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La vuelta de los refugios en 20 días-El Bolsón-Río Azul (diciembre 2020-enero 2021)

Día 1-Llegamos a El Bolsón y nos vamos a dormir al Camping Los Alerces

Comenzamos esta travesía el 17 de diciembre. A pesar de ser verano había nevado aún pocos días atrás y apenas llegamos al Bolsón, después de una jornada completa de viaje en bus, el aire fresco se hacía notar de manera agradable y los mantos de nieve cubrían por completo las cimas de las montañas.

En El Bolsón hay una oficina de turismo ubicada en pleno centro, a pocos metros de la plaza principal, la Plaza Pagano, que es el punto de reunión, feria y paseo cotidiano de todos los que andamos dando la vuelta por aquí,

Somos los primeros de la temporada, Nicolás, Stellete, Martín, y yo. Apenas empiezan a abrir los campings después de un año raro y complicado y nos aconsejan dormir en el Camping Los Alerces debido a que, Doña Rosa, el más accesible para arrancar hacia Hielo Azul, aún está cerrado.

El camping está ubicado sobre el río Azul generoso en regalarnos su belleza a lo largo de todo su recorrido. Algunos servicios del camping, por no decir todos, están a modo prueba de fallos. Como apenas están abriendo, prácticamente están probando los artefactos que no se han encendido desde hace más de un año. Finalmente todo se va acomodando, empieza a fluir, fluye y sale bien.

Nosotros también. Nos acomodamos en nuestras respectivas carpas e intentamos descansar. La promesa de un camino nuevo que ya se vislumbra con el amanecer nos despierta temprano.

Día 2-La trepada al monumental Hielo Azul desde el camping Los Alerces

Cerca de una hora bordeamos el río Azul hasta la primera pasarela del terror. Antes de subir a la pasarela, una guardparques nos indica que como está en bastante mal estado, crucemos de a uno y al final nos tiremos hacia la derecha ya que está muy chanfleada y floja. Esto es así, si querés subir al hielo y… vas a tener que cruzar la pasarela. Respiramos hondo y cruzamos.

Llegar al Hielo Azul nos tomó casi todo el día. Ya llevábamos una hora hasta la pasarela y luego se nos fueron ocho horas más. Paramos algunas veces. Sólo las necesarias.

El primer tramo de subida, hasta el Mirador del Mallín de los Palos, es el más bravo. Un buen dato es que arriba de los miradores, éste y el de Raquel, al que llegaremos después, se engancha un poco de wi-fi. Por si hace falta para mandar un último saludo antes de perdernos entre la niebla y las montañas por unos cuantos días o semanas. Luego ya no habrá señal en ninguna parte hasta volver a bajar hacia la zona de Río Azul. Los dos miradores son también lugares aptos y con vistas excepcionales para hacer un par de descansos.

A partir del Mirador de Raquel la subida se atenúa un poco. Acaba finalmente al encontrarnos con el arroyo Teno cuyo curso vamos a seguir hasta el refugio.

En este diciembre helado de 2020, la nieve del monumental Hielo Azul, llega hasta su base. Acampamos cerca del refugio con la nieve a pocos metros. Es tan impresionante como gélido. Casi no podemos estar afuera de las carpas.

Cocinamos dentro de un refugio acogedor preparado para los acampantes. Tiene una salamandra cuya chimenea no tira nada bien así que nos damos nuestra primera gran humeada como para que dure el aroma el resto del camino. Hay un fogón y una pileta con mesada, mesa de madera colectiva con bancos.

Al glaciar no se puede pasar porque todo está tapado de nieve. Pero no apechugamos y nos levantamos temprano para salir a hacer culopatín y disfrutar a pleno del enorme placer de caminar sobre la tierra blanca. Una hermosura. Impagable.

Día 3-Subida al Natación y bajada a La Tronconada

Después de dar una vueltas por las laderas cubiertas de nieve, de jugar, de revolcarnos, de correr, de hacer guerra de bolas, volvimos al campamento del Hielo Azul, cargamos las mochilas y partimos en subida hacia el Lago Natación.

La subida es constante pero no es la peor parte del día. Lo peor vendrá después y es la bajada. Abrupta y sin tregua. Los cuádriceps no responden bien a tres horas de descenso continuo con peso en la espalda. Hay muy pocos lugares donde tomar un respiro y descansar.

Los encontramos. Balcones en la altura desde donde las vistas son impresionantes.

Antes de llegar al Lago Natación, hay una especie de bañado, que no es el lago aunque en principio puede confundirse. El lago vendrá después, a una hora desde el Hielo. El refugio Natación se ve amplio, acogedor y con una vista exquisita hacia el lago. No nos quedamos allí porque nuestra intención era sólo verlo de paso hacia La Tronconada, así que, a partir de allí, comenzaron las tres terribles horas de tortura para la piernas.

Sorteamos piedras, pasos entre rocas grandes, algunos tramos más agradables de bosques pero sin poder parar el envión de la fuerza de la gravedad.

Una vez que alcanzamos el sendero troncal nos tiramos al piso. Creímos que era el suspiro final de la tarde, pero no. Aún faltaba cruzar la pasarela. No está tan mal, pero son colgantes, largas, precarias y se bambolean un poco. En general, todas o la gran mayoría. Esto es así. Y si querés llegar a La Tronconada… y… hay que cruzar la pasarela.

La Tronconada es un bálsamo. La gente es tan buena onda. En todos los refugios son buena, no sería justo no mencionarlo. En La Tronconada son geniales. La cerveza artesanal está buena y el lugar es precioso.

Día 4-Cajón del Azul y bajando a buscar al grueso de la troup

Venían subiendo mi hermana Kelly con sus cinco críos y la Etxe, amiga de mi hermana, con sus dos hijas. Siete niños a la cumbre y más allá. Rango de edades desde cinco años a flamantes dieciséis.

El Cajón del Azul es uno de esos paraísos en la Tierra que deberían poner como pecado no visitarlos en vida. En general, si la religión fuera enserio, visitar la Patagonia, hacer trekking, acampar, beber del río, comer del fogón, deberían ser algunos de los mandamientos del señor. Andar en bicicleta, también. Aunque esta no fuera la ocasión.

Pasamos la mañana en el Cajón del Azul. La profundidad infinita que se ahoga entre las piedras, la calidad del agua de deshielo, apenas des-hielada, el cielo despejado y la vegetación frondosa entre la que apenas se abre una huella para caminar, hacen de este lugar un tesoro de esmeraldas y turquesas donde es posible nadar, refrescarse, beber, reflejarse, tomar mates o tan sólo contemplar y enamorarse de ese pedacito de mundo.

Pasado el mediodía, Martín y yo empezamos a bajar para rescatar a la troup familiar y el chiquitaje que suponíamos ya vendrían subiendo según últimas comunicaciones en el Mirador de Raquel. El encuentro se hizo esperar un par de horas.

Bajamos por La Playita, seguimos bajando más y más. Descansando en los recodos, bebiendo del manantial, sentándonos un ratito a la sombra de un abedul o de un alerce, o de un par de coihues, comiendo chilcos, calafates, buscando frutillas y frambuesas. Al final, la polvareda, y eran los más chicos llevando la delantera.

Hicimos intercambio de mochilas para aligerarles la espalda a los más agobiados y subimos juntos y contentos. Otra vez hasta la Tronconada y ahora uno por una larga cola de trece integrantes, cruzando la pasarela sobre el río Azul. Gran campamento gran y para festejar: buena cerveza.

Día 5-Un poco más del elixir del Cajón para todos y de ahí al Retamal

Desde nuestra querida Tronconada salimos a compartir el Cajón con la troup pero ni cruzamos la pasarela enclenque sino que seguimos por la margen de la Tronconada a lo largo de un sendero que sube y baja por la ladera de la montaña y que llega hasta la siguiente pasarela que es más firme. Allí cruzamos y todo el mundo a darse el chapuzón en estas magníficas aguas.

Pasamos en las rocas del Cajón buena parte del día, tomamos mates y más tarde, cargamos el mochilaje y salimos hacia el Retamal. El camino es fácil aunque tiene un par de subidas y parte de la troup empezaba a renegar.

Hicimos una bien merecida parada para presenciar el punto en donde el río Azul se encajona. Es un espectáculo maravillosos de la naturaleza. Viene el río y se va bajando entre las piedras, debajo de estrechas y profundas cornisas de roca, se pierde, verde esmeralda y azul profundo siempre azul.

El paisaje alrededor del Retamal es espectacular. El sitio de camping no me pareció particularmente tan bonito ni acogedor como la Tronconada, pero bueno… la Tronconada es de verdad una onda especial. Y después de  Retamal viene La Horqueta con las famosas tortas fritas del gran Beto, y quizás, si no se va con niños pequeños… quizás vale la pena la seguir hasta lo de Beto. Sí. Vale la pena.

Día 6-y nos vamos a Las Horquetas pero antes, subir al Paso de los Vientos: algo indispensable

El Paso de los Vientos hace honor a su nombre. Hay que ir. Uno llega hasta ahí arriba y siente toda la plenitud del mundo en la cara. Traído por los vientos que llegan desde todos los confines de la Tierra.

Para llegar al Paso el sendero sale del Retamal, sube un poco, pero no es muy largo, en menos de una hora estamos allí. En la última parte hay unas trepadas con las manos. Rocas grandes y una cima impresionante. Las vistas hacia todos los puntos cardinales posibles son completas.

Subimos al Paso, disfrutamos, miramos, gritamos. El viento se llevaba parte de nuestros ánimos y felicidades que nos abundan a compartirlas con el mundo que anda bastante más enfermo que de costumbre.

Recargadas las pilas, recargamos las mochilas y salimos a lo de Beto. Es bastante cerca. Menos de una hora. Camino fácil. Primero baja hasta el río y después es sinuoso.

Enseguida le encargamos las tortas fritas que estaban para chuparse los dedos.

Acampamos al lado del río. El lugar de Beto, La Horqueta, es estupendo. Esté el río ahí nomás. Pero además hay un amplio campo lleno de frutillas maduras. Una fiesta para el paladar. Los chicos, la panza roja de frutos rojos y nosotros verde de mates. Un día sin espectacular. Todo aconsejable al cien por cien.

Día 7-Desde Las Horquetas a Los Mañios, la magia en todo esplendor

Los Mañios es de esos lugares que cuando llegás sentís que sos parte de la familia. Que te estaban esperando como si supieran que ibas a venir. La buena onda de Juan y Nahuel, a cargo del refugio de los Mañios, es la mejor. Nos sentimos bienvenidos, queridos sin conocernos.

El lugar tiene todo el encanto. Bosque, terreno salvaje, un río con rápidos. Una playa extensa de piedras. Fogones grandes. Recovecos como para hacer rancho aparte y tener tu rincón exclusivo y privado junto al río Rayado.

Para llegar desde Las Horquetas a los Mañios hay que caminar alrededor de una hora de camino sencillo y agradable. Muy agradable. Una caminata tranquila a la sombra del bosque y siguiendo el curso del Rayado que cada tanto forma unos pozones como para darse un buen chapuzón. Lindo río el Rayado.

En el camping comimos tortas fritas. Cada vez salen más grandes. Impresionantes. Una torta es un tortón. Infladas y muy ricas! Desde el campamento de los Mañios subimos a una cascada cuyo sendero arranca sobre la margen contraria del río. Vadeamos y empezamos  a remontar una picada angosta, húmeda y bastante salvaje.

Es una caminata breve que vale mucho la pena hacer. La cascada es alucinante. Son como trescientos metros de caída y una potencia y un caudal de agua que asusta. La época ayuda. Es diciembre, empieza e deshielo y la nieve abundante cobra vida entre las grietas, corriendo vertiginosamente hacia las entrañas de la tierra.

Nos quedamos un buen rato apreciando el sublime  espectáculo.

El día nos alcanza para disfrutar la vida intensamente. Lavar la ropa en el río mientras nos tostamos donde nunca da el sol. Relajarse, pensar, soñar la siesta sobres las piedras calientes mientras se seca la ropa. Caminar, juntar leña, juntar frutillas, cocinar, contemplar…

Día 8-Llegamos a Los Laguitos! y que las noches sean siempre noches-buenas

Esta será la última etapa en subida de la gran troup. Mi hermana y su amiga y todos los críos que han caminado hasta aquí lo que significa una gran hazaña para todos ellos que es la primera vez que hacen algo así, y más aún algunos de ellos tan chiquitos! pero han llegado.

El camino a Los Laguitos demora un poco más de los acostumbrado para sus piernas, pero es sencillo. Caminamos un par de horas… muy tranquilos. Parando.

Pasamos por un alerzal milenario. Cada árbol es una porción enorme de vida. Tienen entre dos mil y cuatro mil años de antigüedad. No dejo de pensar en los sucesos de la historia en cuántas cosas han pasado en tantos milenios en el mundo. Desde Cristo y desde antes, y esos árboles ya estaban allí. Ya eran testigos del devenir del mundo. Es un poco incomprensible. Algo a lo que no solemos prestar atención. Hablamos de las guerras, de las conquistas, y de ellos que ya estaban allí y que sobrevivieron a todo, no hablamos casi nunca. Los árboles lo han visto todo y siguen de pie, vivos. Solemnes. Harían falta al menos cinco o seise de nosotros para poder abrazar a uno solo. Ha cientos!

Cuando llegamos a la vera del lago Lahuan nos deja sin palabras. Extasiados. Es tan hermoso.

El refugio es acogedor. Afuera garúa y la temperatura ha bajado a cero grado. Todos nos metemos al refugio. Es verdad lo que decían los árboles del camino, nos esperan con mate. La bruma se apodera del paisaje, sin embargo, se adivina una línea que separa al cielo de silueta de las cumbres nevadas. Más perfecto, no puede ser.

A la noche, cenaremos un cordero patagónico que estuvo de re chupete. El polaco, el famoso polaco y su personal, Maite y Luis, nos atienden como si fuéramos héroes. Nos tratan demasiado bien. Y el cordero, el mate, la cerveza artesanal, las ensaladas! todo es un lujo milagroso a estas alturas.

Yo decido acampar. El entorno es lo mejor que me puede pasar. La intemperie, dormir en el suelo, abrir la hendija de la carpa y ver la costa del lago. Dormir envuelta en el silencio de la noche y sus subrepticios murmullos. Los seres de la noche que me espían. No deja de llover pero nada en mi humilde casa está mojado. Me siento tan segura en mi carpa. Tan libre. Tan plena.

Día 9-Visitamos el Lago Soberanía y volvemos a nuestro hogar dulce hogar en Los Mañios

Antes de emprender la retirada hacia Los Mañios, nos vamos a visitar el Lago Soberanía. Es un trecho. Más de dos horas. Pero vale la pena. El Lago Soberanía es precioso. Majestuoso. Con su montaña de agudas cumbres custodiando las espalda y haciendo de frontera con Chile.

Los cóndores sobrevuela cerca de las cumbres y se pierden entre el verdor y las cascadas que caen por las laderas. Es todo mágico.

La gran troup, los críos, los gurises, y las dos jóvenes madres del grupo, se van sin esperarnos. En principio parte d ellos iba a ir al Soberanía pero finalmente deciden emprender la retirada todos juntos hasta las Horquetas. Nosotros vamos al Soberanía donde nos quedamos un rato anonadados ante semejante belleza.

Martín y Nicolás siguen un poco más aún, hacia el Lago Escondido. El sendero para llegar hasta él sube y baja faldeando la ladera de manera abrupta.

Ir desde Los Laguitos hasta el Soberanía no es fácil de transitar en un diciembre tan caudaloso. Ha nevado mucho y el deshielo se viene con todo. Los troncos no dan a abasto para servir de puentes. La vegetación es frondosa y el bosque es una mata selvática y verde en la que los helechos gigantes se confunden las ramas de los coihues y los alerces, los cañaverales brotan en con ímpetu en los claros y las mariposas hacen ronda con los pájaros.

