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Moscú-Día 4

Este cuarto día debemos desalojar nuestra casita en Moscú y recorrer con las mochilas hasta la noche en que tomaremos el Tren Estrella Roja hacia San Petersburgo. Fuimos al Parque Gorky, volviendo a recorrer una vez el más el Parque Muzeon, la Galería Tetriakova, y el Parque de las Esculturas. Parque Gorky o Park Kultury es como todo hasta ahora en Rusia, enorme. Cubre unas 100 hectáreas y se extiende a lo largo de 7 km del paseo ribereño. Hay todo tipo de bancas, asientos, hamacas, reposeras, colchonetas inflables, pérgolas con sillones y columpios, para todos los gustos y comodidades. La gente toma sol plácidamente, leyendo o escuchando música. Hay cisnes y patos en varios estanques, y en verano se organizan clases de yoga y bailes. Hay tomacorrientes, wi-fi gratuito, un bar de madera, ventas de helados, alquiler de bicicletas, canchas de voley. Anduvimos un bue rato recorriendo este parque lleno de verde, flores, fuentes, y la frescura del agua.

Luego encaramos hacia la estación de metro Oktiabraskaya y nos fuimos hacia el Museo de la Gran Guerra Patria en el Park Pobedy, otro parque enorme en homenaje a las víctimas y héroes de la Segunda Guerra Mundial, la Gran Guerra Patria contra el fascismo derrotado por el Ejército Rojo. Para llegar aquí, de paso, visitamos la estación de metro Park Pobedy que según dicen las estadísticas es la más profunda del mundo con la escalera mecánica más larga del planeta, lo que se tarda en subir y bajar da como para una sesión de diván. El Parque y el Museo se encuentran sobre la Colina Poklonnaya, la más alta de Moscú. Recorrimos el parque lleno de canteros con flores que pintan de colores arabescos y cintas de San Jorge.

En frente del museo hay un obelisco 141,8 metros de altura, que representan a los 1.418 días de la guerra. Una figura de bronce de Niké, la diosa griega de la victoria, se monta a una altura de 100 metros, y una estatua de San Jorge matando a un dragón está en la base. La entrada al Museo cuesta 300 rublos.

La sala de entrada principal del museo se llama el Salón de Comandantes, que conmemora a todos los líderes militares de alto rango a quien se adjudicaron la Orden de la Victoria. La planta baja está dominada por seis grandes panoramas en los que se representa tridimensionalmente y con efectos impresionantes de audios, momentos de la guerra, ataques y la vida en distintas ciudades soviéticas durante esa época. Ilustran batallas claves durante el curso de la guerra. Cada panorama comprende una enorme pintura en una pared semi-circular, con el equipo y los residuos colocados delante para producir un efecto hiperrealista. Los panoramas están dispuestos en orden cronológico en torno a un pasillo central llamado el Salón de la Memoria y del Dolor, que honra la memoria de los 26 millones de víctimas soviéticas de la guerra mundial.

También hay artillería de la que se usó, tanques, pantallas interactivas, historias de combatientes hombres y mujeres, cartas, utensillos encontrados en los campos de batalla y trincheras. Todo está en ruso, pero aún cuando no se entiendan los textos se entenderán las imágenes. Hay muchísimas fotografías, periódicos, y bastante montaje escenográfico en tamaño original.

Estuvimos un par de horas recorriendo el Museo por dentro y relajándonos en sus enormes y verdes parques llenos de flores y de las infaltables agradables fuentes.

Luego fuimos al centro neurálgico de Moscú, pasamos por la Biblioteca Lenin, por el Teatro Bolshoy, volvimos a la Plaza Roja, a las calles iluminadas con guirnaldas del centro, pasamos por la Casa donde vivió Lomonosov, y cruzamos por Kitay Gorad hacia el Parque Zaryadye donde subimos a un terraplén desde donde la luna llena y el atardecer que caían sobre la ciudad de Moscú se volvía un espectáculo mágico. En el Parque Zaryadye hay espacios variados. Parque, plaza urbana, espacio social, equipamiento cultural, e  instalaciones recreativas. Áreas naturales entre ellas la de tundra, estepas, bosque y humedal; 14 mil metros cuadrados que incluyen un voladizo de 70 metros sobre el río Moscú; restaurante, mercado, dos anfiteatros y para rematar una equipada sala de conciertos filarmónicos. Estar ahí, ver la Plaza Roja desde ese lugar lleno de encanto, luego bajar e instalarnos en el medio de una ciudad encendida, de película, era tan perfecto que parecía un sueño.

