Archivo de la etiqueta: Belice en bicicleta

Día 29 (18 de abril) – de Burrell Boom a Camalote

La ruta sigue sin señalización ni marcas y de canto rodado, más apisonado en esta parte que es un poco más transitada, aunque sin tráfico pesado. No hay camiones de carga. Solamente algunas camionetas o camiones chicos. Pasamos la entrada de Hattieville sin reconocer a ningún prófugo; 25 kilómetros más adelante pasamos La Democracia, antes del acceso a esta ciudad está el Belize Zoo, famoso por sus jaguares y tucanes en estado natural. La entrada cuesta 30 beliceños o 15 dólares.

El calor es aplastante. Tuvimos que parar muchas veces buscando la sombra. Al mediodía fue insoportable. No se podía andar. Nos quemaba. En medio de la ruta calurosa y de la nada, apareció un shopping. Un supermercado sin muchas luces y donde se notaba poco movimiento aunque estaba abierto. Pasamos por Belmopán, la actual capital de Belice desde que el huracán se llevara a Belize city por el aire. Belmopán es la ciudad capital menos habitada del mundo, diecisiete mil habitantes. Poco después, llegamos a Camalote.

Camalote Village es un pueblito abierto entre bananos y palmeras. Las calles son de tierra y el solazo es enceguecedor. La gente busca la sombra en sus corredores y verandas. Se nota tranquilo y con ánimo de siesta. Buscamos el Camalote Camp, lo habíamos visto en internet. En Belice hay “camps” pero no son a ciencia cierta campings turísticos. Son campus de voluntarios y misioneros de iglesias protestantes. Nuestro Camalote Camp es de lujo. Aquí reciben a grupos grandes, tiene capacidad para más de sesenta personas. Una casa con habitaciones y más habitaciones afuera, aire acondicionado, internet wi-fi de banda ancha, cocina, dispenser de agua, lavadoras, muchas duchas y muchos baños, y máquinas expendedoras de snacks y bebidas a 1 dólar beliceño que se echa en una alcancía. Llegamos y todo estaba abierto, tranquera abierta, puertas abiertas de par en par, oficina abierta, computadora encendida, sin embargo llamamos, golpeamos palmas, y no había nadie. Ni el loro. Salimos a preguntar y un vecino que tiene un taller de autos enfrente, conoce a los encargados del camp y llamó por teléfono a Andrew. Andrew llegó en breve con la sonrisa grande empujando sus pómulos morenos y nos dejó quedar sin cobrarnos nada y aunque no anduviéramos en misión ni fuéramos de ninguna iglesia.

En el jardín del camp hay un montón de plantas, matas con flores, helechos y enredaderas; hay palapas con hamacas paraguayas, ideal para relajarse a la fresca. Es un lugar muy lindo. Armamos las carpas en un área verde con una cortina de cipreses y comimos comida preparada en un supermercado chino por 8 y 6 beliceños el plato.

“Paramos a dormir en un terreno libre al borde del Río Belice en el pueblo de Burrell Boom. La gente es muy exageradamente amable, cocinamos unos ricos fideos y vinimos hasta Camalote, un pueblo que está pasando Belmopan, la actual capital de Belice, para mañana cruzar la frontera ¡a Guatemala!” (Martín Murzone)

Datos técnicos:

Burrel Boom-Camalote 74.04 km
4.38.32 hs
Total: 2065.55 km

Día 28 (17 de abril) – de Orange Walk a Burrel Boom

La ruta de canto rodado nos trae a los saltitos. Afortunadamente es recta, plenamente recta. A veces hay una brisa. Hoy la brisa dio vueltas, estuvo en contra, como siempre, pero nos dio un empujoncito a favor, o fue una curva la que la dio la vuelta. No hay autopista ni carriles. La señalización es tan precaria como la ruta, se reduce a un nombre escrito con aerosol como un grafiti sobre una chapa o un cartel de madera. Así nomás. Tampoco hay servicios durante los trayectos. Horas y millas -aquí miden en millas- sin ningún lugar donde poder cargar agua o comer algo. A veces aparecen tres palafi tos. Tres casitas de madera con patas. Cada una con su terraza en el frente y las barandas pintadas. Alrededor, jardines coquetos con el pasto cortado y flores. Justo al mediodía nos encontramos con Mr. Slim, food and grill, Orlando. Tiene una parrilla rústica, un lugar acogedor y fresco para hacer una pausa y darle tregua al sol y al sudor. Muchos viajeros, ciclistas y motociclistas, paran ahí. Orlando tiene un mural con fotos de todos ellos. Muchas fotos. Tomó nuestra foto para agregarla a la pizarra. Comimos el rice and beans con pollo y salsa. Muy rico. 8 dólares beliceños.