El arrullo de agua es constante y sintoniza con el canto de aves y la brisa entre las ramas.

Volvemos al refugio, comemos una buena pizza para recuperar energías y nos vamos de regreso a Los Mañios donde nuestros maravillosos anfitriones nos esperan con un guiso familiar al fogón.

Mi hermana y su gente ya han pasado por allí. Ya estarán en lo de Beto. Compartimos una velada hermosa con Juan y Nahuel. Al día siguiente nos aguarda una gran aventura. Estamos ansiosos. Y con un poco de miedo también. Sabemos de antemano que nos tocará sortear un paso complicado auxiliado de sogas y troncos que hacen de cornisa en un precipicio.

Dos de los compañeros estuvieron a punto de aflojar. Pero no.

Día 10- De tripas corazón. ¡Allá vamos Encanto Blanco!

Subir al Encanto Blanco desde los Mañios es un subidón literal. De todo tipo.

Un subidón en altura ya que estamos a nivel del río y a unos setecientos metros de altura y tenemos que ascender en el término de unas dos horas a los mil doscientos, mil trescientos metros de altura. Además es un subidón de adrenalina porque a la pendiente que no da tregua y por la que vamos ascendiendo con los pies prácticamente verticales y perpendiculares a la base del cerro, hay que sumarle un sector de precipicio en el que han ubicado unos troncos entre vértice y vértice de la roca y una soga para cruzar por esos troncos que salvan unos ocho metros sobre el vacío.

En realidad no es tanto ni para tanto, aunque planteado así, teóricamente, estábamos llenos de ansiedad y poniendo a prueba nuestras posibilidades de lograr la hazaña o achicarnos y recular.

El sendero es de tierra, fácil de pisar, accesible. Transcurre por bosque así que también hay sombra y mata con muchas plantas lo que de vez en cuando nos sirve de falso sostén pero…

Al final llegamos a los mentados troncos y los pasamos sin problema. Nadie tuvo problemas. Cruzamos con las mochilas cargadas y nos sentimos seguros. Vale decir que Nahuel, de los Mañios, hizo el camino con nosotros porque tenía que ir a recoger mercadería al Encanto Blanco adonde es posible llegar a caballo por el otro lado, desde abajo.

Nahuel y Juan, hicieron o limpiaron este sendero. La primera parte está todo muy bien.

A media hora de los troncos y el precipicio llegamos a un mirador donde vale mucho la pena dejar las mochilas ahí abajo, sobre el sendero, y subir al mirador.

Las vistas serán una de las mejores que habrás apreciado en tu vida. ¡Hermosas! Las montañas con nieve a los lejos, todo el verdor de los árboles desde nuestros pies y allá lejos, muy lejos y abajo, cerca del río que ya ni se ve, la casita de los Mañios. Un espectáculo.

Subimos al mirador y nos tomamos unos mates. Un momento impagable. De lo mejor.

Poco después comenzó la aventura inesperada. Bajamos del mirado, cargamos las mochilas y retomamos la senda. Íbamos bien, pero de pronto los traicioneros cañaverales nos confundieron. En un momento, al llegar a unas matas por la derecha y caña cortada por la izquierda, agarramos por la caña cortada y la caña cortada se convirtió en caña sin cortar y en cañaveral cerrado. Como siempre en este tipo de lugares, parece que hay un caminito, porque las cañas son angostas y dejan hueco por debajo, pero no. Estábamos en una maraña de la que nos costó muchísimo salir y aparecimos en un bebedero de ganado.

Nahuel que ya había hecho el camino no recordaba haber pasado nunca por allí. Las vistas eran fabulosas.

Seguimos caminando, buscando la senda. Encontramos marcas viejas. Antes iba por ahí. Después nos lo confirmarían.

Llegamos a un río que era definitivamente el río que nos llevaría hasta el refugio, el Encanto Blanco, así que no debíamos perder el curso del río. No era fácil. Hubo que cruzarlo y traía bastante agua o se abría en dos brazos con abundante caudal, pero lo logramos.

Una vez que se llega a una enorme pared de roca que se impone como una muralla sobre nuestra derecha, hay que tratar de ir entre esa roca y el río y con esas dos referencias pronto se empezarán a ver las marcas del sendero nuevo.

Fue una buena experiencia y es recomendable. Faltaría aclarar ese tramo de marcas, entre el mirador y los cañaverales, para no quedar enmarañados.

Por supuesto al llegar nos desquitamos del pajonal comiendo tortas fritas y más tarde tomando cerveza. También, aunque se hizo tarde, nos bañamos en el río y vino bien para liberarnos de las astillas del pajonal.

El camping, refugio y dosmis del Encanto Blanco tiene un aire entre montañoso y chacarero y eso de verdad tiene «encanto». Además, al lado, está el río y el paisaje alrededor es entre salvaje y habitado.

Día 11-Bajada al Bolsón y repostando vituallas para seguir en la aventura

Bajamos hacia el otro lado. Queriendo volver hacia el Bolsón para hacer acopio de vituallas, descansar y conectar con la civilización. Todos estos días, hasta aquí, hemos estado sin señal. No busquen porque no hay. Solamente unas líneas sobre el Mirador del Mallín y el de Raquel, allá por el primer día de caminata hacia el Hielo Azul.

Queríamos conectarnos y necesitábamos más comida para continuar. Además nuestro compañero Nico, nos abandonaría al día siguiente para ir a San Pedro a comenzar el año nuevo con su familia.

¿Y nosotros? Nosotros aún no sabíamos dónde acabaríamos el año y empezaríamos el próximo. Siempre en la promesa del camino y el azar del destino.

La bajada del Encanto Blanco nos tomó dos horas y media. Bordea la montaña, sube y baja todo el tiempo. No creas que es sólo bajada.

Hacía calor y el sol atosigaba. Al llegar abajo y perder altura, tuvimos que cruzar una pampa hasta la casa de la familia Tellería, encandilados por el sol y aunque son unos pocos metros, un día de caminata corta, y en plano, la ausencia de sombra arreciaba.

Desde la familia Tellería tomamos un remis hasta el Bolsón. Llamamos por teléfono desde la manga del corral, ahí, justo ahí, hay señal.

En el camping del Bolsón, el Refugio Patagónico, nos duchamos como si fueran tres. El chorro estaba tan bueno que no daban ganas de apagar la duchar.

Cenamos una ensalada con todas las verduras que te puedas imaginar y las que no también. Una ensalada enorme, en la olla a tope. La olla grande.

Día 12-A dormir al río Azul para estar cerca de la subida al Lindo

Por la mañana mediodía despedimos a Nico en la terminal de El Bolsón. Luego nos mudamos al Río Azul para amanecer al día siguiente cerca de la subida al Cerro Lindo.

El camping de Río Azul está en un lugar soberbio, sobre el río y bajo enormes cerezos y frutos rojos que da gusto comer al paso y son deliciosos y saludables.

Nos decepcionó el estado de abandono. No había agua en las canillas, no había duchas, el lugar estaba lleno de basura. Yo había estado allí hacía algunos años, lo atendía Roberto, y el camping estaba precioso. Me dio la sensación de lo que están destruyendo. Hay menos árboles, un estacionamiento para la gente que va a los pozones y mugre por todos lados. No hay canillas ni nada para sacar agua cerca ni lejos de las carpas, y hay que meterse en la casa como única opción. El río no está accesible de los campamentos para buscar agua.

Por suerte, los cerezos valieron por toda la porquería y el lugar es hermoso aunque lo están destruyendo.

Aquí, nos encontramos con otros amigos, Agu y su pareja que subirían al día siguiente al Lindo con nosotros.

Día 13-Contra viento, diluvio, y la última nieve del verano. ¡Allá vamos lindo Cerro Lindo!

La subida al Cerro Lindo hay que tomarla con calma. Es larga, asciende un desnivel de mil metros y en algunos tramos es empinado. Pero con calma, se llega. Es larga, sí, pero cómoda y vale la pena apechugar un poco y darle un tranco más.

Para colmo, desde la mitad para arriba empezó a llover. Y no paró. Y llegando arriba, envueltos en la bruma, empezó a nevizcar y después a nevar.

Casi no paramos porque… ¿parar bajo la lluvia? Además, si parábamos nos congelábamos, entre mojados y fríos que estábamos.

Le dimos duro. Agu y su pareja no pudieron llegar ese día y decidieron acampar más abajo junto a un arroyo. Junto a ese arroyo nosotros habíamos almorzado algunas horas antes de que la lluvia arreciara.

El paisaje es alucinante, a pesar de la niebla o con el condimento de ella. Las montañas tienen un tenor diferente, su propia identidad, su propia forma, menos aguda que allá por el Lahuán o el Soberanía, laderas más redondeadas, bosques absolutamente mágicos y distintos a todos. Cascadas exhuberantes y agua por todas partes, arroyos, pampas, bosques, caminos de piedra, cruces de río. Es un camino que recomiendo a todos y aunque haya tormenta porque después, verán allá, al final del camino, el refugio.

Se cruza el arroyo Lali, después otro arroyo, y después de un bosque de lenguitas achaparradas, el paisaje que se abre ante nuestros ojos es alucinante.

Un refugio en todo el sentido de la palabra. El lugar cálido, la casita de piedra y el calor de la acogida de Quemquem que resultó ser la hija de Roberto el antiguo dueño del camping de Río Azul.

Habíamos salido a las 9.45, cruzando la pasarela y entre las 14.45 y las 15.05, estábamos en el refugio.

Estuvimos muy bien allí. Todos dormimos en el refugio esa noche. Nos quedaríamos dos ya que, en los alrededores hay caminatas a las que no podemos fallarle.

 

Día 14-Más allá de las cumbres, las lagunas Verde y Esmeralda y el Lago Lindo

Hay una excursión que se puede y se debe hacer una vez que estamos en el Lindo. Nosotros la hicimos de la mano de Martín que nos guió con el mapa topográfico que compró Stellete.

Dicen que es fácil perderse, incluso hay una parte que se llama el Valle de los Perdidos porque al parecer hay dos cadenas de montañas gemelas y muy similares. El Lindo, el lugar de las gemelas. También hay dos cascadas gemelas. La belleza por dos. Es exagerada.

Realmente una belleza que nos dejaba sin palabras a cada instante.

¿Cómo encaramos este sendero? Para iniciarlo bordeamos la laguna Lali un poco por arriba. Hay una flecha de piedras en el suelo que marca el comienzo del sendero que sube.

Hay un arroyo con abundante caudal y muchas curvas que hay que cruzar varias veces. Marcas hay pocas y sólo al comienzo y después, algunas pircas. El mapa topográfico es recomendable.

Como ha nevado, cruzamos enormes extensiones de nieve. Subimos y sobre unos vértices de piedra, tras unas dos horas de caminata, llegaremos a ver, abajo, la laguna tricolor y, más adelante el Lago Lindo.

Esos vértices de piedra, vertiginosos desde donde se ven las lagunas, son como torres de la montaña avistando hacia el horizonte y las lagunas. Hay que pasar unas tres y en la cuarta, subiendo casi hasta el borde, se tiene una buena visión. Es bastante expuesto y hay que arrimarse con cuidado. Las vistas valen la pena.

La Laguna Esmeralda está después, yendo hacia la cumbre del Cerro Lindo, sólo Martín continuó hasta allí y la vio congelada.

Volvimos al refugio. Habían llegado nuestros amigos, Agu y su chica. Compartimos unos mates con las consabidas tortas fritas y volvimos a salir. Fuimos a visitar las Cascadas Gemelas. Impresionante espectáculo.

Están a una media hora del refugio. Hay que ir. La brutal caída del agua, el ímpetu y la fuerza incontrolable de la naturaleza. Ser parte de este paisaje es impagable. No alcanzan las palabras para agradecer o poner en palabras la felicidad que uno siente. La plenitud.

Hemos llegado al Lindo en un momento inmejorable. Qué más se puede pedir. Todo está en su máximo esplendor. Era 29 de diciembre y ha nevado. Los ríos habían comenzado el deshielo y bajan con toda la furia de su caudal. Todo está maximizado. Todo es fastuoso y magnífico.

Día 15-Año nuevo en el magnífico río Blanco, el rey de los contrastes

Bajamos del Lindo apreciando el paisaje de una manera nueva. Lo habíamos vivido bajo la lluvia y la nieve de subida, y bajamos con sol.

Cualquiera diría que es hacer el mismo camino, pensando ligeramente y sin embargo, cada momento tiene lo suyo y es único. Cada recodo del camino, cada árbol, cada nuevo amanecer, cada temperatura a cada hora diferente según haya pegado la luz ese día, según se haya posado un pájaro o haya pasado la brisa. Nada se repite. Las infinitas posibilidades del infinito todo, conviven simultaneamente inagotables.

De bajada pasamos por el Bolsón otra vez a rehacer provisiones una vez más. Es 31 de diciembre. Todos los negocios cierran pronto para esperar el año nuevo.

Tomamos el bus La Golondrina que para a una cuadra de la plaza del centro del Bolsón y a una cuadra antes del ACA. En ese bus nos vamos a Puelo, cargados con las mochilas y los alimentos para varios días más y una cena suculenta de asado, ensalada, y vino, para despedir el año junto al río Blanco.

Para dormir en el camping Rincón del Motoco hay que cruzar la pasarela de Puelo y desde allí caminar una media hora hasta el camping.

El lugar es inmejorable. No puede ser más perfecto para empezar un año nuevo lleno de ilusiones y promesas de porvenir. Y más viajes. Más caminos. Más montañas. Más andar por el mundo en libertad.

Acampamos junto al río, en una porción es que el Blanco que suele ser una revolución de espuma y por eso su nombre, se apacigua. En esta porción es verde y manso.

El arruyo del agua es exacto como para conectar en sintonía nuestras vibraciones con las del universo.

Dormir allí, acunada por el arrullo de las aguas y soñar con todo lo que vendrá. Otra vez la plenitud total, la felicidad sin palabras para ser descripta, el agradecimiento constante por estos regalos de la vida y por poder compartirlo con mi hijo Martín y mi amiga Stellete. Sólo una cosa más podría ser mejor, el deseo es insaciable.

Día 16-El largo camino a la joya de esta travesía: el Motoco

Feliz año nuevo. Feliz amanecer junto al río Blanco.

Subir al Motoco implica caminar uno de los senderos más bellos del mundo. Es un sendero sinuoso que sube y baja acercándose y alejándose del río Blanco que nos acompaña durante casi todo el recorrido y que sí se pone de blanco blanco de espuma. ¡Es tan potente y estrepitoso! Es un río único. Con un caudal y unos rápidos impresionantes. De pronto se encajona entre piedras monumentales y se calma verde y turquesa. Parece pintado.

El sendero está muy bien. Uno de los mejores que hemos realizado. Bien indicado y los puentes y pasarelas son más firmes y están en mejor estado que en otros senderos.

El suelo es preponderantemente amable, un colchón mullido de hojas secas. Mucho bosque, tupido, salvaje, sombra casi todo el recorrido. El agua y sus colores sorprendentes, cambiantes, y la fuerza del agua igual, con tantos contrastes, fuerte y mansa, es una sinfonía con todos sus instrumentos y vaivenes.

En tres horas llegamos al Portal del Motoco. Allí hay un puesto atendido por Frida. Hay que registrarse y es un buen punto para hacer un descanso intermedio. También se podría acampar allí, pero nosotros queremos seguir y llegar hoy mismo al Motoco.

En dos horas y media más estaremos llegando al refugio. Lo hacemos con tranquilidad. Las vistas son espeluznantes y obligan a parar y contemplar a cada rato. ¡Es tan bello! Impregnamos la memoria de esas imágenes única e imborrables. Atesoramos esos momentos de supremo elixir. Lo respiramos todo, ahora es parte nuestra y lo llevamos dentro para siempre.

