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Anillo Verde de Bilbao

Es maravillosos poder vivir en una ciudad que ofrece todo lo que una gran metrópoli y, al mismo tiempo, permite, en media hora, internarse en bosque y montaña.

El Anillo o Cinturón Verde de Bilbao reúne senderos y caminos que circundan la ciudad y sumados son casi 100 km de caminos, aunque el contorno en sí, si uno optara por uno u otro sendero para dar una vuelta al Cinturón de Bilbao, sería de alrededor de 43 km.

Se puede acceder a este Anillo Verde desde distintos barrios de la ciudad. Un lugar común y sencillo para iniciarlo si uno aún no es muy familiar de las calles o barrios de Bilbo, es ir a Plaza Moyua y buscar la Alameda Rekalde. En Rekalde, caminando en dirección a la ría, al Museo Guggenheim, y al Puente La Salve, podremos encontrar en las veredas baldosas verdes que en un recuadro nos marca GR, Gran Recorrido, y la dirección de la ruta pedestre.

Si empezamos en Moyua y por Rekalde, vamos a cruzar el puente La Salve por la izquierda e iremos tomando esa dirección, sobre nuestra izquierda, para internarnos a cada paso en el bosque y subir al Monte Artxanda. Vamos a pasar un área de merenderos, el área Pikotamendi, luego la Calle Vía Vieja Lezama donde antes circulaba un tren que descarriló. Pasaremos por debajo de las vías del Funicular de Artxanda y si seguimos un par de kilómetros más por la estrada Mendiarte, llegaremos al Monte Avril.

Antes hay otra posibilidad de bajar hacia Bilbao por un camino con señalética antigua, sólo un cartelito que dice Bilbao sobre fondo celeste. Este camino nos lleva a un sinfín de escaleras -sin marcas roja y blanca- que desembocarán en el Polvorín, el Parque Etxeberria donde está la chimenea.

Siempre iremos encontrando señalética, carteles de madera, paneles informativos y marcas roja y blanca de GR. En este caso es el GR 228. Cerca del Monte Avril el Anillo coincide con el Camino de Santiago (la ruta de los Zamudianos), cerca de un área recreativa llamada Iturritxualde, donde por supuesto hay una fuente: iturri. Hay unas cuantas durante el recorrido completo. Se puede ir reponiendo agua.

Tanto en Artxanda como en el Monte Avril podemos apreciar las vistas o descansar en los merenderos. Desde el Monte Avril continuaremos en dirección a las antenas del Ganguren, las veremos adelante, cruzaremos la carretera en el Municipio de Galdakao y por allí, un camino de tierra asciende sobre nuestra izquierda hacia la cima del Ganguren de 474m. Cuando estemos cerca de las antenas debemos prestar atención ya que el sendero a la cima va por nuestra derecha. Lo seguimos hasta las antenas. Volvemos al camino de tierra que hemos abandonado y que va paralelo al asfalto y llegamos a una mesa informativa.

Más adelante, 6.5 km hay un vivero, más merenderos, dos frontones, y siempre información, marca roja y blanca, y flechas. Podemos ascender a la cima del Kuskuburu de 414 m. Veremos más restos de túneles y bunkers, o bien podemos bajar hacia Bolueta por la carretera Santa Marina, dirección Buia. Hay un camino rural y más adelante veremos el hospital. Pasaremos Azkarabidea, algunos caseríos y a 2 km habremos llegado al barrio bilbaíno de  Otxarkoaga.

Siempre podemos seguir las marcas roja y blanca.

El Anillo Verde lo podemos iniciar en el centro, en Moyua, pero también en Otxarkoaga, en Bolueta, en el Parque Europa, en el Barrio La Peña o el Barrio Buia ya que, entre parque y merendero, ladera y colina, verdor y verdor, va enlazando estos rincones del Gran Bilbao. Cruza la Ría y pasa por debajo de antiguos túneles ferroviarios.

Los barrios que recorre este Anillo o Cinturón Verde y desde donde puede engancharse son: Artxanda, Arbolantxa, Otxarkoaga, Bolueta, La Peña, Buia, Arraiz, Altamira, Zorrotza, Olabeaga, Deusto, Ibarrekolanda o Arangoiti. La ruta pasa también por cimas como Avril, Pagasarri, Ganeta, Arraiz y Kobetamendi.

Gorbea por Itxina desde Urigoiti (Orozko)

Un recorrido interesante y bello.

Suele ser un problema de todo caminante agreste y salvaje, llegar a los puntos de inicio de las travesías. En todos los casos. Muchas veces me encuentro con que demoro más haciendo combinaciones en transporte público para iniciar un recorrido que en el recorrido en sí, y eso de tener que tomar varios transportes y hacer conexiones y bajarse de uno para esperar otro, es más engorroso y cansador que caminar con la mochila al hombro que en realidad es lo más emocionante.

Tal es así que había dejado esperar este recorrido desde Itxina hacia Gorbea hasta que se dio la oportunidad de contar con alguien con vehículo y acceder desde Urigoiti, un barrio de Orozko pasando el barrio de Ibarra. De no tener vehículo, habrá que hacer dedo hasta allí. Se puede tomar autobús de Bizkaibus desde Bilbo (Bailén) hasta Orozko, un par de buses llegan aún a Ibarra. El sendero se puede arrancar desde Ibarra. En nuestro caso vamos hasta Urigoiti y de ahí, ¡largamos!

El Macizo de Itxina (571 ha) es un magnífico ejemplo de formación kárstica, fenómeno geológico muy presente en la orografía y paisaje de las montañas vascas. En las calizas, con alto contenido en carbonato cálcico, el agua de la lluvia a través de millones de años ha ido disolviendo la roca, que a pesar de su solidez y dureza, es también soluble si se la somete a la acción del agua por un tiempo prolongado. Así, la lluvia va produciendo desgaste y hendiduras cada vez más profundas en la piedra. Se desliza por los surcos dejados por erosiones anteriores, busca su cauce y va agrietando el macizo tanto en superficie como en su interior, abriendo innumerables conductos subterráneos. Los más antiguos de éstos son cuevas por las que ya no circula el agua que busca sustratos más profundos.
Itxina es una meseta rocosa que se alza del entorno, con los bordes formando una cresta circundan el interior cóncavo. La peña más alta de la cresta es Lekanda (1.302 m), en el lado oriental; al sur destacan Altipitatz y Arteta, y al norte Aizkorrigane. A los pies de ésta, por el exterior, se alza un prieto grupo de afilados picachos, los Atxas («haitza» = peña).
En esta caminata hacia Gorbea por Itxina desde Urigoiti, entraremos por el lado nororiental del karst y accederemos a través del «ojo de Atxulaur», utilizado desde siempre por pastores y leñadores.

Desde el estacionamiento que se encuentra a pocos kilómetros del barrio de Urigoiti empezamos a caminar en dirección al macizo. Hay que pasar un paso canadiense y más adelante alguna tranquera y alambrado; a continuación veremos un depósito de agua. El caminito parece bajar pero enseguida recupera pasos arriba. Entramos a un hayedo, luego a un pinar, y desembocamos en unas campas salpicadas de encinas, esta área se llama Aldabide y está muy cerca de las Atxas, picachos de roca cual asimétricas cúpulas catedrálicas. Un poco más adelante volveremos a encontrar hayas y una fuente. Cargamos agua y seguimos caminando por el sendero con la pared izquierda del macizo escoltando nuestro hombro derecho. No hay pierde, siempre recto por el bosque hasta ver el Ojo de Atxulaur. Allí viramos bruscamente al oeste, nuestra derecha, para trepar al Ojo (1100 m). Las vistas del Ojo son providenciales. El Ojo vigía de todo el duranguesado envuelto en bruma.

Vale la pena dar algunos pasos en derredor de este punto y descansar un rato. Lo hice en invierno y todos los alrededores estaban con un paño de nieve, salpicada de hojas secas y rojas y algunas ramas. Mágico.

Retomando el camino, desde el Ojo, bajamos a una sima, este día con nieve, la cruzamos casi en dirección recta y retomamos el sendero, hay algunas marcas y algunas pircas, hitos de piedra. El sendero nos acercará a un punto donde las flechas indican las direcciones posibles.

Elegimos visitar la cueva de Supelegor, una de las 500 cuevas que existen en las entrañas de Itxina y una de las moradas de la diosa Mari en sus visitas al caprichoso reino del Gorbea. Para ir a Supelegor, desde el indicado desvío, hay que meterse otra vez a bajar por una sima con ramas y hojas rojas que salpican la nieve, enterrándonos a veces. Luego se sube un poquito y se pasa por el túnel. No hay sendero, pero hay algunas pisadas y algunos hitos de piedra. Es un laberinto kárstico y es fácil perderse. Prestar atención.

Luego de visitar las cuevas volvemos a subir al camino y a retomar hacia Kargaleku, y en poco tiempo volveremos a perder la senda cierta y estaremos completamente sumergidos en lo que se conoce como el «perdedero de Itxina». Hay que tratar de ir buscando las pircas. La única pauta certera que tendremos en algún momento para garantizar que vamos bien es una casita en el medio de una campa: la chabola del pastor. Esta choza solitaria nos querrá decir que estamos bien y que podemos seguir andando hacia el Gorbea.

