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Día 42 (1 de Mayo) – de Siguatepeque a Zambrano

La ruta desde Siguatepeque se puede tomar yendo al centro, a la plaza, y de ahí tomar el bulevar y ese bulevar sale a la carretera. Fuimos hasta la plaza de las banderas donde se congregan los puestos ambulantes de comida a tomar un frugal y nutritivo desayuno. Café con leche y también avena y pancito dulce. Desde la plaza encaramos el bulevar con la fresca. Siguatepeque está a 1100 metros y, a esta altura, el aire es complaciente y brumoso. El trayecto empieza subiendo un poco más y, después, una bajada que nos arrastra como un alud a 500 metros sobre el nivel del mar. La pendiente se tranquiliza pero uno no debe engañarse. Sabemos que, más adelante, nos aguarda la famosa Cuesta del Rodeo. Temible. Una subida pronunciada y en caracol en algunos tramos, de más de mil metros.

A 35 kilómetros de Siguatepeque, pasamos por Comayagua, la primera capital de Honduras. Es la región más plana del territorio hondureño. De aquí en más y todo alrededor hasta los dos mares, se entrelazan las cordilleras. Comayagua se destaca por los tejados rojos y la arquitectura colonial barroca, huella indeleble de un pasado de abolengo. Sus iglesias son el destino de la pascua de resurrección, las calzadas reciben a los peregrinos pintadas de aserrín con escenas del vía crucis. Seguimos a Flores. 25 kilómetros más con la idea de quedarnos a descansar allí y estudiar desde abajo cómo pintaba el desnivel de la temible cuesta. Sin embargo la buena energía por un lado y lo diminuto del pueblito de Flores por otro, nos envalentonaron a seguir. Flores es un pueblo simpático. Tiene los ingredientes del sabor pueblerino. Después de almorzar en una esquina enfrente de la tradicional plaza, nos sentamos a hacer la digestión a la sombra del quiosco central. A las dos de la tarde empezaron a llegar las señoras. Esperaron en la puerta de la iglesia hasta que llegó la que tenía la llave. Una vez abierta la iglesia la maquinaria se puso en marcha. Como si todo estuviera minuciosamente estudiado y dispuesto, una quitaba el polvo con un plumero, otra barría, otra pasaba el trapo de piso. Mientras tanto, sus señores se reunían en el quiosco donde descansábamos y se acercaban a conversar con nosotros. Es un pueblo chico, la gente se conoce, y por lo que nos contaban, las últimas novedades ya ocurrieron hace años.

-ese tamarindo que está ahí en la esquina, existe desde antes que existiera el pueblo, y aquel mural que está enfrente lo pintó un venezolano que andaba viajando como ustedes, hace quince años. Pintó al pueblo, la plaza, la iglesia, y el árbol de tamarindo

-aunque tiren el árbol o se caiga la iglesia, van a quedar pintados en el mural…

Gente linda y de yapa, mangos que se caen de los árboles.

No sabíamos si seguir o no seguir. Los señores nos decían que sí, que llegábamos, otros decían que no, que nos agarraba la noche. Encaramos. Desde Flores a Zambrano. 30 kilómetros y más de mil metros en subida. La Cuesta del Rodeo. Es una larga pedaleada sin tregua. Si uno levanta la cabeza y ve el tráfico allá arriba piensa que nunca va a poder llegar hasta allá, pero cuando quiere acordar uno ya está allá mirando alrevés, encaramado en la ladera, viendo hacia abajo el caracoleo del tráfico. Llegando al techo del mundo. La vista es inmensa y preciosa. El borde del camino, el vacío, el más allá con las montañas azules y marrones y lilas. El olor a hierba limón que intoxica el aire de frescura.

Nos llevó varias horas. Todavía faltaban 15 kilómetros y el atardecer ya nos cazaba por la espalda. Anaranjadísimo se nos venía encima. En eso Martín pinchó una rueda. Yo ya no veía. El atardecer para mí es la peor hora. Las sombras se adueñan del paisaje de la ruta se adueñan de todo las sombras. No puedo discernir. Seguí pedaleando tratando de ganarle la carrera a la noche que nos ganó irremediablemente. Y nos ganó con lluvia torrencial. El cielo se desplomó sin previo aviso. Justo en la entrada de Zambrano. Habíamos llegado. Ahí nomás había un hotel con restaurante. Todo lo que necesitábamos. El hotel nos costó 400 lempiras. El plato de frijol, huevo, queso, aguacate, crema, banana, 60 lempiras y los platos con carne, 85.

Datos técnicos: Siguatepeque-Zambrano 81.7 km

6.10.54 hs

Total: 2928.65 km

Día 41 (30 de Abril) – de los Naranjos (Peña Blanca-Lago de Yojoa) a Siguatepeque

Llovió toda la noche y siguió lloviendo en la mañana. El Lago de Yojoa, rodeado de bosques nubosos, es la zona más húmeda de Honduras, eso favorece la diversidad de reptiles y anfibios y la exclusividad de la flora. Esperamos a que amaine. Habíamos puesto sobre las carpas unos plásticos que llevamos para estos casos. Las carpas no son muy buenas y si cae mucha agua es necesario tener un sobretecho extra. No se nos mojó nada. Al mediodía sólo se escuchaban intermitentes las gotas que habían quedado atrapadas en las hojas de los árboles. Aprontamos los bártulos y arrancamos. Decidimos retomar el rumbo volviendo hacia Peña Blanca y desde allí, los 14 kilómetros que bordean la laguna hasta La Guama. El espectáculo fue inmejorable. En la orilla de enfrente la cadena de montañas era un collar de zafiros azules que atemperaba los grises del cielo y se miraba en el espejo de agua. Una belleza única pintada en un momento único. No nos pesó la hora porque el clima estaba agradable para pedalear. A lo largo de la costa hay vendedores de pescado crudo. Los cuelgan de caballetes hechos de ramas y troncos. Parecen móviles de arte efímero. Más adelante hay restaurantes donde ofrecen platos de filetes y mariscos, uno al lado del otro y con vistas magníficas a la laguna. Cuando se termina el lago, la ruta empieza a subir.

Son 22 kilómetros de subida constante en los que hay que superar un desnivel de 650 metros. Aunque no es una subida empinada tampoco da tregua hasta el final. La venta ambulante cambia por completo, aquí se venden piedras y cal. Piedra caliza para construcción en bloques, en trozos, en cascotes rosados o esculpida, y médanos de cal. La superficie del pavimento está condimentada de polvos rosados y, entre la dureza y la sequedad de la roca, hay puestos de venta de miel. Se pasa por la entrada a las cuevas de Taulabe un entretejido de grutas subterráneas de dimensiones inexploradas.

Llegamos a Siguatepeque con llovizna. La subida se ha convertido en una serie de vaivenes como para relajarse y regular el pulso cardíaco. Unas cuadras antes del centro está el Hotel Plaza la Fuente. Nos costó 350 lempiras. Tiene internet, el cuarto es limpio, luminoso, agradable, con ventilador, tv, baño, enchufes. Hay estacionamiento y Josué, el chico que trabaja, es atento y servicial. Comimos al lado del mismo del hotel y fue fabuloso. Porciones enormes y muy ricas. Un platazo de pollo con papas cuesta 85 lempiras, un taco gigante de pollo con tajada que es plátano guineo cocido, 50 lempiras y las tortillas de quesillo, 15 lempiras cada una. Hacía muchos días que no comíamos tan bien.

Datos técnicos: Los Naranjos-Siguatepeque 69.7 km

5.28.32 hs

Total: 2846.95 km