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Día 15 (4 de abril) – de Cárdenas a Macuspana

Seguimos viajando por la autopista, en este tramo es tranquila. El terreno es absolutamente plano hasta Villahermosa donde empiezan algunos columpios, sube y baja. La monotonía del paisaje se engalana con detalles para distraer los sentidos, no solamente el verde profundo sino que, lapachos con flores rosas y algarrobos tupidos de flores amarillas. El aire combina el chocolate con chile con un intenso aroma a clavo. De los pastizales y los árboles coronados de flores que salpican los pantanos, emergen bandadas de pájaros y garzas. Hay una brisa, caliente y en contra, pero que igual alivia el verano eterno.

El recorrido es más habitado que el de ayer, no sólo de flores y pájaros sino también de gente. Algunos pueblos pequeños diseñados sin escuadra y con casas de colores. A 48 kilómetros de salir de Cardenas, cruzamos Villahermosa, la capital del estado. La ruta cambia un poco a partir de allí. No es grave, pero ya no es netamente plana sino que tiene algunos desniveles. Dejando el bullicio de la ciudad atrás y con temor a que como ayer no encontremos más comida en el camino, aprovechamos una promoción al paso de dos panchos por 22 pesos. Por suerte hay más caseríos y una hora después entramos al porch de una casita a pedir agua. Imelda se para con modorra pero amable a buscar una jarra de la heladera y nos acerca un par de sillas. En el sillón hamaca ha quedado un señor muy viejo apoyado en un bastón con la vista perdida en la nada. Es Enjuto, el papá de Imelda, enjuto como su nombre.

-¿Vienen de Villahermosa? -pregunta, y las cataratas de sus ojos se inundan como si pudieran ver en el recuerdo.

Tabasco y en especial Villahermosa tienen su historia particular dentro de México. Enjuto tiene 102 años y ha sido protagonista de buena parte de esa historia.

-Dos veces batallamos contra los gringos, -cuenta Enjuto con los dedos -dos veces. Dicen que venían a cobrarse una deuda de un federalista, pero ¿a poco van a invadir una ciudad entera por uno solo? Lo que querían era quedarse con Tabasco porque esta es una tierra rica, muy mucho.

Imelda nos ofrece más agua pero Enjuto le hace señas, no quiere que la epopeya se le escape de las manos y sigue:

-Cuando los gringos llegaron se pensaron que ahí nomasito nos íbamos a rendir bien agüitados pero nosotros no nos agüitamos, ni tiempo tuvimos, si apenas estábamos enterrando a los muertos del cólera cuando nos invadieron. Bombardearon todo, las casas, hasta la iglesia y la cárcel y se salieron los presos que eran bien chingones para pelear cuerpo a cuerpo. Les rompimos la madre a los gringos y se fueron con la cola entre las patas. Shanquisgojóum, cómo es que dicen -se ríe Enjuto.

Yanquis go home, sonreímos. Imelda nos sirve otro vaso y Enjuto sigue. Estamos interesados. No hay apuro.

-La mera mera es que no les ganamos en primera, siempre no, -confiesa- porque ellos lo que hicieron fue un bloqueo. No dejaban pasar ni comida ni armas ni los médicos que todavía andaba el cólera, y como el presidente no quiso ayudarnos, Tabasco se separó. Ni modo. Mandamos a la chingada al gobierno culero, ¿a poco no había suficiente frijol y maíz para todos si esta es una tierra rica muy mucho? Les ganamos hasta que se armó la guerrilla. Aunque ellos nos mataron a muchos de los nuestros, estuvieron treinta y cinco días sitiando Villahermosa, pero con la guerrilla no nos pudieron, bola de escuincles los gringos, y se tuvieron que ir. Shanquisgojóum.

Y nosotros go on. A seguir viaje. Agradecidos de historias y agua fresca. Llegamos a Macuspana. Pensábamos que ahí mismo, cerca del pueblo, estaban las cascadas de Agua Blanca, pero no, no están ahí. Macuspana es una ciudad y nada más. Una ciudad humilde, 4 kilómetros adentro de la ruta.