Por Kargaleku -lugar de carga, ya que allí cargaban nieve- llegaremos a las anchas campas de Arraba. Allí está el cálido refugio. He pernoctado varias veces y es super acogedor y lindo. Elijo descansar allí durante el invierno, cuando los días son cortos y el exterior tiene una capa de un metro de nieve. A la mañana siguiente ascenderé una vez más al mítico Gorbea. En invierno, usar crampones.

El regreso puede hacerse desde Pagomakurre hacia Areatza, vía normal que se utiliza para subir el Gorbea desde Bilbao En Areatza podemos tomar el Bizkaibus, o bien, como en nuestro caso, también desde Pagomakurre por el camino que sale al noroeste (NO), directo hacia Urigoiti donde dejamos el vehículo en el estacionamiento. No tiene pierde.

Otra tentadora opción, más emocionante y aventurada es ir por el paso de Lekanda.

Subir el Gorbea desde Bilbao por Pagasarri y el Cinturón de Hierro

Y si el Pagasarri es el más popular de Bilbao, el Gorbea es sin duda el más emblemático de Araba y Bizkaia a quienes sirve de delimitación natural. Esta vez porpongo una trepada atípica y bien aventurada para estos cerros suburbanos: subir el Gorbea desde Bilbao a través del Pagasarri y transitando el Cinturón de Hierro. No es común que las gentes de estos lares haga esta travesía en dos días. Normalmente van por un día a un cerro y otro día visitan el otro. Pero…

…si en lugar de subir y bajar de Pagasarri y Ganekogorta ya sea pegando la vuelta o por Laudio (Llodio) y en tren, decidimos tomar el Cinturón de Hierro, podemos ir cresteando esas acorazadas cumbres vascas y luego desde Arakaldo montarnos el Untuzeta, pernoctar en una tienda, y hacer cumbre en Gorbea al día siguiente tras pasar por Pagomakurre.

Primer día.-

Ver esta entrada para llegar hasta el vértice geodésico de Ganekogorta y bajar por la cuesta empinada hasta el plano con sombra y flechas de señalización.

Aquí en el plano una de las flechas nos marcará Goikogane. La dirección era antes visible y evidente desde la cumbre del Ganeko. Casi sin desviarnos, derecho y sobre las crestas, sube y baja.

Ascenderemos a Kamaraka (800), luego descendemos algunos metros por la colina la colina y ascenso a Mugarriluze (731), vuelta a bajar y subida al Goikogane (702). Por estas cumbres, que son parte del cordel fronterizo entre Araba y Bizkaia, pertenencientes al macizo Ganekogorta, encontraremos paneles informativos acerca de lo que significó el Cinturón de Hierro, defensa de Bilbao contra el franquismo. Hay trincheras, búnkers, nidos de ametralladoras,  y por supuesto flamea eternamente la ikurriña.

Si hemos decidido hacer el Cinturón de Hierro para continuar nuestra travesía hacia Gorbea, bajaremos hacia Arakaldo. En este pequeño poblado bizkaíno hay una estación de RENFE, una gasolinera, un supermercado, y una fuente. Muy importante cargar agua antes de continuar. Se viene la fuerte subida al Untzueta

Nos dirigimos a la estación de RENFE de Arakaldo, cruzamos el puente para franquear el río y seguimos por una carretera a nuestra derecha para cruzar la autopista A-68. En la primera calle de la urbanización empezamos a subir hacia nuestra derecha. En 5 km vamos a sortear un desnivel de 500 metros. La subida es dura y hay que prestar atención y no confundirnos y perder la buena senda ya que hay mucho cruce de otros caminos. Debemos alcanzar las antenas y desde allí bajar por la otra ladera opuesta del cerro. Al principio nos parecerá poco transitable pero  luego de unos contados pasos irá abriéndose el sendero y ya no es tan complicado. Empezamos entonces a buscar un lugar para acampar cerca de algún arroyo que por aquí suelen aparecer y el agua es buena. Por aquí entonces pasaremos nuestra primera noche. Vale la pena, es solitario y tranquilo.

Segundo día.-

Retomamos el sendero sobre nuestro frente y, al cabo nada más de uno o dos kilómetros, se nos pone un poco lioso. Aparecen muchos cruces de caminos. Vamos a ver que el más ancho está justo enfrente nuestro, que parece evidente, pero no, ¡ojo! ¡ese no es! Tenemos que abandonarlo y tomar un sendero que sube por el bosque. Debemos encontrar, muy pronto, marcas amarillas y blancas en los árboles. Seguimos estas marcas y seguimos subiendo hasta el Arrugaeta y luego, por un sendero un poco más definido y claro, llegaremos al Garaigorta. Luego debemos bajar por terreno incómodo de piedras y poco después por un camino más cómodo que desemboca en la carretera Orozko-Areatza. Cruzamos la carretera y buscamos el cartel que indica Pagomakurre 5.7 km. Sin desviarnos del sendero nos llevará directamente a Larrander (Mendigana), cruzamos un bosque y llegaremos a otra carretera, un parking, y una fuente.

Desde este parking continuaremos por un camino hipersencillo y transitado hacia Gorbea.

Iremos siguiendo la señalizaciópn por Arraba y luego de las campas de Arraba hacia Egiriñao.

En Gorbea arremetemos el ascenso a la cumbre, 1481 a 1482 metros, muga entre las provincias de Araba y Bizkaia. Su nombre, Gorbea, se ha documentado como Gorbeya y transliterado a Gorbeia, puede significar «altibajo» pero no hay acuerdo entre los linguísticas y estudiosos acerca del significado definitivo del nombre. En invierno y aún no tan invierno, la cima suele estar cubierta de un manto de nieve.

Video de diciembre de 2017. Salida desde la plaza de Areatza hacia Pagomakurre donde comienza el paisaje completamente nevado. 80 centímetros de nieve en Arraba y Metro y medio en Gorbea. Temperaturas: -7 a -2

La amplitud que ofrece es plena e impresionante. Es una cumbre amable y bonachona, muy fácil de subir y sin embargo, emblemática; allí está la tradicional y alta torre con cruz y una virgencita de Begoña en el medio. Helada la mayor parte del año.

Antes de subir a Gorbea vale la pena deleitarse en el hayedo, en todas las estaciones es una preciosura.

Cerca de Arraba y de Egiriñao hay una par de refugios donde relajarse un rato o pasar la noche si es necesario.

Para volver desde Gorbea se puede volver sobre nuestros pasos hacia el parking de Pagomakurre y cruzar el bosque siguiendo las marcas amarillas y blancas hasta Areatza desde donde se puede tomar un Bizkaibus para regresar a Bilbo.

Otra opción para llegar a Gorbea es a través del macizo kárstiko de Itxina, fascinante, por el ojo de Atxulaur y vistando las cuevas de Supelegor, partiendo desde Orozko-Ibarra-Urigoiti y que reservo para otra entrada.  He visitado el Gorbea desde Bilbao por diferentes caminos posibles y en todas las estaciones. Cruzar el macizo de Itxina es uno de mis favoritos por el salvaje sabor a aventura.

Pagasarri-Ganekogorta desde Bilbao

El Pagasarri es la montaña más popular de Bilbao. Así como en otros parajes y ciudades del mundo, los amantes de la caminata salen a dar sus pasos y hacer un poco de ejercicio por las costas de los ríos, malecones, o carreteras panorámicas, en el País Vasco la gente va al «monte» y en Bilbao, al Pagasarri.

Se puede subir al Pagasarri desde varios puntos de la ciudad, además, esta montaña es parte del itinerario del Anillo Verde o Cinturón Verde de Bilbao.

Etimológicamente el nombre Pagasarri proviene de «paga» o «pagoa» que significa «haya» y «sarri» que quiere decir «tupido». Actualmente el Pagasarri, si bien cuenta con un bosque nada despreciable sobre todo en el acceso por el Zaharra bidea o Camino viejo, ha padece una notable devastación por las necesidades de la industria siderurgia y naval y por la necesidad del hombre para calefaccionar los hogares o cocinar con leña, y también por incendios. Desde hace varios años se está recuperando y protegiendo el bosque de toda el área.

El Pagasarri tiene 670 metros de altura y está dentro del macizo del Ganekogorta que es la cumbre que se impone elevándose a los mil metros, altiva, y con el recorte peculiar ondulado de su contorno que la hacen fácilmente identificable desde cualquier otra cima.

Para subir al Pagasarri desde Bilbao uno puede acercarse a la Plaza Zabalburu o bien, si se arranca desde el Casco Viejo, cruzar el Puente de La Merced y encarar por calle Hernani hasta calle San Francisco, a la derecha, y luego de cruzar las vías, a la izquierda por Avenida Juan de Garay. Arrancando desde cualquier lugar de la ciudad hay que buscar esta avenida, Juan de Garay; luego conectar con la Avenida San Adrián y cuando se llega a un edificio contundente de Iberdrola, dirigirse hacia él y rodearlo. A partir de aquí estaremos o por Larraskitu bidea o bien ya en el Pagasarribidea. Bidea significa «el camino». ¡Allá vamos!

Hay varias opciones pero como me dijo una vez en una de mis visitas al Pagasarri un veterano «mendizale» (amante del monte o montaña), siempre que subas es que vas bien. Buena parte de esta subida es por camino asfaltado, luego se entra al bosque por un paso canadiense, pero luego se vuelve a salir y otra vez a entrar. Apenas empezamos el ascenso veremos un desvío y la ermita de San Roke. Hay algunas flechas con indicaciones y en un punto el camino se divide en tres. Mi elección favorita es el zaharra bidea, el viejo camino, es más empinado, pero de tierra y por el medio del bosque. Mucho más bonito. Se llega en un periquete a la campa verde donde hay merenderos y una proveeduría y bar abierto sólo en verano y fines de semana y con mala onda. No recomendable.

