Antes de salir de Acayucan pasamos a engrasar las cadenas y a darle un ajuste a las velocidades. La topografía irregular de América Latina obliga a un aprovechamiento exigente de los cambios. Las palancas suben y bajan y la rapidez en este juego hace que vayan agarrando ciertos vicios. A veces se niegan a subir si no apretás el pulgar al límite o no entran si no hacés dos rebajes juntos. Cada uno se va entendiendo en este lenguaje de ir y venir de palancas con su propia bicicleta, es un aprendizaje que permite que lo que no funciona como un relojito, sirva igual. De todas maneras, un ajuste de vez en cuando, pone por un tiempo -a veces es un rato nada más- las cosas en su lugar.
Hoy elegimos la ruta libre. Apabullados por la mugre de la autopista veracruzana, la cantidad de basura en las banquinas y las continuas pinchaduras, pensamos que por la libre sería mejor. Nos encontramos con que la carretera libre estaba en refacciones en un tramo largo. Seis kilómetros de contrapiso acanalado que tuvimos que cruzar a los saltitos. Fastidioso e incómodo. La banquina es un margen estrecho y el tráfi co es igual de insoportable aunque un poco más lento. Hay muchos camiones, muchos trailers. Estamos sobre Semana Santa, es fi n de semana largo y quizás por eso hay más tráfico, además la reparación obliga a varios desvíos y a circular con más calma. Entre el polvo de la obra se ven dos banderitas naranjas de precaución, son dos chicas que trabajan para la empresa vial y me paran curiosas para hacerme preguntas y ofrecerme agua fresca. Me entretengo y me quedo atrás. Ya no diviso a mis compañeros de viaje.
Está nublado, el cielo plomizo ayuda a pedalear sin que el sol te raje el casco pero igual pesa. El smog de los caños de escape parece una caricatura del cielo, gris y caliente. Un hálito dulce de caña que alivia la polvareda. Si hay subidas son tenues, el recorrido no es nada complicado a pesar del calor y el estado de la ruta. Al llegar a Minatitlán hay un desvío que tomo. No es muy visible y tengo el presentimiento de que mis compañeros han errado el rumbo y se han metido en la ciudad. Avanzo con rapidez, circulan muchos vehículos, hay bocacalles congestionadas, transporte público, semáforos, paradas de autobús. Paro en una garita a preguntar a un hombre que me dice que hace rato que está ahí pero que en bicicleta con carga no ha pasado nadie. Decido esperar a que los confundidos se den cuenta y peguen la vuelta. El hombre me pregunta si es la primera vez en Minatitlán y como le digo que sí, me cuenta que ahí tuvieron la refinería de petróleo más grande del mundo.
-Los petroleros se robaron todos los campos, muchos se vinieron para acá, para la ciudad, y otros se fueron más lejos o a la guerra con Zapata y Villa. Nos chingaron. Nosotros teníamos las chacritas y trabajábamos el café, después sacaron todo y quedó el río pelado que ahora cada tanto se inunda porque no tiene contención, está todo contaminado, toda la ciudad se inunda. Me lleva la chingada. Me llamo Héctor, -me dio la mano- ese es mi pecero.
Héctor me saludó desde el pasillo del pecero. Los chicos no llegaban así que decidí seguir un poco más adelante. Al final de esa calle de acceso a la ruta había un puesto de Defensa Civil. Los agentes se apresuraron solícitos y entusiastas a atenderme. Me hicieron preguntas. Tomaron datos. Me dieron agua y se sacaron fotos conmigo. En eso llegaron los chicos.
De Minatitlán a Coatzacoalcos se hacen rápido las rectas. Coatzacoalcos es una ciudad muy grande. El nombre proviene de Quetzalcoatl, la serpiente emplumada que se embarcó por el río en una balsa hacia el interior de México. A la ciudad se entra por autopistas y puentes que cruzan el río Coatzacoalcos y más autopistas y más puentes. Vamos preguntando dónde está el centro pero parece que nunca llegamos. La entrada a la ciudad implica varios kilómetros extras. Vamos a ver el mar. Otra vez. Teníamos que encontrarnos con Paco, un compañero de estudios de Martín y Alex, pero era temprano así que para matar el tiempo y el hambre nos metimos a almorzar en el mercado. Fue una de las mejores comidas de todo el viaje. Un menú corrido de 50 pesos, super abundante y delicioso. La cocinera era por demás de amable. Ya casi todos los puestos de comida del mercado estaban cerrados, ella cocinó especialmente para nosotros, y un frecuente comensal nos dio indicaciones de cómo seguir hacia la playa. La digestión y la siesta se dejaron llevar por el horizonte inalcanzable, ese que te apacigua y te convoca al mismo tiempo.
A través de Paco contactamos a otro compañero, Joan, quien nos abrió las puertas de su casa y su estudio de yoga y nos invitó a quedarnos ahí. El lugar era un lujo. Un salón impecable y luminoso con baño, aire acondicionado, internet, y a dos cuadras de la playa. Allí Martín hizo el primer tatuaje viajero, un Hunab Ku maya en sombras. Joan no estaría al día siguiente, iba con su mamá a una cura de silencio, un retiro donde por muchas horas o días, no hablan, meditan. Nos dejó la llave y como las condiciones nos sabían propicias, aprovechamos a hacer el primer alto en esta travesía. Nos quedamos en Coatzacoalcos y pasamos el día en el mar. El sabor de la orilla. Desde tan cerca contemplar la lejanía. Contemplar como contemplarse porque estar allá, andando, no es tan lejos. Saber que hay tiempo para ese andar allá y tiempo para quedarse acá.
El malecón de Coatzacoalcos bordea la extensa línea de la costa y merece una caminata con la caída del atardecer. En los días de carnaval, el malecón es escenario de la comparsa más grande del mundo.
Datos técnicos:
Acayucan-Coatzacoalcos 66.5 km3.59.03 hsTotal: 773.87 km.