La noche cayó y nos tomamos el metro a la estación Komsomolskaya, otra de las muchas que merece una visita porque más que una estación de metro es un palacio real. Esta posiblemente es la más opulenta. La característica más importante de la estación es su grandioso techo estilo barroco, pintado de amarillo pálido e incrustado de mosaicos y moldes florales. El techo es soportado por 68 columnas octagonales de mármol blanco con capiteles jónicos modificados.

El tema artístico de la estación es la lucha del pueblo ruso por la independencia y sus esfuerzos históricos contra los invasores. Todas las escenas están realizadas en mosaicos. Al final del andén hay un busto de Lenin, un arco decorado con diseños florales dorados y el escudo de armas soviético. El vestíbulo de la estación fue construido a una gran escala, con un inmenso domo octagonal, una cúpula y un imponente pórtico de gran altura con columnas corintias estilizadas.

Esta estación da acceso a tres estaciones de ferrocarril. Nosotros teníamos que tomar el tren en Leningrandsky y allí fuimos.

Esperamos en una cómoda sala de espera con enchufes y muchos sillones y luego llegó el esperado momento de encontrarnos frente a frente con el legendario Estrella Roja, el tren soviético con más historias. Qué emoción subirnos y viajar en él. Los boletos los habíamos comprado previamente por internet a través de la página oficial del ferrocarril ruso http://www.rzd.ru/ Cuestan alrededor de 4000 rublos, más o menos, dependiendo de si la litera es superior o inferior. Viajamos en kupé que es un camarote de segunda clase, muy bonito, con suelos enmoquetados, cortinas de terciopelo color grana. Este tren tan largo y tan rojo, con estos camarotes llenos de historias, lleva haciendo el mismo trayecto desde 1931 en que fue inaugurado por Stalin. Nos dieron una cajita con comida y la azafata simpática como toda la gente que no hemos topado en Rusia se ocupó gentilmente de nosotros. El viaje incluyó también el desayuno. Dan sábanas limpias, toallas, un sobre con pasta dental y cepillo de dientes y un par de chancletas. El baño está siempre aseado, en el vagón hay luces que indican si está ocupado o desocupado, también hay lámparas personales, y botones para llamar a la azafata en caso de necesitarlo, y al final de cada vagón hay un samovar con agua caliente para el té, o el mate en nuestro caso. El tren tiene también un pintoresco restaurante, la atención es muy gentil y los precios asequibles. Hay wi-fi y enchufes.

Moscú-Día 1

La primera impresión de Moscú es que todo es demasiado grande. En mi costumbre de programar viajes y recorrer el mundo palmo a palmo, la mayoría de las veces a pie, estudio los mapas antes de salir, los planos de las ciudades, calles, monumentos, parques, museos, imprescindibles; en el caso de Moscú y de Rusia en su inconmensurable totalidad, me apunto a todos los rincones de su historia sobre todo política, pero también artística, pictórica, literaria. Llego con mis apuntes hechos a mano, a pura lapicera y papel, sin embargo esta vez la escala del mapa me ha dejado corta. No la tuve en cuenta, me supera. Una cuadra, supuse una cuadra normal, cruzar la calle o un puente. Pero no. Las cuadras de Moscú son larguísimas, las veredas amplísimas, los puentes anchísimos, los parques ocupan hectáreas y las fuentes, repletas de esculturas echando ráfagas de agua transparente o de colores, salvajemente o al son de la música, no se rodean en pocos pasos, sino que es como dar una vuelta a la manzana. Todo es holgado. Moscú es una ciudad tremenda. Me impacta por su grandiosidad tanto en las dimensiones como en la ostentación de muros, ornamentos, tanto en su omnipresencia como en su gloria histórica. No pasan desapercibidas las estatuas de los transformadores de este este territorio empeñados en crear la utopía más grande de que fuera capaz la humanidad y a pesar de los años transcurridos, no pasan desapercibidos sus logros, los avances técnicos y científicos de que fueron capaces desde hace más de un siglo, y sobre todo la atención puesta en el pueblo, en los trabajadores. Todo el poder a los soviets. Personalmente, me emociona a cada paso. Y no dejo de andar, a pesar de su enormidad y de que las horas del día, el día de 24 horas, сутки (sutki) como lo llaman ellos, no me alcanza para llegar al último renglón de mi apunte. Me ayuda muchísimo saber ruso, y me alegra infinidad poder practicarlo; escuchar hablar, me regocija, preguntar algo, leer con rapidez todos los carteles e inscripciones en cirílico.