El refugio del Motoco es una casita de ensueño. Vamos a acampar a pocos metros de allí, en un lugar que suponíamos el sumum de la magia realizada porque aún desconocíamos lo que vendría después.

Día 17-El sumum de la magia realizada, el recinto sagrado. Más allá del Motoco: Lago Duke y todo el esplendor del camino

Una caminata excepcional. Lo mejor del viaje.

La caminata arranca desde el refugio del Motoco hacia el Lago Duke y la Roca del Tiempo. Es todo un espectáculo aparte. Increíble.

Salimos del refugio y bordeamos el río hasta cruzar dos puentes de palos. Los puentes están firmes y las indicaciones durante todo el recorrido son claras y muy precisas.

Ascendemos hasta un alerzal menor. Centenario pero no milenario. Los alerces son árboles muy preciosos. Su corteza es porosa y suave y su copa, en pináculo con ramas caprichosas y hojas pequeñas forman corolas perfectas para dar sombra sin negarse al paso de algunos rayitos de sol.

Creo que un alerce es una de las construcciones más perfectas de la naturaleza. La armonía ideal.

Un bosque de alerces es siempre un lugar mágico. Más me gustaría saber dibujar para transmitir mejor cómo es un alerce. Debo conformarme con mantener intacta su imagen en la memoria. Recordar sus rasgos y atesorarlos en mi interior. No puedo decir más. Quizás guardarlo como un secreto entre el alerce y yo.

Después de cruzar este alerce menor, poco después, llegaremos a un alerce milenario que nos dejará sin palabras. Como si fuera una falta de respeto decir o agregar algo. Como si de verdad nos hubiéramos quedado sin palabras porque no existen tales para decir lo que estamos viviendo.

Son alerces de cuatro mil años. No uno solo. Muchos, uno y otro, y otro más allá. Y vuelvo a preguntarme y a admirarme de todo lo que han vivido los árboles. De la cantidad de tomos que conforman una enciclopedia de historia y de que avanzando tomo tras tomo, capítulo tras capítulo, guerras y conquistas, y todo lo que ha pasado desde hoy hasta cuatro mil años atrás y ellos, ellos ya estaban ahí.

Uno no puede más que acercarse en silencio. Transitarlos en silencio. Acariciarlos en silencio y con suavidad porque son algo tan sublime que hasta siento como si debiera pedirles permiso o como si no debiera, tocar algo así, tan sagrado.

Permanecemos varios minutos, no sé cuánto. Algo nos ha detenido en ese lugar donde no podemos menos que seguir contemplando con respeto y admiración. En silencio.

Cuando logramos avanzar más allá de este encantamiento litúrgico de la fuerza del alerzal, no tarda en sorprendernos el sonido estrepitoso de cascadas y rápidos del río.

Pasamos por la cascada de Leonardo y por el Tobogán del Motoco, el deshielo se desagua con ganas desde piedras monumentales y discurre con furia sobre piedras enormes.

Seguimos y el contraste nos enfrenta con la Playa Roja. Más magia. Un río de aguas cristalinas se tiñe de su lecho de piedras rojas y parece un río de sangre de la tierra. Nos acercamos. El agua es transparente y pura que corre sobre un suelo de piedras cobrizas y carmesí. Piedras tan duras como suaves, bordeaux, naranjas, rosadas. El agua se amalgama esas tonalidades y en este sector, se mueve con lentitud, amable para el baño. O sólo para sentarse y contemplar el contraste de las laderas verdes y el rojo del agua, y el brillo del sol iluminando la postal.

De regreso nos reservaremos una buena hora para bañarnos en esa playa privilegiada y única.

Continuamos la subida al Lago Duke. Cruzamos el único sector monótono del recorrido, el Mallín. Un mallín amplio y que hay que sortear por la derecha.

La subida final al Duke es de cuarenta y cinco minutos empinados. Luego una bajadita. Vale la pena hacerlo todo.

Nos bañamos en Duke, majestuoso. Con su montaña flanqueando sus espaldas como una muralla coronada de nieve.

Las aguas del Duke no son tan frías así que nos disfrutamos el baño. Nos quedamos un buen rato contemplando y respirando la belleza y luego subimos a un mirador cerca de allí desde donde el panorama trescientos sesenta grados alrededor es impagable. Hay que subir y hay que verlo y volver a mirarlo y volver a verlo. Belleza total por donde se mire.

Emprendimos la bajada y de regreso aprovechamos a quedarnos un buen rato en la Playa Roja y volver a bañarnos y tomar sol y disfrutar a pleno de un lugar tan lleno de condimentos y de belleza. Y tenerlo todo junto allí. Todo sobre el mismo recorrido. Demasiada hermosura para un solo día. Demasiada plenitud.  Desbordantes de felicidad. Sorprendidos todavía de que pueda haber tanto por descubrir.

El recorrido lleva unas tres horas de subida, más lo que uno quiera quedarse en cada lugar y eso será quizás más de tres horas si nos dejamos tentar por la magnificencia de cada porción del paisaje.

Luego de dos horas de bajada llegamos de regreso al campamento. Caía la tardecita y las luces se atenuaban lentamente mientras mate a mate saboreábamos lo vivido.

Día 18-Bajando del paraíso sin perder la magia

Descubrir el río Blanco es una de las mejores experiencias naturales de mi vida. Suele suceder que conocemos ríos y sólo conocemos una parte de ellos, un remanso, una playa.  A veces suponemos y suponemos bien, que el aspecto de ese río se perpetúa desde las nacientes hasta su desembocadura. En general no es así. Menos aún si se trata de ríos de montaña, que nacen del deshielo en las cumbres, que caen por las laderas, que tienen lechos de piedra y que estás piedras pueden ser de diferentes tamaños. Si a todo esto se le suma el entorno verde patagónico, a una altura media de la cordillera donde las brisas oceánicas de ambos lados, este y oeste, pueden darse la mano. Y la humedad natural de los mares y el aire puro de los árboles y el agua de la montaña, y todo la paleta de colores que de pronto surge de toda esa conjunción. Es que se trata de un paisaje magnífico. La magia no se agita y verlo dos veces, de ida y de regreso, no es verlo repetido. Es ver casa árbol, cada recodo del camino y cada pincelada de río en un momento distinto y  por eso es distinto. O quizás por su belleza embriagadora. Porque los ojos no pudieron abarcarlo todo de subida al Motoco y descubren continuamente nuevas imágenes. Viéndolo ahora, alrevés, ya no es lo mismo.

El Motoco y no sólo el Motoco sino más allá de él, es un sendero obligatorio. No dejen de hacerlo. Se los deseo de todo corazón y, al mismo tiempo me deseo y nos deseo, poder volver una vez más.

Bajamos hacia la pasarela, cruzamos el río Azul en Puelo y nos fuimos al camping de Doña Rosa. Un camping urbano, cerca de todo. Mañana, tras diecinueve días de travesía, nos montaremos en un incómodo y desagradable autobús rumbo a la vertiginosa Buenos Aires. Sin embargo, estamos tan llenos de pureza patagónica, que poco nos importa o nos pesa tener que regresar.

Viajes así, sólo nos dan la certeza de estar viviendo verdaderamente la vida que se nos ha otorgado. Nos dan la certeza de que no estamos desaprovechando nuestra estancia en el mundo y, sobre todo, nos llenan de ilusiones nuevas, de pensar nuevos caminos. El horizonte está allí, tras esa línea trazada en el mapa sobre la mesa o tras ese paisaje que nos atormenta insistentemente la imaginación o el delirio.

Día 19-24 horas de bus y remis, de regreso al calor literal del hogar.

Día 20-FIN

En casa ya hay un mapa sobre la mesa. Una guía de viaje. Cuatro nuevos *favoritos* en la barra de marcadores. Y un nuevo sueño en marcha. ¡A por él!

Cinco Lagunas, desde Pampa Linda a Colonia Suiza

Se la conoce popularmente como la travesía de las Cinco Lagunas y es un trekking de belleza infinita. Particularmente es uno de los que más me ha gustado y añoro siempre la posibilidad de volver a recorrerlo. Me ha enamorado por su incivilización, por su ausencia total de recursos urbanos, por sus montañas, por la nieve, por la desolación, por sus lagos, por sus dificultades, por la falta de señalización y esa sensación de aventura, exploración y conquista, y seguramente también por los compañeros del camino con quienes compartí estos pocos pero intensos días.

La travesía cruza desde Pampa Linda hasta Colonia Suiza. La mayoría de los caminantes la hace en sentido contrario, Colonia Suiza hacia Pampa Linda y, en general, las guías que existen respecto de este trekking, la plantean así. Al parecer la costumbre de caminarla desde Colonia Suiza se debe a que la erosión de la montaña provocada por los vientos del oeste ha desgastado más las laderas en esa dirección, y eso facilita el ritmo de trepada, en cambio, al hacerla al revés, nos veremos obligados a trepar por piedras menos erosionadas y de mayor tamaño, lo que aletargará nuestro ritmo de andada, demoraremos más en las subidas pero paradojicamente nos sentiremos más confiados en las bajadas con el peso de las mochilas cargadas con elementos y comida para la autosuficiencia durante 5 a 6 días. Fuimos con un par de mapas de papel, brújula, y buena parte la hicimos al rumbo, teniendo en cuenta las montañas de dónde veíamos, la ubicación del Tronador casi siempre visible e imponente, y las lagunas que íbamos cruzando. No hay muchas marcas. No hay ningún servicio, ni proveeduría, ni camping o refugio organizado hasta llegar casi al final, a Laguna Negra. Es imprescindible practicar y superar la autosuficiencia o, literalmente, morir en el intento.

Hicimos esta travesía con un grupo de caminantes, un par de ellos con nula experiencia en senderos de montaña. El hecho de tomarla en el sentido opuesto al recomendado se debió a que, para comprobar las dotes, el aguante, de los caminantes novatos, desde un camping en el área de Pampa Linda, hicimos previamente algunas salidas de corto recorrido, como por ejemplo ir hasta el glaciado Tronador, cuya majestuosidad será un hito que dominará las vistas de  este sendero. La motivación y estado físico del grupo superó las expectativas.

Para llegar a Pampa Linda fuimos desde Bariloche, desde la Terminal de autobuses, con el bus que va a Bolsón. Poco después de Villa Mascardi, en la intersección con un camino de ripio que arranca a la derecha, hacia el oeste, y que bordea el Mascardi hacia el Tronador, nos bajamos del bus e hicimos dedo. Sobre este camino se encuentran los campings la Querencia, los Rápidos, y más adelante la zona de los Césares donde se puede acampar libremente. Un poco más y llegamos a Pampa Linda donde hay un par de campings y una hostería. Desde aquí hay varios senderos que se pueden hacer. Ya en una oportunidad previa, habíamos subido a la laguna Callvú o Azul, remontando desde Pampa Linda el Arroyo Claro. Pero esa es otra historia. El hecho es que llegar a los Césares o a Pampa Linda nos da la posibilidad de una previa, de tantear nuestras energías en varios senderos de los alrededores y todos con valor agregado, como por ejemplo también desde aquí, encarar el cruce a Chile por la antigua ruta de los jesuitas. Hay mucho, pero vamos a nuestras Cinco Lagunas, con nuestros cinco caminantes.

Primer día: de Pampa Linda a Laguna Ilón

Arrancamos desde el camping de Pampa Linda por el mismo camino ancho que sale hacia el Tronador y, en breve, hay una señalización que nos indica tomar a la derecha. Cruzamos una tranquera y vamos por una senda que borda el río Castaño Overo. Este río lo tenemos que vadear. Suele traer bastante agua y corriente y está indicado el lugar más recomendado para efectuar el vadeo. Luego es todo subida. «Más subida que a la Ilón» puede convertirse en refrán de referencia para futuras salidas. No da tregua, es una subida muy empinada durante casi la totalidad del recorrido de este primer día. Subir y subir hasta que en parte el ascenso se nivela un poco y bordeamos el cerro por el que venimos ascendiendo para cruzar un mallín a campo traviesa. Hay pocas marcas, nos metemos en un bosque y al salir del mismo aparecemos mágicamente frente a la encantadora Laguna Ilón. Hay un sitio para acampar ni bien aparecemos allí; también se puede acampar en la playa de arena fina, y sino, apenas más adelante, cruzando un arroyito, en el bosque contiguo donde ese encuentra el Refugio de Papá Manuel. El refugio es una casita de libro de cuentos, pero es decorativa, al menos cuando nosotros pasamos era un depósito de basura.

Día por día, todas las etapas,

https://youtu.be/1JHQB0thBV0

https://www.facebook.com/maria.che/videos/vb.1244465731/10208522127511070/?type=3

Segundo día: de Laguna Ilón a Laguna Cretón

Arrancamos el día bordeando la apacible Ilón y nos vamos alejando de ella hacia la derecha, faldeando el cerro y luego cruzando algunos mallines pequeños hasta llegar al Mallín de Ricardo, más grande, y que vamos a atravesar tirándonos a su izquierda. Cuando termina el mallín, ingresamos a un bosque, hay algunas marcas rojas. Ascendiendo al filo del cerro Capitán, veremos aparecer ante nuestros ojos la Laguna Jujuy. Transitamos el filo y nos sorprenderá gratamente y causará admiración, la vista de la Laguna Callvú o Azul, haciendo fiel honor a su nombre, encajonada entre los cerros Bonete y Punta Negra. Estamos en un balcón privilegiado para apreciarla. También hay una picada que sube hasta aquí y va hasta Cretón desde la Laguna Azul, viniendo desde ella por su margen derecha.

Descendemos hacia la Laguna Cretón y podemos acampar frente a ella, pegados a un diminuto bosque achaparrado o cruzar un barranco y acampar en un reducto protegido por pequeñas lengas y junto al arroyo. Nosotros acampamos aquí, cerca del arroyo entre un cerco de lenguitas, y fue providencial, ya que tuvimos que permanecer dos noches allí debido a un temporal. En esa zona suelen estancarse la nubes y haber bruma y lluvias. Por lo menos, las veces que estuve allí siempre se nubló y llovió.

Tercer día: de Laguna Cretón a Mallín Mate Dulce

Con dos noches de descanso bajo la constante llovizna, y ya enmohecidos de estar adentro de las carpas, asomando nomás las narices porque afuera estaba helado, retomamos la travesía. Había llovido bastante y había nevado. En todas las etapas y especialmente en este tercer tramo que es para nosotros el cuarto día, hemos encontrado muchos manchones de nieve que cubren grandes áreas que hemos debido cruzar con sumo cuidado. Era el mes de enero.

En este tramo, toca subir el cerro Cristal, es el más duro del trekking porque a medida que ascendemos las piedras son más grandes, hasta convertirse en moles que nos superan en altura con creces y a las que debemos trepar, aferrándonos con las manos y cargados con nuestras mochilas. Hay marcas rojas y pircas. Llegando casi al filo, vemos hacia la izquierda que todavía falta subir, pero que, sin embargo, hay unas pircas que nos invitan a desviarnos a la derecha en descenso, NO ir por allí; si seguimos esas pircas, a la derecha, iremos directo a un precipicio por el que será imposible bajar. Hay que subir hasta donde vemos unas piedras oscuras y marcas rojas.

Esta es una jornada de ascenso y bastante dificultad técnica que requerirá de todo nuestro ingenio, destrezas y también precaución, pasaremos por arroyos, mallines y mucha roca, muchísima. Allí en el filo, entre rocas enormes, deberemos sortear un par de pasos expuestos, pero está bien señalizado, así que seguir las marcas, aún con abundante nieve, permanecían visibles.