Es interesante -y necesario- visitar la fuente del Tarin. Así que tras llegar y luego de descansar un poco y apreciar las vistas, doblar sobre nuestra derecha hasta la fuente. Antes de llegar a la fuente hay una profunda nevera donde antiguamente (siglo XVII) se almacenaba la nieve fresca. La compactaban pisándola y la mantenían cubierta de hierbas o helechos para comercializarla durante los meses cálidos. Dejando la nevera atrás, a pocos pasos más está la fuente del Tarin. Imprescindible cargar agua.

Hasta aquí el Pagasarri al que se puede subir también por otros caminos como por ejemplo desde Santutxo, mi barrio actual, por el Cinturón Verde de Bilbao yendo por el Barrio La Peña y luego el Barrio Buia con constante y clara balización de GR. Pondré el Cinturón Verde en otro post.

Personalmente lo que más me gusta de subir al Pagasarri no es el Pagasarri en sí sino continuar hacia Ganekogorta. Para mí lo mejor es llegar al vértice geodésico del Ganeko. Para esto no es necesario volver atrás hacia las campas de Pagasarri sino que, desde la fuente se puede ir sobre nuestra izquierda y cruzar una tranquera o paso canadiense y enganchar con otro sendero que está frente a nosotros y que sube sobre nuestra derecha. Es boscoso un momento y luego es de roca, algo de hierba y sin sombra.

Debemos pasar por el lauburu de Anselmo. Allí murió este señor mayor que durante toda su vida subió al Pagasarri y al Ganeko, casi a diario. Solía ir con un amigo, así como comentaba al inicio del post, como quien hace su recorrido por la orilla del río o el malecón. Una mañana subiendo hacia el Ganeko le comentó a su amigo que ya se sentía cansado y que elegía quedarse allí, así que se dejó caer sobre las piedras. En ese exacto lugar las vistas son maravillosas, todas las cadenas montañosas de los alrededores parecen iluminadas de un aura azul.

Saludamos a Anselmo y continuamos. Es una subida de casi una hora. En invierno suele haber nieve. Aldapan gora, cuesta arriba. Parece que ya llegamos, pero no. El primer amague de cumbre es engañoso, aún falta un poco más. Primero pasamos por una pirca grande, unos minutos más, y estaremos en el vértice geodésico de Ganekogorta. Las vistas son maravillosas y la campa amplia de la cumbre, el lugar ideal para un hamaiketako (picnic).


Llegados a la cima del Ganeko podemos volver sobre nuestros pasos o bajar a pocos metros de la cumbre sobre nuestra izquierda. Es una bajada empinada que nos llevará hasta un plano con sombra donde hay señalética, si viramos a la izquierda volveremos al Pagasarri por otro sendero bien marcado, y a 500 metros nada más de esa sombra y señalética, encontraremos una fuente.
Otra opción es continuar bajando hacia Laudio (Llodio). Nos llevará unas dos horas más. Antes de llegar a Laudio hay una bifurcación. Ambas direcciones nos llevan a la ciudad, una por asfalto y zona urbana y la otra por un bosque con sendero balizado y muy bonito. Los dos cubren una distancia de 4 km. Por supuesto elijo el bosque, el más agreste y salvaje.


Ya en Laudio podemos tomar el tren de RENFE y regresar a Bilbo en tren.
Toda la excursión, hasta aquí, nos llevará con hamaiketako, paradas incluidas, y viaje en tren, unas 7 a 8 horas. La peor parte, para mí, es caminar por la ciudad Juan de Garay, San Adrián… hasta al fin estar en Pagasarribidea. Son 45 minutos de avenida y tráfico y es pesado hasta dejar atrás la civilización. Luego, vive la nature!
Una alternativa más es, a partir del Ganeko y la bajada empinada, transitar el Cinturón de Hierro y en lugar de bajar a Laudio, bajar a Arakaldo para, o bien regresar desde allí a Bilbo, o seguir caminando un día más hasta el Gorbea, genial elección con sabor a aventura. Lo dejo para otra entrada.

Tilcara a Calilegua, de la Puna a las Yungas

La travesía de Tilcara a Calilegua tiene de fascinante lo que demanda de esfuerzo físico y buena voluntad, sobre todo los primeros días. La recompensa se revelará poco a poco y a cada paso hasta volverse indescriptible y única. La transformación del paisaje casi violenta, transformación abrupta y típica del altiplano, aquí como en Bolivia, prolongándose y mutando en una Puna sin fronteras políticas. Los primeros días de este sendero significan elevarse a un estado de embotamiento por la falta de oxígeno, estado en el que no es infrecuente perder la calma, entrar en crisis. El relieve y el clima nos enfrentan a una prueba difícil de vencer. El sol castiga. La sombra es poca. La altura es inconmovible. El paisaje se vuelve soberbio y nos desafía con contrastes que vencen cualquier resistencia al esfuerzo. Es en este tipo de paisajes que se funden desde la altura en la selva subterránea, en los que la uniformidad de las montañas suele enloquecer y la roca, secular y dura, vetusta y firme, imponente, parece sin embargo flamear como un arco iris de colores, y adoptar la cadencia de trazos y textura de acuarela. El Altiplano, la Puna, en su desfiladero hacia las Yungas, es la paleta añeja de la naturaleza. Quizás cuando todo estuvo pintado fueron a parar aquí todos los restos y por eso hay líneas delgadas amarillas en fondos bordó, pinceladas gruesas escaramujo, faldas de verdes frescos con flecos grises y tablones lilas, cintura violeta, brazos azules, volados rosas, cintas terracotas que ondean en un océano profundo, húmedo y esmeralda. Pero es indescriptible y sólo al poder recorrerlo, de a pie, siendo parte uno mismo del paisaje, puede comprender lo que a decir de palabras resulta incomprensible. Puede asirse la imagen a medida que se iza o se arrea la altura. Puede asirse para siempre. Ser parte de ello. Ser entonces del paisaje y el paisaje de uno. Sólo hay que caminarlo, andarlo con el respeto y la paciencia que exige tanto contraste. Vamos por partes.

Empezaremos nuestro recorrido en Tilcara. En esta oportunidad, para llegar hasta allí, tomamos un avión desde el aeroparque de Buenos Aires. El precio a Salta, ida y vuelta, fue de 2500 pesos argentinos, en ese momento equivalentes a 165 dólares. El costo del vuelo resulta menor que el precio de los autobuses. Llegados a la ciudad de Salta, salimos del aeropuerto y a 200 metros llegamos a una ruta por donde pasan los transportes locales que nos llevarán hasta el centro de la ciudad. El transporte colectivo funciona con una tarjeta como la SUBE, no tenemos pero un pasajero nos hace el favor con la suya y le reintegramos los pasajes. Demoramos cerca de una hora hasta el centro. Bajamos cerca de la Terminal ya que tenemos planeado tomar el bus hacia Tilcara. Son 3 horas 40 minutos de viaje. Llegamos a Tilcara de noche madrugada, preguntamos por el camping. Hay carteles que señalan cómo llegar. No es muy lejos de la terminal y, en breve, dando unas vueltitas por callecitas de tierra, llegamos al camping El Jardín. Hay dos campings pegados, dicen que de la misma administración. Este cuesta 70 pesos argentinos. Estamos en el mes de noviembre, no es temporada alta y el lugar está medio descuidado pero con suficiente y más para nuestras necesidades. El baño con duchas de agua caliente, buena arboleda, algunos charcos que delatan que ha llovido, mesas y bancos, fogones y parrillas, y algunas luces. A pocos metros hay un establo donde una yegua acaba de dar a luz. Detrás corre el río Grande.

Día 1 de caminata, de Tilcara a Casa Colorada

Arrancó la travesía. Apuntábamos en nuestro itinerario ir hasta Huaira Huasi. Es humanamente imposible con carga. El primer día de esta caminata es mucho más duro que lo que Tilcara augura. Si bien vamos con el andar tranquilo, pausado, el ascenso es continuo y la altura que ganamos nos va escatimando oxígeno a cada paso. Chicar coca no sólo ayuda, es prácticamente necesario para soportar el trajín del ascenso y los efectos de la Puna. Los lugareños hacen el trayecto hasta Molulo, mucho más allá de Huaira Huasi, en un solo día. El doble de distancia que nosotros pretendíamos hacer, y muchos van y vuelven en una sola jornada.

Desde la plaza del centro de Tilcara tomamos la calle Rivadavia y nos encaminamos a la Garganta del Diablo. Tardamos alrededor de una hora en llegar. En la entrada a la Garganta del Diablo hay una canilla. Es importante cargar agua al menos para dos horas más ya que, de aquí en adelante y hasta Casa Colorada, no encontraremos más. El sol es mucho. Es un sol que te corta en seco. Todo se suma a la fatiga. La subida, el sol  implacable. Nada de sombra. El sendero de a pie puede confundirse con una ruta para bicicletas. Es fácil equivocarse con GPS ya que los tracks grabados suelen coincidir con la ruta para bicis. En principio, a partir de la Garganta del Diablo, enfilamos rumbo al pueblo de Alfarcito, pero el sendero de a pie no pasa por Alfarcito, va por arriba del pueblo. Apenas se vislumbra cuando estamos a punto de equivocarnos. No hay que bajar a Alfarcito, hay que subir una colina e ir rumbo a la escuela. El sendero no está señalizado y como desde el principio vamos por un camino ancho, la distracción nos puede confundir a que sigamos por éste hacia Alfarcito. Prestar atención porque antes de ver el pueblito el camino ancho se bifurca y hay que tomar un sendero angosto que va prácticamente delante de nuestros pasos. No tomar a la izquierda. Seguir derecho. Hay pocos lugareños, pero en todo caso, preguntar y usar “la escuela” como referencia.