El periplo. Llegamos al aeropuerto Sheremetyevo de Moscú en la madrugada. Esperamos allí a que amaneciera. Ya de entrada, algunas personas se interesaron en hablar con nosotros, en ruso y otros idiomas. Simpáticos. Luego superamos nuestro primer desafío, llegar al centro en transporte público económico, no en el tren aeroexpres que cuesta 500 rublos, sino en el bus de 55 para enganchar luego con el metro.  1 euro es igual a 70 rublos.

Para tomar el bus, el 851 que va hasta Richnoy Ploshchad -y bokzal, estación-, se sale a la calle y se busca la parada con esos datos. Se puede pagar al chofer. El viaje toma su tiempo, alrededor de una hora, es lejos, y los autobuses circulan con calma y muchas paradas que anuncia un altavoz y un cartel luminoso. En Richnoy Plshchad buscamos la estación de metro del mismo nombre. Todas las estaciones de metro están señalizadas con una M mayúscula roja. Hay una cadena de comercios que se llama Metro -letras amarillas-, eso no es.

Para viajar en metro compramos una tarjeta Troika. La tarjeta cuesta menos de 39 rublos, y el viaje 38. A la tarjeta se le va cargando dinero y la pueden usar varias personas, para el metro, para los buses es sólo de uso individual. Compramos una porque somos 4 y vamos a manejarnos en metro. El tendido de metro más profundo del mundo, las escaleras mecánicas más largas del mundo. No sé ve el final ni hacia abajo ni hacia arriba y se aprecia cómo, los ciudadanos, logran mantener una conversación completa tan sólo en el transcurso de subir o bajar la escalera mecánica.

Vamos hasta la estación Kievskaya y allí hacemos nuestra primera visita a un «palacio del pueblo», así se denominaron desde el comunismo a las estaciones de metro, y como tal fueron pensadas, como palacios de pueblo, construidas con materiales nobles, mármol, estatuas y ventilaciones de bronce, escenas de mosaiquismo, pinturas, arañas dignas de salones. Además la profundidad en la que se encuentran fue pensada también como refugio de en caso de guerra. Los metros, muchos de ellos de la época soviética, son un fierro. Funcionales, espaciosos como todo, rapídisimos. Cada 90 segundos llega un metro. Infalible. Nunca se amontona gente en los andenes ni en los vagones, normalmente alcanzan los asientos, el movimiento es constante y funciona relojosamente (y no religiosamente).

Es práctico moverse en metro, y se aprende rápido. Los mapas de líneas están en todas las estaciones, y luego a cada lado del ancho pasillo de circulación están los andenes, en las columnas de acceso al andén aparece la línea con las estaciones en esa dirección. En la mayoría de los metros, una voz da aviso en inglés.

Nuestra primera parada la hacemos en la estación Kievskaya, decorada con escenas en mosaicos que muestran relaciones de amistad entre los pueblos ruso y ucraniano. El diseño de la estación fue elegido mediante un concurso llevado a cabo en Ucrania se caracteriza por unos pilones bajos y cuadrados recubiertos con mármol blanco sobre los cuales se encuentran los mosaicos diseñados por el artista Myzin para conmemorar la unidad ruso-ucraniana. Escenas coloridas, de pioneros, campesinos, trabajadores, milicianos, y en la cabecera, Lenin.