Teníamos la intención de llegar a Hattieville. Hattieville surgió como campamento de refugiados cuando el huracán Hattie destruyó por completo la ciudad capital de Belice. Era un campamento momentáneo pero se convirtió en el sitio residencial de los evacuados que perdieron todas sus casas. Hattieville es también la sede de una cárcel con presos de alta peligrosidad y alto índice de fugas. Los carteles de “wanted” están en todos los paredones y garitas. Hattieville tiene mala fama y aunque las advertencias fueron la comidilla de todos los días sin que sucediera nada, esta vez sumó para no seguir y optar por quedarnos en Burrel Boom.

Fueron 80 kilómetros desde Orange Walk a Burrell Boom. Burrell Boom es el punto donde atravesaban cadenas de hierro de orilla a orilla del Belize river para atajar los troncos de caoba que arrojaban a la corriente desde más arriba. En Burrell Boom hay un campamento donde suelen ir los scouts pero está alejado y las instalaciones no tienen muchos servicios. Yendo hacia este lugar, en medio de una larga polvareda pegajosa, encontramos a Jairo, guatemalteco que hablaba en inglés y después en español. Jairo nos guió a un balneario, cerca del centro, a un sitio donde en fin de semana llegan turistas. Esta fue la primera noche que acampamos en un lugar abierto sin seguridad. Es un lugar lindo, un recodo del río, calmo y bonito. Hay mucha vegetación, muchos helechos y árboles. Hay leña y, a la tardecita, una invasión de mosquitos. Todas las personas de la aldea nos aseguraron que acampar en este lugar está bien, que es tranquilo, y no se equivocaron, salvo por los mosquitos.

El río es apto para la observación de cocodrilos por lo que el baño fue más polaco que beliceño. Hay peces, se los ve saltar, y hay algunos muellecitos que se acercan al agua cálida y transparente. Armamos carpas y fogón. Cocinamos pastas con saborizante, ajo y pimienta, y tomamos mates. De las tinieblas de la jungla sobrevuelan murciélagos desorientados y aúllan los monos. Es un lugar manso según corren las aguas. Suavemente. Belice, país de contrastes. Gente de piel negra con sonrisas blancas. Gente humilde muy humilde y gente rica muy rica. Gente que habla más español que inglés y gente que habla más inglés que español. Agua plácida en el río y huracanes en el viento. En la ruta pasamos por un refugio para huracanes, hurricane shelter.

Datos técnicos:

Orange Walk-Burrell Boom 80 km
6.05.46 hs
Total: 1991.51 km

Día 27 (16 de abril) – de Bacalar (México) a Orange Walk (Belice)

Dejamos el paraíso sin pecar y sin ser expulsados. Vamos a intentar cruzar la primera frontera de este recorrido. Lo haremos legalmente aunque con la billetera a mano. Seguramente nos cobrarán multa. Nuestras formas migratorias caducaron hace cuatro meses. Las reacciones de los agentes fronterizos son imprevisibles. Pueden ser hoscos en países amigables y amables en países en guerra, suelen ser humillantes en países del ‘primer mundo’ y arrogantes en países autárquicos, pueden revisar hoja por hoja los documentos o poner el sello sin mirar en cualquier espacio libre, hay expertos en encontrarle la quinta pata al gato, hábiles para coimear, hay curiosos, preguntones, simpáticos y antipáticos, hay quienes te dan la bienvenida a su país y hay quienes no te dan ni la hora. Antes de cruzar una frontera es conveniente respirar hondo y estar preparado para lo peor. Así las cosas, muchas veces, resultan mejor de lo previsto.

La ruta desde Bacalar hacia Belice regresa sobre los mismos pasos hacia la carretera principal a Campeche. En la intersección con esta carretera viramos a mano izquierda, 5 kilómetros después entramos a desayunar galletitas con yugur, debajo de una palapa en las orillas de la laguna de los Milagros. La laguna de los Milagros es de las mismas características que Bacalar, sin embargo presume su propio celeste aquamarine.

Y llegamos al punto de lo imprevisible. En la ventanilla, un servidor sonriente más ocupado en enterarse de nuestro viaje que en revisar las fechas. No nos cobra multa. Salimos como Pancho de su casa. Dejar México es siempre sabiendo que vamos a volver. México es nuestra casa.

Entramos a Belice, un país que no teníamos contemplado pero que se nos interpuso tras no haber podido cruzar por la selva. Fue providencial. Valió la pena. Literalmente le puso una nota de color a la vivencia. Lo más impactante de Belice es la sonrisa. Los beliceños tienen las sonrisas más blancas y luminosas del planeta. Son una mezcla única, mezcla de caribeño con africano que da garífuna de piel oscura y pómulos acentuados. Hablan kryol, un inglés deformado graciosamente, disfrazado por ellos mismos, es SU kryol, sólo entre ellos se entienden, como si hablaran en una jerigonza que sólo ellos saben desencriptar. Para nuestra suerte la mayoría también habla español e inglés que es el idioma oficial, el que se enseña en las escuelas.