Desde aquí hasta Casa Colorada hicimos un parate en la única sombrita que encontramos durante el trayecto. Vimos un arroyito también, escueto y pobre pero que sirvió para salivar unos sorbos de agua.

Pasando Casa Colorada, a 2 horas 40 de la Garganta del Diablo con paso tranquilo, llegamos a una hostería bastante lujosa. Como es baja temporada está cerrada. No hay nadie en los alrededores pero hay agua! Aleluya! nos servimos y volvemos a descansar. Durante el descanso, la mitad de los caminantes del grupo manifiestan dolores sintomáticos del mal de altura, apunamiento. No podemos continuar, así que buscamos un lugar prudente alejado de la construcción para no molestar, y cerca, justamente, de una caidita de agua. Armamos nuestro campamento y más tarde, el encargado, Reynaldo, tras rogarle y suplicarle acepta que pernoctemos allí bajo promesa de dejar todo igual que como lo encontramos y levantar campamento con las primeras luces del alba. Está prohibido acampar allí. Aquellos caminantes que se encuentren más o menos enteros podrían abastecerse de agua en este sitio y continuar una hora y media más hasta un caserío de piedra, construcciones precarias y derruidas donde sí está permitido pernoctar, aunque agua, no hay. Media hora más delante de este viejo caserío vamos a encontrar agua pero la altura no será la más conveniente para pasar la primera noche durante la travesía.

 

Día 2 de caminata, de Casa Colorada a Huaira Huasi

El camino continua en franco ascenso con efectos secundarios. Indispensables hojas de coca. El día es menos caluroso. El paisaje desértico, sin sombra. Arrugas añejas en la corteza del planeta. Cruzamos algunos caminantes, lugareños que se desplazan de un caserío a otro, al trabajo, a otro pueblo. Los maestros del Durazno, a quienes topamos varias veces. Su escuelita está en la zona de Yungas. Un día de a pie.

Poco después de dejar Casa Colorada pasamos por el caserío de piedra derruido, y un poco más adelante por el río caudaloso con su puente de madera, un lugar ideal para echarse un buen descanso. Se siente la frescura del agua, hay un poco de sombra. Podemos beber, recargar las ánforas, refrescarnos, dejar que el cuerpo se acomode un poco a la altura. Es bueno y necesario descansar aquí. Pocos minutos después aparecerán unas pampas, con el curso del río mediando. Un lugar que pinta lindo también para un pic-nic o campamento si nuestro cuerpo se banca esa altura. A poco de pasar por este plácido lugar, llegaremos a la parte más alta de la travesía, entre 4165 a 4200 metros. Quizás no signifique nada exagerado la cifra en sí, pero hay un área, el área de Puna, donde está la altura máxima y es una ancha planicie donde el oxígeno escasea, se esfuma, desaparece del aire. Es difícil respirar. No hay oxígeno en el aire. El área está señalada con una cruz cubierta de flores. Se llama el Abra de la Cruz o el Paso Cruz Alta. Es recomendable no frenar. A pesar de la incapacidad del cuerpo, la mente debe forzarnos a continuar dando pasos para salir cuanto antes de esa zona. No nos tomará mucho tiempo y es mejor para el cuerpo, la salud, para sentirnos bien, no frenar. Llegaremos a un cruce de arroyos encajonados, en un lugar protegido contra el viento, con un poco de sombra del terraplén. Otro lugar que invita al descanso y que se merece tras haber salvado con éxito la zona de puna.

El paisaje empieza a mutar, a ablandarse un poco, a presagiar su esplendor, esa mezcla enloquecida de amarillos verdes, violáceos y rojizos. El camino nunca es plano, sube, baja, da vueltas; ya no cruzamos más lugareños. Hemos andado casi 6 horas y aún no vemos ni por asomo un techito que nos haga sospechar el caserío de Huaira Huasi. No tenemos mapas ni GPS, sólo llevamos algunas notas. No hay nadie a quien preguntar. No sabemos cuánto falta. En eso, tras un recodo de la serranía vemos una casita por allá adelante y un poco en descenso. Uno de nosotros se aproxima, no hay pobladores pero hay agua. Agua que sale de una manguera ancha conectada a alguna vertiente. La casita está cerrada. Acampamos afuera, alrededor, hacemos nuestro fogón y nuestra cena. Hay agua y la noche no puede ser más infinita. En el cielo estrellado por demás, interrumpido por estrellas fugaces que lo rayan olímpicamente, suben y bajan luces sospechosas de diferentes tamaños. OVNIS.

Llevamos dos días de caminata y aún no hemos llegado a Huaira Huasi, destino del primer día. No lo sabemos, estamos a menos de media hora del lugar.

Día 3 de caminata, de Huaira Huasi a Molulo

A veinte minutos de salir del rincón quasi mágico donde hemos pernoctado, nos encontramos con la abrupta y enorme cascada de Huaira Huasi que cae y desagua cada vez con menos fervor hacia las laderas que rodean al pueblo. El pueblo es un reducido caserío con muchas más ovejas que casas o pobladores. El suelo está punteado de blancos y algún que otro lunar oscuro, la oveja negra. Es la típica postal. Una imagen bellísima entre la paleta desechada en el paisaje. Los contornos irregulares de las montañas, el valle del Huaira Huasi tan húmedo y verde como un oasis a la piedra rosa y lila, los infinitos azules en la altura, los verdes aún más profundos en los enigmas de las montañas más lejanas. A pesar de haber salido apenas, nos detenemos un poco para extasiarnos y llenarnos de este paisaje. Contemplamos, cargamos agua fresquísima y pura de la vertiente y retomamos. El sendero es muy recortado, nada parejo. Sube y baja continuamente pero además no ofrece casi ninguna planicie donde echarse a descansar un momento. Es angosto y desparejo. Va faldeando una tras otra montaña, no da tregua. Tampoco nos da tregua el clima que se desata en tormenta. Cae granizo, llueve, vuelve a caer granizo tupido. No podemos parar. No hay espacio. Sólo podemos avanzar, bajo la lluvia o bajo el granizo, en una fila india rala, pero uno detrás del otro. No hay hueco ni cobijo. Hay que seguir. Paso a paso y chubasco tras chubasco.

Todo el día es así, mientras tanto, el paisaje es cada vez más verde, y el verde cada vez más profundo, casi azul según matice el sol o la bruma. Aquella roca hosca, lila y dura, cede ante la humedad y reverdece. Se desparrama por colinas eternas como una alfombra infinita. Rasgada de vez en cuando por la sinuosidad terracota de un camino, con la estampa de un rebaño o una casita allá lejos, adonde vaya a saber cómo, alguien ha llegado alguna vez.

Tras seis horas llegamos al cementerio de Molulo. El sendero que va hacia la escuela 76 es el que sale a la izquierda. Vamos hacia la escuela porque hemos leído que ahí se puede pernoctar, pero es un momento complicado, hay padrinos de visita, soldados que están construyendo algo en la escuela. La onda del maestro tampoco es linda ni interesante como la de los maestros del Durazno que hemos cruzado antes, Fabiola y Ariel, dos grosos. Hay gente de la comunidad en la escuela, haciendo cola para recibir donaciones; nos sugieren dormir en lo de la tal Carmen pero cobra carísimo y contesta de mal modo. Decidimos ir a lo de Felipa. Nos guía su yerno que anda rengo y con una muleta. No es muy cerca. Hay que caminar casi una hora más y meterse abajo en un pozo al que hay que llegar por una pendiente abrupta que deberemos remontar al día siguiente. Mala decisión dormir allí  o en cualquier otro sitio de Molulo. No hemos visto ningún lugar donde fuera posible pernoctar antes de llegar a Molulo, salvo cerca del cementerio. Lo más recomendable sería seguir, una a dos horas más. Cargar agua en Molulo y seguir  para dormir más adelante en alguna pampa.

Nosotros fuimos a parar a lo de Felipa. Su casa son tres construcciones desordenadas y sucias. Todo está tirado por cualquier parte. Encima llueve! Hay basura por doquier, ropa mojada, llena de lodo. No hay un hueco decente. Dormimos en la habitación donde secan el charqui. El olor es penetrante. Hay costillares y carne colgada en toda la habitación, incluso hay más entre las sábanas y cobijas que hay por ahí. Es sencillamente un asco, pero no nos queda otra que armar las carpas por ahí. Algunos dentro de la habitación del charqui, otro afuera bajo la lluvia y sobre el barrial y la mugre. Uno se adapta a todo, el olfato también se acostumbra al olor del charqui. El átomo desinflamante ayuda un poco a confundir los aromas.