Estamos en el Hotel Casa de Cristina. Hay cucarachas, aunque Cristina y su hijo dicen que no puede ser. Han venido a preguntar qué pasa porque escuchan los chancletazos que les estamos dando. El cuarto es barato y amplio, cuesta 180 pesos, yo armé la carpa adentro de la habitación para no dormir sobre el piso con las cucas. El baño no tiene ni puerta ni luz. Hay enchufes y ventilador de techo. No hay internet. Entre el cuarto, en un primer piso, y el resto de la casa, hay un corredor lleno de cosas arrumbadas, entre las cosas y la calle hay un balcón terraza. Nos acercamos a ver la vista. Una calle comercial, sencilla, sin carteles luminosos, almacenes de persiana.

Datos técnicos:


Heroica Cárdenas-Macuspana 103.25 km
6.41.10 hs
Total: 998.23 km.

Día 11 (31 de marzo) – de Catemaco a Acayucan

A pesar de las anécdotas siniestras de los brujos de Catemaco, el reflejo despejado del día en la laguna no parece traducir la misma historia. La ruta sube bordeando las orillas acantiladas de los Tuxtlas. A nuestra izquierda, la luz en el agua; por la derecha, las curvas cerradas ocultan los recovecos sombríos de algún hechizo. Pasamos de largo por la entrada de pueblitos que anuncian su nombre y cantidad de habitantes como una invitación. Cada cartel me habla, Zapoapan de Cabañas, somos 1280, vengan a visitarnos. Más arriba, Santa Rosa Cintepec, 475, pasen y vean; y en bajada, Los Mangos, 2590, bienvenidos. Carteles sencillos, pintados de manera rústica y casera por esos habitantes sin visitas. El sol y el resplandor pegan fuerte. La carretera es un hachazo que ha mutilado la sierra para encaramarse en la ladera. No hay sombra.

Dejando atrás Catemaco y su región embrujada, se acaban también las almas parroquianas. No hay servicios hasta 40 kilómetros después cuando la bajada nos aterriza en Juan Díaz Covarrubias. Aprovechamos a abastecer agua y a descansar. Después de esta parada estratégica y necesaria la ruta resulta más divertida. Sube y baja en un columpio de largo alcance, como si uno se hamacara muy alto, la bajada nos lleva lejísimos adelante y después nos remonta en una subida larga y lenta hacia atrás. Esa es la sensación. No hay más servicios. Sólo dos pequeños toldos en la ruta, un señor oaxaqueño que vende helados y no tamales, y un puesto de naranjas peladas. Aprovechamos estas dos paradas posibles, una a pocos metros de la otra.

Llegamos a Acayucan y nos sentamos en una esquina a comer tacos de oferta a 5 pesos y helado La Michoacana a 30 pesos el medio litro. Y ustedes de dónde vienen y adónde van, nos pregunta un escucha curioso. Astuto resabio de aquella revolución que se acunó en Acayucan al mismo tiempo que en Cananea. Acayucan es ahora una ciudad de ochenta mil habitantes con una larga calle comercial, pero en aquellos tiempos era el caserío de los trabajadores explotados en las haciendas de café, caña, algodón y en los recientemente instalados campos petroleros. Los campesinos y obreros de Acayucan fueron de los primeros en organizarse y alistarse en las filas rebeldes de Zapata.

Pasamos la noche en el hotel Jesymar. Dicen que hay internet pero no funciona. Los cuartos son amplios pero viejos y desvencijados, la puerta del baño está agujereada, las cortinas están sucias. A la vuelta, en la misma manzana, hay otro hotel; parece más decente pero al preguntar nos dijeron que es solamente para parejas. Son inflexibles al respecto y antipáticos.

Datos técnicos:


De Catemaco a Acayucan 79.64 km
6.34.11 hs
Total: 707.37 km.