Para descender al Mallín Mate Dulce vamos a seguir las pircas. Por nuestra izquierda, o sea oeste, vamos a ingresar al mallín y lo vamos a ir cruzando hacia el este.

El Mallín Mate Dulce es un lugar plácido y agradable para acampar, hay muchos espacios disponibles, cerca del río que surca sobre piedras rojizas, y es un placer pasar el tiempo que nos queda del día y la noche en este enclave. Tomando mate. Amargo que pa’dulce está el Mallín.

Cuarto día: de Mallín Mate Dulce a Valle del Lluvuco pasando Laguna CAB o Lluvu

Como hemos pernoctado una noche extra en Cretón debido al aguacero y la tormenta, vamos a intentar adelantarnos de la laguna Lluvú o CAB para mañana completar la travesía hasta Colonia Suiza, sin permanecer en Laguna Negra.

Al dejar Mate Dulce hay un fragmento de terreno plano que no dura mucho, luego hay que subir el cerro. Cuando nosotros lo hicimos, al llegar al filo, se nos complicó encontrar la bajada a Lluvú o Laguna CAB. Si bien se ve la laguna enfrente, no tenemos que zambullirnos de cabeza en el bosque de lenga que tenemos entre nosotros y la laguna porque por ahí no es, y caer en ese bosque es un laberinto. Primero hay que bajar y hay mucha roca y algunos pasos angostos. Hay que buscar las pircas, primero salen hacia la derecha y después todo sobre nuestra izquierda hacia una zona que se ve más abierta. Luego buscaremos las marcas para ir por los senderos correctos del lengal hasta la margen de la Laguna CAB o Lluvú que vadearemos por la orilla. Da gusto porque el lecho es arenoso y suave, un placebo para los pies.

Cerca de la laguna se puede acampar, sobre todo después de vadearla, está el río sobre piedras rojizas y lugares muy hermosos para quedarse, pero como queremos ganarle unos pasos al tiempo y al mañana, vamos a seguir. Hay una parte con un poco de derrumbe y tierra arenosa floja que hay que cruzar lo más rápido posible pisando firme, y luego un sector extendido del sendero con muchos árboles caídos en el que hay que caminar por encima de los troncos. Esto dura un buen rato. Finalmente llegamos junto al río Lluvuco donde algunos fogones armados nos indican que es un buen lugar para acampar. Es un vallecito boscoso, encantado, muy lindo. Nos quedamos allí.

La última cena, guiso revolucionario con los últimos ingredientes que nos quedan

Quinto día: del Lluvuco a Laguna Negra y Colonia Suiza

Se nos hizo larga la jornada. Cruzamos el río junto al que pasamos la noche y empezamos a subir en zigzag de manera abrupta, luego ingresamos a un bosque y del bosque a una zona de piedras y arena con pendiente más amable por la que, paulatinamente, ascendemos al filo del cerro que cerca la Laguna Negra.

Hay piedra suelta y no importa por dónde elijamos subir ya que, al llegar arriba, será visible la dirección de bajada y no es problemática, también veremos la laguna y, casi de manera imposible ante nuestros ojos, en la orilla de enfrente, el refugio al que deberemos llegar por esas paredes que a simple vista parecen imposibles..

Se desciende del filo hasta la laguna, y comienza a bordearse tranquilamente. Justo antes de llegar al refugio, bordeando la roca acantilada que cae sobre las aguas, hay una soga y fierros en la roca para ayudarnos a sortear un paso complicado y expuesto. En Laguna Negra, el refugio Italia ofrece comidas además de albergue si uno quisiera dormir allí. Se puede acampar también. Nosotros decidimos darle duro y parejo hasta Colonia Suiza, el sendero es muy lindo, bosque, agradable, y bajamos por inercia, aunque se hace largo…

Descansamos un respiro en el refugio y empezamos el descenso en caracol entre rocas, bosque y arroyuelos. Luego vamos a cruzar un río caudaloso cuyo curso nos va acompañar mientras seguimos bajando. Hay lugares donde podríamos acampar. Continuando hacia Colonia Suiza, en sucesivas oportunidades, tendremos el fastidio, ante el cansancio acumulado -el hambre- y tantas horas de caminata en una sola jornada, de tener que bajar y subir de las márgenes del río que se encajona. Después el sendero se convierte en un camino ancho, entre pinos, y creemos que ya estamos llegando, pero no; este camino es de nunca acabar. Finalmente, el ruido de algún motor nos anunciará el arribo a la civilización y en pocos pasos nada más saldremos a la ruta 79 en Colonia Suiza. Allí hay varios campings donde ducharnos, preparar un asadito, reponer fuerzas, y esporádicamente pasa un autobús a Bariloche.

Anillo Verde de Bilbao

Es maravillosos poder vivir en una ciudad que ofrece todo lo que una gran metrópoli y, al mismo tiempo, permite, en media hora, internarse en bosque y montaña.

El Anillo o Cinturón Verde de Bilbao reúne senderos y caminos que circundan la ciudad y sumados son casi 100 km de caminos, aunque el contorno en sí, si uno optara por uno u otro sendero para dar una vuelta al Cinturón de Bilbao, sería de alrededor de 43 km.

Se puede acceder a este Anillo Verde desde distintos barrios de la ciudad. Un lugar común y sencillo para iniciarlo si uno aún no es muy familiar de las calles o barrios de Bilbo, es ir a Plaza Moyua y buscar la Alameda Rekalde. En Rekalde, caminando en dirección a la ría, al Museo Guggenheim, y al Puente La Salve, podremos encontrar en las veredas baldosas verdes que en un recuadro nos marca GR, Gran Recorrido, y la dirección de la ruta pedestre.

Si empezamos en Moyua y por Rekalde, vamos a cruzar el puente La Salve por la izquierda e iremos tomando esa dirección, sobre nuestra izquierda, para internarnos a cada paso en el bosque y subir al Monte Artxanda. Vamos a pasar un área de merenderos, el área Pikotamendi, luego la Calle Vía Vieja Lezama donde antes circulaba un tren que descarriló. Pasaremos por debajo de las vías del Funicular de Artxanda y si seguimos un par de kilómetros más por la estrada Mendiarte, llegaremos al Monte Avril.

Antes hay otra posibilidad de bajar hacia Bilbao por un camino con señalética antigua, sólo un cartelito que dice Bilbao sobre fondo celeste. Este camino nos lleva a un sinfín de escaleras -sin marcas roja y blanca- que desembocarán en el Polvorín, el Parque Etxeberria donde está la chimenea.

Siempre iremos encontrando señalética, carteles de madera, paneles informativos y marcas roja y blanca de GR. En este caso es el GR 228. Cerca del Monte Avril el Anillo coincide con el Camino de Santiago (la ruta de los Zamudianos), cerca de un área recreativa llamada Iturritxualde, donde por supuesto hay una fuente: iturri. Hay unas cuantas durante el recorrido completo. Se puede ir reponiendo agua.

Tanto en Artxanda como en el Monte Avril podemos apreciar las vistas o descansar en los merenderos. Desde el Monte Avril continuaremos en dirección a las antenas del Ganguren, las veremos adelante, cruzaremos la carretera en el Municipio de Galdakao y por allí, un camino de tierra asciende sobre nuestra izquierda hacia la cima del Ganguren de 474m. Cuando estemos cerca de las antenas debemos prestar atención ya que el sendero a la cima va por nuestra derecha. Lo seguimos hasta las antenas. Volvemos al camino de tierra que hemos abandonado y que va paralelo al asfalto y llegamos a una mesa informativa.

Más adelante, 6.5 km hay un vivero, más merenderos, dos frontones, y siempre información, marca roja y blanca, y flechas. Podemos ascender a la cima del Kuskuburu de 414 m. Veremos más restos de túneles y bunkers, o bien podemos bajar hacia Bolueta por la carretera Santa Marina, dirección Buia. Hay un camino rural y más adelante veremos el hospital. Pasaremos Azkarabidea, algunos caseríos y a 2 km habremos llegado al barrio bilbaíno de  Otxarkoaga.

Siempre podemos seguir las marcas roja y blanca.

El Anillo Verde lo podemos iniciar en el centro, en Moyua, pero también en Otxarkoaga, en Bolueta, en el Parque Europa, en el Barrio La Peña o el Barrio Buia ya que, entre parque y merendero, ladera y colina, verdor y verdor, va enlazando estos rincones del Gran Bilbao. Cruza la Ría y pasa por debajo de antiguos túneles ferroviarios.

Los barrios que recorre este Anillo o Cinturón Verde y desde donde puede engancharse son: Artxanda, Arbolantxa, Otxarkoaga, Bolueta, La Peña, Buia, Arraiz, Altamira, Zorrotza, Olabeaga, Deusto, Ibarrekolanda o Arangoiti. La ruta pasa también por cimas como Avril, Pagasarri, Ganeta, Arraiz y Kobetamendi.

Gorbea por Itxina desde Urigoiti (Orozko)

Un recorrido interesante y bello.

Suele ser un problema de todo caminante agreste y salvaje, llegar a los puntos de inicio de las travesías. En todos los casos. Muchas veces me encuentro con que demoro más haciendo combinaciones en transporte público para iniciar un recorrido que en el recorrido en sí, y eso de tener que tomar varios transportes y hacer conexiones y bajarse de uno para esperar otro, es más engorroso y cansador que caminar con la mochila al hombro que en realidad es lo más emocionante.

Tal es así que había dejado esperar este recorrido desde Itxina hacia Gorbea hasta que se dio la oportunidad de contar con alguien con vehículo y acceder desde Urigoiti, un barrio de Orozko pasando el barrio de Ibarra. De no tener vehículo, habrá que hacer dedo hasta allí. Se puede tomar autobús de Bizkaibus desde Bilbo (Bailén) hasta Orozko, un par de buses llegan aún a Ibarra. El sendero se puede arrancar desde Ibarra. En nuestro caso vamos hasta Urigoiti y de ahí, ¡largamos!

El Macizo de Itxina (571 ha) es un magnífico ejemplo de formación kárstica, fenómeno geológico muy presente en la orografía y paisaje de las montañas vascas. En las calizas, con alto contenido en carbonato cálcico, el agua de la lluvia a través de millones de años ha ido disolviendo la roca, que a pesar de su solidez y dureza, es también soluble si se la somete a la acción del agua por un tiempo prolongado. Así, la lluvia va produciendo desgaste y hendiduras cada vez más profundas en la piedra. Se desliza por los surcos dejados por erosiones anteriores, busca su cauce y va agrietando el macizo tanto en superficie como en su interior, abriendo innumerables conductos subterráneos. Los más antiguos de éstos son cuevas por las que ya no circula el agua que busca sustratos más profundos.
Itxina es una meseta rocosa que se alza del entorno, con los bordes formando una cresta circundan el interior cóncavo. La peña más alta de la cresta es Lekanda (1.302 m), en el lado oriental; al sur destacan Altipitatz y Arteta, y al norte Aizkorrigane. A los pies de ésta, por el exterior, se alza un prieto grupo de afilados picachos, los Atxas («haitza» = peña).
En esta caminata hacia Gorbea por Itxina desde Urigoiti, entraremos por el lado nororiental del karst y accederemos a través del «ojo de Atxulaur», utilizado desde siempre por pastores y leñadores.

Desde el estacionamiento que se encuentra a pocos kilómetros del barrio de Urigoiti empezamos a caminar en dirección al macizo. Hay que pasar un paso canadiense y más adelante alguna tranquera y alambrado; a continuación veremos un depósito de agua. El caminito parece bajar pero enseguida recupera pasos arriba. Entramos a un hayedo, luego a un pinar, y desembocamos en unas campas salpicadas de encinas, esta área se llama Aldabide y está muy cerca de las Atxas, picachos de roca cual asimétricas cúpulas catedrálicas. Un poco más adelante volveremos a encontrar hayas y una fuente. Cargamos agua y seguimos caminando por el sendero con la pared izquierda del macizo escoltando nuestro hombro derecho. No hay pierde, siempre recto por el bosque hasta ver el Ojo de Atxulaur. Allí viramos bruscamente al oeste, nuestra derecha, para trepar al Ojo (1100 m). Las vistas del Ojo son providenciales. El Ojo vigía de todo el duranguesado envuelto en bruma.

Vale la pena dar algunos pasos en derredor de este punto y descansar un rato. Lo hice en invierno y todos los alrededores estaban con un paño de nieve, salpicada de hojas secas y rojas y algunas ramas. Mágico.

Retomando el camino, desde el Ojo, bajamos a una sima, este día con nieve, la cruzamos casi en dirección recta y retomamos el sendero, hay algunas marcas y algunas pircas, hitos de piedra. El sendero nos acercará a un punto donde las flechas indican las direcciones posibles.

Elegimos visitar la cueva de Supelegor, una de las 500 cuevas que existen en las entrañas de Itxina y una de las moradas de la diosa Mari en sus visitas al caprichoso reino del Gorbea. Para ir a Supelegor, desde el indicado desvío, hay que meterse otra vez a bajar por una sima con ramas y hojas rojas que salpican la nieve, enterrándonos a veces. Luego se sube un poquito y se pasa por el túnel. No hay sendero, pero hay algunas pisadas y algunos hitos de piedra. Es un laberinto kárstico y es fácil perderse. Prestar atención.

Luego de visitar las cuevas volvemos a subir al camino y a retomar hacia Kargaleku, y en poco tiempo volveremos a perder la senda cierta y estaremos completamente sumergidos en lo que se conoce como el «perdedero de Itxina». Hay que tratar de ir buscando las pircas. La única pauta certera que tendremos en algún momento para garantizar que vamos bien es una casita en el medio de una campa: la chabola del pastor. Esta choza solitaria nos querrá decir que estamos bien y que podemos seguir andando hacia el Gorbea.

Por Kargaleku -lugar de carga, ya que allí cargaban nieve- llegaremos a las anchas campas de Arraba. Allí está el cálido refugio. He pernoctado varias veces y es super acogedor y lindo. Elijo descansar allí durante el invierno, cuando los días son cortos y el exterior tiene una capa de un metro de nieve. A la mañana siguiente ascenderé una vez más al mítico Gorbea. En invierno, usar crampones.

El regreso puede hacerse desde Pagomakurre hacia Areatza, vía normal que se utiliza para subir el Gorbea desde Bilbao En Areatza podemos tomar el Bizkaibus, o bien, como en nuestro caso, también desde Pagomakurre por el camino que sale al noroeste (NO), directo hacia Urigoiti donde dejamos el vehículo en el estacionamiento. No tiene pierde.

Otra tentadora opción, más emocionante y aventurada es ir por el paso de Lekanda.

Subir el Gorbea desde Bilbao por Pagasarri y el Cinturón de Hierro

Y si el Pagasarri es el más popular de Bilbao, el Gorbea es sin duda el más emblemático de Araba y Bizkaia a quienes sirve de delimitación natural. Esta vez porpongo una trepada atípica y bien aventurada para estos cerros suburbanos: subir el Gorbea desde Bilbao a través del Pagasarri y transitando el Cinturón de Hierro. No es común que las gentes de estos lares haga esta travesía en dos días. Normalmente van por un día a un cerro y otro día visitan el otro. Pero…

…si en lugar de subir y bajar de Pagasarri y Ganekogorta ya sea pegando la vuelta o por Laudio (Llodio) y en tren, decidimos tomar el Cinturón de Hierro, podemos ir cresteando esas acorazadas cumbres vascas y luego desde Arakaldo montarnos el Untuzeta, pernoctar en una tienda, y hacer cumbre en Gorbea al día siguiente tras pasar por Pagomakurre.

Primer día.-

Ver esta entrada para llegar hasta el vértice geodésico de Ganekogorta y bajar por la cuesta empinada hasta el plano con sombra y flechas de señalización.