Día 4 de caminata, de Molulo a San Lucas

Llovió toda la noche en Molulo y amaneció lloviendo y la mañana avanzaba pero las nubes y la bruma avanzaban junto con la mañana. Había que salir. Molulo y el lugar no invitaban a quedarse. La familia cocinó algunas tortillas de harina que algunos de los caminantes compraron y comieron con beneplácito y sin consecuencias. El fuego mata todo. Al final, amainó un poco, y bajo la garúa y bien empochados encaramos. No hay marcas. No hay ninguna señalización. Nos dijeron que antes habían pasado tres caminantes. Nunca los vimos, sin embargo, como el suelo estaba embarrado, no fue difícil seguir ciertas huellas de borcegos bien marcadas. El sendero sube y baja.  La tendencia es en bajada. Molulo está a 3000 metros, venimos de los 3500, y vamos hacia San Lucas que estará a 1800 pero antes deberemos ascender a 3500 para después volver a bajar. Llueve todo el día. No hacemos paradas porque no hay reparo. No hay. No hay pobladores. Seguimos las huellas de quienes nos anteceden con la esperanza de que lleven a San Lucas. De vez en cuando levantamos la mirada hacia el cielo encapotado y siempre, cada vez que levantamos la mirada, nos sorprende una planta o un insecto extraño. Cañas de tallos violetas con hojas verdes. Flores como calas enormes estampadas de animal print. Suculentas de flores verdes y hojas azules o rosas. Es como una animación infantil. Insólitos los colores de la mutación entre la piedra y la selva, entre la altura y la jungla. Entre la oquedad del desamparo y la frondosidad, lo seco y lo húmedo estallan con consecuencias poco creíbles. O era así o la el agua de lluvia de esta zona tiene efectos alucinógenos. Caminamos todo el día, más de 7 horas. Sin parar. Sólo a veces para esperarnos unos a otros. Nos caíamos. Varias veces. El lodo se acanala y es como caminar por ríos de fango, por aludes pegajosos de barro rosado o color ladrillo. Estamos hasta los pelos de barro rosa.

Llegando a San Lucas, el pueblito se ve desde antes y eso da un último aliento para seguir andando, una de las primeras moradas es la casa de Rufina y David Tolaba, un bálsamo para nuestra triste humanidad echa agua y jirones. Rufina tiene un par de habitaciones con camas cuchetas. Algo seco por fin. Nos cobra 600 pesos por todos, somos cinco personas. Compartimos con ella el calor del fogón y la charla mientras se secan nuestras cosas.

El fogón de Rufina está en el piso. Hecho de piedras. Leña encendida en el medio y una parrillita precaria. Apenas un par de alambres. La habitación es un cubículo de un metro por un metro, una especie de chimenea que no ha sido deshollinada jamás. Las paredes son negras y brillantes impregnadas de costras de carbón y cenizas. Del techo penden estalactitas de cenizas, cristales oscuros de anhídrido carbónico. Rufina es bajita, casi como un duende. Atiza el fogón todo el tiempo, mueve las ollas en las que sólo dios podría adivinar qué brebaje bulle. Hay que estar así como ella, bajitos, porque a menos de un metro de altura se sostiene la humareda. Arriba, casi invisible un hueco pequeño como un ojo deja escapar hacia afuera un hilo de humo. Rufina nos cuenta historias del lugar, de su vida, de su familia, de otros viajeros. Nos hace reír con sus ocurrencias. Rufina es espontanea, vivaz. Fuerte a pesar de los años y el trabajo duro de los huertos y el chiquero. No se amilana. Va y viene todo el tiempo de aquí para allá.

San Lucas es un caserío encantador, de tierra trabajada y casitas de colores que parecen sostenerse enclenques sobre los desniveles de las colinas. Un río transparente cruza al poblado sobre un lecho de lajas naranjas y lilas. 

Día 5  de caminata, de San Lucas a San Francisco

Inmersos en la selva y con un día que se ofrece casi despejado y nos sacude a descubrir la belleza.  Todo lo que ayer estuviera velado por la bruma y la lluvia constante se revela luminoso. El clima no es bueno del todo. Hay nubes que surcan como estelas el cielo y no son garantía de una jornada sin tormentas. Salimos sin demorarnos, por si acaso. La ropa no se ha secado. Aprovechamos los rayos del alba para asolear un poco. El calor se siente un poco más. Estamos más abajo. En medio de la yunga. La vegetación es increíble, se multiplica en cantidad y tamaño. Todas las hojas, todo el ramerío, ha recibió una sobredosis de hormonas, siliconas, vitaminas. Hay plantas iguales a los yuyos pampeanos pero en su versión gigante. Un yuyo de sapo de tres metros, una campanilla que podría usar de sombreo. Una rama de helecho capaz de servir de techo. Flores raras, exóticas en todo el sentido de la palabra. Nunca vistas antes. Imposible nombrarlas o compararlas. Son completamente nuevas a nuestros ojos y vivencias anteriores. Igual los insectos. Hay más hay muchos, inverosímiles, dignos de Tim Burton, de colores que no cuajan. Llenos de contrastes naranjas con negro, azules fluorescentes brillantes.

El camino entre San Lucas y San Francisco es bastante fácil y, aunque ha llovido, no está barroso. Cruzamos arroyos y cascadas, bajamos hasta el curso de los ríos y volvemos a remontar las laderas. Es un camino hermoso, riquísimo. Se siente el calor pero las sombra de la jungla es amable, es húmedo y hay agua. A cada ratito hay agua.

Salimos a la ruta 83. Una ruta de tierra que une Valle Grande con el Parque Calilegua. Caminamos hacia San Francisco y nos alojamos en el camping municipal por 50 pesos cada uno. San Francisco también es un pueblo con encanto. Aquí, como pasa la ruta de autos, es más fácil conseguir de todo. En el camping hay una parrilla que no desaprovechamos en absoluto y nos hacemos un asado delicioso. En el mismo camping hay dormis y hay duchas de agua caliente que tampoco desaprovechamos. Hay una galería con una mesa grande, un espacio acogedor.

Al día siguiente iremos desde aquí a las Termas del Jordán. Están a tres horas, bajando. Después hay que subir. Es un sendero muy sencillo pero que las circunstancias del lugar y la población exigen hacer con guía. Sólo por la cuestión económica, por el curro, ya que es de muy sencillo recorrido. Cobran 150 pesos.

Nos vamos al Parque Nacional Calilegua y aprovechamos unos días más para recorrer los senderos. En un día y medio se pueden hacer todos. Son sencillos, calurosos. Acampamos dentro del parque, gratis. Hay insectos que picotean y garrapatas.

Llegamos a Calilegua a dedo desde San Francisco, también hay un transporte que pasa una vez por día.

Desde Calilegua donde pernoctamos dos noches, salimos a dedo hacia Libertador San Martín. También hay un transporte. Vuelve a llover.

 

 

 

Cordillera Real – Bolivia

Primer día
Iniciamos una segunda travesía de montaña a través de la Cordillera Real. La intención es caminar esta cordillera por sus laderas o crestas, subiendo y bajando a las lagunas que aparecen entre ellas y pasando a través de abras, pasos de montaña.
No es fácil llegar a algún punto de la cordillera real para iniciar una caminata por cuenta propia. Las agencias de turismo son quienes se encargan de guiar las caminatas y quienes para esto proveen el transporte hasta los puntos desde donde puede arrancarse. Sin embargo también es posible hacerlo sin depender de una agencia de viaje.
Desde la terminal provincial de La Paz puede tomarse un bus o combi que vaya a Copacabana y bajarse en Palcoco. Es un poblado pequeño a borde de carretera que va hacia las antiguas minas del mismo nombre: Palcoco. Al borde de carretera hay taxistas esperando para llevar gente montaña adentro. Cobran 150 bolivianos el viaje que dura una hora por un camino de piedras. Logramos una rebaja y hacemos el viaje por 100 bolivianos en compañía de Eustaquia, la mamá del chofer y dos nietitos, uno de ellos, Bismar, viaja conmigo.
Sobre el camino a mano derecha y poco antes de llegar a la laguna Ajwani, pasamos por dos lagunas grandes:
En la laguna Ajwani hay un albergue en construcción, tiene varios cuartos y baños, cocina, salón. Aún está sin terminar, pero Clemente se acerca a decirnos que podemos dormir en el lugar cerrado por 15 bolivianos cada uno. Armamos las carpas adentro y armamos un fogón afuera. No hay mucha leña. Ya que es zona de pastizales, pero encontramos algunos escombros de madera de la construcción del refugio y nos servimos de ellos para hacer unas lentejas deliciosas.
Apenas llegamos, con sol todavía, caminamos hasta la cumbre de una de las montañas que rodean este lugar. Desde arriba vemos el lago Titicaca. Se ven cumbre nevadas, puntasnegras, todo alrededor es inmensidad y nada más. Apenas tres casitas está salpicadas en las colinas alejadas unas de otras. Sale la luna llena y la luz es tremenda.

