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Día 9 (29 de marzo) – de Alavarado a Santiago Tuxtla

Amanecimos como nuevos en la pulcritud de Posada Albatros. Garuaba finito al salir pero le dimos igual. Era temprano y las nubes protegen del agobio. Nos despedimos de Doris que todo el tiempo nos transmitió su buena onda para el camino. Para retomar la ruta hay que cruzar un puente larguísimo que atraviesa el estuario de la laguna. La ruta después del puente es confortable, sin altibajos. Había una desviación poco señalizada así que, como yo había salido antes que los chicos, decidí esperarlos ahí. Un grupo de ciclistas de entrenamiento se desplazaba por la misma ruta y quien conducía el vehículo de apoyo paró a ofrecernos agua. La mañana siguió nublada y eso nos envalentonó a pedalear sin descanso y sin tener que parar a cada rato. Le dimos casi 50 kilómetros y en la ciudad Ángel Cabada nos detuvimos a descansar y a comer unas memelas rellenas. Las memelas son tortillas grandes, en este caso rellenas de carne guisada al gusto. Una gordita gigante.

Los contornos de la carretera son verdes, el pasto parece mullido y la vegetación refrescante. Hay árboles. Pasamos por la entrada de balnearios como el de Pancho López. Luego de este punto el terreno vuelve a ofuscarse. Entramos en la Sierra de los Tuxtlas. Los contornos catedrálicos rehúsan el camino recto y atacan con curvas siniestras la llegada del ciclista. El avance parece inverso al esfuerzo pero el paisaje compensa. El verde ya no es uniforme sino que, las sombras que proyectan las alturas, los tiñen de claroscuros fantasmagóricos. Los Tuxtlas misteriosos. Serranía volcánica de contornos accidentados.

Aterrizamos en Santiago Tuxtla de un saque al enfilar por una bajada que se hunde en el corazón del pueblo. En la plaza la gente tiene ganas de platicar, se dirigen a nosotros como si nos hubieran estado esperando. Algunos están tejiendo palmas de cuaresma. Al carnaval lo dejamos en Alvarado y vamos rumbo a la Semana Santa. Les preguntamos por algún cuarto, camping, hotel y nos indican varios. Elegimos el Hotel Olmeca porque es económico y aceptable. Cuesta 100 pesos por persona. Está bastante desvencijado, los enchufes son escasos y no funcionan, las canillas y la ducha gotean. Tuvimos que subir las bicicletas por una escalera estrecha ya que está en un primer piso y no tiene estacionamiento. La señal de internet es buena. Acomodamos todo y después de la sagrada ducha salimos a caminar.

Los flancos de la plaza están custodiados por el palacio municipal y la iglesia. Como en la mayoría de los pueblos y ciudades de México el zócalo es el centro político y religioso y el centro de la vida social. En el medio de la plaza hay un quiosco que reúne millones de historias de los tuxtlenses que se dan cita allí. Los devotos veneran a Nuestra Señora de la Soledad con una procesión de silencio. Don Agustín pita su puro, interrumpe el mutismo y nos confi esa en un bisbiseo:

-llorábamos a los muertos pero no los tocábamos para no contagiarnos. Cuando fuimos a rezarle a la virgen, había desaparecido del nicho. Ella los estaba curando con milagros.

Datos técnicos:


Alvarado-Santiago Tuxtla 73.01 km
6.03.53 hs
Total 600.24 km.

