Kathmandu-Pashupatinah-Boudhanat-Jardin de los sueños

Nos fuimos
caminando por el mundanal ruido, por la Avenida Naxal, llena de autos y motos,
y gente que cruza las bocacalles por donde puede y como puede mientras policías
en esquinas, metidos en un pequeño kiosko, tratan, sin silbato, de dirigir el
tránsito con los brazos, entre los bocinazos y el quilombo. No hay semáforos en
Kathmandu, y de nada servirían, en ningún lugar de Nepal, puesto que la mayor
parte del tiempo tampoco hay electricidad. La electricidad está restringida en
todo el país porque no alcanza, así que en todas las ciudades de Nepal adonde
llegaría la luz, llega con cuentagotas. Más o menos la van cortando en periodos
de cada ocho horas, a veces de a cuatro. Ahora, en este momento, por ejemplo,
no hay luz, pero algunas cosas siguen funcionando con grupos electrógenos.
Todos o casi todos, muchos, tienen generadores, ruidosos también, tiran de la
piola, empieza a girar la correa y se prenden los motores. Percusionan con los
bocinazos, y algún reggae que suaviza la cosa y viene de algún local de los
alrededores.
Llegando a
Pashupatinah se empieza a sentir una mezcla de olores que se infiltra en el
polvo, y, y con el polvo, y el humo, se nos infiltra en la piel, en la ropa, y
nos queda pegado a la nariz. Me dio un poco de náuseas, y me impresionó. Hay
muchas hogueras. Parecen divididas para ricos y pobres. Entramos por el lado de
los pobres, los de abajo, porque nos colamos. La entrada costaba 1000 rupias,
lo que nos pareció excesivo para tal morboso espectáculo, así que nos metimos
por otro camino, cruzamos en una parte el río, y pasamos por en medio de las
chabolas de la gente más pobre, “los intocables” que nos miraban extrañados de
que anduviéramos por ahí. Así llegamos a la parte donde están los templos, y
donde por muchos años, hasta 2001, los intocables no tenían permitido el
acceso. Hay muchos sadhus, santones, esos que andan con las barbas largas,
algunos semidesnudos o con túnicas amarillas y naranjas, y un callado para
caminar. Hay muchas piras, y algún cadáver esperando con algún doliente al
lado, el turno de su hoguera. Luego, los palos de las piras que no se alcanzan
a quemar, y la mugre, flota en el río sagrado Bargmati, donde al mismo tiempo
las mujeres lavan la ropa, y más de uno se mete a remojarse las patas.
Salimos de
Pashupatinah y como era temprano nos fuimos a Boudhinath. La mayor estupa de
Asia. Un lugar contrastante con el anterior por su inmaculada blancura, por el
olor a inciensos, y por los coloridos monasterios de los alrededores.
Boudhinath queda a 1 km y medio de Pashupatinah que a su vez queda a poco más
de 2 km de Thamel, el barrio concurrido y turístico de Kathmandu donde nos
alojamos en el hotel Potala.
El hotel Potala
cuesta 18 dólares con internet, baño, desayuno, para dos personas. Para tres
cuesta 25. Martín se come un pollo Sizzler, completito y con rico aroma que
cuesta 295 rupias, y yo me pedí un budín de arroz que cuesta 125 rupias.
Un taxi desde
Pashupatinah a Boudhinath -se puede caminar- cuesta 200 rupias, y de regreso a
Thamel, desde Boudhinat, cuesta 300 rupias.
Para alejarnos
del mundanal ruido y recuperarnos de los contrastes de este día, nos refugiamos
en el jardín de los sueños. Un rincón, que a pesar de estar en plena ciudad y a
pasitos de este Thamel, es un reducto de paz. Árboles, magnolias, flores,
orquídeas, lirios, gardenias, lotos, estanques y fuentes, helechos. Y los ALISUS! Ahí nos
tiramos en el pasto y nos relajamos un buen rato bajo la mansedumbre de un
cielo húmedo y gris que no quiso llover.

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