Segundo día
Arrancamos desde Ajwani dirigiéndonos hacia el camino de tierra para vehículos y a partir de ahí subimos la cumbre. No hay un sendero definido en esta parte. Caminamos entre coirones y pastos duros; avanzamos por la cresta, ya no hay vegetación. Los nevados dominan las panorámicas, seguimos hasta llegar a un paso entre montañas señalado por una pirca. Seguimos avanzando hacia arriba hacia otro paso donde hay otra pirca. Desde allí tenemos la cumbre del Milluni de 5030. El Huayna Potosí se yergue en el horizonte. Luego descendemos hasta la laguna Sistaña.
La laguna Sistaña es una laguna de aguas mansas. Hay una casita en una de sus veras y algunos botes anclados en la orilla.
Desde la Laguna Sistaña tenemos que volver a subir. El sendero no es claro. La altura vuelve lento el avance. Es difícil respirar. La vegetación se va perdiendo a medida que avanzamos hacia arriba. Los últimos metros, varios cientos de metros son de pura pedregal. Hay una huella marcada. La seguimos hasta visualizar la laguna Juri Qota. La bajadaa Juri Qota es vertical por terreno de piedra movediza pequeña. No hay una huella, se puede bajar por cualquier parte en dirección a la laguna y a una casita a modo de refugio. Acampamos adentro de un cuarto de este refugio. Eva, muy amable, nos cede un espacio por 40 bolivianos para los tres. No hay leña pero logramos juntar algunos restos de madera de la construcción del refugio y armamos un lindo fogón donde cocinamos unos suculentos spaghettis a la crema.
Las vistas de las montañas reflejadas en la laguna Juri Qota, son bellísimas. Un paraíso.

Tercer día
Una caminata magnífica que permitió una vista única y exclusiva de casi toda la Cordillera Real. Para esto debimos ascender a la cumbre del Pico Austria, 5300 metros de altura y desde sus cimas pudimos ver todas las lagunas de alrededor, aquellas por las que ya pasamos, otras inaccesibles pero visibles desde esta altura y en nuestro frente los picos nevados, cadenas intercaladas de cumbres blancas y roca negra. Es una vista hermosísima, vale el esfuerzo y el paso lento.
La caminata de hoy desde Juri Qota fue dura pero placentera. Saliendo del albergue de Juri Qota bordeamos la laguna por su margen izquierda. Hay una huella en la ladera de la montaña. Después hay que subir varias pendientes. Una de ellas de piedra dura y enorme hay que sortear un precipicio por un borde de cornisa sin ningún tipo de agarre auxiliar, sólo la roca. Hay que prestar mucha atención al maniobrar sobre todo con el peso traicionero de la mochila en nuestras espaldas. Salvado este paso el camino sigue duro pero estable y sin dificultad técnica. Hay pircas que señalan el rumbo y puntos fundamentales por donde ir guiando nuestro rumbo.
Llegamos al Paso Austria y desde ahí, dejando las mochilas abajo, hicimos cumbre. Siempre es una emoción particular alcanzar la cumbre de una montaña.
Después fue todo descenso, desde la cumbre al paso y desde el paso a la laguna Chiar Qota.
En Chiar Qota nos alquilaron una habitación de albergue por 20 bolivianos por persona. Estuvimos con Roberto, el sereno y con Wilmar a quien ayudamos con algunas frases en inglés para hablar con los turistas. En este punto hay un refugio con luz eléctrica, agua, baño. En nuestro sector no hay luz pero está bien cerrado y aclimata. No hicimos fogón así que con el calentador hicimos una rica polenta.
El Condoriri domina la vista en este lugar. Estamos en el Campo Base de ascenso a este cerro de alas abiertas.

Cuarto día
Desde Chiar Qota caminamos hasta el Lago Tuni. Caminamos prácticamente por sendero plano. Paramos a descansar y conversar con Diego y Marcelo, dos niños de Rinconada, un paraje hasta donde llega el camino factible para vehículos que llevan turistas a Condoriri. Diego y Marcelo están con su hermanito Miguel de dos años.
Llegamos a Tuni en tres horas y armamos un campamento gitano al reparo del viento y a la vera de sus orillas turquesas. Enfrente está el Wayna Potosí y a un costado el Condoriri, en vuelo frentista y siempre con las alas desplegadas. Es paradisíaco.
En eso escuchamos un coche y como no hay transporte público hasta el lugar nos apresuramos a preguntarle si nos llevaría de regreso hasta la ruta principal. Nos deja en… tras una hora de viaje por 100 pesos que hubo que regatear. Desde allí, volvemos a La Paz.

Choro trek – De la Cumbre a las Yungas

Primer día:
Para tomar este sendero tenemos que llegar hasta un punto denominado La Cumbre. La Cumbre se encuentra a media hora de la estación de buses Villa Fátima de La Paz. Villa Fatima, a su vez, se encuentra a poco menos de una hora del centro dependiendo del tráfico. En Villa Fátima se buscan las combis que van a Coroico y se le pide al chofer que se detenga en La Cumbre para bajar. El precio es el mismo que para ir hasta Coroico, 20 bolivianos.
Cuando llegamos a La Cumbre hay que registrarse en una oficina de techo rojo y empezar a caminar para arriba. El sendero no da tregua. Es claro, no hay vegetación y hay huellas de autos, motos, gente que subre por este páramo montaños a riscos inusitados desde donde uno puede admirarse de su alrededor parado literalmente sobre las nubes. Literalmente. Las nubes corren por debajo de nuestros pies. Las cumbres son puntiagudas, roca negra cubierta de nieve inmaculada. Vistas y sensación inmejorable que nos certifican que el esfuerzo hacia arroba valió la pena.
Se cruza el paso, el Abra Chucura, a 4880 metros de altura y empieza la bajada, para algunos bajar suele ser la peor parte. Mucho más fastidioso que el esfuerzo de subir. Esfuerzo que en esta región se acentúa irremediablemente por la altura normal. La Paz está a , La Cumbre a 4660, y el Abra a 4880. Luego empezamos el descenso trastabillando por un camino de mulas y piedras laja. Durante todo el sendero hay vertientes de agua, ríos, agua que surca desde el deshielos las laderas y llega hasta nuestros pies. También cruzamos varias edificaciones precolombinas y la calzada epor la que nos desplazamos pertenece a los antiguos caminos incas.
Llegamos a Samaña Pampa. Vive una familia. Eulogio y su familia. Aquí hay que apuntarse nuevamente en un libro de registro. Decidimos acampar en este lugar. Es muy bello. Enclavado entre montañas donde pastan rebaños de llamas. Hay una mesa de madera debajo de una galería, bancos mesita de piedra, sombrilla de paja y un baño sencillo. El río Chucura corre al lado. Eulogio y su familia pisan papitas para pelarlas y preparar chuño, una de sus hijas prepara tuta, otro tubérculo deshidratado blanco. El camping nos cuesta 10 bolivianos. Tomamos, mate de coca, café, todo cuesta 2 bolivianos.
Hace frío. Temperatura de helada.
Segundo día
Nos despedimos de la familia de Eulogio y Gumersinda sin dejar de compartir con ellos mate de yerba, el nuestro.
El sendero entre Samaña Pampa y Choro baja y baja. Es piedra y piedra. Piedras macizas, duras, desparejas. Irregulares. Difícil no trastabillar entre tanta piedra despareja. A medida que avanzamos y vamos bajando en altura empieza a haber más vegetación.
A una hora de Samaña Pampa está Chucura, un pequeño poblado con escuela, gimnasio, varias casitas. Un señor, Miguel, en la entrada de su casa, nos ataja para registrarnos otra vez y cobrando 20 bolivianos por el uso del camino.
Desde Chucura pasamos a Challapampa, tres horas más. Allí hay un amplio espacio de acampe, un puente que cruza el río, lugar para descansar, bebidas. Descansamos un rato en Challapampa y a dos horas y media más, bajando y subiendo en esta etapa, llegamos a Choro. Esta última parte del camino es la más extenuante. Se suma al cansancio de las horas andadas hasta aquí que deberemos surcar por terreno enlodado y con piedra despareja. El camino trepa en un sendero más angosto que el camino precolombino por el que vinimos hasta aquí. Trepa y desciende hasta el río. El río es caudaloso y cae en cascadas estrepitosas entre piedras enormes.
A los bordes del sendero hay un reguero constante de frutillas rojas, maduras, grandes y dulces.
Acampamos en Choro. Cobran 10 bolivianos. Se puede hacer fuego y hay leña alrededor y un arroyito de vertiente a pocos pasos donde es por demás saludable darse un buen baño. Estupendo.
Estamos rodeados de montañas monumentales. Aún no terminamos de bajar. Anoche dormimos a 4400 y hoy descendimos a 3600.

