Dejamos el paraíso sin pecar y sin ser expulsados. Vamos a intentar cruzar la primera frontera de este recorrido. Lo haremos legalmente aunque con la billetera a mano. Seguramente nos cobrarán multa. Nuestras formas migratorias caducaron hace cuatro meses. Las reacciones de los agentes fronterizos son imprevisibles. Pueden ser hoscos en países amigables y amables en países en guerra, suelen ser humillantes en países del ‘primer mundo’ y arrogantes en países autárquicos, pueden revisar hoja por hoja los documentos o poner el sello sin mirar en cualquier espacio libre, hay expertos en encontrarle la quinta pata al gato, hábiles para coimear, hay curiosos, preguntones, simpáticos y antipáticos, hay quienes te dan la bienvenida a su país y hay quienes no te dan ni la hora. Antes de cruzar una frontera es conveniente respirar hondo y estar preparado para lo peor. Así las cosas, muchas veces, resultan mejor de lo previsto.
La ruta desde Bacalar hacia Belice regresa sobre los mismos pasos hacia la carretera principal a Campeche. En la intersección con esta carretera viramos a mano izquierda, 5 kilómetros después entramos a desayunar galletitas con yugur, debajo de una palapa en las orillas de la laguna de los Milagros. La laguna de los Milagros es de las mismas características que Bacalar, sin embargo presume su propio celeste aquamarine.
Y llegamos al punto de lo imprevisible. En la ventanilla, un servidor sonriente más ocupado en enterarse de nuestro viaje que en revisar las fechas. No nos cobra multa. Salimos como Pancho de su casa. Dejar México es siempre sabiendo que vamos a volver. México es nuestra casa.
Entramos a Belice, un país que no teníamos contemplado pero que se nos interpuso tras no haber podido cruzar por la selva. Fue providencial. Valió la pena. Literalmente le puso una nota de color a la vivencia. Lo más impactante de Belice es la sonrisa. Los beliceños tienen las sonrisas más blancas y luminosas del planeta. Son una mezcla única, mezcla de caribeño con africano que da garífuna de piel oscura y pómulos acentuados. Hablan kryol, un inglés deformado graciosamente, disfrazado por ellos mismos, es SU kryol, sólo entre ellos se entienden, como si hablaran en una jerigonza que sólo ellos saben desencriptar. Para nuestra suerte la mayoría también habla español e inglés que es el idioma oficial, el que se enseña en las escuelas.
La ruta en Belice es precaria. Es de canto rodado. Un desparramo de piedritas marrones pegadas en el piso. Es tropicalísimo, calor, humedad, matas verdes a ambos lados del camino. A 11 kilómetros de la frontera entramos a Corozal, ciudad sobre el caribe beliceño, y fuimos a ver el mar. Mar verde claro. Seguimos por la misma ruta. Es angosta, sin marcas, sin división, sin carteles, sin señalización. Un camino vecinal de canto rodado. Es plano, sin altibajos. Avanzamos hasta la tarde, dos, tres horas, sin encontrar ningún puesto de venta ni casas ni estaciones de servicio. Ya por la tarde encontramos a un chico, con una mesa sobre la ruta, vendiendo tamales; después, del lado de enfrente, encontramos una pequeña tienda donde compramos bolsitas de agua, y después un puesto de frutas donde paramos un buen rato debajo de un alero de madera mientras le hacíamos el aguante al solazo. Ahí comimos ananá, naranjas, y bombones de tamarindo, ¡deliciosos! Conversamos con la familia del lugar, una madre entregada de niña al marido, sus hijas, sobrinos y nietos. Cuando hablan mezclan el castellano con el inglés y pronuncian la r suave como si su lengua nativa fuera el inglés y hubieran aprendido castellano de adultas. Sin embargo provienen de Guatemala, aunque más de la mitad de ellos han nacido en Belice. Los hombres no están ahí. Trabajan. Por lo que nos explican el trabajo es en construcción o en la caña pero lejos de la casa.
-Ellos cuando trabajan encuentran de todo viejo. Tenemos un museum acá, botellas mayas y piedras de jade.
Las chicas se pierden en el fondo del puesto y vuelven con cajas llenas de reliquias.
-Hace two years quebraron una piramida, acá en San Pablo. Era una piramida alta. Ahí encontraron muchas cosas como masks de jade y vessels viejas. Mi hermano estaba trabajando, todo esto no se puede decir porque vas to jail.
-Este necklace me lo regaló mi hermano.- Se trata de un fragmento de cadena con un colgante y una piedra inscrustada. El metal es opaco. Casi negro y sin brillo y la piedra también está gastada. La chica se lo pone delante del cuello.
-También tenemos bracelets y otros pieces.
Son simpáticas, sin embargo siento que me apabulla su ignorancia, que me da escozor cómo manosean esos necklaces y bracelets que albergan en sí historias de más de mil años. No es su culpa. Siguen siendo súbditos o esclavos de la reina Isabel. Lo que amontonan y revuelven en esas cajas es valiosísimo.
Más tarde y con la duda acerca de la piramida que quebraron, busco información en internet. Efectivamente. En 2013 la compañía DeMar’s Stone Company, propiedad de un político de turno, demolió con una Caterpillar, -siempre asesinas- la pirámide más alta de esa región de San Pablo. Era la pirámide de Noh Mul erigida hace más de 2300 años, centro ceremonial que congregaba a cuarenta mil personas. Lo hicieron para sustraer la piedra caliza de su base y no tener que movilizarse a buscarla a otra cantera. Los trabajadores de la compañía robaron objetos funerarios, huesos, vasijas, joyas de jade. En el lugar hay otros vestigios arqueológicos. Están inmersos en 11 kilómetros cuadrados de sembradíos de caña dentro de una propiedad privada y son continuamente saqueados por los jornaleros.
Muchas de las casas que vemos en el camino son palafitos, y muchas mantienen el estilo colonial traído por los ingleses. Fusión de bungalow con vivienda maya. Son de madera sencilla, sólo las de los privilegiados son de caoba. Las construcciones de esta colonización se adaptaron al clima caribeño y su ascetismo demuestra que no tenían visos de permanencia. Son casas de campaña hoy desvencijadas y emparchadas de tablas. Los ingleses instalaron las colonias para irse y manejarlas desde lejos. En cambio los españoles y los portugueses se quedaron a vivir. Las casas coloniales de los virreinatos siguen sólidas en pie ostentando sus fachadas señoriales de molduras y rejas de fundición. Llegamos a Orange Walk, lo pronuncian “oranshuák” y aquí paramos en el Hotel Mirage, unas cuadras antes de llegar al centro. El cuarto es amplio, el dueño es amable. Hay internet, tv que no usamos, ventilador, baño grande, tenemos enchufes y toallas. Comimos en un restaurante de fast food, y todo cuesta 1 dólar o 2 beliceños.
“Nos despedimos de México con un excelente descanso en el paraíso laguna de Bacalar donde nos encontramos con otros argentinos; causalmente todos nos encontramos ahí para compartir un poco de las aventuras que a cada uno le han tocado y aprovechamos para nadar en el xenote Azul y el xenote de la Bruja o xenote Negro. Pedaleando por el borde de la selva, escuchando los diversos cantos de aves, cruzamos la frontera a Belice donde debíamos pagar una multa por nuestros permisos vencidos pero al parecer el oficial no prestó atención a las fechas y salimos gratis.” (Martín Murzone)
Datos técnicos:
Bacalar-Orange Walk (Belice) 95 km5.54.08 hsTotal: 1911.51 km