Día 7 (27 de marzo) – de Mandinga a Antón Lizardo

Una mañana más. Listos para salir. Vamos a saludar a Mara y a entregar la llave y nos encontramos con una mesa repleta de platos servidos. Hay de todo, carne asada, huevos revueltos con jamón, frijoles, las tortillas calientitas. Mara ha preparado el desayuno para nosotros. La gente es increíble. El ser humano, las personas de las que todos los días las noticias denuncian abusos y crímenes. Me pregunto cuál será el porcentaje de maldad en la humanidad si somos tantos, si la gente ha brotado durante este largo viaje como hormigas de un hormiguero que cubre todo el planeta y siempre, todos los días, todostodos, nos ha acogido y nos ha regalado algo aún cuando no hemos pedido nada. Acaso alguien se imagina llegar a una esquina cualquiera de un pueblo completamente desconocido y preguntarle a alguien si sabe de un lugar para pasar la noche, un cuarto para rentar, y te dicen que le preguntes a esa señora y llegás a otra señora que saca una llave del bolsillo como si te estuviera esperando y te abre un departamento nuevo, vacío de muebles, con tres cuartos y un baño y te dice que te lo presta. ¿Acaso esto es posible? y luego, en la mañana, esa señora de la que apenas sabés su nombre, Mara, te dice que ha preparado un desayuno y te sentás a desayunar con toda la familia, Mara, Raúl, Susana, Imeris, y charlás con ellos como si los conocieras de toda la vida y después ya no quieren que uno se vaya o desean, y lo hacen sinceramente, que uno vuelva a visitarlos.

No querían que nos fuéramos pero el viento norte nos empujó a irnos. Susana estudiaba turismo y tenía problemas con inglés, hablamos de algunas características del idioma y le di unos tips claves para poder estudiarlo sin bloquearse. El inglés es el idioma más fácil del mundo por eso todo el mundo lo habla y a los nativos les cuesta tanto aprender otro. Si todos pueden, Susana también.

Nos despidieron en la puerta. Abrazos, deseos mutuos, bendiciones, intercambio de direcciones, promesas. Subimos la colina empinada empujando las bicicletas y confiando en el descenso, pero el Norte era tan fuerte que las bicicletas no se precipitaban sino que quedaban estancadas en el medio de la calle y el polvo. Contra viento y marea tomamos la ruta principal que se cubría de ráfagas de arena. Una máquina trabajaba quitando los montículos de la ruta, una tarea inútil ya que, al darse vuelta la máquina, los remolinos de viento desbarataban el trabajo y más arena interfería el paso formando una barrera. Masticamos arena hasta por las orejas. No se podía respirar. Embestimos hacia adelante. Con los ojos cerrados y la cabeza entre los hombros. El terreno es llano y el viento a favor, pero es tan desequilibrado y potente que no nos sirve de ayuda sino todo lo contrario, nos entorpece. Fue el día de menor avance del viaje. Solamente 13 kilómetros. Pero nos sentamos a comer pescado frente al mar. Atrincherados en el restaurante La Intimidad de Antón Lizardo. Detrás de las ventanas. El clásico Norte soplaba a velocidades de 43 a 68 kilómetros por hora.

La Intimidad es restaurante y hotel. El cuarto es colorido, con una cama grande, sofá cama, tv, aire acondicionado, baño. Cuesta 400 pesos mexicanos pero nos hicieron un descuento, 100 por cada uno. En el restaurante donde pasamos la mayor parte del tiempo hay internet, tv, y enormes ventanales de frente al mar. Comimos una fuente de arroz tumbada por 140 pesos, abundante y rico. Como aperitivo sirven totopos con dos salsas, una de chipotle y otra de habanero. Allí conocimos a Omianca, el sereno, un señor sencillo y humilde a quien le enseñamos a escribir su nombre y a mandar mensajes -o señales ya que no sabía escribir- por su teléfono celular. Conversamos con Omianca hasta las diez y media de la noche.

-Va a empezar la novela, nos dijo. Y le mandó un mensaje de señales a la hermana para avisarle que ya estaba por empezar.

Datos técnicos:


Mandinga-Antón Lizardo 13 km
0.58.03 hs
Total: 469.23 km.

Día 5 (25 de Marzo) – de Ciudad Mendoza al km 24 de la autopista Córdoba-Veracruz, Cuitlahuac

Con la ropa casi seca y otra vez por el acotamiento de la autopista seguimos descubriendo Veracruz. El verde es cada vez más uniforme e intenso. La temperatura tropical se instala sobre la humedad de la tierra y el calor acentúa los olores del campo impregnados de melaza. Los pómulos salientes, la tez bronceada, testigos mansos y eternos de la esclavitud. El olor a caña quemada se fijará en nosotros como en la historia misma de los pueblos engrillados a la zafra.