Tercer día
El recorrido entre Choro y Bella Vista es agotador. Se van bordeando varias montañas. Se sube hasta las cimas y luego se baja casi al ras de los ríos. Hay que cruzar tres puentes colgantes de alrededor de cien metros de longitud y por sobre cincuenta metros encima del río. Son de madera y se zarandean tenebrosamente a nuestro paso.
Se pasan pequeños caseríos, una o dos casas. Primero Buena Vista, una familia; está a poco más de una hora de salir de Choro. Cuatro horas más adelante pasamos San Francisco, dos casas. Una hora más y llegamos a Bella Vista donde decidimos quedarnos a descansar.
El suelo sigue siendo de piedra durísima, maciza y desorganizada a la buena de dios sobre la huella. En algunos tramos es más plano y en otros hay sectores de tierra blanda y hojas secas que nuestros pies agradecen.
La flora y la fauna son exclusivas. Flores extrañas y exóticas. Nunca las vimos antes.
La temperatura ha subido muchísimo. Atravesamos sectores de jungla y humedad netamente tropicales. Ya no hace aquel frío helado de hace solamente dos días. Ahora es calor y, al llegar a las cimas el sol nos pega. La vegetación, arriba, se vuelve rala y de pastizal duro y, a medida que volvemos a bajar se va haciendo mata más tupida y humeda.
Pasamos por debajo de una caída de agua de cientos de metros, especulamos que más de doscientos. Pasamos por debajo y luego, rodeando la montaña adyacente la vemos desde la ladera de enfrente. En ese momento estamos subiendo la Cuesta del Diablo. Una subida un tanto escalonada de piedra, un caracol en vertical y sin tregua por más de media hora hacia arriba y arriba.
En Bella Vista acampamos con vista a las montañas. Nos cobran 10 bolivianos y hay un pequeño quiosco con bebidas y snacks. Al lado hay una mesita donde podemos cenar y también hay un espacio amplio donde podemos hacer fuego y agua que traen con mangueras desde el río.
Hay conejos. Andan sueltos, corren entre la mata de la montaña y son gordos.
Cuarto día
El camino hasta Sandillani, una hora y media, es hermoso y húmedo. Tierra blanda, suelo bueno. Hay sombra. Sandillani es un punto con construcciones de madera, un albergue, lugar para acampar y una vista alucinante de todas las montañas alrededor. Todas las montañas de esta región son moles. Son macizas. No son escarpadas, son bloques de piedra cubiertos de vegetación selvática.
El camino de hoy es casi todo en bajada y lamentablemente la humedad se va secando y el suelo se endurece. La primera parte de este día es amable con los pies, pero después es duro. Piedra dura y despareja y pastos secos. El sol y el calor nos pegan.
Desde Sandillani a Chairo son dos horas y media más. Chairo es un poblado de cincuenta personas. No hay habilitado ningún espacio específico de camping ni hay hotel pero preguntando encontramos a Dionisio Pérez que nos prestó un espacio que tiene en construcción. En la esquina de una de las dos cuadras del pueblo está el almacén de Delfina. Allí compramos mandarinas a tres por un bolívar y sardinas en salsa de tomate y pan a dos por un bolívar con cincuenta.

Lebanon Mountain Trail (otra fachada de la USAID)

Introducción

Descubrí el Lebanon Mountan Trail sin buscar nada que se le pareciera. Tenía un pasaje al Líbano devenido de otras cuestiones. Visitar el Líbano, no estaba en mis planes. Pero tenía un pasaje y me dispuse a buscar qué sitios interesantes se podían visitar. Así fue como encontré el Lebanon Mountain Trail. Un sendero de aproximadamente 440 km que cruza de manera longitudinal a este país siguiendo las crestas del Monte Líbano, de norte a sur, o bien de sur a norte. Completo, lo dividen en 26 etapas. Como solamente estaría una semana y en el Líbano hay otros sitio históricos que me interesan, decidí hacer solamente tres o quizás quizás cuatro etapas, y busqué las que me parecían más ricas en cuanto a la variedad del camino, y también las más difíciles. Caminar en llano, ya no me hace gracia. Caminar sin la imponencia de las cumbres, tampoco. Creo que el «mal de montaña» debería llamersele a esta adicción y no al mal de altitud. O, me corrijo, esta adicción podría llamarse «el bien de montaña». Me atacó, y muy fuerte.

Luego de una vuelta por el Malecón de Beirut, las rocas en el mar, el casco histórico y Hamra, se puede tomar un bus en plena carretera hacia Byblos, conocida localmente como Jbeil. Vale la pena detenerse un par de horas en Jbeil. Es hermoso. Callejuelas de piedra, un puerto colorido de botes, y los restos de una ciudadala que es una de las más antiguas que quedan en pie sobre el planeta. Es un lugar tranquilo, con una gruesa pincelada de bohemia, lleno de enredaderas, de flores, de árboles, de pinturas hechas a mano y con amor sobre algunas puertas, o paredes. Vale la pena quedarse un rato mirando el mar. El aire que se respira, es impagable. El minibus desde Beirut hasta Bjeil cuesta 2000 libras, (1 dólar = 1500) y tarda menos de media hora. Van demasiado rápido. Velocidad temeraria.

En la misma carretera que da entrada a Jbeil, se puede volver a parar a otro minibus, van, y seguir viaje hasta Trípoli, aquí le dicen Trablous. Al entrar en Trablous o Trípoli, el contraste con Jbeil, Byblos, es un shock. Trípoli es caótica, llena de mercados callejeros, del tráfico de autos que tocan bocina. Las construcciones son viejísimas. Hay muchos rastros de la guerra civil. Edificios que han sido reconstruidos junto a otros que están despedazados o impactados por las balas. No me quedé mucho tiempo. Demasiado ruido perturbaba la paz con me había cobijado en Byblos. El minibus de Byblos a Trípoli cuesta otras 2000 libras y tarda un poco más de media hora, aunque vuela sobre la carretera.

Vi que en una esquina, de las bulliciosas, la gente tomaba los servis, taxis compartidos, así que fui ahí y me acomodé en uno que me llevaría hasta otro punto donde debería tomar el definitivo a Bqaa Safrine.

Antes, llamé por teléfono a uno de los guesthouses que recomiendan en la página del Lebanon Mountain Trail. Buscaba un locutorio, pero como no encontré, un hombre al que le pregunté, me prestó su teléfono para que llame.

En total, los dos servis, taxis compartidos, me salieron como 9000 libras.

Desde Bqaa Safrine inicié estas contadas etapas del trail. El primer día que había anotado, es el más difícil de la caminata. Son 23 km. El desnivel es 1406 metros de ascenso y 979 metros de descenso. Desconocía absolutamente todo acerca del trazado del trek y rogaba que hubiera marcas ya que, con marcas y todo, siempre me pierdo igual. Había leído que había algunos manantiales en el camino para beber y cargar agua, y también ruinas romanas.

En Bqaa Safrine paré en lo de Abou Majed. Una familia hermosa. Tienen una casa enorme, especie de gustehouse. Muy confortable. Todas las habitaciones son grande y limpias. Hay varias salas con sofás.Dos baños enormes.

Es pensión completa y cuesta 50 dólares todo. Me dieron muchísimo de comer. Dawali, arroz preparado y envuelto dentro de hojas de parra, otro arroz con carne y nueces de la India. Una ensalada con verduras recién cosechadas de la huerta. Higos en almíbar, y un plato de frutas. Eso se suponía que era el almuerzo. Luego me ofrecieron una cena, pero estaba tan satisfecha que no podía comer nada más. Solamente una manzana, también cosechada de los frutales de la familia.

Primera etapa: de Bqaa Safrine a Ehden

Lo más rescatable de esta etapa, es la gente. Menos mal que existen los libaneses y que muchos de ellos viven en las pequeñas aldeas entre las montañas. El sendero fue más difícil de lo que esperaba. Terminé sana y salva pero mis brazos eran un muestrario de rayas y en las manos tenía una colección de espinas.

Arranqué bien, sobre todo bien alimentada. El desayuno en lo de Abou Majed fue suculento y rico. Hasta huevo comí, a mí que no me gusta. Estaba todo delicioso. Yugur, aceitunas, humus, pan árabe. Tuve que rogarles que basta de comida porque me prepararon dos sánguches para el camino, uno de zater y otro con higos en almíbar. Me dieron tres manzanas y una bolsa de nueces. En el camino no paré a comer nada ni a descansar porque durante todo el trayecto perdí mucho tiempo tratando de encontrar el sendero. Yendo hacia adelante y volviendo hacia atrás. Por eso digo que menos mal existen los libaneses. Si no fuera porque pregunté cientos de veces en cada casita que encontré, o en cada campo donde estaban cosechando, no sé adónde estaría en este momento.

Llegué a Ehden. Lo más hermoso paisajísticamente hablando, es la Reserva Forestal. La tenía al lado. Al ladito de la cabañita que alquilé por esa noche. Caminar por la reserva después de semejante jornada fue reconfortante, volver a respirar, tranquilamente, y con olor a resinas de pinares. Infinidad de pinares. Y ese olor que me rodeaba tan fresco. Fresco como el agua de los manantiales. Agua pura en el camino.

No es un trayecto para cualquiera. No está preparado para nada. Creo que es de lo más complicado que he hecho. No lo recomiendo. Salvo que lleven GPS, que sepan hablar árabe a la perfección, que lleven sogas.

Menos mal que andaba con una mochila liviana.

Saliendo de Bqaa Safrine y hasta Dounia, preguntando, se puede llegar sin demasiados problemas. Preguntando y entendiendo aunque sea la mitad o las señales de la explicación. Después se arma el quilombo. Hay que bajar una ladera, después de haber subido, pero el sendero no está marcado. Hay que bajar por cualquier parte. Está lleno de árboles, y de matas. Hay que abrirse camino a la buena de Dios. Cuando uno llega debajo de esta primer ladera, hay que subir otra, hay que cruzarla, y luego bajar, y acá viene lo más complicado. Aunque parezca mentira, siempre lo más complicado es bajar. En este caso, por suerte están los árboles y las matas. El terreno es vertical. Es una garganta que desciende estrepitosamente hasta un manantial. Un arroyito sin mucha agua ni mucha corriente. Hay que descargarse por esa ladera vertical. Hubiera estado bueno tener una soga, atarla a un árbol y bajar agarrándome de la soga. Pero no tenía soga, así que fui tanteando las salientes de las piedras y sosteniéndome de las ramas. Un desastre. Terminé toda rajuñada. Con razón los campesinos que cosechaban y que me llenaban los bolsillos y las manos de pepinos frescos, me preguntaban «inti tarif?» (tú sabes?)