Día 7 (27 de marzo) – de Mandinga a Antón Lizardo

Una mañana más. Listos para salir. Vamos a saludar a Mara y a entregar la llave y nos encontramos con una mesa repleta de platos servidos. Hay de todo, carne asada, huevos revueltos con jamón, frijoles, las tortillas calientitas. Mara ha preparado el desayuno para nosotros. La gente es increíble. El ser humano, las personas de las que todos los días las noticias denuncian abusos y crímenes. Me pregunto cuál será el porcentaje de maldad en la humanidad si somos tantos, si la gente ha brotado durante este largo viaje como hormigas de un hormiguero que cubre todo el planeta y siempre, todos los días, todostodos, nos ha acogido y nos ha regalado algo aún cuando no hemos pedido nada. Acaso alguien se imagina llegar a una esquina cualquiera de un pueblo completamente desconocido y preguntarle a alguien si sabe de un lugar para pasar la noche, un cuarto para rentar, y te dicen que le preguntes a esa señora y llegás a otra señora que saca una llave del bolsillo como si te estuviera esperando y te abre un departamento nuevo, vacío de muebles, con tres cuartos y un baño y te dice que te lo presta. ¿Acaso esto es posible? y luego, en la mañana, esa señora de la que apenas sabés su nombre, Mara, te dice que ha preparado un desayuno y te sentás a desayunar con toda la familia, Mara, Raúl, Susana, Imeris, y charlás con ellos como si los conocieras de toda la vida y después ya no quieren que uno se vaya o desean, y lo hacen sinceramente, que uno vuelva a visitarlos.

No querían que nos fuéramos pero el viento norte nos empujó a irnos. Susana estudiaba turismo y tenía problemas con inglés, hablamos de algunas características del idioma y le di unos tips claves para poder estudiarlo sin bloquearse. El inglés es el idioma más fácil del mundo por eso todo el mundo lo habla y a los nativos les cuesta tanto aprender otro. Si todos pueden, Susana también.

Nos despidieron en la puerta. Abrazos, deseos mutuos, bendiciones, intercambio de direcciones, promesas. Subimos la colina empinada empujando las bicicletas y confiando en el descenso, pero el Norte era tan fuerte que las bicicletas no se precipitaban sino que quedaban estancadas en el medio de la calle y el polvo. Contra viento y marea tomamos la ruta principal que se cubría de ráfagas de arena. Una máquina trabajaba quitando los montículos de la ruta, una tarea inútil ya que, al darse vuelta la máquina, los remolinos de viento desbarataban el trabajo y más arena interfería el paso formando una barrera. Masticamos arena hasta por las orejas. No se podía respirar. Embestimos hacia adelante. Con los ojos cerrados y la cabeza entre los hombros. El terreno es llano y el viento a favor, pero es tan desequilibrado y potente que no nos sirve de ayuda sino todo lo contrario, nos entorpece. Fue el día de menor avance del viaje. Solamente 13 kilómetros. Pero nos sentamos a comer pescado frente al mar. Atrincherados en el restaurante La Intimidad de Antón Lizardo. Detrás de las ventanas. El clásico Norte soplaba a velocidades de 43 a 68 kilómetros por hora.

La Intimidad es restaurante y hotel. El cuarto es colorido, con una cama grande, sofá cama, tv, aire acondicionado, baño. Cuesta 400 pesos mexicanos pero nos hicieron un descuento, 100 por cada uno. En el restaurante donde pasamos la mayor parte del tiempo hay internet, tv, y enormes ventanales de frente al mar. Comimos una fuente de arroz tumbada por 140 pesos, abundante y rico. Como aperitivo sirven totopos con dos salsas, una de chipotle y otra de habanero. Allí conocimos a Omianca, el sereno, un señor sencillo y humilde a quien le enseñamos a escribir su nombre y a mandar mensajes -o señales ya que no sabía escribir- por su teléfono celular. Conversamos con Omianca hasta las diez y media de la noche.

-Va a empezar la novela, nos dijo. Y le mandó un mensaje de señales a la hermana para avisarle que ya estaba por empezar.

Datos técnicos:


Mandinga-Antón Lizardo 13 km
0.58.03 hs
Total: 469.23 km.