El borde de la autopista está sucio. Hay basura, piedras, vidrios rotos, restos de caña y, sobre todo, llantas de camión reventadas. Estas llantas tienen una red de alambrecitos entre el caucho. Cuando la llanta revienta y se despedaza, esos alambrecitos microscópicos, quedan desperdigados y son la causa de que empecemos a pinchar o ponchar, como se dice en México. Martín y Alex ponchan una tras otra, dos veces cada uno en menos de 50 kilómetros y, cuando todo parece resuelto y nos paramos sobre un puente alto para observar el paso de un tren, nos damos cuenta de que yo también estoy ponchada. No ha llovido durante el día y el calor nos ha dado una mano para que se sequen los resabios de la lluvia de ayer. Las pinchaduras nos demoran más allá de las vistas o los descansos en las garitas. Nunca salimos de preferencia temprano y aunque pedaleamos muchas horas, el ritmo de la bicicleta requiere tiempo para avanzar y paciencia para emparchar. En ese ritmo nuevo y que se impone, vamos descubriendo que al viajar en bicicleta no nos perdemos nada. Ya sea porque tenemos que parar a pedir agua o cambiar una cubierta, ya sea porque no podemos acelerar más allá del esfuerzo posible de nuestras piernas y saltearnos los campos con ruedas de siete leguas, la bicicleta nos obliga a conocerlo todo. Cada árbol cada pájaro cada bicho cada sinuosidad cada hombre en la extensión del paisaje.

La pesadez del clima se espesa en el cielo plomizo. Caen las primeras gotas gordas. Desde proa no vemos tierra de acampe a la vista. Martín pincha otra vez y avanzamos caminando en busca de un techo donde hacer la reparación. En eso, vislumbramos una casita.

La casita resulta ser un restaurante de paso. Se llama Las Palmas y está en el Km 24 de la autopista Córdoba-Veracruz en el distrito de Cuitlahuac. Nos presentamos.

-Somos tres viajeros que… y la lluvia y si nos agarra la noche…

Clara, la dueña del restaurante, está sola con sus tres hijas, Alexa, Charis e Ivette, y dos amiguitas de ellas, Rosario y Lupita. Las nenas tienen entre 3 y 9 años y juegan a la maestra. Las tres hijas de Clara les dan clases a las dos amiguitas que no van a la escuela. Clara, a pesar de estar sola con las niñas en esa ermita de la autopista, no desconfía de nosotros. Nos hace pasar y despeja un espacio techado del fondo del local debajo del cual podremos armar nuestras carpas. Desarma en dos movimientos la escuela de juguete de las nenas quienes movidas por la curiosidad giran alrededor nuestro y de las bicicletas haciendo preguntas. De qué país vienen, a qué país van. En qué idioma hablan. Sacan un manual y marcamos la ruta y el destino en un mapa. Les explicamos cuán largas son en la realidad esas líneas de menos de 20 centímetros en la foto. Es como si viajaran más de quinientas veces a Córdoba. (Córdoba a 27 kilómetros de Cuitláhuac).

-Quinientas veces, la mitad de mil -calcula Charis.

-¡Pero yo no voy ni una sola vez a Córdoba en bicicleta! -alega Rosario-¿y qué idioma hablan?

-Castellano, igual que ustedes.

Sin embargo quieren saber más. Ávidas de saber qué es lo que hay más allá de la autopista Córdoba-Veracruz. Clara se suma, atiende a los clientes y entre plato y plato se recrea participando de la algarabía y la historieta en el fondo. Nos ofrecemos a colaborar, Martín lava los platos que se amontonan en una palangana junto a la pileta. La velada se alarga. Toman nota. Escriben. Cantamos ‘Frère Jacques’ en francés, la aprenden en un santiamén y la copian junto con otros versos en inglés y todos sus nombres en árabe y en griego. Está garuando fi nito detrás de las cortinas de plástico.

-A lo mejor se tienen que quedar un día más -dice Lupita con evidente ilusiónporque está lloviendo.

Clara sonríe y acuna a Ivette que se ha quedado dormida en sus brazos.

Datos técnicos:


Ciudad Mendoza-Km 24, Cuitlahuac 77 km
5.03.45 hs
Total: 370.27 km.