, pensé, saco a la vuelta. La segunda lagunita, en esta época, está completamente seca. Sigue el sendero, que baja y sube un pequeño morro más. De todas estas cumbrecitas, las vistas van pasando como une película que se va corriendo en cámara lenta. Ya nos vamos alejando de la imagen perpendicular del Puelo perdiéndose delante nuestro y en diagonal empieza a verse cada vez más el Río Epuyén. Se baja, se sube, se pasan zonas de árboles raleados o talados, palos, árboles caidos, se dobla, se cambia de dirección, y luego llega la parte más emocionante de la caminante, donde reina la roca acantilada y hay que ir sorteando a cada paso, huella a huella y piedra a piedra con cuidado. Se baja. Y si no apoyás bien el pie te puedo asegurar que las caídas de culo superan cualquier trasero y cualquier calzón. Menos mal que no está muy a la vista. Iba de bajada abrupta, y pensé que ya a poco de llegar a Desemboque, quizás una media hora o cuarenta minutos, o como mucho una hora más, era conveniente para mí, pegar la vuelta. Dudé de si tendría energía suficiente para llegar entera luego de tener que subir todo eso que estaba bajando por los acantilados con tanta atención, donde con el cansancio a cuestas podría quizás dar una normal trastabillada de mi torpeza, y además, el agua; me quedaba poca pero la aguanté hasta el Maninga ya llegando de regreso al Lago.
Esta senda está excelentemente bien marcada. No es posible perderse. No es tan difícil ni complicada y puede hacerse, al menos con poco peso, ida y vuelta. Calcular si se quiere hacer así, muy temprano. En diez u once horas a tranco firme, se puede ir y volver, salvo por el engorre de hacer dos veces el mismo camino, se puede.
Hay que registrarse en la oficina de informes del parque, un permiso de trekking, y entregarlo de vuelta, si uno vuelve… a mí ya casi me daba la tentación de seguir hasta el Turbio y sumergirme en las entrañas del siempre legendario, impenetrable y deseado Vododawe. Organicemos una expedición al Vodudahue. Quién se prende, además de los abrojos y las mosquetas? Yo no tengo machete, pero tengo la hoz, y el martillo, por si hace falta.
Para otorgar el permiso de trekking para este tramo solicitan buen calzado, linterna, me preguntaron si tenía seguro médico, seguro de vida, y me solicitaron un número celular de alguien por si las moscas.
Mañana hay que salir hacia Los Alerces, desde ahí se retoma la Huella Andina hacia Bahía Solís.
Y ya estoy en el pueblito. Fue fácil. Son 18 km y menos de 6 horas. Creo que lo hice en 4. Muchos camino vecinal dando vueltas, medio al pedo, habría que abrir una senda más directa por acá, pero bueno, lo armaron sobre lo trazado. Por ejemplo, podríamos vadear el Quemquemtreu al llegar a su confluencia con el Azul y evitar esa vuelta por ripio hasta el asfalto? Porque esa vuelta medio que nos enfría la emoción.
Al inicio casi le pifié otra vez y estuve a punto de dar marcha atrás. Menos mal que miré mejor. Se sale por la pasarela de Margarita Riquelme, pero sin cruzarla. Hay marcas. Y está bien indicado. La marca rodea el acceso a la pasarela y luego pasa por debajo y la senda arranca con el río Azul a la derecha. El tema es que enseguida de arrancar hay que cruzar como un arroyuelo paralelo al río, que se forma en un bajo con las mismas aguas del Azul. Hay que cruzarlo por un tronco y hay mucha vegetación y se ve que poco tránsito entonces esa marca se pierde un poco, pero está. Después de ese pequeño cruce la senda es más limpia. El panorama es muy lindo. El río Azul completamente tranquilo, con rincones apacibles para sentarse a disfrutar o echarse un baño.
A los 3km, aparece el río Quemquemtreu que desemboca en el Azul. Ahí la senda dobla y se convierte en un caminito de ripio que tuerce varias veces y desemboca al final de muchas vueltas calurosas ya que no hay mucha sombra, en la ruta asfaltada. A unos metros vuelve a hacerse la senda al lado del Azul y después son todos caminos vecinales, aburridos pero fáciles, hasta llegar al pueblito de Lago Puelo.
Paro acá. En el camping Las Rosas que está en la parte urbana de Lago Puelo. Cuesta 35 pesos, tiene wifi, y una cocinita con anafe y algunos utensillos. Detrás está el arroyo Golondrinas, muy cerquita.