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Día 7 (27 de marzo) – de Mandinga a Antón Lizardo

Una mañana más. Listos para salir. Vamos a saludar a Mara y a entregar la llave y nos encontramos con una mesa repleta de platos servidos. Hay de todo, carne asada, huevos revueltos con jamón, frijoles, las tortillas calientitas. Mara ha preparado el desayuno para nosotros. La gente es increíble. El ser humano, las personas de las que todos los días las noticias denuncian abusos y crímenes. Me pregunto cuál será el porcentaje de maldad en la humanidad si somos tantos, si la gente ha brotado durante este largo viaje como hormigas de un hormiguero que cubre todo el planeta y siempre, todos los días, todostodos, nos ha acogido y nos ha regalado algo aún cuando no hemos pedido nada. Acaso alguien se imagina llegar a una esquina cualquiera de un pueblo completamente desconocido y preguntarle a alguien si sabe de un lugar para pasar la noche, un cuarto para rentar, y te dicen que le preguntes a esa señora y llegás a otra señora que saca una llave del bolsillo como si te estuviera esperando y te abre un departamento nuevo, vacío de muebles, con tres cuartos y un baño y te dice que te lo presta. ¿Acaso esto es posible? y luego, en la mañana, esa señora de la que apenas sabés su nombre, Mara, te dice que ha preparado un desayuno y te sentás a desayunar con toda la familia, Mara, Raúl, Susana, Imeris, y charlás con ellos como si los conocieras de toda la vida y después ya no quieren que uno se vaya o desean, y lo hacen sinceramente, que uno vuelva a visitarlos.

No querían que nos fuéramos pero el viento norte nos empujó a irnos. Susana estudiaba turismo y tenía problemas con inglés, hablamos de algunas características del idioma y le di unos tips claves para poder estudiarlo sin bloquearse. El inglés es el idioma más fácil del mundo por eso todo el mundo lo habla y a los nativos les cuesta tanto aprender otro. Si todos pueden, Susana también.

Nos despidieron en la puerta. Abrazos, deseos mutuos, bendiciones, intercambio de direcciones, promesas. Subimos la colina empinada empujando las bicicletas y confiando en el descenso, pero el Norte era tan fuerte que las bicicletas no se precipitaban sino que quedaban estancadas en el medio de la calle y el polvo. Contra viento y marea tomamos la ruta principal que se cubría de ráfagas de arena. Una máquina trabajaba quitando los montículos de la ruta, una tarea inútil ya que, al darse vuelta la máquina, los remolinos de viento desbarataban el trabajo y más arena interfería el paso formando una barrera. Masticamos arena hasta por las orejas. No se podía respirar. Embestimos hacia adelante. Con los ojos cerrados y la cabeza entre los hombros. El terreno es llano y el viento a favor, pero es tan desequilibrado y potente que no nos sirve de ayuda sino todo lo contrario, nos entorpece. Fue el día de menor avance del viaje. Solamente 13 kilómetros. Pero nos sentamos a comer pescado frente al mar. Atrincherados en el restaurante La Intimidad de Antón Lizardo. Detrás de las ventanas. El clásico Norte soplaba a velocidades de 43 a 68 kilómetros por hora.

La Intimidad es restaurante y hotel. El cuarto es colorido, con una cama grande, sofá cama, tv, aire acondicionado, baño. Cuesta 400 pesos mexicanos pero nos hicieron un descuento, 100 por cada uno. En el restaurante donde pasamos la mayor parte del tiempo hay internet, tv, y enormes ventanales de frente al mar. Comimos una fuente de arroz tumbada por 140 pesos, abundante y rico. Como aperitivo sirven totopos con dos salsas, una de chipotle y otra de habanero. Allí conocimos a Omianca, el sereno, un señor sencillo y humilde a quien le enseñamos a escribir su nombre y a mandar mensajes -o señales ya que no sabía escribir- por su teléfono celular. Conversamos con Omianca hasta las diez y media de la noche.

-Va a empezar la novela, nos dijo. Y le mandó un mensaje de señales a la hermana para avisarle que ya estaba por empezar.

Datos técnicos:


Mandinga-Antón Lizardo 13 km
0.58.03 hs
Total: 469.23 km.

Día 6 (26 de Marzo) – km 24, Cuitlahuac a Mandinga

La temporada de lluvias es consecuente con el ciclo del agua, primero se evapora, después se condensa, y más tarde, llueve. Por eso yo insistía en salir temprano. Aunque cómo uno podría salir temprano cuando eso signifi ca alejarse y quizás alejarse para siempre de alguien que sin conocerlo le ha dado la mano, un plato de comida, un techo, un abrazo, la sonrisa, un rincón íntimo del hogar.

