En casa de Tea Kalmbach.
Charlamos como si fuéramos amigas de antes. Compartimos historias de emigradas y nómades con raíces selváticas y mares en los sueños.
No nos conocíamos ni de referencia. No estaba en nuestros planes encontranos. Esas cosas de la vida, el síntoma, la red vibratoria de las cuerdas, las partículas invisibles, qué sé yo, el universo conspira y no somos capaces de darnos cuenta, la cosa es seguir andando, sin oponer resistencia a aquello que nos llama y nos mueve.
Esta mañana estuve en la pileta del barrio. Ahora está nublado y hubo llovizna. Cociné para los chicos. Tea tiene tres hijos preciosos, Amy de 18 años, Christian de 16 y Ian de 11. También son musiqueros. Pienso en mis hijos. Martín vuela a Argentina en este preciso momento, la familia hizo una vaquita para llevarlo a pasar las fiestas, charlé con Farid en el messenger. Los extraño mijitos.
No es posible subir fotos. Esta es una laptop pequeña por donde se la mire y por donde no se la vea. No hay espacio en disco y la conexión es lenta. El patio me llama. Estaré leyendo por segunda vez El universo elegante, uno de mis libros favoritos.
Soy afortunada. El momento crucial del viaje es el cruce Panamá-Colombia y yo estoy en casa de Tea, fundamental en esta etapa, que resultó ser argentina y más que eso, gaucha, y me siento tranquila, feliz, en familia.