Aquí en el plano una de las flechas nos marcará Goikogane. La dirección era antes visible y evidente desde la cumbre del Ganeko. Casi sin desviarnos, derecho y sobre las crestas, sube y baja.

Ascenderemos a Kamaraka (800), luego descendemos algunos metros por la colina la colina y ascenso a Mugarriluze (731), vuelta a bajar y subida al Goikogane (702). Por estas cumbres, que son parte del cordel fronterizo entre Araba y Bizkaia, pertenencientes al macizo Ganekogorta, encontraremos paneles informativos acerca de lo que significó el Cinturón de Hierro, defensa de Bilbao contra el franquismo. Hay trincheras, búnkers, nidos de ametralladoras,  y por supuesto flamea eternamente la ikurriña.

Si hemos decidido hacer el Cinturón de Hierro para continuar nuestra travesía hacia Gorbea, bajaremos hacia Arakaldo. En este pequeño poblado bizkaíno hay una estación de RENFE, una gasolinera, un supermercado, y una fuente. Muy importante cargar agua antes de continuar. Se viene la fuerte subida al Untzueta

Nos dirigimos a la estación de RENFE de Arakaldo, cruzamos el puente para franquear el río y seguimos por una carretera a nuestra derecha para cruzar la autopista A-68. En la primera calle de la urbanización empezamos a subir hacia nuestra derecha. En 5 km vamos a sortear un desnivel de 500 metros. La subida es dura y hay que prestar atención y no confundirnos y perder la buena senda ya que hay mucho cruce de otros caminos. Debemos alcanzar las antenas y desde allí bajar por la otra ladera opuesta del cerro. Al principio nos parecerá poco transitable pero  luego de unos contados pasos irá abriéndose el sendero y ya no es tan complicado. Empezamos entonces a buscar un lugar para acampar cerca de algún arroyo que por aquí suelen aparecer y el agua es buena. Por aquí entonces pasaremos nuestra primera noche. Vale la pena, es solitario y tranquilo.

Segundo día.-

Retomamos el sendero sobre nuestro frente y, al cabo nada más de uno o dos kilómetros, se nos pone un poco lioso. Aparecen muchos cruces de caminos. Vamos a ver que el más ancho está justo enfrente nuestro, que parece evidente, pero no, ¡ojo! ¡ese no es! Tenemos que abandonarlo y tomar un sendero que sube por el bosque. Debemos encontrar, muy pronto, marcas amarillas y blancas en los árboles. Seguimos estas marcas y seguimos subiendo hasta el Arrugaeta y luego, por un sendero un poco más definido y claro, llegaremos al Garaigorta. Luego debemos bajar por terreno incómodo de piedras y poco después por un camino más cómodo que desemboca en la carretera Orozko-Areatza. Cruzamos la carretera y buscamos el cartel que indica Pagomakurre 5.7 km. Sin desviarnos del sendero nos llevará directamente a Larrander (Mendigana), cruzamos un bosque y llegaremos a otra carretera, un parking, y una fuente.

Desde este parking continuaremos por un camino hipersencillo y transitado hacia Gorbea.

Iremos siguiendo la señalizaciópn por Arraba y luego de las campas de Arraba hacia Egiriñao.

En Gorbea arremetemos el ascenso a la cumbre, 1481 a 1482 metros, muga entre las provincias de Araba y Bizkaia. Su nombre, Gorbea, se ha documentado como Gorbeya y transliterado a Gorbeia, puede significar «altibajo» pero no hay acuerdo entre los linguísticas y estudiosos acerca del significado definitivo del nombre. En invierno y aún no tan invierno, la cima suele estar cubierta de un manto de nieve.

Video de diciembre de 2017. Salida desde la plaza de Areatza hacia Pagomakurre donde comienza el paisaje completamente nevado. 80 centímetros de nieve en Arraba y Metro y medio en Gorbea. Temperaturas: -7 a -2

La amplitud que ofrece es plena e impresionante. Es una cumbre amable y bonachona, muy fácil de subir y sin embargo, emblemática; allí está la tradicional y alta torre con cruz y una virgencita de Begoña en el medio. Helada la mayor parte del año.

Antes de subir a Gorbea vale la pena deleitarse en el hayedo, en todas las estaciones es una preciosura.

Cerca de Arraba y de Egiriñao hay una par de refugios donde relajarse un rato o pasar la noche si es necesario.

Para volver desde Gorbea se puede volver sobre nuestros pasos hacia el parking de Pagomakurre y cruzar el bosque siguiendo las marcas amarillas y blancas hasta Areatza desde donde se puede tomar un Bizkaibus para regresar a Bilbo.

Otra opción para llegar a Gorbea es a través del macizo kárstiko de Itxina, fascinante, por el ojo de Atxulaur y vistando las cuevas de Supelegor, partiendo desde Orozko-Ibarra-Urigoiti y que reservo para otra entrada.  He visitado el Gorbea desde Bilbao por diferentes caminos posibles y en todas las estaciones. Cruzar el macizo de Itxina es uno de mis favoritos por el salvaje sabor a aventura.

Pagasarri-Ganekogorta desde Bilbao

El Pagasarri es la montaña más popular de Bilbao. Así como en otros parajes y ciudades del mundo, los amantes de la caminata salen a dar sus pasos y hacer un poco de ejercicio por las costas de los ríos, malecones, o carreteras panorámicas, en el País Vasco la gente va al «monte» y en Bilbao, al Pagasarri.

Se puede subir al Pagasarri desde varios puntos de la ciudad, además, esta montaña es parte del itinerario del Anillo Verde o Cinturón Verde de Bilbao.

Etimológicamente el nombre Pagasarri proviene de «paga» o «pagoa» que significa «haya» y «sarri» que quiere decir «tupido». Actualmente el Pagasarri, si bien cuenta con un bosque nada despreciable sobre todo en el acceso por el Zaharra bidea o Camino viejo, ha padece una notable devastación por las necesidades de la industria siderurgia y naval y por la necesidad del hombre para calefaccionar los hogares o cocinar con leña, y también por incendios. Desde hace varios años se está recuperando y protegiendo el bosque de toda el área.

El Pagasarri tiene 670 metros de altura y está dentro del macizo del Ganekogorta que es la cumbre que se impone elevándose a los mil metros, altiva, y con el recorte peculiar ondulado de su contorno que la hacen fácilmente identificable desde cualquier otra cima.

Para subir al Pagasarri desde Bilbao uno puede acercarse a la Plaza Zabalburu o bien, si se arranca desde el Casco Viejo, cruzar el Puente de La Merced y encarar por calle Hernani hasta calle San Francisco, a la derecha, y luego de cruzar las vías, a la izquierda por Avenida Juan de Garay. Arrancando desde cualquier lugar de la ciudad hay que buscar esta avenida, Juan de Garay; luego conectar con la Avenida San Adrián y cuando se llega a un edificio contundente de Iberdrola, dirigirse hacia él y rodearlo. A partir de aquí estaremos o por Larraskitu bidea o bien ya en el Pagasarribidea. Bidea significa «el camino». ¡Allá vamos!

Hay varias opciones pero como me dijo una vez en una de mis visitas al Pagasarri un veterano «mendizale» (amante del monte o montaña), siempre que subas es que vas bien. Buena parte de esta subida es por camino asfaltado, luego se entra al bosque por un paso canadiense, pero luego se vuelve a salir y otra vez a entrar. Apenas empezamos el ascenso veremos un desvío y la ermita de San Roke. Hay algunas flechas con indicaciones y en un punto el camino se divide en tres. Mi elección favorita es el zaharra bidea, el viejo camino, es más empinado, pero de tierra y por el medio del bosque. Mucho más bonito. Se llega en un periquete a la campa verde donde hay merenderos y una proveeduría y bar abierto sólo en verano y fines de semana y con mala onda. No recomendable.

Es interesante -y necesario- visitar la fuente del Tarin. Así que tras llegar y luego de descansar un poco y apreciar las vistas, doblar sobre nuestra derecha hasta la fuente. Antes de llegar a la fuente hay una profunda nevera donde antiguamente (siglo XVII) se almacenaba la nieve fresca. La compactaban pisándola y la mantenían cubierta de hierbas o helechos para comercializarla durante los meses cálidos. Dejando la nevera atrás, a pocos pasos más está la fuente del Tarin. Imprescindible cargar agua.

Hasta aquí el Pagasarri al que se puede subir también por otros caminos como por ejemplo desde Santutxo, mi barrio actual, por el Cinturón Verde de Bilbao yendo por el Barrio La Peña y luego el Barrio Buia con constante y clara balización de GR. Pondré el Cinturón Verde en otro post.

Personalmente lo que más me gusta de subir al Pagasarri no es el Pagasarri en sí sino continuar hacia Ganekogorta. Para mí lo mejor es llegar al vértice geodésico del Ganeko. Para esto no es necesario volver atrás hacia las campas de Pagasarri sino que, desde la fuente se puede ir sobre nuestra izquierda y cruzar una tranquera o paso canadiense y enganchar con otro sendero que está frente a nosotros y que sube sobre nuestra derecha. Es boscoso un momento y luego es de roca, algo de hierba y sin sombra.

Debemos pasar por el lauburu de Anselmo. Allí murió este señor mayor que durante toda su vida subió al Pagasarri y al Ganeko, casi a diario. Solía ir con un amigo, así como comentaba al inicio del post, como quien hace su recorrido por la orilla del río o el malecón. Una mañana subiendo hacia el Ganeko le comentó a su amigo que ya se sentía cansado y que elegía quedarse allí, así que se dejó caer sobre las piedras. En ese exacto lugar las vistas son maravillosas, todas las cadenas montañosas de los alrededores parecen iluminadas de un aura azul.

Saludamos a Anselmo y continuamos. Es una subida de casi una hora. En invierno suele haber nieve. Aldapan gora, cuesta arriba. Parece que ya llegamos, pero no. El primer amague de cumbre es engañoso, aún falta un poco más. Primero pasamos por una pirca grande, unos minutos más, y estaremos en el vértice geodésico de Ganekogorta. Las vistas son maravillosas y la campa amplia de la cumbre, el lugar ideal para un hamaiketako (picnic).


Llegados a la cima del Ganeko podemos volver sobre nuestros pasos o bajar a pocos metros de la cumbre sobre nuestra izquierda. Es una bajada empinada que nos llevará hasta un plano con sombra donde hay señalética, si viramos a la izquierda volveremos al Pagasarri por otro sendero bien marcado, y a 500 metros nada más de esa sombra y señalética, encontraremos una fuente.
Otra opción es continuar bajando hacia Laudio (Llodio). Nos llevará unas dos horas más. Antes de llegar a Laudio hay una bifurcación. Ambas direcciones nos llevan a la ciudad, una por asfalto y zona urbana y la otra por un bosque con sendero balizado y muy bonito. Los dos cubren una distancia de 4 km. Por supuesto elijo el bosque, el más agreste y salvaje.


Ya en Laudio podemos tomar el tren de RENFE y regresar a Bilbo en tren.
Toda la excursión, hasta aquí, nos llevará con hamaiketako, paradas incluidas, y viaje en tren, unas 7 a 8 horas. La peor parte, para mí, es caminar por la ciudad Juan de Garay, San Adrián… hasta al fin estar en Pagasarribidea. Son 45 minutos de avenida y tráfico y es pesado hasta dejar atrás la civilización. Luego, vive la nature!
Una alternativa más es, a partir del Ganeko y la bajada empinada, transitar el Cinturón de Hierro y en lugar de bajar a Laudio, bajar a Arakaldo para, o bien regresar desde allí a Bilbo, o seguir caminando un día más hasta el Gorbea, genial elección con sabor a aventura. Lo dejo para otra entrada.

Tilcara a Calilegua, de la Puna a las Yungas

La travesía de Tilcara a Calilegua tiene de fascinante lo que demanda de esfuerzo físico y buena voluntad, sobre todo los primeros días. La recompensa se revelará poco a poco y a cada paso hasta volverse indescriptible y única. La transformación del paisaje casi violenta, transformación abrupta y típica del altiplano, aquí como en Bolivia, prolongándose y mutando en una Puna sin fronteras políticas. Los primeros días de este sendero significan elevarse a un estado de embotamiento por la falta de oxígeno, estado en el que no es infrecuente perder la calma, entrar en crisis. El relieve y el clima nos enfrentan a una prueba difícil de vencer. El sol castiga. La sombra es poca. La altura es inconmovible. El paisaje se vuelve soberbio y nos desafía con contrastes que vencen cualquier resistencia al esfuerzo. Es en este tipo de paisajes que se funden desde la altura en la selva subterránea, en los que la uniformidad de las montañas suele enloquecer y la roca, secular y dura, vetusta y firme, imponente, parece sin embargo flamear como un arco iris de colores, y adoptar la cadencia de trazos y textura de acuarela. El Altiplano, la Puna, en su desfiladero hacia las Yungas, es la paleta añeja de la naturaleza. Quizás cuando todo estuvo pintado fueron a parar aquí todos los restos y por eso hay líneas delgadas amarillas en fondos bordó, pinceladas gruesas escaramujo, faldas de verdes frescos con flecos grises y tablones lilas, cintura violeta, brazos azules, volados rosas, cintas terracotas que ondean en un océano profundo, húmedo y esmeralda. Pero es indescriptible y sólo al poder recorrerlo, de a pie, siendo parte uno mismo del paisaje, puede comprender lo que a decir de palabras resulta incomprensible. Puede asirse la imagen a medida que se iza o se arrea la altura. Puede asirse para siempre. Ser parte de ello. Ser entonces del paisaje y el paisaje de uno. Sólo hay que caminarlo, andarlo con el respeto y la paciencia que exige tanto contraste. Vamos por partes.

Empezaremos nuestro recorrido en Tilcara. En esta oportunidad, para llegar hasta allí, tomamos un avión desde el aeroparque de Buenos Aires. El precio a Salta, ida y vuelta, fue de 2500 pesos argentinos, en ese momento equivalentes a 165 dólares. El costo del vuelo resulta menor que el precio de los autobuses. Llegados a la ciudad de Salta, salimos del aeropuerto y a 200 metros llegamos a una ruta por donde pasan los transportes locales que nos llevarán hasta el centro de la ciudad. El transporte colectivo funciona con una tarjeta como la SUBE, no tenemos pero un pasajero nos hace el favor con la suya y le reintegramos los pasajes. Demoramos cerca de una hora hasta el centro. Bajamos cerca de la Terminal ya que tenemos planeado tomar el bus hacia Tilcara. Son 3 horas 40 minutos de viaje. Llegamos a Tilcara de noche madrugada, preguntamos por el camping. Hay carteles que señalan cómo llegar. No es muy lejos de la terminal y, en breve, dando unas vueltitas por callecitas de tierra, llegamos al camping El Jardín. Hay dos campings pegados, dicen que de la misma administración. Este cuesta 70 pesos argentinos. Estamos en el mes de noviembre, no es temporada alta y el lugar está medio descuidado pero con suficiente y más para nuestras necesidades. El baño con duchas de agua caliente, buena arboleda, algunos charcos que delatan que ha llovido, mesas y bancos, fogones y parrillas, y algunas luces. A pocos metros hay un establo donde una yegua acaba de dar a luz. Detrás corre el río Grande.

Día 1 de caminata, de Tilcara a Casa Colorada

Arrancó la travesía. Apuntábamos en nuestro itinerario ir hasta Huaira Huasi. Es humanamente imposible con carga. El primer día de esta caminata es mucho más duro que lo que Tilcara augura. Si bien vamos con el andar tranquilo, pausado, el ascenso es continuo y la altura que ganamos nos va escatimando oxígeno a cada paso. Chicar coca no sólo ayuda, es prácticamente necesario para soportar el trajín del ascenso y los efectos de la Puna. Los lugareños hacen el trayecto hasta Molulo, mucho más allá de Huaira Huasi, en un solo día. El doble de distancia que nosotros pretendíamos hacer, y muchos van y vuelven en una sola jornada.

