Volviendo atrás.
Como llegué a Olympos vía bus desde Finike, hoy caminé este tramo de la ruta que me había quedado en el medio, o sea, que me había salteado. Es la ruta que lleva hasta Adrasán, puerto y ciudad. Se trata de subir y bajar una montaña, uno de los montes Olympos, que son varios y conforman los picos de esta zona. Picos nada uniformes, nada simétricos. Picos agrestes y duros. Grises y arrugados por el tiempo, la nieve, o el viento, y cuyas arrugas son agudas. Sin embargo, el sendero es sombrío. Todo a lo largo y a lo alto de ladera, está lleno de árboles, y lleno de hojas.
Hoy escuché llover a las hojas. Cuando la brisa se colaba entre las ramas, el sonido de chaparrones de hojas. Después el sonido de un colchón de hojas secas bajo los pies. Daban ganas de caminar descalza. Patiné varias veces, abría los brazos, y me dejaba deslizar sobre las hojas. Un hermosura. Y me reía recordando a esas señoras que salen a patinar sobre las hojas en las veredas de San Pedro. Y me reía de las caras circuspectas de las otras señoras, las que previenen «cuidado con las resbaldas». Mientras tanto, me dejaba resbalar. Consecuencia: me perdía. En laberintos de hojas ocres y amarillas y marrones en cientos de metros a la redonda, todo igual, y yo con el norte en el sur en mi cabeza. Mareada.
Todo el camino fue arbolado. Empieza por la necrópolis de Olympos, del otro lado del río. Se pasa además por las ruinas de un teatro, y después por un pinar. Se camina por el lecho de un río, el lecho es pedregoso, pero breve, después viene el bosque de las hojas. Arrayanes soberbios.
En el camino me encontré con las dos chicas alemanas que había visto en Finike. Me econtré con la pareja de Sue y Jim, dos septuagenarios yanquis que caminan como si fueran a máquina, con esos palitos de esquiador, apenas se detienen para decir «hi», pero no observan nada, no escuchan nada, no se enteran, sólo caminan. Siguen el sendero, como una rutina, el trecking, o trepping, a reloj.
Escuché un pájaro carpintero, o algo parecido. Me detuve y miré, pero no lo vi.
Subí hasta la cumbre, hasta esos riscos duros y agudos. Cerca de ahí están las ruinas de Phoinoikous, una antiquísima ciudad griega. Quedan unos pocos muros.
Luego bajé, y luego de volver a cruzar el río, botas al hombro, me di un baño de mar.
Este camino, fueron unos 10 km. Bajando 6 más por la otra ladera, luego de la cumbre, se llega a Adrasán. Yo volví por la ladera de las hojas, hacia el mar.
Sigo en el camping Cactus. Está muy bueno. Acá vinieron las chicas alemanas.
La comida está re buena, es abundante, rica, muy natural. La gente es piola, buena onda. Y hay buena música. Agua caliente para el mate y yerba Corona. UN LUJO.
Hoy como amanecí con calor caminé de pollerita, así que por supuesto tengo las rodillas todas tajeaditas.