Hoy visitamos los templos de Swayambhunath. Están a pocos dos kilómetros y medio de Thame el barrio céntrico de Kathmandu. Fuimos en un taxi que nos cobró 200 rupias, no sabíamos el camino y esto es un quilombo, pero fuimos así, en vehículo, para regresar caminando.
Al templo de Swayambhunath se le llama también el templo de los monos, por la cantidad de macacos que andan en los alrededores, entre y por sobre los templos. Hay una estupa gigante, perfectamente proporcionada, con su aguja dorada, una cúpula escalonada y los ojos de Buda, tres en cada cara -el tercer ojo- mirando hacia los cuatro puntos cardinales. Hay muchas otras deidades, y se conjugan el hinduismo y el budismo. Hay símbolos del zodiaco tibetano, taras, guardianes del cielo, el agua, la tierra, y el fuego. Llama eterna. Protectora contra la viruela y la fertilidad, Maya Devi, mamá de Siddharta pariendo agarrada de la rama de un árbol. Fue un agradable paseo. Por sendas del peregrino, escaleras interminables, y más y más estupas, y más cúpulas, y más piedras con bajos y sobre relieves. Volvimos caminando, cruzando el río putrefacto y luego el tránsito desordenado y los bocinazos, y el polvo. Descansamos con mates en el hotel, y volvimos a salir a comer y otra vez a caminar un poco por el caos. Por suerte serán pocos días en Kathmandu hasta retomar los trepping en Himalayas. Apenas llegue la compañera Stella arrancamos de nuevo hacia las montañas. No la vamos a dejar ni respirar el aire polvoso de esta urbe. Aunque a ella a lo mejor le gusta. A nosotros también nos gustan muchas cosas, las comidas con sus especias, el sabor a masala, el aroma a sándalo, a almizcle -lástima el olor a podrido que se inmiscuye-; nos gustan los ojos negros únicos de esta gente, sus miradas también únicas, cómo miran! es muy bello. Nos gustan los vestidos de las mujeres, los rituales, las candelas. Nos gusta todo lo que atañe a una paz misteriosa, a las creencias, a sus ritos. Pero no el caos, los bocinazos, el polvo, la mugre, y lo peor: la miseria y el poco valor que tienen los derechos y la justicia sobre estas pobres criaturas que se quejan muy poco. Será mi espíritu revolucionario. Yo no puedo aceptar que vivan así.
Martín jugó con unos nenes que andaban pidiendo cerca de Swayambhunath. Pedían limosna, pero cuando Martín se puso a jugar con ellos, tenían una felicidad enorme, y se rieron tanto que se olvidaron por qué estaban ahí.