Desde la plaza del centro de Tilcara tomamos la calle Rivadavia y nos encaminamos a la Garganta del Diablo. Tardamos alrededor de una hora en llegar. En la entrada a la Garganta del Diablo hay una canilla. Es importante cargar agua al menos para dos horas más ya que, de aquí en adelante y hasta Casa Colorada, no encontraremos más. El sol es mucho. Es un sol que te corta en seco. Todo se suma a la fatiga. La subida, el sol  implacable. Nada de sombra. El sendero de a pie puede confundirse con una ruta para bicicletas. Es fácil equivocarse con GPS ya que los tracks grabados suelen coincidir con la ruta para bicis. En principio, a partir de la Garganta del Diablo, enfilamos rumbo al pueblo de Alfarcito, pero el sendero de a pie no pasa por Alfarcito, va por arriba del pueblo. Apenas se vislumbra cuando estamos a punto de equivocarnos. No hay que bajar a Alfarcito, hay que subir una colina e ir rumbo a la escuela. El sendero no está señalizado y como desde el principio vamos por un camino ancho, la distracción nos puede confundir a que sigamos por éste hacia Alfarcito. Prestar atención porque antes de ver el pueblito el camino ancho se bifurca y hay que tomar un sendero angosto que va prácticamente delante de nuestros pasos. No tomar a la izquierda. Seguir derecho. Hay pocos lugareños, pero en todo caso, preguntar y usar “la escuela” como referencia.

Desde aquí hasta Casa Colorada hicimos un parate en la única sombrita que encontramos durante el trayecto. Vimos un arroyito también, escueto y pobre pero que sirvió para salivar unos sorbos de agua.

Pasando Casa Colorada, a 2 horas 40 de la Garganta del Diablo con paso tranquilo, llegamos a una hostería bastante lujosa. Como es baja temporada está cerrada. No hay nadie en los alrededores pero hay agua! Aleluya! nos servimos y volvemos a descansar. Durante el descanso, la mitad de los caminantes del grupo manifiestan dolores sintomáticos del mal de altura, apunamiento. No podemos continuar, así que buscamos un lugar prudente alejado de la construcción para no molestar, y cerca, justamente, de una caidita de agua. Armamos nuestro campamento y más tarde, el encargado, Reynaldo, tras rogarle y suplicarle acepta que pernoctemos allí bajo promesa de dejar todo igual que como lo encontramos y levantar campamento con las primeras luces del alba. Está prohibido acampar allí. Aquellos caminantes que se encuentren más o menos enteros podrían abastecerse de agua en este sitio y continuar una hora y media más hasta un caserío de piedra, construcciones precarias y derruidas donde sí está permitido pernoctar, aunque agua, no hay. Media hora más delante de este viejo caserío vamos a encontrar agua pero la altura no será la más conveniente para pasar la primera noche durante la travesía.

 

Día 2 de caminata, de Casa Colorada a Huaira Huasi

El camino continua en franco ascenso con efectos secundarios. Indispensables hojas de coca. El día es menos caluroso. El paisaje desértico, sin sombra. Arrugas añejas en la corteza del planeta. Cruzamos algunos caminantes, lugareños que se desplazan de un caserío a otro, al trabajo, a otro pueblo. Los maestros del Durazno, a quienes topamos varias veces. Su escuelita está en la zona de Yungas. Un día de a pie.

Poco después de dejar Casa Colorada pasamos por el caserío de piedra derruido, y un poco más adelante por el río caudaloso con su puente de madera, un lugar ideal para echarse un buen descanso. Se siente la frescura del agua, hay un poco de sombra. Podemos beber, recargar las ánforas, refrescarnos, dejar que el cuerpo se acomode un poco a la altura. Es bueno y necesario descansar aquí. Pocos minutos después aparecerán unas pampas, con el curso del río mediando. Un lugar que pinta lindo también para un pic-nic o campamento si nuestro cuerpo se banca esa altura. A poco de pasar por este plácido lugar, llegaremos a la parte más alta de la travesía, entre 4165 a 4200 metros. Quizás no signifique nada exagerado la cifra en sí, pero hay un área, el área de Puna, donde está la altura máxima y es una ancha planicie donde el oxígeno escasea, se esfuma, desaparece del aire. Es difícil respirar. No hay oxígeno en el aire. El área está señalada con una cruz cubierta de flores. Se llama el Abra de la Cruz o el Paso Cruz Alta. Es recomendable no frenar. A pesar de la incapacidad del cuerpo, la mente debe forzarnos a continuar dando pasos para salir cuanto antes de esa zona. No nos tomará mucho tiempo y es mejor para el cuerpo, la salud, para sentirnos bien, no frenar. Llegaremos a un cruce de arroyos encajonados, en un lugar protegido contra el viento, con un poco de sombra del terraplén. Otro lugar que invita al descanso y que se merece tras haber salvado con éxito la zona de puna.

El paisaje empieza a mutar, a ablandarse un poco, a presagiar su esplendor, esa mezcla enloquecida de amarillos verdes, violáceos y rojizos. El camino nunca es plano, sube, baja, da vueltas; ya no cruzamos más lugareños. Hemos andado casi 6 horas y aún no vemos ni por asomo un techito que nos haga sospechar el caserío de Huaira Huasi. No tenemos mapas ni GPS, sólo llevamos algunas notas. No hay nadie a quien preguntar. No sabemos cuánto falta. En eso, tras un recodo de la serranía vemos una casita por allá adelante y un poco en descenso. Uno de nosotros se aproxima, no hay pobladores pero hay agua. Agua que sale de una manguera ancha conectada a alguna vertiente. La casita está cerrada. Acampamos afuera, alrededor, hacemos nuestro fogón y nuestra cena. Hay agua y la noche no puede ser más infinita. En el cielo estrellado por demás, interrumpido por estrellas fugaces que lo rayan olímpicamente, suben y bajan luces sospechosas de diferentes tamaños. OVNIS.

Llevamos dos días de caminata y aún no hemos llegado a Huaira Huasi, destino del primer día. No lo sabemos, estamos a menos de media hora del lugar.

Día 3 de caminata, de Huaira Huasi a Molulo

A veinte minutos de salir del rincón quasi mágico donde hemos pernoctado, nos encontramos con la abrupta y enorme cascada de Huaira Huasi que cae y desagua cada vez con menos fervor hacia las laderas que rodean al pueblo. El pueblo es un reducido caserío con muchas más ovejas que casas o pobladores. El suelo está punteado de blancos y algún que otro lunar oscuro, la oveja negra. Es la típica postal. Una imagen bellísima entre la paleta desechada en el paisaje. Los contornos irregulares de las montañas, el valle del Huaira Huasi tan húmedo y verde como un oasis a la piedra rosa y lila, los infinitos azules en la altura, los verdes aún más profundos en los enigmas de las montañas más lejanas. A pesar de haber salido apenas, nos detenemos un poco para extasiarnos y llenarnos de este paisaje. Contemplamos, cargamos agua fresquísima y pura de la vertiente y retomamos. El sendero es muy recortado, nada parejo. Sube y baja continuamente pero además no ofrece casi ninguna planicie donde echarse a descansar un momento. Es angosto y desparejo. Va faldeando una tras otra montaña, no da tregua. Tampoco nos da tregua el clima que se desata en tormenta. Cae granizo, llueve, vuelve a caer granizo tupido. No podemos parar. No hay espacio. Sólo podemos avanzar, bajo la lluvia o bajo el granizo, en una fila india rala, pero uno detrás del otro. No hay hueco ni cobijo. Hay que seguir. Paso a paso y chubasco tras chubasco.

Todo el día es así, mientras tanto, el paisaje es cada vez más verde, y el verde cada vez más profundo, casi azul según matice el sol o la bruma. Aquella roca hosca, lila y dura, cede ante la humedad y reverdece. Se desparrama por colinas eternas como una alfombra infinita. Rasgada de vez en cuando por la sinuosidad terracota de un camino, con la estampa de un rebaño o una casita allá lejos, adonde vaya a saber cómo, alguien ha llegado alguna vez.

Tras seis horas llegamos al cementerio de Molulo. El sendero que va hacia la escuela 76 es el que sale a la izquierda. Vamos hacia la escuela porque hemos leído que ahí se puede pernoctar, pero es un momento complicado, hay padrinos de visita, soldados que están construyendo algo en la escuela. La onda del maestro tampoco es linda ni interesante como la de los maestros del Durazno que hemos cruzado antes, Fabiola y Ariel, dos grosos. Hay gente de la comunidad en la escuela, haciendo cola para recibir donaciones; nos sugieren dormir en lo de la tal Carmen pero cobra carísimo y contesta de mal modo. Decidimos ir a lo de Felipa. Nos guía su yerno que anda rengo y con una muleta. No es muy cerca. Hay que caminar casi una hora más y meterse abajo en un pozo al que hay que llegar por una pendiente abrupta que deberemos remontar al día siguiente. Mala decisión dormir allí  o en cualquier otro sitio de Molulo. No hemos visto ningún lugar donde fuera posible pernoctar antes de llegar a Molulo, salvo cerca del cementerio. Lo más recomendable sería seguir, una a dos horas más. Cargar agua en Molulo y seguir  para dormir más adelante en alguna pampa.

Nosotros fuimos a parar a lo de Felipa. Su casa son tres construcciones desordenadas y sucias. Todo está tirado por cualquier parte. Encima llueve! Hay basura por doquier, ropa mojada, llena de lodo. No hay un hueco decente. Dormimos en la habitación donde secan el charqui. El olor es penetrante. Hay costillares y carne colgada en toda la habitación, incluso hay más entre las sábanas y cobijas que hay por ahí. Es sencillamente un asco, pero no nos queda otra que armar las carpas por ahí. Algunos dentro de la habitación del charqui, otro afuera bajo la lluvia y sobre el barrial y la mugre. Uno se adapta a todo, el olfato también se acostumbra al olor del charqui. El átomo desinflamante ayuda un poco a confundir los aromas.

Día 4 de caminata, de Molulo a San Lucas

Llovió toda la noche en Molulo y amaneció lloviendo y la mañana avanzaba pero las nubes y la bruma avanzaban junto con la mañana. Había que salir. Molulo y el lugar no invitaban a quedarse. La familia cocinó algunas tortillas de harina que algunos de los caminantes compraron y comieron con beneplácito y sin consecuencias. El fuego mata todo. Al final, amainó un poco, y bajo la garúa y bien empochados encaramos. No hay marcas. No hay ninguna señalización. Nos dijeron que antes habían pasado tres caminantes. Nunca los vimos, sin embargo, como el suelo estaba embarrado, no fue difícil seguir ciertas huellas de borcegos bien marcadas. El sendero sube y baja.  La tendencia es en bajada. Molulo está a 3000 metros, venimos de los 3500, y vamos hacia San Lucas que estará a 1800 pero antes deberemos ascender a 3500 para después volver a bajar. Llueve todo el día. No hacemos paradas porque no hay reparo. No hay. No hay pobladores. Seguimos las huellas de quienes nos anteceden con la esperanza de que lleven a San Lucas. De vez en cuando levantamos la mirada hacia el cielo encapotado y siempre, cada vez que levantamos la mirada, nos sorprende una planta o un insecto extraño. Cañas de tallos violetas con hojas verdes. Flores como calas enormes estampadas de animal print. Suculentas de flores verdes y hojas azules o rosas. Es como una animación infantil. Insólitos los colores de la mutación entre la piedra y la selva, entre la altura y la jungla. Entre la oquedad del desamparo y la frondosidad, lo seco y lo húmedo estallan con consecuencias poco creíbles. O era así o la el agua de lluvia de esta zona tiene efectos alucinógenos. Caminamos todo el día, más de 7 horas. Sin parar. Sólo a veces para esperarnos unos a otros. Nos caíamos. Varias veces. El lodo se acanala y es como caminar por ríos de fango, por aludes pegajosos de barro rosado o color ladrillo. Estamos hasta los pelos de barro rosa.

Llegando a San Lucas, el pueblito se ve desde antes y eso da un último aliento para seguir andando, una de las primeras moradas es la casa de Rufina y David Tolaba, un bálsamo para nuestra triste humanidad echa agua y jirones. Rufina tiene un par de habitaciones con camas cuchetas. Algo seco por fin. Nos cobra 600 pesos por todos, somos cinco personas. Compartimos con ella el calor del fogón y la charla mientras se secan nuestras cosas.

El fogón de Rufina está en el piso. Hecho de piedras. Leña encendida en el medio y una parrillita precaria. Apenas un par de alambres. La habitación es un cubículo de un metro por un metro, una especie de chimenea que no ha sido deshollinada jamás. Las paredes son negras y brillantes impregnadas de costras de carbón y cenizas. Del techo penden estalactitas de cenizas, cristales oscuros de anhídrido carbónico. Rufina es bajita, casi como un duende. Atiza el fogón todo el tiempo, mueve las ollas en las que sólo dios podría adivinar qué brebaje bulle. Hay que estar así como ella, bajitos, porque a menos de un metro de altura se sostiene la humareda. Arriba, casi invisible un hueco pequeño como un ojo deja escapar hacia afuera un hilo de humo. Rufina nos cuenta historias del lugar, de su vida, de su familia, de otros viajeros. Nos hace reír con sus ocurrencias. Rufina es espontanea, vivaz. Fuerte a pesar de los años y el trabajo duro de los huertos y el chiquero. No se amilana. Va y viene todo el tiempo de aquí para allá.

San Lucas es un caserío encantador, de tierra trabajada y casitas de colores que parecen sostenerse enclenques sobre los desniveles de las colinas. Un río transparente cruza al poblado sobre un lecho de lajas naranjas y lilas. 

Día 5  de caminata, de San Lucas a San Francisco

Inmersos en la selva y con un día que se ofrece casi despejado y nos sacude a descubrir la belleza.  Todo lo que ayer estuviera velado por la bruma y la lluvia constante se revela luminoso. El clima no es bueno del todo. Hay nubes que surcan como estelas el cielo y no son garantía de una jornada sin tormentas. Salimos sin demorarnos, por si acaso. La ropa no se ha secado. Aprovechamos los rayos del alba para asolear un poco. El calor se siente un poco más. Estamos más abajo. En medio de la yunga. La vegetación es increíble, se multiplica en cantidad y tamaño. Todas las hojas, todo el ramerío, ha recibió una sobredosis de hormonas, siliconas, vitaminas. Hay plantas iguales a los yuyos pampeanos pero en su versión gigante. Un yuyo de sapo de tres metros, una campanilla que podría usar de sombreo. Una rama de helecho capaz de servir de techo. Flores raras, exóticas en todo el sentido de la palabra. Nunca vistas antes. Imposible nombrarlas o compararlas. Son completamente nuevas a nuestros ojos y vivencias anteriores. Igual los insectos. Hay más hay muchos, inverosímiles, dignos de Tim Burton, de colores que no cuajan. Llenos de contrastes naranjas con negro, azules fluorescentes brillantes.

El camino entre San Lucas y San Francisco es bastante fácil y, aunque ha llovido, no está barroso. Cruzamos arroyos y cascadas, bajamos hasta el curso de los ríos y volvemos a remontar las laderas. Es un camino hermoso, riquísimo. Se siente el calor pero las sombra de la jungla es amable, es húmedo y hay agua. A cada ratito hay agua.

Salimos a la ruta 83. Una ruta de tierra que une Valle Grande con el Parque Calilegua. Caminamos hacia San Francisco y nos alojamos en el camping municipal por 50 pesos cada uno. San Francisco también es un pueblo con encanto. Aquí, como pasa la ruta de autos, es más fácil conseguir de todo. En el camping hay una parrilla que no desaprovechamos en absoluto y nos hacemos un asado delicioso. En el mismo camping hay dormis y hay duchas de agua caliente que tampoco desaprovechamos. Hay una galería con una mesa grande, un espacio acogedor.