Salimos de la estación Kievskaya para caminar hasta Park Kultury. Nos topamos con la primera de las Siete Hermanas, los rascacielos de Stalin visibles desde casi cualquier punto de la inmensa Moscú. En este caso el edificio está ocupado por el Ministerio de Asuntos Exteriores. Al igual que los otros seis que veremos continuamente desde distintos puntos de la ciudad, este está construido en una elaborada combinación de estilo barroco ruso y gótico.

Este es el único de las Siete Hermanas no coronado por una estrella soviética, llega a los 172 metros y tiene 27 pisos. Se encuentra al final de la muy conocida calle Arbat. En la parte más alta de la fachada se encuentra un gran emblema de la Unión Soviética. Dicen que los interiores son lujosos pero como se trata de un edificio de uso público no puede visitarse por dentro aunque vale la pena verlo. Desde aquí podemos entrar y recorrer la tradicional calle Arbat, la antigua. Y ver la casa donde sobre esta calle, vivió una temporada de inspiración y felicidad conyugal el poeta Alexander Pushkin.

Nosotros seguimos el rumbo a la estación de metro Park Kultury. Esta estación está decorada con 26 bajorrelieves de forma circular del artista Rabinovich en los que se representan actividades de ocio de la juventud soviética como deportes, juegos, música y baile. Los pilares de la estación están recubiertos de mármol gris. El vestíbulo de entrada es un imponente edificio con una cúpula colosal de cobre.

Llegamos al río Moskbá y atravesamos un puente eterno, que nos impacta como todo. Vamos a alojarnos en el distrito Yakimanka, sobre la avenida Bolshaya Yakimanka. Los edificios por supuesto no constituyen un sólo edificio de departamentos sino un complejo de varios edificios que se encuentran bajo la misma dirección, misma calle, misma numeración. En nuestro caso, Avenida Bolshaya Yakimanka 32. Son varios edificios, de no muchos pisos. Cada edificio tiene a su vez el número de porch, de acceso o portal. Y luego el piso y departamento que corresponda.

Muy cerca de nuestro departamento está el parque de las esculturas que recorremos este mismo día. Se le llama también Muzeon. Es un museo de esculturas al aire libre donde se han instalado también esculturas de los tiempos soviéticos que fueron removidas de sus lugares originales y ubicadas aquí. A un lado del parque está la galería de arte Tetriakova y por otro lado hay un paseo junto al río. La estatua de Pedro el Grande hace honor a su nombre y brota como un gigante desde el medio del río tripulando desde la proa su flota y sus conquistas.

Siguiendo un poco el instinto ya que no tenemos mapa, nos damos cuenta que estamos cerca del Kremlin! y que desde nuestro alojamiento hacia el río, y luego desde el puente, tenemos una vista privilegiada de las murallas rojas y las torres y las cúpulas doradas de las catedrales. Rodeamos el Kremlin y nos dejamos llevar placenteramente por las aguas de las sucesivas fuentes de los Jardines Alexandrovsky y los canteros tapizados de flores.

Son tres jardines que ocupan diez hectáreas! El jardín superior de Alexander es el más grande cerca de la torre del Kremlin, con césped impecable y abundantes flores, esta parte del jardín está a un par de metros por debajo del nivel de las calles, alrededor de las instalaciones Manezhnaya. Lo rodea una elaborada verja de hierro forjado y la entrada principal está decorada con símbolos para conmemorar la victoria sobre Napoleón.

No muy lejos de la entrada está el monumento al soldado desconocido. Bajo la lápida se encuentran los restos de soldados transferidos desde una fosa común en la carretera de Leningrado. La composición escultórica representa una bandera desplegable en pesados ​​pliegues; que son el casco de un soldado y una rama de laurel. En el centro, desde una estrella de bronce con cinco puntas, arde la llama eterna rodeada de la inscripción que dice: “Tu nombre es desconocido, pero tu hazaña es inmortal.”

Y en nuestro debut en Moscú no podíamos dejar de ver a la emblemática catedral de San Basilio.