Entramos en los Alpes y las colinas se hacen notar de buen grado y agrado. La ruta sigue estando muy bien señalizada por el símbolo de la silueta del niño en bicicleta.
Atravesamos muchos pueblos viejos y llenos de encanto como Raillane, pueblos encaramados en las laderas de lomas empinadas.
Hubo buena cosecha, lechuga de campo y un melón increíble que saboreamos a la sombra del camino.
El camino cruza infinitos campos de lavanda. Son enormes extensiones lilas y durante buena parte del recorrido nos inundamos de ese aroma refrescante impregnado en todo el espacio. Luego en lugar de los campos violáceos hay bosques de pino. Es un placer para los sentidos, uno tras otro.
El recorrido nos lleva también a pequeñas ermitas de oración y monasterios. Algunos tramos son carreteras angostas, con muchas curvas y abrupto desnivel.
Pasamos el Observatoire Saint Michel, un sitio enclavado en lo más profundo de un bosque sombrío con una energía muy especial.
En Folcalquier acampamos en el único camping de la ciudad. Cuesta 13 euros con una linda piscina y show de magia para los veraneantes.