Al día siguiente iremos desde aquí a las Termas del Jordán. Están a tres horas, bajando. Después hay que subir. Es un sendero muy sencillo pero que las circunstancias del lugar y la población exigen hacer con guía. Sólo por la cuestión económica, por el curro, ya que es de muy sencillo recorrido. Cobran 150 pesos.

Nos vamos al Parque Nacional Calilegua y aprovechamos unos días más para recorrer los senderos. En un día y medio se pueden hacer todos. Son sencillos, calurosos. Acampamos dentro del parque, gratis. Hay insectos que picotean y garrapatas.

Llegamos a Calilegua a dedo desde San Francisco, también hay un transporte que pasa una vez por día.

Desde Calilegua donde pernoctamos dos noches, salimos a dedo hacia Libertador San Martín. También hay un transporte. Vuelve a llover.

 

 

 

Cordillera Real – Bolivia

Primer día
Iniciamos una segunda travesía de montaña a través de la Cordillera Real. La intención es caminar esta cordillera por sus laderas o crestas, subiendo y bajando a las lagunas que aparecen entre ellas y pasando a través de abras, pasos de montaña.
No es fácil llegar a algún punto de la cordillera real para iniciar una caminata por cuenta propia. Las agencias de turismo son quienes se encargan de guiar las caminatas y quienes para esto proveen el transporte hasta los puntos desde donde puede arrancarse. Sin embargo también es posible hacerlo sin depender de una agencia de viaje.
Desde la terminal provincial de La Paz puede tomarse un bus o combi que vaya a Copacabana y bajarse en Palcoco. Es un poblado pequeño a borde de carretera que va hacia las antiguas minas del mismo nombre: Palcoco. Al borde de carretera hay taxistas esperando para llevar gente montaña adentro. Cobran 150 bolivianos el viaje que dura una hora por un camino de piedras. Logramos una rebaja y hacemos el viaje por 100 bolivianos en compañía de Eustaquia, la mamá del chofer y dos nietitos, uno de ellos, Bismar, viaja conmigo.
Sobre el camino a mano derecha y poco antes de llegar a la laguna Ajwani, pasamos por dos lagunas grandes:
En la laguna Ajwani hay un albergue en construcción, tiene varios cuartos y baños, cocina, salón. Aún está sin terminar, pero Clemente se acerca a decirnos que podemos dormir en el lugar cerrado por 15 bolivianos cada uno. Armamos las carpas adentro y armamos un fogón afuera. No hay mucha leña. Ya que es zona de pastizales, pero encontramos algunos escombros de madera de la construcción del refugio y nos servimos de ellos para hacer unas lentejas deliciosas.
Apenas llegamos, con sol todavía, caminamos hasta la cumbre de una de las montañas que rodean este lugar. Desde arriba vemos el lago Titicaca. Se ven cumbre nevadas, puntasnegras, todo alrededor es inmensidad y nada más. Apenas tres casitas está salpicadas en las colinas alejadas unas de otras. Sale la luna llena y la luz es tremenda.

Segundo día
Arrancamos desde Ajwani dirigiéndonos hacia el camino de tierra para vehículos y a partir de ahí subimos la cumbre. No hay un sendero definido en esta parte. Caminamos entre coirones y pastos duros; avanzamos por la cresta, ya no hay vegetación. Los nevados dominan las panorámicas, seguimos hasta llegar a un paso entre montañas señalado por una pirca. Seguimos avanzando hacia arriba hacia otro paso donde hay otra pirca. Desde allí tenemos la cumbre del Milluni de 5030. El Huayna Potosí se yergue en el horizonte. Luego descendemos hasta la laguna Sistaña.
La laguna Sistaña es una laguna de aguas mansas. Hay una casita en una de sus veras y algunos botes anclados en la orilla.
Desde la Laguna Sistaña tenemos que volver a subir. El sendero no es claro. La altura vuelve lento el avance. Es difícil respirar. La vegetación se va perdiendo a medida que avanzamos hacia arriba. Los últimos metros, varios cientos de metros son de pura pedregal. Hay una huella marcada. La seguimos hasta visualizar la laguna Juri Qota. La bajadaa Juri Qota es vertical por terreno de piedra movediza pequeña. No hay una huella, se puede bajar por cualquier parte en dirección a la laguna y a una casita a modo de refugio. Acampamos adentro de un cuarto de este refugio. Eva, muy amable, nos cede un espacio por 40 bolivianos para los tres. No hay leña pero logramos juntar algunos restos de madera de la construcción del refugio y armamos un lindo fogón donde cocinamos unos suculentos spaghettis a la crema.
Las vistas de las montañas reflejadas en la laguna Juri Qota, son bellísimas. Un paraíso.

Tercer día
Una caminata magnífica que permitió una vista única y exclusiva de casi toda la Cordillera Real. Para esto debimos ascender a la cumbre del Pico Austria, 5300 metros de altura y desde sus cimas pudimos ver todas las lagunas de alrededor, aquellas por las que ya pasamos, otras inaccesibles pero visibles desde esta altura y en nuestro frente los picos nevados, cadenas intercaladas de cumbres blancas y roca negra. Es una vista hermosísima, vale el esfuerzo y el paso lento.
La caminata de hoy desde Juri Qota fue dura pero placentera. Saliendo del albergue de Juri Qota bordeamos la laguna por su margen izquierda. Hay una huella en la ladera de la montaña. Después hay que subir varias pendientes. Una de ellas de piedra dura y enorme hay que sortear un precipicio por un borde de cornisa sin ningún tipo de agarre auxiliar, sólo la roca. Hay que prestar mucha atención al maniobrar sobre todo con el peso traicionero de la mochila en nuestras espaldas. Salvado este paso el camino sigue duro pero estable y sin dificultad técnica. Hay pircas que señalan el rumbo y puntos fundamentales por donde ir guiando nuestro rumbo.
Llegamos al Paso Austria y desde ahí, dejando las mochilas abajo, hicimos cumbre. Siempre es una emoción particular alcanzar la cumbre de una montaña.
Después fue todo descenso, desde la cumbre al paso y desde el paso a la laguna Chiar Qota.
En Chiar Qota nos alquilaron una habitación de albergue por 20 bolivianos por persona. Estuvimos con Roberto, el sereno y con Wilmar a quien ayudamos con algunas frases en inglés para hablar con los turistas. En este punto hay un refugio con luz eléctrica, agua, baño. En nuestro sector no hay luz pero está bien cerrado y aclimata. No hicimos fogón así que con el calentador hicimos una rica polenta.
El Condoriri domina la vista en este lugar. Estamos en el Campo Base de ascenso a este cerro de alas abiertas.

Cuarto día
Desde Chiar Qota caminamos hasta el Lago Tuni. Caminamos prácticamente por sendero plano. Paramos a descansar y conversar con Diego y Marcelo, dos niños de Rinconada, un paraje hasta donde llega el camino factible para vehículos que llevan turistas a Condoriri. Diego y Marcelo están con su hermanito Miguel de dos años.
Llegamos a Tuni en tres horas y armamos un campamento gitano al reparo del viento y a la vera de sus orillas turquesas. Enfrente está el Wayna Potosí y a un costado el Condoriri, en vuelo frentista y siempre con las alas desplegadas. Es paradisíaco.
En eso escuchamos un coche y como no hay transporte público hasta el lugar nos apresuramos a preguntarle si nos llevaría de regreso hasta la ruta principal. Nos deja en… tras una hora de viaje por 100 pesos que hubo que regatear. Desde allí, volvemos a La Paz.

Choro trek – De la Cumbre a las Yungas

Primer día:
Para tomar este sendero tenemos que llegar hasta un punto denominado La Cumbre. La Cumbre se encuentra a media hora de la estación de buses Villa Fátima de La Paz. Villa Fatima, a su vez, se encuentra a poco menos de una hora del centro dependiendo del tráfico. En Villa Fátima se buscan las combis que van a Coroico y se le pide al chofer que se detenga en La Cumbre para bajar. El precio es el mismo que para ir hasta Coroico, 20 bolivianos.
Cuando llegamos a La Cumbre hay que registrarse en una oficina de techo rojo y empezar a caminar para arriba. El sendero no da tregua. Es claro, no hay vegetación y hay huellas de autos, motos, gente que subre por este páramo montaños a riscos inusitados desde donde uno puede admirarse de su alrededor parado literalmente sobre las nubes. Literalmente. Las nubes corren por debajo de nuestros pies. Las cumbres son puntiagudas, roca negra cubierta de nieve inmaculada. Vistas y sensación inmejorable que nos certifican que el esfuerzo hacia arroba valió la pena.
Se cruza el paso, el Abra Chucura, a 4880 metros de altura y empieza la bajada, para algunos bajar suele ser la peor parte. Mucho más fastidioso que el esfuerzo de subir. Esfuerzo que en esta región se acentúa irremediablemente por la altura normal. La Paz está a , La Cumbre a 4660, y el Abra a 4880. Luego empezamos el descenso trastabillando por un camino de mulas y piedras laja. Durante todo el sendero hay vertientes de agua, ríos, agua que surca desde el deshielos las laderas y llega hasta nuestros pies. También cruzamos varias edificaciones precolombinas y la calzada epor la que nos desplazamos pertenece a los antiguos caminos incas.
Llegamos a Samaña Pampa. Vive una familia. Eulogio y su familia. Aquí hay que apuntarse nuevamente en un libro de registro. Decidimos acampar en este lugar. Es muy bello. Enclavado entre montañas donde pastan rebaños de llamas. Hay una mesa de madera debajo de una galería, bancos mesita de piedra, sombrilla de paja y un baño sencillo. El río Chucura corre al lado. Eulogio y su familia pisan papitas para pelarlas y preparar chuño, una de sus hijas prepara tuta, otro tubérculo deshidratado blanco. El camping nos cuesta 10 bolivianos. Tomamos, mate de coca, café, todo cuesta 2 bolivianos.
Hace frío. Temperatura de helada.
Segundo día
Nos despedimos de la familia de Eulogio y Gumersinda sin dejar de compartir con ellos mate de yerba, el nuestro.
El sendero entre Samaña Pampa y Choro baja y baja. Es piedra y piedra. Piedras macizas, duras, desparejas. Irregulares. Difícil no trastabillar entre tanta piedra despareja. A medida que avanzamos y vamos bajando en altura empieza a haber más vegetación.
A una hora de Samaña Pampa está Chucura, un pequeño poblado con escuela, gimnasio, varias casitas. Un señor, Miguel, en la entrada de su casa, nos ataja para registrarnos otra vez y cobrando 20 bolivianos por el uso del camino.
Desde Chucura pasamos a Challapampa, tres horas más. Allí hay un amplio espacio de acampe, un puente que cruza el río, lugar para descansar, bebidas. Descansamos un rato en Challapampa y a dos horas y media más, bajando y subiendo en esta etapa, llegamos a Choro. Esta última parte del camino es la más extenuante. Se suma al cansancio de las horas andadas hasta aquí que deberemos surcar por terreno enlodado y con piedra despareja. El camino trepa en un sendero más angosto que el camino precolombino por el que vinimos hasta aquí. Trepa y desciende hasta el río. El río es caudaloso y cae en cascadas estrepitosas entre piedras enormes.
A los bordes del sendero hay un reguero constante de frutillas rojas, maduras, grandes y dulces.
Acampamos en Choro. Cobran 10 bolivianos. Se puede hacer fuego y hay leña alrededor y un arroyito de vertiente a pocos pasos donde es por demás saludable darse un buen baño. Estupendo.
Estamos rodeados de montañas monumentales. Aún no terminamos de bajar. Anoche dormimos a 4400 y hoy descendimos a 3600.

Tercer día
El recorrido entre Choro y Bella Vista es agotador. Se van bordeando varias montañas. Se sube hasta las cimas y luego se baja casi al ras de los ríos. Hay que cruzar tres puentes colgantes de alrededor de cien metros de longitud y por sobre cincuenta metros encima del río. Son de madera y se zarandean tenebrosamente a nuestro paso.
Se pasan pequeños caseríos, una o dos casas. Primero Buena Vista, una familia; está a poco más de una hora de salir de Choro. Cuatro horas más adelante pasamos San Francisco, dos casas. Una hora más y llegamos a Bella Vista donde decidimos quedarnos a descansar.
El suelo sigue siendo de piedra durísima, maciza y desorganizada a la buena de dios sobre la huella. En algunos tramos es más plano y en otros hay sectores de tierra blanda y hojas secas que nuestros pies agradecen.
La flora y la fauna son exclusivas. Flores extrañas y exóticas. Nunca las vimos antes.
La temperatura ha subido muchísimo. Atravesamos sectores de jungla y humedad netamente tropicales. Ya no hace aquel frío helado de hace solamente dos días. Ahora es calor y, al llegar a las cimas el sol nos pega. La vegetación, arriba, se vuelve rala y de pastizal duro y, a medida que volvemos a bajar se va haciendo mata más tupida y humeda.
Pasamos por debajo de una caída de agua de cientos de metros, especulamos que más de doscientos. Pasamos por debajo y luego, rodeando la montaña adyacente la vemos desde la ladera de enfrente. En ese momento estamos subiendo la Cuesta del Diablo. Una subida un tanto escalonada de piedra, un caracol en vertical y sin tregua por más de media hora hacia arriba y arriba.
En Bella Vista acampamos con vista a las montañas. Nos cobran 10 bolivianos y hay un pequeño quiosco con bebidas y snacks. Al lado hay una mesita donde podemos cenar y también hay un espacio amplio donde podemos hacer fuego y agua que traen con mangueras desde el río.
Hay conejos. Andan sueltos, corren entre la mata de la montaña y son gordos.
Cuarto día
El camino hasta Sandillani, una hora y media, es hermoso y húmedo. Tierra blanda, suelo bueno. Hay sombra. Sandillani es un punto con construcciones de madera, un albergue, lugar para acampar y una vista alucinante de todas las montañas alrededor. Todas las montañas de esta región son moles. Son macizas. No son escarpadas, son bloques de piedra cubiertos de vegetación selvática.
El camino de hoy es casi todo en bajada y lamentablemente la humedad se va secando y el suelo se endurece. La primera parte de este día es amable con los pies, pero después es duro. Piedra dura y despareja y pastos secos. El sol y el calor nos pegan.
Desde Sandillani a Chairo son dos horas y media más. Chairo es un poblado de cincuenta personas. No hay habilitado ningún espacio específico de camping ni hay hotel pero preguntando encontramos a Dionisio Pérez que nos prestó un espacio que tiene en construcción. En la esquina de una de las dos cuadras del pueblo está el almacén de Delfina. Allí compramos mandarinas a tres por un bolívar y sardinas en salsa de tomate y pan a dos por un bolívar con cincuenta.

Lebanon Mountain Trail (otra fachada de la USAID)

Introducción

Descubrí el Lebanon Mountan Trail sin buscar nada que se le pareciera. Tenía un pasaje al Líbano devenido de otras cuestiones. Visitar el Líbano, no estaba en mis planes. Pero tenía un pasaje y me dispuse a buscar qué sitios interesantes se podían visitar. Así fue como encontré el Lebanon Mountain Trail. Un sendero de aproximadamente 440 km que cruza de manera longitudinal a este país siguiendo las crestas del Monte Líbano, de norte a sur, o bien de sur a norte. Completo, lo dividen en 26 etapas. Como solamente estaría una semana y en el Líbano hay otros sitio históricos que me interesan, decidí hacer solamente tres o quizás quizás cuatro etapas, y busqué las que me parecían más ricas en cuanto a la variedad del camino, y también las más difíciles. Caminar en llano, ya no me hace gracia. Caminar sin la imponencia de las cumbres, tampoco. Creo que el «mal de montaña» debería llamersele a esta adicción y no al mal de altitud. O, me corrijo, esta adicción podría llamarse «el bien de montaña». Me atacó, y muy fuerte.