Esta etapa, la primera que hice del Lebanon Mountain Trail, no es apta para el trekking de alguien sin experiencia.

Al inicio, si bien los caminos son fáciles, dificulta el hecho de que hay pequeñas aldeas y por supuesto la gente de las aldeas camina, tienen animales que caminan, usan carros, carretillas, algún auto, y entonces, como no hay señales, uno no sabe que huella o qué sendero seguir.

Después viene la parte de las laderas y así se llega a Keir Mor y Bchanata. Después ya se entra en la reserva forestal que es lo más lindo, ahí adentro sí están las marcas pintadas, y también hay algunos carteles. Cuando ya no hacen falta, porque dentro de la reserva, como es muy visitada, las huellas están bien claras entre el bosque.

Cuando desemboqué en Ehden, la ciudad no me gustó a primera vista. Estar entre el pavimento y los coches. Había leído que uno de los hoteles recomendado se llamaba justamente La reserva, especulé y especulé bien, que estaba dentro o cerca. Un maravilloso hombre al que le pregunté, llamó por teléfono, tenía que volver 4 km hacia atrás. Ya había hecho 23. Dudé. Ya no quería caminar más por este día. No por caminar en sí, pero por haberme perdido tanto y haber sufrido tantos traspiés y rajuñones. El maravilloso hombre, John, me llevó en su auto.

Las cabañas cuestan 50 dólares con desayuno. Comida no. Pero tenía los sánguches de Abou Majed, las manzanas, las mermeladas del hotel, y galletitas. Pedí agua caliente para el mate. Y como si hubiera sido poco, después de ducharme, me fui a dar otra vuelta entre las nubes, por adentro de la reserva. Una hermosura.

Segunda etapa y Tercera etapa: de Ehden a Wadi Qannoubine, de Wadi Qannoubine a Bcharre

Hice dos etapas en un día. De Ehden a Wadi Qannoubine, dícese que son 9.1 km y de Wadi Qannoubine a Bcharre, 9.8 km.

Nunca encontré el sendero del Lebanon Mountain Trail. Lo hice como mejor pude. Con un mapa precario, peor orientado que yo. Pusiera el mapa para la dirección que lo pusiera, le preguntaba a la gente, y siempre lo que buscaba estaba para el otro lado. Si una cosa estaba para un lado, contrario al que señalaba el mapa, otra estaba bien, entonces no entendía nada. Me imaginé que para llegar tenía que hacer algo así como transportarme a otra dimensión y volver a esta. Era imposible. Este trekking está muy mal diseñado. No está diseñado. Es una mentira. No existe. Los lugares existen, pero no están ni en el lugar señalado ni a la distancia estimada en los folletos. Los pobladores de los lugares por donde se pasa no tienen ni idea de la existencia del sendero, nunca vieron una de las marcas blanca y roja, ni nunca vieron a nadie que estuviera trabajando en el camino. Había leído que en los hospedajes había mapas y explicaciones. En dos de los tres lugares en que dormí, tenían, pero el mapa equivocado. Si estoy en Bcharre y he terminado la sección 6 y 7, necesito el mapa de la 8 para continuar, pero aquí tienen solamente el de la 4, la 5, la 6 y la 7. En cambio, en la Reserva, no tenían ninguno, y en Bqaa Safrine, también tenían el de la sección anterior. O sea que los tienen al pedo. O quizás para ir alrevés de lo que la organización plantea si uno busca información en internet. Nadie sabe dónde salen los senderos.

La segunda mañana, después de un suculento y exquisito desayuno en la reserva, los dueños, Raymunda y Alfonso, me llevaron adonde supuestamente podía retomar la marcha. Ellos no tenían ni idea, pero leímos en un folleto que conseguí yo en un puesto de información de la reserva, que podía empezarse en el Monasterio de Maar Yaaqub. No había ninguna señal, pero intenté seguir los datos del folletín. Caminé, tal como decía allí hasta Mart Moura y de ahí, según el folletín, debía seguir 500 metros hasta encontrar una escalerita que bajaba hacia el valle y la comunidad de Aintourine. Nunca encontré la escalerita. Caminé miles de metros a un  lado y a otro y más de una vez. Le pregunté a la gente, y ahí me señalaban Aintourine para un lado, pero Wadi Qannoubine, para el otro. Me harté. Caminé por la ruta a pesar de que alguien me dijo que el Wadi era a más de una hora de coche. En un momento encontré un cartel que no era del Lebanon Mountain Trail, pero que indicaba bajada al Wadi y me mandé por ahí. Muy bello, y muy impresionante la garganta rocosa y las casitas colgadas de las laderas con sus terrazas cultivadas. Caminé hasta el final de ese camino que terminaba en una casa. Ni una marca del Lebanon Mountain Trail. Subí por el mismo camino y seguí por la ruta hasta los pueblos de Blawza y Hadchit. Se hizo largo y pesado, ya que no era un sendero de trekking sino una ruta con todas las curvas que implica construir una carretera en la montaña. Además, Hadchit y Bcharre están arriba de las montañas y los valles de Qadisha y Qannoubine, van quedando cada vez más profundos e invisibles entre las paredes de roca. Tarde y agotada, llegué a Bcharre y me alojé en el primer hotel que encontré, el Bauhaus. Una habitación con tres camas, me cobraron 30 dólares porque son 10 dólares por cama. Está bueno porque es un departamento antiguo. Enorme. Con habitaciones grandes. Podía usar la cocina. Hay dos baños, y un balcón grande, como una terraza, que da a la calle, desde el que se ven las montañas y en el que hay una parra. Llovió, y tomando mates en esa terraza, cobijada por las ramas de la parra, disfrute del olor a tierra mojada.

Como si en realidad no hubiera estado tan cansada, salí a caminar. Bcharre es pintoresco. Lindas vistas del valle. Hay conventos y construicciones antiguas. Hay una tumba fenicia y la casa donde nació el escritor Khalil Gibran.

Epílogo

Visitar el Líbano por lo que el Líbano reúne en sí, vale la pena. Vale la pena su gente. Es interesante hablar con ellos. Son muy amables en general. Muy amables. Choca, sobre todo con los católicos, los maronitas, los cristianos, que planteen una y otra vez que ellos son los buenos y los otros son los malos. Es un aspecto triste que queda como resabio en una sociedad prejuiciosa.

Tuve la fortuna de conocer gente de todo tipo. Gente maravillosa. Jad, quien no me conocía más que por referencias, porque es amigo de mi amigo Mohammed que vive en Egipto, se ocupó de mí como si me conociera de toda la vida. Ninguno de los musulmanes con los que hablé exigió conocer mi filiación religiosa, como sí lo hicieron los cristianos, y ningún musulmán me dijo que los cristianos eran malos.

El Líbano tiene sobre su territorio uno de los yacimientos más antiguos, increíbles y inexplicables del mundo: Baalbek. Es impresionante, imponente, y maravilloso.

Desde allí, fui en una van con dos muchachos muy macanudos que me llevaron gratuitamente, hasta la frontera con Siria. Son muy pocos kilómetros. Siria se ve ahí nomás, al alcance de los ojos, de las manos, de los pasos.

Mi objetivo inicial, cuando compré el pasaje, era cruzar a Damasco y sumarme al escudo humano en contra del bombardeo imperialista. Afortunadamente el mundo se movilizó en todos los rincones y el hijo de puta de Obama tuvo que suspender sus diabólicas intenciones de seguir destruyendo con sus armas el Oriente Medio. Pero yo igual quise ir a Damasco, y desde Baalbek fui hasta la frontera donde a pesar de la confianza ganada con algunos de los soldados que llamaron inclusive a sus superiores por teléfono, no pude cruzar ni siquiera por dos horas, al no tener en mi pasaporte, una visa tramitada en mi país de origen.

Así fue como en lugar de a Siria, llegué a Taanayel. Medio por casualidad, o por mala o buena suerte, porque así tenía que ser; un lugar donde me encontré con la casa de mis sueños, construida de adobe, con pocos muebles, alfombras en el piso, colchonetas, almohadones, al mejor estilo beduino. Necesitaba descansar y me quedé ahí, casi en silencio, entre un bosque de álamos y cedros, y un lago pequeño, en esa casita de barro que tanto me gustó.

Antes de regresar a Beirut para tomar el vuelo de regreso a Estambul, visitamos con Jad la ciudad de Sidón.

Sé que albergo restos de almas fenicias en mi ser, y sé que haber tenido un pasaje justamente para el Líbano, en un momento en el que prácticamente ya no deseaba nada, no fue en vano.

Seguramente, como me dice uno de mis sabios hijos, esto llevará algunos meses, quizás algunos años, quizás no tanto de tantos, para aclararse.

 

Eso sí, si alguien lee esta nota con el interés del trekkig, si alguien piensa en en Lebanon Mountain Trail, no vayan porque no existe. El Lebanon Mountain Trail, ha sido, seguramente, otra fachada de espionaje de la USAID en Oriente Medio. Nada extraño ya que sobran evidencias en el mundo entero del accionar de esta organización. Si se encaprichan e insisten en el trekking, lleven GPS, traductor, machete, sogas, y así y todo no esperen llegar a destino, lo más probable es que lleguen a otra parte.