El sol salió con toda su potencia y la inefable misión de evaporar toda el agua caída durante la noche.

-Nos vamos a ir, Lupita, porque ya no está lloviendo, y el camino es tan largo, Alexa, como quinientas veces a Córdoba, Rosario. La mitad de mil, Charis.

Un hachazo de sol corta en dos la sonrisa de Clara que nos dice adiós con la manito de Ivette. Miro atrás como una promesa. Adivino que la hilera escalonada de manos se sigue sacudiendo a mis espaldas.

El calor abrasador se presume mediodía, es la mañana apenas, pero el sol se ha encaramado en la altura azul sin matices. Un sol que raja la tierra, que te raja el casco. No hay sombra. Cada árbol es una bendición que dura un suspiro. Pasamos
una infinidad de pueblitos. No los vemos. Se esconden detrás de bambalinas de polvo, de caminos vecinales que se bifurcan a un lado y al otro de la carretera principal. La Lagunilla, 442 habitantes, Tamarindo -el olfato lo anticipa- 818 habitantes. Los carteles de madera, rústicos, anuncian pintado el nombre del pueblo y la cantidad de habitantes. Mata Espino, 273 habitantes, Los Capulines, 70 habitantes, La Capilla, 1364 habitantes. La tendencia de la pendiente es en bajada aunque nos sorprenden seguidillas de columpios. La razón lógica es que ya hemos caído de
la cordillera volcánica que atraviesa transversalmente el corazón de México pero nos hemos encontrado con las últimas estribaciones de la Sierra Madre Oriental que escuda el este del Golfo. América Latina no es llana. Vamos descubriendo su intrínseca juventud geológica. Desvanece la imagen en cámara lenta del pedalear placentero lisa y llanamente. El esfuerzo es duro al principio. Sin entrenamiento y con carga. Vale la pena, ya lo verán. El disfrute será muy grande. A menos de una semana de haber salido, no sé lo que pueda pasar.

El calor caribeño se ha metido en el continente y nos embota y nos aletarga. Avanzamos con la frecuencia del mediodía hacia la siesta. Es agobiante. Tomamos agua y metemos la cabeza debajo de cualquier chorro en cada oportunidad posible. La mira puesta en la ilusión del horizonte marino nos anima. Llegar al mar y sentarnos en la playa a comer pescado. No fue posible. Si bien llegamos a Boca del Río, muy cerca de Veracruz, no hubo lugar donde pudiéramos hospedarnos. Las
villas de lujo y los barrios cerrados han ocupado la costa. No hay espacio público. No hay hoteles, sólo dos residenciales carísimos. Nos conformamos con respirar la sal y dejamos que el viento nos vuele el deseo de sentarnos en la playa a comer pescado. Venía el Norte. Ya estábamos sobreaviso. El mapa nos sugirió ir a
Mandinga. Tremenda subida para terminar el itinerario diario. Subida y bajada al pueblo de Mandinga junto a la laguna del mismo nombre. En Mandinga hay unos cuartos de alquiler que son francamente horribles. Nos mostraron una habitación lúgubre, con colchones viejos en camas sin tender y asqueroso olor a humedad. Nos dijeron que era lo único que había pero no nos quedamos. Cualquier cosa era mejor que esa pocilga. Preguntamos a unas personas que iban caminando y ellos nos señalaron a la señora de la tienda. La señora de la tienda llamó a otra señora
de la misma tienda que tenía a cargo un departamento. Justo se había desocupado, nos dijo. Estaba vacío, con algunos escombros, polvo, recién pintado porque habían estado acondicionándolo para nuevos inquilinos.

-¿Cuánto nos cobraría para pasar la noche?

-¿Una noche?

-Solamente una noche.

-¡Y pos nada!

Esta señora, Mara, resultó ser otro ángel del camino. Cuando nada parece salir es porque vendrá algo y será mejor. Palabra santa. No pudimos sentarnos frente al mar. No hubo alojamiento en Boca del Río. Era un asco el único lugar disponible en Mandinga, y cosa de Mandinga que se guardaba un ángel en la manga. El departamento de Mara era amplio, no tenía muebles, pero tenía agua, una ducha potente, electricidad, una pileta en la cocina. Barrimos el polvo. Entramos con las bicicletas. Emparchamos lo que había que emparchar. Nos bañamos de todo ese calor pegoteado y salimos a cenar tapaditas, sopes y martajas. Riquísimo, abundante y barato, de a 10 pesos.

Datos técnicos:


Km 24 Autopista Córdoba. Veracruz-Mandinga 85.96 km
6.05.43 hs
Total: 456.23 km.