Luego de una vuelta por el Malecón de Beirut, las rocas en el mar, el casco histórico y Hamra, se puede tomar un bus en plena carretera hacia Byblos, conocida localmente como Jbeil. Vale la pena detenerse un par de horas en Jbeil. Es hermoso. Callejuelas de piedra, un puerto colorido de botes, y los restos de una ciudadala que es una de las más antiguas que quedan en pie sobre el planeta. Es un lugar tranquilo, con una gruesa pincelada de bohemia, lleno de enredaderas, de flores, de árboles, de pinturas hechas a mano y con amor sobre algunas puertas, o paredes. Vale la pena quedarse un rato mirando el mar. El aire que se respira, es impagable. El minibus desde Beirut hasta Bjeil cuesta 2000 libras, (1 dólar = 1500) y tarda menos de media hora. Van demasiado rápido. Velocidad temeraria.

En la misma carretera que da entrada a Jbeil, se puede volver a parar a otro minibus, van, y seguir viaje hasta Trípoli, aquí le dicen Trablous. Al entrar en Trablous o Trípoli, el contraste con Jbeil, Byblos, es un shock. Trípoli es caótica, llena de mercados callejeros, del tráfico de autos que tocan bocina. Las construcciones son viejísimas. Hay muchos rastros de la guerra civil. Edificios que han sido reconstruidos junto a otros que están despedazados o impactados por las balas. No me quedé mucho tiempo. Demasiado ruido perturbaba la paz con me había cobijado en Byblos. El minibus de Byblos a Trípoli cuesta otras 2000 libras y tarda un poco más de media hora, aunque vuela sobre la carretera.

Vi que en una esquina, de las bulliciosas, la gente tomaba los servis, taxis compartidos, así que fui ahí y me acomodé en uno que me llevaría hasta otro punto donde debería tomar el definitivo a Bqaa Safrine.

Antes, llamé por teléfono a uno de los guesthouses que recomiendan en la página del Lebanon Mountain Trail. Buscaba un locutorio, pero como no encontré, un hombre al que le pregunté, me prestó su teléfono para que llame.

En total, los dos servis, taxis compartidos, me salieron como 9000 libras.

Desde Bqaa Safrine inicié estas contadas etapas del trail. El primer día que había anotado, es el más difícil de la caminata. Son 23 km. El desnivel es 1406 metros de ascenso y 979 metros de descenso. Desconocía absolutamente todo acerca del trazado del trek y rogaba que hubiera marcas ya que, con marcas y todo, siempre me pierdo igual. Había leído que había algunos manantiales en el camino para beber y cargar agua, y también ruinas romanas.

En Bqaa Safrine paré en lo de Abou Majed. Una familia hermosa. Tienen una casa enorme, especie de gustehouse. Muy confortable. Todas las habitaciones son grande y limpias. Hay varias salas con sofás.Dos baños enormes.

Es pensión completa y cuesta 50 dólares todo. Me dieron muchísimo de comer. Dawali, arroz preparado y envuelto dentro de hojas de parra, otro arroz con carne y nueces de la India. Una ensalada con verduras recién cosechadas de la huerta. Higos en almíbar, y un plato de frutas. Eso se suponía que era el almuerzo. Luego me ofrecieron una cena, pero estaba tan satisfecha que no podía comer nada más. Solamente una manzana, también cosechada de los frutales de la familia.

Primera etapa: de Bqaa Safrine a Ehden

Lo más rescatable de esta etapa, es la gente. Menos mal que existen los libaneses y que muchos de ellos viven en las pequeñas aldeas entre las montañas. El sendero fue más difícil de lo que esperaba. Terminé sana y salva pero mis brazos eran un muestrario de rayas y en las manos tenía una colección de espinas.

Arranqué bien, sobre todo bien alimentada. El desayuno en lo de Abou Majed fue suculento y rico. Hasta huevo comí, a mí que no me gusta. Estaba todo delicioso. Yugur, aceitunas, humus, pan árabe. Tuve que rogarles que basta de comida porque me prepararon dos sánguches para el camino, uno de zater y otro con higos en almíbar. Me dieron tres manzanas y una bolsa de nueces. En el camino no paré a comer nada ni a descansar porque durante todo el trayecto perdí mucho tiempo tratando de encontrar el sendero. Yendo hacia adelante y volviendo hacia atrás. Por eso digo que menos mal existen los libaneses. Si no fuera porque pregunté cientos de veces en cada casita que encontré, o en cada campo donde estaban cosechando, no sé adónde estaría en este momento.

Llegué a Ehden. Lo más hermoso paisajísticamente hablando, es la Reserva Forestal. La tenía al lado. Al ladito de la cabañita que alquilé por esa noche. Caminar por la reserva después de semejante jornada fue reconfortante, volver a respirar, tranquilamente, y con olor a resinas de pinares. Infinidad de pinares. Y ese olor que me rodeaba tan fresco. Fresco como el agua de los manantiales. Agua pura en el camino.

No es un trayecto para cualquiera. No está preparado para nada. Creo que es de lo más complicado que he hecho. No lo recomiendo. Salvo que lleven GPS, que sepan hablar árabe a la perfección, que lleven sogas.

Menos mal que andaba con una mochila liviana.

Saliendo de Bqaa Safrine y hasta Dounia, preguntando, se puede llegar sin demasiados problemas. Preguntando y entendiendo aunque sea la mitad o las señales de la explicación. Después se arma el quilombo. Hay que bajar una ladera, después de haber subido, pero el sendero no está marcado. Hay que bajar por cualquier parte. Está lleno de árboles, y de matas. Hay que abrirse camino a la buena de Dios. Cuando uno llega debajo de esta primer ladera, hay que subir otra, hay que cruzarla, y luego bajar, y acá viene lo más complicado. Aunque parezca mentira, siempre lo más complicado es bajar. En este caso, por suerte están los árboles y las matas. El terreno es vertical. Es una garganta que desciende estrepitosamente hasta un manantial. Un arroyito sin mucha agua ni mucha corriente. Hay que descargarse por esa ladera vertical. Hubiera estado bueno tener una soga, atarla a un árbol y bajar agarrándome de la soga. Pero no tenía soga, así que fui tanteando las salientes de las piedras y sosteniéndome de las ramas. Un desastre. Terminé toda rajuñada. Con razón los campesinos que cosechaban y que me llenaban los bolsillos y las manos de pepinos frescos, me preguntaban «inti tarif?» (tú sabes?)

Esta etapa, la primera que hice del Lebanon Mountain Trail, no es apta para el trekking de alguien sin experiencia.

Al inicio, si bien los caminos son fáciles, dificulta el hecho de que hay pequeñas aldeas y por supuesto la gente de las aldeas camina, tienen animales que caminan, usan carros, carretillas, algún auto, y entonces, como no hay señales, uno no sabe que huella o qué sendero seguir.

Después viene la parte de las laderas y así se llega a Keir Mor y Bchanata. Después ya se entra en la reserva forestal que es lo más lindo, ahí adentro sí están las marcas pintadas, y también hay algunos carteles. Cuando ya no hacen falta, porque dentro de la reserva, como es muy visitada, las huellas están bien claras entre el bosque.

Cuando desemboqué en Ehden, la ciudad no me gustó a primera vista. Estar entre el pavimento y los coches. Había leído que uno de los hoteles recomendado se llamaba justamente La reserva, especulé y especulé bien, que estaba dentro o cerca. Un maravilloso hombre al que le pregunté, llamó por teléfono, tenía que volver 4 km hacia atrás. Ya había hecho 23. Dudé. Ya no quería caminar más por este día. No por caminar en sí, pero por haberme perdido tanto y haber sufrido tantos traspiés y rajuñones. El maravilloso hombre, John, me llevó en su auto.

Las cabañas cuestan 50 dólares con desayuno. Comida no. Pero tenía los sánguches de Abou Majed, las manzanas, las mermeladas del hotel, y galletitas. Pedí agua caliente para el mate. Y como si hubiera sido poco, después de ducharme, me fui a dar otra vuelta entre las nubes, por adentro de la reserva. Una hermosura.

Segunda etapa y Tercera etapa: de Ehden a Wadi Qannoubine, de Wadi Qannoubine a Bcharre

Hice dos etapas en un día. De Ehden a Wadi Qannoubine, dícese que son 9.1 km y de Wadi Qannoubine a Bcharre, 9.8 km.

Nunca encontré el sendero del Lebanon Mountain Trail. Lo hice como mejor pude. Con un mapa precario, peor orientado que yo. Pusiera el mapa para la dirección que lo pusiera, le preguntaba a la gente, y siempre lo que buscaba estaba para el otro lado. Si una cosa estaba para un lado, contrario al que señalaba el mapa, otra estaba bien, entonces no entendía nada. Me imaginé que para llegar tenía que hacer algo así como transportarme a otra dimensión y volver a esta. Era imposible. Este trekking está muy mal diseñado. No está diseñado. Es una mentira. No existe. Los lugares existen, pero no están ni en el lugar señalado ni a la distancia estimada en los folletos. Los pobladores de los lugares por donde se pasa no tienen ni idea de la existencia del sendero, nunca vieron una de las marcas blanca y roja, ni nunca vieron a nadie que estuviera trabajando en el camino. Había leído que en los hospedajes había mapas y explicaciones. En dos de los tres lugares en que dormí, tenían, pero el mapa equivocado. Si estoy en Bcharre y he terminado la sección 6 y 7, necesito el mapa de la 8 para continuar, pero aquí tienen solamente el de la 4, la 5, la 6 y la 7. En cambio, en la Reserva, no tenían ninguno, y en Bqaa Safrine, también tenían el de la sección anterior. O sea que los tienen al pedo. O quizás para ir alrevés de lo que la organización plantea si uno busca información en internet. Nadie sabe dónde salen los senderos.

La segunda mañana, después de un suculento y exquisito desayuno en la reserva, los dueños, Raymunda y Alfonso, me llevaron adonde supuestamente podía retomar la marcha. Ellos no tenían ni idea, pero leímos en un folleto que conseguí yo en un puesto de información de la reserva, que podía empezarse en el Monasterio de Maar Yaaqub. No había ninguna señal, pero intenté seguir los datos del folletín. Caminé, tal como decía allí hasta Mart Moura y de ahí, según el folletín, debía seguir 500 metros hasta encontrar una escalerita que bajaba hacia el valle y la comunidad de Aintourine. Nunca encontré la escalerita. Caminé miles de metros a un  lado y a otro y más de una vez. Le pregunté a la gente, y ahí me señalaban Aintourine para un lado, pero Wadi Qannoubine, para el otro. Me harté. Caminé por la ruta a pesar de que alguien me dijo que el Wadi era a más de una hora de coche. En un momento encontré un cartel que no era del Lebanon Mountain Trail, pero que indicaba bajada al Wadi y me mandé por ahí. Muy bello, y muy impresionante la garganta rocosa y las casitas colgadas de las laderas con sus terrazas cultivadas. Caminé hasta el final de ese camino que terminaba en una casa. Ni una marca del Lebanon Mountain Trail. Subí por el mismo camino y seguí por la ruta hasta los pueblos de Blawza y Hadchit. Se hizo largo y pesado, ya que no era un sendero de trekking sino una ruta con todas las curvas que implica construir una carretera en la montaña. Además, Hadchit y Bcharre están arriba de las montañas y los valles de Qadisha y Qannoubine, van quedando cada vez más profundos e invisibles entre las paredes de roca. Tarde y agotada, llegué a Bcharre y me alojé en el primer hotel que encontré, el Bauhaus. Una habitación con tres camas, me cobraron 30 dólares porque son 10 dólares por cama. Está bueno porque es un departamento antiguo. Enorme. Con habitaciones grandes. Podía usar la cocina. Hay dos baños, y un balcón grande, como una terraza, que da a la calle, desde el que se ven las montañas y en el que hay una parra. Llovió, y tomando mates en esa terraza, cobijada por las ramas de la parra, disfrute del olor a tierra mojada.

Como si en realidad no hubiera estado tan cansada, salí a caminar. Bcharre es pintoresco. Lindas vistas del valle. Hay conventos y construicciones antiguas. Hay una tumba fenicia y la casa donde nació el escritor Khalil Gibran.

Epílogo

Visitar el Líbano por lo que el Líbano reúne en sí, vale la pena. Vale la pena su gente. Es interesante hablar con ellos. Son muy amables en general. Muy amables. Choca, sobre todo con los católicos, los maronitas, los cristianos, que planteen una y otra vez que ellos son los buenos y los otros son los malos. Es un aspecto triste que queda como resabio en una sociedad prejuiciosa.

Tuve la fortuna de conocer gente de todo tipo. Gente maravillosa. Jad, quien no me conocía más que por referencias, porque es amigo de mi amigo Mohammed que vive en Egipto, se ocupó de mí como si me conociera de toda la vida. Ninguno de los musulmanes con los que hablé exigió conocer mi filiación religiosa, como sí lo hicieron los cristianos, y ningún musulmán me dijo que los cristianos eran malos.

El Líbano tiene sobre su territorio uno de los yacimientos más antiguos, increíbles y inexplicables del mundo: Baalbek. Es impresionante, imponente, y maravilloso.

Desde allí, fui en una van con dos muchachos muy macanudos que me llevaron gratuitamente, hasta la frontera con Siria. Son muy pocos kilómetros. Siria se ve ahí nomás, al alcance de los ojos, de las manos, de los pasos.

Mi objetivo inicial, cuando compré el pasaje, era cruzar a Damasco y sumarme al escudo humano en contra del bombardeo imperialista. Afortunadamente el mundo se movilizó en todos los rincones y el hijo de puta de Obama tuvo que suspender sus diabólicas intenciones de seguir destruyendo con sus armas el Oriente Medio. Pero yo igual quise ir a Damasco, y desde Baalbek fui hasta la frontera donde a pesar de la confianza ganada con algunos de los soldados que llamaron inclusive a sus superiores por teléfono, no pude cruzar ni siquiera por dos horas, al no tener en mi pasaporte, una visa tramitada en mi país de origen.

Así fue como en lugar de a Siria, llegué a Taanayel. Medio por casualidad, o por mala o buena suerte, porque así tenía que ser; un lugar donde me encontré con la casa de mis sueños, construida de adobe, con pocos muebles, alfombras en el piso, colchonetas, almohadones, al mejor estilo beduino. Necesitaba descansar y me quedé ahí, casi en silencio, entre un bosque de álamos y cedros, y un lago pequeño, en esa casita de barro que tanto me gustó.

Antes de regresar a Beirut para tomar el vuelo de regreso a Estambul, visitamos con Jad la ciudad de Sidón.

Sé que albergo restos de almas fenicias en mi ser, y sé que haber tenido un pasaje justamente para el Líbano, en un momento en el que prácticamente ya no deseaba nada, no fue en vano.

Seguramente, como me dice uno de mis sabios hijos, esto llevará algunos meses, quizás algunos años, quizás no tanto de tantos, para aclararse.

 

Eso sí, si alguien lee esta nota con el interés del trekkig, si alguien piensa en en Lebanon Mountain Trail, no vayan porque no existe. El Lebanon Mountain Trail, ha sido, seguramente, otra fachada de espionaje de la USAID en Oriente Medio. Nada extraño ya que sobran evidencias en el mundo entero del accionar de esta organización. Si se encaprichan e insisten en el trekking, lleven GPS, traductor, machete, sogas, y así y todo no esperen llegar a destino, lo más probable es que lleguen a otra parte.