La ruta en Belice es precaria. Es de canto rodado. Un desparramo de piedritas marrones pegadas en el piso. Es tropicalísimo, calor, humedad, matas verdes a ambos lados del camino. A 11 kilómetros de la frontera entramos a Corozal, ciudad sobre el caribe beliceño, y fuimos a ver el mar. Mar verde claro. Seguimos por la misma ruta. Es angosta, sin marcas, sin división, sin carteles, sin señalización. Un camino vecinal de canto rodado. Es plano, sin altibajos. Avanzamos hasta la tarde, dos, tres horas, sin encontrar ningún puesto de venta ni casas ni estaciones de servicio. Ya por la tarde encontramos a un chico, con una mesa sobre la ruta, vendiendo tamales; después, del lado de enfrente, encontramos una pequeña tienda donde compramos bolsitas de agua, y después un puesto de frutas donde paramos un buen rato debajo de un alero de madera mientras le hacíamos el aguante al solazo. Ahí comimos ananá, naranjas, y bombones de tamarindo, ¡deliciosos! Conversamos con la familia del lugar, una madre entregada de niña al marido, sus hijas, sobrinos y nietos. Cuando hablan mezclan el castellano con el inglés y pronuncian la r suave como si su lengua nativa fuera el inglés y hubieran aprendido castellano de adultas. Sin embargo provienen de Guatemala, aunque más de la mitad de ellos han nacido en Belice. Los hombres no están ahí. Trabajan. Por lo que nos explican el trabajo es en construcción o en la caña pero lejos de la casa.

-Ellos cuando trabajan encuentran de todo viejo. Tenemos un museum acá, botellas mayas y piedras de jade.

Las chicas se pierden en el fondo del puesto y vuelven con cajas llenas de reliquias.

-Hace two years quebraron una piramida, acá en San Pablo. Era una piramida alta. Ahí encontraron muchas cosas como masks de jade y vessels viejas. Mi hermano estaba trabajando, todo esto no se puede decir porque vas to jail.

-Este necklace me lo regaló mi hermano.- Se trata de un fragmento de cadena con un colgante y una piedra inscrustada. El metal es opaco. Casi negro y sin brillo y la piedra también está gastada. La chica se lo pone delante del cuello.

-También tenemos bracelets y otros pieces.

Son simpáticas, sin embargo siento que me apabulla su ignorancia, que me da escozor cómo manosean esos necklaces y bracelets que albergan en sí historias de más de mil años. No es su culpa. Siguen siendo súbditos o esclavos de la reina Isabel. Lo que amontonan y revuelven en esas cajas es valiosísimo.

Más tarde y con la duda acerca de la piramida que quebraron, busco información en internet. Efectivamente. En 2013 la compañía DeMar’s Stone Company, propiedad de un político de turno, demolió con una Caterpillar, -siempre asesinas- la pirámide más alta de esa región de San Pablo. Era la pirámide de Noh Mul erigida hace más de 2300 años, centro ceremonial que congregaba a cuarenta mil personas. Lo hicieron para sustraer la piedra caliza de su base y no tener que movilizarse a buscarla a otra cantera. Los trabajadores de la compañía robaron objetos funerarios, huesos, vasijas, joyas de jade. En el lugar hay otros vestigios arqueológicos. Están inmersos en 11 kilómetros cuadrados de sembradíos de caña dentro de una propiedad privada y son continuamente saqueados por los jornaleros.

Muchas de las casas que vemos en el camino son palafitos, y muchas mantienen el estilo colonial traído por los ingleses. Fusión de bungalow con vivienda maya. Son de madera sencilla, sólo las de los privilegiados son de caoba. Las construcciones de esta colonización se adaptaron al clima caribeño y su ascetismo demuestra que no tenían visos de permanencia. Son casas de campaña hoy desvencijadas y emparchadas de tablas. Los ingleses instalaron las colonias para irse y manejarlas desde lejos. En cambio los españoles y los portugueses se quedaron a vivir. Las casas coloniales de los virreinatos siguen sólidas en pie ostentando sus fachadas señoriales de molduras y rejas de fundición. Llegamos a Orange Walk, lo pronuncian “oranshuák” y aquí paramos en el Hotel Mirage, unas cuadras antes de llegar al centro. El cuarto es amplio, el dueño es amable. Hay internet, tv que no usamos, ventilador, baño grande, tenemos enchufes y toallas. Comimos en un restaurante de fast food, y todo cuesta 1 dólar o 2 beliceños.

“Nos despedimos de México con un excelente descanso en el paraíso laguna de Bacalar donde nos encontramos con otros argentinos; causalmente todos nos encontramos ahí para compartir un poco de las aventuras que a cada uno le han tocado y aprovechamos para nadar en el xenote Azul y el xenote de la Bruja o xenote Negro. Pedaleando por el borde de la selva, escuchando los diversos cantos de aves, cruzamos la frontera a Belice donde debíamos pagar una multa por nuestros permisos vencidos pero al parecer el oficial no prestó atención a las fechas y salimos gratis.” (Martín Murzone)

Datos técnicos:

Bacalar-Orange Walk (Belice) 95 km
5.54.08 hs
Total: 1911.51 km