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En Bicicleta de los Pirineos a los Apeninos-Día 18: Rians-Parque Verdon

La ruta de este día es bien rutera. Salimos por la carretera 561 y después tomamos la 560. El pedalear es placentero. El trazado de la ruta presenta deliciosos desniveles, largas subidas y consecuentes bajadas.

Se pasa por una cascada que no es muy llamativa pero que amerita un breve parate. Disfrutar del rumor del agua y respirar el aroma del lugar. El agua que cae, se escurre por el terreno desparejo formando pozones de agua azul.

Esta es la región de Var, al sur de las Gargantas de Verdon y se destaca, además de por su naturaleza, por su tradicional y delicada porcelana artesanal.

Desde la cascada seguimos hacia Salernes donde no hay camping por lo tanto continuamos unos 5 o 6 kilómetros más hasta el Parque Verdón donde acampamos.  El camping nos costó 10 euros. Los baños son lindos y limpios. Es un predio enorme en medio del bosque. Se respira pino.

Día 6 (26 de Marzo) – km 24, Cuitlahuac a Mandinga

La temporada de lluvias es consecuente con el ciclo del agua, primero se evapora, después se condensa, y más tarde, llueve. Por eso yo insistía en salir temprano. Aunque cómo uno podría salir temprano cuando eso signifi ca alejarse y quizás alejarse para siempre de alguien que sin conocerlo le ha dado la mano, un plato de comida, un techo, un abrazo, la sonrisa, un rincón íntimo del hogar.

El sol salió con toda su potencia y la inefable misión de evaporar toda el agua caída durante la noche.

-Nos vamos a ir, Lupita, porque ya no está lloviendo, y el camino es tan largo, Alexa, como quinientas veces a Córdoba, Rosario. La mitad de mil, Charis.

Un hachazo de sol corta en dos la sonrisa de Clara que nos dice adiós con la manito de Ivette. Miro atrás como una promesa. Adivino que la hilera escalonada de manos se sigue sacudiendo a mis espaldas.

El calor abrasador se presume mediodía, es la mañana apenas, pero el sol se ha encaramado en la altura azul sin matices. Un sol que raja la tierra, que te raja el casco. No hay sombra. Cada árbol es una bendición que dura un suspiro. Pasamos
una infinidad de pueblitos. No los vemos. Se esconden detrás de bambalinas de polvo, de caminos vecinales que se bifurcan a un lado y al otro de la carretera principal. La Lagunilla, 442 habitantes, Tamarindo -el olfato lo anticipa- 818 habitantes. Los carteles de madera, rústicos, anuncian pintado el nombre del pueblo y la cantidad de habitantes. Mata Espino, 273 habitantes, Los Capulines, 70 habitantes, La Capilla, 1364 habitantes. La tendencia de la pendiente es en bajada aunque nos sorprenden seguidillas de columpios. La razón lógica es que ya hemos caído de
la cordillera volcánica que atraviesa transversalmente el corazón de México pero nos hemos encontrado con las últimas estribaciones de la Sierra Madre Oriental que escuda el este del Golfo. América Latina no es llana. Vamos descubriendo su intrínseca juventud geológica. Desvanece la imagen en cámara lenta del pedalear placentero lisa y llanamente. El esfuerzo es duro al principio. Sin entrenamiento y con carga. Vale la pena, ya lo verán. El disfrute será muy grande. A menos de una semana de haber salido, no sé lo que pueda pasar.

El calor caribeño se ha metido en el continente y nos embota y nos aletarga. Avanzamos con la frecuencia del mediodía hacia la siesta. Es agobiante. Tomamos agua y metemos la cabeza debajo de cualquier chorro en cada oportunidad posible. La mira puesta en la ilusión del horizonte marino nos anima. Llegar al mar y sentarnos en la playa a comer pescado. No fue posible. Si bien llegamos a Boca del Río, muy cerca de Veracruz, no hubo lugar donde pudiéramos hospedarnos. Las
villas de lujo y los barrios cerrados han ocupado la costa. No hay espacio público. No hay hoteles, sólo dos residenciales carísimos. Nos conformamos con respirar la sal y dejamos que el viento nos vuele el deseo de sentarnos en la playa a comer pescado. Venía el Norte. Ya estábamos sobreaviso. El mapa nos sugirió ir a
Mandinga. Tremenda subida para terminar el itinerario diario. Subida y bajada al pueblo de Mandinga junto a la laguna del mismo nombre. En Mandinga hay unos cuartos de alquiler que son francamente horribles. Nos mostraron una habitación lúgubre, con colchones viejos en camas sin tender y asqueroso olor a humedad. Nos dijeron que era lo único que había pero no nos quedamos. Cualquier cosa era mejor que esa pocilga. Preguntamos a unas personas que iban caminando y ellos nos señalaron a la señora de la tienda. La señora de la tienda llamó a otra señora
de la misma tienda que tenía a cargo un departamento. Justo se había desocupado, nos dijo. Estaba vacío, con algunos escombros, polvo, recién pintado porque habían estado acondicionándolo para nuevos inquilinos.

-¿Cuánto nos cobraría para pasar la noche?

-¿Una noche?

-Solamente una noche.

-¡Y pos nada!

Esta señora, Mara, resultó ser otro ángel del camino. Cuando nada parece salir es porque vendrá algo y será mejor. Palabra santa. No pudimos sentarnos frente al mar. No hubo alojamiento en Boca del Río. Era un asco el único lugar disponible en Mandinga, y cosa de Mandinga que se guardaba un ángel en la manga. El departamento de Mara era amplio, no tenía muebles, pero tenía agua, una ducha potente, electricidad, una pileta en la cocina. Barrimos el polvo. Entramos con las bicicletas. Emparchamos lo que había que emparchar. Nos bañamos de todo ese calor pegoteado y salimos a cenar tapaditas, sopes y martajas. Riquísimo, abundante y barato, de a 10 pesos.

Datos técnicos:


Km 24 Autopista Córdoba. Veracruz-Mandinga 85.96 km
6.05.43 hs
Total: 456.23 km.